domingo, 12 de abril de 2020

Entre todos los Santos, nuestro Patrono

Entre todos los Santos, nuestro Patrono


Por Eduardo Agüero Mielhuerry


El religioso franciscano Fray Hipólito Castañón, arribado con la caravana fundadora, fue el primer Capellán de la modesta iglesia rancho construida frente a la Plaza del pueblo del Azul. Castañón fue brutalmente asesinado y lo sucedieron los padres Manuel del Carmen Roguer y Pablo Conget. A uno de ellos el fuerte le debe haber sido denominado “Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul”.
El 20 de agosto de 1834, el gobierno de Buenos Aires procedió al nombramiento del sacerdote Pablo Conget para la parroquia del Fuerte del Arroyo Azul: “Impuesto el Gobierno de haber quedado vacante la capellanía Castrense del Arroyo Azul, por ausencia del Pbro. Manuel del Carmen Roguer que la desempeñaba, ha tenido a bien aprobar la propuesta que hace el D. Provisor, en la persona del Pbro. Pablo Conget para que la sirva...”.
Según la mayoría de los autores, el Padre Conget fue quien puso bajo la advocación de San Serapio al incipiente poblado del Azul, al ser él mercedario como el mártir. Sin embargo, un documento pone en duda lo dicho ya que, el Sacerdote fue nombrado Capellán castrense del Fuerte en agosto de 1834; empero una carta fechada el 22 de julio del mismo año notifica que el ministro de guerra y marina, general Tomás Guido, informaba al Ministro Secretario de Hacienda dándole cuenta que los sueldos asignados al brigadier general Juan Manuel de Rosas por su campaña de 1833-1834, fueron donados por éste a beneficio del “…Pueblo Azul de San Serapio Mártir”.
Esto lleva a pensar que fue entonces el Padre Roguer quien impuso la advocación al Santo Mercedario. O tal vez haya sido el mismo coronel Pedro Burgos tal y como afirma -sin más sustentos- la disposición de imposición de nombre a la calle… O algún otro… Una incertidumbre más en éste Azul donde nada es lo que parece…


Las imágenes de nuestros Patronos en la Catedral


            El primer Libro de Bautismos de  la Parroquia de Azul, iniciado por el Padre Manuel del Carmen Roguer,  comienza llamando a ésta, “Parroquia de Nuestra Señora del Rosario”. No hay demasiados motivos que expliquen la elección de la Virgen del Rosario como Patrona de la población, salvo que según la tradición europea era considerada la protectora de “las causas de la civilización contra la barbarie”.
Allá por 1863, el Cura Párroco Pbro. Eduardo Martini, en ocasión de la inauguración del nuevo templo de Azul (que finalmente se demolió en 1899), entronó la imagen de Nuestra Señora del Rosario, traída especialmente desde Italia. La misma -que actualmente preside el Altar Mayor de la Catedral-, es una imagen de madera maciza, de una dureza especial, policromada, tallada en una única pieza, a la cual, se le agregó una bella corona de plata y oro (la cual tiene grabados la fecha “20 de mayo de 1865” y el nombre “José Zabala”, seguramente el donante).
En su visita a nuestro pueblo en 1873, considerando que San Serapio era el segundo Patrono del Azul, el Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor León Federico Aneiros, recomendó la colocación de una imagen del Santo en el Altar del templo por entonces existente. Sin embargo, recién el 24 de mayo de 1921, el doctor Agustín J. Carús y el señor Mariano Berdiñas donaron la imagen que fue emplazada en el nicho a la derecha del Altar Mayor de la actual Catedral Nuestra Señora del Rosario.
            Uno de los tantos vitrales que posee la Iglesia Catedral Nuestra Señora del Rosario, donado en este caso por el “Apostolado de la Oración”, representa a San Serapio con su manto mercedario, una palma en su siniestra y una cadena rota en su diestra, atributos de su martirio.


Comenzando un largo peregrinaje


Serapio Scott nació en Londres en el año 1178. Su padre fue Rolando de Escocia, de la noble casa de los Escotos y deudo del rey escocés Guillermo, y su madre -de la que no se sabe su nombre-, perteneció a la aristocracia inglesa.
Fue educado en las más rancias tradiciones católicas y siempre prevaleció en él un enorme espíritu de caridad y de excelentes virtudes.
Cuando joven, siempre gustaba de la soledad y de la vida retirada, aunque no negaba su pasión por la vida caballeresca, empero siempre con un toque cristiano, es decir, pelear y defender la honra de Dios y de la Santa Iglesia.
De manera muy rigurosa, “casi inhumanamente”, practicaba ayunos y abstinencias.
Hacia 1189, se convocó la tercera Cruzada contra los moros y Rolando, el padre de Serapio, participó de la misma en compañía del rey Ricardo Corazón de León y del rey Felipe II de Francia.
Serapio acompañó a su padre en la cruzada y con su buen corazón y buenos sentimientos, fue depurando y enfervorizando los corazones y la inteligencia de los soldados, pues por estar en guerra muchas veces eran otros intereses los que los guiaban y olvidaban el fin principal de la batalla de las cruzadas, que era el “dar Gloria a Dios” y devolver a los cristianos aquellos lugares santos que habían sido usurpados por los herejes.
Asistió al sitio y rendición de Tolemaida y otras muchas plazas, venciendo y triunfando valerosamente. En la célebre batalla de Assur dio singulares muestras, no sólo de su heroico valor destruyendo y poniendo en precipitada fuga a un sinnúmero de sarracenos y turcos del formidable ejército de Saladino. Así también dio muestra de su gran piedad consolando y socorriendo a tantos cautivos que lloraban su dura esclavitud.
Serapio no escatimó esfuerzos en iniciar la conversión de muchos musulmanes, incluso era admirado entre ellos por ser tan joven y ser tan devoto y celoso propagador de la fe.
Por aquellos años inició a socorrer a los cautivos cristianos redimidos de manos árabes y los atendió y socorrió con notable caridad. A su vez, por una dádiva especial se le permitió portar el uniforme militar y ser considerado como tal, siendo muy observante de las reglas del ejército y mostrándose noble y cariñoso con los “infieles” y con los cristianos necesitados.
En 1191, cuando el rey Ricardo, Rolando y Serapio, regresaban a Londres, fueron hechos prisioneros por manos del Duque de Austria, Leopoldo V “el Virtuoso”.
El rey Ricardo, que fue liberado al año siguiente, prometió enviar el pago del rescate por Rolando y Serapio, pero el mismo nunca llegó y ambos permanecieron encarcelados por varios años.
En ese tiempo, Serapio se enteró que su madre había fallecido y se dice que postrándose en tierra lo único que se le oyó decir fue: “Bendito seas Señor”.
En el periodo que permaneció en la cárcel, Serapio sufrió indecibles atropellos por causa de ser inglés y noble, siempre hostigado y mal tratado por ser casi un asceta.
Tal vez por necesidad, tal vez por propia convicción, aprendió a mortificar su vida aún más de lo que ya lo había hecho, siendo aún más vigilante del ayuno y del silencio, pero con esa lozanía y frescura del Evangelio, pues siempre su trato fue el mismo: afable, amable y cortés.
Pasado el tiempo, Leopoldo, hijo del Duque de Austria, pidió a su padre que le diese la libertad a Serapio -con quien había entablado un estrecho vínculo- y lo pusiese en su corte, bajo su cuidado.
En la corte era desinteresado, siempre de trato Nobilísimo, en pocas palabras, se notaba su regia estirpe y buen gusto, lo cual le valió la admiración de Leopoldo y su sincera amistad. Así, Serapio pasó de ser rehén a ser el mejor amigo y consejero de la corte del futuro duque de Austria.
Repentinamente, Serapio regresó al calabozo, debido a que el padre de Leopoldo, harto de que el rey Ricardo no pagara el rescate de los rehenes decidió regresarlos a prisión, pero de un modo más humillante y con miras a matarlos si no era saldada la deuda.
Allí permaneció Serapio hasta la muerte del Duque de Austria, y una vez fallecido, Leopoldo lo liberó y lo nombró Consejero Real, siendo para él una gran oportunidad de moralizar la corte, haciéndolo así y siendo ejemplo de cortesano.
Siempre daba consejos que buscaban el bien común, más no dudaba en enfrentarse con los enemigos de la fe y hacer la guerra, pues solía decir al Duque: “ningún rey tiene trono, dónde Dios no tiene Altar”, y así luchó hasta el cansancio por cristianizar los lugares de infieles y combatir las herejías.


Por la conversión de los infieles…


Animado con sus nobles ideales de dar Gloria a Dios, dejó Austria y fue a España para combatir contra los musulmanes que sometían a los cristianos cautivos.
En 1212 acompañó al rey de Castilla Alfonso VIII “el Bueno” a luchar contra los infieles, logrando recuperar territorio y liberar a cristianos cautivos. Siendo un gran recomendado del Duque de Austria, mereció ser parte del consejo del rey de Castilla y vivir de nuevo en otro palacio y en otra corte.
A la muerte del rey, el 6 de octubre de 1214, Serapio se retiró a vivir en la casa del Obispo de Burgos y se entregó de lleno a la vida espiritual, cosa que complementaba yendo regularmente al hospital de Burgos para consolar, auxiliar, dar limosna y animar a los enfermos e instruirlos en la fe.
Su largo retiro fue interrumpido cuando el Duque de Austria lo llamó para ir de nuevo a combatir contra los moros en el año 1217, más antes de partir, la reina Doña Berenguela le dio expresa orden de regresar con la comitiva de la Princesa Beatriz, que iba a desposarse con Fernando III.
En 1222, por mandato real fue el principal miembro de la comitiva que llevaba a Leonor de Castilla a desposarse con Jaime I de Aragón y allí se estableció en la corte de Don Jaime.
Por aquellos años corría por toda España la fama de Santidad y milagros que obraba el Patriarca de los Cautivos, el Redentor Admirable, el Hijo Predilecto de María Santísima de la Merced, Pedro Nolasco; quien en 1218 había fundado la Orden de la Merced.
Serapio que ya había oído de Pedro Nolasco, pues en las cruzadas era siempre el primero en ser nombrado, deseaba desde tiempo atrás conocerle, más nunca se había concretado ese encuentro, hasta esa fecha memorable.
En 1222, en la ciudad de Daroca, cuando Pedro Nolasco había ido a pedir limosna para los cautivos cristianos, conoció a Serapio, siendo éste un enviado especial de Jaime I para auxiliar a Nolasco.
A los pocos días, cuando Serapio no hallaba ya contento en la vida de la Corte y pedía a Dios una señal de su voluntad, recibió de su amigo Pedro Nolasco unas palabras “casi Divinas”, y las recibió con lágrimas en los ojos y el corazón incendiado de caridad, le dijo: “Dios, hijo mío, quiere que abraces el estado religioso en la Orden de su Madre, María de la Merced”. Y desde ese momento, Serapio, dejó todo y a todos y siguió al Sacratísimo Patriarca Nolasco.
Los religiosos mercedarios, según reza la tradición, pronunciaban tres votos: castidad, obediencia y pobreza, a los que Serapio sumó un cuarto voto de “redención o de sangre”, que lo comprometía a dar su vida a cambio del rescate de los cautivos en peligro de perder su fe.
En el mes de abril de 1222, llegó a los portones del Monasterio de la Merced de Barcelona un Nobilísimo Caballero que pedía cobijo bajo el Inmaculado Escapulario de Nuestra Madre de la Merced y a la Sombra Milagrosa del Patriarca de los Redentores, Pedro Nolasco; ese era el gran Serapio Scott, noble de trato y de linaje, consejero de reyes, militar de vida y Mercedario de corazón que quería ir por los caminos de Dios cual pobre fraile.
Con el bordón de peregrino recorrió Egipto, Siria, Italia, Alemania y Francia, y cambió la cota de malla por el hábito de la Merced.
Prontamente notaron sus virtudes, siendo su maestro Fray Bernardo de Corbera, y a su vez siendo Serapio el primer maestro de novicios, después del Patriarca Nolasco.
Contaba con 44 años de edad y aunque era modelo de religiosos, se dedicó al servicio de todos los demás. Así pasó los dieciocho años de su vida religiosa. Mientras tanto llegaban al monasterio turbas interminables de cautivos redimidos por los Mercedarios y él, siendo novicio, no pudo hacer otra cosa que tratarlos con la insuperable dulzura que lo distinguía y su caridad paternal que socorría a los más necesitados.
Así la Galia Narbonense, Aragón, Cataluña y Castilla vieron con asombro al hijo de reyes, y consejero de solios, vestido de rudo sayal, parado a las puertas de las casas regias solicitando humildemente limosnas para sus amados cautivos, y también solicitando algo de alimento para sus hermanos frailes.
Viajaba siempre a pie, un pan era su alimento, y el duro suelo de cualquier lugar su cama.
La suma austeridad de su vida convenció tanto que logró atraer a la vida religiosa Mercedaria a muchos y también a múltiples benefactores para la obra de María Santísima de la Merced y del gran Nolasco.
Serapio tenía un don curioso por saber quién vivía en pecado y era casi impenitente, por lo cual cuando pedía limosna, no dudaba en dar consejos, a veces fuertes, pero con mucha delicadeza y caridad.
Y sucedió que una vez al pedir limosna, conoció a unos hombres y mujeres de vida licenciosa, y por aconsejarles que abandonaran esa vida, recibió una golpiza que mancho de sangre su hábito y le dejó la cara amoratada. Él quiso ocultar sus golpes, pero al no poder hacerlo, tuvo que hablar de lo que había pasado. Sin embargo, antes de terminar, sus agresores confesaron a los frailes su mala acción y pidieron perdón públicamente…
Otro caso parecido sucedió con un joven que por vivir en las pasiones, al ser aconsejado por Serapio, le respondió abofeteándolo públicamente. Las autoridades detuvieron al joven, empero cuando lo iban a castigar, Serapio intervino en el juicio y dijo: “Dejadme a mí ser el juez de éste mi caso”; obtenido el permiso, decretó la sentencia: “…pido que a éste joven se le condene, en castigo de su culpa, a la vergüenza de recibir de mí un estrechísimo abrazo”.


Liberando cautivos…


En el año de 1229, siendo Serapio fraile profeso, partió para Argel en compañía de su gran amigo Ramón Nonato, quien también pertenecía a la Orden, para redimir cautivos cristianos en tierras africanas.
Al llegar a las playas de aquél lugar fueron recibidos con un desprecio tal que fueron llevados con insultos al lugar donde yacían los cautivos. Y allí fue dónde Serapio y Ramón libertaron a precio y peso de oro (peso de oro significa que lo que pesara el cautivo, era lo que se debía pagar por él en oro) a más de 150 esclavos cristianos, quienes eran esperados en España por Pedro Nolasco, a quien eran presentados en su Templo y después eran rehabilitados en su hospital.
En 1232, juntamente con Ramón Nonato, regresó Serapio a tierras de Argel a redimir más de doscientos veinte cautivos, y a devolverlos a sus familias.
Poco después, Serapio fue enviado por Pedro Nolasco a Inglaterra, Escocia e Irlanda a fundar nuevos conventos de la Orden, a corregir herejías e ilustrar en la fe.
Allí obró grandes milagros y curaciones, pero por su humildad siempre huyó de las alabanzas y loores de la gente; pero su celo por los cautivos lo llevó en 1240 a redimir otros casi cien cautivos a precio y peso de oro, de las cárceles de Murcia con su compañero Fray Pedro de Castellón.
Por aquellos años ya habían recibido la palma del Martirio muchos Santos Mercedarios, entre ellos Raimundo de Blanes, Protomártir de la Orden y el Beato Diego de Soto, martirizados horriblemente en Granada por la Fe en Jesucristo, además nacía en Barcelona la Santísima Fundadora de las Monjas Mercedarias de Clausura, María de Cervellón.
Ante esto, Serapio volvió a pedir a Dios y a María la gracia del Martirio, y ésta vez, su oráculo Divino, Ramón Nonato, le dijo: “¡Gozaos hermano mío, Dios os ha escuchado, de ésta Redención ya no regresarás!”.
Así, avanzaron hasta frente al altar Serapio y el que sería su último compañero, y escucharon de Pedro Nolasco unas palabras: “Vais hijos míos, a cumplir la promesa hecha a Dios y a su Madre Santísima, aquí en éste altar, de Redimir a los cristianos cautivos a costa de su propia vida, y de quedaros en rehenes en lugar de ellos.
Sabed que es Cristo quien os envía cual corderos entre lobos, no temáis, no os amedrente el que por su poder puede quitarles la vida, más nunca sus almas.
No os preocupéis cuando os lleven ante los jueces, mirad que Dios vela por sus Siervos, y vosotros lleváis el nombre más honroso que existe, el de Redentores.
Revestíos de Caridad, misericordia y paciencia para desempeñar su misión, y mientras mi Corazón de Padre queda transido de dolor, id ya con mis hermanos cautivos y anunciadles la buena nueva de la Redención.
Que el Dios omnipotente guíe vuestros pasos por el camino de la paz y de la felicidad, y que el Arcángel San Rafael os acompañe para que volváis con salud, paz y gozo a la dulce compañía de vuestros hermanos.”.
Al decir esto, Serapio y su compañero se levantaron del suelo y dijeron: “Procedamos en Paz”, y Pedro Nolasco les dijo: “Si, hijos míos, y el Señor sea en vuestro camino y su ángel vaya en vuestra compañía”.
Así partió para tierras de moros, dónde al llegar encontró la misma mala cara y malos tratos de las veces anteriores, más no obstante logró redimir a casi noventa cautivos.
En el último rescate que intentó con su compañero redentor Berengario de Bañeres, Serapio debió permanecer como rehén por algunos cautivos en peligro de renunciar a su fe.
Todo se había encaminado correctamente y estaba por embarcarse de nuevo a España, cuando salió a su encuentro un grupo de cautivos que le dijeron: “Redímenos padre, que ya no podemos sufrir más y estamos resueltos a renegar de la fe”. Eso solo bastó para que dijera Serapio: “Salgan todos, que yo me quedaré en cautiverio por ellos”, y así fue, mientras regresaban a España los cautivos, él se quedó de rehén.
El otro redentor viajó rápidamente a Barcelona para buscar el dinero del rescate. Pedro Nolasco, que estaba en Montpellier en el momento, escribió una carta urgente a su teniente Guillermo de Bas pidiéndole que notificara a todos los monasterios para recoger limosnas y enviarlas inmediatamente a Argel.
Sin pausa, Serapio predicó a Jesucristo en medio de la turba musulmana que sin dudarlo preparó un castigo ejemplar para aquél que de ser príncipe, quiso ser esclavo por los cautivos.
Al enterarse el rey Selín Benimarín de lo sucedido, lo mandó a comparecer a Serapio, pero éste no se estremeció ni se perturbó, mientras que el rey lo alagaba y lo trataba de persuadir para que abjurase. Sin embargo, al no lograrlo, se enfureció y mandó a azotar bárbaramente a Serapio, y a untarle sus heridas con sal y vinagre, y después dejarlo encadenado y sin comer por varios días.
En su afán de predicar a Cristo, sin importarle los padecimientos, Serapio siguió adelante. Pasaron los días y en medio de azotes, hambre y demás, siguió predicando al punto que irritó demasiado al rey, quien planeó un castigo ejemplar para él.
Mandó a plantar una cruz en forma de “X” en medio de la plaza, con la intención de martirizar en ella a Serapio. Sin embargo, él, al verla exclamó: “¡Oh Dulce y precioso leño!, ¡perfecta imagen de Aquél en que murió mi amado Jesús!, por Ti espero subir a la Bienaventuranza.”.
Fue atado con cadenas y cordeles muy finos e inmediatamente fue empezado a azotar, siguiendo con el martirio de enterrarle puntas candentes entre las uñas y la carne de manos y pies; luego rasgaron la carne viva de su abdomen con garfios e inmediatamente le trozaron una a una sus articulaciones, y le hicieron un orificio en el estómago para sacarle metro por metro los intestinos. Finalmente lo decapitaron y destazaron su cuerpo para arrojar sus restos al mar. Era el 14 de noviembre de 1240.
Se asegura que poco antes de morir exclamó en medio de sus tormentos: “Señor, por estos tormentos que gustoso padezco por vuestro amor, os suplico que tengáis piedad de todos aquellos que se hallaren en alguna dolorosa aflicción”.


Glorificación


La Iglesia Católica afirma que fueron innumerables los prodigios que por intercesión del Santo mártir obró Dios, ya en su vida como después de su muerte, incluyendo la milagrosa resurrección de dos niños.
Por muchos siglos de continuada veneración de los fieles al Santo, de las declaraciones y sentencias dadas y promulgadas por los ordinarios de Gerona y Barcelona, y de las piadosas súplicas del católico monarca de España, Felipe V, ruegos repetidos de diferentes cardenales, instancias continuas de los arzobispos y obispos de España, y peticiones humildes de toda la Religión mercedaria, el Papa Benedicto XIII, con su bula dada en Roma a 14 de Abril de 1728, se dignó a aprobar y confirmar dichas sentencias, y declaró el referido culto inmemorial del Santo.
Fue canonizado por el Papa Benedicto XIV en 1743 e inscripto en el catálogo de los santos.

La Iglesia y la Orden de la Merced lo veneran el día 14 de noviembre de cada año,  cuando se bendice el “Aceite de San Serapio”, que es para los enfermos y con el cual se han obrado grandes milagros (el hecho de usar aceite bendito en su honor se deriva del martirio que padeció de ser untado con sal y vinagre). Por lo dicho, San Serapio es considerado el “Abogado de la Salud”.




En su visita a nuestro pueblo en 1873, Monseñor León Federico Aneiros, recomendó la colocación de una imagen del Santo en el Altar del templo. Sin embargo, recién el 24 de mayo de 1921, el doctor Agustín J. Carús y el señor Mariano Berdiñas donaron la imagen que fue emplazada en el nicho a la derecha del Altar Mayor de la actual Catedral.

El gran titiritero azuleño

El gran titiritero azuleño



Por Eduardo Agüero Mielhuerry


Otto Alfredo Freitas nació en Azul el 1 de septiembre de 1915. Sus padres fueron el argentino Martín Freitas (hijo de padre portugués y madre argentina) y la francesa Rosalía Chrestía. Fue bautizado el 15 de junio de 1916 por el Padre César A. Cáneva.
Tuvo siete hermanos, de los cuales fue el menor: Juan Luis, Rosa Hilaria, Damián Eloy, Héctor Martín, Isabel Alida y Beatriz Julia.
La familia Freitas vivía en la estancia “La Porfía”, cruzando el Arroyo de los Huesos. Cuando los chicos fueron creciendo y tuvieron edad para ir a la escuela, el matrimonio alquiló una casa en la Avenida Mitre N° 436, entre Colón y Burgos, en una antigua casona (que aún existe y está deshabitada), de ladrillos a la vista, con un pequeño balcón, la cual alquilaban a la familia López Claro.
En la esquina de Mitre y Colón, don Martín instaló tiempo después una Librería a la que llamó “De los Niños”. Artista y creativo desde pequeño, enseñado por su abuelo, Otto hacía y vendía allí barriletes que él mismo confeccionaba con las más diversas formas y llamativos colores.


Saliendo a escena…


Los hermanos Freitas compartían en la infancia muchos juegos -y luego intereses intelectuales-, con los hermanos López Ocón que también vivían en la Avenida Mitre, pero entre General Uriburu (actual Intendente Prof. De Paula) y Burgos, y con los ocho hijos de AlbertoLópez Claro y Emilia Betinelli.
Otto cursó la escuela primaria y hasta el segundo año del secundario en la Escuela Normal “Bernardino Rivadavia”.
Imbuido por un espíritu creativo y sensible, desde joven escribió poesías y tuvo la oportunidad de publicar dos poemarios: “La isla de cristal y la estrella” (1940) y “A flor de sangre” (1941). Asimismo, en los periódicos locales comenzaron a ser frecuentes sus publicaciones como colaborador.
Junto a César -su amigo inseparable-, emprendieron la maravillosa aventura por el mundo de los títeres sin haber tenido de quien aprender, por eso sus muñecos eran totalmente atípicos. Hacían las cabezas sobre un palito y tallados en madera. Más adelante comenzaron a hacerles un agujero en el medio para colocar el dedo índice.
Así nació el teatrino “Trotacaminos”, en el que ambos amigos junto a Eduardo Julio López Ocón, empezaron aquella maravillosa aventura que soñaban. Hermanados, salían juntos a realizar sus funciones en un carro para cuatro caballos o en una vieja camioneta.
Otto partió a la ciudad de Buenos Aires en busca de nuevos horizontes laborales y culturales. En 1945, fundó su propio retablo al que llamó “La Nube”. Entretanto participó en la creación de varios teatros de títeres municipales y en 1947 se convirtió en director del teatro de muñecos del Partido Comunista.
Fue secretario de la Asociación de Titiriteros de la Argentina (A.T.A.), la cual era presidida entonces por César López Ocón. Además estuvo a cargo de la edición de su Boletín Informativo. En representación de la Asociación participó en el Festival de Piriápolis y el Congreso Internacional de Titiriteros junto a Ramón Lema Araujo y Alfredo S. Bagalio. En los años ’40 la A.T.A. agrupaba a brillantes titiriteros como Roberto Blanco, Pepe Ruíz, Lucho Claeyssen y el negrito Bonafina entre otros.
En los años siguientes desarrolló una interesante actividad en la zona sur del Gran Buenos Aires. Integró el movimiento de actores, titiriteros y artistas en defensa del Teatro San Martín de Buenos Aires cuando se intentó privatizar. Asimismo, estuvo gestionando una beca del Fondo Nacional de las Artes que por entonces presidía Alejandro Casona y bajo su dirección se integró al elenco de Marionetistas de Canal 7, con el objeto de viajar a Cuba.
Por esos años conoció a quien sería el gran amor de su vida, la docente Marta Pessina, quien como compañera inseparable fue la autora de muchas fotografías de los títeres de Otto.


De barrio en barrio… por el mundo…


Con su teatro de títeres además de trabajar arduamente en las villas de Buenos Aires como parte de su militancia de base en el Partido Comunista, recorrió todo el norte argentino. Anduvo pueblo por pueblo, y como dijera Kique Sánchez Vera: “...Tenía un teatrito chiquito… se llamaba “La Nube” y cuando estuvo en Catamarca lo primero que quiso hacer es ir a conocer a la gente de los barrios, conversar con ellos y jugar con los títeres...”.
Luego pasó a recorrer diferentes pueblos bolivianos donde continuó abordando su pasión con la misma metodología que lo empujaba a adentrarse en historias de vidas plagadas de carencias y necesidades. Y luego volcaba sus vivencias en obras de títeres que reflejaban la cruda realidad.
Más tarde recaló en Uruguay. Allí editó todos sus libros de títeres ya que en Argentina estaba prohibido y perseguido por su militancia política.
Finalmente dejó sentadas las bases del teatro de títeres en la Argentina, con una dramaturgia excelente y un tratado sobre el títere de guante que en su momento se estudiaba en las escuelas de títeres de los países de Europa del Este (Rusia y Checoslovaquia, principalmente). Sus obras también fueron publicadas en España.
Con fervor, Otto recorrió los caminos de Latinoamérica y publicó libros con decenas de obras de títeres, clásicos como “Buenos Vecinos”, “Carlitos Pescador”, “Pombero protector de los Pájaros” y “El soldadito y el general”, etc..


Por pensar distinto…


En 1945 Otto Freitas fue detenido por la Sección Especial de la Policía Federal. La tortura sufrida y el año que siguió en prisión afectaron su delicada sensibilidad. Sin embargo no le impidió dar obras de títeres dentro de la cárcel.
Cuando recuperó su libertad siguió participando en las actividades de solidaridad con los presos políticos y sus familiares, organizadas por la “Liga Argentina por los Derechos del Hombre”.
La persecución política no cesó y en las redadas contra los artistas sistemáticamente lo iban a buscar. En 1947 al santafesino titiritero y cineasta Fernando Birri, le hizo entrega de su obra, “El Tintorero Prodigioso” y éste la presentó en la Plaza Central de su ciudad durante toda la temporada de verano.
En 1950 editó “7 Obritas para Títeres” y más de la mitad del tiraje fue “secuestrado por las fuerzas del orden” y lamentablemente nunca se pudo recuperar.
En abril de 1957, cuando la ilegalización del Partido Comunista dio lugar a una serie de redadas llamadas “Operación Cardenal”, ejecutadas por el gobierno de la autoproclamada “Revolución Libertadora”, decenas de militantes, artistas e intelectuales fueron internados en el Buque París, anclado en medio del Río de la Plata. Además del futuro Nobel chileno, Pablo Neruda, también fueron confinados en el barco el talentoso músico Osvaldo Pugliese, Rodolfo Aráoz Alfaro, el escritor y dramaturgo Leónidas Barletta, y el titiritero azuleño Otto Freitas.
Aquella fue la última vez que Otto estuvo detenido simplemente por sus convicciones políticas. Sin embargo, a causa de las persecuciones y las secuelas de las torturas, su salud se fue resquebrajando, llegando a tener problemas neurológicos que obligaron a su internación y atenciones periódicas hasta el final de su vida.
Después de aquél triste episodio, Otto estuvo algún tiempo internado en Entre Ríos, y en aquellas épocas de inestabilidad política, en las cuales las Dictaduras eran prácticamente moneda corriente, preservó un considerable temor ante cualquier rumor que indicaba el quiebre del orden constitucional, pues como suponía, siempre sería candidato a ser nuevamente detenido simplemente por pensar distinto.
Sus “Ocho obritas para teatro de títeres” fue publicado por la Cooperativa Club de Grabado de Montevideo, con xilografías de la reconocida artista plástica uruguaya Leonilda González. Su prólogo, escrito en 1961, contiene un interesante estudio sobre el títere de guante. Sostuvo que “el arte de los títeres es el más bello regalo que el hombre ofrendará a sus manos, que todo lo producen y lo crean”.
Otto evocaba a los títeres de guante o de manos así: “Títeres de guante, criaturas de alma popular, hechos por sus manos, para sus manos, para la alegría y la paz, de trapo y poesía, de ternura y papel” (“Títere de guante”, en “Ocho obritas para teatro de títeres”, Montevideo, Cooperativa Club del Grabado de Montevideo, 1962).
Dicha publicación mereció el Primer Premio a la Ilustración del Libro Inédito, en el XXV Salón de Artes Plásticas del Uruguay.
Isabel, hermana de Otto, entregó los ejemplares para su venta en la Banda Oriental y dejó una pequeña cantidad para la venta en Buenos Aires.


Abrupto final…


Un día, Saúl Cascallar compañero y amigo de Otto, estando con su compañera en un café del barrio de Almagro en Buenos Aires, vio que Otto y Marta pasaban caminando;  los llamaron a la mesa y ellos les dijeron muy contentos que se casaban al día siguiente
Otto Alfredo Freitas falleció de un infarto, en su domicilio en la ciudad de Buenos Aires, a los 47 años de edad, el día 4 de abril de 1963. Ese mismo día iba a contraer matrimonio.


De Azul para todo el país


La Asociación de Titiriteros de la Argentina, encabezada por César López Ocón,  organizó junto con un montón de Centros culturales y auspiciado por el Ministerio de Educación y Cultura de la Nación, el de la provincia, el Fondo Nacional de la Artes y otros organismos, un encuentro de titiriteros que se concretó el 4 de abril de 1965 en nuestra ciudad.
Siendo director de Cultura de la Municipalidad de Azul Felipe Pigna (padre del historiador), el 4 de abril fue declarado “Día Nacional del Titiritero”, en memoria de Freitas.
En ese homenaje, Javier Villafañe, que era muy amigo de Otto y había llegado con una de sus carretas, hizo una función especial. También estuvieron en Azul,  Ariel y Pepe Ruíz y Alberto Cerbreiro y Luis Olguín. Durante toda una semana se brindaron talleres para docentes y funciones en escuelas.
En el Parque Municipal “Domingo F. Sarmiento”, se descubrió una placa en la Isla de los Poetas, que reza: “Asociación de Titiriteros de la Argentina a Otto Alfredo Freitas –Titiritero y poeta– Día del Titiritero”.



Otto Freitas nació en Azul el 1 de septiembre de 1915. Su enorme talento lo llevó desarrollar y estudiar ampliamente los títeres. Falleció el 4 de abril de 1963. A su memoria se conmemora el “Día Nacional del Titiritero”.

José “Pepe” Podestá y su familia en Azul

José “Pepe” Podestá y su familia en Azul

Por Eduardo Agüero Mielhuerry

José Juan Podestá nació en Montevideo, el 6 de octubre de 1858. Fue hijo de Pedro Podestá y María Teresa Torterolo, ambos de origen genovés, quienes habían emigrado al Uruguay donde contrajeron matrimonio. La pareja tuvo, además, ocho hijos: Luis, Gerónimo Bartolomé, Pedro, Juan Vicente, Graciana, Antonio Domingo, María Amadea y Cecilio Pablo Fernando. En 1846, el matrimonio Podestá se trasladó a la ciudad de Buenos Aires, donde instaló una pulpería en el barrio porteño de San Telmo.
José Juan, “Pepe” como lo apodaban en su familia, estudió música en la Banda Municipal, sin embargo, atraído por los circos europeos que pasaban por la ciudad, buscaba la manera de entrar -“colado”- a las funciones.
Hacia 1873, con apenas 15 años, fundó un circo en las calles Convención e Isla de Flores, en una cantera, y arrastró a toda la familia y a unos cuantos amigos a las bambalinas circenses. Al año siguiente, arrendaron temporalmente un local en la calle Batlle. Al mismo tiempo, intrépido, se sumó como trapecista a la compañía ecuestre de Félix Hénault y estudió música con Antonio Ferreyra.
“Pepe” y los aficionados que lo seguían fundaron la sociedad cooperativa “Juventud Unida”, para aparecer en fiestas o espectáculos públicos. Él, sus hermanos y sus compañeros, con los ahorros de una breve temporada, construyeron una carpa de liencillo y prepararon todos los accesorios necesarios para poder salir de gira a los pueblos de campaña a probar fortuna. Así nació el “Circo Arena”, con el que recorrieron Uruguay.


Los Podestá en el Azul


En su autobiografía titulada “Medio siglo de farándula” y publicada en 1930, “Pepe” Podestá cuenta la que fuera su primera visita al Azul -acaecida entre febrero y septiembre de 1880 según quedara registrada, además, en el periódico “El Eco del Azul”-, que coincidió con su debut en el interior bonaerense. Con humor y picardía describe aquellos tiempos:
“El año 1877 trabajaba en Canelones la compañía del popular hércules don Pablo Raffetto ‘40 Onzas’… (…) Era genovés, muy buen hombre, incapaz de una maldad: fortacho, un hércules que lo mismo jugaba con balas de fierro pesadísimas, como luchaba con una elegancia singular o tomaba parte de pantomimas y sainetes, como hacía de director de pista charlando con el payaso en su media lengua criollo-genovesa, que tanto festejaba el público (…).
Cuando Raffetto se enteró del éxito obtenido en las pocas funciones que dimos en el Jardín Florida, bajó a Buenos Aires desde Dolores, en donde estaba con su compañía, y nos citó para tener una entrevista en un restaurante de la calle Maipú. Cuando llegamos el mozo le servía una fuente con doce huevos fritos.
Nos invitó a que lo acompañáramos a cenar, y que pidiéramos algo, porque aquellos doce huevos eran para él. Como le dijéramos que ya habíamos cenado, nos objetó:
- Y yo que había mandado a preparar una tallarinada para seis personas, ¡qué lástima! pero le haré honor yo solo.
Y entre charla y sendos vasos de vino, se echó al buche los doce huevos fritos y los tallarines para seis, mientras decía:
- Qué quieren, amigos, para sostener la fuerza que tengo es necesario llenar el estómago.
Entre franca alegría formalizamos un arreglo para trabajar seis meses por el sud de la provincia de Buenos Aires.
El ferrocarril entonces solo llegaba hasta el Azul; de allí se salía en carretones tirados por caballos o bueyes, en ese tiempo conocí las primitivas estancias: miserables ranchos de paja y terrón; en algunas, alrededor del rancho se veía un gran foso con agua, para resguardarse de las invasiones de los indios.
Las divisiones de los campos se hacían por medio de zanjas que a la vez servían de represas para abrevadero de las haciendas. ¡Ni noticias de alambrados! ¡Cuántos dueños de campos no conocían los límites de sus estancias! También, ¡para lo que valían entonces los campos!
En el año ’80 cuando llegamos a Azul, lo invitamos para ir hasta la orilla del pueblo a ver las tolderías de los indios de Catriel.
-¡No! ¡no! -objetó Raffetto- No conviene, porque si el público me ve en la calle antes que en el circo, pierde novedad y después voy a ser tan vulgar como otro hombre cualquiera ¡No me conviene!
Una de las pruebas emocionantes que hacía era el disparo del cañón de 21 arrobas cargado con una libra de pólvora. Ponía el cañón cruzado sobre los hombros y un artista encima con dos banderitas que hacía flamear después que encendía la mecha y disparaba el tiro. Este artista era Felipe Rolando, un rosarino muy travieso. Un día le jugó una broma a Raffetto, cargando el cañón con la pólvora y dos ladrillos hechos pedazos.
En el momento de disparar el cañón Rolando no aportó por el circo, estaba escondido esperando el instante del disparo para ver desde su escondite, rodar por el suelo al hércules, pero se chasqueó el travieso pues ‘40 onzas’ triunfó como siempre, solo que con el cañonazo se quedó el circo a oscuras, apagando las lámparas de kerosén, y rompiendo muchísimos vidrios de la vecindad que Raffetto tuvo que abonar sin protestas.
El payaso de la compañía era un portugués, muy criollo y muy aficionado al droguis. Una noche había invitado al circo a una joven de quien estaba enamorado, y en el momento que recitaba “No es deshonra la pobreza”, al agregar: “y me mira con bajeza”, se fija en la joven y ésta le sonríe y él se pierde y no salía de “y me mira”… “y me mira”… Raffetto desde la puerta del picadero le sopla: -Cun baquesa.
Pero el payaso embobado como estaba no oía nada; entonces don Pablo se le acerca y le dice:
-¡Haga el favor, vaya adentro a lavar los platos, vaya!
El payaso quiso tentar otra vez aguzando la memoria repitió:
-Y me mira… y me mira…
-¡Cun baquesa, animal!- le agregó el director, y tomándolo de los fundillos y del cuello lo alzó en alto y lo llevó para adentro con la mayor naturalidad. El público aplaudió creyendo que eso debía ser así, y el payaso salió a agradecer los aplausos y entonces Raffetto exclama:
-¡Mireló…!¡ma mireló…! Tiene tan poca vergoña que sale a recibir los aplausos cuando si no es por mí estaría diciendo “y me mira y me mira…” ¡Un corno lo mira!
El payaso repuesto ya, le contesta:
-No, señor Raffetto, me mira la mujer más linda que he conocido- y señaló a la joven, que ruborizada se tapó la cara con el abanico, mientras el público festejaba la ocurrencia.
Para todos sus ejercicios ofrecía premios en dinero a quien hiciera lo que él hacía. Cuando terminaba su acto de fuerza. Era aquel otro espectáculo. Entre aquellos aparatos había un gran mortero de mármol. La prueba consistía en levantar el mortero tomándolo por los bordes, haciendo fuerza con los cinco dedos de la mano derecha, y colocarlo sobre una silla; después bajarlo.
Cuando en los días de lluvia no podíamos funcionar con el circo, aprovechábamos ensayando bajo techo.
¡Me parece que estoy viendo aquel cuadro!
Mientras unos hacían equilibrios en el trapecio o en la cuerda floja, otros probaban su fuerza en flexiones, planchas y barra fija. Por un lado mi madre friendo tortas o pasteles, que los hacía requetebuenos, ayudada por mis hermanas Graciana y Amadea, que cebaban mate para todos; por otro lado se escribía correspondencia , o se estudiaba como si fuera una verdadera escuela. Cuántas veces en noches frías, puestos en rueda al calor del fogón, les leía “Martín Fierro”, comentando su filosofía según nuestros alcances.
¡Qué lindas horas aquellas de juventud y ansias de saber, en pleno año 80!
Cuando en septiembre de ese año dejamos el Azul, lo hicimos en varias carretas tiradas por caballos. A poca distancia de la ciudad nos sorprendió un gran temporal, de esos que hacen época. Todavía recordarás los estancieros de ese tiempo las enormes pérdidas de ganados que tuvieron. Se calculó que no menos de medio millón de cabezas había perecido por efecto del frío y las inundaciones.
Nosotros en medio del campo, campeamos el temporal valiéndonos de cuanto encontramos a mano. Para librarnos de la inundación y entrar en calor, hicimos entre todos un hoyo en el suelo, y la tierra que de él sacábamos lo poníamos de dique contra el agua. El hoyo tenía una desviación que a más de uno le sirvió de aposento para resguardarse del frío. Las carretas fueron colocadas en orden de defensa contra el viento, y para hacer pared desde el suelo al techo de los carros, nos servimos de paja cortadera que allí abundaba en gran cantidad. En fin, tres días de incesante lluvia y otros tres más sin podernos mover por el fuerte pampero y el gran fangal de los caminos.”.


Siempre viajar…


En 1881, durante una actuación en el Uruguay, nació definitivamente el payaso que se convertiría en una marca inequívoca de José Podestá. Ante la ausencia de un payaso para salir a escena, “Pepe” -que solía actuar como clown-, tuvo que suplirlo e improvisar una vestimenta con unas sábanas como adorno, recortó de un viejo levitón cuatro lunares negros, que al ser aplicados dibujaron dos ochos. Desde entonces decía: “Acepto, estudio, trasnocho, salto, brinco, con maestría, y el público casi chocho, me llama desde aquel día, Pepino el ochenta y ocho”.
Fue un payaso para adultos, sus chistes eran intencionados, satíricos, críticos, con ácidos cuestionamientos a la actuación de políticos y funcionarios de la época. Además, a través de su personaje recitaba trozos gauchescos y cantaba estilos, con gran acogida del público.
El 7 de mayo de 1883 José contrajo matrimonio en Rosario con Baldomera Arias, actriz y acróbata -discípula de Pablo Raffetto-, con quien tuvo ocho hijos: Aída, Aurelia, Zulma, Ricardo, Argentino, Elsa, María Luisa y Cira.
En 1884, los Podestá, actuaban en el circo Humberto I de Pablo Raffetto. Los Hermanos Carlo, con la presencia de Frank Brown, en el Politeama Argentino, finalizaban con gran suceso su temporada y querían estrenar algún número importante. Estando el boletero del Politeama, Alfredo Cattáneo, conversando con Frank Brown, llegó Eduardo Gutiérrez al que Cattáneo le propuso realizar una pantomima de su “Juan Moreira”. Gutiérrez le planteó que en esa compañía no había nadie que cumpliera con los requisitos del personaje por lo que sugirió, entonces, a José Podestá, quien era un excelente trapecista y acróbata, un brillante jinete, cantor, guitarrero y buen actor. Todas estas virtudes hicieron que luego de algunas negociaciones se fusionaran las dos compañías, y Gutiérrez adaptara en tres días los principales capítulos de su folletín.
El “Juan Moreira” de Eduardo Gutiérrez y los Podestá (absolutamente idealizado), fue el inicio del teatro argentino, que luego, hacia 1890, se desarrollaría con obras como: “Martín Fierro”, adaptada por Elías Regules; “Juan Cuello”, de Gutiérrez; “Julián Giménez”, de Abdón Aróstegui; “Santos Vega”, con arreglos de Juan Carlos Nosiglia y principalmente “Calandria” de Martiniano Leguizamón. Poco a poco, el drama fue tomando preponderancia sobre el picadero y las obras fueron dejando el circo para pasar a los escenarios teatrales.


Bodas de oro y última función…


“Pepe” filmó dos películas mudas: “Mariano Moreno y la Revolución de Mayo” en 1915 dirigido por Enrique García Velloso y “Santos Vega” en 1917 dirigido por Carlos de Paoli. Luego regresó al teatro con la obra “La chacra de Don Lorenzo”, escrita por Martín Coronado en 1918.
Llegando a sus “bodas de oro en la farándula”, decidió festejarlas representando otra vez su obra inicial “Juan Moreira”, en el Hippodrome de Buenos Aires. Debutó el 24 de marzo de 1925 con más éxito del esperado, llegando a alcanzar las 127 funciones.
Incansablemente, a pesar de los agobios propios de la edad, trabajó hasta los 70 años rodeado por sus hijos y nietos.
Lúcido, escribió sus memorias bajo el título “Medio siglo de farándula”, libro el cual fue publicado originalmente en 1930 por la Imprenta Río de la Plata.

José Juan “Pepe” Podestá falleció en la ciudad de La Plata el 5 de marzo de 1937, pero ni el tiempo pudo borrar el recuerdo de un pionero de las artes escénicas y circenses.




En su autobiografía titulada “Medio siglo de farándula”, José “Pepe” Podestá cuenta la que fuera su primera visita al Azul -acaecida entre febrero y septiembre de 1880.