La Revolución Radical del ’93 desde Azul
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
El 30 de julio
de 1893, procedente de Las Flores, Hipólito Yrigoyen
arribó de incógnito en tren a Azul…
Desde la Revolución de
1890, la Unión Cívica se presentaba ante la sociedad como una organización
política que proponía una nueva forma de hacer política. Pero en su seno se
percibían notables diferencias entre sus dos conductores. Los objetivos de Leandro
N. Alem y Bartolomé Mitre eran notablemente diferentes.
Sólo coincidían en expulsar a Miguel Juárez Celman del gobierno.
Pero mientras Alem luchaba por elecciones libres y transparencia gubernativa,
el mitrismo, aliado con el roquismo, pretendía recuperar el poder para
colocarlo en manos confiables que aseguraran que nada cambiaría.
La Unión Cívica
Radical se orientó hacia la intransigencia. Sus dirigentes negaron la
legitimidad del acuerdo entre mitristas y roquistas y decidieron pasar a la
resistencia.
A principios de julio
de 1893 se realizó una importante reunión entre el ministro del Interior, el
cívico Aristóbulo Del Valle, Leandro N. Alem y Bernardo
de Irigoyen. Los dos líderes radicales se esforzaron por convencer a
Del Valle para que diera un golpe de Estado y asumiera el gobierno con el apoyo
del radicalismo. El ministro se negó para “no sentar un funesto precedente”.
Fracasada esta gestión la Unión Cívica Radical se lanzó a la lucha
revolucionaria.
En su campo “El
Trigo”, ubicado en el Partido de Las Flores, Hipólito Yrigoyen se había
retraído un tiempo atrás pergeñando su revolución contra un régimen político
fraudulento y autoritario que, según su visión, hundía al país en una profunda
crisis política, social y económica. Tras un importante esfuerzo logró reunir
un gran número de hombres a los cuales se ocupó de armar.
¡La Revolución en marcha!
La Revolución
del ’93 fue la primera en concretarse en la provincia de Buenos Aires y
comenzó, tal como lo había decidido el “Peludo”, con la toma de la ciudad de Azul.
Aquel frío día invernal Yrigoyen llegó con una considerable fuerza
revolucionaria armada con la cual buena parte del pueblo azuleño hizo causa
común “porque el gobierno municipal era un semillero de escándalos y
latrocinios” de la mano de los hermanos Manuel y
Evaristo Toscano.
Las autoridades
municipales y los toscanistas se atrincheraron en el Palacio Municipal. De
hecho, la policía –adicta mayoritariamente al régimen-, y civiles se apostaron
en los techos del edificio y en los de diversos domicilios a lo largo de las
calles Alsina (actual Yrigoyen) y San Martín, esperando la marcha de los
revolucionarios.
Pero, como as en la
manga, Yrigoyen había traído en el tren un valioso rehén: ni más ni menos que Evaristo
Toscano, el conflictivo diputado e intendente de Azul que había sido
capturado en Las Flores.
El Dr. Yrigoyen
decidió enviar emisarios para intimar a los que defendían la Municipalidad,
para que se rindieran. La negativa a deponer las armas fue rotunda. Un segundo
intento de los revolucionarios tuvo la misma respuesta. La tercera vez, los
enviados de Yrigoyen llevaron una carta de puño y letra de Evaristo Toscano,
dirigida a su hermano Manuel pidiéndole que se rindiera ya que era inútil
cualquier resistencia porque toda la Provincia había caído en manos
revolucionarias. Si no lo hacían, aclaraban que marcharían al Palacio Municipal
con Evaristo como escudo al frente de la columna radical. Manuel Toscano, que
organizaba la resistencia, no tuvo otra alternativa que deponer su actitud.
A las 10 de la mañana
los revolucionarios tomaron la Municipalidad en medio de ovaciones.
El “Gorra colorada”
Hipólito Yrigoyen armó
una comisión y puso al frente de la Comisaría al “Gorra Colorada”, el comisario
Luis Aldaz, quien supo con habilidad persuadir a los que se resistían.
El doctor Narciso
Mallea, como testigo de los episodios, un tiempo después hizo una
extensa descripción de los mismos destacando: “Hipólito Yrigoyen está en el
centro de un montón de gentes envuelto en una enorme humareda, todos fumaban,
menos ‘el cristo mudo’. Viste de chaqué. Está como si tuviera que dictar su
clase en la Escuela Normal… Se ve en él una severa energía; no levanta la voz,
ordena sin descompostura. Una boina se mueve por encima de todas las
cabezas, es el Comisario Luis Aldaz… que ha venido a incorporarse a Yrigoyen.”.
En Azul, que era un
pueblo fundamentalmente mitrista, el radicalismo no tenía caudal político. Pero
la revolución pudo triunfar, paradójicamente, gracias al apoyo de los
seguidores del general Bartolomé Mitre que constituyeron los contingentes más
numerosos para la lucha.
Con el doctor Isidoro
Sayús en la Intendencia y Luis Aldaz en la Comisaría,
Yrigoyen, la Junta Revolucionaria y la tropa radical pasaron a almorzar en la
cancha de pelota de Miguel Olasagasti. Luego, Yrigoyen se fue tan
silencioso como había llegado…
A paso firme…
Luego de pasar por
Sierra Chica, los revolucionarios se dirigieron a Olavarría, que
había sido tomada por el Dr. Ángel Pintos, a quien Yrigoyen, tras
varias negociaciones, dejó al frente de la situación aunque no era radical.
Dominada la ciudad vecina, las numerosas fuerzas, engrosadas con la policía de
los sitios tomados, partieron a Temperley.
La revolución que se
había iniciado simultáneamente en más de ochenta ciudades,
triunfó en todas partes de la Provincia. El ejército radical llegó a contar con
8.000 hombres bien armados bajo el mando directo de Marcelo Torcuato de
Alvear. El día 8 de agosto tomaron la Capital e instalaron como
Gobernador provisorio a Juan Carlos Belgrano (vinculado
familiarmente a Azul).
Revolucionario hasta los huesos
El comandante Matías
Barragán y Miñana, integró el grupo de vecinos que se sumó fervientemente a
la Revolución mediante la cual pretendieron retomar el orden institucional. A
pesar de que en aquella época ya era un “noble anciano”, que al paso de
los años y de las ingratitudes de la Patria, bien podría haberse mantenido
ajeno a todo lo que significara un sacrificio, desde que él sirviéndola solo
había conquistado pobreza, después de gastar toda su fortuna al servicio de las
caras afecciones del suelo nativo.
Una fotografía, tomada
en 1893, presenta al viejo luchador ciñendo la gloriosa espada que el pueblo
del Azul le regalara en 1871, y la cual sacara a relucir para defender la Constitución
en el referido movimiento cívico, bajo la égida patriótica de la Unión
Cívica Radical, cuya escarapela ostentaba orgulloso y consciente de los
importantes cambios que acarrearía aquella revolución.
Otro destacado
Paulino Rodríguez Ocón estaba radicado en
Azul desde 1876. Había instalado su estudio de procurador y martillero de
hacienda, teniendo, además, otro en la ciudad de Buenos Aires. Actuó en la
Revolución del ’90 y, adherente al yirigoyenismo, portando su Winchester
y con boina blanca, participó activamente de la Revolución Radical del
’93 en Azul. Posteriormente integró el Subcomité Radical “Diputado
Nacional Gumersindo L. Cristobó”. Vinculado a políticos, escritores y artistas
de todo tipo, poseía una vida social muy nutrida que intercalaba entre Buenos
Aires y Azul. Su relación con el periodismo comenzó mediante contribuciones
esporádicas y artículos ocasionales. Así, la vocación periodística fue ganando
progresivamente sus intereses hasta transformarlo, casi exclusivamente, en
redactor, sucesivamente, de los periódicos azuleños “El Pueblo”, “El
Imparcial” y “La Razón”.
El desenlace
Cuando ya se celebraba
el triunfo de la Revolución, sus dirigentes cometieron varios errores que los
llevaron a la derrota. En primer lugar, Aristóbulo del Valle se negó a dar un
golpe de estado y desplazar al Presidente Sáenz Peña, como le reclamaban
Leandro Alem y el grueso de los dirigentes radicales. Del Valle se negó a
violar la Constitución y preparó un plan legal, por el cual intervino las
principales provincias para luego garantizar elecciones libres. El Senado
aprobó las intervenciones, pero la Cámara de Diputados no, y de ese modo hizo
fracasar el plan.
El segundo error se
produjo cuando Hipólito Yrigoyen liberó a Carlos Pellegrini, uno de los líderes
clave del autonomismo oficialista, que había sido apresado en Haedo por los
revolucionarios. Una vez liberado, se dirigió a la Capital y reorganizó las
fuerzas del oficialismo.
Finalmente, el tercer
error se produjo cuando, inexplicablemente, Aristóbulo del Valle decidió
abandonar la Casa Rosada y dirigirse a Temperley donde estaba acampado el
ejército radical revolucionario para estar presente en el momento de la entrega
de las armas. Así, el 11 de agosto, Carlos Pellegrini y Julio A. Roca
aprovecharon astutamente los proyectos de intervención que aquel había mandado
al Congreso, para hacer aprobar la intervención de las provincias de Buenos
Aires, San Luis y Santa Fe, ahora en poder de gobiernos revolucionarios.
Enterado el
radicalismo de la intervención, su única alternativa era que Aristóbulo del
Valle desconociera la ley del Congreso y marchara a Buenos Aires con el
ejército radical. Alem se lo pidió encarecidamente. Pero predominaron los
principios legales de Aristóbulo del Valle y presentó su renuncia al gabinete
el 12 de agosto, siendo reemplazado por el roquista Manuel Quintana.
El 25 de agosto
de 1893 el Comité Provincia de la Unión Cívica Radical decidió entregar
las armas. Aparentemente la Revolución había fracasado. Sin embargo, había
encendido la voz de alarma en el seno del régimen fraudulento gobernante, el
cual haría su mayor esfuerzo para perpetuarse en el poder, pero no lo lograría
por mucho más tiempo…
Matías Barragán y Miñana
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