lunes, 25 de mayo de 2020

La epopeya gloriosa y el testamento...

“Año del General Manuel Belgrano”
Mayo de 1810 – Mayo de 2020


La epopeya gloriosa y el testamento…



Por Eduardo Agüero Mielhuerry


En la noche del jueves 24 de mayo de 1810, en el comedor de la casa de Rodríguez Peña hubo acalorada discusión entre los dirigentes civiles y oficiales de los cuerpos, entre ellos: Manuel Belgrano, Eustoquio Díaz Vélez, Domingo French y Feliciano Antonio Chiclana, donde se llegó a dudar de la lealtad de Saavedra.
Belgrano, quien se hallaba reclinado en un sillón, vistiendo el uniforme de Patricios, se levantó molesto y con el rostro encendido tomó la empuñadura de su espada y dijo: “¡Juro a la Patria y a mis compañeros que si a las tres de la tarde del día inmediato el virrey no hubiese renunciado, a fe de caballero, yo lo derribaré con mis armas!”. Los presentes aplaudieron efusivamente las palabras de Belgrano…
Castelli se comprometió a intervenir para que el pueblo fuera consultado nuevamente, y entre Mariano Moreno, Matías Irigoyen y Feliciano Chiclana se calmó a los militares y a la juventud de la plaza. Finalmente decidieron convocar nuevamente al pueblo y obtener del cabildo una modificación sustancial con una lista de candidatos propios. Dicha lista debía cumplir con una condición indispensable e inamovible: Cisneros no podía figurar en ella.
Una delegación encabezada por Castelli y Saavedra se presentó en la residencia de Cisneros informando el estado de agitación popular y sublevación de las tropas, y demandando su renuncia. Lograron conseguir en forma verbal su dimisión.


Un día épico


Durante la mañana del viernes 25 de mayo, una gran multitud comenzó a reunirse en la Plaza liderados por los milicianos de Domingo French y Antonio Beruti. Se reclamaba la anulación de la resolución del día anterior, la renuncia definitiva del virrey Cisneros y la formación de otra Junta de gobierno. French y Beruti, probablemente, repartieron distintivos entre los revolucionarios, los cuales, posiblemente hayan sido escarapelas celestes y blancas, pero de ello no hay prueba alguna. Ante las demoras en emitirse una resolución, la gente comenzó a agitarse, reclamando: “¡El pueblo quiere saber de qué se trata!”.
Una nutrida masa de personas invadió impetuosamente la sala capitular. El Cabildo reclamó que la agitación popular fuese reprimida por la fuerza, sin embargo, los principales comandantes no obedecieron las órdenes impartidas.
Cisneros, faltando a su palabra, siguió resistiéndose a abandonar su cargo. Pero ante las presiones formalizó los términos de su renuncia, dejando de lado sus pretensiones de mantenerse en el gobierno. Algunos representantes de la multitud reunida en la plaza reclamaron que el pueblo reasumiera la autoridad delegada en el Cabildo Abierto del día 22, exigiendo la formación de una Junta.
Pronto llegó a la sala capitular la renuncia de Cisneros. La composición de la Primera Junta surgió de una negociación entre tres partidos, que habrían ubicado a tres candidatos cada uno: los carlotistas (Belgrano, Castelli y Paso), los juntistas o alzaguistas (Moreno, Matheu y Larrea), y los milicianos (Saavedra, Azcuénaga y Alberti).
Los capitulares salieron al balcón para presentar directamente a la ratificación del pueblo la petición formulada. A pesar de que la cantidad de gente en la Plaza había disminuido por el estado del tiempo, el petitorio fue leído en voz alta y ratificado por los asistentes. El reglamento que regiría a la Junta fue, a grandes rasgos, el mismo que se había propuesto para la Junta del 24, añadiendo que el Cabildo controlaría la actividad de los vocales y que la Junta nombraría reemplazantes en caso de producirse vacantes. La Primera Junta quedó compuesta de la siguiente manera: Presidente Cnel. Cornelio Saavedra; Vocales: Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu, Juan Larrea; y los Secretarios Juan José Paso y Mariano Moreno.
El poder del Virrey de las Provincias Unidas del Río de la Plata había caducado, y el Cabildo había reasumido el mando supremo del Virreinato por voluntad del pueblo.
La Junta hizo una circular el 27 de mayo solicitando la elección de los diputados.


Una máscara y un fusilamiento


Aunque el gobierno surgido el 25 de mayo se pronunciaba fiel al rey español depuesto Fernando VII, dicha lealtad era simplemente una maniobra política. Por entonces la posibilidad de que Napoleón Bonaparte fuera derrotado y Fernando VII volviera al trono, -lo cual ocurrió finalmente el 11 de diciembre de 1813 con la firma del Tratado de Valençay-, parecía remota e inverosímil. En consecuencia, el propósito del engaño consistía en ganar tiempo para fortalecer la posición de la causa patriótica. La maniobra es conocida como la “Máscara de Fernando VII” y fue mantenida hasta la declaración de independencia de 1816.
Ni el Consejo de Regencia, ni los miembros de la Real Audiencia ni la población española proveniente de Europa creyeron la premisa de la lealtad al rey Fernando VII, y no aceptaron de buen grado la nueva situación. El 15 de junio los miembros de la Real Audiencia juraron fidelidad en secreto al Consejo de Regencia y enviaron circulares a las ciudades del interior, llamando a desoír al nuevo gobierno. Para detener sus maniobras la Junta convocó a todos los miembros de la audiencia, al obispo Lué y Riega y al antiguo virrey Cisneros, y con el argumento de que sus vidas corrían peligro fueron embarcados en un buque británico. Su Capitán recibió instrucciones de Larrea de no detenerse en ningún puerto hasta llegar a las Islas Canarias. Tras la exitosa deportación de los grupos mencionados se nombró una nueva Audiencia, compuesta íntegramente por criollos leales a la revolución.
Con la excepción de Córdoba, las ciudades que hoy forman parte de la Argentina respaldaron a la Primera Junta. El Alto Perú no se pronunciaba en forma abierta, debido a los desenlaces de las revoluciones en Chuquisaca y La Paz. El Paraguay estaba indeciso y en la Banda Oriental y Chile se mantenía un fuerte bastión realista.
            Santiago de Liniers encabezó una contrarrevolución en Córdoba, contra la cual se dirigió el primer movimiento militar del gobierno patrio.
El alzamiento contrarrevolucionario fue rápidamente sofocado por las fuerzas comandadas por Francisco Ortiz de Ocampo. Sin embargo, una vez capturados, Ocampo se negó a fusilar a Liniers ya que había peleado junto a él en las Invasiones Inglesas. Dejando de lado cualquier apreciación particular y considerando la peligrosidad de la figura del sublevado, Castelli llevó a cabo el fusilamiento.
Luego se procedió a enviar expediciones militares a las diversas ciudades del interior, reclamando apoyo para la Primera Junta.
La Primera Junta amplió su número de miembros incorporando en sí misma a los diputados enviados por las ciudades que respaldaban a la Revolución, tras lo cual la Junta pasó a ser conocida como la Junta Grande


El rol de Belgrano


Como destacaba el historiador Félix Luna: “Belgrano se sorprendió ante su designación como vocal de la Primera Junta. En ningún momento se había conversado sobre quiénes serían los integrantes de este primer gobierno patrio, puesto que el pueblo lo decidiría. El propio Belgrano diría luego: ‘Apareció una Junta de la que era yo vocal, sin saber cómo ni por dónde, en la que no tuve poco sentimiento. Pero era preciso corresponder a la confianza del pueblo y me contraje al desempeño de esta obligación, asegurando, como aseguro a la faz del universo, que todas mis ideas cambiaron, y ni una sola concedía a un objeto particular, por más que me interesase: el bien público estaba a todos instantes a mi vista’.
(…) Belgrano asumió su nueva función política, aplicando sus dotes de administrador y dispuesto a cumplir como héroe o mártir con los principios de la revolución. Una de las primeras medidas fue la creación de la Academia de Matemáticas, que comenzó a funcionar en el edificio del Consulado y tenía el objeto de instruir a los militares. Belgrano, incansable promotor de esta clase de establecimientos educativos, fue nombrado su protector.
Pero al poco tiempo su papel revolucionario tendría nuevo destino. Como se había jurado y decretado el 25 de mayo, la nueva Junta tenía la misión de llegar hasta las provincias del interior del antiguo virreinato para propagar la emancipación de España. (…).
Todas las provincias adhirieron a la revolución que había tenido lugar en la capital, a excepción del Alto Perú, Montevideo y Paraguay. Hacia estos tres destinos se dirigiría en los años venideros, el general Belgrano al mando de los ejércitos que lo convirtieron, finalmente, en un experimentado hombre de batalla.”.
Así forjaría su icónica figura para la Argentina…


Una década después…


El 25 de mayo de 1820, Manuel Belgrano recibió en su casa al escribano Narciso Iranzuaga, José Ramón Milá de la Roca, Manuel Díaz y Juan Pablo Sáenz Valiente. Un escribano y tres testigos.
Diez años después de aquella brillante jornada para las Provincias Unidas del Río de la Plata, Manuel Belgrano, uno de los actores principales, estaba postrado en una cama en su casa paterna. Ante el Escribano y los testigos manifestó: “estando enfermo de la que Dios Nuestro Señor se ha servido darme; pero, por su infinita misericordia, en mi sano juicio; temeroso de la infalible muerte a toda criatura e incertidumbre de su hora, para que no me asalte sin tener arregladas las cosas concernientes al descargo de mi conciencia y bien de mi alma, he dispuesto ordenar éste, mi testamento”.
Al principio realizó una extensa profesión de fe cristiana, con invocación de la Santísima Trinidad, de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana, la Serenísima Virgen María, su amante esposo San José, el Ángel de la Guarda, el Santo de su nombre y demás miembros de la corte celestial. Seguidamente pidió que su cuerpo fuera “amortajado con el hábito de patriarca de Santo Domingo” y que lo sepultaran “en el panteón que mi casa tiene en dicho Convento”. Por otra parte, declaró: “Que soy de estado soltero y que no tengo ascendiente ni descendiente”, aunque en otra foja se ocupó de aclarar que su albacea –su hermano Domingo Estanislao-, “al cual, respecto a que no tengo heredero ninguno forzoso, ascendiente ni descendiente, le instituyo y nombro de todas mis acciones y derechos presentes y futuros”. En otras palabras, encomendaba a su hermano que se ocupara “de lo que pudiera ocurrir”. En verdad, Manuel Belgrano estaba protegiendo a su hija Manuela Mónica del Corazón de Jesús Belgrano. Su primogénito, Pedro Pablo Rosas y Belgrano, fruto de su romance con María Josefa Ezcurra, tenía su educación y futuro económico asegurados gracias a que de alguna manera lo habían adoptado –aunque la adopción no se estilaba en los términos actuales- Juan Manuel de Rosas y su esposa, Encarnación Ezcurra.
Quien quedaba en una situación desventajosa era su hija natural, Manuela, nacida de su relación con María de los Dolores Helguero Liendo. En consecuencia, encomendó a través del testamento a su hermano que se encargue de resolver todos los asuntos ligados a la pequeña tucumana que el 4 de mayo había cumplido un año de edad.
No declaró ningún patrimonio, sólo deudores y acreedores. Luego, con las escasas fuerzas que tenía, Manuel Belgrano firmó su testamento fechado una década después de la gloriosa epopeya de 1810, es decir, hace doscientos años.
            Faltaban algunos días para su cumpleaños y otros pocos para su fallecimiento…




Hoy, 25 de mayo, se cumplen doscientos años de la redacción del testamento de Manuel Belgrano, el gran patriota argentino que tuviera una destacada actuación durante la “Revolución de Mayo”. 

Días revolucionarios

“Año del General Manuel Belgrano”
Mayo de 1810 – Mayo de 2020


Días revolucionarios


Por Eduardo Agüero Mielhuerry

El comercio exterior -durante la época del Virreinato- estaba monopolizado por España y legalmente ésta no le permitía a sus colonias comerciar con otras potencias. Dicha situación era altamente desventajosa para Buenos Aires, dado que los productos que llegaban de la metrópoli eran escasos, caros e insuficientes para mantener a la población. Esto motivó un gran desarrollo del contrabando, que era tolerado por la mayoría de los gobernantes locales y movía un caudal de recursos casi idéntico al comercio legal.
Tras las Invasiones inglesas, los grupos económicos de Buenos Aires se fueron dividiendo en dos fracciones bien marcadas y enfrentadas: los comerciantes monopolistas y los ganaderos exportadores. Los primeros querían mantener el privilegio de ser los únicos autorizados para introducir y vender los productos extranjeros que llegaban desde España. Estos productos eran carísimos porque España a su vez se los compraba a otros países, como Francia e Inglaterra, para después revenderlos en América. En cambio, los ganaderos querían comerciar directa y libremente con Inglaterra y otros países que eran los más importantes clientes y proveedores de esta región.
La rivalidad entre los habitantes nacidos en la colonia y los de la España europea dio lugar a una pugna entre los partidarios de la autonomía y quienes deseaban conservar la situación establecida. Los primeros se llamaban a sí mismos patriotas o criollos, mientras que los otros se autodenominaban realistas. La victoria contra las tropas inglesas alentó los ánimos independentistas ya que el virreinato había logrado defenderse solo de un ataque externo, sin ayuda de España. Durante dicho conflicto se constituyeron milicias criollas que luego tendrían un importante peso político, la principal de ellas era el Regimiento de Patricios liderado por Cornelio Saavedra.
Después de la considerada como una huida cobarde por parte del virrey Rafael de Sobremonte hacia Córdoba con el erario público, el pueblo de Buenos Aires se resistió a que retorne a su cargo. En su lugar, por aclamación popular fue elegido como nuevo virrey el héroe de la reconquista, Santiago de Liniers. Sin embargo, su principal adversario político, Francisco Javier de Elío, se negó a reconocer su autoridad y formó una junta de gobierno en Montevideo, independiente de las autoridades de Buenos Aires.
El alcalde y comerciante español afincado en Buenos Aires, Martín de Álzaga, y sus seguidores, hicieron estallar una asonada con el objetivo de destituir a Liniers. El 1 de enero de 1809, un cabildo abierto exigió la renuncia del virrey y designó una Junta a nombre de Fernando VII, presidida por Álzaga.
Las milicias criollas encabezadas por Cornelio Saavedra dispersaron a los sublevados y los cabecillas fueron desterrados. Como consecuencia, el poder militar quedó en manos de los criollos. En España la Junta Suprema Central decidió terminar con los enfrentamientos en el Río de la Plata disponiendo el reemplazo de Liniers por Baltasar Hidalgo de Cisneros.


Las buenas nuevas…


A pesar de los intentos del Virrey por tratar de ocultar la noticia, Manuel Belgrano y Juan José Castelli, supieron y difundieron que la Junta Suprema Central había sido disuelta al ser tomada la ciudad de Sevilla por los franceses, que ya dominaban casi toda la Península. La Junta era uno de los últimos bastiones del poder de la corona española, y había caído ante el imperio napoleónico, que ya había alejado con anterioridad al rey Fernando VII mediante las Abdicaciones de Bayona. Inmediatamente se había constituido un Consejo de Regencia de España e Indias, pero inevitablemente ya se había puesto en entredicho la legitimidad del virrey, nombrado por la Junta caída.
Los grupos que apoyaban la revolución no eran completamente homogéneos en sus propósitos, y varios tenían intereses dispares entre sí. Los criollos progresistas y los jóvenes, representados en la junta por Moreno, Castelli, Belgrano y Paso, aspiraban a realizar una profunda reforma política, económica y social. Por otro lado, los militares y burócratas, cuyos criterios eran llevados adelante por Saavedra, sólo pretendían una renovación de cargos: aspiraban a desplazar a los españoles del ejercicio exclusivo del poder, pero heredando sus privilegios y atribuciones. Los comerciantes y hacendados subordinaban la cuestión política a las decisiones económicas, especialmente las referidas a la apertura o no del comercio con los ingleses. Finalmente, algunos grupos barajaron posibilidades de reemplazar a la autoridad del Consejo de Regencia por la de Carlota Joaquina de Borbón o por la corona británica, pero tales proyectos tuvieron escasa repercusión.


El inicio de una semana especial…


El viernes 18 de mayo, ante el conocimiento público de la caída de la Junta de Sevilla, Cisneros realizó una proclama en donde reafirmaba gobernar en nombre del rey Fernando VII, para intentar calmar los ánimos.
El grupo revolucionario principal se reunía indistintamente en la casa de Nicolás Rodríguez Peña o en la jabonería de Hipólito Vieytes. Concurrían a esas reuniones, entre otros, Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Juan José Paso, Antonio Luis Beruti, Eustoquio Díaz Vélez, Feliciano Antonio Chiclana, José Darragueira, Martín Jacobo Thompson y Juan José Viamonte. Otro grupo se congregaba en la quinta de Orma, encabezado por fray Ignacio Grela y entre los que se destacaba Domingo French.
Algunos criollos se juntaron esa noche en la casa Rodríguez Peña. También concurrió Cornelio Saavedra. Allí se decidió solicitar al virrey la realización de un cabildo abierto para determinar los pasos a seguir por el virreinato.
Tras pasar la noche tratando el tema, durante la mañana del sábado, Saavedra y Belgrano se reunieron con el alcalde de primer voto, Juan José de Lezica, y Castelli con el síndico procurador, Julián de Leiva, pidiendo el apoyo del Cabildo de Buenos Aires para gestionar ante el virrey un cabildo abierto, expresando que de no concederse, lo haría por sí solo el pueblo o moriría en el intento.
Al día siguiente, Lezica transmitió a Cisneros la petición que había recibido, y éste consultó a Leiva, quien se mostró favorable a la realización de un cabildo abierto. Antes de tomar una decisión el virrey citó a los jefes militares.
Al anochecer del domingo se produjo una nueva reunión en casa de Rodríguez Peña, en donde los jefes militares comunicaron lo ocurrido. Se decidió enviar inmediatamente a Castelli y a Martín Rodríguez a entrevistarse con Cisneros en el fuerte, facilitando su ingreso el comandante Terrada de los granaderos provinciales que se hallaba de guarnición ese día. Ante la situación, Cisneros se recluyó en su despacho para deliberar unos momentos. El Virrey se resignó y permitió que se realizara el cabildo abierto el 22 de mayo.
El lunes 21, a las tres de la tarde, el Cabildo inició sus trabajos de rutina, pero se vieron interrumpidos por seiscientos hombres armados, agrupados bajo el nombre de “Legión Infernal”, que ocuparon la Plaza de la Victoria -actual Plaza de Mayo-, y exigieron a gritos que se convocase a un cabildo abierto y se destituyese al virrey Cisneros. Entre los agitadores se destacaron Domingo French y Antonio Beruti. Estos desconfiaban de Cisneros y no creían que fuera a cumplir su palabra de permitir la celebración del cabildo abierto del día siguiente. La gente se tranquilizó y dispersó gracias a la intervención de Cornelio Saavedra, que aseguró que los reclamos de la Legión Infernal contaban con su apoyo militar y quien comunicó que él personalmente iba a designar las guardias para las avenidas de la Plaza con oficiales de Patricios y que dichas guardias estarían a las órdenes del Capitán Eustoquio Díaz Vélez.
El 21 de mayo se repartieron cuatrocientas cincuenta invitaciones entre los principales vecinos y autoridades de la capital. La lista de invitados fue elaborada por el Cabildo teniendo en cuenta a los vecinos más prominentes de la ciudad. Sin embargo el encargado de su impresión, Agustín Donado, compañero de French y Beruti, imprimió muchas más de las necesarias y las repartió entre los criollos.


Cabildo Abierto


De los casi quinientos invitados al cabildo abierto, el martes 22 solamente participaron la mitad. French y Beruti, al mando de seiscientos hombres armados con cuchillos, trabucos y fusiles, controlaron el acceso a la plaza, con la finalidad de asegurar que sólo ingresaran criollos.
El cabildo abierto se prolongó desde la mañana hasta la medianoche, contando con diversos momentos, entre ellos la lectura de la proclama del Cabildo, el debate, “que hacía de suma duración el acto” y la votación, individual y pública, escrita por cada asistente y pasada al acta de la sesión.
El debate en el Cabildo tuvo como tema principal la legitimidad o no del gobierno y de la autoridad del virrey. El principio de la retroversión de la soberanía planteaba que, desaparecido el monarca legítimo, el poder volvía al pueblo, y que éste tenía derecho a formar un nuevo gobierno.
La discusión abarcó de manera tangencial la rivalidad entre criollos y españoles peninsulares. Hubo dos posiciones principales enfrentadas: los que consideraban que la situación debía mantenerse sin cambios, respaldando a Cisneros en su cargo de virrey, y los que sostenían que debía formarse una junta de gobierno en su reemplazo, al igual que en España. No reconocían la autoridad del Consejo de Regencia argumentando que las colonias en América no habían sido consultadas para su formación.
Juan José Castelli sostuvo que los pueblos americanos debían asumir la dirección de sus destinos hasta que cesara el impedimento de Fernando VII de regresar al trono.
Cornelio Saavedra propuso que el mando se delegara en el Cabildo hasta la formación de una junta de gobierno, en el modo y forma que el Cabildo estimara conveniente. Hizo resaltar la frase de que "(...) y no queda duda de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando". Finalmente, la postura de Castelli se acopló a la de Saavedra.
Luego de los discursos, se procedió a la votación, la cual duró hasta la medianoche, y se decidió por amplia mayoría destituir al virrey.
El miércoles, tras la finalización del Cabildo abierto se colocaron avisos en diversos puntos de la ciudad que informaban de la creación de la Junta y la convocatoria a diputados de las provincias, y llamaba a abstenerse de intentar acciones contrarias al orden público.
El jueves 24, el Cabildo, a propuesta del síndico Leiva, conformó la nueva Junta, que debía mantenerse hasta la llegada de los diputados del resto del Virreinato. Estaba formada por Baltasar Hidalgo de Cisneros como Presidente y Cornelio Saavedra (militar, criollo), Juan José Castelli (abogado, criollo), Juan Nepomuceno Solá (sacerdote, español) y José Santos Incháurregui (comerciante, español), como vocales.
Dicha fórmula proponía mantener al virrey en el poder con algunos asociados o adjuntos, a pesar de que en el Cabildo abierto la misma había sido derrotada en las elecciones. Los cabildantes consideraban que de esta forma se contendrían las amenazas de revolución que tenían lugar en la sociedad. También se estableció que Cisneros no podría actuar sin el respaldo de los otros integrantes de la Junta y que se pediría a los cabildos del interior que enviaran diputados. Los comandantes de los cuerpos armados dieron su conformidad.
Cuando la noticia fue dada a conocer, tanto el pueblo como las milicias volvieron a agitarse, y la plaza fue invadida por una multitud comandada por French y Beruti. La permanencia de Cisneros en el poder, aunque fuera con un cargo diferente al de virrey, fue vista como una burla a la voluntad del Cabildo Abierto.


Sin retorno…


En la casa de Rodríguez Peña hubo una discusión entre los dirigentes civiles y oficiales de los cuerpos, entre ellos: Manuel Belgrano, Eustoquio Díaz Vélez, Domingo French y Feliciano Antonio Chiclana, donde se llegó a dudar de la lealtad de Saavedra. Castelli se comprometió a intervenir para que el pueblo fuera consultado nuevamente, y entre Mariano Moreno, Matías Irigoyen y Feliciano Chiclana se calmó a los militares y a la juventud de la plaza. Finalmente decidieron deshacer lo hecho, convocar nuevamente al pueblo y obtener del cabildo una modificación sustancial con una lista de candidatos propios. Dicha lista debía cumplir con una condición indispensable e inamovible: Cisneros no podía figurar en ella.
Por la noche, una delegación encabezada por Castelli y Saavedra se presentó en la residencia de Cisneros informando el estado de agitación popular y sublevación de las tropas, y demandando su renuncia. Lograron conseguir en forma verbal su dimisión.
Durante la mañana del viernes 25 de mayo, una gran multitud comenzó a reunirse en la Plaza liderados por los milicianos de Domingo French y Antonio Beruti. Se reclamaba la anulación de la resolución del día anterior, la renuncia definitiva del virrey Cisneros y la formación de otra Junta de gobierno. French y Beruti, probablemente, repartieron distintivos entre los revolucionarios, los cuales, posiblemente hayan sido escarapelas celestes y blancas, pero de ello no hay prueba alguna. Ante las demoras en emitirse una resolución, la gente comenzó a agitarse, reclamando: “¡El pueblo quiere saber de qué se trata!”

Aquella jornada del 25 de mayo de 1810 cambiaría radicalmente la historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata…



Los hechos narrados en el presente artículo derivarán en la histórica jornada del 25 de Mayo de 1810, que fuera recreada en la grácil paleta de Francisco Fortuny.