“Los Belgrano y el Azul”
Los Belgrano y los “9 de julio”
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
Habiendo ganado reconocimiento entre las fuerzas militares y popularidad
entre los vecinos, el general Manuel Belgrano se dirigió al
Congreso de Tucumán, en sesión secreta, el 6 de julio de 1816 y detalló lo que
sucedía en Europa. Luego de su viaje en misión diplomática junto a Bernardino
Rivadavia en 1814, había constatado que, caído Napoleón, todo tendía a
la restauración monárquica y la entronización con mayor vigor de Fernando
VII, es decir que se daba un marcado fortalecimiento de los absolutismos y el retroceso de las ideas liberales.
En consecuencia, sostuvo ante los congresales que la mejor forma de gobierno
para la nueva nación que buscaba su independencia sería adoptar un sistema monárquico
“temperado”, es decir, constitucional y parlamentario, al estilo inglés. Agregó
que con la intención de contener a Perú y la zona dentro del territorio, la capital
debía estar en Cuzco, nombrando para el cargo de Rey a un descendiente de la Casa de los Incas, despojada de su trono por los españoles 300
años antes.
La contundencia de las palabras de
Belgrano quedaron registradas en las actas: “Aunque
la revolución de América en su origen mereció un alto concepto de los poderes
de Europa por la marcha majestuosa con que se inició, su declinación en el
desorden y anarquía continuada por tan dilatado tiempo ha servido de obstáculo
a la protección que sin ella se habría logrado; así es que, en el día debemos
contarnos reducidos a nuestras propias fuerzas. Además, ha acaecido una mutación completa de ideas en la Europa, en lo
relativo a la forma de gobierno. Así como el espíritu general de las naciones,
en años anteriores, era republicanizarlo todo, en el día se trata de
monarquizarlo todo. La nación inglesa, con el grandor y majestad a que se ha
elevado, más que por sus armas y riquezas, por la excelencia de su constitución
monárquico-constitucional, ha estimulado a las demás a seguir su ejemplo. La
Francia lo ha adoptado. El rey de Prusia por sí mismo y estando en el pleno
goce de su poder despótico, ha hecho una revolución en su reino, sujetándose a
bases constitucionales idénticas a las de la nación inglesa; habiendo
practicado otro tanto las demás naciones. Conforme a estos principios, en mi
concepto, la forma de gobierno más conveniente para estas provincias sería la
de una monarquía temperada, llamando la dinastía de los Incas, por la justicia
que en sí envuelve la restitución de esta casa, tan inicuamente despojada del
trono; a cuya sola noticia estallará un entusiasmo general de los habitantes
del interior.”.
La idea de Belgrano encontró su principal escollo en los diputados de Buenos
Aires, quienes consideraban que la erección de la capital en aquellos lares
implicaba prácticamente la ruina de la ciudad de Buenos Aires.
La
Independencia fue proclamada el martes 9 de julio de 1816 en la casa que fuera
propiedad de Francisca Bazán de Laguna. Tras arduos debates -que muchas veces
se alejaban del objetivo principal-, los 33 Diputados enviados como
representantes, dieron el paso más trascendental de nuestra historia firmando
el Acta
de Independencia:
“Nos los representantes de las
Provincias Unidas en Sud América, reunidos en congreso general, invocando al
Eterno que preside el universo, en nombre y por la autoridad de los pueblos que
representamos, protestando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo
la justicia que regla nuestros votos: declaramos solemnemente a la faz de la
tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los
violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los
derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación
libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli. Quedan
en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las
formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias.
Todas, y cada una de ellas, así lo publican, declaran y ratifican
comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta su
voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama. Comuníquese a
quienes corresponda para su publicación. Y en obsequio del respeto que se debe
a las naciones, detállense en un manifiesto los gravísimos fundamentos
impulsivos de esta solemne declaración.”
Nuestra Independencia quedó solemnemente
proclamada y garantizada. Empero, el 19 de julio, en sesión secreta, el
diputado Medrano (por Buenos Aires) hizo aprobar una modificación a la fórmula
del juramento, con la intención de bloquear algunas opciones que se barajaban y
que habilitaban la posibilidad de pasar a depender de alguna otra potencia
distinta a la española. Donde decía «independiente
del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli», se añadió: “...y
toda otra dominación extranjera”.
Una carta a Rosas…
Tomás Manuel
de Anchorena (Buenos Aires, 29 de noviembre
de 1783 – 29 de abril de 1847), que sirvió como secretario del general Manuel
Belgrano en el Ejército del Norte, en 1815, había sido electo diputado por
Buenos Aires para el Congreso de Tucumán, firmando junto a otros 32 diputados,
el Acta de la Declaración de la Independencia Argentina, casi tres décadas
después de aquellos acontecimientos, le escribió a Juan Manuel de Rosas:
“…Nos quedamos atónitos por lo ridículo y extravagante
de la idea (…) le hicimos varias observaciones a Belgrano, aunque con medida,
porque vimos brillar el contento de los diputados cuicos del Alto Perú y
también en otros representantes de las provincias. Tuvimos por entonces que
callar y disimular el sumo desprecio con que mirábamos tal pensamiento”.
Anchorena, que
había sido ministro de Relaciones Exteriores durante el primer gobierno de
Rosas (1829-1832), agregó en la carta que no rechazaban la idea de una
monarquía constitucional, sino que se oponían a “un monarca de la casta de los chocolates, cuya
persona, si existía, probablemente tendríamos que sacarla borracha y cubierta
de andrajos de alguna chichería para colocarla en el elevado trono de un
monarca, que deberíamos tenerle preparado”.
De todas maneras, la
idea del general Manuel Belgrano no prosperó…
Otro 9 de julio, en otros lares…
Durante el año 1837, Pedro
Pablo Rosas y Belgrano, hijo biológico del general Manuel Belgrano y
putativo del entonces gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, se
trasladó a Azul y ejerció como Juez de Paz y Comandante del Fuerte San Serapio
Mártir, con el grado de Mayor.
En una carta, el 13 de julio de 1837, Pedro
Pablo le contaba a Rosas:
“El
que firma tiene la mayor satisfacción en anunciar a V.E. que en este lugar, no
habrá que intimidar ni a las mujeres ni a los hombres para que usen la divisa
federal, sólo por descuido la dejará de tener uno que otro, pues sólo una
infeliz extranjera se notó sin divisa en un baile que tuvo lugar el 9 de julio,
donde asistieron más de cincuenta mujeres todas con su hermosa divisa y sus
vestidos sin ningún color verde ni celeste. De no usar azul en la ropa ha
prevenido amistosamente el que firma a los paisanos de más categoría y sin
trabajo se cortará este mal, igualmente ha visto al señor Cura quien está
dispuesto a observar cuanto se le encargue.”.
Aunque la tranquilidad de los pobladores azuleños no estaba garantizada,
dado que por entonces eran comunes los ataques de malones y la campaña y la
frontera seguían siendo inestables por los más diversos motivos, la
Independencia de la Argentina se celebraba cada año con fervor.
La
carta de Rosas y Belgrano deja muy en claro cómo vivían los vecinos el
enfrentamiento entre Unitarios y Federales. Queda en evidencia lo que podemos
marcar como una “paranoia” por parte del gobierno rosista, viendo señales de
oposición hasta en lo que eran las vestimenta de las damas… También quedan en
evidencia otras complicidades que con el paso de los años lamentablemente
siguen siendo moneda corriente.
El yerno del General
Siendo muy joven, en 1836,
Manuel
Vega Belgrano se radicó en los incipientes pagos del Azul, donde abrió
una pulpería
para lo que obtuvo licencia, según consta, el 29 de julio de aquél año.
Y luego un almacén de ramos generales, al que seis años
después logró adquirir, teniendo patente en 1848. Casi inmediatamente a su actividad
comercial, comenzó a desarrollarse como productor agropecuario tanto en Azul
como en lo que años más tarde sería el Partido de Olavarría, en la zona cercana
entre Nieves e Hinojo.
Con su sencillo accionar y su don de
gente, sumando su íntima amistad con Pedro Pablo Rosas y Belgrano –que en
un futuro se convertiría en su cuñado, cuando contrajo matrimonio con Manuela
Mónica del Corazón de Jesús Belgrano-, logró cultivar estrechas
relaciones entre los azuleños, quienes lo vieron contribuir con las más variadas
propuestas que se ejecutaban en el pueblo.
Tuvo
una destacada actuación al frente de la Comisión “Pro
Templo”, encargada de la construcción de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario,
previa a la actual Catedral. Y, al mismo tiempo, se desempeñó, entre 1863 y 1864, como Presidente de la
Corporación Municipal y Juez de Paz.
Cuando asumió
el cargo, el pueblo estaba en pleno proceso de desarrollo. Algunas decisiones
tomadas parecen irrisorias, sin embargo, significaban una importante
transformación; otras marcan cambios importantes o avances trascendentes para
los vecinos:
“Disposición
Nº 51. Alumbrado. La Municipalidad en sesión de la fecha, acuerda y ordena:
Art. 1º El 9
de Julio próximo deberá quedar terminada la colocación de faroles en el
radio de tres cuadras de circunferencia de la plaza.
Art 2º Los propietarios que, vencido el término en el
artículo anterior no hubieran cumplido con lo que se ordena en la presente,
incurrirán en la multa de cien pesos m/c obligándoseles además al pago del
farol que será colocado por la Municipalidad por cuenta del propietario. Azul,
17 de junio de 1863.”
Justamente,
la fecha estipulada para el final de la obra tenía como objetivo poder realizar
diversos festejos –generalmente bailes y cenas-, y lograr que la gente pudiera
circular sin mayores inconvenientes cuando ya hubiera oscurecido.
Asimismo,
la plaza, por entonces apenas conocida como Plaza Mayor o accidentalmente
“Plaza de las Carretas”, luego bautizada como Plaza Colón y hoy Plaza General
San Martín, no era más que una manzana desprovista de monumentos o árboles o
veredas. Era simplemente un solar al que arribaban los viajeros o se reunían
los vecinos ante alguna contingencia o un acontecimiento de relevancia como
recordar el “Día de la Independencia”.