Sangre, amores y hasta un rey
En la distribución que planteara Francisco
Mesura como agrimensor en 1832 -durante la fundación del Fuerte del Arroyo Azul-,
la esquina le correspondió al comerciante José Antonio Capdevila
(1765-1841). Era natural de Barcelona, Cataluña, España; llegó a la ciudad de
Buenos Aires en 1794 donde se dedicó al comercio. Prestó importantes servicios
personales y pecuniarios durante las invasiones inglesas a esta ciudad. En 1807
fue cabildante y Alférez Real. En 1810, la Junta, deseando hacerle un homenaje,
resolvió dar su nombre a la entonces calle San Andrés -hoy Chile-, donde
residía. En 1810 fue uno de los 400 vecinos invitados por esquela al Cabildo Abierto,
votando por la causa de la Patria. Posteriormente desempeñó algunos cargos honoríficos,
muriendo en Buenos Aires.
El catalán estaba casado con su coterránea Teresa
Genoveva Fernández (1771-1804), con quien tuvo diez hijos: Pedro
Andrés (1793), María Francisca Josefa Joaquina Estanislada (1794), María
Antonia Basilia Ramona Ignacia (1797), José Martiniano Juan Nepomuceno (1798),
José Antonio (1799), Manuel (1800), María Melchora Benita Francisca (1801),
Pedro Saturnino (1802), María Francisca Josefa Antonia (1803) y Juan (1805).
Además del cuarto de manzana en el centro del
incipiente poblado, en Azul también pobló la Suerte de Estancia N° 3, que
formaba parte del campo “El Recreo”. Asimismo, su hijo el capitán Manuel
Capdevila, por muchos años, prestaría importantes servicios como Juez
de Paz del Fuerte, hasta el arribo en 1840 del coronel Pedro Pablo Rosas
y Belgrano.
Raíces y lazos
Arraigados prontamente,
los catalanes establecieron estrechos vínculos con la comunidad y fuertes lazos
de amistad. Por un lado, por ejemplo, Rufino (nacido el 11 de agosto de
1864), fue bautizado el 21 de octubre del año de su natalicio, siendo su
padrino el comandante Matías Barragán y Miñana.
Por otra parte, el 11
de noviembre de 1876, Jaime contrajo matrimonio con Daría
Riviére, hija de María Hipólita Sayago y Marcelino Riviére,
fundador del Molino Harinero “Estrella
del Norte”.
Sangre enamoradiza
El porteño Juan de la Cruz Cuello (1830), buen mozo y
galante, no sólo tenía habilidades con las armas (boleadoras, facón, trabuco),
sino que su espíritu temerario lo llevaba casi cotidianamente a desafiar los
límites establecidos por el estricto gobernador Juan Manuel de Rosas.
Por
entonces, la Mazorca -constituida por dos cuerpos policiales especiales-,
era el brazo armado de la Sociedad Popular Restauradora, dedicado a imponer el
terror y a exterminar sistemáticamente a los opositores políticos del rosismo.
El Cuerpo
de Serenos y Vigilantes a Caballo, al mando del temible coronel Ciriaco
Cuitiño, era una de esas duras fuerzas represoras.
Una
noche, el romántico galán fue descubierto en Balvanera por una partida de serenos
saliendo de la casa de la mujer de un Ayudante del Cuerpo. A pesar de su
habilidad y rapidez con el facón, fue atrapado y llevado al cuartel. El Gobernador, en vez de castigar a Cuello, dispuso que lo incorporaran a
las fuerzas militares del regimiento de la División Palermo; Rosas prefirió
olvidar aquel episodio y sumar a sus filas a un hombre joven y de coraje. Sin
embargo, apenas pudo, Cuello desertó.
Creyéndose
impune, se quedó por los alrededores de Buenos Aires y siguió divirtiéndose en
las pulperías, disfrutando de frecuentes guitarreadas. Mientras tanto, el jefe
de la policía, Juan Moreno, dispuso su captura por “desertor y asesino”.
Alardeando
sus dotes como jinete y su particular estilo conquistador, Juan logró seducir a
la hermosa Margarita, hija del sargento mazorquero Nicolás Oliden, quien
-como era costumbre-, la había prometido nada menos que a su jefe, el
comandante Ciriaco Cuitiño.
La
joven, castigada por su padre, fue encerrada en el sótano de la casa, pero
alcanzó a fugarse con su amante. Enfurecido, Cuitiño encabezó personalmente las
fuerzas que abnegadamente los persiguieron hasta cercarlos por la localidad de
Luján. Pero fracasó.
El
1 de enero de 1850, se preparó un gran contingente de soldados y se cercó la
quinta donde se había descubierto que se refugiaban Cuello y la joven. Los
rodearon y comenzó un tiroteo en el que Margarita resultó herida. Él tuvo que
huir y ella regresó a su hogar, pero para gran sorpresa de su progenitor y su
prometido, estaba embarazada. Maltratada, Margarita y su bebé murieron en un parto
prematuro.
Juan
Cuello fue declarado “enemigo público”. Así, desapareció
de los lugares que frecuentaba, viéndose forzado a dar pelea y huir
inmediatamente si era descubierto.
El
jefe de policía, Moreno, envió una circular a los jueces de paz de la campaña
instándolos a buscar al bandido, ofreciendo una recompensa de cien
mil pesos a quien lo entregara vivo o muerto. Tras cruzarse
rudamente al sur de Dolores con la partida que comandaba el oficial Boado,
y habiendo vencido a su rival, después de otras aventuras, Cuello se refugió en
los pagos del Azul, en las tolderías de los “indios amigos” del cacique Mariano
Moicán, a orillas del Arroyo Nievas.
Aceptado
por el Cacique por sus méritos y servicios, Cuello anduvo maloqueando con los
indios y, prendado de la exultante belleza de la hermana del cacique, Manuela
Díaz, anduvo buscando cumplir con las ofrendas de rigor para tomarla
como esposa. Y lo logró.
Dueño
de la mejor mujer y del mejor caballo (“colorado pico blanco” que ganaba todas
las carreras), Cuello se convirtió en un gran personaje de los toldos. Empero
su soberbia y arrogancia lo confundieron imperdonablemente…
Era
gustoso de pasearse con Manuela por las calles del pueblo e inclusive no perdía
oportunidad de contar sus hazañas en alguna pulpería, luciéndose con ella como
si se tratase de un premio valioso.
Incapaz
de enfrentarse directamente con Cuello, un oficial de la policía de Buenos
Aires, el sargento Quintana, en una oportunidad tentó a Manuela con la
recompensa de cien mil pesos que ofrecían por él. La nativa, vencida por la
codicia, aceptó la oferta.
Comenzaba
diciembre cuando la pareja fue a una carrera de caballos, en la zona aledaña al
Arroyo Azul, en la Estancia “El Recreo” (en las inmediaciones
del actual Hipódromo). Mientras Juan se mantenía eufórico por la destreza de su
animal, arteramente Manuela lo alentó a emborracharse… Ambos se acercaron al
centro del pueblo y se instalaron en el Hotel “De
los Catalanes”. Cuando Juan se durmió -completamente ebrio-, ella aprovechó para atarlo a
la cama y a toda prisa abandonó la habitación en busca de la policía y su
recompensa.
Enviado
Juan
de la Cruz Cuello a Buenos Aires, el gobernador Juan Manuel Rosas
ordenó su inmediato fusilamiento en Santos Lugares el 27 de diciembre de 1851.
El cadáver fue decapitado y su cabeza expuesta en una pica en la Plaza de la
Victoria, como escarmiento para los unitarios y desertores… Cuitiño contempló
la escena con alevosa satisfacción.
Otro hotelero…
Después de la batalla de Caseros, Ciriaco
Cuitiño permaneció “escondido” en distintas localidades del interior de
la provincia de Buenos Aires. Posiblemente estuvo en Azul, sin
embargo, lo cierto es que una noche a mediados de 1853, entró a la ciudad de
Buenos Aires, acompañado de su amigo Leandro Alén (pulpero del barrio de
Balvanera, padre del futuro caudillo radical Leandro Alem). Fueron
descubiertos, delatados y arrestados. Tras un juicio penal se los condenó a
muerte. Cuitiño y Alén fueron ejecutados el 29 de diciembre de 1853, a las 9 de
la mañana, sobre el paredón de la iglesia de la Concepción (Tacuarí e
Independencia). Luego los cadáveres de ambos se exhibieron colgados por cuatro
horas en la Plaza de la Concepción.
Un tiempo después, su hijo Vicente Cuitiño
supo el final de su padre. Él tenía por entonces en Azul un hotel
ubicado a unos 50 metros de la entrada del pueblo, que se efectuaba por aquel
tiempo mediante un puente levadizo sobre el foso, en la calle Ancha, hoy Av. Mitre,
esquina Colón.
En
su libro “Viaje por las Pampas Argentinas – Cacerías en el Quequén Grande
y otras andanzas. 1869-1874”, Henry Armaignac narró haber
estado alojado en nuestro pueblo, en el “Hotel
de Cuitiño”:
Años
más tarde, esta fonda u hotel, después estuvo ubicada en la esquina que hoy
ocupan el “Gran Hotel Azul” y la Estación de Servicio de Y.P.F.; allí se
hospedaba, entre otros muchos viajeros y huéspedes ilustres, el coronel Álvaro
Barros.
El Cuartel General de Mitre
A mediados del siglo XIX, se produjo una dura sublevación de los pampas.
Los daños producidos a las diversas poblaciones atacadas, los arreos de ganado
y las cautivas, plantearon un cuadro sumamente complejo. Esto determinó que, el
1
de mayo de 1855, el ministro de Guerra, coronel Bartolomé Mitre, se
estableciera en Azul, que por decisión del gobierno bonaerense quedó
constituida en Cuartel General de Operaciones.
Mitre se estableció en el Hotel “De los Catalanes”, permaneciendo en
nuestra localidad por un mes y medio. El hábil Coronel suponía que el conflicto
con los pueblos originarios iba a ser una cuestión fácil de resolver, sin
embargo, se equivocó rotundamente. En Sierra Chica, los sublevados obtuvieron
una importante victoria, obligando a Mitre y sus tropas a retornar en una
ordenada y “honrosa” retirada, que se produjo en horas de la noche, dejando
parte importante de la caballada y los fogones prendidos en el campamento, para
ocultar, con éxito ante los indios, la operación. Casi doscientas cincuenta
fueron las bajas en las tropas mitristas y el Comandante, ofuscado, no dudó en
resaltar la desorganización de los Guardias Nacionales que estaban acantonados
en Azul y habían marchado con él. Este duro enfrentamiento se produjo el 30 de
mayo de 1855 y pasó a la historia como Combate de Sierra Chica.
El joven coronel Bartolomé Mitre, que una semana antes en la plaza Mayor
había dicho con sonora voz que se haría responsable hasta de “…la cola de la última vaca de
A mediados de junio, Mitre dejó atrás Azul…
Así como sehospedara en el Hotel “De los
Catalanes”el futuro presidente de la Nación, también en algún momento lo
harían los generales Ignacio Rivas y Manuel Escalada,
como así también Adolfo Alsina, entre muchos otros.
El hospedaje del rey
El Dr. Alberto Sarramone en su obra “Orllie-Antoine
I: un rey francés en Araucanía y Patagonia”, cuenta la visita y estadía
de un singular personaje, Orllie Antoine de Tounens:
Mientas tanto Azul era la única población de la Argentina en la cual la
mitad de su población estaba constituida por franceses o descendientes, que en
cierta medida controlaban el negocio con los indios. En su estadía en Azul, el
rey se ha registrado en el hotel de los Catalanes como Jean de Tourtoirac.
Habiendo fracasado en obtener apoyo para sostener sus aventuras, proseguirá su
viaje, internándose en la pampa, sin mucho eco o, por lo menos, no tenemos
constancia de ello…”.
El particular huésped del Hotel “De los
Catalanes” era Orllie Antoine de Tounens, que había nacido el 12 de mayo de 1825, en La Chaise, Chourgnac,
Francia. Era hijo de Jean Tounens y Catherine Jardon. Fue procurador del
Tribunal de primera instancia de Périgueux y un aventurero conocido por
autoproclamarse “Rey de la Araucanía y la Patagonia”, un estado
por él creado, afirmando que las regiones de la Araucanía y la Patagonia
oriental no necesitaban depender de ningún otro estado. Tounens fue arrestado
el 5 de enero de 1862 por las autoridades chilenas, fue encarcelado y declarado
loco por un juicio del tribunal de Santiago del 2 de septiembre de 1862 y fue
expulsado a Francia el 28 de octubre de ese año. Más tarde, Antoine de Tounens
intentó varias veces regresar a la Araucanía para reclamar su reino, pero fue
siempre expulsado; la visita narrada por el Dr. Sarramone fue la cuarta y
última. Tounens murió el 19 de septiembre de 1878 en Tourtoirac, Francia.
Paso del tiempo…
Cuando Tounens anduvo por Azul, el pueblo se desarrollaba
vertiginosamente. Las calles del pueblo eran identificadas con números romanos
(correspondiéndole, por ejemplo, el IX a la actual calle San Martín y el XXVI a
la Colón), y en poco tiempo más recibirían muchos de los nombres que aún se
siguen utilizando. A la vez, la Plaza Mayor o De las Carretas, recibió el
nombre de “Colón” (hoy “Gral. San Martín”). También comenzaron a edificarse
residencias de considerable importancia. Y en los ’80 se comenzaron a
instalar en Azul los novedosos teléfonos en distintos domicilios y comercios; el
Hotel tenía el número 65 (vale considerar que la cantidad de
usuarios no llegaba al centenar).
Al comenzar el siglo XX, en 1901, en aquella
mítica esquina se instalo la droguería Franco-Española que estaba a cargo de Ramón
Farres. Un par de años más tarde se mudó a la esquina de Belgrano y
Colón, dejándole el local al joven Leopoldo G. Marchisio, que hacia
1903 se había instalado con su farmacia en la esquina norte de Colón y Bolívar
(otrora “Farmacia Viñas”), mudándose
en 1913 a la esquina que otrora ocupara el Hotel “De los Catalanes”.
Finalmente, en 1961 se construyóel entonces
moderno edificio de departamentos en altura, que se denominó “Edificio
Marchisio”, y se instaló la “Farmacia Marchisio” en el amplio
local de la planta baja. Aunque desplazada del local de la esquina, en la
actualidad la farmacia continúa escribiendo su historia…
Frente a la Catedral en construcción puede observarse lo poco que quedaba en el arranque del siglo XX del "Hotel de los Catalanes".