martes, 28 de abril de 2020

La inolvidable "Inundación del '80"

La inolvidable “Inundación del ’80”


Por Eduardo Agüero Mielhuerry     


Se podría decir que después de cuarenta años “ha corrido mucha agua debajo del puente”. Pero, seguramente, luego de aquella y otras tantas inundaciones de las que fue víctima la ciudad de Azul, la frase no suena simpática…
Abril de 1980 había comenzado con las celebraciones de Semana Santa. El entonces obispo de la Diócesis de Azul, monseñor Manuel Marengo, se hallaba muy contento por la reciente reapertura del Seminario Diocesano, ese anhelado “semillero” de su antecesor monseñor César Antonio Cáneva. En consecuencia, realizó una fuerte exhortación pastoral ante la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones Sacerdotales y la Semana Diocesana Vocacional. Su llamado estuvo destinado a los jóvenes, “la porción predilecta de la Iglesia y la más querida del Obispo. Jesús, mis queridos jóvenes, los invita a seguirle. Como en otro tiempo en Palestina, su tierra natal, su voz sigue resonando y diciéndoles: vengan conmigo y síganme' yo los haré pescadores de hombres...”.
            Su alegría ante la obra reiniciada en el Seminario lo llevó a poner en procesión a la Virgen de Nuestra Señora de Luján, imagen que monseñor César A. Cáneva había traído en el invierno de 1903 cuando llegara a Azul por primera vez. Pero toda su algarabía se trastocaría en preocupación frente a la imparable fuerza de la naturaleza…
El 26 de abril de 1980, tras un período de intensas lluvias, un inesperado aluvión de agua y barro se precipitó sobre la ciudad. Azul comenzó a sufrir los embates de la peor inundación de su historia.
Las aguas comenzaron a avanzar sobre el casco urbano. Inmediatamente el intendente designado, teniente coronel Carlos Manuel Ricardes, reunió a sus colaboradores más cercanos para evaluar las acciones a tomar. Sin embargo, no había mucho que hacer…
La inundación alcanzó a gran cantidad de viviendas, lo que obligó a las autoridades a improvisar lugares alternativos de evacuación. El triste panorama que ofrecía la ciudad también se extendió a la localidad de Cacharí, multiplicando las pérdidas materiales de miles de hogares.
Por primera vez en su historia, las aguas del Arroyo llegaron a cubrir con varios centímetros la totalidad de la plaza San Martín. Esto fue un hecho inédito que dejaba al descubierto la tragedia que azotaba a la ciudad.
Cuando el agua bajó y el Arroyo retomó su cauce normal, las escenas desoladoras se repitieron en cada esquina. Quedó a la vista el desastre…
Para realizar una recorrida por los lugares más afectados, y organizar el envío de materiales de construcción, medicamentos y víveres en general, el 3 de mayo llegaron a Azul el presidente de facto de la Nación, teniente general Jorge Rafael Videla, y el gobernador de facto de la Provincia de Buenos Aires, general de brigada Ibérico Manuel Saint Jean. Fueron recibidos por el intendente designado Ricardes y el obispo monseñor Manuel Marengo, entre otros.
El aspecto que ofrecía la ciudad luego de la gran inundación era deplorable, y tal vez por ello, las autoridades apenas estuvieron una hora en Azul
El recuento de los daños y las pérdidas fue enorme. Desde historias simples guardadas en álbumes familiares arrastradas por las incontenibles aguas por las calles de la ciudad, hasta la salud y la calma de decenas de azuleños que desde entonces no volvieron a ser los mismos… El patrimonio histórico de la comunidad también se vio afectado. El Museo Etnográfico y Archivo Histórico “Enrique Squirru” perdió parte de las piezas exhibidas en sus salas. Y hasta la hoy conocida como Hemeroteca “Juan Miguel Oyhanarte”, que por entonces estaba en el subsuelo de la Biblioteca Popular “Bartolomé J. Ronco” en la calle Burgos entre Bolívar y San Martín, se vio afectada considerablemente.
Los paseos públicos también sufrieron los embates de las aguas. El Balneario Municipal “Almirante Guillermo Brown” perdió el puente (construido por Pagano y Santillán) que se hallaba a la altura del sector conocido como “La Terraza”, y vio seriamente dañado al puente “Moto Arias” construido sobre las compuertas. En el Parque Municipal “Domingo F. Sarmiento” el viejo y maltrecho “Puente Amarillo”, donado muchos años antes por Celedonio Pereda, fue destruido completamente. Y finalmente el puente de piedra que conectaba la ya desaparecida isla a la altura de la calle 9 de Julio, también sucumbió ante la imparable crecida. Y la lista podría seguir…
Según el informe de diciembre de 2013 titulado Sequías e inundaciones en la provincia de Buenos Aires y su distribución espacio-temporal”, realizado para el Boletín del Instituto de Geografía:
Se considera como una de las peores inundaciones la que se registró en 1980, dado que en este año llovieron 30.000 millones de litros de agua que anegaron 37 partidos bonaerenses y cubrieron cuatro millones de hectáreas. La Cuenca del Río Salado es una región bonaerense muy característica, su superficie alcanza los 170.000 km2 ubicados en la franja central y noroeste de la provincia, donde se obtiene el 25% de la producción agrícola-ganadera nacional.”.








Fotos Archivo Diario "El Tiempo"

(El presente artículo es una escueta síntesis de “El corazón de Azul. De Plaza Mayor a General San Martín; recortes de una larga historia…” y “El ‘Semillero’ de Monseñor Cáneva. Breve historia del Seminario Diocesano de Azul”, editados por el autor de la nota; y del libro a editarse “Balneario Municipal de Azul”.)

Alfredo Ferro, abanderado de la salud

Alfredo Ferro, abanderado de la salud


Por Eduardo Agüero Mielhuerry


Alfredo Pascual Ferro nació en Cacharí el 17 de mayo de 1901. Fue el cuarto hijo varón del matrimonio formado por el farmacéutico Arturo Horacio Ferro y Concepción Corvalán (hija de una antigua familia patricia de Mendoza). La pareja tuvo además siete hijos varones y dos mujeres.
Alfredo realizó sus estudios primarios en Tapalqué donde se había instalado su familia y donde su padre había abierto una farmacia. Más tarde se trasladó a Buenos Aires donde se recibió de bachiller en el Colegio Nacional Bartolomé Mitre. Su preferencia e inclinación hacia la biología lo indujeron a ingresar en el Instituto Nacional de Profesorado donde en 1922 egresó con el título de Profesor de Ciencias Biológicas. Durante sus estudios también  inició la carrera de Medicina, graduándose como médico en la Universidad Nacional de Buenos Aires el 17 de marzo de 1926.
Por entonces Alfredo vivió en Lomas de Zamora, en la casa de sus tías maternas, al tiempo que actuó como practicante en el Hospital “Luisa Cravenna de Gandulfo” de dicha localidad. Allí conoció a los doctores José María Jorge, Bartolomé Calcagno, Felipe Manfredi, quienes eran verdaderos expertos en el estudio y en el conocimiento de la enfermedad hidatídica y con ellos asistió a numerosos enfermos de esa dolencia que concurrían al Hospital de Lomas.
Una vez recibido de médico se instaló en Azul el 8 de abril de 1926, junto a su hermano Enrique, quien se dedicaba a tareas rurales. Pronto comenzó a trabajar como médico interno del Hospital Municipal (actual “Dr. Ángel Pintos”) y luego como cirujano en el mismo nosocomio.
En 1936 se radicó en nuestra ciudad su hermano Ernesto Víctor, médico radiólogo, quien comenzó a colaborar con sus investigaciones. Y en 1940, el menor de sus hermanos, Horacio Néstor, también médico, se instaló en la localidad de Chillar.


Apasionado por la investigación y la salud


Alfredo poseía un espíritu emprendedor y deseoso de ser útil a sus semejantes. Observó muchos pacientes que en su juventud eran llevados al Hospital, ofreciendo al examen prominente y distendido por la hidatidosis peritoneal múltiple, nunca asistida por no ser dolorosa, una parrilla costal enormemente deformada por un quiste del hígado que le elevaba, un gran tumor del flanco o de la región lumbar por un gran quiste del riñón; o una jovencita que era llevada de urgencia con una vómica de líquidos y membranas hidatídicas, provenientes de un quiste pulmonar desconocido. Todas eran motivaciones suficientes para que en el ánimo de aquel cirujano se despertaran otros sentimientos que la simple tarea asistencial.
Afirmado decididamente en su vocación irrenunciable se dedicó al estudio de al equinococosis o enfermedad hidatídica. Su espíritu inquieto, su curiosidad científica, no le permitían contentarse con atender a estos enfermos, operarlos y pasar luego a otra tarea. Los interrogaba sobre el lugar de trabajo, averiguaba la existencia de la hidatidosis familiar, se dirigía al campo y observaba cómo se faenaban los animales de consumo y como se infectaban los perros. Examinó el trabajo en el Matadero Municipal de Azul y observó que más de la mitad de los animales faenados estaban contaminados con las vejigas de agua.
Estudió la bibliografía argentina, revisó los archivos de las bibliotecas médicas y se vinculó con la Escuela del Profesor Arce del Hospital de Clínicas. Conoció al Dr. Ivanisevich y vio con claridad que tal enfermedad podía ser erradicada del campo realizando una adecuada profilaxis. Siendo una enfermedad perfectamente conocida, sabiendo las causas de la misma y las formas de evitar su propagación, la manera más eficiente de combatirla era evitar la contaminación humana a través de la profilaxis.
En sus viajes a Buenos Aires visitó con frecuencia a uno de los pioneros de la lucha contra la enfermedad, el profesor José M. Jorge. Escuchó también los consejos de los doctores Herrera Vegas y Cranwell, bien conocidos por su versación en este tema. Muchos años después aparecería una brillante biografía de aquel clásico de nuestra historia quirúrgica de principios de siglo.
Fruto de viajes y de las observaciones sobre la lucha contra la enfermedad, es el Proyecto de Ley de Profilaxis de la Hidatidosis que fuera presentado por el doctor Ferro en la Cámara de Diputados de la Nación.
Como el propósito no prosperó en la Legislatura, en compañía de otros colegas y amigos, fundó en 1939 el Instituto de Hidatidología.
Desde ese instituto inició su campaña, patrocinó reuniones con sus colegas e interesó a las autoridades Municipales para que mejoren el Matadero de Azul. En los maestros tuvo colaboradores eficaces en la tarea de divulgación Sanitaria en las Escuelas y llevó su prédica a los partidos vecinos de Tandil, Olavarría, Benito Juárez, Tapalqué y otras poblaciones de la región.
El Instituto fue oficializado durante el ministerio del doctor Alberto Bocalandro, en 1948, constituyéndose en la primera creación orgánica de nuestro país dedicada la profilaxis de la Hidatidosis. En los últimos años colaboraría con él su sobrino Jorge Ferro (veterinario), hijo de su hermano Enrique.
Alfredo Pascual atendió y operó a muchos pacientes en este periodo de formación quirúrgica en Azul y de sus investigaciones nació su primera publicación en forma de fascículo de 100 páginas, que apareció en 1934, y en la que presenta documentados 322 casos de Hidatidosis Humana en el Partido de Azul.
Llevaba prolijamente registrado un fichero con todos los casos de hidatidosis de nuestro país, clasificados por órganos y lugar de origen, habiendo coleccionado cerca de diez mil observaciones, constituyendo una  valiosa fuente de información a la que recurrían todos los médicos.


Un lugar en el mundo y más trabajo…


Amante de las costumbres rurales, en 1935 compró la estancia “La Juanita” (fundada por Francisco Mujica), ubicada a unos cinco kilómetros de la ciudad, sobre el actual Camino Viejo a Tandil, a la que rebautizó como “El Estribo”.
Dicha estancia se convirtió en “su lugar en el mundo”. La visita de hermanos, familiares y numerosos amigos eran constantes al establecimiento, donde Alfredo atesoraba ricas e interesantes colecciones criollas, cultivando una peculiar biblioteca, sin descuidar nunca su profesión a la que abrazó con pasión.
Desde su campo, por los años ’60 hacía inseminación artificial en forma experimental y probaba diferentes semillas hibridas para forraje, entre otros tantos trabajos de investigación y desarrollo.
Durante 25 años fue Secretario General de la Comisión Mundial de Hidatidología. Bastaría solo citar los lugares en que se realizaron los congresos internacionales a los que asistió para imaginarse cuanto tiempo y esfuerzo dedicó a la Institución. El primero se realizó en Durazno (Uruguay) en 1941, luego Azul en 1949, Santiago de Chile en 1952, Madrid 1954, Roma 1956, Atenas (Grecia), 1958, Argel (África del Norte), Santa Ana de Livramento (Brasil) y Rivera Uruguay, y el IX en San Martín de los Andes en 1969.
En San Martín de los Andes, en presencia de todos los congresales, como prueba del valor de las exigencias profilácticas para erradicar la Hidatidosis, tal como Ferro había enseñado y difundido, se faenaron tres ejemplares ovinos tomados al azar que resultaron indemnes de parásitos.
Eso fue una etapa triunfal de la prédica y el mejor aliciente que tuvieron quienes como él se habían desvivido para combatir la hidatidosis.
A este último congreso fue acompañado por su sobrino Horacio Eduardo Ferro, que al año siguiente se recibió de médico y que en 1975, como Pediatra, se instaló en Azul.
En 1950 publica conjuntamente con el doctor Arístides Ghio, un trabajo titulado “Bibliografía de la Equinococosis Argentina en donde figuran prolijamente detallados los datos de 1320 publicaciones aparecidas entre los años 1926 y 1950 en nuestro país.
En oportunidad de llevarse a cabo el primer Congreso Nacional en 1949, con la Presidencia del Médico Veterinario Dr. Benjamín Blood y la dirección general del doctor Ferro, se aprovechó la existencia de un Matadero Moderno instalado en la Estancia “Los Manantiales” de Enrique Larreta a 15 kilómetros de Chillar, con maquinaria especial y horno para quemar las vísceras y se filmó una película documental llamada “Cómo se carnea una vaca en una estancia modelo Argentina”. Esta película fue llevada a Australia, Checoslovaquia, Canadá y otros lugares, donde se trató internacionalmente el tema de la Hidatidosis.


Al frente de la Municipalidad


Ferro ejerció como Comisionado Municipal desde el 15 de julio de 1940 hasta el 18 de octubre de 1941 y desde el 7 de febrero de 1945 hasta el 12 de junio del mismo año. Su secretario fue el Dr. Marcelo Baudron.
            Una semana después de asumir su primer mandato designó una comisión “Pro-Balneario”, que estaba integrada por: Francisco Toscano (presidente), Alfredo Begbeder (secretario), Juan Carboni (tesorero), y Eduardo Rodríguez Bozo, Alberto Cordeu, Luis Hugo Mauri, Trinitario González, Domingo Mujica y César Leo como vocales.
            Las obras de ampliación del primitivo Balneario que había sido inaugurado el 6 de enero de 1940, también fueron proyectadas por el arquitecto Ricardo O. Marré –autor de la primera etapa-, y la maqueta realizada fue expuesta al público en la “Sastrería Toscano” (Yrigoyen 527). Se realizaron diversas obras, movimientos de tierra, construcción pircas, vestuarios, kioscos y hasta se trajeron en tren 80 toneladas de arena de Mar del Plata.
            La Usina Eléctrica colaboró con la energía e iluminación de la por entonces calle Colón (actual Av. Pellegrini), hasta el sector del Puente San Benito y aledaños.
Buena parte de las obras fueron realizadas por los empleados municipales, sin embargo, más de un centenar de empleados de la firma “Toscano, Lattanzi y Barbetti”, donaron medio día de trabajo para imprimirle buen ritmo a la labor.
            Otro de los intereses del Comisionado Municipal estuvo puesto en lograr el máximo desarrollo de la avenida costanera. Las obras comenzaron inmediatamente y fueron proyectadas por el paisajista y director de Parques y Paseos, Ángel Sala. Pronto también se formó una comisión “Pro Avenida Costanera”, la cual estuvo encabezada por Alfonso Lafosse.
Se construyeron amplias veredas de laja, una extensa pirca entre la Av. Humberto I –actual Pte. Perón- y la Av. Mitre, realizada con las viejas trotadoras para los carruajes removidas de diversos sectores de la ciudad. Se plantaron castaños y eucaliptos, se hizo un pequeño embalse (cerca del actual puente de la Av. Mitre), y se construyó -abriendo un relativamente estrecho canal- una larga Isla entre las calles Bolívar y Gral. Julio A. Roca como elemento principal del paseo planteado por Sala. La misma estaba conectada con ambas márgenes del arroyo mediante dos puentes peatonales de piedra a la altura de la calle 9 de Julio.   
Es importante mencionar que la obra fue realizada con la ayuda de vecinos y que el doctor Ferro aportó el tractor de su establecimiento y la mano de obra de sus peones.
El 20 de mayo de 1941, el comisionado Ferro acompañado de un número importante de vecinos inauguró el primer tramo de la Costanera que estaba comprendido entre la Avenida Humberto I y la calle San Martín.
El 7 de septiembre de 1942, bajo la presidencia del titular Luis Hugo Mauri y con la presencia de sus once componentes, se constituyó en sesión ordinaria el Concejo Deliberante, ingresando a conocimiento del cuerpo el proyecto de imposición de nombre a la arteria -de doble sentido de circulación- que, inmediatamente paralela, seguía el sinuoso recorrido del Arroyo Azul.
El nombre propuesto fue el de Cacique Cipriano Catriel y fue aprobado mediante la Ordenanza N° 23, la cual fuera promulgada por el intendente José María Peluffo (21/5/1942-1/7/1943).


Pensando en el prójimo


Ferro se caracterizó por ser un buen administrador de recursos, logrando en sus dos gestiones el inicio y la conclusión de diversas obras de diferente envergadura. Uno de sus principales méritos fue lograr la amplia colaboración de la comunidad a través de Juntas Vecinales, que le permitieron llevar a cabo diversas obras a pesar del déficit comunal.
En su afán de embellecer la ciudad hizo plantar 1500 árboles en las calles. Cambió así la fisonomía de la Avenida Mitre, obligó a los vecinos a uniformar veredas y hacer jardines entre la vereda y el cordón, colocando además columnas de alumbrado. Asimismo consiguió por parte del Gobierno Nacional el envío de técnicos para el estudio de la canalización de las aguas, para atenuar los problemas.
Azul, con la “Administración Ferro” vivió dentro de las dificultades de esa época un ritmo progresista. Su labor, en una y otra oportunidad, significó el acicate que el funcionario público necesitaba para redoblar esfuerzos y prodigarse de la manera que lo hizo.


Tiempo para todo…


            El doctor Ferro calibró un quehacer que no tuvo pausas. Alternó su actividad científica con la pública, sin descuidar el impulso de sus intimas vibraciones humanas. Tampoco descartó el valor de las inclinaciones políticas, habiendo sido afiliado del Partido Socialista, para posteriormente enrolarse en las filas de UDELPA (Unión del Pueblo Argentino), partido que apareció en el escenario nacional luego de la Revolución Libertadora. Con una y otra agrupación cívica colaboró, llegando a postularse su nombre para funciones legislativas.
Fue socio fundador de la Cooperativa Agraria e intervino en la formación de la Cooperativa Eléctrica de Azul Ltda. (siendo presidente de la Comisión Pro Formación de este ente).
Creó la Comisión de Lucha Antituberculosa, que dio nacimiento al Dispensario, el primero en el mundo.
Le otorgaron el Premio “Profesor Manuel Jorge” al mejor trabajo sobre hidatidosis, donando lo obtenido.
Con idéntico tesón investigó y estudió sobre la rabia, haciendo grandes campañas; la brucelosis, la tuberculosis bovina y el mal de los rastrojos.
Participó durante mucho tiempo en la Agrupación Artística Maná.
Alternaba sus actividades ciudadanas con su residencia en su hogar rural, en donde hacia frecuentes reuniones con amigos que apreciaban su camaradería y sus conocimientos de hombre de campo y notable versación en tradiciones, hábitos y costumbres. Consecuencia de estos conocimientos vernáculos fue su actuación en los últimos años de vida como director del Museo Etnográfico y Archivo Histórico “Enrique Squirru”, como sucesor de Vicente Porro desde 1966.
Rodeado de sus hermanos y sobrinos, convivió en su campo “El Estribo” sus últimos años con dos sobrinos nietos, nietos de Benjamín Blood.
Alfredo Pascual Ferro falleció el 29 de diciembre de 1969.


Un merecido homenaje



El amplio edificio del Laboratorio de Hidatidología de la Dirección de Medicina Sanitaria de Azul, ubicado en la calle España entre Roca y 9 de Julio, lleva su nombre por resolución Nª 00499 del Ministerio de Salud Bonaerense. Esto se llevó a cabo en 1983, siendo comisionado el coronel (RE) Fortunato Gómez Romero y como Ministro de Salud de la Provincia el doctor Guillermo Baéz.





El Dr. Alfredo P. Ferro fue un gran estudioso de diferentes enfermedades como la rabia, la tuberculosis y la hidatidosis. Contra ellas emprendió denodadas luchas que lo llevaron a un reconocimiento mundial.