domingo, 3 de mayo de 2020

Misia Magdalena Barranco

Misia Magdalena Barranco


Por Eduardo Agüero Mielhuerry


Fortineracuartelera, milica soldadera, fueron los nombres que se les dieron a las mujeres que acompañaron la vida de los “soldados” durante las campañas al desierto.
Eran esposas, novias, madres o mujeres de “dudosa moralidad”; mujeres de un solo hombre o de un regimiento. Eran mujeres humildes, en su mayoría indias, negras, pardas y mestizas -pocas fueron blancas-, de baja extracción social y analfabetas.
Todas tuvieron un denominador común, aportar sus esfuerzos y sacrificios, compartir y hacer frente a la inmensidad inhóspita de las pampas. Cada una al lado de su hombre, sea criollo o indígena, simple gaucho o soldado, por voluntad u obligada, contribuyeron a conformar los primeros centros urbanos de la nueva patria que se estaba construyendo.
Cuando las leyes comenzaron a reclutar a los gauchos, para trabajar forzados para algún propietario designado por el Juez de Paz, o enviarlos al servicio militar en los fortines, por el cargo de “vago y mal entretenido”, la mujer criolla partió detrás de sus hombres, convirtiéndose en fortinera, prefiriendo la vida en el cuartel antes que el abandono y la soledad.
Las mujeres trabajaban a cambio de una mísera  quincena que consistía en yerba, jabón, tabaco muy malo y dos pliegos de papel de fumar. Prestaban servicio y generalmente eran mal remuneradas. Eran las encargadas de buscar el agua y la leña, muchas veces desde lejos, cargando siempre con los niños a cuestas. Las había también curanderas y buena parte de ellas lograba bordar un rosario de amarguras.
Al comienzo el poder militar las aceptó de mala gana, y las destinó a cocinar, lavar y remendar uniformes, curar enfermos, asistir a los bailes pero también a los velorios y rezar por el alma de los difuntos, entre otras tareas. Pero ante las condiciones desdichadas a las que se sometía a la tropa, cuando las deserciones comenzaron a diezmar el improvisado ejército, los mismos comandantes fueron dándole otro valor a “la chusma” (mujeres y niños que seguían desde las retaguardias a las tropas).
La presencia de la mujer durante las ásperas jornadas de la conquista del desierto fue una página de encendido heroísmo. En medio de las asechanzas y los peligros, las fortineras, aún embarazadas o llevando en brazos a sus hijos lactantes, supieron compartir las más duras alternativas junto a los protagonistas de la gesta.
Las soldaderas o cuarteleras que seguían a la tropa de soldados, que fueron incorporadas por el gobierno argentino como parte del ejército, eran sometidas a los mismos deberes aunque no las asistían los derechos que sí tenían los soldados.
La vida en el fortín era brava: mal comidos, mal vestidos, castigados por cualquier motivo, los soldados ni siquiera tenían la certeza de recibir la paga a tiempo. Las tareas comenzaban al alba y proseguían todo el día. Atendían la caballada, fabricaban adobe, cavaban fosas y preparaban la tierra destinada a chacras estatales, al margen de las patrullas cotidianas.
Cuando la división tenía que marchar de un punto a otro, las mujeres arreaban las caballadas. Había algunas mujeres que rivalizaban con los milicos más diestros en el arte de amansar un potro y de bolear un avestruz. Eran toda la alegría del campamento y el señuelo que contenía en gran parte las deserciones. Sin esas mujeres, la existencia hubiera sido imposible. Ahí iban ellas, detrás, a veces cantando melodías populares que se dejaban oír como ráfagas de alegría, mezcladas con el tintinear de los cacharros colgados de los flancos de aquellas cabalgaduras y el llanto de los niños. Y cuando no, empuñaban los fusiles con peculiar bravura….


Fortineras “famosas”


A medida que llegaban a los fortines, las mujeres eran rebautizadas por la soldados: “La Pastelera” y “La Pocas Pilchas” (que figuraron en un parte diario porque se habían trenzado en una pelea), La Siete ojos”, La Mamboretá, entre otras muchas.... Algunas tuvieron nombres humillantes: “La Cama Caliente”, “La Pecho’e Lata” y “La Vuelta Yegua”.
Una historia cuenta que “Mamá Carmen”, de apellido Ledesma, acompañaba a sus hijos montada, cebándoles mate o amasándoles tortas fritas. Dicen que la negra fue sepultando uno a uno a sus quince hijos hasta que no le quedó ninguno, pero terminó sus días con el resto de la tropa.
El coronel Hilario Lagos debió llevar su regimiento (el 2 de caballería) hacia Mercedes. Como no podía dejar vacío su fortín, llamó a “Mamá Carmen” y la nombró Sargento Primero. Inmediatamente, ella hizo disfrazar de soldados a las mujeres y organizó la vigilancia. Cuando aparecieron los indios, no sólo los dispersó sino que salió a perseguirlos. El día que regresaron los hombres, no creyeron la historia hasta que vieron los tres prisioneros que las fortineras habían capturado.
En otra ocasión, mientras cuidaba la tropilla del jefe, “La Parda Presentación” -una entrerriana casada con un sargento- espantó, sola y sin ayuda, a un grupo de indios que intentaba acercarse al cuartel.
Carmen Funes de Campos, conocida como “La Pasto Verde” (cuyo marido estaba en el cuartel del coronel Napoleón Uriburu), se habría sumado muy joven a las tropas desde una columna que salió de Mendoza y luego se afincó en la zona que hoy se conoce como Plaza Huincul, en una aguada en medio de la estepa desnuda. Ella construyó un ranchito que hizo las veces de posta en el camino de Neuquén a Zapala. Cerca de ella vivió “Mercedes la Mazamorrera”. Ésta última era una curandera experta en el uso de hierbas y tisanas, muy conocedora de “viejos rituales” y cuánto menjunje aplacara los dolores de los hombres. “Catalina Godoy”, “Mamá Pilar”, “Mamá Culepina” (una araucana afincada en el Regimiento 3) y “La Viejita María”, eran respetadas curanderas.
La única obligación placentera que las fortineras tenían era asistir a los bailes que se hacían. Jóvenes o viejas, ninguna podía faltar: la orden era terminante. Eran los únicos momentos de alegría. Empero también solían armarse duros entreveros, como el que protagonizó “La Rosa Mala” (o “Rosamala”) cuando vio a su Cabo bailar con otra mujer. Esa noche la fiesta terminó en un duelo que ganó la esposa ofendida. Él casi murió de una puñalada y ella fue desterrada.


Algunas consideraciones previas…


La historia de Misia Magdalena Barranco se desarrolla en un mar de misterios e imprecisiones. Sin dudas, al momento en que se eligió su nombre para bautizar a una calle azuleña, no se reparó plenamente en la existencia de documentación que acreditara su historia, sino que sencillamente se la tomó como un ícono de la mujer fortinera.
No se sabe dónde ni cuándo nació. Mucho menos dónde y cuándo murió.
Algunas veces su apellido aparece como Barranca. Pero mayoritariamente se lo escribe como Barranco.
Apenas han trascendido los nombres de su esposo, Nazario, y sus tres hijos, Parmenio, Cirilo y Casiano. Se afirma que los cuatro murieron durante la Batalla de San Carlos, lo cual es probable, pero sus nombres no aparecen en las nóminas de los que combatieron en la ocasión, ni dentro de los listados de fallecidos.
Otro detalle no menor es que los cinco integrantes de la familia ocuparon el Fortín “Los Descalzos”, junto a otros reducidos grupos familiares. Y que a la muerte de todos los soldados de dicho establecimiento, las mujeres fortineras quedaron a cargo. Sin embargo, como si hasta el momento las incertidumbres no fueran suficientes, el Fortín no aparece registrado en ninguna línea de frontera de la región. Tampoco aparece fuera de la provincia de Buenos Aires.
A esta altura, hay dos posibles suposiciones, es decir, que el nombre “oficial” no haya sido “Los Descalzos” y éste apenas fuera un sobrenombre o un topónimo local acotado. La otra opción es que, directamente, no haya existido dicho fortín.
            Habiendo considerado los pocos datos que tenemos sobre la fortinera Barranco, podemos suponer, dado que reconocidos historiadores e investigadores locales han escrito aunque más no sea sucintamente sobre ella, que su historia no es más que un episodio que, transmitido verbalmente a lo largo de los años, con imprecisiones, llegó a oídos del historiador Vicente Porro quien se hallaba al frente de la “Comisión Municipal de Investigaciones Históricas del Partido de Azul” y de la poetisa María Aléx Urrutia Artieda, que integró dicha Comisión, siendo una de las principales impulsoras de la misma. Sin embargo, ambos consideraron a la figura de Misia Magdalena Barranco para perpetuar su nombre en una de las arterias locales como homenaje colectivo a todas las mujeres fortineras.


¿Misia?


En el nombre de esta calle, particularmente llama la atención el término “Misia”, el cual tiene, según el diccionario, dos significados muy similares (y un tercero -que nada tiene que ver-, referido a una antigua región de Asia):

  1. f. En algunos sitios, particularmente en América, tratamiento que se da amistosa y familiarmente a las señoras casadas o viudas.
  2. f. En América, tratamiento equivalente a “Mi señora”.


Sin piedad, ojo por ojo


En su obra “Calfucurá. La conquista de las Pampas”, el historiador Álvaro Yunque (cuyo nombre real fue Arístides Gandolfi Herrero, nació en La Plata, el 20 de junio de 1889 y falleció en Tandil, el 8 de enero de 1982; fue cuentista, dramaturgo, ensayista, historiador y poeta), describe con brutalidad y sin tapujos la dura vida de las fronteras y las sangrientas luchas contra los pueblos originarios. Casi al final de su extenso libro, relatando la sacrificada vida de las mujeres en los fortines, sin muchas precisiones pero con interesante nitidez describe un suceso que tuvo a Magdalena Barranco como protagonista:

“Viuda del sargento Nazario Barranco, madre de Parmenio, Cirilo y Casiano Barranco, todos lanceados el mismo día, en la batalla de San Carlos, allí donde cayó el poder de Calfucurá; Misia Magdalena, ahora es jefe del fortín “Los Descalzos”. Quedó sola, y espera irse con los suyos después de haber muerto cuantos indios pueda. Al fin, ellos la dejaron sin hombre y sin hijos. Matar indios, para ella, es como matar ratones, abundantes en el rancho derruido que es el fortín “Los Descalzos”. Misia Magdalena es jefe de ese fortín por una razón imperiosa. No hay hombres en él. Y ella, viuda de un Sargento, necesariamente se vio jefe de las cinco mujeres que, vestidas de milico, sustituyeron a los hombres, sus maridos ausentes. A estos los arrastró el ejército de la revolución, año 1874. Las mujeres, vestidas de soldados, hacen de centinela en el mangrullo del fortín y, de tarde en tarde disparan el cañón, para recordar a los bomberos indios que pudieran andar ocultos espiando entre los pajonales, que allí, en el fortín, hay alguien, y ese alguien maneja armas de fuego.
Quince días pasaron así, desde que a los soldados los arrastrara la revolución. Los indios no aparecieron.
Una mañana, en el camino, haciendo señas amistosas, las figura de un indio viejo, desarmado. Se le deja entrar. Misia Magdalena, amenazándolo con el fusil, lo hace atar de pies y manos.
-          Ahora hablá. ¿Pa’ qué has venido?
El indio chapurrea algo de español: Es un “pasado” –dice- antes había vivido entre los huincas, desea volver a vivir entre ellos.
Las mujeres opinan, todas hablan: encuentran muy bien que se quede entre ellas…
Una dice:
-          Nos limpiará los caballos.
Otra dice:
-          Ya estábamos necesitando un hombre para eso.
Misia Magdalena ha quedado reflexionando. De pronto, se acerca al indio atado, le pone el fusil en el pecho y aprieta el gatillo. Asombro. ¿Qué ha hecho? ¿Por qué ha hecho eso? Ella explica:
-          ¿Y si el indio se enteraba que en el fortín había sólo mujeres? ¿Si había venido para averiguar? ¿Quién les dice que los indios ya no recelen lo que ocurre en los fortines?
-          No parecía un traidor – arguye una.
-          Un indio menos siempre es un indio menos -contesta la jefe- sea traidor o no sea traidor es un indio menos. Si es por limpiar los caballos que lo sienten, los voy a limpiar yo. Bastantes veces he limpiado los caballos del Sargento Nazario Barranco, mi marido, y de mis hijos Parmenio, Cirilo y Casiano Barranco, que murieron en San Carlos, después de haber derrotado a Calfucurá…
Y sus ojos se llenaron de lágrimas femeninas.”


Un nombre para no ser olvidado


El jueves 2 de octubre de 1975, la reconocida y afamada poetisa azuleña María Aléx Urrutia Artieda publicó en las páginas de “El Tiempo” la escenificación del poema homónimo “La Sargenta Barranco”:

Una voz: “Nombra la historia del pueblo para no ser olvidado, el nombre alto en coraje de la Sargento Barranco”.
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Soldado: Bravito el día, mi Sargento, no?
Sargento: Bravito, Sánchez… bravito como usted dice… Es cierto que castiga el sol desde temprano y que la sed quema la boca… pero no se aflija, amigo; no se aflija que ya vamos llegando… Ya estamos muy cerca; esta rastrillada chica nos lleva hasta el mismo fortín… Ahora no más, en cuanto demos vuelta a ese montecito que asoma, tendremos “Los descalzos” a tiro de fusil… Yo lo recuerdo muy bien…
Soldado: Cómo, Sargento, usted conoce el fortín de la Barranco?...
Sargento: Vaya si lo conozco!... Y muy mucho, soldado… como que yo fui uno de los pocos milicos del piquete que acompañó al Sargento Barranco, a don Nazario Barranco, allá por el ’63, cuando lo destinaron a su guardia… Entonces el fortín era un rancho pobre, miserable, casi achatado sobre la tierra. Más que un rancho, parecía una cueva; y estaba rodeado por una empalizada, pobre también y defendida por un foso que entorpecía la visita de los indios… Y junto a la empalizada, estaba el corral de los caballos, y a dos pasos del rancho, el mangrullo… Un mangrullo de madera, hecho con palos de los árboles del monte vecino… Y qué se hamacaba con el viento la atalaya esa!... Pero había que estarse arriba horas y horas oteando el horizonte para alertar a los compañeros … Yo fui centinela muchas veces; y por una nube de polvo o la disparada de algún animal, advertía a los milicos la presencia del malón… y entonces , a la carga!...
Soldado: Y eran muchos los milicos del piquete, mi Sargento?.... Y don Barranco era tan bravo como dicen? Porque a mí me contaron que era tan corajudo que salía solo a enfrentar a los indios y que los peleaba con el fusil y las boleadoras y hasta con el puñal y de a pie…
Sargento: Si, Sánchez, la verdad es que don Nazario era un tipo bravísimo, temible por corajudo… Con él estuvimos en un principio seis milicos en el fortín. ¡Solos en “Los Descalzos”!... “Los descalzos”, claro, si andábamos “en patas” lo más del tiempo porque de las botas o de las alpargatas no nos quedaba ni la muestra. Era una vida de miseria espantosa, de pobreza total… Descalzos, cubiertos con un chiripá o algún uniforme viejo y raído; desgreñados, sucios,  las barbas crecidas, flacos por mal comidos… si debíamos causar espanto, dar miedo en ese estado… Y a veces, muchas veces, hasta nos faltó el tabaco para engañar al hambre con unas pitadas…. Pero eso sí, es cierto que estábamos roídos por la miseria y las sabandijas, pero también es cierto que “la bravura se nos salía por los ojos”! … A todos nos sobraba coraje; y tanto, que en medio de esa soledad y esa pobreza angustiosa, cantábamos coplas al son de una guitarra compañera…
Soldado: Demonios, Sargento, qué vida dura la de ustedes en ese fortín!... Solos, lejos, sin la familia, los hijos, la mujer… Qué aguante, mi sargento!
Sargento: La familia… si la extrañábamos mucho… pero allí hubo una mujer que fue un poco madre y hermana de todos… Allí estuvo con nosotros doña Magdalena Barranco, la mujer de don Nazario. Llegó un día con su coraje, los tres hijos y unos pocos bártulos.
Los muchachitos ya estaban hechos a todas las contingencias de esa vida de soldado fortinero, y como el mismo padre, no sabían de miedo ni de cuidados, y les sobraba la destreza y el valor. Y doña Magdalena era una mujer admirable… una mujer buenaza, animosa, fuerte, guapa, servicial y dispuesta a toda la desventura del fortín… Un día…
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Una voz: “Pero el Destino lo quiso. Y un mismo día los cuatro entre un fragor espantoso, fueron, con cientos, lanceados por el malón del Cacique Calfucurá en San Carlos.”
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Doña Magdalena: Le voy a contar, Sargento Gómez, pero póngase cómodo no más… A ver vos, Carreño, ocúpate del caballo y del compañero del sargento, y después venite con la cebadura. Pues sí, don Gómez, cuando usted se fue para la Comandancia a Nazario lo llevaron al fuerte del Azul por orden del general Rivas. Por ese entonces, los indios del araucano Calfucurá andaban merodeando por Sierra Chica, Olavarría, el Tapalquén y hasta Bolívar.
Sargento: Efectivamente doña Magdalena, yo me acuerdo que se decía que el cacique de las Salinas Grandes preparaba una gran invasión… que tenía más de tres mil lanzas entre araucanos y ranquelinos, para terminar con los “huincas” y que de acuerdo a su estrategia no dejaban en paz a las poblaciones: las tenían en continuo sobresalto y con el Jesús en la boca, temerosas de sus furias…
Doña Magdalena: Claro sargento, como para no estar inquieto si todo era incendio, saqueo, muerte y cautiverio! Y fue para eso, para acabar con las invasiones, para acabar con los arrestos de Calfucurá y sus guerreros, que el general Rivas, con algunos coroneles y los caciques Cipriano Catriel y Coliqueo, organizó las fuerzas en el azul… y se encontraron en San Carlos de Bolívar…
Sargento: Dicen que la refriega fue espantosa… que los indios tenían consigna de no dejar un solo cristiano con vida; esa era la orden de Calfucurá; y luchaban furiosos con sables, bolas y lanzas, entre alaridos infernales. .. Pero al final los cristianos los vencieron y el cacique huyó desesperado a sus toldos de Carhué…
Doña Magdalena: Eso mismo me contó un oficial mandado aquí por el propio Rivas. Y por él supe que Nazario y mis muchachos pelearon como tigres, sin descanso y con furia contra los bárbaros, que enceguecidos por el odio lanceaban a lo loco, volteando a cuanto cristiano se les ponía a tiro… y así los mataron a Nazario y a mis hijos... Nazario quedó besando la tierra, clavado de un lanzazo, y con el puñal en la mano; y los muchachos por ahí entre muchos deshechos a bolazos… Créame, sargento, así me los mataron…
Sargento: ¡Qué horror, doña Magdalena! ... ¡Pobre don Nazario y pobrecitos sus hijos! ¡Como cayeron!... Pero después de eso, ¿por qué se ha quedado usted sola y lejos en este fortín?...
Doña Magdalena: ¿Por qué? Muy sencillo: para reemplazar a mi marido… y para vengarme, para cobrar con mis propias manos y en sangre caliente las cuatro muertes en San Carlos! Por eso me quedo, don Gómez y créame que es así. Frente a los milicos de éste fortín; frente a estos milicos que me llaman “Sargenta Barranco”, yo juré matar a cuanto indio estuviera al alcance de mi fusil… o mis boleadoras… o mi puñal, si me apura… Lo juré por Nazario y los muchachos, matarlos así, sin asco, como a los ratones… y lo hago sargento. Cada vez que alguno se atreve a acercarse salgo contenta a cumplir lo prometido… y si lo alcanzo, lo traigo atado a la cola de mi caballo y al galope! Y no se me ha escapado ninguno todavía; ninguno… Se lo juré a Nazario y a mis hijos… y en eso estoy, don Gómez. Por eso me he quedado aquí, convertida ya en la Sargenta Barranco… ¡La Magdalena Barranco de “Los Descalzos”!
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Soldado: Brava la jefa sargento, eh? Y que agallas, mi Dios! … Pero dicen sus milicos que ellos la quieren y la respetan mucho porque es buena, muy buena la sargenta. Sale con ellos a cazar bichos o a sorprender indios “bomberos”, cuando no, se larga sola hasta la Comandancia vecina… Corajuda la sargenta!...
Sargento: Si Sánchez: corajuda la sargenta Barranco!.. Es una mujer que no tiene miedo a nada ni a nadie. Ahí está en ese fortín miserable, con un puñadito de hombres y su coraje. Vestida con bombachas y chaquetilla, y escondido el pelo en el quepi, sale con la partida o sola sin temor al encuentro con ese enemigo que la acecha siempre… Brava y corajuda y habilísima en el manejo de las armas, doña Magdalena Barranco! Una mujer… Y cuantas como ella en la conquista del desierto! Cuantas así, y qué olvidadas, qué hundidas en el silencio esas pobres mujeres que hicieron patria junto a los milicos, luchando contra “fieros” y miserias!...
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Una voz: “Por eso nombra la historia para no ser olvidado, el nombre alto en coraje de Magdalena Barranco”.
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Sin dudas, el trabajo de María Aléx es completamente una ficción, posiblemente basada en algunos hechos reales. Pero es evidente que la poetisa dejó correr su imaginación para escribir con un interesante realismo diálogos sumamente ricos que en pocas palabras pintan escenarios complejos e interesantísimos.







Ilustraciones de Raúl Santiago Gallardo.