La masacre de la que nos salvó Brid
El 1 de enero de 1872 se produjo en Tandil un
episodio de sangre del que resultaron víctimas mortales casi medio centenar de
personas. El sindicado como responsable y su banda de cómplices habían sido
expulsados del Azul por gestiones del doctor Alejandro Brid.
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
Alejandro José Brid de
Sin embargo, cuando el futuro era prometedor en la ciudad, decidieron
probar suerte en el interior de
Inmediatamente, Alejando comenzó a ejercer su profesión anotándose así
en la historia lugareña como uno de los primeros médicos locales.
Con la expedición fundadora había llegado el Dr.
Juan Fernando Michemberg, médico que ni siquiera alcanzó a permanecer
un mes por estos lares (aunque luego volvería al Azul y tendría una numerosa
familia cuyos descendientes aún viven entre nosotros), ya que el 8 de enero de
1833 el coronel Pedro Burgos lo dio de baja con cualquier excusa, aunque la
verdad era que “no abrazaba la causa”. En su lugar fue enviado el Dr.
Pedro Piscueta, de origen español, que tampoco satisfizo a Burgos y fue
enviado de vuelta debido. Recién con la llegada del tercer facultativo, el Dr.
Pedro Ramos, la situación se normalizó, distinguiéndose este médico por
su acción profesional como por la comunitaria. Sumándose como anecdótico que su
hija lo haría abuelo de Manuel Belgrano, nieto del general
homónimo.
Por su parte, el doctor Alejandro Brid (tal vez cuarto o quinto médico
del Azul si no se agrega otro facultativo a los mencionados), representaba al
prototipo del médico rural, un profesional con un nivel de preparación superior
al habitual por aquellos años. Asimismo, todo el vecindario lo apreciaba mucho
pues no sólo se destacaba por su carácter afable sino que solía atender a muchos
enfermos sin siquiera cobrar un centavo.
Construyendo una posición económica acomodada, el doctor Brid comenzó
a invertir en la compra de tierras. Así fue como se convirtió en propietario de numerosas
“suertes de estancias” que representaban unas cuantas miles de hectáreas
productivas. Alejandro y Manuela tuvieron cuatro hijos: Manuela Dolores (1855), Alejandro
María del Pilar (1857), Juana Dominga Liberata (1860) y Antonia
Dolores (1863). A pesar de los años que llevaban juntos, la pareja
recién contrajo matrimonio en
El 3 de junio de 1870, mediante
Azul, tierra de ingenuos
No se sabe cuándo ni dónde nació, pero lo cierto es
que Jerónimo
Solané, tras breves estadías en Santa Fe y Rosario, se radicó en Azul,
en unos campos limítrofes con Tapalqué. Allí no trabajaba de manera
convencional. Él se dedicaba a “sanar
cuerpos y almas”. Sin embargo, nunca había estudiado medicina mas apenas
sabía leer pero ni siquiera escribir.
Con una figura desgarbada, humilde, con el cabello canoso y desarreglado, y
una larga barba blanca, pese a no alcanzar los 50 años de edad, en su rol de
sanador y profeta era conocido como “Tata Dios” y así se haría
tristemente célebre.
Su popularidad no dejaba de crecer, principalmente
entre aquellos “crédulos” que buscaban una cura entre los brebajes que
indiscriminadamente proporcionaba el falso médico o curandero. Con una verba
escasa pero convincente, sus artilugios adivinatorios no excedían de un buen
secretario que, sutilmente, interrogaba a los pacientes mientras Solané
aguardaba escuchando atentamente detrás de una puerta de tela en el precario
rancho donde atendía. Por lo demás, la sorpresa del enfermo ante las exclamaciones
precisas del “adivino” y los “milagrosos remedios” completaban la fórmula de la
estafa.
El manto de seriedad estaba dado por la imagen de la
Virgen de Luján a los pies de la que los “clientes” dejaban su dádiva
voluntaria.
En una campaña donde las necesidades eran infinitas y
pocos se comprometían a ayudar, la astucia del curandero Jerónimo “Tata Dios” Solané
había encontrado el terreno fértil para su astuto ardid.
Sin tapujos, anunció que el 15 de noviembre de 1871
el mismísimo San Francisco de Asís aparecería en el pueblo del Azul. Desde
ya que semejante noticia causó un gran revuelo y logró el desplazamiento de
unos cuatrocientos vecinos de la región, poniendo en alerta a las autoridades
municipales.
El médico de Policía, Alejandro Brid,
completamente alarmado, hizo una breve aunque certera denuncia ante el
comisario Reginaldo Ferreyra, exigiéndole que lo hiciera comparecer por “ejercicio ilegal de la medicina”.
La denuncia del doctor Brid sentenciaba: “Un individuo llamado según me dicen Solano
(o Médico de Dios) y que vive en el cuartel 7°, a cinco leguas distante de este
pueblo, en dirección a Tapalquén, está cometiendo escandalosos abusos, tanto
por estar ejerciendo la medicina indebidamente cuanto de los medios
supersticiosos de que se vale para engañar a las personas ignorantes, que
desgraciadamente es la mayor parte que viven en la campaña, haciéndoles creer
que es el inspirado de Dios y conversa con él cuantas veces quiere y otras
bribonadas por el estilo para expoliarles a mansalva”.
Solané llegó a
El “Tata Dios” quedó detenido en Azul por ejercicio
ilegal de la medicina tal como lo había denunciado Brid. Aunque no por mucho
tiempo… El Juez de Paz del pueblo, José Botana, tomó cartas en el
asunto e intervino dejándolo en libertad.
A los pocos días de abandonar la delegación policial,
Solané se dirigió a la ciudad de Tandil para continuar con sus
actividades. El doctor Alejandro Brid había desmantelado en el Azul su castillo
de artilugios, predicciones y brebajes.
En los últimos días de diciembre de 1871, Jacinto
Pérez (también llamado “El Viejo”
o “San Jacinto”), acérrimo seguidor
de Solané, incitado por éste, reunió a varias decenas de paisanos criollos en
las sierras cercanas al pueblo. Allí les planteó una serie de dramáticas
predicciones -hechas por el “Tata Dios”-, las que hablaban de la aproximación
del día de “El Juicio Final” y de un diluvio que acabaría hundiendo a
Tandil para dar paso a un nuevo pueblo que nacería al pie de la “Piedra Movediza”, donde habitarían “las
almas” de los elegidos. La única condición para acceder al glorioso vergel era
deshacerse de todos los gringos y masones, culpables de las
desgracias de los criollos.
Poco después, el 1 de enero de 1872, pasadas las 2 de la madrugada, Solané y un
grupo de hombres a caballo, al grito de “¡Viva la Patria!”, “¡Viva la religión!” y “¡Mueran los gringos y masones!”,
atravesaron el pueblo sembrando pánico y regando de sangre inocente las calles
del Tandil.
Año nuevo… sangre fresca e inocente
Este luctuoso episodio, en el que fue asesinado casi
medio centenar de personas, fue un absurdo ataque xenófobo y,
raramente, “antimasónico”, ya que en la serrana ciudad no había ninguna logia
organizada. Pero las prédicas del
“Tata Dios” contra los extranjeros y masones habían calado muy hondo en la
fragmentada sociedad de la época.
En la madrugada del 6 de enero, en el Día de los Reyes
Magos, Jerónimo Solané murió baleado desde una pequeña ventana en el
calabozo en el que estaba custodiado por guardias y civiles armados. Su sangre
salpicó las paredes de la inmunda prisión. En su cuerpo se encontraron trece
heridas, aunque sólo se oyó un disparo, por lo que se estima que fue
asesinado por un tiro de tercerola o un trabuco.
Fue sepultado en el acceso al viejo Cementerio Municipal,
fuera del camposanto, en lo que actualmente es la Plaza Moreno (en cercanías al
acceso al Parque Independencia). Se dice que el lugar fue elegido para que
fuese pisoteado por quienes llegaran a la necrópolis; supuestamente, además,
fue enterrado con los grilletes puestos y de pie, para que no descanse en paz.
Sólo dos cómplices fueron
condenados a muerte y fusilados en la Plaza Mayor de Tandil. Los demás
detenidos fueron liberados uno a uno… Mientras tanto las calles tandilenses siguieron
manchadas de sangre… sangre inocente.
Seguir adelante…
Tremenda tragedia conmocionó a toda la región y pasmó
a Azul cuando se supieron varios detalles sobre los hechos, en especial, cuando
se hizo público el testimonio del azuleño José Caballero quien sostuvo, ante
los Jueces de Paz de Tandil y del Azul, que: “... El golpe dado en el Tandil, el día primero no estaba preparado
así, pues se había precipitado a ello, por cuanto debía tener lugar el día doce
o catorce en el Azul...”.
De alguna u otra manera se podría decir que el doctor
Alejandro Brid salvó a nuestro pueblo de una verdadera masacre. Pero su
preocupación por el Azul no se acabaría…
A fines de febrero de 1872, el general Ignacio
Rivas fue alertado sobre la gestación de un formidable malón que se
dirigiría a Azul. Inmediatamente el General procuró reforzar sus tropas
recibiendo la ayuda de los vecinos Vicente Pereda, Manuel Vega Belgrano y el
doctor Alejandro Brid, quienes fundamentalmente aportaron caballos y
otros recursos menores. Finalmente, el general Rivas resultó vencedor en la que
se conocería como
El (segundo) Hospital del pueblo fue parte de los
desvelos de Brid. Entendía que la salud de los azuleños eran prioridad y por
ello respaldaba a la señora Candelaria Álvarez de Bustos, que se
ocupaba de curar y asilar a los enfermos. Asimismo, él nunca dejó de demandar
recursos para intentar mejorar las instalaciones sanitarias; sin embargo, no
siempre fue escuchado…