El general pacificador
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
Manuel José de Escalada y de la
Quintana nació en Buenos Aires el 17 de junio de 1795. Fue hijo del
matrimonio constituido por el porteño Antonio José de Escalada y Sarria,
unido en segundas nupcias con Tomasa de la Quintana y Aoíz, con
quien además del propio Manuel tuvo otros cuatro hijos: María de los Remedios, Mariano,
María
de las Nieves y José Ignacio Wenceslao.
Manuel estudió en el Colegio
de San Carlos de la ciudad de Buenos Aires. Luego, en septiembre de
1812, ingresó al ejército como Alférez de la Primera Compañía del Primer
Escuadrón del Regimiento de Granaderos a Caballo, de cuyo comandante
-el coronel José de San Martín-, su hermana mayor, Remedios, se convertiría
en esposa. De esta manera, con la incorporación de su hermano Mariano a las
filas de los primeros oficiales del cuerpo, lograron con San Martín un
estrechísimo vínculo que iba más allá de lo estrictamente familiar.
Juntos lucharon en la Batalla
de San Lorenzo, del 3 de febrero de 1813, y prestaron servicios en el
asedio y rendición de la plaza de Montevideo hasta 1814.
Los hermanos Escalada (Manuel y
Mariano), juntos hicieron la tercera expedición auxiliadora al Alto Perú. Por
su parte, Manuel integró el Ejército del Norte, asistiendo a los
combates del Tejar, Puesto del Marqués, Venta y Media y Sipe-Sipe. Después de
las derrotas, cubrió la retirada del ejército a través de la Quebrada de
Humahuaca con sus granaderos
El mensajero…
Con
el grado de Sargento Mayor del Ejército de los Andes, Escalada combatió en
Chacabuco, siendo parte de las cargas de caballería que definieron la victoria sobre
el ejército español. Tras la batalla se le ordenó
notificar del éxito al Director Supremo de las Provincias Unidas, en Buenos
Aires. La orden fue cumplida en tiempo record pues partió de la
Cuesta de Chacabuco la misma noche del 12 de febrero de 1817 y el 14, es decir
casi dos días después, a las tres de la tarde, desplegando una bandera
prisionera española, apareció exclamando “¡Victoria!” en la plaza de Mendoza.
El viaje restante hasta Buenos Aires lo realizó con la misma celeridad, y llegó
a la ciudad a las tres de la tarde del 26 de febrero. Con euforia y sin pausa,
en definitiva recorrió unas 310 leguas en poquísimo tiempo.
El Parte del general José de San
Martín decía: “En 24 días hemos cruzado
las más altas cordilleras del globo y hemos batido al enemigo”. Con el
mismo énfasis, Juan Martín de Pueyrredón respondía: “Al recibirse
la noticia de la victoria, fue un día de locura para el pueblo”.
Peleó en el asalto de Talcahuano,
en Cancha
Rayada y después de la batalla
de Maipú,
Manuel Escalada rompió su propia marca haciendo el recorrido en sólo doce días,
convirtiéndose en un arquetipo del Arma de Comunicaciones, todo un
héroe popular.
El 22 de julio de 1818, en
Buenos Aires, Manuel José de Escalada y de la Quintana, contrajo matrimonio con
Indalecia
Mercedes de Oromí y Lasala. Tuvieron once hijos: María Antonia Tomasa,
Manuel María, María Mercedes Manuela del Corazón de Jesús, Agustina Cirila
Buenaventura, Pedro Antonio León del Corazón de Jesús, Tomasa Teodosia,
Indalecia Sebastiana, Rafaela Petrona del Corazón de Jesús, Mariano Policarpo,
Juan Ramón Antonio de los Reyes y Dolores Elísea.
Tras participar en la segunda
campaña al sur de Chile, fue ascendido a Coronel y llegó a comandar el
Regimiento de Granaderos antes de pedir su retiro en 1819.
Alejado, pero no tanto…
En 1820, al saberse de la derrota
de Cepeda,
se puso al frente de un ejército con el que pensaba enfrentar al caudillo Francisco
Ramírez, pero a los pocos días regresó a Buenos Aires. Participó en
varios de los conflictos del año ’20, y acompañó al gobernador Manuel
Dorrego en su campaña a San Nicolás de los Arroyos y a la provincia de
Santa Fe.
Estuvo algo más de un año en la
guarnición de la capital santafesina, y pasó a retiro con la reforma militar de
Bernardino
Rivadavia, período en el cual se dedicó plenamente a su incipiente vida
familiar.
Volvió a tomar las armas como
oficial de caballería en 1825, en el Ejército de Observación destinado a la
Guerra del Brasil. Estando en ese destino, representó al presidente Rivadavia
ante el gobernador entrerriano Juan León Solas, amenazado por el
general Ricardo López Jordán (padre), y le ayudó a conservar el poder,
pasando luego el gobierno a Vicente Zapata.
Cuando en 1826 se hizo cargo del
ejército el general Carlos M. de Alvear, pidió la baja y se trasladó a Buenos Aires
antes de recibir la respuesta, ya que lo consideraba su enemigo personal. Por
su parte, Alvear, creyendo que podría manchar su foja de servicios, lo declaró desertor, pero no logró opacar sus
méritos.
Dos años más tarde fue enviado a
ayudar a Fructuoso Rivera a defender las Misiones Orientales, que
acababa de reconquistar. Ambos debieron retirarse a los pocos meses, porque la
provincia volvió a manos del Imperio del Brasil por el tratado de paz. Ayudó a
Rivera a regresar al Uruguay, junto con la mayor parte de los indios
guaraníes que quedaban.
Entre Lavalle y Rosas
A fines de 1828 participó en la
revolución unitaria del general Juan Galo de Lavalle -de quien fue
ministro de guerra- contra el gobernador Manuel Dorrego.
Tras la caída de Lavalle, a
diferencia de los demás oficiales, Manuel Escalada no se exilió, ya que su
fortuna lo ponía a cubierto de los ataques de sus enemigos. Fue también
ministro de guerra del gobernador Juan José Viamonte. Durante el
segundo gobierno de Viamonte y el de Manuel Vicente Maza, fue comandante
general de marina de la provincia.
Durante el gobierno de Juan
Manuel de Rosas no participó en política y se retiró a una estancia. A
pesar de saberlo unitario por acción y convicción, el Gobernador no lo molestó.
Después de la Batalla
de Caseros, Manuel Escalada fue ministro de Guerra del gobernador Vicente
López y Planes. También fue Presidente de la Cámara de Diputados
de la Provincia de Buenos Aires entre el 15 de mayo de 1854 y el 27 de abril de 1857.
Organizó la Guardia Nacional;
pronto se unió al Partido Unitario y fue nuevamente ministro de Guerra y Marina
del gobierno de Pastor Obligado hasta 1857.
Ese año fue ascendido a General y
asumió el mando de la Frontera del Sur. Pronto firmó un tratado con el cacique Juan
“El Joven” Catriel. Como el cacique JuanM. Cachul, amigo de
éste, no reconociera el tratado, hizo una campaña hasta las tolderías, para invitarlo
a aceptar la paz. Este tratado fue una de las causas que lo enfrentaron a Bartolomé
Mitre.
Azul como destino
Designado Comandante
en Jefe de la Frontera Sur, el general Manuel Escalada llegó al Azul en
septiembre de 1856. Asumido su destino y sin dejar de lado sus otras
obligaciones, se dedicó a restablecer las relaciones con los indios, que se
habían interrumpido después de las fracasadas expediciones de Bartolomé Mitre y
Manuel Hornos (Combates de Sierra Chica y San Jacinto).
Envió entonces
al coronel Ignacio Rivas a tratar con Catriel y Cachul, que estaban
asentados en Guaminí. Al primero de ellos le otorgó como consecuencia del acuerdo
logrado, el título de “Cacique Mayor y Comandante General de los
Pampas”. Poco después, Catriel y Cachul se establecieron con su gente
en las inmediaciones de los Arroyos Nievas, Tapalqué y Azul, a la altura del
Cerro Negro.
Azul festejó el
tratado de paz con un Tedeum y carne con cuero en la plaza, para los vecinos,
más un baile por la noche.
Escalada propuso
a la Corporación Municipal dos iniciativas simultáneas. Por un lado planteó
crear un establecimiento sedentario de indios en las proximidades del pueblo, y
por otro la construcción de un nuevo templo en reemplazo de la Iglesia que
databa de la época de la fundación, y que se encontraba casi en ruinas…
Tratado de Paz
Producto
de las gestiones del general Manuel Escalada, en octubre de 1856 se firmó
finalmente un tratado entre el Estado de Buenos Aires y los caciques Catriel y
Cachul, por el cual el gobierno porteño otorgó nombramientos militares a los
indígenas con sus remuneraciones respectivas, les reasignó los “vicios de costumbre” (yerba, tabaco,
sal, etc.) y las raciones comestibles (yeguas, vacas, harina, etc.),
estableciéndose el comercio entre ambas partes.
Con
respecto a las tierras, en el artículo segundo del acuerdo se estipuló que “(…) las tribus de dichos caciques, con la
venia y consentimiento del gobierno, se establecerán al oeste del arroyo
Tapalqué, en un área de veinte leguas de frente y veinte de fondo, cuyos
límites se fijarán por el ingeniero del Ejército, si es posible que sean
naturales, y con asistencia de ellos; los cuales el general en jefe, se los
dará en propiedad a las mencionadas tribus, para que vivan allí pacíficamente
ejerciendo su industria y cultivando la tierra para su sustento.”.
Así,
el gobierno les reconoció a los catrieleros derechos sobre una extensión de tierras
de
veinte leguas cuadradas situadas al Oeste del arroyo Tapalqué, cuyos
límites debían ser establecidos más adelante. Sin embargo, el deslinde
proyectado nunca se realizó y subsistió un desacuerdo básico entre las
autoridades gubernamentales y los caciques sobre la localización de las tierras
indígenas. En efecto, Bartolomé Mitre pretendía que los
campos para “correrías y boleadas”
estuvieran alejados entre veinte y treinta leguas del territorio poblado por
los criollos y que dejaran libre “(…)
todo lo que comprende desde los caminos de Tandil a Bahía Blanca y Patagones
hasta la costa del mar”.
En
contraste, los caciques Catriel y Cachul consideraban que, mediante el citado
tratado, el gobierno les había reconocido la propiedad de las tierras situadas
inmediatamente al Oeste de Sierras Bayas: “(…)
nuestros campos quedan por Usted (el general Escalada) reconocidos a nombre del
Supremo por legítima propiedad de la Sierra de Cura Malal hasta la de Bayucura,
sirviendo esta ultima de límite para ambos sin poder traspasar esta línea ni
los cristianos a esta parte ni los indios a la otra por ningún pretexto, y
solamente podrán unos y otros pasar a comercio (…) Creo Señor General que
respetando Usted nuestros derechos como yo y mis tribus, los de los cristianos
queda la paz arreglada bajo las voces acordadas.”.
Las
negociaciones de paz de 1856 incluyeron asimismo el otorgamiento de terrenos en
la zona urbana para los indígenas. Así, Manuel Escalada, también en
representación del gobierno de Buenos Aires, compró a la Corporación Municipal del Azul
una extensión de tierra en la traza del pueblo, situada al Oeste del Arroyo
Azul. No obstante el desacuerdo sobre la demarcación definitiva del territorio
en la zona rural, a partir de la firma del tratado de 1856 la agrupación se
reinstaló en los campos de los arroyos Nievas y Tapalqué, incrementándose el
dinero y las raciones que recibía, así como sus actividades comerciales en
Azul.
Un barrio para pacificar
Escalada creía
que era posible la adaptación del indio a la vida civilizada y a la disciplina
del trabajo, mediante su radicación sedentaria. En consecuencia, en octubre de
1856, resolvió donar a las numerosas familias que obedecían a las órdenes de
los caciques Catriel y Maicá, pagándolas con su propio
dinero, las tierras que dieran nacimiento a Villa Fidelidad.
Con la elección
de ese nombre se intentaba mostrar la concordia entre indios y blancos. De tal
modo, Escalada adquirió a la Corporación Municipal de Azul cien solares de 50 varas
de frente y 50 de fondo cada uno, debiendo aplicarse de ese dinero, 40 pesos a
gastos de mensura y escritura, y los otros 60 a la construcción del nuevo
templo. Asimismo, se reservó una manzana de cuatro solares a dos cuadras del
Arroyo para una Plaza (en la prolongación de las actuales calles San Martín e
Yrigoyen).
La adjudicación
se hizo por escrito, en documentos que revestían el carácter de títulos
provisorios de propiedad, y bajo la condición expresa que el inmueble donado no podía ser
vendido bajo ningún concepto, título ni causa.
La Corporación Municipal, el 18 de
octubre de 1856, en sesión ordinaria, aceptó la propuesta del general
Escalada, pudiéndose considerar a dicha fecha como el día oficial de la
fundación de “Villa Fidelidad”.
Construcción
de la tercera Iglesia
El segundo
edificio de la Iglesia, en evidente estado de ruina, fue de muy precaria
construcción y no duró más de veinte años. Esta situación hizo pensar al
general Manuel Escalada en la necesidad de una nueva construcción. Era entonces
cura párroco el Presbítero José Riccardi, quien había sido
designado en mayo de 1854.
En una nota
dirigida al Presidente de la Municipalidad, Francisco Eliseo, con
fecha 14 de octubre de 1856, Manuel Escalada afirmaba: “...es deber primero de las autoridades de un pueblo, propender al
mayor lustre del culto, elevando templos dignos del Señor, conservándolos en
estado que honren a la sociedad y revele su moral y sus creencias religiosas.
Con estas convicciones me permito dirigirme a la Municipalidad, para invitarle
a promover una suscripción general en el pueblo y su campaña, con el objeto de
levantar un nuevo templo...”.
La Municipalidad
puso a consideración el ofrecimiento del general Escalada y acordó por
unanimidad:
“Art.2º:
Nómbrase a los vecinos D. Jacinto Juárez, D. Manuel Vera, D. Marcelino Riviere
y D. Pedro Pourtalé, para formar un registro de suscripción en el pueblo...
Art.
5º: Comuníquese al señor General Escalada para que promueva la suscripción
prometida entre los individuos del ejército...
Art.
7º: Procédase a encargar la formación del plano y presupuesto de la obra...”
El Presbítero Román Vicente de Robles se hizo cargo de la
Parroquia de Azul el 17 de diciembre de 1856. Durante la construcción del nuevo
edificio, la Iglesia se trasladó a una humilde propiedad en la esquina Sur de
las actuales calles 9 de Julio y Moreno, que en esa época
perteneciera a la familia Mateoni.
Una Comisión
Pro Templo se “puso al hombro” la construcción de la tercera iglesia de
Azul, “animados todos de un entusiasta
deseo de trabajar por la pronta construcción de la iglesia de Azul”.
La demolición se
realizó entre julio y noviembre de 1859 y el 3 de diciembre comenzaron las
obras de albañilería.
El Presbítero Eduardo
Martini, de nacionalidad italiana, llegó a Azul en febrero de 1862 y
pronto se aprestó a integrar la renovada Comisión Pro Templo constituida por
Manuel B. Belgrano como Presidente, Vicente Pereda, Alejandro Brid, Martín
Abeberry, Juan Lartigo, Marcelino Riviére y Aureliano Lavie. El arquitecto
Aurelio López Bertodano fue el director de la obra.
El flamante
templo, aunque no había sido culminado definitivamente, fue bendecido, según
consta en el Libro de Actas, el 25 de marzo de 1863, a las 11,30 de la mañana.
Empero su principal impulsor, Manuel Escalada, ya no estaba por estos pagos
como para ver su obra…
Predicando
con el ejemplo
Uno
de los aspectos más sombríos de la azarosa vida de las poblaciones de frontera
fue la suerte de las mujeres tomadas en cautiverio por los indios. En la
historia azuleña abundaron los episodios violentos desencadenados por los
indios, muchos de los cuales terminaron en extensas negociaciones a través de
las que, muchas veces, se lograba recuperar a algunas mujeres y niños.
Ese
dolor estuvo en las preocupaciones del general Manuel Escalada, y para
atenuarlo, en la medida de sus posibilidades, provocó un movimiento de ayuda en
el vecindario de Azul y ante el gobierno.
Los
vecinos de Azul respondieron al llamado del Jefe de la Frontera llevando a cabo
una suscripción,
que permitió juntar una buena suma de dinero para “empezar a negociar”. Los
caciques de entonces, ya desde antiguo, imitando a todos los salvajes del orbe,
conocían y practicaban el infame lucro del rescate.
Respetado
por su condición de “maestro” y guiado por su espíritu colaborador e inquieto,
a poco de llegar al Azul, Miguel Ituarte se involucró de
inmediato con las necesidades y proyectos de la comunidad. La suma reunida en
el precario establecimiento educacional llegó a los doscientos sesenta y cinco pesos.
Ituarte afirmó a los miembros de la Corporación Municipal, que esa suma
era “la débil cooperación con que los
alumnos desean contribuir al rescate de las cautivas sus compatriotas y
parientes muy inmediatas algunas, habiendo recibido con entusiasmo sus
juveniles almas el conocimiento de la noble y humanitaria medida iniciada por
el señor general escalada, cuyo nombre honorable no se olvidará ya jamás a los
discípulos a juzgar por los espontáneos y naturales sentimientos de simpatía
que les ha inspirado”.
Del folleto
titulado “‘Suscripción patriótica’. Promovida por el General Escalada para el
rescate de cautivas en poder de los indios barbaros, y para promover la paz con
las tribus enemigas”, publicado en la Imprenta de “El Orden” (Buenos
Aires) en el año 1857 por la Comisión Colectora, más allá de los
datos detallados y significativos que recuerdan el aporte realizado por cada
ciudadano para el noble objetivo, se destaca una carta del general Manuel
Escalada que reza:
“Al
Sr. Presidente de la Comisión Administradora de los fondos para el rescata de
cautivas, D. José Martínez de Hoz:
He
tenido la satisfacción de recibir la nota de Ud. de 16 del presente, a la que
acompaña la cuenta de entradas y salidas de fondos donados con aquel objeto,
formada por el señor tesorero de la comisión, por la que se ve la existencia
que se halla depositada en el Banco de mil trescientos setenta y dos patacones
y un real fuertes, y doscientos sesenta y un mil cincuenta y cinco pesos cinco
reales en moneda corriente; adjuntando además una nota de los objetos que se
hallan en el Azul al cargo del respetable comerciante D José María Medrano;
quedando por recolectar algún ganado y dinero en la campaña.
Así
mismo manifiesta Ud., que habiendo la Comisión llenado su misión, desea para su
satisfacción que aquellos documentos se publiquen, y que por mi parte disponga
de los fondos y demás objetos existentes.
Si
bien me es satisfactorio reconocer y agradecer por mi parte la abnegación y delicadeza con que los Señores que componen
la Comisión han desempeñado aquella humanitaria y sagrada misión, apruebo
también desde luego el pensamiento de que sean publicados esos documentos para
satisfacción de los donantes y de la opinión pública, interesada como debe
suponerse, en el conocimiento de todo lo obrado, que ha dado frutos
importantes, aunque no completos como lo deseábamos.
Mas,
determinado también, como lo están los Señores de la Comisión, a desprenderme
de toda inteligencia en el capital existente en el Banco, como así mismo de
toda injerencia en negociaciones de indios, en razón al estado débil de mi
salud, creo que sería conducente solicitar del Exmo. Gobierno el que la
respetable Comisión de Hacendados se recibiese de todos los fondos a premio y
demás existencias, las que en oportunidad serían empleadas en el rescate de las
desgraciadas cautivas en poder de Calfucurá, a cuyo logro servirían muy
eficazmente los conocimientos prácticos, extensas relaciones, y alta
importancia de los Señores que forman la Comisión de Hacendados.
Dios
guarde a Uds. muchos años. Manuel Escalada.”.
Es
importante destacar que, en dicha ocasión, entre otras mujeres, se consiguió
traer de las tolderías de Calfucurá a Carmen Lara y sus pequeños hijos.
Últimos años…
Después de desempeñar una
meritoria tarea en el Azul, se trasladó a Buenos Aires aquejado por algunos
problemas de salud.
En 1858 abandonó la ciudad porteña y se radicó en Paraná donde fue
elegido Senador Nacional. Participó en la campaña de Cepeda del lado de
la Confederación,
aunque logró autorización de Justo José de Urquiza, para no tomar
parte en la batalla.
Después del Pacto de San José de Flores
pasó definitivamente a retiro.
Agobiado, volvió a Buenos Aires,
donde su primo hermano, monseñor Mariano José de Escalada, Obispo de
la ciudad, le aseguró que no sería molestado por su alianza con Urquiza.
Progresivamente su salud se fue
deteriorando y hacia 1865 quedó completamente ciego bajo el amoroso
cuidado de su esposa Indalecia. El general Manuel Escalada falleció en Buenos
Aires el 13 de diciembre de 1871. Sus restos descansan en el Cementerio
de la Recoleta.
El general Manuel Escalada, cuñado del general José
de San Martín, fue un destacado militar que en nuestro pueblo desarrolló
importantes labores.
La tercera iglesia de Azul estuvo emplazada en el
mismo sitio donde se alza la actual Catedral. Fue una obra impulsada por el
general Escalada y varios vecinos.
Progresivamente su salud se fue deteriorando y
hacia 1865 quedó completamente ciego bajo el amoroso cuidado de su esposa
Indalecia. El general Manuel Escalada falleció en Buenos Aires el 13 de
diciembre de 1871.