martes, 11 de febrero de 2025

La exquisita Lía Cimaglia

La exquisita Lía Cimaglia

 

 Lía Eutimia Ramona Cimaglia nació en Buenos Aires el 31 de agosto de 1906. Sus padres fueron Rosa Ernestina Pomato y Próspero Cimaglia. Fue bautizada en la Parroquia “Nuestra Señora de Balvanera”, el 28 de abril de 1912, cuando contaba casi con 6 años de edad. Tuvo, al menos, una hermana menor, llamada Rosa María Ana.

En su hogar, la música era costumbre esencial de la mano de su padre, nacido en Italia y arribado a la Argentina a finales del siglo XIX. Próspero era flautista, guitarrista, pianista, director de orquesta y hasta compositor de tangos. Desde antes del nacimiento de sus hijas, dirigió su propio conservatorio “Primera Academia de Mandolín, Violín y Solfeo”, formando también un Terceto y grabando con la discográfica “Columbia Records”.

            Llevando la música en la sangre, desde pequeña, Lía comenzó a mostrar su gran talento innato. Su primer maestro fue Alberto Williams, el afamado compositor argentino, director, editor, pedagogo y pianista que se destacó como una de las figuras más representativas de su generación, fundando y dirigiendo el “Conservatorio de Música de Buenos Aires”, donde tuvo discípulos que pronto se distinguieron como la propia Lía.

            Asimismo, la jovencísima pianista estuvo bajo la guía y tutela del argentino Celestino Piaggio, también gran compositor, director de orquesta y pianista, que había estudiado en la “Schola Cantorum” de París, y falleciera con apenas 44 años de edad en 1931.

            Demostrando su talento en cada ejecución, Lía también estudió con el polaco Jorge de Lalewicz, quien antes de arribar a la Argentina había iniciado sus estudios musicales en su país natal, profundizándolos en Rusia con grandes maestros y consagrándose a la docencia en los conservatorios de Odessa (Ucrania), Cracovia (Polonia) y Viena (Austria). En Buenos Aires sucedió en la Cátedra Superior de Piano del “Conservatorio Nacional de Música y Arte Escénico” al maestro Ernesto Drangosch. En su estudio se formaron reconocidos pianistas como la mismísima Lía Cimaglia, Pía Sebastiani, Silvia Eisenstein, Flora Nudelman, Pedro Alejo Sáenz Amadeo, Juan Schultis, entre otros.

 

 Destinada a brillar

 

              Contando con apenas 14 años de edad, en 1920, Lía realizó su primera aparición pública dando un recital que incluyó la “Fantasía cromática y Fuga”, de Bach; la “Sonata Nº 2” de Beethoven; una rapsodia de Liszt, y varias obras de Chopin. Sin embargo, su presentación profesional fue en un recital para la “Asociación Wagneriana” de Buenos Aires.

            En 1927 obtuvo el Primer Premio Municipal por su obra “Tres canciones argentinas”. Por entonces, comenzó a recorrer el interior de la provincia de Buenos Aires, deleitando a los espectadores de ciudades como Azul, Olavarría, Benito Juárez y Tres Arroyos. También visitaría Tandil y el “Teatro Español” de Coronel Pringles, dejando maravillados a los espectadores.

            Lía Cimaglia contrajo matrimonio con el arquitecto José Espinosa, domiciliándose en Tacuarí Nº 756 de la ciudad de Buenos Aires.

             Su luz comenzó a agigantarse y abrirse paso en los escenarios de todo el país. En 1938 actuó como solista por primera vez en el Teatro Colón de la ciudad de Buenos Aires, en un concierto dirigido por Juan José Castro.

            Sus selectos temas y la forma de “deslizarse” por el piano con sus gráciles manos reflejaron siempre sus cualidades y modales refinados. Su coquetería era llamativa, y aun participando en reuniones de sus más íntimos amigos y familiares hacía gala de un cuidadoso arreglo personal. Su fina estampa y su precisa y exquisita conversación convertían a cada recital en un momento único e incomparable, transmitiendo siempre una enorme paz interior ya fuera en una sala colmada o un acotado público.

  

Melodías para Azul

  

            Los días 2 y 3 de diciembre de 1938, ese mismo y magnífico año para sus recuerdos, Lía estuvo en Azul por tercera vez, acompañada por su madre ya que su esposo por razones laborales no pudo seguirla como habitualmente lo hacía. En la estación del ferrocarril la esperaron numerosos miembros de la Agrupación Artística Maná y vecinos en general, entre ellos María Aléx Urrutia Artieda, Alberto López Claro, Emilia Betinelli, Bartolomé Cirioli, Víctor Mayer, Mercedes Ramos Mejía, Pedro Ramírez Drake, Nélida Saint André, Leticia Ciancio, Isabel Marquestau, Julio Ramongassie y “Tito” Saubidet Gache.

            Dentro de las numerosas coberturas periodísticas realizadas en la ciudad, la del “Diario del Pueblo” -del sábado 3 de diciembre- resulta la más abundante en ricos en detalles:

             “Realizóse anoche el concierto de piano de Lía Cimaglia Espinosa. La visitante fue objeto de muchas atenciones.- Un magnifico aporte para la cultura artística local se ha cumplido anoche con la presentación de la celebrada pianista argentina señora Lía Cimaglia Espinosa que realizó su anunciado concierto en la sala del Teatro Español, ante nutrida concurrencia.

            Para los que gustamos seguir las actividades del arte, el solo anuncio de la visita de la destacada ejecutante, nos aseguró una velada de categoría, pues ya la conocíamos así como a su ascendente foja musical que es suficientemente categórica para consagrarla entre los privilegiados en el actual medio artístico argentino.

            Si, por lo contrario, lo ignoráramos al escucharla anoche hubieran bastado las primeras notas con que responde el teclado a la bien graduada presión de sus manos, para advertir que se está en presencia de una artista de elevado rango con una personalidad y talento netamente definidos.

            Nuestro público conocía ya a la pianista que nos ocupa, pues hace ya años nos visitó en dos oportunidades: la primera, recién dejada la adolescencia, actuó como solista, y la segunda en calidad de acompañante de la conocida cantante argentina señora Pini de Chrestía, inolvidables recitales ellos auspiciados por dos instituciones culturales hace tiempo desaparecidas.

            Los que hemos asistido anoche al desarrollo de su labor admiramos emocionados esa vocación musical tan bien orientada y cultivada que autorizadas críticas han consagrado muchas veces.

            Esta feliz ejecutante disfruta del completo dominio de sus medios interpretativos, mostrándonos su técnica depurada que nos da la pauta de su inobjetable jerarquía, su fina musicalidad, su sentir, todas pruebas de un deseo de superación constante, producto del arte cultivado robando horas al reposo y lo que es más, luchando a veces contra la mediocridad de cierto público que, como no sabe diferenciar valores, no da a cada uno el lugar que corresponde.

            Y es su personalidad toda de esa cautivante sencillez y simpatía que no sabe de recursos impresionistas, porque el arte de Lía Cimaglia Espinosa es para los que van a conciertos en busca de emoción y no para asombrarse.

            Artista respetuosa de las obras  que ejecuta no deja librado su decir a sus notables condiciones, sino que las estudia prolijamente y trata de compenetrarse con el espíritu del autor para ofrecerlo con suma fidelidad, siendo así que no hay sonido que emitan sus dedos fuera del matiz y acento exactos para los que el autor meditó y escribió, llegando a la feliz comprobación de haberse estado anoche frente a una escala de valores y efectos, rica, sutil y delicada que no muchos intérpretes poseen y que en nuestro medio hace ya tiempo no nos era dado disfrutar.

            El programa compuesto de autores clásicos, románticos y modernos fue cumplido con exquisita justeza: la primera parte constaba íntegramente de una sonata en la que Chopin nos dice sus delicadas confidencias a través de sus cuatro movimientos detallados con suma maestría. Luego escuchamos al gran romántico de ‘Carnaval’, Schumann, del que la concertista tradujo: ‘Elevación’ y ‘Novelletten’, conocidas páginas de rica inspiración vertidas con fina calidad. Y después Debussy, el gran músico francés, uno de los más firmes puntales de los creadores modernos. Tenemos una admiración especial para el compositor de ‘L’aprés midi d’un faune’ que reaccionó contra el virtuosismo del piano, arrancando al teclado sonoridades y efectos nuevos engendrando una escuela que reina hoy en toda audición de categoría. Escuela que caracteriza la aperlada digitación y empleo inteligente del pedal secreto de sonoridades fundidas y aterciopeladas. Del autor se ofrecieron: ‘La niña de los cabellos de lino’, ‘Fuegos de artificio’ y ‘Minstrels’, en las que Lía Cimaglia Espinosa impuso en grado sumo su arte singular, contando con los mejores sufragios de la sala.

            En la parte final hizo: ‘Habanera’ y el hermoso ‘Juegos de agua’ de Ravel, confirmando en estas páginas del contemporáneo autor de ‘Bolero’ sus valores múltiples. Con tres ‘Danzas’ finalizó el material programado: una del genial Iturbi, y previa versión de otra de Halffter, la intérprete nos ofrece una suya (‘Danza’ de ‘Impresiones Argentinas’) mostrándose en su aspecto de compositora que tiene en su haber obras de positivo valor: ‘Homenaje a Debussy’ y emotivas canciones folklóricas: ‘Botoncito’, ‘Dame la mano’, ‘Vidala’, ‘Idilios’, etc. y ‘La canción del Chingolo’ que ella nos hizo conocer en aquel lejano concierto con la señora Chrestía.

            El público acogió a Lía Cimaglia Espinosa otorgándole aplausos calurosos, solicitando composiciones fuera de programa dándonos una versión de ‘Vals en Do sostenido menor’, de Chopin, la ‘Cajita de música’ de que es autora y un ‘Estudio’ también de Chopin.

            La notable pianista embarca el 20 para Europa a disfrutar una beca cedida a sus méritos, y donde se perfeccionará al lado de los mejores maestros del viejo mundo, haciendo conocer allá nuestra música poco difundida, misión que creemos está en muy buenas manos.

            Esfuerzos como el realizado al gestionar la visita de la señora Cimaglia Espinosa merecen el aplauso que otorgamos a todos los que en él pusieron sus calidades y entusiasmos. (…).

            Anoche, luego de su brillante concierto, la señora Cimaglia fue invitada a concurrir al Refugio de Maná donde la recibieron calificadas familias integrantes de la entidad, quienes le hicieron objeto de significativos homenajes. Ofertó la recepción la señora Nélida Saint André de Ramírez Drake, en oportunos conceptos, agradeciendo la obsequiada, realmente emocionadas, con palabras de afecto para los manaistas y, particularmente, dijo, para la señorita Leticia Ciancio, a quien le une profunda amistad. Luego, el doctor Ronco y su señora esposa brindaron una recepción a la distinguida visitante en su residencia, concurriendo muchas familias y escuchándose a la brillante pianista en varias ejecuciones vocales de especial característica folklórica, brindándose finalmente una copa de champagne.

            Esta mañana a las 11 realizó un breve concierto en la residencia de la señorita Ciancio, para el alumnado de ésta, y más tarde concurrió al Casino del Regimiento Nº 2 de Artillería, donde le brindaron una recepción el jefe del cuerpo, Tte. Cnel. Moreno, y la oficialidad.

         Partió en el tren vespertino hacia Buenos Aires, despidiéndola una nutrida comitiva de admiradores”.   

             Vale aclarar que, en alguno de los tantos y brillantes espectáculos dados a sus círculos de amistades, había conocido al filántropo abogado Bartolomé José Ronco y a su esposa, María de las Nieves “Santa” Giménez. Aquella noche la concertista estampó su firma en el empapelado de una pared del estudio jurídico que “Don Bartolo” tenía en su mítica casona ubicada en la esquina este de San Martín y Rivadavia (conocida hoy como “Casa Ronco”, donde se atesoran las importantísimas colecciones cervantina y hernandiana).

            Como se anticipaba en la nota, finalizando diciembre de 1938, por medio de una beca de la Comisión Nacional de Cultura, viajó a Francia para continuar sus estudios en París y perfeccionarse con los pianistas Ives Nat, Alfred Cortot e Isidoro Phillipp. En la parisina Sala Pleyel obtendría un brillante éxito interpretando los Veinticuatro Preludios de Debussy, autor por el que sintió desde siempre profunda afinidad.

  

Por el mundo…

  

            Derrochando magnificencia, fue esencial la difusión que hiciera en la Argentina de obras fundamentales como los conciertos Nº 1 de Brahms, dirigido por Fritz Busch (1942); el Nº 2 de Rachmaninov con dirección de Fitelberg; “Rapsodia portuguesa” de Ernesto Halffter (1944); los conciertos Nº 2 y 3 de Francis Poulenc, con dirección de Alberto Wolff (1953); el de Benjamin Britten; “Concierto a Cinque” de Respighi; el “Choro” de Camargo Guamieri.

            Entre su repertorio se encontraba casi toda la obra pianística de Fauré, así como sus Cuartetos y Quintetos con piano; la integral de “Romanzas sin palabras”, de Mendelssohn; o los Preludios de Debussy. Asimismo, fue permanente su preocupación por incluir en sus conciertos obras de compositores argentinos y ello le significó estrenar numerosas producciones de sus compatriotas y difundirlas en el exterior. Visitó buena parte de América y Europa, habiendo actuado en Francia, España, Reino Unido, Italia, Alemania, Austria, Bélgica, Estados Unidos, México, Venezuela, Chile, Uruguay, Perú y Paraguay.

            También fue destacado su trabajo como compositora, con obras de cámara, para piano sólo o distintas agrupaciones, y más de cuarenta canciones para voz y piano, por algunas de las cuales recibiría el “Premio Municipal a la Interpretación y a la Composición”, poniendo música a poemas de su cuñado, el catamarqueño Juan Oscar Ponferrada, o de la afamada escritora chilena Gabriela Mistral.

 

 Homenajeando a un grande de Azul

 

             En su trabajo titulado “Bio-bibliografía de Bartolomé José Ronco”, el historiador Guillermo Palombo describe un importante acontecimiento que tuviera lugar en Azul en el año 1948:

         “El 11 de mayo, de ese año, a las 6 de la tarde, se llevó a cabo en el moderno Cine Teatro San Martín un homenaje a Ronco por la obra de cultura que realizaba y con motivo de su reelección para el 10° período consecutivo en la presidencia de la Biblioteca Popular de Azul. El acto de homenaje, que lo fue de la ciudad de Azul, fue organizado por una comisión encabezada por el Obispo diocesano Monseñor César A. Cáneva, el Intendente Municipal, e integrada, entre otros por Rafael Alberto Arrieta, Ignacio Garzón Ferreyra, Ismael López Merino, Eduardo Mallea, Pablo Rojas Paz, Tito Saubidet y Ricardo Piccirilli. Adhirieron todas las instituciones de Azul. Y el programa fue impreso con su retrato.

Inició el homenaje el historiador azuleño profesor Ricardo Piccirilli, miembro de número de la Academia Nacional de la Historia, con su conferencia ‘La obra histórica, filológica y bibliográfica del Dr. Bartolomé J. Ronco’, donde dijo respecto del homenajeado: ‘Él vive entre sus libros y  papeles como otros en el taller o en los predios poblados de ganados’, lo consideró ‘azuleño por antonomasia’ y ‘sembrador que, con el sol alto todavía, está en el surco’, para finalmente calificarlo como ‘Señor de Callvumapuleovu’ y ‘caballero cruzado de las letras’.

Después, la concertista Lía Cimaglia Espinosa ejecutó al piano dos ‘Estudios’ de Chopin (op. 10, núms. 3 y 6); el ‘Scherzo’ de Félix Mendelssohn; ‘Loreley’ y ‘Estudio appassionato’ de Franz Liszt; ‘Claro de Luna’ y ‘Preludio’ en la menor de Claude Debussy, ‘Nocturno’ en mi bemol mayor, e ‘Impromptu’ en fa menor de Gabriel Faure y, concluyó con el impactante ‘Estudio Patético’ del compositor ruso Alexander Scriabine.

Finalizado el concierto, María Alex Urrutia Artieda dijo su poema ‘Mensaje cordial’, Enrique Carlos Squirru leyó su discurso y ofrenda en nombre de la comisión de homenaje, y el propio Ronco cerró el acto con sus palabras (…)”.


Consagrada

           

            Toda su vida estuvo dedicada con pasión a la música, no solamente en su carácter de pianista, sino también como compositora y pedagoga. Entre sus composiciones se destacan composiciones para piano la “Suite Argentina”; tres preludios en Homenaje a Debussy; la suite “Recuerdos de mi tierra”, un poema para violín y piano, una leyenda para violoncelo y una égloga religiosa para coro, voz solista y órgano, así como más de cuarenta canciones para voz y piano.

            Compartió su actuación artística con la docencia, y desde sus cátedras en el Conservatorio Nacional de Música “Carlos López Buchardo” y en el Conservatorio de Música de Buenos Aires “Alberto Williams” contribuyó con especial dedicación a la formación de jóvenes pianistas, compartiendo con ellos toda su calidad artística e innata vocación.

            A los numerosos premios y distinciones obtenidos, pueden sumarse el “Premio internacional en el Año de la Mujer” por el Órgano Ejecutivo y Directivo del Congreso Universal, “Premio al Mejor Disco Argentino” de Buenos Aires otorgado por la crítica, “Premio Héctor Villa Lobos” por el museo que lleva su nombre y el Ministerio de Cultura y Educación del Brasil, y en 1982, recibió el “Gran Premio de Honor” de la O.E.A., en Washington, como reconocimiento a su carrera otorgado por primera vez a un intérprete argentino.

            También fue miembro del Directorio de la Sociedad de Autores y Compositores.

            El mismo “Círculo Femenino de Buenos Aires” que en 1969 distinguiera su trayectoria con la “Venus Dorada”, el 26 de agosto de 1972, en el Teatro Coliseo, le realizó un sentido homenaje al cumplir sus Bodas de Oro con la Música.

 

Adiós…

 

            “Tango 70” se trata de una de las últimas obras compuestas por Lía, luego de casi 20 años de inactividad compositiva. Fue publicada en 1975 por el Instituto Lucchelli Bonadeo. La obra consiste en un tango estilizado que posee “secciones de ritmo uniforme, progresiones armónicas por quintas y segundas descendentes, usando un color armónico con reminiscencias al impresionismo francés, una textura polifónica con fragmentos imitativos, un planteo cíclico de la forma de tipo rondó, y el uso de la tercera de picardía para concluir, mostrando elementos de filiación y herencia barroca”.

            En 1994 ofreció su concierto de despedida, en el “Círculo Italiano”, maravillando con la pulcritud de su estilo y sus cálidas y concisas palabras. Seguía teniendo la gracia y precisión de aquella jovencita que sólo cosechaba elogios y despertaba admiración.

            Lía Cimaglia Espinosa o simplemente Lía Cimaglia falleció, a los 92 años de edad, el 1 de noviembre de 1998. Sus restos fueron velados en su domicilio de la calle Tacuarí, y fueron sepultados en el Cementerio Jardín de Paz.



Lía Cimaglia

 

 

 

(AGRADECIMIENTO ESPECIAL A VIVIANA SAGARNA POR SU COLABORACIÓN PARA LA CONCRECIÓN DEL PRESENTE ARTÍCULO)

 

Pablo Riccheri en el Azul

Pablo Riccheri


         Pablo Riccheri (o Ricchieri) nació en San Lorenzo, Santa Fe, el 8 de agosto de 1859. Sus padres fueron Lázaro Riccheri y Catalina Chufardi, oriundos de una pequeña localidad costanera cercana a Génova, Italia.

Al llegar a la Argentina, muy joven ingresó al Colegio Militar de la Nación, con el grado de teniente segundo de artillería. Sus primeras acciones militares estuvieron ligadas a la represión de la Revolución del ’74.

Tras seis años, egresó del Colegio Militar en 1879. Cuatro años más tarde realizó un viaje de estudio a Europa. Su primer destino fue Bruselas, como agregado militar en la embajada argentina en Bélgica. En 1886 ingresó a la Escuela Superior de Guerra de Bélgica de donde egresó como Oficial de Estado Mayor con el segundo puesto de su promoción. Su Tesis "La defensa de Bélgica" fue la base de los planes de defensa de ese país para las guerras mundiales que sobrevendrían en el siglo siguiente.

En 1890 fue enviado a Alemania para encargarse de la compra de armamento. Por entonces se hizo notable la influencia de la organización militar alemana, la más avanzada de su época, en su formación. A partir de la Revolución del Parque, en la que el Ejército tuvo actuación en los dos bandos contendientes, terminó de desarrollar su idea de modernizar y profesionalizar al Ejército, alejándolo de los intereses políticos.

En los últimos años del siglo XIX fue Jefe del Estado Mayor del Ejército. En septiembre de 1900, fue llamado por el presidente Julio Argentino Roca a ocupar el Ministerio de Guerra. Esto marcó el punto de partida para la organización profesional del Ejército Argentino.

La profesionalización del Ejército se basó en la modernización del armamento, del Colegio Militar de la Nación y de la Escuela Superior de Guerra. Además, se adquirieron la mayor parte de las bases militares del Ejército. Entre los terrenos adquiridos por Riccheri se cuentan Campo de Mayo, en Buenos Aires, Campo General Belgrano, en Salta; Campo General Paz, en Córdoba; Campo Los Andes, en Mendoza, y Paracao, en Entre Ríos.

Organizó el ejército, dividiéndolo en siete regiones militares, con organizaciones internas propias. Reorganizó también el Ministerio de Guerra. Refundó el Regimiento de Granaderos a Caballo que había creado el general San Martín, para funcionar como escolta del presidente de la Nación.

Definió claramente la misión de las Fuerzas Armadas del país, afirmando que su única función era defensiva, y de ninguna manera debían ser utilizadas para mezclarlas en contiendas políticas. De todos modos, también introdujo la idea de que parte de su misión era “el mantenimiento del orden y el respeto a la ley”.

El servicio militar obligatorio fue funcional a los objetivos trazados en aquel entonces por el Estado, al difundir la idea de ciudadanía y de igualdad ante la ley. A su vez, las listas y libretas de enrolamiento fueron rápidamente utilizadas como documentos de identidad, tanto para identificación de las personas, como para la confección de padrones electorales. Por otro lado, en los cuarteles se instalaron escuelas para los conscriptos, que colaboraron en la lucha contra el analfabetismo y la integración de los hijos de inmigrantes.

           

Una costumbre suiza

  

El país transitó distintos procesos políticos y en nuestra ciudad, al igual que en varias localidades del interior, a finales del siglo XIX, los inmigrantes suizos fueron los primeros en mostrar un gran interés por la práctica deportiva del tiro al blanco.

Hacia los comienzos de la década del ’90, la comunidad se movilizó para tener su propio polígono de tiro, a imagen y semejanza del que ya poseía el Club Recreativo Suizo -dedicado tanto a actividades deportivas como de defensa-, ubicado en la esquina Este de las calles San Martín y Bahía Blanca (actual Intendente Manuel Castellár).

Los impulsores consideraban fundamental que esta nueva institución se rija con prescindencia completa y absoluta de toda cuestión política y electoral, y que tenga como único fin la instrucción de tiro con armas de guerra y de uso civil para preparar a la milicia y la ciudadanía, para la defensa de los supremos intereses de la Nación.

El periódico local “El Pueblo”, dio cuenta de las innumerables adhesiones que recibió el día 11 de diciembre de 1890 el señor Manuel Chans, reconociéndosele su interés para instalar una sociedad de tiro al blanco en terrenos cedidos por un hacendado de la zona en las cercanías de Azul.

El italiano Luis Giffoni, atento a las intenciones de Chans, había decidido donar un terreno en las afueras del pueblo, en la zona conocida como “la tosquera” (cuyo actual epicentro es la “Plaza Juan Manuel de Rosas” o “La Tosquera”), para que allí se construyese el polígono. Sin embargo, atendiendo a razones técnicas y al hecho de que a escasa distancia se hallaban los pabellones del incipiente Hospital Municipal (hoy Dr. Ángel Pintos), se aceptó luego la donación de un ex convecino de Azul, el señor Enrique Benegas, de un pequeño campo que en definitiva se usó brevemente.

Así inició tibiamente sus actividades la incipiente “Liga Patriótica Azuleña”.


Todos al Centro…

 

Merced a diversas idas y vueltas, el 19 de febrero de 1895, se fundó el “Centro de Instrucción Militar y Tiro al Blanco”. La Comisión Directiva constituida para tal fin estuvo formada por Alejandro Brid (h) como presidente, secundado por destacados vecinos como Emiliano Astorga, Paulino Rodríguez Ocón, Enrique Squirru y Aurelio S. Abeberry que oficiaron respectivamente de vicepresidente, secretario, prosecretario y tesorero. Luis Arieu, José Vitón, Ricardo Gaviña, Mateo S. Boado, Leonardo Dulbecco y Albino Fernández fueron elegidos como vocales.

En la sesión de Comisión Directiva del 28 de febrero de 1895 se nombró a los generales Francisco Leyría y Zacarías Suspisiche como representantes del Centro ante las autoridades militares para gestionar armas e instructores, además de un terreno apropiado para “el establecimiento de un polígono de tiro para la instrucción de la Guardia Nacional”. Asimismo, el primer instructor designado fue el subteniente Echenagucía, reemplazado luego por el capitán Yáñez.

Antes de finalizar el año, asumió la presidencia del Tiro Federal Argentino de Buenos Aires (que había sido fundado el 28 de septiembre de 1891), el general Luis María Campos, quien solicitó al Ministerio de Guerra la autorización correspondiente para enviar fusiles Máuser a las sociedades de tiro del interior, para el cumplimiento de los fines institucionales. Así se hizo y la institución azuleña recibió su primer equipamiento.

  

Tiempos turbulentos

  

A pesar de una extensa tradición de paz y concordia, hacia fines del siglo XIX, las relaciones limítrofes entre la Argentina y la República de Chile comenzaron a tornarse complejas y ambas naciones quedaron a un paso de desencadenar una lucha armada por la soberanía sobre extensos territorios.

Desde tiempo atrás, se venía tratando el diferendo por la delimitación entre ambos países, pero las negociaciones habían quedado estancadas. Ninguna de las dos naciones hacía mérito por ceder posesiones sobre lo que se reclamaba.

El gobierno nacional, presidido por el general Julio Argentino Roca en ejercicio de su segundo mandato, observó que los chilenos aventajaban militarmente a Argentina y que podían emprender una ofensiva. Inmediatamente, adquirió en Italia una flota de poderosos buques de guerra y gran cantidad de armamento. Empero con armas no alcanzaba, por ende, también reclutó miles de personas en el ejército y la marina.

Consciente de su responsabilidad frente al entredicho pertinaz y peligroso, el gobierno argentino acució con oportunas disposiciones el espíritu de lucha de nuestro pueblo, que haciendo honor a sus mejores tradiciones respondió firme y unánime al reclamo de la Patria en peligro. Una ola de febril actividad, de iniciativas concordantes con el grave peligro que acechaba tras las difíciles negociaciones diplomáticas, tuvo repercusión en nuestro Azul, que tanta experiencia tenía en heroicos combates en la “avanzada de la civilización”.

Consecuencia del clima emergente de tal situación, como así de las sugerencias del gobierno nacional, fue que reapareció en escena, recobrando protagonismo, la “Liga Patriótica Azuleña”, desarrollando actividades concordantes y concurrentes a un mismo fin: “Defender la Patria”.

Con dicho objetivo, la Liga encarriló sus esfuerzos hacia la creación de un polígono de tiro, en cuyas instalaciones pudieran realizar prácticas, no solo los integrantes de la Guardia Nacional, cuya formación promovió, sino también todo ciudadano capaz de manejar uno de los fusiles adquiridos en Europa a la sazón por el creador del moderno ejército argentino, el coronel Riccheri.

Pablo Riccheri, siendo ministro del presidente Julio A. Roca tuvo que interrumpir la misión que estaba cumpliendo en Europa para hacerse cargo del Ministerio de Guerra. La situación de tirantez creada por aquella época entre la Argentina y Chile a raíz de disputas fronterizas, le obligó a formar una fuerza militar moderna. Hasta entonces el Ejército estaba constituido solamente por la Guardia Nacional, empero el 6 de diciembre de 1901 fue sancionada la Ley N° 4.031, llamada “Ley de Riccheri”, por la cual se estableció el servicio militar obligatorio. Así nació el Ejército Argentino moderno y fomentó el Tiro Federal Argentino.

 

En el  Azul


Pese a las celebraciones suscitadas y a la intensa actividad desplegada en las instalaciones del flamante polígono, las obras de perfeccionamiento se prosiguieron sin pausa y recién en 1902 se procedió a la inauguración oficial de las mismas.

Divergencias entre los miembros de la institución hicieron que, curiosamente, se conformaran dos comisiones directivas. Ambas presididas por el Dr. Enrique Ocampo y el Sr. José R. Paleari, respectivamente, estaban integradas por los siguientes caballeros: Eduardo Plot, Rosa V. Ávila, Ceferino Peñalva, Juan Beheretche, Pastor Tiola, Silvano Bonnet, Eugenio Dupleix, Marcial Portarrieux, Pedro L. Ramírez, Isidoro Sayús, Antonio Samigliana y Manuel E. Toscano. El señor Miguel Bossola fue designado Comisario de Tiro, secundado por los señores Luis Riviere, Siverio Cabone, José A. Motti, Juan N. Navas, Gregorio Motti, F. Eduardo Berdiñas y Horacio Clair.

El proyecto del edificio primitivo, que tenía la apariencia de una fortificación pétrea y almenada, fue realizado ad honorem por el ingeniero Ignacio Aztiria. Antes de comenzar la construcción, los planos fueron expuestos en el almacén, ferretería y puesto “El Progreso”, ubicado en la esquina Este de Belgrano y Buenos Aires (luego Gral. Uriburu, actual Intendente Prof. Rubén C. De Paula). Los trabajos de delineación del terreno también los hizo ad honorem el agrimensor Antonio Regueral y la construcción de la obra fue adjudicada al Sr. Esteban Wagnat. Los trabajos comenzaron en febrero de 1902 y fueron inaugurados con una importante celebración el 9 de julio de ese mismo año.

El ministro de guerra de la Nación, coronel Pablo Riccheri, aceptó la invitación que se le formulara para trasladarse a nuestra ciudad e inaugurar las obras. Fue en tal circunstancia que debió enfrentar como parte de los homenajes que se le prepararon, dos banquetes el mismo día y al mismo horario, como consecuencia de las diferencias antes mencionadas. El coronel Riccheri no se amedrentó por la contingencia pues almorzó en una mesa y tomó el café y los postres en la otra. El momento fue complejo, pero nada insuperable para un militar y diplomático de la talla de Riccheri, quien no dudó en buscar puntos de encuentro entre ambas comisiones.

Cabe destacar que en la oportunidad el Coronel fue nombrado como “Padrino del polígono de Azul”. No menos de cuatro mil personas asistieron a la inauguración, iniciándose de inmediato el primer concurso de tiro que finalizó con el triunfo del joven José B. Iturburu.

El 9 de julio de 1904, Azul recibió con beneplácito una vez más la visita del Ministro de Guerra, general Pablo Riccheri, quien asistió al “Primer Campeonato Provincial de Sociedades de Tiro” organizado por la “Liga Patriótica Azuleña” (sin ninguna conexión con su casi homónima ultraderechista) y aprovechó la oportunidad para recorrer la ciudad. Atendido cordialmente por el intendente Federico Urioste, el militar le hizo al Jefe Comunal una propuesta sumamente interesante al ofrecerle la asistencia de Lola Mora para la construcción de una escultura para la recientemente remodelada Plaza Colón (actual Plaza San Martín). Cabe aclarar que la visita de la artista se concretó en noviembre, sin embargo, por motivos desconocidos, nunca se realizó obra alguna para Azul.


El final de un largo camino…

 

Tras su paso por el Ministerio, siguió ejerciendo como Jefe de Estado Mayor, y posteriormente como Comandante en Jefe del mismo. Fue ascendido a General de División en 1910 y dos años después, junto a Francisco Pascasio Moreno, fundó la “Asociación de Boy Scouts”.

Como Teniente General pasó a retiro en 1922 por decisión del presidente Hipólito Yrigoyen. Doce años más tarde, el presidente Agustín P. Justo envió una ley al Congreso proponiendo su ascenso al grado de General de Ejército, creado especialmente para él, a fin de rescatarlo de sus apuros económicos.

Pablo Riccheri falleció en Buenos Aires el 29 de julio de 1936 y fue sepultado en el Cementerio de la Recoleta.




Pablo Riccheri, padrino del "Polígono" de Azul


Piaggio, el diferente

 Piaggio, el diferente

 

Agustín Piaggio nació el 23 de marzo de 1873, en Barracas al Sur (actual Avellaneda). Sus padres fueron los inmigrantes italianos José Piaggio y Catalina Camere. Fue bautizado el 5 de mayo del año de su nacimiento.

Siguiendo su ferviente curiosidad y proclive interés por la religión, ingresó al Seminario Conciliar de Buenos Aires para dar cauce a su temprana vocación. Entonces, a sus apenas 12 años de edad, habían calado profundamente en él las palabras del cura párroco de Barracas, Blas Pérez Millán.

Lúcido y con excepcionales cualidades, en 1888, fue enviado a Roma para continuar sus estudios de Filosofía y de Teología. En 1895 recibió la ordenación sacerdotal, y al año siguiente retornó a la Argentina para ser designado como Teniente Cura en Baradero (provincia de Buenos Aires).

  

Al Azul

  

A finales de 1896, Agustín Piaggio fue nombrado Cura Vicario de la flamante ciudad de Azul (declarada como tal un año antes). La historiadora Norma Iglesias, en su obra “La Casa de Dios. Historia de la Iglesia Catedral de Azul”, describe: “Escribió el padre Luis J. Actis que la presencia en Azul de un sacerdote de los quilates del Dr. Agustín Piaggio, se hizo sentir enseguida. En aquella hora, última casi del siglo XIX, teñida de tantas ideas nuevas, en que se pretendía alardear de incredulidad, conquistó, el nuevo sacerdote, innumerables simpatías.

            Era, según decían los diarios de la época, entre ellos “La Enseña Liberal”: ‘de palabra fácil y convincente, tenía ese don no común de captar con facilidad la voluntad hasta de los del campo contrario...’.

            Se retiró el padre Piaggio de Azul después de haber conseguido que se echase por tierra el nunca terminado tercer templo azuleño, que fue desde el comienzo ‘un verdadero adefesio’.”.

            La reconocida historiadora continúa: “El 14 de mayo de 1897, el Presidente del Concejo Deliberante de Azul dirigió al Cura Párroco Agustín Piaggio, la siguiente nota: ‘El Concejo Deliberante ha creído de su deber tomar la iniciativa para la realización del proyecto tan justo y desde hace tanto tiempo reclamado de dotar al Azul de un edificio para la Iglesia parroquial… Aún prescindiendo del espíritu religioso, siquiera por ornato, por culto a la estética, es evidente que la ciudad de Azul exige otro edificio para la Iglesia Parroquial, que reemplace al viejo y ruinoso actual, que es hasta una amenaza constante para los que concurren al templo, resolviendo formar una Comisión integrada por los Señores Ángel Pintos, Ceferino Peñalva, José Berdiñas, Pablo Laclau, Pedro Maschió, Alejandro Brid, Martín Abeberry, Joaquín López, Ruperto Dhers y Agustín Piaggio...’.”.

            Tal como describe la investigadora: “En base a un informe del ingeniero Corti sobre el estado de la iglesia, el padre Piaggio pidió a la Municipalidad, ‘para evitar una catástrofe’, que se procediera a la demolición del viejo edificio, que había sido ya clausurado.

El 18 de mayo de 1899, el periódico ‘El Imparcial’ decía: ‘A fines de esta semana o en la otra sin falta, se empezará la demolición de nuestra fea y sucia iglesia’.”.

            En su exquisito trabajo, Iglesias explica que desde el Municipio se asignó una partida para alquilarle una casa habitación y oficina al padre, Dr. Piaggio. Y sobre los pasos que se siguieron para la planificación de la actual Catedral explica: El proyecto presentado fue aceptado por el presbítero Piaggio y por el Concejo Deliberante. También lo fue por el Departamento de Ingenieros de la Provincia, con la observación de la necesidad de la ampliación del terreno a edificar, pues las medidas del que por entonces disponían perjudicarían la estética de la obra y significaría una desproporción entre la altura y el largo del edificio, siendo necesarios 10 metros más.

Al respecto el padre Piaggio informó que existía un lote detrás de la Iglesia que estaba en venta, agregando ‘Tal vez no sea onerosa la compra’. El Obispo de La Plata escribió al Cura Párroco: ‘Hemos visto los planos, que nos han gustado mucho, solo tenemos que objetar que el terreno es corto’.

Evidenciada la necesidad de adquirir diez metros más de fondo, resolvieron y aprobaron, el Concejo Deliberante y el Intendente Municipal, la adquisición del lote perteneciente a Francisco Mallet, en la suma de 12.500 pesos.

Con fecha 2 de febrero de 1899 se celebró entre el Cura Vicario de Azul, el padre Piaggio, y la empresa ‘José Miró y Cía.’, con domicilio en la Capital Federal, un contrato por el cual la empresa contratista se obligaba a construir el templo y la casa parroquial de Azul, de acuerdo con los planos presentados por los ingenieros Ochoa, Pittman y Thomas, nombrándose director de la obra al ingeniero Juan Ochoa.”.

            

La abjuración de Ruperto Dhers

  

El 3 de noviembre de 1897 falleció en Azul el reconocido vecino Ruperto Tiburcio Dhers. Un recuadro en un diario de la época reza:

“Ruperto Dhers falleció el día 3 del corriente (...) su esposa Magdalena D. de Dhers, sus hijos Lucila, Ruperto J. y Rosalía (...) invitan a sus relaciones a acompañar los restos del extinto a su última morada, mañana 5 a las 10 AM. En nuestra iglesia Parroquial se celebrara una misa de cuerpo presente a las 9 AM. Casa mortuoria, Alsina 164. El duelo se despedirá por tarjeta”

             Una cruz católica presidía el recuadro que daba la triste noticia sobre quien era en Azul un vecino verdaderamente prestigioso y quien además en los últimos meses había formado parte de la Comisión para la construcción del que sería el nuevo templo (nuestra actual Catedral). Una nota del 14 de mayo de 1897, dirigida por el Presidente del Concejo Deliberante de Azul al cura párroco Agustín Piaggio, decía lo siguiente:

 “...El Concejo Deliberante ha creído de su deber tomar la iniciativa para la realización del proyecto tan justo y desde hace tanto tiempo reclamado de dotar al Azul de un edificio para la Iglesia Parroquial...

Aun prescindiendo del espíritu religioso, siquiera por ornato, por culto a la estética, es evidente que la ciudad de Azul exige otro edificio para la Iglesia Parroquial, que reemplace al viejo y ruinoso actual, que es hasta una amenaza constante para los que concurren al templo, resolviendo formar una Comisión integrada por los Señores Ángel Pintos, Ceferino Peñalva, José Berdiñas, Pablo Laclau, Pedro Maschio, Alejandro Brid, Martín Abeberry, Joaquín López y Ruperto Dhers...”.

 Ruperto Dhers, muy poco antes de morir se había “reconciliado” con la Iglesia. Su esposa y el Sacerdote, cuando su enfermedad empeoró y viendo lo improbable de su mejoría, insistieron para que abandonase sus paganas convicciones. Así describe Piaggio lo ocurrido en una carta que le envió al arzobispo de Buenos Aires, Uladislao Castellano:

 

“Azul, Noviembre 12 de 1897

Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Dr. Don Uladislao Castellano

Arzobispo de Buenos Aires

 

Excelentísimo Señor:

                                   A mediados del mes pasado enfermó gravemente en esta parroquia un conocido masón grado 33.·.y que había sido venerable .·., si bien hacía tiempo que no frecuentaba las logias. Aprovechando la amistad que a él me unía, pues era secretario de la comisión para la construcción del nuevo templo resolví con la ayuda de Dios reconciliarlo con la Iglesia Católica, lo que felizmente obtuve ayudado por su misma familia. Como estaba imposibilitado para firmar la retractación que es necesaria en estos casos; atendidas las circunstancias y especialmente el estado de ánimo del enfermo juzgué suficiente que, antes de recibir el Santo Viático ordenara a su esposa delante de otro testigo de que me entregara una vez fallecido todas las cosas pertenecientes a la masonería; pues si sanaba él mismo personalmente quería entregármelas lo que no hacía en ese momento por no tenerlas a mano. Falleció de hecho el tres del corriente y como era público y notorio que había muerto reconciliado con la Iglesia recibiendo todos los auxilios de la religión, creí conveniente darle sepultura eclesiástica con cierta pompa exterior para común edificación.

                                   Hoy me he presentado a la viuda exigiendo el cumplimiento del mandato del difunto de entregarme todos los papeles etc., pertenecientes a la masonería y me informa que un cuñado suyo cometiendo un abuso de confianza en momentos en que un hermano suyo examinaba los documentos que se guardaban en la caja de fierro y estando ella ausente, se ha apropiado de los papeles de la masonería que se guardaban en la misma caja y como es masón no quiere entregarlos: de modo que la viuda sólo me ha entregado la banda y el mandil que estaban en otro armario.

                                   Esto puesto; suplico encarecidamente a su Excelencia Reverendísimatenga la amabilidad de contestar a las siguientes preguntas: ¿Debo darme por satisfecho con la banda y el mandil? ¿Cómo debo preceder? Esta banda y mandil ¿debo remitirlos a su Excelencia Reverendísima? ¿O debo quemarlos? ¿O puede su Excelencia Reverendísima autorizarme para que los conserve como una curiosidad?

                                   Esperando de su bondad se servirá disculpar la molestia y contestar a mis preguntas me es grato saludarlo con el más profundo respeto.

                                   De Vuestra Excelencia Reverendísima obediente hijo en Xto(Cristo)

 

                                                                       Agustín Piaggio

                                                                        Cura Vicario”

                 Unos días después la respuesta llegó. Una carta con poca formalidad y escasa prolijidad hace pensar que lo hecho por el padre Piaggio poco sorprendió al Arzobispado de Buenos Aires. Sin embargo, nada imposibilitó que las órdenes fueran claras y precisas.

 “Noviembre 15, 1897.

Habiendo hecho el Sr. Cura del Azul todo lo posible para obtener todos los documentos pertenecientes al masón convertido y que acreditaban este título, aunque sin resultado, dése por satisfecho y en cuanto a las insignias que conserva en su poder, proceda a su destrucción inmediata.

Comuníquesele esta resolución por Secretaría.

                                                            Juan N. Ferrere

                                                           Vicario General

                                     Así lo comuniqué en la misma fecha.

Duprat”

 

            Evidentemente, el padre Piaggio no cumplió con las órdenes que le fueron impartidas y dicha desobediencia permitió que al menos la banda (y la medalla que no se menciona en los textos pero se presume de la misma procedencia), llegara hasta nuestros días como un mudo testigo de los conflictos que se suscitaron en nuestra ciudad entre la masonería y los diversos sacerdotes que condujeron a la feligresía azuleña, piezas que hoy están resguardadas en el Seminario Diocesano de Azul.

 

Las dudas de Piaggio

  

            Poco después, el 27 de abril de 1898, el padre Piaggio pidió su traslado a la Arquidiócesis de Buenos Aires, pero el Obispo de la Plata, monseñor Mariano Antonio Espinosa, no aceptó la renuncia y le dijo que “procure empezar cuanto antes la obra del templo”. A su vez el intendente Municipal, Dr. Ángel Pintos también le pidió que no se retire del Azul, pues “sacerdotes con sus condiciones morales e intelectuales son una necesidad para la religión católica”.

            Un año más tarde volvió a insistir Piaggio y el 13 de abril de 1899, elevó su renuncia con carácter indeclinable, pidiendo pasar a la Arquidiócesis de Buenos Aires, pues según decía “no sirvo para Cura Párroco”. Fue aceptada su solicitud y el sacerdote emprendió su viaje a Buenos Aires pocos días después. El periódico “El Imparcial” despedía así al sacerdote: “El señor Piaggio por su probada inteligencia y virtudes religiosas ha despertado en toda la población simpatías tan arraigadas que se puede asegurar que era la persona indicada para llevar a feliz término la obra del templo proyectado.”. La construcción se detendría temporalmente…

            

Otros lares…

 

            En 1899 fue designado Capellán del Asilo San Vicente de Paul y en 1900 fue nombrado en la Curia de Buenos Aires, donde actuó apenas dos meses. Pasó luego como Teniente Cura a la iglesia de La Piedad en el barrio de Congreso y, más tarde, fue director espiritual del Círculo Católico de Obreros de San Telmo, hasta 1907.

En 1902 ingresó como Capellán de la Marina de Guerra, y en 1904 acompañó, como tal, el primer viaje de instrucción de la Fragata Sarmiento. Fue una larga travesía por los mares del mundo, que reiteró en 1924. Antes de su primer gran viaje, el padre Agustín Piaggio regresó de visita a Azul, el 17 de marzo de 1903 y “El Imparcial” así lo describía:

            “Ha sido un gran acontecimiento social el acto de recepción del padre Piaggio, realizado el domingo en la Estación del Ferrocarril de Sud. Una numerosa y distinguida concurrencia llenó el andén, y al descender del tren el viajero pudo darse cuenta de las simpatías conquistadas en Azul. No falta ninguno, según veo, decía el Dr. Pintos.

El tren llegó a las tres de la tarde. Un calor bochornoso, insufrible soportaba la ciudad, pero ello no impidió que se formara una comitiva de más de cien personas para acompañarlo, de a pie, hasta la plaza Colón, mientras la banda de música marchaba adelante ejecutando un aire marcial.

Llevaba el sacerdote en las bocamangas de la sotana tres hermosos galones de oro, al tiempo que marchaba con paso militar. A su lado el Dr. Pintos, Intendente Municipal.

Las veredas estaban llenas de gente, que se descubrían con respeto para saludar al ilustre huésped.

La comitiva lo acompañó hasta el Hotel Argentino, donde se le había preparado el alojamiento.

Después de dos horas de recibir visitas, resolvió dar un paseo en coche por la ciudad, acompañado por el Dr. Pintos y el señor Joaquín López.”.

  

A la Casa del Padre

 

 Entre tantas labores, tradujo del italiano la “Historia de Cristo” de Giovanni Papini y del francés “La Religión Demostrada” de Hillaire. Con motivo del Centenario de la Revolución de Mayo, ganó un concurso con un trabajo titulado “Influencia del Clero en la Independencia Argentina”.

También se destacó en su labor historiográfica. Planeaba escribir un comentario histórico completo de las Actas del Congreso de Tucumán. Llegó a publicar apenas una parte. Al momento su muerte, se hallaba trabajando en base a 3.000 fojas (unas 6.000 páginas) de documentos originales que le había facilitado en préstamo el gobierno de la Provincia de Buenos Aires. A tal punto llegaba su prestigio y su confiabilidad.

Otra iniciativa de Piaggio fue la realización, para el centenario de la Declaración de la Independencia en 1916, de una placa artística fundida en bronce, con los nombres de los sacerdotes católicos que habían participado en las primeras asambleas patriotas, entre 1810 y 1816. La propuesta de Piaggio era que la placa luciera en la fachada de todas las iglesias importantes del país. Aún hoy puede verse en muchas de ellas.

            Por su activo desempeño pastoral y por su probado saber, la Santa Sede le concedió los títulos de “Camarero Secreto” y de “Prelado Doméstico de su Santidad”. Además, en 1920, la Santa Sede le confirió el grado de Doctor en Sagrada Teología.

Agustín Piaggio falleció en Buenos Aires, el 2 de junio de 1926. Sus restos descansan en el Cementerio de la Recoleta.



Agustín Piaggio
(foto del libro "La Casa de Dios", de Norma Iglesias)