Y la vida siguió…
Por Georgina Degano y Eduardo Agüero Mielhuerry
Ferviente católico. Amado esposo. Adorable padre de
familia. Productor rural. Consejero Escolar. Cónsul irlandés. Miembro del
Jockey Club de Azul. Representante de Studebaker. Para los azuleños, Mateo
Banks era todo lo dicho y mucho más. Algunos pocos murmuraban que había
demasiadas mentiras en su vida. Afanoso apostador. Mal perdedor, peor pagador.
Pendenciero. Violento e impiadoso. Soberbio. Arrogante. Pero todo se decía
entre dientes… Su artificio engañó a muchos mucho tiempo. Pero no a todos…
El 18 de abril de 1922 fue un día
sangriento y al mismo tiempo revelador.
Casi nada en él era natural. A la luz de los hechos,
todos sus movimientos estaban fríamente calculados.
Aquél día, Mateo Banks se convirtió en el mayor
homicida múltiple de la historia de la República Argentina.
Su castillo de mentiras se derrumbó en pocas horas.
Falsificó firmas y documentos municipales.
Intentó envenenar a su familia. Falló. No se conformó.
Aceleró el final. No tuvo piedad. Con una escopeta mató a sus hermanos Dionisio,
Miguel
y María
Ana,
su cuñada Julia Dillon, dos de sus sobrinas Sara y Cecilia,
y completó el cuadro sangriento acribillando a los peones Juan Gaitán y Claudio Loiza a los que
intentó cargar con los crímenes.
Dos escenarios: “La Buena
Suerte ” y “El Trébol”.
Dos actos y una misma tragedia. Sangre. Sangre
inocente. Dos caras; una moneda. Dr.
Jekyll y Mr. Hyde, encarnados, revelados en la realidad.
Una asquerosa popularidad gracias a las tapas de los
diarios. Usó en vano el nombre de Dios intentando salvarse de su condena, pero
nadie creyó en su palabra. Un único destino: una fría celda en “La Cárcel del Fin del Mundo”
en Ushuaia.
Banks pasó a ser mala palabra entre los mortales. Su
apellido se convirtió en sinónimo de brutalidad, horror y barbarie.
La libertad tardó en llegar el rezo de varios rosarios
de botones. En la cárcel no hizo amigos a pesar de compartir “penares” con,
entre otros, Cayetano Santos Godino más conocido como “El Petiso Orejudo”,
asesino en serie, responsable de la muerte de cuatro niños, siete intentos de
asesinato y el incendio de siete edificios; y Simón Radowitzky, el
anarquista ucraniano condenado a reclusión perpetua por el atentado con bomba
que mató al jefe de policía Ramón L. Falcón.
Pretendiendo que nada había pasado,
Mateo Banks volvió a Azul. Estuvo poco tiempo. Una pensión en Buenos Aires se
convirtió en su refugio. Mientras tanto, juraba y perjuraba su inocencia. Más
mentiras. Un nombre falso: Eduardo Morgan. Un final increíble.
El 28 de agosto de 1949 murió desnucado al resbalar en la bañera. Fue sepultado
en el Cementerio de la
Chacarita , en Buenos Aires, desconociéndose el lugar preciso,
aunque sí se sabe que el 10 de agosto de 1959 pasó al Osario de la necrópolis,
después de que en un relevo de tumbas nadie reclamara su cuerpo.
Ocho habían sido las personas asesinadas por el
“respetable caballero”, pero las víctimas del macabro Mateo Banks fueron muchas
más…
Anita Banks y Ercilia Gaitán tenían apenas 5 y 6
años. Ellas salvaron sus vidas milagrosamente. Un instante de bondad hizo que
Mateo prefiriera encerrarlas en un cuarto antes que matarlas. Igualmente… la
inocencia se quebró. Las pequeñas fueron víctimas de la frialdad y la codicia
de un hombre capaz de todo. Creyéndose omnipotente, Mateo las condenó a la
orfandad, al escarnio público. Él reescribió sus historias tras un manchón de
sangre sobre el papel de la vida inocente de las dos niñas.
Sin demasiadas razones, por una Orden judicial,
Ercilia Gaitán pasó prácticamente dos meses en la casa de una familia adoptiva,
hasta que el mismo Juez la restituyó a su hogar, junto a su madre viuda y sus
hermanos. Y su vida siguió…
Mario e Isabel Sullivan fueron quienes
adoptaron a Anita Banks. Él trabajaba como gerente del Banco Español de Azul,
que funcionaba en el edificio de la esquina Oeste de la calle San Martín y su
cruce con la avenida 25 de Mayo; ella se dedicó exclusivamente a la crianza de
la menor. Ambos -excelentes personas según descendientes de la propia Anita-,
hicieron todo lo posible para que la niña viva su infancia de la manera más
plena posible. La pequeña adoptó el apellido Sullivan, asistió al Colegio
Inmaculada Concepción y tomó su Primera Comunión en la Iglesia Catedral
el 8 de diciembre de 1923. Sus padres, que no tuvieron hijos biológicos,
criaron a la niña con profundo amor.
Años más tarde, por el acoso periodístico y tras un
suceso confuso en el Banco Español, en el que unos sujetos ingresaron con
intenciones de robo a la casa del Gerente que estaba ubicada en el primer piso
del edificio, los Sullivan decidieron mudarse a Buenos Aires.
Sarah Kearney Keena de Banks, esposa de Dionisio y madre de
Cecilia, Sarita y Anita, permaneció recluida en el Hospital Nacional de
Alienados “Alejandro Korn” de la localidad de Melchor Romero hasta sus últimos
días, sin creer nunca en el trágico final que tuvo su familia. Es improbable
que haya recuperado su libertad y su cordura. Vaya uno a saber por qué, su hija
Anita nunca la buscó, pero quizás alguna vez volvieron a unirse en un
inacabable abrazo de madre e hija. Tal vez Sarah tuvo la suerte de imaginar a
su familia esperándola detrás de los cercos del jardín. Tal vez… Nadie supo su
suerte. Un incendio en el archivo del nosocomio convirtió en cenizas los registros
de pacientes de esa época, haciendo imposible averiguar qué fue de su vida.
Luego de la muerte de Mario Sullivan, a principios de
los años ’50, Isabel y Anita se instalaron en Bahía Blanca, donde ya habían
vivido temporalmente. Más tarde, Anita contrajo matrimonio y tuvo dos hijos. Y
la vida siguió…
Máxima Gainza de Banks y sus cuatro hijos también
sufrieron las atrocidades de quien parecía un “esposo y padre ejemplar”. Ella
decidió volver a su ciudad natal, Olavarría, y pensó en rearmar su vida tras solicitar
la anulación de su matrimonio.
Mateo Francisco Banks, primogénito del tristemente
célebre, y su madre Máxima -ejerciendo la patria potestad y la representación
de sus tres hijos menores de edad (Pedro Fernando, Jorge Alberto y Ana Pepa)-,
desde la ciudad de Olavarría, el 21 de febrero de 1928, enviaron una nota a los
tribunales de Azul para iniciar un expediente (que se preserva en los archivos
judiciales) reclamando por los bienes de la “Sucesión Banks”.
Más tarde, en 1932, Máxima Gainza pidió que se les
cambiara el apellido a sus hijos: “Hace
varios años mi esposo don Mateo Banks, fue condenado judicialmente por hechos
delictuosos que costaron la vida a varias personas; a raíz de esos hechos el
apellido paterno Banks, fue deshonrado y proyecta sobre mis hijos una sombra o
una carga no menos injusta como intolerable” –alegó-, “pero la suprema carga del suplicio propiciatorio exigido por la
maldad, es el ‘vade-retro’ del apellido paterno escarnecido y obliga a
renunciarlo para poner término a ésta situación y desenvolverse en la vida.”.
Así los Gainza
trazaron otro camino en la vecina localidad de Olavarría… Hoy muchos nietos y
bisnietos llevan en sus venas la sangre de Mateo, pero no su apellido. Aunque a
decir verdad, buena parte de ellos tal vez ni siquiera lo sospeche… Tal vez el
olvido hizo bien su trabajo. Y la vida siguió…
Catalina Banks de Moser, la única de los hermanos que salvó
su vida por encontrarse casada y radicada en Buenos Aires, volvió a Azul. Pero
consigo trajo una historia de violencia familiar y maltratos. Ella se recuperó
de los golpes que le propinaba su esposo, de quien prefirió hasta olvidar su
nombre, y se alejó de él, pero dada su difícil situación económica, debió
iniciar en 1924 una demanda contra la “Sucesión de los Banks” solicitando una
cuota alimentaria. Logró cobrar algo de lo reclamado, pero su situación no
mejoró mucho. Culminó su vida sola y sin descendientes.
El casco original de “El Trébol” se convirtió
en una tapera y lo que queda de “La Buena Suerte ” es tan sólo el nostálgico
despojo de los buenos augurios de su nombre.
Ercilia y Anita no volvieron a encontrarse después del
fatal suceso. Ambas hicieron sus vidas prácticamente de manera normal. Pero, en
lo más profundo de sus corazones, ambas hicieron un pacto de silencio,
preservando como un secreto íntimo lo que les había sucedido, sin revelar a sus
familias el trágico evento vivido. De hecho, en ambos casos, sus hijos
descubrieron la verdad cuando ya eran adultos y, en el caso de Anita, después
de su muerte acaecida hace más de diez años.
Hoy, muchos
años después de aquella aterradora noche, seis cruces oxidadas en el Camposanto
local marcan las sepulturas de la familia Banks (sólo dos tienen sus
correspondientes nombres), la tumba de Gaitán es difícil de encontrar y la de
Loiza desapareció en el antiguo Cementerio del Oeste (“de los Pobres”).
Ercilia y Anita descansan en paz en Azul y Bahía
Blanca, respectivamente.
Y la vida siguió…
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