viernes, 1 de mayo de 2020

Trabajadores

Trabajadores



Por Eduardo Agüero Mielhuerry


En Haymarket Square, Chicago, Estados Unidos, el 1 de mayo de 1886 comenzó un movimiento de trabajadores que reclamaban por una jornada laboral de ocho horas. Los manifestantes fueron brutalmente reprimidos y cuatro trabajadores anarquistas fueron ahorcados el 11 de noviembre de 1887 tras un proceso judicial viciado de irregularidades. Dos años después, se decidió instituir el Primero de Mayo como jornada de lucha y como homenaje a aquellos trabajadores que entregaron su vida pretendiendo condiciones dignas de trabajo.
Frente a las inquietudes del Club de Trabajadores alemanes “Worwaerts”, se constituyó un comité para que éste resultara el convocante a un mitin al que concurriesen todos los asalariados. En la oportunidad, los participantes se mostraron ofuscados por las decadentes condiciones laborales, reclamando asimismo la limitación a ocho horas de todas las jornadas laborales. Al mismo tiempo redactaron un manifiesto en el que expresaban que “reunidos en el Congreso de París los representantes de los trabajadores de diversos países, resolvieron fijar el 1° de mayo de 1890  como fiesta universal de obreros, con el objeto de iniciar la propaganda en pro de la emancipación social”.
En nuestro país, la primera vez que se celebró el “Día de los Trabajadores” fue el 1 de mayo de 1890. Paradójicamente a lo que hoy podríamos suponer, el encuentro de las masas de trabajadores se concretó en la sede del Prado Español, ubicado en pleno corazón de la Recoleta. Durante la tarde se reunieron unas dos mil personas, número el cual era más que significativo en aquel momento. Mas como no podía ser de otra manera, para completar el cuadro de las contradicciones argentinas, al día siguiente los trabajadores fueron notificados de que habían perdido su jornal.
            Pasaron varios años para que los obreros se volvieran a reunir para conmemorar el 1° de Mayo. Recién entrado el siglo XX, las celebraciones se reanudaron cuando cada fracción del movimiento de trabajadores organizó actos en forma independiente.
Hacia 1909, durante la presidencia de José Figueroa Alcorta, al celebrarse un nuevo aniversario de los trabajadores, se sucedieron hechos de violencia en la Plaza Lorea, frente al ataque de la policía contra la concentración de la F.O.R.A. (Federación Obrera Regional Argentina, anarquista). Fueron catorce las víctimas fatales y más de ochenta los heridos (algunos de gravedad).
Por aquellos años, una figura había cobrado relevancia a partir de la severidad de su conducta y accionar. El coronel Ramón Lorenzo Falcón, como jefe de la Policía de la Capital, fue quien comandó la durísima represión. El lunes 3 de mayo, los trabajadores concretaron una huelga general. Durante el entierro de las víctimas se produjeron nuevos conflictos con las fuerzas policiales e inclusive hubo enfrentamientos armados. Anarquistas y socialistas, durante ocho días (que posteriormente la historia recordaría como la “Semana Roja”), detuvieron por completo la vida industrial y comercial de Buenos Aires en una de las actitudes más enérgicas y duraderas que registra el movimiento obrero argentino.
Los conflictos no amainaron y tuvieron su punto de inflexión entrado el mes de noviembre. El anarquista Simón Radowitzky arrojó una bomba contra el carruaje que conducía al coronel Falcón y su secretario. Ambos resultaron víctimas fatales. La represalia fue inmediata y llegó a extremos “impensados”, concretándose la expulsión del país de los militantes obreros extranjeros. Inclusive, cientos de trabajadores argentinos fueron encarcelados.
Después del centenario de la Revolución de Mayo, conducida por Manuel Carlés, hizo su entrada en escena la Liga Patriótica, impartiendo a los obreros lecciones de “amor al país”, premiando a los trabajadores no agremiados y hasta solventando obras de beneficencia por  intermedio de las damas de clase alta. Sin embargo, aunque en menor cuantía, se siguieron suscitando episodios de violencia.
A pesar de todos los inconvenientes, la fecha obrera se fue afirmando paulatinamente, hasta que el 28 de abril de 1930, el presidente Hipólito Yrigoyen decidió instituir el 1° de Mayo como “Fiesta del Trabajo en todo el territorio de la Nación”, porque según las consideraciones contempladas en el decreto la fecha se había constituido en un emblema universal de la lucha obrera.
Tras el derrocamiento de Yrigoyen (acaecido el 6 de septiembre de 1930), al año siguiente, grupos socialistas hicieron múltiples e insistentes gestiones para lograr que el Presidente de facto general Félix Uriburu permitiera los actos del 1° de mayo de 1931. Las concentraciones fueron numerosas y afortunadamente no se registraron episodios de violencia.
Durante la década del ’30, las condiciones fueron difíciles para la tradicional recordación y las manifestaciones obreras que desfilaban por las calles, solían pasar por casas con puertas atrancadas y ventanas cerradas. Es que seguía imperando el miedo tradicional, nutrido por los graves sucesos de la época, temiéndose que algo imprevisto y terrible fuera a suceder. Hacia 1940, en un gran acto del 1° de Mayo, millares de trabajadores argentinos repudiaron desde Buenos Aires el avance del nazismo europeo y reclamaron medidas progresistas en el país.
En los festejos del 1° de mayo de 1944, durante el gobierno de facto del general Edelmiro Julián Farrel, un sector comunista se enfrentó con la policía en plaza Once, registrándose un gran número de heridos. Al año siguiente, esa celebración coincidió con la caída de Berlín y con los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, lo que motivó una severa vigilancia por parte del Ejército para evitar que se realizaran manifestaciones en favor de los países aliados.
Los años ’40 trajeron un sinfín de cambios estructurales, dando un vuelco drástico hacia una nueva concepción socioeconómica que devino en la elección del coronel Juan Domingo Perón como presidente de la República Argentina. Las reformas suscitadas fueron sumamente profundas, despertando tantas pasiones como odios exacerbados.
El Presidente supo capitalizar con velocidad y astucia aquella celebración de los trabajadores, sin embargo, supo también dividir las aguas. En consecuencia, los socialistas y comunistas, entre otros, que conformaban “la oposición”, debían recordar y celebrar la fecha en días anteriores y en actos que sólo eran permitidos en las afueras de la ciudad, reservando el centro porteño (y de otras localidades) para “la masa peronista”.
A partir del 1° de Mayo de 1947 las características de las celebraciones variaron drásticamente. El programa de festejos comenzaba con un discurso del Secretario general de la C.G.T., otro de la primera dama, Eva Duarte de Perón, y finalmente los actos culminaban con un discurso del Presidente de la República. Como corolario, se presentaban variados números artísticos en los que intervenían figuras populares y vinculadas directamente con el peronismo como Hugo del Carril, Antonio Tormo y los Ábalos.
El “Día de los Trabajadores” fue convertido, indiscutiblemente, en una celebración del Peronismo. Empero, el 1° de Mayo de 1955, tendría una connotación especial a partir de las palabras del Secretario general de la C.G.T., Eduardo Vuletich, quien arengó a los convocados en la Plaza y se manifestó duramente contra la Iglesia Católica, afirmando la necesidad de separarla del Estado e inclusive eliminar la educación religiosa. Como si aquello hubiese sido poco, el mismo Perón sentenció: “Si el pueblo decide que han de irse, se irán”.
Tras la irrupción en el poder de la autoproclamada “Revolución Libertadora” y el consecuente derrocamiento del general Perón, los opositores recobraron el derecho de hacer “propio” el “Día del Trabajador”. En 1956 el Partido Socialista realizó una gran manifestación concentrándose en la destruida Casa Rosada (la cual había sido bombardeada para intentar asesinar al presidente Perón) y llegó hasta el monumento en homenaje a Sáenz Peña.
Ocho años después, durante el mandato del presidente electo Arturo Illia, los actos se desarrollaron sin mayores incidentes. En la oportunidad, la C.G.T. se limitó a depositar una ofrenda floral a los pies del monumento del general José de San Martín. Al año siguiente, los actos se llevaron a cabo en la Plaza Once. Tras el discurso de José Alonso, secretario general, se produjo un gran desorden y fue “echado” del palco por peronistas que se hallaban en total desacuerdo con su conducción. Lo que debía ser una fiesta terminó en un cruce de amenazas de todo tipo.
La nefasta “Revolución argentina”, encabezada por el general Juan Carlos Onganía prohibió la conmemoración del 1° de Mayo con actos públicos.
El 1° de mayo de 1974, durante su tercera presidencia, otro Perón, ya no aquel de 1955 sabedor de su inminente caída, sino un Perón consciente de su muerte cercana, pronunció otra dura declaración. Fue contra Montoneros, que le disputaban en vida la herencia de su movimiento. Desencajado por los insultos que le llegaban desde la Plaza de Mayo, dirigidos a su mujer, María Estela Martínez, Perón lanzó dos mensajes dirigidos a sus otrora “formaciones especiales”: “No me equivoqué (...) en la calidad de la organización sindical, que se mantuvo a través de 20 años, pese a estos estúpidos que gritan(…). Hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon 20 años.”. Cuando escuchó esas palabras, el coronel Jorge Sosa Molina, jefe del Regimiento de Granaderos, ordenó cerrar las puertas de la Casa de Gobierno y emplazar ametralladoras detrás de la entrada de Balcarce. Temió una embestida que se produjo, pero para el otro lado: Montoneros y la JP abandonaron la Plaza de Mayo.
Sin Perón y con una endeble “Isabelita”, el destructivo “Proceso de Reorganización Nacional” no hizo más que abrir una enorme brecha en la sociedad argentina y, no sólo se enfrentó a todo lo “subversivo” sino que hasta destrozó todo aquello que tuviese siquiera “apariencia” de peronismo. Y de nuevo, otro 1° de Mayo, el viento de la historia sopló para otro lado.
          Con el retorno de la democracia de la mano de Raúl Alfonsín, el 1° de Mayo volvió a constituirse en una “excusa” para poner sobre el tapete las complejas relaciones laborales que muchas veces desgranaban a la Argentina en conflictos tan profundos y extensos que atravesaron por completo el siglo XX. Sin embargo, los reclamos comenzaron a hacerse por la senda de la paz en busca del entendimiento, dejando de lado la violencia… 



Manifestación (Antonio Berni)