El Apóstol de Azul y el cine
El “Libro de Fundadores y Bienhechores…” del Buen Pastor, inicia
su período 1958 - 1959, con una frase contundente: “‘Gratias Deo super inenarrabili dono ejus’ repetimos nosotras también, a la vista de
tantos beneficios recibidos de la Providencia de nuestro buen Padre de los
Cielos por medio de nuestros insignes bienhechores.”. Sin dudas, aquella
frase en latín (“Gracias a Dios por su don indescriptible”), fue profundamente
sentida por las religiosas de la Congregación, pues a pesar de todas las
dificultades, la comunidad azuleña jamás dejó de favorecerlas con todo tipo de
colaboraciones. Por aquellos tiempos, se sumó a la cotidianeidad del Asilo un
hombre de virtudes muy bien conocidas por los azuleños. Multifacético y de alma
caritativa, Pedro Antonio Labattaglia, comenzó a asistir a la institución
para compartir una de sus grandes pasiones: “En
la lista de nuestros bienhechores merece un lugar especial el señor Pedro
Labattaglia quien semanalmente obsequia a nuestras niñas con una función
cinematográfica completamente gratuita. Sabemos que los gastos de películas son
fruto de sacrificios, ya que él es padre de una numerosa familia. Solo su
modestia iguala su generosidad: nunca admite agradecimiento alegando que Dios
solo es el Dador de este beneficio semanal. La nobleza de esta alma de apóstol
es para nosotras motivo de profunda admiración y estímulo en nuestra alma de
apostolado.”.
Año tras año, las palabras de elogio hacia el querido vecino se
multiplicaban: “El señor Labattaglia vino
muy a menudo a instruir y recrear a nuestras niñas con funciones
cinematográficas. Admiramos en él su profundo espíritu de fe que lo anima de
una incomparable confianza en la Divina Providencia y su celo por la causa
divina. Que Dios se digne recompensar con creces su caridad para con nuestras
niñas a quienes favorece gratuitamente.”.
Como era costumbre de este apasionado por el cine, que deambulaba por la ciudad con su proyector y que en cualquier barrio, sobre una pared blanca en buenas condiciones, se detenía a proyectar sus películas para deleite de los niños, también convidaba a sus espectadores con algunas masitas o tortas que cocinaba su adorada esposa, América.
Por Azul…
Pedro Antonio Labattaglia nació el 8 de diciembre de 1909. El reconocido periodista Juan
Miguel Oyhanarte lo entrevistó para un artículo que se publicó el 16 de
diciembre de 1989 en “El Tiempo” con motivo de la
celebración de los 80 años de Pedro. Entre otros conceptos la nota rescata: “(…) no es necesario que le entregue el alma
al Supremo Hacedor para cantarle alabanzas a este hombre excepcional. Primero,
porque siendo un creyente sin concesiones puso desde niño su alma y su destino
en manos del Padre Eterno. Y segundo, porque este artesano silencioso e
infatigable ha hecho tantas, pero tantas cosas buenas, que el periodista no
necesita ingenio para elaborar una nota. Por el contrario, solo precisa un poco
de ‘mezquindad’ para ir sintetizando algunos pasajes –los más relevantes o
llamativos, que seguramente para su natural humanidad no lo son- de la
fecundísima trayectoria de este ser ‘fuera de serie’. (…).
Alcanzó el hito de
los ochenta años con una salud ‘de hierro’, que le ha permitido trabajar ‘sin
mirar el reloj’ desde los nueve años hasta ahora. (…).
Su esposa, compañera
de toda la vida y hasta la eternidad, es doña América Soler. Sus hijos –todos
casados- José María, Miguel Ángel, María Angélica, Inés Cecilia, Pedro Antonio,
Graciela Carmen, María Matilde y Beatriz Emilia. (…).
‘Mi sueño más grande
fue tener un pequeño taller para resolver cualquier problema. Dios me ayudó y
tengo lo que yo quiero’. Y la fe religiosas guiando todos sus actos: ‘Siempre
me encomiendo a Dios y a la Virgen antes de empezar un trabajo. Nuestras manos
son instrumento de Dios. Todas las mañanas rezo’.
La experiencia
personal le ha permitido comprobar que ‘no se puede ser un buen operario si no
se tiene estudio, aunque sea precario. No se puede hacer nada sin estudiar’.
Empezó a trabajar
cuando tenía solo nueve años, con el ingeniero mecánico Héctor Fontanén –tío
suyo, que había venido de Tres Arroyos- y a quien don Pedro recuerda como ‘un
bocho’, autor de varios inventos revolucionarios para el época –año 1924- como
una máquina agujereadora de varillas de alambrado, que él ideó y fabricó (…).
Llevado por el afán
de ampliar sus conocimientos en la materia, concurrió a la Escuela de
Soldadura, en Buenos Aires, donde hizo el curso acelerado. Recién entraban al
país elementos para la práctica de esa especialidad y era preciso conocer
aspectos referidos a la aleación, resistencia de los metales, etcétera. Esta
especie de obsesión por aprender todos los días algo más, le permitió ganar el
respeto y el prestigio que lo respaldan desde hace muchos años. (…)
El anecdotario de
don Pedro es tan extenso como jugosísimo. En la doble función de soldador y
tornero ha establecido dos ‘records’ –entre otros- que no lograron envanecerlo
pero si lo hicieron muy feliz. Uno data de mediados de la década de 1960,
cuando debió aterrizar en Azul, por rotura de una pieza, el avión bimotor en el
cual viajaba hacia el Sur el secretario del ministro de Guerra. Había que
soldar y el mecánico del avión era pesimista por suponer que aquí no había un
producto insustituible para garantizar la delicada soldadura. ‘Teóricamente el
trabajo había que hacerlo en Buenos Aires. Ese producto era el alumite y don
Pedro lo tenía! Lo había comprado junto con otros materiales también importados
–todos caros- que le habían costado muchos pesos. La soldadura se hizo (ante el
asombro del mecánico del avión) y el viaje pudo continuar. Días después
Labattaglia recibía una carta del Ministerio de Guerra, agradeciéndosele ese
imprevisto y accidental auxilio. (…).
Recordando
entre sus diversos ‘inventos’ hace mención a una ‘cunita eléctrica’ que se
balanceaba mediante un motorcito y que era accionada con una perilla desde la
cocina. El inolvidable médico Dr. Luis Molina Segura la vio, lo impactó… y tuvo
que fabricarle una, quizá para regalar.
(…)
evoca con más entusiasmo y satisfacción algo que hizo en un pasado ‘fresquito’:
año 1987. Y se trata de un trabajo de alta precisión: una aguja de uso médico
cuya fabricación le fue pedida y orientada por los doctores Jorge Luis Zandoná
y Horacio Boló. Especialmente con la ayuda de este último, debió ‘arreglarse’
mirando la figura del catálogo. Esta aguja, que se utiliza para la extracción
de pequeñísimos fragmentos óseos y de médula, es de material inoxidable. Si no
se fabricaba aquí había que importarla y su costo era, por entonces, de unos
240 dólares. Hizo varios experimentos. La mente y las manos –instrumentos de
Dios, reitera- triunfaron y luego pudo fabricar varias agujas de ese tipo, sin
cargo, para los destinatarios: el Hospital Municipal Dr. Ángel Pintos, Dr. René
Favaloro, Academia Nacional de Medicina y una clínica de la Capital Federal.
A
raíz de este trabajo, recibió una honrosa invitación de la Academia Nacional de
Medicina para hacerse presente en la sede de esa institución.”
El hombre de las películas
Bajo el subtítulo “EL HOMBRE DE LAS PELICULAS”, Oyhanarte destacaba: “Es muy conocida por la comunidad la actividad de don Pedro –durante muchísimos años- en la misión (pues para él era eso: una misión, profundamente humana y cristiana), de proyectar películas con fines benéficos, percibiendo solamente alguna pequeña suma para sufragar gastos de cierta importancia. La tarea de operador de cine es otra de sus pasiones. Y en esto lleva también unas cuantas décadas, desde la época del cine mudo. Tenía diez años cuando ayudaba a pasar ‘las cintas’ en el ‘biógrafo’ del primitivo Cine-Bar Torras, antes del incendio que destruyó el edificio reemplazado por el que, luego reformado, hoy ocupan el Banco de Galicia y la Perfumería Loren’s. Hacia fines de la década de 1920, siendo ya Labattaglia un joven de ‘papeleta’ (libreta de enrolamiento) tiene la oportunidad de estar presente en una función privada que se efectuó en el Teatro Español para presentar el sistema phono-film, llegado al país en el año 1927, que consistía en acoplarle a la película el sonido mediante un gran disco de pasta. El operador del Teatro era un señor de apellido Caputi.”.
Pedro Antonio Labattaglia falleció, a los 90 años de edad, el 28 de septiembre de 2000. Fue velado en la Capilla de Lourdes y sepultado en el Cementerio Central.
Pedro Antonio Labattaglia fue un fanático del cine, siempre dispuesto
a colaborar con la comunidad, siendo llamado por las Hermanas del Buen Pastor
como “El Apóstol”.