Trabajadores
Por
Eduardo Agüero Mielhuerry
En Haymarket Square, Chicago, Estados Unidos, el 1 de
mayo de 1886 comenzó un movimiento de trabajadores que reclamaban por una
jornada laboral de ocho horas. Los manifestantes fueron brutalmente reprimidos
y cuatro trabajadores anarquistas fueron ahorcados el 11 de noviembre de 1887
tras un proceso judicial viciado de irregularidades. Dos años después, se
decidió instituir el Primero de Mayo como jornada de
lucha y como homenaje a aquellos trabajadores que entregaron su vida pretendiendo
condiciones dignas de trabajo.
Frente a las inquietudes del Club de Trabajadores
alemanes “Worwaerts”, se constituyó un comité para que éste resultara el
convocante a un mitin al que concurriesen todos los asalariados. En la
oportunidad, los participantes se mostraron ofuscados por las decadentes
condiciones laborales, reclamando asimismo la limitación a ocho horas de todas
las jornadas laborales. Al mismo tiempo redactaron un manifiesto en el que
expresaban que “reunidos en el Congreso
de París los representantes de los trabajadores de diversos países, resolvieron
fijar el 1° de mayo de 1890 como fiesta
universal de obreros, con el objeto de iniciar la propaganda en pro de la
emancipación social”.
En nuestro país, la primera vez que se celebró el “Día
de los Trabajadores” fue el 1 de mayo de 1890. Paradójicamente a lo que
hoy podríamos suponer, el encuentro de las masas de trabajadores se concretó en
la sede del Prado Español, ubicado en pleno corazón de la Recoleta. Durante
la tarde se reunieron unas dos mil personas, número el cual era más que significativo
en aquel momento. Mas como no podía ser de otra manera, para completar el
cuadro de las contradicciones argentinas, al día siguiente los trabajadores
fueron notificados de que habían perdido su jornal.
Pasaron
varios años para que los obreros se volvieran a reunir para conmemorar el 1° de
Mayo. Recién entrado el siglo XX, las celebraciones se reanudaron cuando cada
fracción del movimiento de trabajadores organizó actos en forma independiente.
Hacia 1909, durante la presidencia de José
Figueroa Alcorta, al celebrarse un nuevo aniversario de los
trabajadores, se sucedieron hechos de violencia en la Plaza Lorea, frente al
ataque de la policía contra la concentración de la F.O.R.A. (Federación Obrera
Regional Argentina, anarquista). Fueron catorce las víctimas fatales y más de
ochenta los heridos (algunos de gravedad).
Por aquellos años, una figura había cobrado relevancia
a partir de la severidad de su conducta y accionar. El coronel Ramón
Lorenzo Falcón, como jefe de la Policía de la Capital, fue quien
comandó la durísima represión. El lunes 3 de mayo, los trabajadores concretaron
una huelga general. Durante el entierro de las víctimas se produjeron nuevos
conflictos con las fuerzas policiales e inclusive hubo enfrentamientos armados.
Anarquistas y socialistas, durante ocho días (que posteriormente la historia
recordaría como la “Semana Roja”), detuvieron por completo la vida industrial y
comercial de Buenos Aires en una de las actitudes más enérgicas y duraderas que
registra el movimiento obrero argentino.
Los conflictos no amainaron y tuvieron su punto de
inflexión entrado el mes de noviembre. El anarquista Simón Radowitzky arrojó
una bomba contra el carruaje que conducía al coronel Falcón y su secretario.
Ambos resultaron víctimas fatales. La represalia fue inmediata y llegó a
extremos “impensados”, concretándose la expulsión del país de los militantes
obreros extranjeros. Inclusive, cientos de trabajadores argentinos fueron
encarcelados.
Después del centenario de la Revolución de Mayo,
conducida por Manuel Carlés, hizo su entrada en escena la Liga Patriótica,
impartiendo a los obreros lecciones de “amor al país”, premiando a los
trabajadores no agremiados y hasta solventando obras de beneficencia por intermedio de las damas de clase alta. Sin
embargo, aunque en menor cuantía, se siguieron suscitando episodios de
violencia.
A pesar de todos los inconvenientes, la fecha obrera
se fue afirmando paulatinamente, hasta que el 28 de abril de 1930, el
presidente Hipólito Yrigoyen decidió instituir el 1° de Mayo como “Fiesta
del Trabajo en todo el territorio de la Nación”, porque según las
consideraciones contempladas en el decreto la fecha se había constituido en un
emblema universal de la lucha obrera.
Tras el derrocamiento de Yrigoyen (acaecido el 6 de
septiembre de 1930), al año siguiente, grupos socialistas hicieron múltiples e
insistentes gestiones para lograr que el Presidente de facto general Félix
Uriburu permitiera los actos del 1° de mayo de 1931. Las
concentraciones fueron numerosas y afortunadamente no se registraron episodios
de violencia.
Durante la década del ’30, las condiciones fueron
difíciles para la tradicional recordación y las manifestaciones obreras que desfilaban
por las calles, solían pasar por casas con puertas atrancadas y ventanas
cerradas. Es que seguía imperando el miedo tradicional, nutrido por los graves
sucesos de la época, temiéndose que algo imprevisto y terrible fuera a suceder.
Hacia 1940, en un gran acto del 1° de Mayo, millares de trabajadores argentinos
repudiaron desde Buenos Aires el avance del nazismo europeo y reclamaron
medidas progresistas en el país.
En los festejos del 1° de mayo de 1944, durante el
gobierno de facto del general Edelmiro Julián Farrel, un sector
comunista se enfrentó con la policía en plaza Once, registrándose un gran
número de heridos. Al año siguiente, esa celebración coincidió con la caída de
Berlín y con los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, lo que motivó una
severa vigilancia por parte del Ejército para evitar que se realizaran
manifestaciones en favor de los países aliados.
Los años ’40 trajeron un sinfín de cambios
estructurales, dando un vuelco drástico hacia una nueva concepción
socioeconómica que devino en la elección del coronel Juan Domingo Perón como
presidente de la República Argentina. Las reformas suscitadas fueron sumamente
profundas, despertando tantas pasiones como odios exacerbados.
El Presidente supo capitalizar con velocidad y astucia
aquella celebración de los trabajadores, sin embargo, supo también dividir las
aguas. En consecuencia, los socialistas y comunistas, entre otros, que
conformaban “la oposición”, debían recordar y celebrar la fecha en días
anteriores y en actos que sólo eran permitidos en las afueras de la ciudad,
reservando el centro porteño (y de otras localidades) para “la masa peronista”.
A partir del 1° de Mayo de 1947 las características de
las celebraciones variaron drásticamente. El programa de festejos comenzaba con
un discurso del Secretario general de la C.G.T., otro de la primera dama, Eva
Duarte de Perón, y finalmente los actos culminaban con un discurso del
Presidente de la República. Como corolario, se presentaban variados números
artísticos en los que intervenían figuras populares y vinculadas directamente
con el peronismo como Hugo del Carril, Antonio Tormo y los Ábalos.
El “Día de los Trabajadores” fue convertido,
indiscutiblemente, en una celebración del Peronismo. Empero, el 1° de Mayo de
1955, tendría una connotación especial a partir de las palabras del Secretario
general de la C.G.T., Eduardo Vuletich, quien arengó a los convocados en la
Plaza y se manifestó duramente contra la Iglesia Católica, afirmando la
necesidad de separarla del Estado e inclusive eliminar la educación religiosa.
Como si aquello hubiese sido poco, el mismo Perón sentenció: “Si el pueblo decide que han de irse, se
irán”.
Tras la irrupción en el poder de la autoproclamada “Revolución
Libertadora” y el consecuente derrocamiento del general Perón, los
opositores recobraron el derecho de hacer “propio” el “Día del Trabajador”. En
1956 el Partido Socialista realizó una gran manifestación concentrándose en la
destruida Casa Rosada (la cual había sido bombardeada para intentar asesinar al
presidente Perón) y llegó hasta el monumento en homenaje a Sáenz Peña.
Ocho años después, durante el mandato del presidente
electo Arturo Illia, los actos se desarrollaron sin mayores
incidentes. En la oportunidad, la C.G.T. se limitó a depositar una ofrenda
floral a los pies del monumento del general José de San Martín. Al año
siguiente, los actos se llevaron a cabo en la Plaza Once. Tras el discurso de
José Alonso, secretario general, se produjo un gran desorden y fue “echado” del
palco por peronistas que se hallaban en total desacuerdo con su conducción. Lo
que debía ser una fiesta terminó en un cruce de amenazas de todo tipo.
La nefasta “Revolución argentina”, encabezada
por el general Juan Carlos Onganía prohibió la conmemoración del 1° de Mayo
con actos públicos.
El 1° de mayo de 1974, durante su tercera presidencia,
otro Perón, ya no aquel de 1955 sabedor de su inminente caída, sino un Perón consciente
de su muerte cercana, pronunció otra dura declaración. Fue contra Montoneros,
que le disputaban en vida la herencia de su movimiento. Desencajado por los
insultos que le llegaban desde la Plaza de Mayo, dirigidos a su mujer, María
Estela Martínez, Perón lanzó dos mensajes dirigidos a sus otrora
“formaciones especiales”: “No me
equivoqué (...) en la calidad de la organización sindical, que se mantuvo a
través de 20 años, pese a estos estúpidos que gritan(…). Hoy resulta que
algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon 20 años.”.
Cuando escuchó esas palabras, el coronel Jorge Sosa Molina, jefe del Regimiento
de Granaderos, ordenó cerrar las puertas de la Casa de Gobierno y emplazar
ametralladoras detrás de la entrada de Balcarce. Temió una embestida que se
produjo, pero para el otro lado: Montoneros y la JP abandonaron la Plaza de
Mayo.
Sin Perón y con una endeble “Isabelita”, el
destructivo “Proceso de Reorganización Nacional” no hizo más que abrir una
enorme brecha en la sociedad argentina y, no sólo se enfrentó a todo lo
“subversivo” sino que hasta destrozó todo aquello que tuviese siquiera
“apariencia” de peronismo. Y de nuevo, otro 1° de Mayo, el viento de la
historia sopló para otro lado.
Con el retorno de la
democracia de la mano de Raúl Alfonsín, el 1° de Mayo volvió
a constituirse en una “excusa” para poner sobre el tapete las complejas
relaciones laborales que muchas veces desgranaban a la Argentina en conflictos
tan profundos y extensos que atravesaron por completo el siglo XX. Sin embargo,
los reclamos comenzaron a hacerse por la senda de la paz en busca del
entendimiento, dejando de lado la violencia…
Manifestación (Antonio Berni)
No hay comentarios:
Publicar un comentario