De Francia al Azul
Justamente en
abril nacía y también fallecía, 82 años después, el francés Martín Abeberry.
Fue en nuestro medio una personalidad destacada, interesado siempre en
múltiples labores y en el desarrollo de la ciudad que lo cobijó y a la que supo
honrar a cada paso.
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
Martín Abeberry nació el 8 de abril de 1836 en Arcangues, una comuna situada en el
departamento de Pirineos Atlánticos, en la región de Aquitania y en el
territorio histórico vascofrancés de Labort, al sur de Francia. Fue
hijo de Dominique Abeberry y Jeanne Etchébéhéré (unidos en
matrimonio en Arcangues el 4 de febrero de 1834).
En 1852, con apenas 16 años, buscando prosperidad, Martín abandonó su
Patria natal y se dirigió a la ignota América, en la cual su primer destino fue
la República
Oriental del Uruguay. Pronto pasó a residir en la ciudad de Buenos
Aires, domiciliándose en la calle Tacuarí 103. Allí comenzó a desempeñarse como
comerciante, actividad que lo llevó a progresar lenta pero sostenidamente.
El 28 de noviembre de 1854 quedó asentada su matriculación en el
registro del Consulado de Francia en Buenos Aires, bajo el número de Matrícula
2231, de la cual se desprenden diferentes datos personales (por ejemplo
que medía 1.74 metros de altura). Asimismo quedó inscripto que llegó procedente
de Bayonne
(localidad francesa portuaria) y que había viajado hacia el nuevo continente en
el barco “Marie Pauline”.
Empero pronto su espíritu inquieto lo empujaría a adentrarse en el
“desierto”, hasta descubrir las bondades de los pagos del Azul. Sin embargo,
siempre mantuvo un fluido contacto con su Francia natal y el Uruguay, en el
cual dejó en marcha algunos emprendimientos comerciales.
Una
inquietud azuleña
Radicado en Azul, su estilo gentil
lo llevó a cosechar diversas amistades y a involucrarse en distintos proyectos
de variada envergadura. De hecho, comenzó a tomar contacto con el mundo de la
política y hasta llegó a ser funcionario local.
Empero en primera instancia encaminó sus
esfuerzos para lograr el adelanto edilicio del pueblo. En una carta del 14 de
octubre de 1856, dirigida a las autoridades de Azul, el general Manuel
Escalada, estacionado en los cuarteles de San Benito, decía: “Sensible al deplorable estado en que se
halla la iglesia de este pueblo no he podido menos que lamentar profundamente
una situación que tanto perjudica a la moral cristiana de una población
destinada por su situación geográfica y la fertilidad de sus territorios a
constituir en el tiempo un gran centro de población, de comercio y de industria
sobre los sólidos fundamentos del cristianismo”, invitando al pueblo y a
las autoridades a construir un nuevo templo “proporcionado
al número de sus habitantes y con la decencia que les corresponde”.
La Municipalidad contestó a la
inquietud de Escalada, el 8 de noviembre de 1856, con una ordenanza de ocho
artículos, creándose por su intermedio una Comisión para responder al planteo
realizado y así encaminar la obra bajo la dirección del arquitecto Aurelio
López Bertolamo. Los trabajos se iniciaron el 3 de diciembre de 1860,
interviniendo en los detalles la Comisión integrada por Manuel B. Belgrano
(sobrino nieto del célebre General), Eduardo Martini (Cura Párroco), Vicente
Pereda, Alejandro Brid, Juan Lartigau, Marcelino Riviére, Aureliano
Lavié y Martín Abeberry.
La obra quedó habilitada hacia 1863. Sin embargo, el tercer templo
emplazado en el mismo lugar nunca estuvo completamente culminado y pronto
comenzó a mostrar diferentes problemas en su construcción, los cuales llevarán
a que en poco más de treinta años se tome una drástica decisión…
Una
gran familia
El 20 de abril de 1863 Martín contrajo matrimonio en Colonia,
Uruguay,
con una prima y compatriota suya, la bearnesa Mathilde Etchébéhéré (nacida
en 1841). Al poco tiempo, ambos se radicaron en Azul, donde nacieron los nueve
hijos que concibieron (dos de los cuales fallecieron al nacer): Arturo Martín Domingo, María
Adela, Alberto, Aurelio Francisco, Matilde, Emma y Alida.
La familia Abeberry se instaló en un domicilio en la
calle Alsina 840 entre Tandil y Dolores (actuales Yrigoyen entre
España y Leyría). Haciendo un alto en el relato, hay que aclarar que
actualmente el número no existe; la vivienda fue remodelada completamente y
reenumerada, siendo hoy la sede de la “Liga
de Futbol de Azul” bajo el dígito 832.
Francia
en el corazón
Más allá de que inmediatamente Martín Abeberry se adaptó a las
costumbres rioplatenses, siempre preservó un especial afecto por su Patria. De
hecho, fue un ferviente impulsor de diversas actividades vinculadas con Francia
y sus costumbres.
Al fundarse la “Societé Francaise de Bienfaisance et
Secours Mutuels” (“Sociedad Francesa de Beneficencia y Socorros
Mutuos”), el 6 de mayo de 1866, Abeberry fue un pilar fundamental de la misma,
como así también de la “Unión Francesa”.
A través de la Ordenanza N° 81, del 7 de junio de 1866, se
distribuyeron los cargos de los flamantes municipales, siendo Martín Abeberry
designado para estar al frente de “Culto e Instrucción Pública”.
Créditos para el
progreso
En noviembre de 1867 se instaló en
Azul el Banco de la Provincia de Buenos Aires, siendo la sexta
sucursal creada en el territorio (precedida por San Nicolás, Mercedes, Dolores,
Chivilcoy y Lobos). El primer gerente fue Benigno Velázquez.
Los créditos y descuentos que brindaba la entidad debían ser autorizados
por una Junta Consultiva la cual, en Azul, estaba integrada por tres
destacados vecinos: Blas Dhers, Pablo César Muñoz y Martín Abeberry. Este
último era uno de los únicos sesenta y ocho clientes que habían
tomado más del 50% de los créditos, lo cual demuestra a las claras el nivel de
su actividad económica.
En nuestro pueblo, Abeberry comenzó a desempeñarse como martillero
público, de hecho, entre 1870 y 1880 aparecía registrado dentro de una no muy
extensa nómina de hombres empleados en casas martilleras o comisionistas.
Reglas
para el descanso eterno…
Los primeros entierros que se
realizaron en el Azul fueron en el Camposanto de la Iglesia Parroquial (en los
alrededores inmediatos de nuestra actual Catedral). Sin embargo, cuando las
inhumaciones crecieron en número se eligió un predio alejado del casco urbano
para instalar una nueva necrópolis. Así se habilitó el Cementerio Municipal (que
con los años quedó inmerso en plena ciudad –actuales Necochea y Sarmiento-), el
cual a poco más de veinte años de lo que se estima su habilitación, comenzó a
presentar serios problemas para la salud de la población.
En consecuencia, a mediados de 1870,
Martín Abeberry presentó un proyecto para determinar diferentes reglas de salubridad para la
sepultura de cadáveres. A grandes rasgos detallaba que para los casos de peste
o enfermedad contagiosa, de algún cadáver que se enterrase, no sería permitido
tenerlo en bóveda de donde puedan salir “emanaciones
nocivas a la salud pública” y además quedó determinado que “no se extraigan estos restos hasta que
estén enteramente secos”. El autor agregó que también entraban bajo la
disposición los que por entonces “se
hallaban en bóvedas en las condiciones referidas”.
El proyecto fue aprobado el 19 de
septiembre de 1870.
Desde el 9 de octubre de aquel año,
los municipales que ocupaban diferentes bancas fueron: Celestino Muñoz, Manuel
Leal, Federico J. Olivencia, Ceferino Peñalva, Felipe Fontán y Martín Abeberry.
El 9 de noviembre del mismo año, Abeberry, mediante la Ordenanza
N° 109, fue designado al frente de “Policía y Tierras”. El 20 de marzo
de 1873, fue confirmado en su puesto por otro par de años.
Construyendo
el futuro
Martín Abeberry fue presidente del primer Consejo Escolar de Azul constituido
el 29 de marzo de 1878 (instalado el 4 de abril). Asimismo, dicho órgano
administrador estuvo conformado por el escribano Federico J. Olivencia
como Secretario; Francisco Ostolaza, Subinspector; Torcuato Soriano y el Padre
Bernardino Legarraga como vocales.
El cuerpo se dedicó en especial a mejorar los deficientes edificios
escolares y levantó el nivel de la enseñanza primaria un tanto atrasada.
Además, realizó el primer censo escolar y creó las primeras escuelas rurales
del Partido, las que llegaron a ser siete antes de terminar el siglo.
A pesar de los escasos recursos con los que contaba, el Consejo
Escolar, desde sus orígenes se interesó sustancialmente por la formación de una
biblioteca en nuestro medio, de acuerdo con lo que el Reglamento respectivo le
indicaba. En consecuencia -según se desprende de la Memoria presentada en
1879-, “…Penetrado como se halla de la
necesidad de propagar la instrucción de todas las esferas, no podía menos de
fijarse en el gran auxiliar de las Bibliotecas Populares, que contribuyen a
fomentar y desarrollar la afición a la lectura, y consiguientemente a difundir
la ilustración en todas las clases”, desde el Consejo se propuso, al
momento de la construcción del edificio de la Escuela Elemental de Varones
(calle Burgos entre Yrigoyen y Belgrano; edificio después ocupado por la
Escuela Normal Mixta y el Consejo Escolar; demolido para dar lugar a la actual
Plaza Coronel Pedro Burgos o “De la Madre”), que se destinen dos salas en la
planta baja para una biblioteca pública. Así se ejecutó la obra de acuerdo a
los planos trazados por el ingeniero Pedro Bennoit.
La salud como
prioridad
El 3 de noviembre de 1880,
hallándose reunida la Comisión Municipal, el intendente Ceferino Peñalva impulsó
la integración de una Comisión especial para promover el establecimiento de un “Hospital de Caridad” en el pueblo. El
tema fue muy debatido, sin embargo, tras el fluido intercambio de opiniones,
los miembros municipales (Peñalva, Alcántara, Dhers, Lacoste) coincidieron en
que era sumamente necesario contar con una institución como tal, para la que
era necesaria la cooperación del vecindario.
Se acordó por unanimidad nombrar
para aquél fin a los vecinos Eduardo Plot, Pililiano Boado, Ruperto Dhers,
Francisco Echeverría, Pedro Pourtalé, Francisco Cesio, Juan Frers, Pedro
Chayer, Juan Vidal, Pedro Girado, Manuel Orqueida, Luis Lacoste y Martín
Abeberry.
Al año siguiente, la Corporación
Municipal resolvió que el edificio llevaría el nombre de “Hospital de Caridad de Azul”,
y “su administración estará a cargo de
una Comisión de Vecinos en la que tomará parte activa un miembro de la
Corporación y será renovada por mitades cada año”. Dicha Comisión,
controladora de la construcción del edificio, quedó conformada por los
reconocidos vecinos: Blas Dhers, Mariano Roldán, Eduardo Plot, Pedro Pourtalé,
Francisco Echeverría, Bartolomé Gaviña, Francisco Leyría y Martín Abeberry,
para actuar de acuerdo con el arquitecto Manuel Burgos.
Representante…
En 1883, Martín Abeberry fue nombrado por el Gobierno francés como “Encargado
de los negocios de Francia en Azul”, rol en el que se desempeñó hasta
el 7 de agosto de 1891, día en el que fue designado como “Agente Consular” o, en
otras palabras, “Vicecónsul de Francia en Azul”.
Sin lugar a dudas, era uno de esos hombres a quienes era imposible no
apreciar. Su patriotismo elevado dio margen a grandes elogios. Y dos palabras
lo describían indudablemente: “Honestidad
y Altruismo”.
En los inicios del siglo XX, dada su avanzada edad, Abeberry en
reiteradas ocasiones renunció a sus funciones como
Vicecónsul, sin embargo, en idéntica cantidad de oportunidades, su dimisión fue
desestimada. Fue el más antiguo Agente Consular de Francia en la Argentina.
Una
obra para Dios
Cuando culminaba el siglo XIX, Azul
ostentaba orgullosamente un nivel de crecimiento muy importante en comparación
con el resto de las ciudades bonaerenses. Y más allá de diversas falencias o
críticas que podían hacer los vecinos, había un problema en el que la gran
mayoría coincidían: el estado en que se hallaba la Iglesia Parroquial. El
edificio tenía poco más de treinta años de antigüedad y, sin embargo, ya había
empezado a mostrar serias deficiencias en su estructura. Inclusive, como no
había sido culminada plenamente su construcción, las diferentes partes
inconclusas aceleraban el deterioro general.
Como los vecinos no dejaban de
quejarse, fue el cura párroco Agustín Piaggio, quien concibió la
idea en 1897 de construir un nuevo templo para la Iglesia Nuestra Señora del
Rosario. Así fue como, el 14 de mayo de aquél año, el Sacerdote recibió el
apoyo de la Corporación Municipal y
se conformó una comisión integrada por Ángel Pintos, José Berdiñas, Pablo
Laclau, Pedro Maschio, Alejandro Brid, Ceferino Peñalva, Joaquín López, Ruperto
Dhers, Carlos Clau y Martín Abeberry (quien por entonces
se hallaba trabajando como Rematador).
El nuevo siglo comenzó con la
colocación de la Piedra Fundamental (25 de mayo de 1900), en el solar que había
quedado totalmente despejado tras la demolición del que supo ser el tercer
templo del Azul.
Abeberry era un asiduo visitante de
la obra en construcción y de hecho integró la segunda “Comisión Pro Templo”,
acompañado por el Cura Párroco Manuel Pujato y los
señores Peñalva, Lacoste, Gauthier, Pedro Ramírez, Vazzano, Naulé, Arieu y
Dupleix.
Nada
fue fácil en la tarea emprendida. Hubo marchas y contramarchas; hubo diversos
conflictos. La desolación y el abandono temporal de la obra hicieron zozobrar
el corazón de muchos, empero tras la llegada del Padre César Antonio Cáneva, la
historia religiosa local dio un giro drástico. Y así el 7 de octubre de 1906, se
inauguró la actual Iglesia Nuestra Señora de Rosario.
Martín
Abeberry y su familia participaron activamente de los actos inaugurales,
sintiéndose honrado de haber formado parte de aquel proyecto emblemático de la
comunidad azuleña.
El 31 de marzo de 1913 le fue otorgado por el Gobierno de Francia el
título de “Oficial de la Academia de Francia”.
Un
triste abril…
El mes de abril halló a Martín con su salud quebrantada, a tal punto
que su cumpleaños poco tuvo de festivo. Y tal vez por esa razón las crónicas de
la época registran que al momento de morir tenía un año menos de los que en
verdad había alcanzado.
El día 8 arribó a los 82 años, empero no alcanzaría a pasar una semana
para que aconteciera el tristísimo desenlace.
El 14 de abril de 1918, Martín Abeberry falleció en su
domicilio de la calle Alsina 840.
Los miembros de la “Sociedad Francesa de Beneficencia y
Socorros Mutuos”, al conocer la noticia del deceso, se reunieron y
resolvieron enarbolar la bandera nacional a media asta en la sede de la
institución, guardando un minuto de silencio en su homenaje. Asimismo, se envió
un ramo de flores naturales a la Iglesia donde se llevó a cabo el responso y le
mandaron a la viuda una nota de pésame.