“Año
del General Manuel Belgrano”
Mayo de 1810 – Mayo de 2020
La epopeya gloriosa y el testamento…
Por
Eduardo Agüero Mielhuerry
En la noche del jueves 24 de mayo de 1810, en el
comedor de la casa de Rodríguez Peña hubo acalorada discusión entre los
dirigentes civiles y oficiales de los cuerpos, entre ellos: Manuel Belgrano,
Eustoquio Díaz Vélez, Domingo French y Feliciano Antonio Chiclana, donde se
llegó a dudar de la lealtad de Saavedra.
Belgrano, quien se hallaba reclinado en un sillón,
vistiendo el uniforme de Patricios, se levantó molesto y con el rostro
encendido tomó la empuñadura de su espada y dijo: “¡Juro a la Patria y a mis
compañeros que si a las tres de la tarde del día inmediato el virrey no hubiese
renunciado, a fe de caballero, yo lo derribaré con mis armas!”. Los
presentes aplaudieron efusivamente las palabras de Belgrano…
Castelli se comprometió a intervenir para que el
pueblo fuera consultado nuevamente, y entre Mariano Moreno, Matías Irigoyen y
Feliciano Chiclana se calmó a los militares y a la juventud de la plaza.
Finalmente decidieron convocar nuevamente al pueblo y obtener del cabildo una
modificación sustancial con una lista de candidatos propios. Dicha lista debía
cumplir con una condición indispensable e inamovible: Cisneros no podía figurar
en ella.
Una delegación encabezada por Castelli y Saavedra se
presentó en la residencia de Cisneros informando el estado de agitación popular
y sublevación de las tropas, y demandando su renuncia. Lograron conseguir en
forma verbal su dimisión.
Un día épico
Durante la mañana del viernes 25 de mayo, una gran
multitud comenzó a reunirse en la Plaza liderados por los milicianos de Domingo
French y Antonio Beruti. Se reclamaba la anulación de la resolución del
día anterior, la renuncia definitiva del virrey Cisneros y la formación de otra
Junta de gobierno. French y Beruti, probablemente, repartieron distintivos
entre los revolucionarios, los cuales, posiblemente hayan sido escarapelas
celestes y blancas, pero de ello no hay prueba alguna. Ante las demoras en
emitirse una resolución, la gente comenzó a agitarse, reclamando: “¡El
pueblo quiere saber de qué se trata!”.
Una nutrida masa de personas invadió impetuosamente la
sala capitular. El Cabildo reclamó que la agitación popular fuese reprimida por
la fuerza, sin embargo, los principales comandantes no obedecieron las órdenes
impartidas.
Cisneros, faltando a su palabra, siguió resistiéndose
a abandonar su cargo. Pero ante las presiones formalizó los términos de su
renuncia, dejando de lado sus pretensiones de mantenerse en el gobierno.
Algunos representantes de la multitud reunida en la plaza reclamaron que el
pueblo reasumiera la autoridad delegada en el Cabildo Abierto del día 22,
exigiendo la formación de una Junta.
Pronto llegó a la sala capitular la renuncia de
Cisneros. La composición de la Primera Junta surgió de una negociación entre
tres partidos, que habrían ubicado a tres candidatos cada uno: los carlotistas
(Belgrano, Castelli y Paso), los juntistas o alzaguistas (Moreno, Matheu y
Larrea), y los milicianos (Saavedra, Azcuénaga y Alberti).
Los capitulares salieron al balcón para presentar
directamente a la ratificación del pueblo la petición formulada. A pesar de que
la cantidad de gente en la Plaza había disminuido por el estado del tiempo, el
petitorio fue leído en voz alta y ratificado por los asistentes. El reglamento
que regiría a la Junta fue, a grandes rasgos, el mismo que se había propuesto
para la Junta del 24, añadiendo que el Cabildo controlaría la actividad de los
vocales y que la Junta nombraría reemplazantes en caso de producirse vacantes.
La Primera
Junta quedó compuesta de la siguiente manera: Presidente Cnel. Cornelio
Saavedra; Vocales: Juan José Castelli, Manuel
Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu, Juan
Larrea; y los Secretarios Juan José Paso y Mariano
Moreno.
El poder del Virrey de las Provincias Unidas del Río
de la Plata había caducado, y el Cabildo había reasumido el mando supremo del
Virreinato por voluntad del pueblo.
La Junta hizo una circular el 27 de mayo solicitando
la elección de los diputados.
Una máscara y un fusilamiento
Aunque el gobierno surgido el 25 de mayo se
pronunciaba fiel al rey español depuesto Fernando VII, dicha lealtad era simplemente
una maniobra política. Por entonces la posibilidad de que Napoleón Bonaparte fuera
derrotado y Fernando VII volviera al trono, -lo cual ocurrió finalmente el 11
de diciembre de 1813 con la firma del Tratado de Valençay-, parecía remota e
inverosímil. En consecuencia, el propósito del engaño consistía en ganar tiempo
para fortalecer la posición de la causa patriótica. La maniobra es conocida
como la “Máscara de Fernando VII” y fue mantenida hasta la declaración
de independencia de 1816.
Ni el Consejo de Regencia, ni los miembros de la Real
Audiencia ni la población española proveniente de Europa creyeron la premisa de
la lealtad al rey Fernando VII, y no aceptaron de buen grado la nueva
situación. El 15 de junio los miembros de la Real Audiencia juraron fidelidad
en secreto al Consejo de Regencia y enviaron circulares a las ciudades del
interior, llamando a desoír al nuevo gobierno. Para detener sus maniobras la
Junta convocó a todos los miembros de la audiencia, al obispo Lué y Riega y al
antiguo virrey Cisneros, y con el argumento de que sus vidas corrían peligro
fueron embarcados en un buque británico. Su Capitán recibió instrucciones de
Larrea de no detenerse en ningún puerto hasta llegar a las Islas Canarias. Tras
la exitosa deportación de los grupos mencionados se nombró una nueva Audiencia,
compuesta íntegramente por criollos leales a la revolución.
Con la excepción de Córdoba, las ciudades que
hoy forman parte de la Argentina respaldaron a la Primera Junta. El Alto Perú
no se pronunciaba en forma abierta, debido a los desenlaces de las revoluciones
en Chuquisaca y La Paz. El Paraguay estaba indeciso y en la Banda Oriental y
Chile se mantenía un fuerte bastión realista.
Santiago de Liniers encabezó una
contrarrevolución en Córdoba, contra la cual se dirigió el primer movimiento
militar del gobierno patrio.
El alzamiento contrarrevolucionario fue rápidamente
sofocado por las fuerzas comandadas por Francisco Ortiz de Ocampo. Sin embargo,
una vez capturados, Ocampo se negó a fusilar a Liniers ya que había peleado
junto a él en las Invasiones Inglesas. Dejando de lado cualquier apreciación
particular y considerando la peligrosidad de la figura del sublevado, Castelli
llevó a cabo el fusilamiento.
Luego se procedió a enviar expediciones militares a
las diversas ciudades del interior, reclamando apoyo para la Primera Junta.
La Primera Junta amplió su número de miembros
incorporando en sí misma a los diputados enviados por las ciudades que
respaldaban a la Revolución, tras lo cual la Junta pasó a ser conocida como la Junta
Grande…
El rol de Belgrano
Como destacaba el historiador Félix Luna: “Belgrano se sorprendió ante su designación
como vocal de la Primera Junta. En ningún momento se había conversado sobre
quiénes serían los integrantes de este primer gobierno patrio, puesto que el
pueblo lo decidiría. El propio Belgrano diría luego: ‘Apareció una Junta de la
que era yo vocal, sin saber cómo ni por dónde, en la que no tuve poco
sentimiento. Pero era preciso corresponder a la confianza del pueblo y me contraje
al desempeño de esta obligación, asegurando, como aseguro a la faz del
universo, que todas mis ideas cambiaron, y ni una sola concedía a un objeto
particular, por más que me interesase: el bien público estaba a todos instantes
a mi vista’.
(…) Belgrano
asumió su nueva función política, aplicando sus dotes de administrador y
dispuesto a cumplir como héroe o mártir con los principios de la revolución.
Una de las primeras medidas fue la creación de la Academia de Matemáticas, que
comenzó a funcionar en el edificio del Consulado y tenía el objeto de instruir
a los militares. Belgrano, incansable promotor de esta clase de
establecimientos educativos, fue nombrado su protector.
Pero al poco
tiempo su papel revolucionario tendría nuevo destino. Como se había jurado y
decretado el 25 de mayo, la nueva Junta tenía la misión de llegar hasta las
provincias del interior del antiguo virreinato para propagar la emancipación de
España. (…).
Todas las
provincias adhirieron a la revolución que había tenido lugar en la capital, a
excepción del Alto Perú, Montevideo y Paraguay. Hacia estos tres destinos se
dirigiría en los años venideros, el general Belgrano al mando de los ejércitos
que lo convirtieron, finalmente, en un experimentado hombre de batalla.”.
Así forjaría su icónica figura para la Argentina…
Una década después…
El 25 de mayo de 1820, Manuel Belgrano
recibió en su casa al escribano Narciso Iranzuaga, José Ramón Milá de la Roca,
Manuel Díaz y Juan Pablo Sáenz Valiente. Un escribano y tres testigos.
Diez años después de aquella brillante jornada para
las Provincias Unidas del Río de la Plata, Manuel Belgrano, uno de los actores
principales, estaba postrado en una cama en su casa paterna. Ante el Escribano
y los testigos manifestó: “estando
enfermo de la que Dios Nuestro Señor se ha servido darme; pero, por su infinita
misericordia, en mi sano juicio; temeroso de la infalible muerte a toda
criatura e incertidumbre de su hora, para que no me asalte sin tener arregladas
las cosas concernientes al descargo de mi conciencia y bien de mi alma, he
dispuesto ordenar éste, mi testamento”.
Al principio realizó una extensa profesión de fe
cristiana, con invocación de la Santísima Trinidad, de la Santa Madre Iglesia
Católica Apostólica Romana, la Serenísima Virgen María, su amante esposo San
José, el Ángel de la Guarda, el Santo de su nombre y demás miembros de la corte
celestial. Seguidamente pidió que su cuerpo fuera “amortajado con el hábito de patriarca de Santo Domingo” y que lo
sepultaran “en el panteón que mi casa
tiene en dicho Convento”. Por otra parte, declaró: “Que soy de estado soltero y que no tengo ascendiente ni descendiente”,
aunque en otra foja se ocupó de aclarar que su albacea –su hermano Domingo
Estanislao-, “al cual, respecto a que no
tengo heredero ninguno forzoso, ascendiente ni descendiente, le instituyo y
nombro de todas mis acciones y derechos presentes y futuros”. En otras
palabras, encomendaba a su hermano que se ocupara “de lo que pudiera ocurrir”. En
verdad, Manuel Belgrano estaba protegiendo a su hija Manuela Mónica del Corazón de
Jesús Belgrano. Su primogénito, Pedro Pablo Rosas y Belgrano, fruto
de su romance con María Josefa Ezcurra, tenía su educación y futuro económico
asegurados gracias a que de alguna manera lo habían adoptado –aunque la
adopción no se estilaba en los términos actuales- Juan Manuel de Rosas y su
esposa, Encarnación Ezcurra.
Quien quedaba en una situación desventajosa era su
hija natural, Manuela, nacida de su relación con María de los Dolores Helguero
Liendo. En consecuencia, encomendó a través del testamento a su hermano
que se encargue de resolver todos los asuntos ligados a la pequeña tucumana que
el 4 de mayo había cumplido un año de edad.
No declaró ningún patrimonio, sólo deudores y
acreedores. Luego, con las escasas fuerzas que tenía, Manuel Belgrano firmó
su testamento fechado una década después de la gloriosa epopeya de 1810,
es decir, hace doscientos años.
Faltaban algunos días para su cumpleaños y otros
pocos para su fallecimiento…
Hoy, 25 de mayo, se cumplen doscientos años de
la redacción del testamento de Manuel Belgrano, el gran patriota argentino que
tuviera una destacada actuación durante la “Revolución de Mayo”.
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