domingo, 24 de mayo de 2020

María Aléx, poesía hecha mujer

María Aléx, poesía hecha mujer



Por Eduardo Agüero Mielhuerry


María Alejandra Urrutia Artieda nació el 27 de febrero de 1903, en el paraje “La Protegida”, en el Partido de Azul. Sus padres fueron Martín Urrutia (nacido en Bilbao, España, en 1864) y Emilia Artieda (nacida en Buenos Aires en 1877, hija de Manuel y María Apestegui, español y francesa respectivamente). Tuvo diez hermanos: Martín Sixto (murió a los 20 años, cuando estudiaba Derecho), Sara Alida, Raquel Mercedes (Sole), Beatriz (Bea), Ermelina (Gelo), Carlota Elida (Tita), Arturo Héctor,Mario,Helva Stella (Chuqui) y Emilio.
“Janny” -como era cariñosamente apodada María Alejandra en su círculo íntimo-, vivió su infancia en la zona rural, en torno al almacén familiar “La Protegida”, donde supo asimilar con amor y fervor las historias de malones y milicos, de gauchos y naturaleza que años después marcarían su obra literaria.
Con el gran esfuerzo que implicaba viajar desde la zona rural hasta la ciudad -hospedándose muchas veces lejos de su familia-, cursó los estudios primarios en la Escuela N° 2, ubicada en la calle Burgos entre Alsina (actual H. Yrigoyen) y Belgrano-donde actualmente se halla la Plazoleta Coronel Pedro Burgos-, establecimiento conocido por entonces como “Escuela ‘de Islas’”, pues allí se desempeñaban cuatro maestras de este apellido.
Realizó los estudios secundarios en el Colegio Nacional, en el que fuera el edificio primigenio de la institución -propiedad de la familia Zapata-, en la calle Burgos entre Córdoba y Tucumán (entre las actuales Int. Dr. Malére y Dr. Bogliano, respectivamente). Por entonces el establecimiento estaba bajo la conducción del profesor Víctor M. Herrera y resultó uno de los maestros dilectos de María Alejandra el profesor Reynaldo Marín.


Volver a nacer


En algún cuadernillo o en alguna hoja suelta, en algún incierto momento, en tinta presurosa o absolutamente calma, nació un primer poema, un verso arrancado a la mismísima inspiración. Un día, Janny se convirtió definitivamente en María Aléx.
Una vez concluido el secundario, María Aléx viajó a La Plata -donde vivía parte de su familia materna, quienes la hospedaron cálidamente-, para iniciar sus estudios en el Profesorado de Letras de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Allí fue una alumna brillante, educada por destacados docentes como Carmelo Bonet, Arturo Marasso, Rafael Alberto Arrieta, Arturo Capdevila, entre otros destacados catedráticos.
En aquellos años de incesante aprendizaje y de afanes juveniles, María Aléx comenzó a cosechar elogios a través de sus primeras colaboraciones en el diario “La Razón” y las revistas “Mundo Argentino” y “El Hogar” de alcance nacional.
En la década del ’30, cuando culminó su carrera, retornó a nuestra ciudad para abocarse apasionadamente a la docencia en el Colegio Nacional “Esteban Echeverría” y en la Escuela Normal “Bernardino Rivadavia”.
En los primeros años de vida del diario “El Tiempo” -nacido el 9 de julio de 1933-, María Aléx comenzó a colaborar con frecuencia dejando preciosos fragmentos de su talento entre sus páginas, involucrándose asimismo con las diversas actividades culturales de la ciudad. Entre 1938 y 1939 dirigió el suplemento literario del Diario, trabando amistad con su director, el doctor Carlos A. Ronchetti.
Para entonces, ya compartía una intensa amistad con otro paladín de la cultura local, el doctor Bartolomé José Ronco, quien en su dilatada trayectoria gestó diversos proyectos culturales para los cuales contó con la participación de la afamada poetisa.De hecho, María Aléx formó parte del cuerpo de docentes de la Universidad Popular “José Hernández” -emplazada en el edificio que actualmente ocupa la Facultad de Derecho en la calle Bolívar entre Burgos y De Paula-, fundada por el filántropo coleccionista cervantista y hernandiano, en la cual dictó gratuitamente y durante cuarenta y cinco años clases de Castellano, Ortografía, Redacción y Selección de Textos.
María Aléx fue una mujer de fuerte carácter, pero por demás cordial, que dejó para esta tierra decenas de palabras emanadas del corazón ardiente de quien su nombre fue poesía en sí mismo. 
Integró el grupo fundador de la Agrupación Artística Maná y fue, durante muchos años, miembro de la Comisión Directiva de la Biblioteca Popular de Azul (hoy “Bartolomé J. Ronco”).


Pasiones de una mujer


Con su mirada tierna y una pluma vehemente, María Aléx canalizó en letras como nadie el amor, el amor por Azul, por su gente, por su historia y sus desventuras. Su primer libro de poesías “Música Interior” (1938), fue solicitado por la Biblioteca Pública de Nueva York por su calidad literaria para ser incorporado a su patrimonio bibliográfico. Figura además con mención de honor para la creación poética femenina en la Exposición permanente bibliográfica de Cuba. Y se lo incluyó también en una antología poética de Alemania.
Dos años después publicó “Brujerías” (Poemario de la Andanza).
En 1946 editó “Poemas” y un ensayo sobre Antonio Machado, el cual fue impreso para la serie “Cuadernos de Azul” de la Biblioteca Popular.
El 30 de abril de 1947, su estimado amigo Bartolomé José Ronco, publicó en el diario “El Tiempo” un artículo titulado “Un gran acontecimiento”, en el cual anoticiaba a la comunidad de que el eminente escritor inglés sir EugenMillington Drake, que había estado dos años antes en Azul, había concluido su programa de Poesías de las Provincias Argentinas y que habiendo conocido los dos poemas de María Aléx titulados “Dar” y “Pequeña cosa”, los había recitado en varias oportunidades en Londres y París (en el Departamento Hispánico de la Sorbona).
En mayo de 1948, en el Cine Teatro San Martín, se le rindió un cálido homenaje al doctor Ronco, quien también demostró con su trayectoria el profundo amor que sentía por Azul. En la oportunidad, María Aléx pronunció palabras de su autoría, las cuales quiso el destino que se mantuvieran preservadas en un pergamino que no tuvo ninguna difusión más que en aquella ocasión:

Mensaje cordial para el Dr. Bartolomé J. Ronco:Y dijo el corazón: “Él es mi amigo./ Yo lo siento y lo quiero. Está conmigo/ como el astro y la rosa. Yo lo quiero/ porque sabe del lírico sendero/ del Ensueño y el Bien y la Belleza,/ donde todo es verdad, todo pureza,/ en el íntegro afán y en el desvelo/ de cambiar esta tierra en claro cielo…/ Yo lo siento en mi vida, en mi latido,/ en mi hondo anhelar estremecido,/ y lo sé entre los sueños de mi andanza/ con la luz de la fe y la esperanza…/ Yo lo siento y lo quiero. Está conmigo/ como el astro y la flor, y lo bendigo por la gracia celeste y la ventura/ que dejara en mi senda su dulzura"./ Y calló el corazón. Pero al instante,/ sobre el pecho dolido y palpitante,/ en dulcísima ofrenda silenciosa/ asomó, toda trémula, una rosa…/ Una rosa pequeña y encendida:/ mi profunda ternura agradecida.


Las calles de María Aléx


Mediante el Decreto-Ordenanza del 12 de noviembre de 1956, firmado por el comisionado Guillermo Rodolfo Sarmiento, se le impusieron nombres a quince nuevas calles de la ciudad. La disposición fue promulgada el 27 de diciembre del mismo año a través del Decreto N° 23.777/56 de la Intervención Nacional y recién se hicieron efectivas las imposiciones el 3 de enero de 1957.
Las denominaciones fueron propuestas por la “Comisión Municipal de Investigaciones Históricas del Partido de Azul”, a cuyo frente se hallaba el historiador azuleño Vicente Porro, acompañado fervientemente por María Aléx.
Sin lugar a dudas, ella fue quien propuso buena parte de los nombres que finalmente se impusieron, dada su acentuada pasión por la historia lugareña. Las nuevas denominaciones elegidas fueron: De las Postas, De los Fortines, De las Carretas, Misia Magdalena Barranco, Comisario Luis Aldaz, Fuerte Federación, Francisco Mesura, Darhanpé, Martín Abeberry, Miguel Ituarte, De los Agrarios, San Serapio Mártir, San Carlos, De las Cautivas y General Manuel Escalada. Para postular cada uno de estos nombres, se escribió un fundamento –presentado en el decreto- en el que se evidencia la pluma de la poetisa, quien tampoco dudó en plasmar en sus libros poemas dedicados a dichas arterias, bajo los títulos “Calle Sargenta Barranco”, “Calle de las Carretas” y “Calle de las Cautivas” entre otros.


Apasionada por la cultura…


Fue una integrante fundamental de la Comisión Municipal de Cultura integrada por destacadas instituciones azuleñas como la Agrupación Artística Maná, Centro de Instrucción Cívica “Mariano Moreno”, Biblioteca Popular “Bartolomé J. Ronco”, Centro Cultural Horizontes, Universidad Popular “José Hernández”, Centro Cultural Cervantes, Centro del Magisterio “Domingo F. Sarmiento”, Centro Universitario Azuleño y Foto Club Azul.
En 1958 nació su tercer libro, “Cantos”, compuesto de treinta y tres poemas donde reaparecieron en tonos cada vez más depurados sus sueños, dejando improntas serenas y traslúcidas, de alto vuelo lírico, derivadas de las sugestiones de su solar nativo. Esta obra fue ilustrada por su estimado amigo Santo Glorioso.
El Centro Numismático “Bartolomé Mitre”, prestigioso órgano cultural de Azul le dedicó en 1963 su “Primer Cuaderno Azuleño”, donde ella volvió a retomar la exaltación lírica de su terruño publicando ocho poemas bajo el título“Cantos de la Patria Chica”, todos de particular belleza.
Su antología poética, llamada “Ayer iluminado”, se conoció en 1968; también apareció de su autoría una semblanza de Francisco López Merino.
El último libro de María Aléx fue “Mujeres de aquella Pampa”, dedicado a las primeras valientes y abnegadas pobladoras de esta zona, madres o esposas que resignaron la calma para acompañar a sus hombres en las luchas de las fronteras.
De sus diversas colaboraciones en diario local sobresalen sus “Apuntes Histórico-Líricos de Azul”, publicados en 1968, en los cuales abordó poéticamente una vez más temas fundacionales de nuestros pagos.
Tras haberse jubilado como docente, lamentablemente su cuerpo le falló, quedando postrada en una silla de ruedas. Pero su voluntad fue inquebrantable y su mente lúcida siguió destellando magnificencias.
En 1971 recibió el Premio Almafuerte, otorgado por la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires, siendo la primera mujer en recibir dicho reconocimiento.
El mismo año, la Subsecretaría de Cultura de la Provincia le dedicó el número 15 de sus Cuadernos del Instituto de Literatura, titulado “Urrutia Artieda y Azul”.


Esa figura rutilante…


Por Decreto del Poder Ejecutivo de Buenos Aires, el 13 de septiembre de 1974 se la consagró “Hija Benemérita de la Provincia”. El primer artículo de la trascendente disposición rezaba: “…en mérito a su categoría intelectual, tareas de bien público y de unión entre los pueblos de la provincia…”.
El acontecimiento motivó el viaje a nuestra ciudad del entonces ministro de Educación, Dr. Tomás Diego Bernard, quien en la sede del Colegio de Escribanos –colmada de público-, el sábado 16 de noviembre, le hizo entrega de una medalla de oro y un diploma.En el tramo final de su discurso el Ministro expresó: “… Esta noche yo quería decirles, en nombre del gobierno de Buenos Aires, que si María Aléx recibe la más alta distinción, distinción singular que creo no se ha otorgado a ningún otro poeta hasta hoy, de ser declarada hija benemérita de la provincia, lo es por sus méritos propios; lo es por la alta dignidad del magisterio que ha ejercido en la docencia, en el periodismo, en el libro. Pero más que todo en la escuela de la vida. Esa figura rutilante que pasó por todos los ambientes con modestia pero que dejó indeleble en todas partes el sello de una auténtica personalidad. Una mujer que sembró el bien y recoge ahora el bien que le debemos.
Por eso, María Aléx, yo también prescindo de todo protocolo. Quizá esté al margen de lo que debía ser la misión ministerial. Pero aquí en Azul, donde todos te conocen y te honran, sería vana presunción mía querer exaltar un acto del Poder Ejecutivo más allá de la letra que ha grabado tu fuego en tu corazón. Esto es tuyo porque lo has ganado, pero por sobre todo, es tuyo nuestro cariño y nuestro reconocimiento, porque mujeres como esta mujer son las que necesitamos para el futuro de la Patria.”.


Las últimas letras…


En 1975 la Biblioteca Popular de Azul la designó Socia Honoraria, y laEscuela Provincial N°2 la hizo, simbólicamente, depositaria de su llave.Al año siguiente, la Intendencia Municipal declaró a su obra “La Patria Chica” como Poemario Oficial de Azul.
Al cumplirse en 1978 el cuadragésimo aniversario de la publicación de su primer libro, “Música Interior”, el diario “El Tiempo” y la comunidad azuleña le rindieron un sincero homenaje al descubrir una placa en el frente de su hogar. Ese mismo año apareció “Las Raíces”, cuya edición estuvo a cargo del Museo Etnográfico y Archivo Histórico “Enrique Squirru”, institución para la cual se destinó lo recaudado con su venta.
María Alejandra Urrutia Artieda falleció a las 13:15 del día15 de octubre de 1982. Sus restos fueron inhumados en el Cementerio Único.
A los pies de un ciprés, prácticamente en la entrada de la necrópolis, descansa la inquieta mujer de fuerte carácter y delicadas caricias. Sin embargo, María Aléx no murió… Ella aún vive en sus letras, en sus sabias y melodiosas palabras, en las páginas de sus libros, en las alas de sus versos. Tal como proclama en su epitafio (escrito en 1971): 

Caminante: Aquí dice María Aléx;
mas no creas que yazgo en esta fosa;
pues apenas llegada, presurosa,
me trepé por la savia silenciosa
hasta el gajo más alto del ciprés.
Y allí estoy, caminante, allá en la altura
como ayer en la tierra y en el anhelo:
rodeada de pájaros y cielo,
encendida de canto y de dulzura.





INFORMACIÓN EXTRA:

“La Protegida”


Martín Urrutia y Emilia Artieda se conocieron en la ciudad de La Plata, en la última década del siglo XIX.
Hacia 1896, la familia Urrutia decidió probar suerte en el interior de la provincia de Buenos Aires y así fue como se instaló en la ciudad de Olavarría. En cambio la joven pareja decidió instalarse en Hinojo -Partido de Olavarría-, donde abrieron un almacén.
Allí, trabajando arduamente, los jóvenes consolidaron una pequeña fortuna que les permitió comenzar a armar planes de progreso. Y también comenzaron a acrecentar la familia, pues el 1 de septiembre de 1899 nació el primogénito, Martín Sixto. Sus padrinos fueron su tío Agustín Urrutia (español, domiciliado en Olavarría, de 24 años de edad) y su abuela María Apestegui de Artieda (nacida en Francia, domiciliada en La Plata, de 52 años de edad).
Poco tiempo más estuvieron por aquellos lares. El destino les tenía reservado un lugar en Azul, cerca de las estancias “La Narcisa” y “La Ysidora”, donde compraron una pequeña fracción de campo y levantaron una casa grande que se llenó de hijos y en la que instalaron un almacén de ramos generales.
El almacén era un lugar pintoresco, destacado y concurrido. Los caballos retozaban a la sombra del montecillo que al verse desde lejos anunciaba la importante presencia de “La Protegida”.
Apenas cruzaban el umbral, los clientes eran recibidos por un aroma penetrante, mezcla del de las especias, del café en grano, el cuero de los aperos, los quesos apilados en el mostrador y los chacinados, con el olor añejo proveniente del despacho de bebidas contiguo donde predominaba el humo del tabaco negro que consumían los parroquianos en cigarrillos armados a mano.
En el salón principal, con piso de ladrillos, se hallaba el almacén propiamente dicho. Entre otros rubros, tenía zapatería, tienda y mercería. Sobre la pared del fondo, en una estantería, se podía encontrar desde la mecha para un farol hasta los cordones para zapatos, pasando por el hilo para coser ropa o bien el de atar chorizos, cuchillos, bombillas, mates y una cantidad interminable de artículos de uso diario. En la parte inferior de aquella monumental estantería, en cajones con tapas deslizantes, se hallaba el azúcar en terrones y fideos varios, que se expendían en paquetes armados con papel de estraza; la yerba, en cambio, se vendía en bolsas de arpillera.
En un extremo del mostrador reinaba una balanza de platos; en el otro, varios quesos protegidos por una especie de campana de vidrio y la fiambrera.
Tenían un acopio de frutos del país y también vendían productos importados de España, como vinos y conservas enviadas por un amigo de la familia.
Un rincón del salón lo ocupaban los aperos y herramientas: pecheras, cinchas, pretales, serruchos, martillos, morsas, leznas y todo lo necesario para las tareas rurales. Sobre un mostrador mucho más decoroso se apilaban bombachas, camperas, camisas, cinturones, boinas, fajas y alpargatas de yute.
Había también espacio para las barricas de vino y las que contenían las tripas conservadas en sal que se utilizaban en las carneadas. El despacho de bebidas era fundamental para muchos viajeros o lugareños; bebidas servidas en vasos de vidrio grueso y sobre un mostrador con cubierta de estaño. Básicamente funcionaba como un club rural, un lugar donde se iba por necesidad y por gusto, un local donde los hombres se demoraban comentando las novedades, tomando una copa…
Algunos días fijos de la semana hacía parada la galera “San Julián”, que iba y venía entre la ciudad de Azul y la estancia “El Sol Argentino” situada en el Partido de Benito Juárez, perteneciente a Mariano Roldán (fundador, justamente, del pueblo de Benito Juárez y propietario primigenio de la que hoy conocemos como “Casa Ronco” en Azul).
Asimismo, Urrutia había conseguido que su almacén brindara los servicios de estafeta de correos y allí se dejaba o se recibía la correspondencia de la vecindad, que se despachaba por Hinojo.
En la trastienda funcionaba el “escritorio”, donde se controlaban las libretas que saldaban los chacareros no más de una o dos veces al año, cuando levantaban sus cosechas.
A un costado del edificio principal, en un gran galpón de chapa, se acumulaban materiales de construcción, maderas, postes y varillas para alambrados, rollos de alambre liso y de púas, torniquetes y una variedad sin fin de insumos para la actividad rural, hasta molinos “Hércules”.
A pesar de todo el esfuerzo que demandaba la atención del almacén, Martín le dedicaba varias horas a la lectura y hacía circular sus libros y diarios entre la clientela aficionada a su misma costumbre. Así llegaban quienes buscaban o devolvían “La Prensa”, o quienes pedían prestada la revista “Caras y Caretas” o entregaban un cuadernillo de las “Novelas Españolas” para tener derecho a llevar otro capítulo. Además, con diversas inquietudes que excedían lo meramente literario y pasaban al campo de la filantropía, Martín Urrutia se incorporó a la logia masónica “Obreros del Sud” N° 94, de la vecina ciudad de Olavarría.
Como si todo fuese poco, cada quince días se montaba un improvisado consultorio médico, en el que atendía el reconocido doctor Ángel Pintos, quien viajaba desde Azul recorriendo las más de diez leguas que separaban la ciudad de “La Protegida” para atender la clientela lugareña. También, con la misma frecuencia, pero los domingos, iba un peluquero que cortaba el cabello a los vecinos, principalmente la peonada y sus familias.
Indudablemente, “La Protegida” era un verdadero punto de encuentro y un eje fundamental de desarrollo en la zona. Sin embargo, cuando rondaba los 60 años de edad, tal vez agobiado por tanta labor, Martín Urrutia decidió vender el almacén. Así, alrededor del año ’20, buscando nuevos horizontes se trasladó definitivamente a la ciudad de Azul, instalándose en la casa de la calle Buenos Aires N° 474 (actual Intendente Prof. De Paula), entre Avenida Mitre y Entre Ríos (actual Dr. Alfredo Prat).


De ardores y de afanes


En el hall del Palacio Municipal, desde diciembre de 1971, una placa preserva las más bellas palabras dedicadas por la poetisa a su tierra natal bajo el título “Nombre total”.


Qué otro nombre mejor para tu empeño
y el amor que madura tu esperanza
que este nombre que es signo de alabanza
porque nombra, nombrándote, tu sueño?

Qué otro nombre mejor a tu pujanza
y el ardor y el afán de que eres dueño,
que este nombre cabal que, si pequeño,
todo un mundo inefable se le alcanza?

Qué otro nombre mejor a tu desvelo
y a tu fiebre de luz y anhelo de vuelo
que este nombre total de fe y altura?

Qué otro nombre mejor para nombrarte
que este Azul que te nombra y te imparte
un seguro destino de ventura?


Una estrella y dos alas


En 1977, en el 45° Aniversario de “Maná”, María Aléx le dedicó unas sentidas palabras al entonces desaparecido Alberto López Claro: “Don Alberto: Hoy son cuarenta y cinco los años de Maná en esta andanza de sembrar generosa la Belleza con todos los primores de su magia, bajo un signo cabal y luminoso; una estrella y dos alas.
Cuarenta y cinco ya!... Cómo se ha ido el tiempo con sus bríos y mudanzas!... Si parece fue ayer… ayer no más… Recuerda don Alberto, esa mañana de aquel domingo veintitrés de octubre en el Colegio Nacional?... Estaban con usted y conmigo, don Reynaldo G. Martín, el rector de esa casa; don Julio García Hugoni, su segundo, venido a nuestro Azul de Bahía Blanca, y don David Cordeviola; los tres mentores entusiastas.
A todos nos movía en esa hora idéntica inquietud esperanzada: fundar una entidad de arte que fuera latido espiritual de esta comarca, por su siembre tenaz y generosa de colores, sonidos y palabras. A todos nos urgía ese anhelo sentido con pasión hasta la entraña, y creamos entonces, jubilosos, la agrupación artística soñada: esta que andando siempre su camino con fervor y verdad en gozo y dádiva, hoy celebra el milagro de su siembra que es milagro de gracia.
¿Recuerda don Alberto?... Fue usted mismo quien en tan empeñosa circunstancia, propusiera este bíblico bisílabo contenido de fe, para nombrarla; este nombre, Maná, que es desde entonces señal de esperanza.
Don Alberto: Hoy son cuarenta y cinco los años de Maná en su labranza y por ello esta hora es su hora de himnos y campanas. Pero ocurre también que en esta fecha, un tiempo transcurrido nos señala el vigésimo quinto aniversario de su muerte, sentida, inesperada; su muerte, don Alberto; ese paso de su vida de asombros y pujanza, encendida de luz y de fervores, a la noche inviolada.
Por eso en esta hora evocativa y en el alto precioso de su andanza, Maná dice su nombre, don Alberto; su nombre enaltecido, que la alcanza como estímulo y guía sostenedores de su siembra perseverada, bajo un signo celeste y venturoso nacido de la esencia de su alma: este signo inefable que es su gloria: una estrella y dos alas.”.


El legado


Raquel Mercedes Urrutia Artieda, conocida como Sole-la última sobreviviente de los hermanos-, falleció el 16 de julio de 2003, seis días después de haber cumplido 90 años de edad. A través de su testamento ológrafo legó en partes iguales su propiedad de la calle Gral. Uriburu 474(actual Intendente Prof. De Paula) al Hospital Municipal “Dr. Ángel Pintos” y al Hospital Materno Infantil “Argentina Diego”.
Dentro de la Ordenanza N° 2.319 del 25 de abril de 2005, por la cual se aceptaba la donación, el Concejo Deliberante dejó expresada su “…inquietud de crear en la mismauna ‘Casa de la Cultura’ y conservar el valor histórico de cuanto forma parte de ella, al propio tiempo de recoger un anhelo que cuenta con vasto respaldo, que sobreviene como un imperativo de preservar la identidad cultural de la comunidad…”.

Sin embargo, la propiedad fue vendida y actualmente funciona allí el Juzgado Federal N° 2 de Azul.




María Aléx Urrutia Artieda fue una destacada y querida docente que supo trascender las fronteras del tiempo y el espacio a través de sus versos apasionados cargados de vívidas historias.

El destacado general Francisco Leyría

El destacado general Francisco Leyría

           
           
Por Eduardo Agüero Mielhuerry


Francisco Leyría nació el 4 de octubre de 1845 en la ciudad de Córdoba. Fue hijo de Juan Francisco Leyría y Cayetana Camelo.
En 1861 ingresó como soldado al Batallón N° 3 de Infantería de Línea con asiento en el Fortín (hoy Río Cuarto), y fue enviado a luchar contra los caudillos Ángel Vicente Peñaloza, Francisco Saá, Juan de Dios Videla y Francisco Clavero. El 4 de marzo de 1862 fue promovido a subteniente y destinado por primera vez a Azul a la frontera con el indio.
En 1865, iniciada la Guerra del Paraguay, fue trasladado a la provincia de Corrientes con el grado de Teniente 1°. Participó de la reconquista de la ciudad de Corrientes combatiendo luego en Yatay, Uruguayana, Pasaje de Paso de la Patria, Itapirú, Estero Bellaco, Tuyutí y Yataytí Corá, en el cual fue herido de bala por lo que fue enviado a Buenos Aires para su recuperación.
Dos meses después volvió al frente e intervino en el pasaje del campamento de Tuyutí a Tuyú-Cue en 1867, en Paso Pacú y en el segundo combate de Tuyutí en el mismo año. En 1868 fue promovido a sargento mayor graduado. Pasó luego al frente del Chaco participando en varios combates, entre ellos Humaitá, La Laguna y La Península.
En marzo de 1870 bajo las órdenes del general Ignacio Rivas marchó a combatir la rebelión de los partidarios de López Jordán en la provincia de Entre Ríos. Intervino en El Tala y participó de la victoria de Santa Rosa, siendo portador del parte a Buenos Aires. De regreso al frente marchó contra Gualeguaychú amenazada nuevamente por los revolucionarios consiguiendo derrotarlos.
Con esmero, propició los medios para lograr la instalación del Batallón 2 de Ingenieros en Azul.
Comandó una columna en la batalla de San Carlos, la retaguardia, compuesta mayormente por “indios amigos”, entre ellos varias lanzas de Catriel. Allí fue vencido Calfucurá, el más bravo de los guerreros indígenas. Leyría fue recomendado por Rivas en el parte de guerra de ese combate. Ello le mereció una distinción: fue nombrado jefe del Regimiento 9 de Caballería de Línea, asentado en la frontera. Luego, participó en la marcha hasta Salinas Grandes y se dedicó a perseguir a la indiada.
El 25 de enero de 1873 fue nombrado Teniente Coronel efectivo y con ese grado participó de la Revolución del ’74. Fracasado el movimiento y retirado del ejército, se dedicó al comercio, agricultura y ganadería en Azul, actuando como “voluntario” en las milicias que luchaban contra las incursiones indias. Con el general Zacarías Supisiche persiguió a los indígenas recuperando numerosos arreos.


Amigos son los amigos


Más allá de su dilatada trayectoria militar y de haber alcanzado un alto rango habiéndose iniciado con la menor jerarquía, Francisco Leyría tuvo una exquisita vida social en la cual habitualmente su hogar se constituía en un atractivo centro de destacadas reuniones de la alta sociedad. Tenía una gran predilección por la música y eso lo llevó a establecer un estrecho vínculo con el que fuera conocido como el “decano de los guitarristas”, el artista Juan Alais (1844-1914).
Asimismo, dentro del mundo de intelectuales con el que solía mantener amplias charlas sobre los más variados temas, se destacaba como amigo personal el brillante santafesino Estanislao Severo Zeballos, por quien tenía un especial afecto.
En el mismo sentido, dentro de las fuerzas armadas y la política cosechó la amistad de dos personalidades sumamente destacadas como el general Ignacio Rivas y el que fuera el más progresista de los Intendentes del Azul de la primera mitad del siglo XX, el señor Manuel Castellár.
También es importante agregar la estrecha afición que mantenía con el maestro y periodista Paulino Rodríguez Ocón, con quien más allá de la relación laboral que los unió en un principio, con el correr de los años mantuvieron un excelente vínculo. 


La Conquista del Desierto


A fines de 1877  Francisco Leyría se reincorporó al ejército.
El 14 de agosto de 1878, se había presentado en el Congreso de la Nación un proyecto cuyo objetivo consistía en una guerra ofensiva contra los indígenas que habitaban la Patagonia, con el fin último de ampliar el territorio bajo soberanía de la Nación… Así nació la “Conquista del Desierto”. Roca, arribó en tren a Azul el 17 de abril de 1879, donde se lo agasajó fervientemente y pernoctó. Al día siguiente, partió desde estos pagos al mando de un ejército moderno con una considerable tropa.
Varios azuleños acompañaron la expedición en la que el comandante Francisco Leyría actuó como ayudante de campo del general Julio A. Roca.
Luego de la campaña hasta Río Negro, Leyría volvió a radicarse en Azul.
A lo largo de su vida, mientras vivió en nuestra ciudad, Leyría estableció su hogar en la esquina norte de Alvear y Alsina (actual Yrigoyen) y, según algunas versiones, también se radicó algún tiempo en la esquina oeste de Belgrano y Buenos Aires (actual De Paula) y luego en una amplia casona en la calle San Martín entre Rivadavia y Alvear (propiedad de la familia Laffose).


Un año revolucionario


El 13 de febrero de 1880 el gobierno del presidente Nicolás Avellaneda prohibió a los comandantes José Inocencio Arias, Hilario Lagos y Julio Campos, continuar apoyando al Tiro Nacional de Buenos Aires, donde más de 2000 jóvenes porteños se entrenaban militarmente. Los tres renunciaron al ejército el mismo día y fueron imitados posteriormente por Leyría, Benito Meana, Eliseo Acevedo, el coronel José María Morales, Segundo Bonahora, los mayores Francisco Faramiñan, Herrera y Antonio M. Silva, y el capitán Ramón Lorenzo Falcón, entre otros.
Iniciada la Revolución del ’80, a pesar de que Leyría había pertenecido a las fuerzas nacionales, adhirió a los rebeldes apoyando a Carlos Tejedor. José Inocencio Arias le encargó la defensa del puente de Barracas, reforzándolo con una división de quinientos hombres y dos cañones al mando del coronel José María Morales. Leyría distribuyó sus hombres en el puente mismo, en las márgenes del Riachuelo, en la estación de Barracas al Sud, en las azoteas de la esquina de Mitre y Pavón, en el Teatro Rivadavia y en la iglesia de La Asunción.
El 20 de junio, el general del ejército nacional Nicolás Levalle ocupó con sus hombres un expreso del Ferrocarril del Sud en las inmediaciones de la actual estación Lanús, cargó a parte de sus tropas en el tren y avanzó hacia Barracas al Sud. La batalla de Barracas se inició cerca del mediodía y se extendió por varias horas. El Batallón N° 7 de las fuerzas nacionales se lanzó sobre el puente con el tren pero el fuego enemigo lo obligó a frenarse del otro lado del Riachuelo.
En momentos en que las fuerzas provinciales estaban ya por retirarse, llegaron refuerzos al mando de Julio Campos con cuatro cañones Krupp, que volcaron la acción a favor de los sublevados. La locomotora fue rápidamente retirada de la acción cuando los Krupp enfilaron sus disparos sobre ella y al morir el jefe de la escasa artillería nacional, Levalle ordenó replegarse hacia la estación Lanús.
La Revolución de 1880 puede considerarse el último episodio de las guerras civiles que pusieron en pugna a las provincias argentinas con Buenos Aires. El enfrentamiento, signado por la sucesión del presidente Nicolás Avellaneda y la federalización del territorio de la ciudad de Buenos Aires, se saldó con cruentas luchas que culminaron con la derrota de la Provincia, la ciudad convertida en territorio federal y el inició de la larga hegemonía de Julio Argentino Roca en la política argentina.
Por su parte, la provincia de Buenos Aires se vio en la necesidad de construir su nueva capital. El gobernador Dardo Rocha ordenó un completo estudio para establecer el asentamiento de la sede del gobierno bonaerense; las opciones eran: Azul, Campana, las Lomas de Ensenada de Barragán, Zárate, Moreno y Mercedes. Por entonces, nuestra ciudad era llamada la “Gran Capital del Sud” (ocupaba el primer lugar en cantidad de población de la Provincia con poco más de 26.000 habitantes).
A pesar del respaldo de muchas personalidades de la época, incluido el mismísimo ex presidente Domingo F. Sarmiento, la balanza se inclinó en favor de la creación “desde cero” de una nueva ciudad: La Plata.  
Tras haber sido derrotado el movimiento, Leyría permaneció dado de baja de las fuerzas armadas por un breve período de tiempo.


El primer gran paso…


Entre muchos otros, el 14 de noviembre de 1880, Francisco Leyría fue uno de los fundadores del pronto afamado “Club Unión”. Se hallaba ubicado en la calle Alsina (actual Yrigoyen), entre Buenos Aires (De Paula) y Burgos, en el actualmente en desuso ex Club Social. El mismo cumplía actividades culturales de significación, como conferencias, exposiciones y conciertos. Poseía un salón de fiestas lujosamente amueblado, una biblioteca para los socios, una sala de billares y salas menores destinadas a juegos de naipes.
Leyría tenía una casa de remates frente a la Plaza Colón (actual Plaza San Martín), en la esquina de las calles Burgos y Alsina (actual Hipólito Yrigoyen), donde el joven Paulino Rodríguez Ocón se desempeñó primero como dependiente y luego Gerente.
Entre el 21 y el 24 de septiembre de 1884, la Sociedad Rural de Azul realizó la primera Exposición Rural del Partido. En la oportunidad, además de un nutrido número de productores locales, también participaron varios expositores de distintos puntos de la Provincia. La misma contó con Francisco Leyría como el principal referente; dada la importancia de su casa comercial -dedicada a los remates, la compra-venta de campos y hacienda y las operaciones bancarias-, y su interés presto a contribuir al desarrollo de la ciudad, fue el organizador de una feria exposición que se constituyó en referente regional, de la cual Rodríguez Ocón resultó el martillero.
Un año después, repentinamente, Leyría decidió cerrar su comercio y se estableció en Buenos Aires, donde prosiguió su carrera militar al incorporarse nuevamente al ejército. De todas maneras, su nexo con Azul continuó siendo estrecho, gestionando desde la gran metrópoli varios avances para su tierra de adopción.


La educación como pilar


Junto a Paulino Rodríguez Ocón, realizó diversas tramitaciones en el Ministerio de Instrucción Pública para que se construyera la Escuela Normal Mixta. Es importante destacar que Azul contó, junto con San Nicolás, Mercedes y Dolores, con uno de los cuatro primeros establecimientos de éste tipo en la provincia de Buenos Aires.
En idéntico sentido, la misma dupla se interesó por la sanción de la ley para la creación del Colegio Nacional local, aunque su concreción sería muy posterior a los pedidos.
Siempre atento a afianzar la mejora cultural de la ciudad, Francisco Leyría contribuyó -como tantos otros vecinos- con profunda convicción a concretar la creación de la Biblioteca Popular de Azul, de la cual fuera Socio Honorario.


El campo como descanso


En 1888 nuestro destacado militar fue promovido a Coronel.
Pensando en un futuro más tranquilo, manteniendo una distancia prudencial de las fuerzas militares, y volcado al campo y la producción rural, Francisco Leyría junto a su esposa, Justina Leal (hija de Manuel Leal, quien había sido Juez de Paz de Azul hasta 1874), planeó el centro agrícola “General Rivas”. Para dar el puntapié inicial, el 19 de diciembre de 1889, le compró al comerciante Emilio Mallmann un total de 30.142 hectáreas, éste a su vez se las había adquirido al Estado el 17 de septiembre de ese mismo año. Francisco y Justina tenían el anhelo de fundar un asentamiento poblacional. Sin embargo, ante el repentino fallecimiento de su esposa, Leyría cayó preso de una dura depresión que lo llevó a vender los campos. El comprador resultó ser Guillermo Seré, quien finalmente donó las tierras para que, el 5 de septiembre de 1903, fuera fundada la Colonia Seré (en el actual Partido de Carlos Tejedor).
Volcado nuevamente al Ejército, Leyría fue jefe del Regimiento 11 de Caballería de Línea, hasta su reemplazo por el coronel Genaro Racedo.
Hacia 1890 la República Argentina se sumía en una crisis institucional compleja. El gobierno de Miguel Juárez Celman se hallaba en una ininteligible encrucijada social y política. El 26 de julio de 1890 se produjeron nutridas manifestaciones en distintos lugares del país. En nuestra ciudad, varios grupos se desplazaron por las calles céntricas hasta concentrarse en la Plaza Colón (actual San Martín), vivando a la “Unión Cívica” y sus partidarios. Como contracara, en la Capital Federal, Francisco Leyría participó activamente contra este movimiento -al que la historia recordará como la Revolución del ’90-, respaldando sólidamente la estructura verticalista del “régimen”.
Poco después fue ascendido a General de Brigada.
Vinculado estrechamente con las más diversas personalidades del ámbito nacional y provincial, muchos de ellos miembros activos de algunas de las tantas Logias Masónicas del país, Francisco Leyría se inició el 7 de noviembre de 1892 en la Logia “Confraternidad Argentina N° 2”. Asimismo, continuó manteniendo una nutrida vinculación con la Logia local “Estrella del Sud N° 25”, de la cual su suegro Manuel Leal fuera Hermano (léase miembro activo).
El 9 de junio de 1894 fue designado Jefe de la Brigada formada con los cuerpos de Guardia Nacional de la Capital.


Tiro Federal del Azul


            En 1895, como parte de una extensa estructura de stands de tiro al blanco creada en el país para enseñar a la ciudadanía el manejo de armas de fuego, se creó en Azul el “Centro de Instrucción Militar y Tiro al Blanco”, núcleo fundacional del actual “Tiro Federal”.
            El 28 de febrero de aquel año, la Comisión Directiva de la Institución, nombró a los generales Francisco Leyría y Zacarías Suspisiche como representantes del Centro ante las autoridades militares para gestionar armas e instructores “así como el establecimiento de un polígono de tiro para la instrucción de la guardia nacional”.
Dentro de los primeros partícipes de esta institución, que con el paso del tiempo logrará arraigarse férreamente en la comunidad, se destacaron Manuel Castellár y Paulino Rodríguez Ocón.


Los últimos años…


En los primeros años del deslumbrante siglo XX, Leyría le solicitó al reconocido artista azuleño Alberto López Claro la concreción de una obra. Así nació el “Retrato del General Francisco Leyría”, que fuera ejecutado con una pintura clasicista y moderna, demostrando los sobrados dotes artísticos de quien adoptara el pseudónimo “Claudio Lantier”.
Ya habían pasado unos cuantos años desde que, casualmente en la Capital Federal, había conocido a la mujer que sería su compañera por el resto de sus días. Después de un discreto noviazgo, en segundas nupcias, Francisco Leyría contrajo matrimonio en 1908 con la alemana Ana María Recklinger.
El gobierno argentino, presidido por José Figueroa Alcorta, decidió organizar las festividades del Centenario como un acontecimiento internacional al que asistieran personalidades de todo el mundo. Buenos Aires fue el centro de los festejos, realizándose diversas ceremonias organizadas por el gobierno y particulares con participación del mundo de la cultura, militares, escolares y de colectividades extranjeras.
En la formación del Centenario, Leyría fue nombrado Jefe de Estado Mayor de la División Especial de los Institutos Militares, y desempeñando tal función formó parte del desfile cívico-militar del 25 de mayo de 1910. La misma fue su última aparición pública…
A los 65 años, en plena madrugada, Francisco Leyría falleció en Buenos Aires el 11 de septiembre de 1911.
En las necrológicas del diario “La Prensa”, con acierto y mesura, escribieron que con su fallecimiento desaparecía “una de las figuras más características de nuestra milicia de tradición, constituida por hombres formados en las filas y que habían conquistado sus galones en meritísimas acciones. Fue uno de los militares que prestaron servicios eficientes al país, distinguiéndose por su lealtad y valor”.

Leyría fue sepultado en el Cementerio de la Recoleta, en el Panteón de la Sociedad Militar (sección 20, tablones 5 y 6). Alrededor de 1930, todos los restos que se hallaban en dicho mausoleo fueron trasladados al Cementerio de la Chacarita y depositados en el “Panteón de la Sociedad de Socorros Mutuos de las Fuerzas Armadas”.



                               

Retratado por Henri Stein, el afamado dibujante del periódico “El Mosquito”, el general Francisco Leyría fue portada de la edición del 22 de agosto de 1886.