domingo, 31 de diciembre de 2023

El muerto que habló y su tesoro

                            El muerto que habló y su tesoro 

 

La tapa de “El Tiempo” del día jueves 17 de agosto de 1978 provocó un sinfín de comentarios gracias a una nota redactada por Juan Miguel Oyhanarte (según se desprende de un recorte por el firmado). El protagonista de la historia fue el fallecido martillero Vicente Fittipaldi:

“Ocurrió ayer en Azul: un mensaje grabado, del difunto, fue escuchado en el velorio.- Una vida con muchos pasajes si se quiere novelescos fue, sin duda, la del vecino Sr. Vicente Fittipaldi, cuyo sepelio se efectuó ayer en el cementerio local.

Nacido el año 1896 en Episcopia, provincia italiana de Potenza, sus padres eran José y María Grazia. Apenas once años tenía cuando emigró a la Argentina y desde muy joven trabajó en tareas rurales, aprendiendo luego varios oficios. Estudió en forma independiente y con posterioridad siguió un curso de Teología por correspondencia y luego ingresó en un seminario americano (Iglesia Evangélica Luterana Unida), donde se diplomó en esa materia. Actuó en esa sociedad como maestro de Teología. Tiempo después se graduó de contador y procurador, profesión ésta última que ejerció durante varias décadas. También era martillero. Su presencia en las dependencias, especialmente en el Juzgado de Paz, fue característica por espacio de mucho tiempo, no sólo por su manera de vestir (siempre con ropa oscura) sino por la singularidad de los pleitos que tomaba a su cargo, generalmente de escasa monta pero siempre complicados. Y algunos con derivaciones pintorescas…

Cuando la Iglesia Evangélica Luterana Unida se instaló en Azul a fines de la década de 1940, Fittipaldi integraba el grupo inicial junto con su esposa Laura Toribia Álvarez, fallecida hace algunos años. Todo lo suyo era original. Originalísimo: su vestimenta, su manera de andar en bicicleta, su automóvil, su vivienda, sus pleitos, etc. También actuó en la política, militando en el Partido Laborista. Dado su parecido físico con el Dr. Arturo Frondizi, en una de las visitas del ex presidente de la Nación hiciera a Azul (el 26 de abril de 1963) le fue presentado. Se saludaron cordialmente mostrándose el Dr. Frondizi sorprendido por la semejanza. ‘Bueno, mi amigo –le dijo- usted va a venir conmigo… para recibir los palos destinados a mi…’.

Si algo faltaba para rubricar la trayectoria de Vicente Fittipaldi, ello ocurrió ayer, 16 de agosto de 1978: se estaba efectuando su velatorio en la sala de la empresa Lionetto, cuando inesperadamente apareció el joven Luis Omar Rojas, inquilino del difunto y que alguna vez requirió la atención del periodismo por su decisión de donarle sus ojos a una mujer ciega. ‘Señores –dijo Rojas- donde hay un enchufe? Ustedes perdonarán pero debo cumplir un mandato del finado. En el grabador que aquí traigo hay palabras que don Vicente Fittipaldi grabó para éste momento y me comprometió a mí para que las hiciera escuchar…’ Alguno de los presentes ensayó un argumento para oponerse a la insólita actitud. Pero fue inútil: Rojas traía una consigna y la cumplió. Enchufó el grabador y la concurrencia no tuvo otra alternativa que escuchar la voz del muerto. Algo que no tiene desperdicio. Comienza diciendo (con adecuada música de fondo): ‘Estimados concurrentes: les doy la bienvenida y gracias por vuestra asistencia. Quedo totalmente complacido y en mi estado dolorido por haberme quedado dormido y no poder responder a vuestro llamado, porque la muerte, como se le ha llamado, se ha apoderado de mi físico. No obstante, si creemos en la metafísica, seguro que estoy aquí y aunque mis cinco sentidos están adormecidos, me valgo de este aparatito y burlando mis sentidos dormidos les hago oír por un ratito todavía mi voz, refiriendo a mi historia, la que me condujo a mi gloria y que desde esta gloria yo les digo, amando y queriendo y agradeciendo vuestra concurrencia’.

Y sigue diciendo: ‘En mi vida he tenido mucha paciencia. Fue la que me abrió la puerta de mi ciencia, la que me destacó y la misma a tal punto llegó que, como lo estáis viendo ningún muerto habló después que se encajonó’.

Luego hace su propia semblanza, señalando que hasta los veinte años era analfabeto, trabajando de día, y estudiando de noche para aprender, logrando seis títulos profesionales: tenedor de libros, procurador, martillero público nacional, constructor de obras, corredor y maestro de Teología, todo lo cual quedó en el pasado ‘y completamente pisado’. Y añade: ‘De treinta y tres años era, sin haber tenido una novia, porque mi madre que está en la gloria, a los doce años me lo había advertido y en 1916, convertido, la Biblia me lo confirmó: que la mujer que al hombre formó y a la luz lo dio, es la misma mujer que al sacarle los hijos al hombre se lo tragó. Por eso me conformé con el único placer que da el trabajo y la abnegación y haciéndolo de corazón se engrandece el hombre a tal punto que al llegar a la cumbre lo sigue la muchedumbre. Ya veis que no existen la mala y buena suerte, ni las escuelas ni el analfabetismo. Es cuestión de aprender el catecismo y cumplir con las leyes de Dios que es todopoderoso y hace cualquier cosa en nuestra vida. Mi primera y única novia fue mi amada Laura, que a los 33 años me la propuso el directorio del colegio y fue tan grande mi privilegio que hasta la novia me la eligieron. Y después de contraer nuestro enlace nos mandaron de pastores. Cuarenta y siete años transcurrieron y el 14 de mayo de 1975 me dejó. En su gloria ella entró y a los tres días me habló diciéndome que feliz se hallaba y que ahora de allí todo lo vería, inclusive mis fallas y las suyas. Y me dijo: perdóname que en muchas cosas no te comprendía, pero en un próximo día, en nuestra nueva unión, en plena luz y de todo corazón nuestro amor no tendrá fin’.

Enseguida exalta la mutua felicidad que existió en su matrimonio y prosigue: ‘Mi nombre es, como lo saben, don Vicente. A ninguna chica le hice coquetería ni engañé con palabras falsas y falsas promesas, ni las entretuve en vagas pasiones’.

Para finalizar: ‘Con amor mujeres, hombres, sociedad y hasta la nación, os digo que os amo con todo mi corazón y, como último renglón, les pido perdón por cualquiera de mis fallas y el que merece aplausos y una medalla es el amigo Rojitas, que me prestó su aparatito y gracias a esto habéis podido oír mi voz después de muerto. Hasta pronto. Yo estoy presente con vosotros y me veréis muchas veces en vuestros sueños nocturnos. Gracias. Adiós!...”.

La noticia también fue reproducida por diarios de la región, entre ellos “Tribuna” (“Más que insólito… En Azul ayer: un velorio donde se pudo oír una grabación del finado”) y “El Popular” (“Caso insólito de ‘humor negro’ en Azul. Durante el velorio, se hizo escuchar una grabación con la voz del muerto”). Sin embargo, el particular martillero seguiría siendo noticia, aunque ya no por “hablar” en su propio velorio, sino por su “tesoro”. Una vez más, en su sección “Baldosas flojas”, Juan Miguel Oyhanarte narró una búsqueda singular:

“Tesoro.- Seguramente recordarán la mayoría de los lectores que el 16 de agosto último falleció en nuestra ciudad el vecino Vicente Fittipaldi, el hombre cuya vida tuvo pasajes novelescos y que grabó en cinta magnetofónica su despedida, siendo escuchado el postrer mensaje en su propio velatorio. La misión de hacer funcionar el grabador estuvo a cargo del joven Luis Omar Rojas, quien además, muy pocos días antes de fallecer Fittipaldi, lo sometió a un reportaje grabando también en el lecho del enfermo. En un pasaje del mismo, Rojas le pregunta a su reporteado qué le diría a la muerte en estos momentos cruciales y Fittipaldi le dedica a la ‘huesuda’ una sarcástica carcajada…

A cinco meses del deceso de Fittipaldi, se vuelve a hablar del pintoresco personaje, pleitista consuetudinario, que conocía y ponía en práctica todas las triquiñuelas imaginables.

Ahora se habla de la fortuna de Fittipaldi. De los bienes que dejó y de los beneficiarios de su testamento si es que existe. Asimismo, se menciona algo que parece extraído de uno de los viejos cuentos para niños: un cofre conteniendo mil monedas de oro distribuidas en diez pequeñas bolsitas con cien unidades cada una, que Fittipaldi guardó vaya a saberse dónde. Mil monedas de oro para cuya venta o reparto el difunto habría dejado precisas instrucciones. Pero quién recibió esas instrucciones?...

            ¿Es que Fittipaldi realmente dejó bienes de alguna importancia?... Llama la atención que al grabar su mensaje de despedida no se haya acordado al menos de las monedas de oro…

            Seguimos atentos los comentarios –que seguramente de aquí en más han de cobrar creciente intensidad- a la espera de datos concretos que nos permitan informar si la fortuna de Fittipaldi (pequeña o grande) es real, o si todo es puro cuento…” (“El Tiempo” del 3 de enero de 1979).

            Como corolario, un nuevo artículo “tiempista” del 9 de enero de 1979, marcó con final abierto el cierre de la historia:

El ‘tesoro’ de Vicente Fittipaldi.- El miércoles último en la sección ‘Baldosas Flojas’ nos hicimos eco de comentarios que se han echado a correr en nuestra ciudad respecto a los bienes dejados por el conocido vecino Vicente Fittipaldi, fallecido el 16 de agosto del año próximo pasado.

Tales comentarios incluyen la afirmación de que existe un ‘tesoro’ que Fittipaldi acumuló pacientemente, constituido por mil monedas de oro, fortuna que, a los fines de su oportuna distribución, habría guardado en diez pequeñas bolsas con cien monedas cada una, colocando todo dentro de un cofre. También está en el aire la pregunta sobre la suerte corrida por el testamento de Fittipaldi.

Se sabe, si, concretamente, que en vida llegó a poseer varias propiedades –todas ellas de relativo valor- pero se ignora si conservó tales bienes hasta sus últimos días. Quizás familiares del difunto estén en condiciones de dar referencias que aclaren la situación.

El joven Luis Omar Rojas, que ocupa una modesta vivienda propiedad de Fittipaldi, contigua a la que habitaba el extinto, nos ha expresado su seguridad de que el difunto lo incluyó en su testamento, sin duda en mérito a la amistad y colaboración que en repetidas circunstancias le brindara.

            En su condición de beneficiario, entonces, entregó a EL TIEMPO, el siguiente texto: ‘Porque la opinión pública debe saberlo, se solicita: 1°) Que se hagan públicos los dos testamentos y al identidad del profesional que actuó y de dos testigos. 2°) Que se informe sobre las propiedades que poseía al momento de morir. 3°) Que se presenten al diario EL TIEMPO las personas a quienes don Vicente Fittipaldi les prometió monedas de oro y digan si tenían conocimiento de la existencia de dichas monedas. 4°) Que se dé a conocer el detalle de las propiedades vendidas, quiénes fueron sus adquirentes y cuánto pagaron, como así también la suma que se pagó en concepto de impuestos y cuánto dinero quedó’.”.





Este artículo es un ADELANTO EXCLUSIVO de mi próximo libro
"HISTORIA DEL COLEGIO DE MARTILLEROS Y CORREDORES PÚBLICOS DEL DEPARTAMENTO JUDICIAL DE AZUL"
a publicarse en 2024... 
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡FELICIDADES!!!!!!!!!