Misia Magdalena Barranco
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
Fortinera, cuartelera, milica o soldadera, fueron los nombres que se les dieron a las mujeres que
acompañaron la vida de los “soldados” durante las campañas al desierto.
Eran esposas, novias, madres o
mujeres de “dudosa moralidad”;
mujeres de un solo hombre o de un regimiento. Eran mujeres humildes, en su
mayoría indias, negras, pardas y mestizas -pocas fueron blancas-, de baja
extracción social y analfabetas.
Todas tuvieron
un denominador común, aportar sus esfuerzos y sacrificios, compartir y hacer
frente a la inmensidad inhóspita de las pampas. Cada una al lado de su hombre,
sea criollo o indígena, simple gaucho o soldado, por voluntad u obligada,
contribuyeron a conformar los primeros centros urbanos de la nueva patria que
se estaba construyendo.
Cuando las
leyes comenzaron a reclutar a los gauchos, para trabajar forzados para algún
propietario designado por el Juez de Paz, o enviarlos al servicio militar en
los fortines, por el cargo de “vago y mal
entretenido”, la mujer criolla partió detrás de sus hombres, convirtiéndose
en fortinera,
prefiriendo la vida en el cuartel antes que el abandono y la soledad.
Las
mujeres trabajaban a cambio de una mísera
quincena que consistía en yerba, jabón, tabaco muy malo y dos pliegos de
papel de fumar. Prestaban servicio y generalmente eran mal remuneradas. Eran
las encargadas de buscar el agua y la leña, muchas veces desde lejos, cargando
siempre con los niños a cuestas. Las había también curanderas y buena parte de
ellas lograba bordar un rosario de amarguras.
Al comienzo el
poder militar las aceptó de mala gana, y las destinó a cocinar, lavar y
remendar uniformes, curar enfermos, asistir a los bailes pero también a los
velorios y rezar por el alma de los difuntos, entre otras tareas. Pero ante las
condiciones desdichadas a las que se sometía a la tropa, cuando las deserciones
comenzaron a diezmar el improvisado ejército, los mismos comandantes fueron
dándole otro valor a “la chusma”
(mujeres y niños que seguían desde las retaguardias a las tropas).
La
presencia de la mujer durante las ásperas jornadas de la conquista del desierto
fue una página de encendido heroísmo. En medio de las asechanzas y los
peligros, las fortineras, aún embarazadas o llevando en brazos a sus hijos
lactantes, supieron compartir las más duras alternativas junto a los
protagonistas de la gesta.
Las soldaderas
o cuarteleras que seguían a la tropa de soldados, que fueron incorporadas por
el gobierno argentino como parte del ejército, eran sometidas a los mismos
deberes aunque no las asistían los derechos que sí
tenían los soldados.
La vida en el fortín era brava:
mal comidos, mal vestidos, castigados por cualquier motivo, los soldados ni
siquiera tenían la certeza de recibir la paga a tiempo. Las tareas comenzaban al
alba y proseguían todo el día. Atendían la caballada, fabricaban adobe, cavaban
fosas y preparaban la tierra destinada a chacras estatales, al margen de las
patrullas cotidianas.
Cuando la división tenía que
marchar de un punto a otro, las mujeres arreaban las caballadas. Había algunas
mujeres que rivalizaban con los milicos más diestros en el arte de amansar un
potro y de bolear un avestruz. Eran toda la alegría del campamento y el señuelo
que contenía en gran parte las deserciones. Sin esas mujeres, la existencia
hubiera sido imposible. Ahí iban ellas, detrás, a veces cantando melodías
populares que se dejaban oír como ráfagas de alegría, mezcladas con el
tintinear de los cacharros colgados de los flancos de aquellas cabalgaduras y
el llanto de los niños. Y cuando no, empuñaban los fusiles con peculiar
bravura….
Fortineras “famosas”
A medida que llegaban a los
fortines, las mujeres eran rebautizadas por la soldados: “La Pastelera” y “La
Pocas Pilchas” (que figuraron en un parte diario porque se habían
trenzado en una pelea), “La
Siete ojos”, “La Mamboretá ”, entre otras muchas....
Algunas tuvieron nombres humillantes: “La Cama Caliente”, “La
Pecho’e Lata” y “La Vuelta Yegua”.
Una historia
cuenta que “Mamá Carmen”, de apellido Ledesma, acompañaba a sus hijos
montada, cebándoles mate o amasándoles tortas fritas. Dicen que la negra fue
sepultando uno a uno a sus quince hijos hasta que no le quedó ninguno, pero
terminó sus días con el resto de la tropa.
El coronel
Hilario Lagos debió llevar su regimiento (el 2 de caballería) hacia Mercedes.
Como no podía dejar vacío su fortín, llamó a “Mamá Carmen” y la nombró Sargento
Primero. Inmediatamente, ella hizo disfrazar de soldados a las mujeres y
organizó la vigilancia. Cuando aparecieron los indios, no sólo los dispersó
sino que salió a perseguirlos. El día que regresaron los hombres, no creyeron
la historia hasta que vieron los tres prisioneros que las fortineras habían
capturado.
En otra
ocasión, mientras cuidaba la tropilla del jefe, “La Parda Presentación”
-una entrerriana casada con un sargento- espantó, sola y sin ayuda, a un grupo
de indios que intentaba acercarse al cuartel.
Carmen Funes de
Campos, conocida como “La Pasto Verde” (cuyo marido estaba
en el cuartel del coronel Napoleón Uriburu), se habría sumado muy joven a las
tropas desde una columna que salió de Mendoza y luego se afincó en la zona que
hoy se conoce como Plaza Huincul, en una aguada en medio de la estepa desnuda.
Ella construyó un ranchito que hizo las veces de posta en el camino de Neuquén
a Zapala. Cerca de ella vivió “Mercedes la Mazamorrera”. Ésta
última era una curandera experta en el uso de hierbas y tisanas, muy conocedora
de “viejos rituales” y cuánto menjunje aplacara los dolores de los hombres. “Catalina
Godoy”, “Mamá Pilar”, “Mamá Culepina” (una araucana
afincada en el Regimiento 3) y “La Viejita María”, eran respetadas
curanderas.
La única obligación placentera que las fortineras tenían era asistir a los
bailes que se hacían. Jóvenes o viejas, ninguna podía faltar: la orden era terminante.
Eran los únicos momentos de alegría. Empero también solían armarse duros
entreveros, como el que protagonizó “La Rosa Mala” (o “Rosamala”)
cuando vio a su Cabo bailar con otra mujer. Esa noche la fiesta terminó en un
duelo que ganó la esposa ofendida. Él casi murió de una puñalada y ella fue
desterrada.
Algunas
consideraciones previas…
La
historia de Misia Magdalena Barranco se desarrolla en un mar de misterios e
imprecisiones. Sin dudas, al momento en que se eligió su nombre para bautizar a
una calle azuleña, no se reparó plenamente en la existencia de documentación
que acreditara su historia, sino que sencillamente se la tomó como un ícono de
la mujer fortinera.
No
se sabe dónde ni cuándo nació. Mucho menos dónde y cuándo murió.
Algunas
veces su apellido aparece como Barranca. Pero mayoritariamente se
lo escribe como Barranco.
Apenas
han trascendido los nombres de su esposo, Nazario, y sus tres hijos, Parmenio,
Cirilo
y Casiano.
Se afirma que los cuatro murieron durante la Batalla de San Carlos, lo
cual es probable, pero sus nombres no aparecen en las nóminas de los que
combatieron en la ocasión, ni dentro de los listados de fallecidos.
Otro
detalle no menor es que los cinco integrantes de la familia ocuparon el Fortín
“Los
Descalzos”, junto a otros reducidos grupos familiares. Y que a la
muerte de todos los soldados de dicho establecimiento, las mujeres fortineras
quedaron a cargo. Sin embargo, como si hasta el momento las incertidumbres no
fueran suficientes, el Fortín no aparece registrado en ninguna línea de
frontera de la región. Tampoco aparece fuera de la provincia de Buenos Aires.
A
esta altura, hay dos posibles suposiciones, es decir, que el nombre “oficial”
no haya sido “Los Descalzos” y éste apenas fuera un sobrenombre o un topónimo
local acotado. La otra opción es que, directamente, no haya existido dicho
fortín.
Habiendo considerado los pocos datos
que tenemos sobre la fortinera Barranco, podemos suponer, dado que reconocidos
historiadores e investigadores locales han escrito aunque más no sea
sucintamente sobre ella, que su historia no es más que un episodio que,
transmitido verbalmente a lo largo de los años, con imprecisiones, llegó a oídos
del historiador Vicente Porro quien se hallaba al frente de la “Comisión
Municipal de Investigaciones Históricas del Partido de Azul” y de la poetisa María
Aléx Urrutia Artieda, que integró dicha Comisión, siendo una de las
principales impulsoras de la misma. Sin embargo, ambos consideraron a la figura
de Misia Magdalena Barranco para perpetuar su nombre en una de las arterias
locales como homenaje colectivo a todas las mujeres fortineras.
¿Misia?
En
el nombre de esta calle, particularmente llama la atención el término “Misia”,
el cual tiene, según el diccionario, dos significados muy similares (y un
tercero -que nada tiene que ver-, referido a una antigua región de Asia):
- f. En algunos sitios, particularmente en
América, tratamiento que se da amistosa y familiarmente a las señoras
casadas o viudas.
- f. En América, tratamiento equivalente a “Mi señora”.
Sin piedad,
ojo por ojo
En
su obra “Calfucurá. La conquista de las Pampas”, el historiador Álvaro
Yunque (cuyo nombre real fue Arístides Gandolfi Herrero, nació en La
Plata, el 20 de junio de 1889 y falleció en Tandil, el 8 de enero de 1982; fue
cuentista, dramaturgo, ensayista, historiador y poeta), describe con brutalidad
y sin tapujos la dura vida de las fronteras y las sangrientas luchas contra los
pueblos originarios. Casi al final de su extenso libro, relatando la
sacrificada vida de las mujeres en los fortines, sin muchas precisiones pero
con interesante nitidez describe un suceso que tuvo a Magdalena Barranco como
protagonista:
“Viuda
del sargento Nazario Barranco, madre de Parmenio, Cirilo y Casiano Barranco,
todos lanceados el mismo día, en la batalla de San Carlos, allí donde cayó el
poder de Calfucurá; Misia Magdalena, ahora es jefe del fortín “Los Descalzos”.
Quedó sola, y espera irse con los suyos después de haber muerto cuantos indios
pueda. Al fin, ellos la dejaron sin hombre y sin hijos. Matar indios, para
ella, es como matar ratones, abundantes en el rancho derruido que es el fortín
“Los Descalzos”. Misia Magdalena es jefe de ese fortín por una razón imperiosa.
No hay hombres en él. Y ella, viuda de un Sargento, necesariamente se vio jefe
de las cinco mujeres que, vestidas de milico, sustituyeron a los hombres, sus
maridos ausentes. A estos los arrastró el ejército de la revolución, año 1874.
Las mujeres, vestidas de soldados, hacen de centinela en el mangrullo del
fortín y, de tarde en tarde disparan el cañón, para recordar a los bomberos
indios que pudieran andar ocultos espiando entre los pajonales, que allí, en el
fortín, hay alguien, y ese alguien maneja armas de fuego.
Quince
días pasaron así, desde que a los soldados los arrastrara la revolución. Los
indios no aparecieron.
Una
mañana, en el camino, haciendo señas amistosas, las figura de un indio viejo,
desarmado. Se le deja entrar. Misia Magdalena, amenazándolo con el fusil, lo
hace atar de pies y manos.
-
Ahora
hablá. ¿Pa’ qué has venido?
El
indio chapurrea algo de español: Es un
“pasado” –dice- antes había vivido
entre los huincas, desea volver a vivir entre ellos.
Las
mujeres opinan, todas hablan: encuentran muy bien que se quede entre ellas…
Una
dice:
-
Nos
limpiará los caballos.
Otra
dice:
-
Ya
estábamos necesitando un hombre para eso.
Misia
Magdalena ha quedado reflexionando. De pronto, se acerca al indio atado, le
pone el fusil en el pecho y aprieta el gatillo. Asombro. ¿Qué ha hecho? ¿Por
qué ha hecho eso? Ella explica:
-
¿Y
si el indio se enteraba que en el fortín había sólo mujeres? ¿Si había venido
para averiguar? ¿Quién les dice que los indios ya no recelen lo que ocurre en
los fortines?
-
No
parecía un traidor – arguye una.
-
Un
indio menos siempre es un indio menos
-contesta la jefe- sea traidor o no sea
traidor es un indio menos. Si es por limpiar los caballos que lo sienten, los
voy a limpiar yo. Bastantes veces he limpiado los caballos del Sargento Nazario
Barranco, mi marido, y de mis hijos Parmenio, Cirilo y Casiano Barranco, que
murieron en San Carlos, después de haber derrotado a Calfucurá…
Y
sus ojos se llenaron de lágrimas femeninas.”
Un nombre para
no ser olvidado
El
jueves 2 de octubre de 1975, la reconocida y afamada poetisa azuleña María
Aléx Urrutia Artieda publicó en las páginas de “El Tiempo” la
escenificación del poema homónimo “La Sargenta Barranco”:
Una
voz: “Nombra la historia del pueblo
para no ser olvidado, el nombre alto en coraje de la Sargento Barranco”.
………………………………………………………………………………………………...
Soldado:
Bravito el día, mi Sargento, no?
Sargento:
Bravito, Sánchez… bravito como usted dice… Es cierto que castiga el sol desde
temprano y que la sed quema la boca… pero no se aflija, amigo; no se aflija que
ya vamos llegando… Ya estamos muy cerca; esta rastrillada chica nos lleva hasta
el mismo fortín… Ahora no más, en cuanto demos vuelta a ese montecito que
asoma, tendremos “Los descalzos” a tiro de fusil… Yo lo recuerdo muy bien…
Soldado:
Cómo, Sargento, usted conoce el fortín de la Barranco?...
Sargento:
Vaya si lo conozco!... Y muy mucho, soldado… como que yo fui uno de los pocos
milicos del piquete que acompañó al Sargento Barranco, a don Nazario Barranco,
allá por el ’63, cuando lo destinaron a su guardia… Entonces el fortín era un
rancho pobre, miserable, casi achatado sobre la tierra. Más que un rancho,
parecía una cueva; y estaba rodeado por una empalizada, pobre también y
defendida por un foso que entorpecía la visita de los indios… Y junto a la
empalizada, estaba el corral de los caballos, y a dos pasos del rancho, el
mangrullo… Un mangrullo de madera, hecho con palos de los árboles del monte
vecino… Y qué se hamacaba con el viento la atalaya esa!... Pero había que
estarse arriba horas y horas oteando el horizonte para alertar a los compañeros
… Yo fui centinela muchas veces; y por una nube de polvo o la disparada de
algún animal, advertía a los milicos la presencia del malón… y entonces , a la
carga!...
Soldado:
Y eran muchos los milicos del piquete, mi Sargento?.... Y don Barranco era tan
bravo como dicen? Porque a mí me contaron que era tan corajudo que salía solo a
enfrentar a los indios y que los peleaba con el fusil y las boleadoras y hasta
con el puñal y de a pie…
Sargento:
Si, Sánchez, la verdad es que don Nazario era un tipo bravísimo, temible por
corajudo… Con él estuvimos en un principio seis milicos en el fortín. ¡Solos en
“Los Descalzos”!... “Los descalzos”, claro, si andábamos “en patas” lo más del
tiempo porque de las botas o de las alpargatas no nos quedaba ni la muestra.
Era una vida de miseria espantosa, de pobreza total… Descalzos, cubiertos con
un chiripá o algún uniforme viejo y raído; desgreñados, sucios, las barbas crecidas, flacos por mal comidos…
si debíamos causar espanto, dar miedo en ese estado… Y a veces, muchas veces,
hasta nos faltó el tabaco para engañar al hambre con unas pitadas…. Pero eso
sí, es cierto que estábamos roídos por la miseria y las sabandijas, pero
también es cierto que “la bravura se nos salía por los ojos”! … A todos nos
sobraba coraje; y tanto, que en medio de esa soledad y esa pobreza angustiosa,
cantábamos coplas al son de una guitarra compañera…
Soldado:
Demonios, Sargento, qué vida dura la de ustedes en ese fortín!... Solos, lejos,
sin la familia, los hijos, la mujer… Qué aguante, mi sargento!
Sargento:
La familia… si la extrañábamos mucho… pero allí hubo una mujer que fue un poco
madre y hermana de todos… Allí estuvo con nosotros doña Magdalena Barranco, la
mujer de don Nazario. Llegó un día con su coraje, los tres hijos y unos pocos
bártulos.
Los
muchachitos ya estaban hechos a todas las contingencias de esa vida de soldado
fortinero, y como el mismo padre, no sabían de miedo ni de cuidados, y les
sobraba la destreza y el valor. Y doña Magdalena era una mujer admirable… una
mujer buenaza, animosa, fuerte, guapa, servicial y dispuesta a toda la
desventura del fortín… Un día…
………………………………………………………………………………………………...
Una
voz: “Pero el Destino lo quiso. Y un
mismo día los cuatro entre un fragor espantoso, fueron, con cientos, lanceados
por el malón del Cacique Calfucurá en San Carlos.”
………………………………………………………………………………………………...
Doña
Magdalena: Le voy a contar, Sargento Gómez,
pero póngase cómodo no más… A ver vos, Carreño, ocúpate del caballo y del
compañero del sargento, y después venite con la cebadura. Pues sí, don Gómez,
cuando usted se fue para la Comandancia a Nazario lo llevaron al fuerte del
Azul por orden del general Rivas. Por ese entonces, los indios del araucano
Calfucurá andaban merodeando por Sierra Chica, Olavarría, el Tapalquén y hasta Bolívar.
Sargento:
Efectivamente doña Magdalena, yo me acuerdo que se decía que el cacique de las
Salinas Grandes preparaba una gran invasión… que tenía más de tres mil lanzas
entre araucanos y ranquelinos, para terminar con los “huincas” y que de acuerdo
a su estrategia no dejaban en paz a las poblaciones: las tenían en continuo
sobresalto y con el Jesús en la boca, temerosas de sus furias…
Doña
Magdalena: Claro sargento, como para no
estar inquieto si todo era incendio, saqueo, muerte y cautiverio! Y fue para
eso, para acabar con las invasiones, para acabar con los arrestos de Calfucurá
y sus guerreros, que el general Rivas, con algunos coroneles y los caciques
Cipriano Catriel y Coliqueo, organizó las fuerzas en el azul… y se encontraron
en San Carlos de Bolívar…
Sargento:
Dicen que la refriega fue espantosa… que los indios tenían consigna de no dejar
un solo cristiano con vida; esa era la orden de Calfucurá; y luchaban furiosos
con sables, bolas y lanzas, entre alaridos infernales. .. Pero al final los cristianos
los vencieron y el cacique huyó desesperado a sus toldos de Carhué…
Doña
Magdalena: Eso mismo me contó un oficial
mandado aquí por el propio Rivas. Y por él supe que Nazario y mis muchachos
pelearon como tigres, sin descanso y con furia contra los bárbaros, que
enceguecidos por el odio lanceaban a lo loco, volteando a cuanto cristiano se
les ponía a tiro… y así los mataron a Nazario y a mis hijos... Nazario quedó
besando la tierra, clavado de un lanzazo, y con el puñal en la mano; y los
muchachos por ahí entre muchos deshechos a bolazos… Créame, sargento, así me
los mataron…
Sargento:
¡Qué horror, doña Magdalena! ... ¡Pobre don Nazario y pobrecitos sus hijos!
¡Como cayeron!... Pero después de eso, ¿por qué se ha quedado usted sola y
lejos en este fortín?...
Doña
Magdalena: ¿Por qué? Muy sencillo: para
reemplazar a mi marido… y para vengarme, para cobrar con mis propias manos y en
sangre caliente las cuatro muertes en San Carlos! Por eso me quedo, don Gómez y
créame que es así. Frente a los milicos de éste fortín; frente a estos milicos
que me llaman “Sargenta Barranco”, yo juré matar a cuanto indio estuviera al
alcance de mi fusil… o mis boleadoras… o mi puñal, si me apura… Lo juré por
Nazario y los muchachos, matarlos así, sin asco, como a los ratones… y lo hago
sargento. Cada vez que alguno se atreve a acercarse salgo contenta a cumplir lo
prometido… y si lo alcanzo, lo traigo atado a la cola de mi caballo y al
galope! Y no se me ha escapado ninguno todavía; ninguno… Se lo juré a Nazario y
a mis hijos… y en eso estoy, don Gómez. Por eso me he quedado aquí, convertida
ya en la Sargenta Barranco… ¡La Magdalena Barranco de “Los Descalzos”!
…………………………………………………………………………………………….......
Soldado:
Brava la jefa sargento, eh? Y que agallas, mi Dios! … Pero dicen sus milicos
que ellos la quieren y la respetan mucho porque es buena, muy buena la
sargenta. Sale con ellos a cazar bichos o a sorprender indios “bomberos”,
cuando no, se larga sola hasta la Comandancia vecina… Corajuda la sargenta!...
Sargento:
Si Sánchez: corajuda la sargenta Barranco!.. Es una mujer que no tiene miedo a
nada ni a nadie. Ahí está en ese fortín miserable, con un puñadito de hombres y
su coraje. Vestida con bombachas y chaquetilla, y escondido el pelo en el
quepi, sale con la partida o sola sin temor al encuentro con ese enemigo que la
acecha siempre… Brava y corajuda y habilísima en el manejo de las armas, doña
Magdalena Barranco! Una mujer… Y cuantas como ella en la conquista del
desierto! Cuantas así, y qué olvidadas, qué hundidas en el silencio esas pobres
mujeres que hicieron patria junto a los milicos, luchando contra “fieros” y
miserias!...
………………………………………………………………………………………………...
Una
voz: “Por eso nombra la historia para
no ser olvidado, el nombre alto en coraje de Magdalena Barranco”.
………………………………………………………………………………………………...
Sin dudas, el trabajo de María Aléx es
completamente una ficción, posiblemente basada en algunos hechos reales. Pero
es evidente que la poetisa dejó correr su imaginación para escribir con un
interesante realismo diálogos sumamente ricos que en pocas palabras pintan
escenarios complejos e interesantísimos.
Ilustraciones de Raúl Santiago Gallardo.