domingo, 12 de abril de 2020

Viaje al Azul de antaño

Viaje al Azul de antaño



Por Eduardo Agüero Mielhuerry


Estanislao Severo Zeballos nació en Rosario, Santa Fe, el 27 de julio de 1854. Sus padres fueron Estanislao Zeballos y Felisa Juárez.
 Fue estadista, legislador, diplomático, jurisconsulto, docente, periodista y escritor, abogado, diputado en tres períodos, ministro, profesor de enseñanza secundaria, decano en enseñanza universitaria, presidente y fundador del Club del Progreso, del Círculo de Periodistas y de la Sociedad Rural, miembro de numerosas asociaciones extranjeras.
Fue autor de numerosos trabajos sobre la historia y el territorio argentino. Además, promovió la creación de instituciones y publicaciones científicas y culturales, como la Sociedad Científica Argentina (1872), el Instituto Geográfico Argentino (1878) y el Instituto Popular de Conferencias del diario La Prensa (1914). Otros proyectos en los que tuvo importante actuación fueron los referidos a agricultura, irrigación, convenciones sanitarias, comercio de carnes, construcción de caminos y fomento de la navegación marítima con pabellón nacional. También perteneció a la Junta de Historia y Numismática, institución fundada en 1893 por Bartolomé Mitre y más tarde reconocida como Academia Nacional de la Historia por decreto del presidente Justo (1938).
Su obra periodística más importante fue escrita para “El Nacional”, del cual fue fundador, y para “La Prensa”, a la que estuvo vinculado muchos años. Y su “Revista de Derecho, Historia y Letras” (1898-1923) constituye un monumento a su persona. Los setenta y seis volúmenes que agrupa contienen ensayos de interés académico y público. Fue uno de los más eminentes hombres de ciencia, promotor de la cultura científica argentina a fines del siglo XIX y comienzos del XX.
Publicó sobre muchos y diversos temas, entre ellos: “Zálide o el amor de los salvajes” (novela), “Viaje al país de los Araucanos” (diario de viaje), “El escudo y los colores nacionales” (historia), “Justicia positiva internacional” (derecho).
Justamente, en su reconocido “Viaje…”, hizo observaciones sobre el desarrollo económico, social y cultural de diversos pueblos de la Provincia de Buenos Aires por los que transitó. Y fue el Capítulo II el que le dedicara a su estadía en Azul, en noviembre de 1879:

“El tren partió de Las Flores para el Azul, distancia de 98 kilómetros. Solamente a dos amigos había comunicado mi llegada al Azul: el teniente coronel Leyría, distinguido oficial de caballería, a quien había encomendado algunos preparativos, y el coronel Levalle, jefe de estas fronteras, y que había tenido la deferencia de esperarme un día en el Azul para seguir juntos a Carhué.
Llegamos al Azul, al fin! Eran las 8 de la noche, llovía a cántaros, y yo, rifle a la espalda y maletas en la mano, descendí del tren, creyéndome perdido entre un gentío desconocido. Apenas puse los pies en el andén, corrió hacia mí una densa ola humana, me envolvió tumultuosamente, sentí el cuerpo oprimido por repetidos abrazos, vibraba el aire herido por voces de acento amigo y cariñoso, y en menos tiempo del necesario para reponerme de la sorpresa, fui arrebatado y conducido a un grupo de carruajes.
-¡Mi equipaje! ¡La fotografía! ¡Los instrumentos!… ¡Las carpas!... ¡Los víveres!... ¡Quince bultos!... ¡Teniente Zeballos!... ¡Mathile!... Era inútil gritar entre aquel laberinto de hombres, de paraguas, de carruajes, de oscuridad y de relámpagos, pues el viento, la lluvia y cien voces a la vez ahogaban la mía. Era una recepción. Leyría, que la había preparado, gritó: -¡Al hotel de la Amistad rápidamente!- y los carruajes partieron a escape.  
El teniente coronel D. Francisco Leyría es un amigo que recuerdo complacido. Mi presencia en el Azul era para Leyría un motivo de regocijo. No se separaba de mí un momento, y le debo servicios de consideración.
A las 9 de la mañana del 18 estábamos reunidos en la plaza del Azul. Conocía el pueblo desde 1874; pero sus progresos durante los seis años trascurridos me llenaron de asombro. En 1831 era un fortín; en 1879 es una ciudad extensa, con edificación opulenta y con una riqueza palpitante.
Las calles han sido rectamente delineadas de Sudoeste a Nordeste y de Sudeste a Noroeste, correspondiendo la mayor extensión urbana al primer rumbo, cuyas calles, densamente pobladas, miden veinte cuadras de ciento cincuenta varas, mientras que las de S. E. a N. O. no exceden de diez y ocho cuadras. Así, el área poblada más o menos densamente es de trescientas cincuenta manzanas, con mil doscientos edificios de importancia y numerosos de segundo orden.
Es esta una de las ciudades argentinas, en cuyo trazado han sido mejor consultadas las reglas de la higiene, que prescriben un sistema de amplia ventilación, que bien podemos denominar sistema pulmonar de las ciudades… (…)…el Azul presenta, además de sus anchas calles, tres bulevares de treinta y dos varas de ancho, denominados: Tapalqué, 25 de Mayo y Comercio”.
Haciendo un alto en el relato es importante aclarar que Zeballos hace referencia a las actuales avenidas Presidente Juan D. Perón, 25 de Mayo y Bartolomé Mitre, respectivamente.


La ciudad del mármol y el progreso


Zeballos continúa: “El Azul será llamada con razón la Ciudad del Mármol, porque en ninguna, como en ella, veremos las veredas enlosadas con hermosos cuadros de mármoles variados, traídos de las sierras inmediatas. Nuevo es aún este descubrimiento y reciente su explotación, mas con todo, las veredas centrales del Azul, están ya cubiertas de tan lujoso material en una extensión de numerosas cuadras.
La educación ha sido declarada obligatoria en la Provincia de Buenos Aires, y la dirección general del ramo queda confiada a un Consejo Central que reside en Buenos Aires, y del cual dependen los consejos que a cada distrito da la elección popular.
El Consejo Escolar del Azul trabaja asiduamente. Educa un total de 320 alumnos, con un gasto mensual de 52 pesos M/C. por cada uno. Las escuelas particulares, que el Consejo vigila, educan 192 alumnos, de suerte que el total es de 512 niños, contra 1606 que el censo de 1877 daba en estado de recibir la educación primaria, sobre una población que aumenta rápidamente.
El movimiento social del Azul ha sido lento a consecuencia de la amenaza de los indios, que durante muchos años fueron un agente de despoblación en nuestras fronteras (…).
La seguridad actual de la propiedad y de la vida con la expulsión de los indios a la Patagonia y a Chile, la gran actividad industrial que tiene por teatro el Azul, las colonias que se alzan de trecho en trecho hasta Olavarría, tapizando los campos de plantaciones fecundas, y por último, el aliento creador del ferrocarril, le han dado tal impulso, que no hemos vacilado en estimar su población total en veinte mil almas y la urbana en siete mil.
El aspecto de las ciudades revela por lo general el estado económico de un país. El adelanto de una sociedad, así como su estacionamiento o decadencia son también exhibidos por la fisonomía de aquellas. El Azul presenta un aspecto y una actividad que impresiona agradablemente. Se siente palpitar donde quiera el bienestar de los habitantes y la riqueza del distrito.
El nervio económico del Azul procede de tres influencias principales. La primera fue la concentración de una múltiple actividad ocasionada por la guerra contra los indios; esta plaza era cuartel general de la civilización. Enseguida, la subdivisión de la propiedad , llevada a límites no comunes en nuestro sistema administrativo, de suerte que la pequeña propiedad explotada por una colonización enérgica y emprendedora, convirtió en fuente de producción toda la zona ocupada y atrajo nuevos brazos. En fin, el ferrocarril del Sur ha hecho del Azul su cabecera sudoeste, centralizando allí el movimiento de una dilatada comarca poblada y ganadera. (…).
 En cuanto a la ganadería, es ella la principal industria y el ganado se cuenta en estos partidos por millones de cabezas de todas especies.
Hay en el Azul, contada la ciudad y la campaña, setecientas casas de comercio, que pagan patentes, y concurren a la prosperidad de la región tres líneas telegráficas, la una perteneciente a la empresa del ferrocarril del Sur, la otra a la Nación, y se interna a través de centenares de leguas sobre los desiertos del sudoeste y hasta la Patagonia (Río Negro y Neuquén) para el servicio militar contra los indios; y una tercera del Estado de Buenos Aires. Esta liga al Azul con la red telegráfica que envuelve al Planeta.”.


Los Molinos Harineros


En agosto de 1858, desde la Corporación Municipal  se había autorizado a los señores Marcelino Rivière y Blas Dhers a construir sendos molinos harineros hidráulicos a la vera del arroyo. A tales molinos, respectivamente, se los conocería como: el Molino Mecánico “Estrella del Norte” (levantado donde actualmente funciona la Papelera) y el “Estrella del Sud” (también llamado “Molino Azul”, en los actuales terrenos de la Guarnición Militar). De esta manera se había comenzado a confeccionar un nuevo perfil económico para Azul y la región.
Años más tarde, al ser visitados por Zeballos, sus impresiones fueron: “El día había sido lluvioso como el anterior. El cielo estaba cubierto de nimbus y de cúmulus al centro, que descargaban copiosos chubascos de tiempo en tiempo; pero hacia las 4 p.m. levantóse una brisa fresca del oeste, o suave pampero, desapareció rápidamente el nublado y quedó visible un cielo celeste, claro, aterciopelado, el más hermoso cielo que es dado contemplar en el hemisferio austral.
Bajo los auspicios del buen tiempo salí con Leyría a visitar los molinos, grandes establecimientos industriales que constituyen un adorno y una fuerza de progreso para el Azul. Me acompañaba también un amigo de la escuela, Juan Carlos Baigorri, redactor de “El Eco del Azul”,  uno de los diarios de la localidad. Llámase “La Razón” el otro y es redactado hábilmente.
Sobre la margen del arroyo, perdido el edificio entre encantadoras y elevadas arboledas, levantase el Molino Azul, propiedad de la sociedad francesa de los señores Dhers y Barés. Las construcciones ocupan una manzana y la fuerza motriz empleada es doble: el agua y el vapor. El molino es de turbina y de motor vertical. El combustible empleado no es vegetal, ni es carbón fósil; se emplea leña de oveja. En todos los corrales o paraderos de este ganado su guano produce colinas, algunas de las cuales alcanzan a veces hasta dos metros de elevación. Cortado el material en forma de adobe es empleado en el fuego con éxito completo (…).
 El arroyo serpentea bulliciosamente por el medio del terreno, de suerte que apenas salimos del molino nos hallábamos en una selva de sauces (salix humboldtiana), bajo cuya sombra corrían encantadoras brisas. Numerosos y encontrados senderos cruzan la selva, cortadas de trecho en trecho por brazos artificiales del arroyo donde esperan incitantes al viajero las góndolas de recreo de los propietarios de la granja. Caminábamos al acaso, palpando las huellas de la gran inundación de 1877, durante la cual una inmensa parte de los campos del Sur de Buenos Aires, desapareció bajo las aguas de una especie de diluvio. Mientras el guía nos daba explicaciones sobre los apuros en que aquel suceso los puso, habíamos salido otra vez al borde del arroyo y pisábamos la cabecera de un puente, que completa el cuadro pintoresco de aquella propiedad.
El otro molino, situado un kilómetro más abajo, sobre la misma corriente de agua, pertenece también a dos franceses, los hermanos Rivière, tipos francos y expansivos del colono, amantes del país que los hospeda. (...).
-Poco importante es mi establecimiento, decía Rivière; pero tiene un mérito para Ud. que busca noticias. Es éste el primer molino que tuvo el Estado de Buenos Aires y juntamente con éste el de los señores Dhers y Barés, que acaba Ud. de visitar.
-Envidio la energía, dije, los resultados que han obtenido y el porvenir que les espera. Las feroces praderas de Olavarría, hinchadas hoy con la simiente del trigo, darán grande impulso a estos molinos. El ejemplo que Uds. dan, agregué, estrechando la callosa mano de Riviére, es digno de ser señalado, no solamente a mis compatriotas, sino también a los extranjeros, que pierden su tiempo entre las ciudades, ejerciendo oficios indignos de la fortaleza y de la iniciativa del hombre. Recojo tan edificante ejemplo, para exhibirlo como  un recuerdo agradable en el libro de mis impresiones.
He cumplido mi promesa. (…).”.


Reflexiones antes de la despedida


Sorprendido por el progreso que encontró en el Azul, Zeballos escribió: “Son las doce de la noche. La fatiga me rinde. Escribo la última página en mi cartera, hela aquí: — “Poco puedo decir de esta sociedad. La conozco de paso, pero lo suficiente para agradecer la cordialidad y el afecto con que recibe al viajero. Las familias son modestas y morales, eficazmente secundadoras de la laboriosidad del hombre. El extranjero encuentra en ellas franca y cariñosa acogida, vinculándoseles con frecuencia para constituir nuevos y venturosos hogares.
El bienestar de los extranjeros palpita a la vista, en sus fortunas y en su intima unión con los hijos del país. Los franceses son muy numerosos, poseen grandes capitales, una sociedad de socorros mutuos y un bello edificio adecuado para local de la institución. Los italianos son también fuertes por su número y sus caudales, y pronto construirán una casa para sus sociedades y escuelas. Los españoles les siguen. Se hallan esparcidos en la campaña, siendo de notarse que casi todos los pulperos de la campaña de Buenos Aires son hijos de España. En el Azul no poseen instituciones sociales que revelen la fuerza y la fortuna que tanto los distinguen en otros puntos del territorio. (…).
A las doce del día del 19 de noviembre de 1879 daba un apretón de mano a los amigos del Azul y salíamos a escape para Olavarría. Yo iba en el carruaje del coronel Levalle, comandante en jefe de la frontera militar del Sur, que pasaba a Carhué con su amable esposa. Mi equipaje o pequeño convoy marchaba en carro, custodiado por el teniente Zeballos y el pobre fotógrafo, gran maturrango, que iba a hacer en tres días 64 leguas a caballo y en mula.
A las 12 y 10 minutos franqueábamos el puente del arroyo Azul y nos hallábamos en una campaña abierta y dilatada hacia el Norte, limitada al Sur y Suroeste por azuladas fajas, que como densas y cargadas nubes, parecían surgir del lejano horizonte: eran las sierras, a cuya falda debía rodar muy pronto el vehículo.
¡Cuántos recuerdo palpitaban en mi mente al alejarme del Azul!
Hablábamos, como quien de sueños conversa, que hace apenas tres años, en 1876, los indios arrasaban la tierra que con tanta seguridad pisábamos. Entonces había peligro a quince cuadras de la plaza del Azul; y hoy por todas partes se detenía la vista en las poblaciones recientes, en los puestos de hacienda, en las quintas cercadas de tapia y de zanja, en las extensas praderas de trigo, en los fecundos ganados; y la tranquilidad del trabajo y de la civilización palpitaban en el aspecto de la comarca… (…).”.


El final de un largo viaje…


Estanislao Severo Zeballos falleció el 4 de octubre de 1923 en Liverpool, ciudad puerto de Inglaterra donde había llegado para dar conferencias en la Internacional Law Associaton. No había viajado en misión oficial, sino desobedeciendo prescripción médica de no viajar por lo precario de su salud. Pero toda su vida fue de acción y labor permanente, ejercicio hecho al servicio del país a través del cual dejó un inmenso legado…
De hecho, tuvo otras vinculaciones con Azul, por ejemplo cuando junto a los vecinos defendió el nombre de nuestro pueblo al que se pretendía cambiar por el de General Rivas. O bien sus nexos a través de los libros, dado que el doctor Bartolomé J. Ronco tuvo la oportunidad de adquirir varios ejemplares de su biblioteca –vendida tras el fallecimiento de Zeballos-, entre los que se destacan: la primera edición de  El gaucho Martín Fierro (1872) con correcciones de puño y letra de José Hernández, y la primera edición de La vuelta de Martín Fierro (1879) con dedicatoria autógrafa de José Hernández a Zeballos, ambos convertidos hoy en pilares esenciales de la colección hernandiana con que cuenta nuestra ciudad.

Pero esos son detalles de algún otro viaje…



En la edición de “Viaje al país de los araucanos” se puede apreciar una imagen del aspecto que poseía la por entonces Plaza Colón de nuestra ciudad, la cual hoy conocemos como Plaza San Martín.


El multifacético Estanislao Zeballos estuvo en nuestra ciudad en 1879, volcando su experiencia en un interesante libro al que llamó “Viaje al país de los araucanos”.

4 comentarios:

  1. Hoy me pasaron este blog, es la primer entrada que leo y admito que estoy fascinada con los detalles y la forma de contar estas historias en muchos casos de personajes tan conocidos, pero desde una óptica distinta.
    Felicitaciones por tan enorme laburo! Pronta a leer una mas (no estoy respetando el orden) espero que haya miles!

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  2. Después de leer este blog quedé fascinado todo lo que trasmite su contenido y la claridad con la que tú lo expresas, te felicito

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