domingo, 29 de junio de 2025

Historias de hoteles: "GRAN HOTEL AZUL, ÍCONO DE LA VIDA SOCIOCULTURAL AZULEÑA"

 

“Gran Hotel Azul,ícono de la vida sociocultural azuleña”

 

 

 Por Eduardo Agüero Mielhuerry

 

            Tras el reparto de los solares en el Azul, en 1832, al coronel Pedro Burgos se le asignó la parcela este (solar N° 113) de la manzana comprendida entre las actuales calles Yrigoyen, Colón, Rivadavia y San Martín. Cabe destacar que nunca ocupó dicha parcela más que por el tiempo que permaneció en el Fuerte; luego el lote, que era un cuarto de manzana, se fue dividiendo y vendiendo.

            Un siglo más tarde, el 3 de junio de 1938, Enrique Loustau adquirió al señor Guillermo Davidson el amplio terreno (del que solo se conservaban las antiguas fachadas de propiedades demolidas en su totalidad), ubicado en calle Colón entre San Martín y Alsina (hoy Yrigoyen), frente a la entonces Plaza Colón que en breve se transformaría radicalmente para convertirse en la actual San Martín.

Justamente por esos tiempos, el arquitecto e ingeniero Francisco Salamone estaba en nuestra ciudad diseñando la remodelación del paseo, según el ambicioso plan de obras desarrollado por el gobernador Dr. Manuel Fresco y al cual había adherido el diputado nacional e intendente azuleño, Dr. Agustín J. Carús. Salamone, desde los balcones del Teatro Español, realizó un boceto de cómo se vería la Plaza una vez concluida su tarea. Como buen artista, incluyó en el dibujo todo el entorno que circundaría al nuevo paseo. De acuerdo al ángulo de su visión dibujó la Estación de Servicio de Loustau (ubicada en la esquina oeste de Colón y Alsina), con su singular estilo colonial e incorporó un par de autos en el terreno lindante, separado de la vereda por un extenso paredón.

El 9 de septiembre de 1938, Loustau concretó la venta del terreno que estaba por “detrás” de su local y que eran utilizados como estacionamiento de vehículos. Buena parte del cuarto de manzana fue vendido en $ m/n 20.227 para la construcción del “Gran Hotel Azul”, aunque Loustau continuó utilizando el espacio hasta el inicio de obras. La asamblea de constitución del directorio se había efectuado el 14 de mayo y el 19 de ese mes se lo había elegido Presidente.

 

Manos a la obra

 

            En su libro “Historia de la arquitectura de Azul” el arquitecto Augusto Rocca cuenta:

             “En 1938 se formó una comisión “Pro Hotel”, constituida por eminentes vecinos de Azul, con el objeto de construir un gran hotel para la ciudad, anhelo que estaba presente desde al menos una década atrás y que era imperioso realizar porque la capacidad hotelera ya no daba abasto y ese mismo año se terminaría la Ruta 3, que uniría Buenos Aires con Bahía Blanca, quedando Azul como parada obligada a mitad de camino.

            La comisión estaba constituida de la siguiente manera: Presidente, Enrique Loustau; Vicepresidente, Andrés M. Lafontaine; Secretario, Federico J. Piazza; Tesorero, Ángel Canevello; Vocales: José R. Piazza, Manuel Galdós, Luis Molina Segura, Benito S. Ondarra, Enrique Carlos Squirru, Julio Ramongassie, Antonio Rodríguez y Díaz, Juan Oscar Tourné, Dante Bernaudo y Miguel Villanueva.

            La comisión inicio una suscripción de acciones, que contó con cerca de 90 adherentes, creando la firma ‘Gran Hotel Azul S.A.’. El Directorio estaba encabezado por Enrique Loustau como presidente y José R. Piazza como vice. A principios de 1942 se llevó a cabo el ‘Concurso de Anteproyectos para la construcción del Gran Hotel Azul’, el cual había sido convocado por la firma y organizado por la Sociedad Central de Arquitectos de Buenos Aires. A tal efecto, fueron designados los arquitectos Luis J. Fourcade y Fernando Tiscornia como jurados y Blas J. Dhers como asesor. Con la presencia del Sr. José R. Piazza en representación de la firma, se abrieron los sobres. De estre los 28 trabajos presentados, obtuvo el Primer Premio el Arq. José María Olivera; el Segundo, los Arqs. Adolfo J. Estrada, Alberto R. Cuenca y Armando P. Pascucci; y el Tercero, los Arqs. Carlos E. A. Galli y Hugo R. Chiaramonti. Los proyectos fueron expuestos en la Sociedad Central de Arquitectos y posteriormente en el Club Social de Azul. Por una cláusula de las bases del concurso, el consorcio se reservaba el derecho de reformar, si así lo estimaba conveniente, el anteproyecto original. Esta tarea fue encomendada a los arquitectos Blas J. Dhers y Hugo Garbarini, quienes realizaron el proyecto definitivo. A diferencia de los diseños premiados del concurso, de líneas generalmente racionalistas o próximas a esa corriente, el de Dhers y Garbarini es de un estilo híbrido, típico de los años 40. En el que las formas clásicas adquieren cierto carácter moderno.

            Cabe destacar que, contribuyendo al emprendimiento, los arquitectos cobraron honorarios inferiores a los que hubieran correspondido, que fueron pagados en acciones.

La construcción del hotel, que demandó una inversión de $391.901,30 m/n, fue adjudicada por licitación a la empresa ‘Toscano, Lattanzi y Barbetti’. Las obras comenzaron el 13 de julio de 1942 y duraron casi 17 meses.

            El Gran Hotel Azul, con sus elegantes salones y sus 68 habitaciones originales, fue habilitado el 16 de diciembre de 1943 y la inauguración oficial se llevó a cabo el 8 de enero de 1944.

            Bastante tiempo después, el edificio fue ampliado mediante la adición de un nuevo bloque de habitaciones en la parte posterior y la confitería fue reformada. A pesar de ello, en líneas generales el edificio mantiene la fisonomía original.”.

  

Grandes visitas

  

En los primeros años del Gran Hotel Azul, anunciaba un amplio y singular menú:

Fiambres: huevos mollet y frou frou; Sopas: consomme brunoise y crema de aves; Entradas: frito mixto o tomate farcie au gratin, pavo asado a la carioca, y bife de lomo a la valenciana; Postres: copa oriental y tortas varias”.

         El 30 septiembre de 1947, Azul recibió la visita del cubano Nicolás Guillén. La Agrupación Artística Maná y el Jockey Club Azul, fueron las dos instituciones que aunaron esfuerzos para concretar la visita del consagrado poeta. En 1982, cuando Guillén cumplió 80 años de edad, publicó sus memorias bajo el título “Páginas Vueltas”. En el capítulo III, el célebre cubano cuenta su experiencia en nuestra ciudad, relato en el cual, a decir verdad, muy poca importancia le da a su actuación. Sin embargo, cuenta meticulosamente su trascendente encuentro con el doctor Bartolomé José Ronco y agrega los pensamientos que lo invadieron en la habitación que ocupara en el “Gran Hotel Azul”:

             “(…) La cosa fue que cierto día recibí un telegrama de alguien para mí desconocido: el señor Blas Dhers, arquitecto. El señor Dhers me invitaba, a nombre de un grupo de amigos de la sociedad de Azul, a pronunciar una conferencia y leer un puñado de versos… Acepté de inmediato, y trabada ya amistad con mi comunicante, vine al conocimiento de que éste era un hombre de cernida cultura, muy asiduo queredor de la música, alejado de toda militancia política y tan fino de espíritu como bondadoso de corazón. Con él me fui a Azul, pues, una tarde, y allí llegamos ya bien de noche, luego de tres o cuatro horas de viaje en tren. ¿Qué había que hacer? Nada… Esperar al día siguiente, que era el de mi debut y dormir con toda dignidad en un hotel de gran estilo, bajo el frío seco de que hace gala aquella encantadora región en el invierno.

(…) en Azul tenía yo un amigo, el doctor Bartolomé Ronco, abogado, notario, bibliófilo, hombre de mucho viaje y mucha lectura, con quien me había relacionado en Buenos Aires en casa de Toño Salazar. De manera que no bien fue hora adecuada para ello, lo llamé por teléfono para cumplimentarlo.

-Estoy enfermo- me dijo desde la otra punta del hilo-.Pero véngase por acá para que charlemos

Fui, naturalmente. No era nada grave, aunque veíase forzado a guardar cama. A mitad de nuestra conversación, el doctor Ronco se interrumpió súbitamente, y dirigiéndose a su secretario, le pidió que me enseñara “el libro que él sabía”.

-¿Qué libro es, si se puede decir?- le pregunté.

Uno que tengo aquí, y que quiero mostrarle. Ya lo verá…

Pero el secretario regresó con las manos vacías, pues no pudo dar con el volumen. El doctor Ronco me explicó entonces:

-Se trata de un libro de Martí; un tomito que perteneció a Estanislao Zeballos, y el cual está formado por los “Versos sencillos”, puestos en primer término, a pesar de que son de fecha posterior, y el “Ismaelillo”. Deje… Ya aparecerán: yo quiero que usted los vea.

Esto era al mediodía. Por la noche, a primera hora, dispuesto ya a salir, vino el secretario al hotel y me entregó el volumen en cuestión. Sin tiempo para otra cosa, no tuve más remedio que guardarlo para cuando yo volviera de la calle. Regresé tarde, por lo que me metí en la cama y no desperté hasta bien entrada la mañana siguiente… A penas hay que decir que mi primer pensamiento fue para el libro. Me incorporé en su busca, y ya con él en las manos, me eché de nuevo para leerlo con toda comodidad.

Era efectivamente lo que me había dicho el doctor Ronco: un pequeño tomo encuadernado en tela negra, que comenzaba con los “Versos sencillos”, impresos como se sabe en Nueva York, año de 1891. En segundo lugar, el “Ismaelillo”, editado en la misma ciudad en 1882. En la portada del primero, que conservó el encuadernador, aparece tachado con lápiz rojo el apellido Martí. En la propia carátula también está tachada la palabra sencillos del título, y subrayado en rojo la palabra Versos. Debajo, tres iniciales con letras de molde: E. S. Z. Seguí hojeando el ejemplar, y de inmediato di con una dedicatoria de puño y letra de Martí, en la página anterior a la falsa portada. Sólo que el encuadernador, al cortar el volumen, se llevó con la cuchilla parte de lo escrito, por lo que nada más se lee lo siguiente: “___autor de un poema___ estos octosílabos sinceros de su servidor. José Martí. N. York, Nov.23/93”.

            Prosiguiendo el examen, noté tres nuevas particularidades: una marca o línea perpendicular, en el margen derecho de la página siete, hecha a lápiz, que empieza donde dice: ‘Y la agonía en que viví, hasta que pude confirmar la cautela y el brío de nuestro pueblo…’, y termina en la página siguiente vuelta, con la marca de lápiz en el margen izquierdo, y donde se lee: ‘a veces susurra la abeja merodeando entre las flores’. Otra marca corresponde a la bien conocida redondilla “Para Aragón en España”, etc., en la página 23. La última hallábase en estos versos: “Corazón que lleva rota/el ancla fiel del hogar/va como barca perdida/que no sabe adónde va…”, en la página 26.

El Ismaelillo fue encuadernado sin carátula. Aunque la dedicatoria está más completa, también el corte del encuadernador hizo su estrago. Dice así: “Sr. Estanislao S. Zeballo, que tiene un hijo___ su amigo y servidor. José Martí. N. 93”. Falta evidentemente la contracción Al, y también algo relativo a la fecha y el lugar en que fue dedicado el libro: Nueva York, seguramente, pues en el 93 estaba Martí en esa ciudad.

Mientras observaba yo esto, un pensamiento malsano ocupaba mi mente con la terquedad de una idea fija ¿Y si me quedara con el volumen? Sin embargo, ¿cómo hacerlo? Pedírselo al doctor Ronco me parecía un abuso de confianza; robárselo era todavía algo peor… Con infantil egoísmo pensaba que aquella joya debía quedarse en mis manos, a fuer de ser yo compatriota de Martí, bien que no podía ignorar los títulos de mi amigo para conservarla en las suyas, aunque sólo fuera por haber nacido él en la misma patria que Zeballos…

            En la duda, habíame decidido por lo mejor, esto es, plantearle mis pretensiones sin ambages, cuando hojeando una vez más el libro, me atrajo una escritura en la que no había reparado antes. Me lancé sobre ella, y ¡oh sorpresa!, el libro era mío… El doctor Ronco me lo dedicaba a su vez, con unas palabras que callo, no ya por modestia, sino por rubor, de tan finas y generosas que ellas son. Él me explicó luego que el tomito llegó a sus manos junto con otros libros que habían pertenecido a la biblioteca del prócer argentino, muerto en 1923, a los setenta años de su edad, la misma que por esa fecha hubiera contado Martí, pues ambos vinieron al mundo en 1853. (…).

De todas suertes, ello es que Zeballos guardó con firme aprecio los versos de Martí; los encuadernó para su biblioteca, y allí estuvieron hasta la hora de su muerte, hace más de medio siglo, en que al dispersarse con otros libros por el territorio de la patria, vinieron a dar a las manos de un argentino generoso, cultivado, inteligente, que los pasó a las mías. Grande fue el regalo, y como tal lo recibí y conservo, seguro de que el honor que ello significa no corresponde tanto a mis merecimientos como a mi buena fortuna. (…)”.

 

            Guillén dejó nuestra ciudad en los primeros días de octubre de 1947. Aquella fue la última vez que estuvo con su amigo, el doctor Bartolomé J. Ronco, pues sus vidas circularon por diversos caminos. Sin embargo, entre sus pertenencias, Guillén se llevó el magnífico obsequio, ese libro que viajó por el mundo y tal vez hoy se encuentre resguardado en alguna biblioteca…

  

Televisión y política

  

Después de numerosos intentos fallidos en Mar del Plata, Olavarría y Tandil, el 16 de noviembre 1952, Azul recibió la primera señal de televisión. El exitoso ensayo se concretó, justamente, en el “Gran Hotel Azul”, y estuvo a cargo de Egon Strauss, director técnico de la organización TELRAD (primera distribuidora de televisores) y Carlos Montejo, especialista en la construcción de antenas.

            Dentro de la comitiva, indudablemente la figura descollante fue la de Egon Strauss (1918-2006): Nació en Viena, Austria en donde la llegada de los nazis en 1938 impidió la terminación de sus estudios de ingeniería en la Technische Hochschule en Viena. Fue sobreviviente del Holocausto. Al llegar a la Argentina comenzó una fructífera carrera en ingeniería electrónica, siendo designado Gerente de Service de Televisión en TELRAD en 1951. En 1956, fue nombrado Gerente de Fábrica en TELESUD, durante 17 años. En 1973 fue designado Gerente de Fábrica en AURORA S.A durante diez años más, hasta su jubilación. Actuó como Docente en Perú, Venezuela, México, España e Israel. Construyó el primer televisor Zenith en Israel y dictó numerosas conferencias. Entretanto, publicó numerosos artículos técnicos y unos 70 libros técnicos en Argentina, Brasil, México y Estados Unidos, algunos en español, portugués e inglés. Colaboró en forma voluntaria en la Fundación Raoul Wallenberg y en la Fundación del Holocausto. Fue premiado en un Concurso Literario de la Editorial Nuevo Ser.

En el Azul, aquél día, exactamente a las 21:27 horas se recibió con total nitidez la primera imagen, emitida desde la Capital Federal por “TV Radio Belgrano”, siendo nuestra ciudad, luego de Rosario, la segunda del país que recibió señal de televisión estando situada a más de 150 kilómetros de Buenos Aires. Finalmente y como prueba del espíritu colaborativo azuleño, como todavía no se contaba con corriente alternada, la firma “Aztiria y Piazza” facilitó un convertidor a nafta y “Radio Azul” varios elementos técnicos.

Años más tarde, el 19 de abril de 1958, el gobernador electo Dr. Oscar Alende, antes de asumir formalmente el gobierno bonaerense, sesionó a modo de ensayo en el “Gran Hotel Azul”. El flamante gabinete estaba integrado por Felipe Díaz O´Kelly (Gobierno), Ataúlfo Serafín Pérez Aznar (Educación), Horacio Jorge Zubiri (Obras Públicas), Aldo Ferrer (Economía), Pascual Actis Caporale (Salud Pública), y el chillarense Bernardo Barrere (Asuntos Agrarios).

 

Continuar…

  

            Con altibajos en su actividad, el “Gran Hotel Azul” continuó marcando por años un claro camino a transitar, respondiendo de alguna forma a la publicidad que apareciera en los años ’80 en el diario “El Tiempo”:

             “…y por qué seguimos siendo el Gran Hotel? Porque somos el esfuerzo de un numeroso grupo de azuleños que con inversiones chicas y grandes supieron ver el futuro. Porque con ese aporte crearon una vocación hotelera que creció con el tiempo, hasta convertirse en celoso custodio de un prestigio hoy consolidado. Porque nos preocupamos por suministrar servicios y comidas de la mejor calidad a precios competitivos.

Porque nunca dejamos de ser un cálido ámbito para la buena vida azuleña.

Por eso somos un gran hotel.

Restaurant

GRAN HOTEL AZUL

Salón de Convenciones

Salón de Fiestas

Confitería – Bar

Room Service las 24 horas.

Reservas 22011”

 

 

Punto de referencia

  

Con el paso de los años, la estructura creció en varios aspectos y al mismo tiempo en otros tantos se fue deteriorando. Sin embargo, para los propios azuleños o los huéspedes, no dejó nunca de constituirse en un punto de referencia.

En su libro “Misteriosa Argentina: diario de viaje” (2013), el reconocido periodista Mario Markic escribió:

 “Desde la terraza del Gran Hotel Azul, la gran plaza central se ve amplia, rara, con su San Martín ecuestre y su fuente respectiva. Pero de movida se observa el raro cruce de líneas rectas combinadas con un piso extraño, tapizado de baldosas negras y blancas”.

             Aunque no es la única perspectiva en altura que se puede tener de la Plaza General San Martín, obra del genial arquitecto e ingeniero Francisco Salamone, es posiblemente la única de acceso público o para los huéspedes.

            Por otro lado, años más tarde, la querida y recordada Elva Haydée Gratas Abot en “Quebrantos. Antología. Narrativas-Poemas” (2022), dejaría plasmada su experiencia de vida y un pequeño fragmento de lo acontecido en el 2010, cuando se concretó la primera unión civil de personas del mismo sexo en nuestra ciudad:

 “’De antemano sabíamos a lo que nos exponíamos. Nos metimos en esta realidad porque somos viejitas y queremos remar para los que vienen. Es más, hay muchas parejas que tienen que salir del oscurantismo, eso no tiene que existir más en este país’. (…) Como corolario expresamos que el martes 20 de julio la jueza Dora Fernández Seixo ordenó el casamiento de la pareja formada por María Luisa y Elva, lo hizo a través del Recurso de Amparo, sólo 24 horas antes de que la señora presidente Cristina Fernández de Kirchner, promulgara la Ley 26.618 de Matrimonio Igualitario el miércoles 21 de julio.

María Luisa y Elva se casaron el 6 de agosto de 2010 en la ciudad de Azul

Al ser el primer casamiento en la ciudad color con la nueva ley, tuvo repercusión nacional; fue trasmitido en directo por el canal de tv loca y desde allí al país y países limítrofes.

Les acompañó mucho público y una apertura periodística de gran nivel. En el Gran Hotel Azul, ícono de la vida sociocultural azuleña, las contrayentes realizaron la fiesta donde agasajaron a familiares y amigos.

Veían los frutos del amor sostenido. Disfrutaron ese momento.”

             Finalmente, el testimonio más cercano a nuestros días de un huésped, puede leerse en el libro “De la Patagonia a México” (2024) de Hebe Uhart. La autora cuenta:

 “Llegamos a Azul unos quince escritores de todas las edades para desarrollar miles de actividades, dar charlas, recibirlas, dar entrevistas, leer textos, realizar visitas y recorridos; esos son deberes que nos impone el Filba, porque el último día hay que leer lo que se produjo. (…) Estamos parando en el Gran Hotel Azul que es de 1945 pero parece más antiguo, como si recordara alguna gloria pasada. Sus pasillos son austeros, sin ningún cuadrito o nota de color. Los ventanales de los pasillos que dan a la calle son amplios, se ve la ciudad por ellos. Me hacen acordar de que Azul, o el Azul como se decía antes, era un fortín y el ochenta por ciento del fortín era el mirador.”.

             Lo reflejado hasta estas líneas es apenas un ápice de las historias que se guardan en sus pasillos y habitaciones. Artistas, políticos, religiosos, homicidas y suicidas, infieles y recién casados, gente común sin demasiadas historias en sus valijas, pasaron en sus más de 80 años de existencia por el “Gran Hotel Azul” que aún se alza como un recuerdo de “glorias pasadas”, como un ícono de la vida sociocultural azuleña”.



Vista del flamante "Gran Hotel Azul" y la plaza "Gral. San Martín"


    Imagen de la Plaza Colón en 1879, tomada por Estanislao Zeballos (retocada por el autor). Al fondo las edificaciones que ocuparan el solar donde se levantaría el "Gran Hotel Azul" en el siglo XX.


    Boceto del ingeniero y arquitecto Francisco Salamone. Se puede apreciar em la parte superior izquierda el solar donde se dejaban automóviles estacionados.














domingo, 22 de junio de 2025

Historias de hoteles: EL HOTEL DE "EL POTRILLO"

                                                 El Hotel de “El Potrillo”



En los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, millones de europeos emigraron al continente americano. Puntualmente, más de tres millones y medio de españoles emigraron en los últimos veinte años del siglo XIX, la mayoría de ellos gallegos, vascos y asturianos. Con sus últimos ahorros se pagaban los pasajes, en la mayoría de los casos sin retorno, a la tierra prometida. América era la gran promesa. Tres semanas era el tiempo promedio que duraba por entonces el viaje. La decisión de embarcarse no era fácil. Sin embargo, muchos huían del hambre, de la miseria, de la clandestinidad y del servicio militar obligatorio. Muchos llegaron a la Argentina próspera, “de las vacas gordas”, donde una semilla se convertía en un vergel prometedor. Pero nada fue tan sencillo…

  

En Roncesvalles

  

Pedro María Yturralde había nacido en Roncesvalles, Navarra, España, el 18 de diciembre de 1873. Era hijo de Pedro Juan Yturralde y Juana Martina Echeverría, unidos en matrimonio el 21 de noviembre de 1859. Bautizado al día siguiente de su nacimiento en la Iglesia de la Colegiata Santa María de Roncesvalles, tuvo siete hermanos: Pedro Javier (1860; falleció a los pocos años), José Félix (1862), Ángel Esteban (1863; falleció a temprana edad), Julia Balbina (1866), Martín Gregorio Santiago (1868), Juana (1869) y Tomás Martín José (1871).

Pedro era el menor de una numerosa familia, y su frágil vida comenzó en medio de la invasión de las tropas carlista a Navarra provenientes de Francia, en pleno desarrollo de la tercera guerra carlista (1872-1876), la causante de la destrucción del hogar de los Yturralde.

Don Pedro Juan trabajaba rudamente en el campo. Todos sus hijos, sin importar sus edades, ayudaban en el establecimiento, arreando vacas, dándoles pienso, llevando el rebaño a los corrales, ordeñando a las ovejas y vacas, levantando el heno o removiendo la tierra, entre otras tantas tareas. Cada ayuda era valiosa.

Nuevamente embarazada, Juana Martina se quedó sola con su pequeño hijo Pedro María, haciendo las tareas del hogar, sin sentirse en condiciones de acompañar a los demás al campo. Aquél sería un día funesto… Caía la tarde cuando Pedro Juan volvió con sus hijos a su humilde vivienda para descubrir una escena dantesca. El pequeño lloraba desconsoladamente lejos de comprender lo que sucedía. Todos se alborotaron y Pedro Juan se quebró en llanto desgarrador al ver a su esposa asesinada por los invasores carlistas que atacaron arteramente el pueblo.

Todo lo que había sido armonía y amor se desplomó rotundamente. Angustiado, el padre, Pedro Juan, se dejó vencer por el desaliento y la enfermedad. Murió en 1880.

La zona norte de España se cubre de nieve, por lo menos, de diciembre a marzo. No se derrite del todo en las altas cumbres, a pesar de que, en los valles inferiores, los Pirineos se cubran de hierba verde y florcitas. En la parte llana, al pie de las elevaciones montañosas y de las grutas que albergan a pastores y ovejas en el invierno, se levantan las villas y los pueblos donde crecen los sembrados navarros. Las neblinas abundan todo el año, dibujando y desdibujando permanentemente el paisaje.

Entre el humilde caserío, emerge imponente y majestuosa la Real Colegiata de Santa María de Roncesvalles, del siglo XIII, hermosa construcción, Iglesia y Monasterio, donde Pedro María fue bautizado y daría sus primeros pasos en la orfandad.

Los hermanos mayores ampararon al niño como pudieron durante algún tiempo. Las niñas eran pequeñas. José, el mayor, tomó las riendas de la casa y dispuso las tareas de cada uno en el campo, los animales y los sembrados. Trató de seguir por el camino que hubieran tomado sus padres; Pedro fue a la escuela del pueblo. Pero los tiempos no eran pacíficos dadas las distintas luchas en la región.

Tomás Martín José decidió apostar a pesar de la incertidumbre; dejó atrás su pueblo natal, marchándose a California, Estados Unidos.

Los demás hermanos comenzaron a sentirse acorralados por las circunstancias. Demasiadas bocas para alimentar, poca fuerza de trabajo, bajos rendimientos y un ambiente hostil, con el potencial riesgo de que los mayores fueran enrolados en la milicia o terminaran convertidos en curas o monjas. Nadie tenía el futuro asegurado, salvo Pedro María que fue internado como pupilo en la Colegiata…

 

 De la Colegiata al Azul

  

Su estadía en la Colegiata no fue algo que a menudo quisiera recordar. La vida entre muros marcó tanto a Pedro María como la soledad que lo agobiaba a pesar de los religiosos, los otros pupilos, los rosarios y los rezos permanentes. Sólo algo se convertiría en su sitio dilecto. Junto al templo se levantaba un frontón, una espléndida construcción para el juego de pelota vasca, deporte típico. Horas y horas se esfumaban en el repiquetear de la pelota…

Uno a uno se fueron los hermanos mayores; José Félix, que se instaló en la zona de Azul, fue quien arribó primero y costeó el pasaje de los demás. Martín Gregorio Santiago se radicó en Colonia Hinojo, Olavarría. Julia Balbina y Juana vivieron en Azul y en la Capital Federal, respectivamente.

Los varones trabajaron como jornaleros y tamberos. José Félix pronto se casó, en 1889, comprando al mismo tiempo una chacra similar en extensión a la que habían tenido en Navarra. Mas para completar su felicidad llegó el momento de traer al menor de la familia Iturralde, tal como los anotaron en la Argentina.

Esos rostros que tanto había añorado, que recordaba un poco diferentes, volvieron a cobijarlo, alejando aquella soledad que lo había abrumado. Igual nunca nadie, salvo alguna nieta, lograrían quebrar su silencio y pocas veces traían del horizonte lejano su mirada perdida… Pedro María comenzó a trabajar en el campo, haciéndose fuerte como lechero. Mas la vida lo sorprendería… Se enamoró de una joven navarra, de Ituren, que había venido al Azul con sus hermanos Lorenza, María y Juan Cruz, a servir en casa de unos parientes lejanos, los Aztiria, donde Pedro María llevaba productos rurales con frecuencia…

            Cuando la Iglesia “Nuestra Señora del Rosario” funcionaba temporalmente en la esquina oeste de Burgos y Bolívar (porque se estaba construyendo la actual Catedral), Pedro María contrajo matrimonio, el 29 de enero de 1903, con su coterránea Lucía Antonia Maiticorena (nacida en 1879; hija de José Ramón y Tomasa Micheo). Tuvieron ocho hijos: María (27 de octubre de 1903), Julia (8 de mayo de 1905), Sara Evelia (14 de julio de 1908), Juan (24 de enero de 1909), Gabriel (19 de noviembre de 1910), María Ana (20 de octubre de 1912), Irma Angélica (20 de octubre de 1914) y Pedro Héctor (23 de marzo de 1916).

 Entretanto, Pedro María decidió la apertura de una fonda y hospedaje a la que en principio y corrientemente llamó “El Potrillo”, tal como lo nombraban desde pequeño en su tierra natal, pero que en las publicidades y formalmente era el “Hotel Comercio”, ubicado en la esquina este de las calles Lavalle y Bolívar, en una edificación de 1895. En su obra “Historia del antiguo pago del Azul”, el Dr. Alberto Sarramone cuenta:

         “El Hotel Comercio de Pedro Iturralde, estaba cerca de la estación del F.C., el parador de los vascos a poco de llegar al país y una vez establecidos, y de la mayoría de la gente que venía de la campaña (…), con su cancha de paleta al lado.”.

             La fonda de Iturralde fue el lugar de reunión de los vascos de Azul; constituyó la “Embajada de Euskal Herria” (País Vasco) en esta zona. Los que vivían en el pueblo iban a tomar “la copa”, jugar al “Mus” o a la pelota en el frontón. Cualquier excusa era buena para reunirse. Todos los sucesos de sus vidas, felices o aciagos, terminaban, justamente, alrededor de una mesa comiendo y bebiendo.

Los radicados en las chacras o en el campo, se hospedaban en el Hotel cada vez que venían al pueblo para ver al médico, hacer negocios y compras o realizar trámites. Muchas mujeres vascas dieron a luz a sus hijos en la fonda, ayudadas por Lucía Antonia que no era partera, pero que sabía mucho por su propia experiencia.

En la fonda hubo festejos de bodas y llantos de velorios, porque los vascos usaban la casa para celebrar los casamientos y velar sus muertos.

La familia tenía una chacra en cercanías de la actual Ruta Provincial N° 51 y su cruce con la Av. Manuel Chaves. Pedro iba en sulky todos los días a buscar la materia prima para la comida de la fonda. Allí se criaban vacas lecheras, engordaban cerdos y se hacía una huerta. De allí provenían la leche, la manteca, las verduras y las carnes; de hecho, las faenas de cerdos eran fechas de mucha actividad en la producción de embutidos y jamones.

  

La cancha de Roncesvalles en Azul


La fama de la fonda y el hotel fue ampliamente opacada por la de la “Cancha de Iturralde”. Disímiles en muchos sentidos, Pedro María evocó siempre en el frontón azuleño aquel histórico del Monasterio donde pasó los momentos más difíciles de su vida. Aquella soledad se había transformado radicalmente en Azul.

Los días en que había partidos importantes, la fonda se convertía en un hervidero. Por un lado, Lucía Antonia, su esposa, dirigía la casa y la comida; por otro, las muchachas ya crecidas ayudadas por empleadas y primas iban por las habitaciones alistando camas y toallas limpias.

Los clientes llegaban temprano, a preparar el juego y a tantear las apuestas. Todos tomaban Vermouth con Fernet, o Vermouth con Bitter Secrestad; comían bifes y chorizos, jugaban a las cartas; controlaban a los posibles apostadores o formaban parejas de juegos.

El juego de pelota terminó siendo para Pedro y para todos los dueños de frontones, una verdadera industria del juego, con apuestas de todo tipo (por copas, comidas o por dinero). Pedro siempre obtuvo rédito de todas, porque tanto jugadores como apostadores tomaban las copas de su bar, almorzaban o cenaban las comidas de su fonda, pagaban por el uso de la cancha de pelota y por las toallas limpias para el baño después del partido, y hasta algunos dormían en su Hotel.

Pedro tenía en su fonda, además, una mesa especial para el “Mus”, juego al que eran adictos los vascos, con el uso de cartas españolas y señas (con gestos y manos). Muchas veces se tornaban tan efusivos los jugadores que desde la calle podían oírse los gritos de “envido”, “quiero” u “órdago”, clásicos del “Mus”. Su famosa mesa de “Mus”, ubicada en una esquina del bar, cuando Pedro ya no estuvo, fue a parar a manos de otro vasco, Pedro Garay, dueño del boliche “El sapo” en el Camino Viejo a Tandil.


Pelota a paleta

  

La pelota a paleta es una especialidad de pelota vasca, practicada en frontón, nacida en Argentina. Este deporte consiste en hacer rebotar una pelota contra el frontis para complicar la devolución del rival, el cual debe emplear todas sus destrezas para rescatar el envío y continuar la jugada. Los contrincantes, que pueden jugar de modo individual o por parejas, también buscarán complicar los lanzamientos haciendo botar la pelota más de una vez en zona “buena”, o tratando de que la misma pique y se vaya fuera de la cancha.

Hay un acuerdo general al momento de afirmar que la creación de este deporte le corresponde al vasco francés –nacido en Baigorry-, Gabriel “Sardina” Martirén, que, radicado en Argentina, poseía un establecimiento rural en la localidad de Burzaco.

“Sardina” jugaba a la pelota contra una pared de su tambo, con las manos o hasta con platos de metal a los que empuñaba como paleta para pegarle fuerte a la pelota. Sin embargo, hacia 1905, comenzó a usar las paletas u omóplatos de ganado vacuno como raquetas. A Martirén se le ocurrió moldear el hueso de alguna osamenta, pulirlo y darle forma y así jugar para poder pegarle mejor a la pelota. El invento se hizo popular e inmediatamente fue replicado. Entonces, llegó el momento de perfeccionar la creación y así fue como los huesos pasaron a ser maderas –tablas tomadas de un cajón en el que se embalaban bidones de kerosene-, moldeadas adecuadamente. Martirén preparó dos pares de paletas y en la cancha de Pedro Legnis, en Burzaco, se disputó el primer partido de pelota a paleta, estrenando el rutilante invento que, con escasas modificaciones, se sigue fabricando y utilizando hasta la actualidad. El innovador jugador también cambió la pelota de tenis sin gamuza, que se usaba inicialmente, por una pelota de caucho compacto, que se conoce popularmente como “la negrita”.

En el Azul, la práctica del deporte adaptado de los vascos era recurrente y contaba con varios sitios emblemáticos donde se lo desarrollaba. Tal vez la cancha que hasta entonces mayor notoriedad había alcanzado era la de Miguel Olasagasti donde, además de jugar algunos partidos, almorzó la Junta Revolucionaria encabezada por Hipólito Yrigoyen durante la Revolución Radical de 1893 iniciada desde Azul.


El futuro Campeón Nacional

 

En otro tramo de su exquisito libro, el Dr. Sarramone resalta:

“Hasta 1920, la atracción del barrio y de la ciudad era la cancha de pelota a paleta del vasco Pedro Iturralde… Sin tener en cuenta las casas de prostitución de la zona, que asentaban sus reales en los alrededores del Molino Marconetti, hoy Molino Nuevo…”

Alfredo Miguelez, quien llegaría a ser Campeón Nacional de pelota a paleta en 1943, mucho antes, cuando daba sus primeros pasos con unos catorce o quince años decidió “salir al mundo”. Así, dejó atrás definitivamente su Dionisia natal para ganarse la vida, buscando las posibilidades de laborales que ofrecía el campo y siguiendo sus impulsos juveniles, anduvo viajando por numerosos lugares. Sin saberse la fecha precisa, trabajando de pueblo en pueblo, alguna vez Alfredo hizo sus primeras incursiones por Azul. Entabló amistad con el vasco Pedro Iturralde, dueño del Hotel donde el “Paisano” elegiría por costumbre para hospedarse.

En la mítica y concurrida cancha, Alfredo jugaría numerosas veces con Juan, el hijo del dueño, con quien entablaría una gran amistad.

Juan Iturralde (1909-1991) era empleado de “Piazza Hermanos e Hijos”, por lo que viajaba con frecuencia a distintos puntos de la provincia vendiendo suelas, cueros y otros productos de la firma. Un día, viajando hacia Chascomús, cruzó a Alfredo que iba en un carro en la misma dirección. Conversaron brevemente y Alfredo le pidió que no dijera que se conocían y mucho menos que hablara sobre su capacidad en la pelota a paleta. Olfateando la picardía, Juan guardó silencio y tiempo después descubriría en anécdotas las costumbres de su amigo. Llegado a la ciudad, Alfredo fue a un bar con cancha de pelota a paleta; allí se puso a beber y conversar con unos parroquianos y pidió jugar. Simuló no saber hacerlo, pegándole mal, tirando la pelota afuera. Cuando varios se convencieron de que el forastero era un desastre, se animaron a apostar, pensando en que le ganarían fácilmente. Cuando llegó la hora de la verdad, Alfredo hizo un partido pésimo… se dejó ganar… El segundo fue un poquito más parejo, pero malo. También perdió. En el tercero, cuando las apuestas eran suculentas, Alfredo desplegó toda su maestría y se fue de la ciudad con una muy importante suma de dinero frente al asombro de quienes antes lo habían visto hacer desastres en el trinquete como buen inexperto que parecía. Aquella era la forma de Alfredo de mejorar su economía, yendo de pueblo en pueblo, de cancha en cancha... Muchas veces, cuando el trabajo en las cosechas o en el campo en general no alcanzaba, la pelota a paleta se convertía en un buen medio de sustentación. Las apuestas eran tan comunes como necesarias para incentivar a los jugadores. Alfredo y Juan volverían a cruzarse por los caminos bonaerenses y no serían pocas las oportunidades en las que harían dupla para disputar algún partido. Obviamente, donde no los conocían, la estrategia se repetía. La picardía era necesaria…

En otro ámbito, como si el barrio no fuera ya suficiente foco de actividades comerciales y deportivas, sería también testigo del romance de Juan Iturralde con su vecina, Angélica Mendivil, con quien se casaría y tendría dos hijos: María Angélica y Juan Pedro.

 

 La reunión más importante

 

Los hermanos Iturralde se visitaban con alguna frecuencia, pero al único que no vieron más fue a Tomás, radicado en los Estados Unidos.

Al principio se comunicaban con regularidad, pero las cartas con el matasellos de California se fueron espaciando, hasta que no llegaron más. El silencio y la incomunicación se hicieron largos. El recuerdo y la añoranza seguían siempre clavados como espinas en el alma de los hermanos, pero se resignaban y callaban.

Una mañana, temprano, Pedro fajinaba copas mientras su esposa organizaba lo que sería el almuerzo en la cocina; las hijas ponían las mesas en el comedor; las sobrinas arreglaban las habitaciones y las otras muchachas trabajaban en la pieza de lavado y planchado. Todo marchaba con normalidad hasta que, de pronto, un mateo se detuvo junto al cordón de la vereda de calle Bolívar. Desde adentro, Pedro pudo atisbar a un viajero que pronto descendió, depositando en el suelo la maleta y el baúl que traía, ayudado por el cochero. “El Potrillo” miró hacia la entrada de su hotel. Por su indumentaria, el recién llegado no parecía de la zona; traje oscuro, guantes, galera y bastón. Tras saludar cordialmente, el visitante pidió una habitación para pasar unos días. Observando la vestimenta y modales del visitante, creyó oportuno decirle que no había lugar, pues “desentonaba”; no se lo podía imaginar jugando al “Mus” o entre los griteríos de los pelotaris, ni comiendo morcillas y huevos fritos después de un aperitivo. “Está todo ocupado. No tengo lugar, caballero” fue la rápida respuesta que Pedro esgrimió. La réplica inmediata fue: “¿Así que no tienes lugar para un hermano que ha venido a verte desde tan lejos?”. El rostro de Pedro se iluminó con una enorme sonrisa. Frente a él, extendiendo los brazos, estaba su hermano Tomás. Se abrazaron fuertemente y lloraron de felicidad. La familia estuvo varios días de celebración.


Últimos años…


En la edición del año 1942 del “ANUARIO KRAFT” se publicitaban diferentes hoteles azuleños, entre los que figuraba el “Hotel Comercio, de Pedro Iturralde, Bolívar 952”.

Clásica se había hecho en el barrio de la Estación de Azul la figura algo engrosada de Pedro María, de un Pedro mayor, hecho todo un señor padre de familia, con su camisa arremangada invierno y verano, y el repasador sobre el hombro izquierdo dispuesto a enjuagar las copas en el cuentón del bar.

Muy temprano por la mañana la tarea comenzaba con el desayuno; a media mañana los vascos hacían la Chingarra o “almuerzo chico” con chorizos, morcillas, papas y huevos fritos.

Para el almuerzo, Lucía y la cocinera preparaban sopas, pescado, bacalao, guisos, puchero, polenta, porotos y garbanzos. Finalmente, la opción era fruta o queso y dulce. Algunas veces, budín de pan.

A media tarde merendaban café con leche y, a la hora de cenar, que no era nunca muy temprano porque lo hacían después de los partidos de pelota, comían bifes a la plancha con ensalada y huevos fritos.

La rutina siempre era quebrada por los partidos de pelota a paleta, porque ninguno era igual a otro. Y eso mantenía viva la chispa de “El Potrillo”.

Pedro María Iturralde falleció el 26 de agosto de 1948. La fonda y el “Hotel Comercio” cerraron al poco tiempo… Hoy ya forman parte del pasado. Pero al recordarlos se conjugan en la memoria historias de inmigrantes, de luchas y suena en el aire el repiqueteo de la pelota contra el frontón que ya no existe…



Hotel "Comercio" y Fonda "El Potrillo", esquina este de Bolívar y Lavalle.




Detalle de la foto superior en la galería interior del Hotel, una reunión familiar. Los protagonistas centrales: Pedro María Iturralde y su esposa Lucía Antonia Maiticorena







A continuación, fotografías de la Real Colegiata de Santa María de Roncesvalles, del siglo XIII, hermosa construcción, Iglesia y Monasterio:








Frontón en que el pequeño Pedro María Yturralde jugaba a la pelota.


Paleta que le perteneciera a Pedro María Iturralde y luego
le fuera obsequiada a su nieto, Alberto Rey.







TODO EL ARTÍCULO FUE REALIZADO EN BASE A UN ARTÍCULO INÉDITO DE NELDA ROSALES, ESPOSA DE ALBERTO PEDRO REY, NIETO DE PEDRO MARÍA.


MUCHA INFORMACIÓN Y LAS FOTOGRAFÍAS FUERON PROPORCIONADAS POR MARTÍN PEDRO ITURRALDE, BISNIETO DEL PROTAGONISTA.


GRACIAS!