domingo, 26 de septiembre de 2021

El ínclito intendente

 El ínclito intendente

 

Cien años atrás, el intendente Abelardo Cano llevaba adelante el segundo gobierno radical de la ciudad de Azul, envuelto en problemas internos del partido y “acechado” por los conservadores, pero logrando una buena y honesta administración.

 

 Por Eduardo Agüero Mielhuerry

 

Abelardo Cano Arciz nació en España, en 1872. Sus padres fueron los españoles Manuel Cano y Josefa Arciz. Cuando la familia decidió mudarse a la Argentina, se radicaron en Chascomús, donde nacieron Julio Manuel, José y Manuel. Luego se trasladaron al Azul, donde nacerían: Adelaida (conocida como Adela), Ángela Julia y Luis.

En 1890, Abelardo egresó como Maestro Normal e inmediatamente comenzó a trabajar precisamente en el establecimiento donde se había formado, la Escuela Normal Nacional Mixta “Bernardino Rivadavia”. También supo desempeñarse como Bibliotecario de dicha institución. Un par de décadas después, Abelardo comenzaría a ejercer también como docente en el Colegio Nacional “Esteban Echeverría”, dictando clases de Historia y Geografía.

En 1892, junto a los hermanos José María y Eduardo Guillermo Darhanpé, Arturo López Claro y Víctor Nigoul, entre otros, fue fundador de la Biblioteca Popular del Azul (actualmente “Bartolomé J. Ronco”).

 

Construyendo un hogar

 

A muy temprana edad, Abelardo contrajo matrimonio con Carlota Riobó (hija de Gumersindo Riobó y Carlota Chiclana), el día 14 de diciembre de 1894. Tuvieron dos hijos: Carlota Josefa, que nació el 23 de mayo de 1897, y Roberto Lucio, nacido el 21 de marzo de 1899.

Lamentablemente, a poco menos de un año del nacimiento del segundo hijo del matrimonio, Carlota, de 26 años de edad, falleció. Apesadumbrado, con la ayuda de su familia y puntualmente de su madre, Abelardo se ocupó afanosamente de la crianza de sus dos pequeños hijos.

Buscando rearmar su vida, el 16 de febrero de 1903, en segundas nupcias, Abelardo contrajo matrimonio con la azuleña Juana Castex (nacida el 16 de junio de 1880; hija de los franceses Pedro Castex y María Lacoste). La pareja tuvo siete hijos: Julio Jorge, Anatilde, Alicia, Matilde, Herberto, Haydée y Adolfo.

 

Sin perjuicio de su legalidad o ilegalidad…

 

En la disputa entre el gobernador José C. Crotto y el presidente Hipólito Yrigoyen, el intendente radical azuleño José María Lier quedó en el medio y, con la victoria yrigoyenista, el dirigente radical Gumersindo L. Cristobó se vio sumamente fortalecido.

El doctor Ángel Pintos impugnó las elecciones comunales del 14 de abril de 1918. El reclamo llevado ante la Suprema Corte de Justicia provincial se basaba en que, según Pintos, se había convocado a elecciones para un solo distrito electoral, cuando Azul tenía dos, según los términos de la Constitución provincial de 1889 (Azul, como ciudad cabecera, y Cacharí como pueblo).

Mientras tanto, en noviembre de 1919, el Concejo Deliberante convocó a elecciones para concejales. El intendente Lier declaró nula la convocatoria, pero las elecciones se llevaron a cabo el 30 de noviembre. Los radicales obtuvieron apenas 685 votos contra 127 de los socialistas y 9 en blanco. Apurando los plazos legales, el cuerpo legislativo eligió al concejal Abelardo Cano como intendente.

El Poder Ejecutivo de la Provincia, encabezado por Crotto, frente a la crisis resolvió intervenir la comuna azuleña. El 31 de diciembre de 1919, por medio del Ministro de Gobierno, le ordenó a Lier entregar en su provisorio reemplazo el mando a su secretario Julio Lacoste, hasta que el Poder Ejecutivo nombrase “Comisionado”. Al mismo tiempo, se esperaba la decisión de la Corte sobre el planteo realizado por el Dr. Pintos.

Finalmente, Abelardo Cano fue confirmado en su cargo por el Gobernador, “sin perjuicio de su legalidad o ilegalidad”, iniciando su gestión el 12 de enero de 1920, constituyéndose así en el segundo intendente radical de Azul.

 

El ínclito

 

Evidentemente opositor, el periódico La Provincia, hizo una nota muy particular en la que enumera una serie de pedidos de obras para el nuevo Intendente:

Al Señor Intendente Municipal. Don Abelardo Cano, el ínclito. Los vecinos del Azul os piden que hagáis obras de bien, evitando las siguientes calamidades:

-          El desastroso estado en que se encuentra la Avenida Mitre de Burgos a 25 de Mayo. El tránsito de coche es imposible.

-          El arreglo por idénticas razones, de la calle Burgos de Tucumán a Santa Fe.

-          El amontonamiento de escombros en la calle y veredas como ocurre en Alsina y Burgos, Alsina y Arenales, Alsina y Rauch, Mitre y 25 de Mayo.

-          El abovedamiento de las calles que no están adoquinadas para evitar pantanos en tiempos de lluvias.”.

 

Lamentablemente para Cano, los tiempos tumultuosos de la política azuleña, donde los conservadores estaban “al acecho” para recuperar el gobierno comunal, le impidieron desarrollar muchas obras en beneficio de la comunidad tal como hubiese querido.

Durante su administración, las críticas no se detuvieron a pesar de todos los esfuerzos que realizó. Una simpática crónica describía uno de los problemas más acuciantes para los vecinos y la prensa: Plaza Colón. Espectáculos de incultura. Tenemos que llamar seriamente la atención de las autoridades municipales sobre los repugnantes espectáculos que ofrecen las calles que circundan el más céntrico de nuestros paseos: la Plaza Colón.

No sabemos con qué fundamento, aquellas calles han sido designadas para el apostadero obligado de los coches placeros que en gran número se estacionan indistintamente en las cuatro cuadras mencionadas, desde las primeras horas de la mañana hasta bien entrada la noche.

Con esa concurrencia de coches, parados horas y horas -vale lo mismo para los asientos de las avenidas- estas están en contacto con un verdadero pesebre, soportando los pestíferos olores que estos emanan y bravíamente con los calores reinantes. Y es entre esas acariciadoras brisas que las familias, señoras y señoritas, tienen que pasearse, haciéndolo a veces con marcado disgusto y teniendo que apelar al pañuelo para no asfixiarse.

Si a esto se agrega el cuadro que presentan esas calles cubiertas de excrementos de caballo y extendidas manchas amarillentas de orines, se convendrá que nuestro más céntrico paseo ofrece un espectáculo de incultura que hay que corregir inmediatamente.

A las condiciones en que se encuentra la Plaza Colón, por las causas apuntadas, hay que agregar la falta de luz desde que se han suprimido algunos focos del centro de la misma, lo que da margen a gente poco escrupulosa a cometer abusos que dejamos al bien entender de las autoridades, ya que concretarlos sería tan demasiado minucioso como poco discreto.”.

El 25 de abril de 1920, fiesta de San Marcos Evangelista, se inauguró el templo parroquial de Chillar. Entre los presentes se destacaban el por entonces intendente Abelardo Cano y el recientemente desplazado José María Lier. El mismo fue el último cruce público entre ambos personajes de la política azuleña.

            

Si entre “correligionarios” se pelean…

 

En la esfera interna, la férrea conducción partidaria de Cristobó provocó la disidencia y el alejamiento de muchísimos radicales, llevando al Partido a tener, inclusive, dificultades al momento de conformar las listas para las elecciones, que finalmente se llevaron a cabo el 28 de noviembre de 1920. Por mérito de sus luchas intestinas, el radicalismo local perdió estrepitosamente.

En mayo de 1921 renunció el gobernador José C. Crotto, lo cual pareció clarificar el horizonte para la reorganización del radicalismo, no solo a nivel provincial, sino también en el ámbito local.

El periódico “El Ciudadano”, de lineamientos netamente radicales, pero abiertamente enfrentado a Cristobó y al intendente Cano, en su edición del 1 de septiembre de 1921 expresaba: “El Comité Radical de la Provincia, como lo hemos dado a conocer en su oportunidad, ha resuelto reorganizar el Comité Radical de Azul, a cuyo efecto vendrán tres o cuatro miembros caracterizados de dicha entidad, a presenciar y dirigir el acto respectivo.

Como radicales de corazón, nos alegramos muchísimo que se haya llegado a tal solución (…). Y así debe ser cuando se trata ahora de realizar un acto democrático, a la luz meridiana, eligiendo las autoridades del comité en plena asamblea y sin llevar nada consagrado en un petit congreso de notables donde, salvo muy honrosas excepciones, los congresales arrumaron al fuego sus sardinas.

Ahora bien, colocados en esta situación de verdadera práctica cívica y radical por añadidura, lo que conviene es hacer la mayor propaganda para la asamblea a verificarse, a fin de que cada correligionario vaya allí y deposite su voto como una tradición de su voluntad omnímoda. Y para esto no bastará citar a asamblea, sino que será necesario que se abra previamente un registro de adherentes, con su correspondiente carnet, para las cuestiones que afectan al radicalismo sean resueltas por los radicales únicamente y no como ha sucedido ya, de que un buen porcentaje de elementos extraños intervinieran en nuestras asambleas al solo objeto de ahondar las disidencias existentes.

No hay que ocultar que a los conservadores les interesa que el radicalismo viva dividido y que el centro directivo lo lleve el diputado Cristobó, en atención a que su descrédito político y su manera absorbente de tratar estas cosas se traducen siempre en derrota ruinosa. Ahí estriba el secreto del triunfo de los conservadores, aunque es justo decirlo, cuenta con poderosos elementos para ir a la lucha y hacer buen papel. (…).

 ‘Dividir para reinar’ ha sido y es la divisa del adversario, y así seguirá maniobrando si no se toman las medidas del caso para que las asambleas radicales sean eminentemente radicales y nada más”.

 

Nuevos aires…

 

El presidente del Consejo Escolar, Dr. Luis Robín, encaminó en los primeros años de la década del ’20 importantes proyectos que, aunque no llegaron a concretarse, planteaban construir edificios propios para las Escuelas Nº 13 y Nº 18, que estaban funcionando en casas alquiladas.

La Juventud Radical, en sus candentes inicios contó con interesantes figuras como los hermanos Hipólito y Luis Pouyssegur, Vicente Porro, Félix Liceaga, entre otros, que aceptaban la conducción del Presidente del Partido, Cristobó. Sin embargo, la atención de los militantes comenzó a centrarse en un líder carismático y mucho menos conflictivo como lo era el Dr. Juan Prat, quien estaba destinado a marcar un nuevo rumbo en el radicalismo azuleño…

Los comicios se celebraron el día de Navidad de 1921. Después de un tumultuoso escrutinio en el Concejo Deliberante, la Unión Cívica Radical obtuvo cuatro concejales y los conservadores cinco. De esta manera, el Concejo quedó integrado por 10 conservadores y 8 radicales. El cuerpo legislativo, eligió al conservador Francisco Pourtalé como intendente, quien asumió el Ejecutivo el 1 de enero de 1922.

Aquél día de verano, Abelardo Cano dejó el Palacio Comunal con un marcado desánimo. Hubo factores externos que influyeron en la derrota del radicalismo, sin embargo, la sensación mayoritaria en la comunidad indicaba que inconscientemente su propio Partido había hecho hasta lo imposible para perder la conducción de la comuna.

Cano volvió a dictar clases en los colegios Normal y Nacional, aunque nunca se alejó definitivamente de la política…

Su correligionario y amigo, el diputado nacional Gumersindo L. Cristobó, murió el 20 de febrero de 1925, marcándose un punto de quiebre en la política local y fundamentalmente en la Unión Cívica Radical azuleña.

Abelardo Cano falleció el 11 de junio de 1932, en su domicilio en la Av. Mitre 779. En su sepelio, en el Cementerio Central, hicieron uso de la palabra el entonces intendente Dante Bernaudo, el Dr. Alfredo Prat, en representación de la Biblioteca Popular, y el Dr. Rafael Barrios, por la Escuela Normal y la Asociación de Maestros.




La muerte del hijo de "los Generales"

 La muerte del hijo de “los Generales”

 

Hace 158 años, en la casa ubicada a pocas cuadras de donde había fallecido su padre a los cincuenta años de edad, igual que él, fallecía Pedro Pablo Rosas y Belgrano, hijo biológico del general Manuel Belgrano y putativo del general Juan Manuel de Rosas.

 

 

Por Eduardo Agüero Mielhuerry

 

María Josefa Ezcurra, era una jovencita de apenas 16 años, gozosa de una buena posición económica y social, cuando conoció a Manuel Belgrano. Se enamoraron profundamente y mantuvieron una intensa relación entre 1802 y 1803. Sin embargo, su padre, Juan Ignacio, decidió casarla con su primo, Juan Esteban de Ezcurra. Después de varios años de matrimonio, sin hijos, y disgustado con el rumbo político que tomaba el país tras la Revolución de Mayo, Juan Esteban regresó a su tierra natal. María se negó a acompañarlo y aunque nunca más volvió a verlo, él la nombró su heredera.

Guiada por sus impulsos amorosos, cuando Belgrano fue nombrado General en Jefe del Ejército Auxiliar del Perú -luego de crear la Bandera Nacional en Rosario-, María Josefa partió a buscarlo. En su libro “Belgrano, el gran patriota argentino”, Daniel Balmaceda detalla: “(…) Manuel y Josefa permanecieron juntos en el norte alrededor de ocho meses que, a su vez, serían los únicos. En el transcurso de esos meses de 1812 tuvieron lugar tres acontecimientos que quedaron grabados en los anales de la Patria: la bendición de la bandera argentina en San Salvador de Jujuy (el 25 de Mayo), el éxodo jujeño (iniciado el 23 de agosto) y la batalla de Tucumán (24 de septiembre).

En Tucumán, a comienzos de enero de 1813, cuando el ejército se alistaba para marchar rumbo al norte en persecución de los realistas, Manuel y Pepa se separaron, luego de ocho meses de amor y guerra. Él se dirigió a Salta, mientras que ella tomó el camino de regreso. Pero no llegó a Buenos Aires. Se detuvo en Santa Fe. A esperar el nacimiento de su hijo. Porque cuando se despidió de su amado, tenía un embarazo de ocho semanas.”

El niño nació en una estancia de Santa Fe, el 30 de julio de 1813. Casi un mes después, el sacerdote de la Iglesia Matriz de Santa Fe de la Veracruz, Malaquías Duarte Neves, escribió con pequeña y apretada letra en el Libro de Bautismos: “En veinte y seis de Agosto de mil ochocientos trece, yo el Cura Rector puse óleo y crismas a Pedro Pablo, hijo de padres no conocidos, nacido el treinta de Julio, lo bautizó en necesidad don José Plaza. Padrinos: don Rafael Ricardes y doña Trinidad Muana, a quienes advertí la obligación de doctrinar y pura verdad.”. Evidentemente el bebé tuvo alguna complicación en el nacimiento dado que, como quedó registrado, se lo bautizó “en necesidad”, que es una sencilla ceremonia llevada a cabo cuando la urgencia de la situación lo amerita. La propia madre, poco después, se llevó al bebé a Buenos Aires, donde quedó al cuidado de los recién casados Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra, conociéndose al niño desde entonces como Pedro Pablo Rosas.

Cuando él era apenas un niño, el 20 de junio de 1820, falleció su padre biológico, Manuel Belgrano, sin embargo, aún faltaban muchos años más para que descubriera su verdadera filiación, momento desde el cual comenzaría a presentarse como Pedro Pablo Rosas y Belgrano.

Pedro Pablo compartía con su padre putativo las prolongadas estadías en el campo y ya a los 16 años se convirtió en su Secretario Privado. Del mismo modo, Rosas se preocupó por su educación y su futuro patrimonio económico, de manera tal que repartió sus tierras y ganado en forma equitativa entre él y sus hijos biológicos, Juan Bautista y Manuelita.

 

Al Azul…

 

Durante el año 1837 Pedro Pablo Rosas y Belgrano se trasladó al Azul y ejerció como Juez de Paz y Comandante del Fuerte San Serapio Mártir, con el grado de Mayor.

Las atribuciones de los jueces de Paz eran diversas, ya que además de ejercer funciones civiles y correccionales (en asuntos de bajo monto y delitos menores), debían cumplir otras de gobierno, tanto fiscales como recaudadores de contribuciones y rentas del Estado, como censales y electorales. Nombrados por el propio Gobernador, surgieron durante el proceso de supresión de los Cabildos en la gestión de Bernardino Rivadavia, como ministro de Martín Rodríguez. Progresivamente fueron sumando otras facultades como la de Comisario de Policía -desde la circular del 6 de octubre de 1836-, y la de Comandante Militar de Frontera, tal como ocurrió en Azul. Esto hizo que fuera clave su poder de policía, no sólo para mantener el orden sino para el reclutamiento de soldados para el ejército de línea entre “vagos y malentretenidos”, cada vez que un estado de guerra o la lucha contra el indio lo requerían.

Rosas y Belgrano fue el juez de Paz que durante más tiempo ocupó el cargo en Azul. Sumó casi veinte años, aunque con intervalos.

Tuvo alguna actuación reprimiendo las ramificaciones locales de la sublevación de los Libres del Sur acaecida en 1839. A fines de ese año pediría ser relevado para dedicarse a administrar sus estancias.

A la vera del Arroyo Azul, cerca del paso conocido como “San Benito” (actual Balneario Municipal “Almirante Guillermo Brown”), se hallaba el casco de la Estancia “San Benito”, integrada por tres suertes de estancia, construida y mejorada a través del tiempo por Rosas y Belgrano. Contaba con una edificación fortificada con zanjeado y azotea a 3 kilómetros del Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul.

Pedro Pablo Rosas y Belgrano fue nombrado juez de Paz y comandante del Azul el 27 de diciembre de 1840 y, sin interrupciones, tuvo renovado su mandato por resoluciones del 16 de diciembre de 1843, del 29 de diciembre de 1845, del 16 de diciembre de 1846 y del 29 de abril de 1848.

Tras su nombramiento quedó oficialmente encargado de las relaciones con los indígenas en todo el sur de la provincia. Se ocupaba de lo que Juan Manuel de Rosas llamaba el “Negocio Pacífico”, es decir, un sistema de regalos consistente en entregar a los “indios amigos” provisiones de yeguarizos, alcohol, azúcar, yerba mate, naipes y vestimenta, entre otras cosas, a cambio de que los indígenas se mantuvieran en paz con las poblaciones de frontera y ayudaran a reprimir a los que las atacaran. También llevaba adelante las relaciones diplomáticas y el correo entre los indios y el gobierno provincial, estableciendo así relaciones muy estrechas con los pueblos originarios, tanto como con otros estancieros y gauchos del sur bonaerense.

 

Amor… amores…

 

A finales de la década del ’30, Pedro Pablo comenzó una relación sentimental con una joven radicada en Azul llamada María Juana de los Dolores Rodríguez, hija de Juan Francisco Rodríguez y María Brígida Marturano Sosa. Pedro Pablo y Juana tuvieron dieciséis hijos (algunos fuera y otros dentro del matrimonio), de los cuales buena parte fallecieron siendo niños. En diversos registros fue posible encontrar a: Dolores (1839); Pedro Servando (1841); Juana Manuela Nieves (1842); Francisco (1843); Braulia (1845); Melitona (1846); María Josefa Benita Ramona (1850); Manuel Casimiro Francisco Javier (1853); Juan Manuel Dámaso Daniel Estelita (1854); Francisco Narciso (1856) y Justo Jacinto Emiliano (1858). Casi todos fueron bautizados en la Iglesia Nuestra Señora del Rosario de Azul, aunque no necesariamente habían nacido en el pueblo.

A pesar de esta importante descendencia con Juana, en diciembre de 1849 nació en Azul un bebé, al que poco después Pedro Pablo reconoció como suyo, siendo su madre la azuleña María Cosme Damiana Ramos (nacida en 1837; hija de Manuel Ramos y María Crespo). Éste niño figura en el Acta de Bautismo como Manuel Belgrano, habiendo sido bautizado por el Padre De la Sota, el 1 de agosto de 1850.

El 29 de octubre de 1851, Pedro y Juana celebraron su matrimonio religioso en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Azul. Los padrinos de la ceremonia fueron Manuel Ángel Medrano y la madre del novio –aunque no legalmente reconocido el vínculo-, María Josefa Ezcurra. Al no poder ella viajar desde la ciudad de Buenos Aires, fue representada en la ceremonia por Sor Gregoria Tapia. El sacerdote que consagró la unión fue Clemente Ramón de la Sota.

 

Condenado a muerte tras “San Gregorio”

 

El día 15 de septiembre de 1852, Pedro Pablo Rosas y Belgrano, desde Azul, adheriría al levantamiento de Buenos Aires contra Urquiza. En una carta a Valentín Alsina, jefe de la sublevación, el vecino azuleño le diría: “…mi posición está libre de ciertas trabas que me eran de peculiar estorbo. Cuente el gobierno y cuenten todos los buenos patriotas con mi cooperación decidida en sostener el honor, la libertad y bienestar de nuestra amada Provincia, tan vilmente ultrajada por un hombre sin corazón ni razón”. Ese hombre “sin corazón ni razón” era el general Justo José de Urquiza. Sin embargo… Después de la caída de su padre putativo, Rosas y Belgrano había seguido siendo el Juez de Paz de Azul, por orden directa de Urquiza. Y luego, por disposición del comandante de campaña Hilario Lagos, había sido nombrado Comandante del Regimiento de Caballería Número 11, con sede en Azul.

El “Combate de San Gregorio” se desencadenó el 22 de enero de 1853. Al llegar frente al ejército enemigo, Jerónimo Costa puso a sus tropas al mando del general Gregorio Paz, jefe de su estado mayor. Por su parte, Rosas y Belgrano delegó el mando de las suyas en el coronel Faustino Velazco, recién incorporado al ejército porteño.

Antes de terminar de ubicarse las tropas, los indígenas del ejército de Rosas y Belgrano conferenciaron con los indios que integraban en el ejército federal y, de común acuerdo, todos abandonaron el campo de batalla. Con este cambio, la situación quedó ampliamente a favor del ejército de la Confederación. Además, contaban con mucho mejor armamento, mejores mandos intermedios y más experiencia en las tropas.

Viendo la situación, Paz ordenó un ataque general de su caballería, que se llevó por delante al ejército enemigo en minutos. Muchos de los soldados intentaron salvarse lanzándose al río Salado, pero las barrancas de la costa les impidieron terminar el cruce y muchos murieron ahogados. Sin embargo, los menos, como el joven y valiente Matías B. y Miñana, de casi veinte años, pudieron concretar la hazaña nadando por el imponente río. Otros, como el coronel Velazco, quedaron encerrados contra las altas barrancas y fueron asesinados. Los que fueron alcanzados antes por los oficiales que por los soldados, como Ramos Mejía, Otamendi y Rosas y Belgrano, salvaron sus vidas. Pero fueron tomados prisioneros. Al mediodía, la batalla había terminado.

Pedro Pablo Rosas y Belgrano fue trasladado detenido, primero, a una casa en San José de Flores y, posteriormente, a la Villa de Luján. Un Consejo de guerra -presidido por el coronel Isidro Quesada-, lo condenó a muerte a pesar de la defensa que de él hizo el coronel Antonino Reyes. Pero Lagos no quiso cumplir la orden y lo puso en libertad, considerando la carta que Manuela Mónica del Corazón de Jesús Belgrano le entregara pidiéndole por la vida de su hermano “teniendo en cuenta su sangre”.

 

Otra vez al Azul, por poco tiempo…

 

Rosas y Belgrano renunció a su banca como diputado el 20 de julio y el 3 de agosto de 1853 fue repuesto como Juez de Paz de Azul, cargo al que agregaría en 1854 el de Comandante del regimiento de Caballería 11º de Guardias Nacionales. En febrero viajó hacia Buenos Aires y en abril se le dio el alta en la Plana Mayor Activa del Ejército.

En febrero de 1855 pidió la baja por mala salud. Por entonces recrudecieron los ataques contra los que habían simpatizado abiertamente o formado parte del gobierno de Juan Manuel de Rosas. Las nuevas autoridades decidieron confiscar todos los bienes de éste y de sus hijos. Consecuentemente, dado que legalmente Pedro llevaba el apellido del “Restaurador de las Leyes”, perdió todo su capital… Fue propietario hasta entonces de las suertes de estancia números: 1, 2 y 3 (conformando las tres juntas “El Recreo”); 21, 37, 64 (“Puesto de los Bueyes”), 65, 191, 192 (“San Benito”), 193, 194, 195, 217, 237238 y 241 (“La Colorada”), y 266.

Harto de todos los conflictos planteados, en primera instancia se marchó a la República Oriental del Uruguay, donde el 10 de enero de 1856 nacería su hijo Francisco Narciso. Luego, retornó a la Argentina, instalándose en la provincia de Santa Fe.

 

A las órdenes de Urquiza...

 

Poco después de la batalla de Cepeda, el general Urquiza volvió a avanzar sobre Buenos Aires. Allí organizó la defensa el general Bartolomé Mitre, mientras los jefes de frontera trataban de defenderse de un posible avance desde el sur. Urquiza nombró a Rosas y Belgrano comandante de armas del sur de la provincia de Buenos Aires y lo envió hacia esa zona -culminando así sus trajinares por la zona del litoral, a la que no volvería-.

El flamante Comandante convenció al cacique general Calfucurá, para que enfrente al comandante Ignacio Rivas en Cruz de Guerra, pero el ataque fracasó.

El 10 de noviembre de 1859, Rosas y Belgrano, el coronel Federico Olivencia y un grupo de indios tomaron el pueblo del Azul.

Por su parte, el comandante Linares se presentó en Tandil, que estaba indefensa por haber salido su comandante, Benito Machado, a defender Azul. De modo que los habitantes de Tandil lo dejaron tomar la ciudad a cambio de que los indígenas que venían con él quedaran afuera, pero éstos se sublevaron y saquearon la ciudad.

Simultáneamente, llegó al Azul el coronel Nicolás Ocampo con un reducido grupo de soldados del Regimiento Nº 16 de la Guardia Nacional. Ante el panorama planteado y conocedor de viejos rencores entre Olivencia y Rosas y Belgrano, Ocampo se reunió con el primero buscando que deponga su actitud. Ambos se entendieron… Olivencia y sus hombres abandonaron el pueblo. Machado regresó a Tandil, obligando a Linares a huir.

Los indígenas que habían llegado a Azul con el coronel Rosas y Belgrano también lo abandonaron. El Coronel debió huir, pero fue tomado prisionero en cercanías de Rosario y, a pesar de que algunos oficiales pidieron que fuera ejecutado, su vida fue respetada por órdenes del general Bartolomé Mitre. Éste último, viendo que el primogénito de Belgrano estaba muy enfermo, lo dejó regresar a Buenos Aires empero con la condición expresa de que no se acerque al Azul.

 

Camino al descanso eterno…

 

La salud de Pedro Pablo comenzó a deteriorarse aceleradamente. Los problemas económicos que debió enfrentar, agravaron su estado.

Pasó sus últimos días en la casa de la calle Belgrano Nº 208 de la ciudad de Buenos Aires. Pedro Pablo Rosas y Belgrano falleció el 26 de septiembre de 1863, en la casa ubicada a pocas cuadras de donde había fallecido su padre a los cincuenta años de edad, igual que él.