Juan Miguel Oyhanarte, ninguno igual
Por Eduardo Agüero
Mielhuerry
Juan Miguel Oyhanarte nació en Azul el 5 de julio de 1926. Sus
padres fueron Dionisio Andrómaco Oyhanarte y Juana Paula Zárate. Tuvo tres
hermanos: Nelly Azucena, Aída Argentina y Aristóbulo.
Con apenas 14 años de edad, ingresó
al diario “El Tiempo” el 16 de octubre de 1940. Su misión era hacer
mandados, cebarle mate y comprarle cigarrillos al entonces Director, el Dr.
Carlos A. Ronchetti. Al cabo de un tiempo, por su espíritu inquieto y buceador
de conocimientos se le asignaron tareas en la Redacción, en la Sección
Deportes. Después pasó a la Redacción General para desempeñarse, por último,
como Jefe de Redacción.
Siendo un gran lector, se dio
cuenta que era necesario tener un excelente archivo. Y todos los días, como una
hormiga, fue formándolo, constituyéndose actualmente en uno de los más
importantes.
Cuando comenzó Radio Azul, en la
década del 50, la parte periodística se le encomendó a “El Tiempo”. Y la
empresa le dio la responsabilidad a Oyhanarte. Luego, en esa radio tuvo una audición
deportiva junto a Luis María Yozzi.
En la función pública se
desempeñó en el gobierno municipal del Dr. Ernesto María Malére, para cumplir
con su amigo. Allí creó el Área de Prensa.
En política desde siempre militó
en el Partido Socialista –al
igual que lo hiciera su padre, que recibió alguna vez en Azul a Juan B. Justo-,
hasta llegar a ser candidato a Intendente Municipal y a Concejal. Fue
mutualista y cooperativista. Por eso, tuvo una activa participación en la
Sociedad Argentina de Socorros Mutuos.
Contrajo matrimonio con Blanca
Restivo, con quien tuvo un único hijo, Horacio.
Fue un gardeliano de alma y
fundador del “Centro Carlos Gardel”. Y por su iniciativa, el Diario realizó
una campaña para que exista lo que hoy es el Museo de Arte López Claro.
Trabajó en muchas otras cosas, la mayoría de las veces en forma silenciosa…
Recibió el premio al servicio
distinguido otorgado por el Rotary Club de Azul y el de Ciudadano Ilustre de la
ciudad, concedido por el Concejo Deliberante de Azul. Muchos otros reconocimientos,
los rechazó por su particular forma de ser.
Fueron sus “Baldosas flojas” un
espacio de opinión y crítica constructiva en “El Tiempo”, donde también la
historia era rescatada del olvido, sin dejar nunca de oír a los vecinos y sus problemáticas. Baldosas que
aún siguen flojas, esperando ingenuamente volverlo a ver transitar la ciudad.
Juan Miguel Oyhanarte falleció a
los 82 años de edad, el 7 de junio de 2009, Día del Periodista.
Su
esposa Blanca, la “Gringa” como cariñosamente le decía, diría alguna vez de “El
Tiempo” y Miguel: “Significa toda mi
historia. Tenía 17 años cuando empecé a andar con Miguel. De ahí adelante, “El
Tiempo” estuvo en mi vida todos los días…
Con Miguel nos respetábamos mutuamente. Yo
respetaba su opinión y él la mía. La relación estaba basada en el amor, pero
también en mucho respeto. Nunca le hice ningún problema de que pasara tantas
horas en el diario. Miguel se iba de acá a las 10 de la mañana y volvía a las
12 de la noche o cualquier hora… Mi casa era una casa sin horario. Yo sabía que
el diario era la vida de él.
Siempre admiré la honestidad de Miguel, y su
paciencia para escuchar a todo el mundo así pensara de manera completamente
diferente a como él pensaba. A veces, cuando en la televisión había algún
político al que no quería e iba a cambiar de canal, me decía: “si no escuchás a
todo el mundo no sabes dónde estás parada”. Además era un gran compañero.
Hoy, sigo leyendo “El Tiempo” cada mañana y
recuerdo de alguna manera a todos los que pasaron por el diario...”.
En 2020,
el periodista Carlos Comparato editó su libro “Crónicas a destiempo”.
En su extraordinario trabajo, en el que recopila notas de su autoría y diversas
entrevistas, rescata su artículo titulado “La Remington quedó en silencio”:
“El Viejo, cabrón, solitario, con la tecla
pegajosa de su creatividad esbozando el juego que más le apasionaba: que las
palabras dijeran más allá de su significado. Había que entenderlo. Era su
picardía para decir lo que no se podía decir. Era la entrelínea sugerente, sin
espasmos junto a la mordacidad sin atenuantes que bailoteaba entre el bálsamo
de la sonrisa cómplice y la rudeza de un contenido incontrastable.
Para todos en la redacción era el Viejo, el
espejo donde mirarse, el padre que castiga con la mirada y que es el regazo, el
último recurso cuando las papas queman. Un bohemio de redacciones de madrugada
en tiempos en que no había tanto apuro, en el que la fatiga pasaba inadvertida,
en el que el mundo estaba más lejos y la aldea más cerca.
Nunca se sometió a la tecnología porque era
como romper su mundo mágico embotado de papeles, sobres, anotaciones que sólo
él entendía, con lapicera en la oreja y la lámpara mortecina empecinada en
mostrar sólo el papel en la maquia de escribir como si fuera un escenario, su
escenario, una puesta en escena donde él era el director, el guionista y el
actor. (…)
El Viejo sigue estando y es tan astuto que
decidió engañar a la muerte un Día del Periodista. Como para que no queden
dudas. De puro porfiado, debe estar volando por ahí el último papel que arrancó
de la Remington, con su rezongo postrero, con la frase que aún no terminó de
escribir, con la lágrima que se escapa irreverente, fugaz.
No habrá ninguno igual, no habrá ninguno.”.