La gloria de Don Enrique
La Capilla ubicada en el centro del complejo edilicio del Asilo,
es conocida por los azuleños como de “El Buen
Pastor”, pero su verdadero nombre es Sagrado Corazón de María, como lo
atestigua la blanca escultura entronizada en su fachada y la consagración de su
Altar Mayor.
El 13 de
marzo de 1944, comenzó su construcción, bajo el amparo de Santa
Teresita del Niño Jesús, a quien se le encomendó su especial
protección. Aquél día, monseñor César A. Cáneva bendijo el terreno y se colocó
la piedra fundamental.
Para la erección
del templo hicieron sus aportes económicos: la señora Josefina Anchorena de Rodríguez
Larreta, los veintiún Monasterios del Buen Pastor del país, los de
Montevideo (Uruguay) y monseñor Santiago Rava. Pero también la comunidad
azuleña realizó diversas y grandes contribuciones.
La primera imagen que se halla en la nave principal del
Templo, a la derecha, corresponde a San Enrique II de Alemania.
Justamente, el esposo de Josefina de Anchorena, la principal donante que
tuviera la obra, era Enrique Rodríguez Larreta, famoso
escritor conocido como Enrique Larreta.
Sobre el mismo muro sigue San Miguel Arcángel
(estatua donada por la familia Bazaldua en 1942) y, enfrente,
primero se encuentra la ya mencionada Santa Teresita del Niño Jesús y luego San
José Obrero. Para realzarlas, las cuatro imágenes fueron colocadas
sobre pedestales de madera, confeccionados por el carpintero Manuel
Fernández, de la ciudad de Buenos Aires.
San Enrique II el Santo, también conocido como Enrique II de Alemania o San Enrique Rey, nació el 6 de mayo de 973. Fue rey alemán y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, el último del linaje del emperador Otón I y de la dinastía Sajona.
Dentro de la Iglesia católica se destacó por su actividad
misionera y reformista. Fue oblato de la Orden de San Benito y es patrono de
todos los oblatos de la orden benedictina y de los que no tienen hijos (él y su
esposa, Santa Cunegunda, no tuvieron descendencia).
Enrique II apoyó el poder de los obispos frente al clero
monástico. Se interesó por cuestiones de la administración de la Iglesia, y fue
partidario del celibato eclesiástico como medio para evitar el dominio de los
territorios de la Iglesia por linajes familiares.
En 1014, con motivo de su coronación como emperador, solicitó al
papa Benedicto
VIII la recitación del Credo con la inclusión del Filioque
(en latín, que se traduce como “y
del Hijo”, es una cláusula insertada por la teología cristiana en la
versión latina del símbolo niceno-constantinopolitano del Concilio de
Constantinopla I del año 381. No está presente en el texto original griego, en
el que simplemente se lee que el Espíritu Santo procede “del Padre”), que era la fórmula popularmente aceptada en sus
territorios francos y germanos. El Papa accedió a su petición, con lo que por
primera vez en la historia el filioque se usó en Roma.
Enrique II murió el 13 de julio de 1024 y fue enterrado
en la catedral de Bamberg, Alemania.
DON RODRÍGUEZ LARRETA
Cursó sus
estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Luego estudió
Derecho y se graduó en la Universidad de Buenos Aires, y también tuvo una
licenciatura en Ciencias Sociales.
En 1896, en la
revista “La Biblioteca”, dirigida por su amigo y maestro Paul Groussac,
apareció su primera obra literaria, la novela “Artemis”, ambientada en la
Grecia antigua. Desde el año siguiente, dictó las cátedras de Historia Medieval
y Moderna en el Colegio Nacional.
El 15 de
noviembre de 1900 contrajo matrimonio con Josefina Anacleta Anchorena, de 24
años de edad, con quien finalmente tendría cinco hijos: Mercedes, Enrique,
Josefina,
Agustín
María y Fernando Carlos.
Como regalo de casamiento, su suegra,
les obsequió un palacio construido en 1886 por el arquitecto Ernesto
Bunge, ubicado en el barrio de Belgrano.
Los recién casados viajaron en su luna
de miel a España y él quedó prendado de aquellas tierras y su cultura a las que
tanto había estudiado, y que en ese momento vivenciaba con enorme placer.
Fascinado, comenzó a profundizar sus
estudios sobre la cultura española, volcando sus conocimientos y aprendizajes
en exquisitos trabajos literarios. De hecho, en 1907, regresó a España con los
manuscritos de “La gloria de don Ramiro”, novela histórica que publicó en 1908
y se constituyó en una pieza de referencia. La obra causó gran sensación en los
ambientes literarios europeos y americanos, convirtiendo a su autor en un
personaje famoso y, por sus características, motivó que - según Rubén Darío -
se convirtiera en la obra cumbre de la prosa modernista, “un referente para los escritores de ambos lados del Atlántico”. La
novela fue traducida a numerosos idiomas; el afamado novelista y periodista Remy
de Gourmont, la tradujo al francés, siendo editada en 1910 por el Mercure de France.
Después de un rotundo éxito literario,
cosechando el reconocimiento del mundo de las letras y acumulando una gran
fama, cuando en 1910 Enrique Larreta (tal como era su
“nombre artístico”) estaba a punto de regresar a la Argentina, el entonces
presidente de la Nación, Roque Sáenz Peña, lo nombró ministro
plenipotenciario en Francia, volcándose así Larreta a la actividad diplomática.
Por aquellos años residió en Biarritz,
Francia, y frecuentó Ávila, en España, donde se vinculó
con el escritor y filósofo Miguel de Unamuno, a quien admiraba
profundamente.
Ya en Argentina, en 1916, Enrique puso
en manos del arquitecto Martín Noel (además, fue historiador
del arte hispanoamericano, ensayista y político, e impulsor del estilo
neocolonial en Argentina), la remodelación de la propiedad que le había
obsequiado su suegra con la intención de darle a la casaquinta el aspecto de un
“palacio castellano”, de estilo neocolonial, con un exquisito jardín andaluz.
Tenía la inquebrantable decisión de replicar en suelo argentino todo aquello
que lo había cautivado en el “viejo continente”. Y lo logró… En la actualidad,
esa casa se ha constituido en el Museo de Arte Español “Enrique Larreta”.
Para acrecentar su patrimonio, por
ejemplo, Enrique compró al comerciante de arte
belga George Joseph Demotte, en París, muchas cosas en momentos de
probables bombardeos durante la Primera Guerra Mundial. Por
entonces, los anticuarios se deshacían de sus piezas más fabulosas. Entre otras
obras importantes, adquirió el retablo de Santa Ana, del siglo XVI, proveniente
de la iglesia de San Nicolás de Sinobas, que instaló en la capilla de su
mística casa de la calle Juramento, en el barrio de Belgrano de la Capital.
“Los Manantiales”
es una estancia azuleña, atravesada por la Ruta Nacional N° 3, a la altura del
kilómetro 345, en el Valle de Manantiales, y a la vera del Arroyo homónimo
afluente del Arroyo Azul. Comúnmente conocida como “Los Manantiales de Larreta”, había sido un puesto de “San Ramón”, es decir, parte de sus 12
leguas cuadradas. Al fallecimiento de Mercedes Castellanos de Anchorena, su
hija Josefina heredó ésta fracción de 16.500 hectáreas y otra en el
Partido de Tandil.
Este campo, al estar
separado de “San Nicolás” –devenido
en “Acelain”-, que representaba el
principal atractivo para Enrique, estuvo por muchos años rezagado con respecto
a las otras propiedades familiares. Recién en 1939 decidieron darle impulso a
la producción y contrataron a Ignacio Oyarzábal, que contaba con una amplia
experiencia en la materia rural. Su tarea se prolongaría en la estancia por 30
años consecutivos, logrando óptimos resultados, logrando destacarse la
producción ganadera en las exposiciones rurales de Palermo.
En mayo de 1902, Larreta había adquirido
en remate el campo “Santa Rita”, de
Enrique Casares, de 4.000 hectáreas, anexándolo luego a las 8.000 hectáreas
heredadas por su esposa en los pagos tandilenses. Dentro de esa fusión –“San Nicolás” y “Santa Rita”- ubicó el casco de la estancia a la que bautizó
como “Acelain”
(“campo quebrado”), en homenaje a una pequeña aldea situada en Guipúzcoa, la
tierra vasco-española de donde provenían sus ancestros de apellido Larreta. En
1905 la familia pasó allí su primer verano y recién en 1924 quedó culminado el
magnífico castillo diseñado y construido por el arquitecto Martín Noel, contando con
importante jardín de cuyo trazado se ocupó el paisajista alemán, Hermann
Bötrich.
A pesar de que regresaron en varias
oportunidades a Europa, Enrique, Josefina y sus hijos repartían esencialmente
sus días entre la casa de Belgrano y la estancia “Acelain”, en Tandil, yendo esporádicamente al campo que poseían en
Alta Gracia, Córdoba, llamado “Potrerillo
de Larreta”. A alguno de estos tres destinos iban los tesoros que él
encontraba: cristales venecianos, armas, tapices, lozas, reposteros, el juego
de naipes de oro regalo de la princesa Carlota Joaquina a su favorito Contucci
y muebles casi siempre severos, entre otros tantos objetos.
Sobradas son las pruebas
de las innumerables donaciones y obras de beneficencia que hiciera la familia
Anchorena en diversos puntos del país. También Enrique Larreta y su esposa
continuaron con ese legado de caridad y, por ejemplo, según subraya el
historiador Alberto Sarramone: “La
más importante donación para el futuro Hospital de Chillar, de él provino”.
Enrique
Larreta publicó varias novelas, entre ellas “Zogoibi”
(1926) y “Gerardo o La torre de las
damas” (1953). Sobresalen también de su producción en prosa dos libros de
memorias: “Tiempos iluminados” (1939)
y “La naranja” (1947). Además,
escribió ensayos sobre la actualidad española, agrupados en “Las orillas del Ebro”, y el libro de
sonetos “La calle de la vida y de la
muerte”, en el que se percibe el impacto del clasicismo español así como la
influencia del simbolismo francés. Escribió también las obras de teatro “La que buscaba don Juan”, “El linyera”, “Santa María del Buen Aire”, “Pasión
de Roma” y “Las dos fundaciones de
Buenos Aires”.
Fue el primer
escritor que intentó hacer cine argentino al dirigir el filme “El linyera”, según un guion a partir de
su obra teatral homónima, que se estrenó el 12 de septiembre de 1933 y que tuvo
como protagonistas a Nedda Francy, Julio Renato, Domingo Sapelli y Mario
Soffici.
Fue miembro de
la Real
Academia Española, de la Academia Argentina de Letras, y
miembro de número de la Academia Nacional de Bellas Artes.
El historiador Enrique de Gandía, en el
prólogo de las “Obras Completas”, sentencia: “Larreta, a pesar de lo mucho que se ha escrito sobre él, es un gran
desconocido entre nosotros. Los mismos intelectuales no han entendido su
pensamiento. Han estudiado la belleza de sus frases, han clasificado sus
imágenes, han disertado sobre su estilo; no han penetrado en sus ideas… Larreta
ha vivido como un monje entre sus libros o un gran cardenal en lujosos salones,
pero siempre con el misticismo en su espíritu…”.
Enrique y Josefina disfrutaban sus
días cada vez con mayor frecuencia y por períodos más extensos en la afamada “Acelain”. Él nunca detuvo su espíritu
creativo y no solo no dejó de escribir afanosamente sino que tampoco dejó de
acrecentar su patrimonio pictórico y escultórico, recreando permanentemente la
estética española.
Con delicadeza y estilo, Enrique también
acrecentó sus virtudes como anfitrión, atendiendo a sus amigos que lo
visitaban, compartiendo extensas caminatas por los jardines. Uno de esos tantos
caminantes fue el filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset –que
visitó Argentina en tres oportunidades-, quien se hallaba vinculado
intelectualmente con el “dueño de casa”, y otros eruditos como Leopoldo
Marechal, Ignacio Anzoátegui y Federico Ibarguren.
Refinado en sus costumbres, a medida que
avanzaba su edad no dejaba de dedicar tiempo a la lectura. Pero todo cambió
cuando enviudó en mayo de 1960. La partida de su amada Josefina lo marcó
profundamente.