lunes, 25 de mayo de 2020

Días revolucionarios

“Año del General Manuel Belgrano”
Mayo de 1810 – Mayo de 2020


Días revolucionarios


Por Eduardo Agüero Mielhuerry

El comercio exterior -durante la época del Virreinato- estaba monopolizado por España y legalmente ésta no le permitía a sus colonias comerciar con otras potencias. Dicha situación era altamente desventajosa para Buenos Aires, dado que los productos que llegaban de la metrópoli eran escasos, caros e insuficientes para mantener a la población. Esto motivó un gran desarrollo del contrabando, que era tolerado por la mayoría de los gobernantes locales y movía un caudal de recursos casi idéntico al comercio legal.
Tras las Invasiones inglesas, los grupos económicos de Buenos Aires se fueron dividiendo en dos fracciones bien marcadas y enfrentadas: los comerciantes monopolistas y los ganaderos exportadores. Los primeros querían mantener el privilegio de ser los únicos autorizados para introducir y vender los productos extranjeros que llegaban desde España. Estos productos eran carísimos porque España a su vez se los compraba a otros países, como Francia e Inglaterra, para después revenderlos en América. En cambio, los ganaderos querían comerciar directa y libremente con Inglaterra y otros países que eran los más importantes clientes y proveedores de esta región.
La rivalidad entre los habitantes nacidos en la colonia y los de la España europea dio lugar a una pugna entre los partidarios de la autonomía y quienes deseaban conservar la situación establecida. Los primeros se llamaban a sí mismos patriotas o criollos, mientras que los otros se autodenominaban realistas. La victoria contra las tropas inglesas alentó los ánimos independentistas ya que el virreinato había logrado defenderse solo de un ataque externo, sin ayuda de España. Durante dicho conflicto se constituyeron milicias criollas que luego tendrían un importante peso político, la principal de ellas era el Regimiento de Patricios liderado por Cornelio Saavedra.
Después de la considerada como una huida cobarde por parte del virrey Rafael de Sobremonte hacia Córdoba con el erario público, el pueblo de Buenos Aires se resistió a que retorne a su cargo. En su lugar, por aclamación popular fue elegido como nuevo virrey el héroe de la reconquista, Santiago de Liniers. Sin embargo, su principal adversario político, Francisco Javier de Elío, se negó a reconocer su autoridad y formó una junta de gobierno en Montevideo, independiente de las autoridades de Buenos Aires.
El alcalde y comerciante español afincado en Buenos Aires, Martín de Álzaga, y sus seguidores, hicieron estallar una asonada con el objetivo de destituir a Liniers. El 1 de enero de 1809, un cabildo abierto exigió la renuncia del virrey y designó una Junta a nombre de Fernando VII, presidida por Álzaga.
Las milicias criollas encabezadas por Cornelio Saavedra dispersaron a los sublevados y los cabecillas fueron desterrados. Como consecuencia, el poder militar quedó en manos de los criollos. En España la Junta Suprema Central decidió terminar con los enfrentamientos en el Río de la Plata disponiendo el reemplazo de Liniers por Baltasar Hidalgo de Cisneros.


Las buenas nuevas…


A pesar de los intentos del Virrey por tratar de ocultar la noticia, Manuel Belgrano y Juan José Castelli, supieron y difundieron que la Junta Suprema Central había sido disuelta al ser tomada la ciudad de Sevilla por los franceses, que ya dominaban casi toda la Península. La Junta era uno de los últimos bastiones del poder de la corona española, y había caído ante el imperio napoleónico, que ya había alejado con anterioridad al rey Fernando VII mediante las Abdicaciones de Bayona. Inmediatamente se había constituido un Consejo de Regencia de España e Indias, pero inevitablemente ya se había puesto en entredicho la legitimidad del virrey, nombrado por la Junta caída.
Los grupos que apoyaban la revolución no eran completamente homogéneos en sus propósitos, y varios tenían intereses dispares entre sí. Los criollos progresistas y los jóvenes, representados en la junta por Moreno, Castelli, Belgrano y Paso, aspiraban a realizar una profunda reforma política, económica y social. Por otro lado, los militares y burócratas, cuyos criterios eran llevados adelante por Saavedra, sólo pretendían una renovación de cargos: aspiraban a desplazar a los españoles del ejercicio exclusivo del poder, pero heredando sus privilegios y atribuciones. Los comerciantes y hacendados subordinaban la cuestión política a las decisiones económicas, especialmente las referidas a la apertura o no del comercio con los ingleses. Finalmente, algunos grupos barajaron posibilidades de reemplazar a la autoridad del Consejo de Regencia por la de Carlota Joaquina de Borbón o por la corona británica, pero tales proyectos tuvieron escasa repercusión.


El inicio de una semana especial…


El viernes 18 de mayo, ante el conocimiento público de la caída de la Junta de Sevilla, Cisneros realizó una proclama en donde reafirmaba gobernar en nombre del rey Fernando VII, para intentar calmar los ánimos.
El grupo revolucionario principal se reunía indistintamente en la casa de Nicolás Rodríguez Peña o en la jabonería de Hipólito Vieytes. Concurrían a esas reuniones, entre otros, Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Juan José Paso, Antonio Luis Beruti, Eustoquio Díaz Vélez, Feliciano Antonio Chiclana, José Darragueira, Martín Jacobo Thompson y Juan José Viamonte. Otro grupo se congregaba en la quinta de Orma, encabezado por fray Ignacio Grela y entre los que se destacaba Domingo French.
Algunos criollos se juntaron esa noche en la casa Rodríguez Peña. También concurrió Cornelio Saavedra. Allí se decidió solicitar al virrey la realización de un cabildo abierto para determinar los pasos a seguir por el virreinato.
Tras pasar la noche tratando el tema, durante la mañana del sábado, Saavedra y Belgrano se reunieron con el alcalde de primer voto, Juan José de Lezica, y Castelli con el síndico procurador, Julián de Leiva, pidiendo el apoyo del Cabildo de Buenos Aires para gestionar ante el virrey un cabildo abierto, expresando que de no concederse, lo haría por sí solo el pueblo o moriría en el intento.
Al día siguiente, Lezica transmitió a Cisneros la petición que había recibido, y éste consultó a Leiva, quien se mostró favorable a la realización de un cabildo abierto. Antes de tomar una decisión el virrey citó a los jefes militares.
Al anochecer del domingo se produjo una nueva reunión en casa de Rodríguez Peña, en donde los jefes militares comunicaron lo ocurrido. Se decidió enviar inmediatamente a Castelli y a Martín Rodríguez a entrevistarse con Cisneros en el fuerte, facilitando su ingreso el comandante Terrada de los granaderos provinciales que se hallaba de guarnición ese día. Ante la situación, Cisneros se recluyó en su despacho para deliberar unos momentos. El Virrey se resignó y permitió que se realizara el cabildo abierto el 22 de mayo.
El lunes 21, a las tres de la tarde, el Cabildo inició sus trabajos de rutina, pero se vieron interrumpidos por seiscientos hombres armados, agrupados bajo el nombre de “Legión Infernal”, que ocuparon la Plaza de la Victoria -actual Plaza de Mayo-, y exigieron a gritos que se convocase a un cabildo abierto y se destituyese al virrey Cisneros. Entre los agitadores se destacaron Domingo French y Antonio Beruti. Estos desconfiaban de Cisneros y no creían que fuera a cumplir su palabra de permitir la celebración del cabildo abierto del día siguiente. La gente se tranquilizó y dispersó gracias a la intervención de Cornelio Saavedra, que aseguró que los reclamos de la Legión Infernal contaban con su apoyo militar y quien comunicó que él personalmente iba a designar las guardias para las avenidas de la Plaza con oficiales de Patricios y que dichas guardias estarían a las órdenes del Capitán Eustoquio Díaz Vélez.
El 21 de mayo se repartieron cuatrocientas cincuenta invitaciones entre los principales vecinos y autoridades de la capital. La lista de invitados fue elaborada por el Cabildo teniendo en cuenta a los vecinos más prominentes de la ciudad. Sin embargo el encargado de su impresión, Agustín Donado, compañero de French y Beruti, imprimió muchas más de las necesarias y las repartió entre los criollos.


Cabildo Abierto


De los casi quinientos invitados al cabildo abierto, el martes 22 solamente participaron la mitad. French y Beruti, al mando de seiscientos hombres armados con cuchillos, trabucos y fusiles, controlaron el acceso a la plaza, con la finalidad de asegurar que sólo ingresaran criollos.
El cabildo abierto se prolongó desde la mañana hasta la medianoche, contando con diversos momentos, entre ellos la lectura de la proclama del Cabildo, el debate, “que hacía de suma duración el acto” y la votación, individual y pública, escrita por cada asistente y pasada al acta de la sesión.
El debate en el Cabildo tuvo como tema principal la legitimidad o no del gobierno y de la autoridad del virrey. El principio de la retroversión de la soberanía planteaba que, desaparecido el monarca legítimo, el poder volvía al pueblo, y que éste tenía derecho a formar un nuevo gobierno.
La discusión abarcó de manera tangencial la rivalidad entre criollos y españoles peninsulares. Hubo dos posiciones principales enfrentadas: los que consideraban que la situación debía mantenerse sin cambios, respaldando a Cisneros en su cargo de virrey, y los que sostenían que debía formarse una junta de gobierno en su reemplazo, al igual que en España. No reconocían la autoridad del Consejo de Regencia argumentando que las colonias en América no habían sido consultadas para su formación.
Juan José Castelli sostuvo que los pueblos americanos debían asumir la dirección de sus destinos hasta que cesara el impedimento de Fernando VII de regresar al trono.
Cornelio Saavedra propuso que el mando se delegara en el Cabildo hasta la formación de una junta de gobierno, en el modo y forma que el Cabildo estimara conveniente. Hizo resaltar la frase de que "(...) y no queda duda de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando". Finalmente, la postura de Castelli se acopló a la de Saavedra.
Luego de los discursos, se procedió a la votación, la cual duró hasta la medianoche, y se decidió por amplia mayoría destituir al virrey.
El miércoles, tras la finalización del Cabildo abierto se colocaron avisos en diversos puntos de la ciudad que informaban de la creación de la Junta y la convocatoria a diputados de las provincias, y llamaba a abstenerse de intentar acciones contrarias al orden público.
El jueves 24, el Cabildo, a propuesta del síndico Leiva, conformó la nueva Junta, que debía mantenerse hasta la llegada de los diputados del resto del Virreinato. Estaba formada por Baltasar Hidalgo de Cisneros como Presidente y Cornelio Saavedra (militar, criollo), Juan José Castelli (abogado, criollo), Juan Nepomuceno Solá (sacerdote, español) y José Santos Incháurregui (comerciante, español), como vocales.
Dicha fórmula proponía mantener al virrey en el poder con algunos asociados o adjuntos, a pesar de que en el Cabildo abierto la misma había sido derrotada en las elecciones. Los cabildantes consideraban que de esta forma se contendrían las amenazas de revolución que tenían lugar en la sociedad. También se estableció que Cisneros no podría actuar sin el respaldo de los otros integrantes de la Junta y que se pediría a los cabildos del interior que enviaran diputados. Los comandantes de los cuerpos armados dieron su conformidad.
Cuando la noticia fue dada a conocer, tanto el pueblo como las milicias volvieron a agitarse, y la plaza fue invadida por una multitud comandada por French y Beruti. La permanencia de Cisneros en el poder, aunque fuera con un cargo diferente al de virrey, fue vista como una burla a la voluntad del Cabildo Abierto.


Sin retorno…


En la casa de Rodríguez Peña hubo una discusión entre los dirigentes civiles y oficiales de los cuerpos, entre ellos: Manuel Belgrano, Eustoquio Díaz Vélez, Domingo French y Feliciano Antonio Chiclana, donde se llegó a dudar de la lealtad de Saavedra. Castelli se comprometió a intervenir para que el pueblo fuera consultado nuevamente, y entre Mariano Moreno, Matías Irigoyen y Feliciano Chiclana se calmó a los militares y a la juventud de la plaza. Finalmente decidieron deshacer lo hecho, convocar nuevamente al pueblo y obtener del cabildo una modificación sustancial con una lista de candidatos propios. Dicha lista debía cumplir con una condición indispensable e inamovible: Cisneros no podía figurar en ella.
Por la noche, una delegación encabezada por Castelli y Saavedra se presentó en la residencia de Cisneros informando el estado de agitación popular y sublevación de las tropas, y demandando su renuncia. Lograron conseguir en forma verbal su dimisión.
Durante la mañana del viernes 25 de mayo, una gran multitud comenzó a reunirse en la Plaza liderados por los milicianos de Domingo French y Antonio Beruti. Se reclamaba la anulación de la resolución del día anterior, la renuncia definitiva del virrey Cisneros y la formación de otra Junta de gobierno. French y Beruti, probablemente, repartieron distintivos entre los revolucionarios, los cuales, posiblemente hayan sido escarapelas celestes y blancas, pero de ello no hay prueba alguna. Ante las demoras en emitirse una resolución, la gente comenzó a agitarse, reclamando: “¡El pueblo quiere saber de qué se trata!”

Aquella jornada del 25 de mayo de 1810 cambiaría radicalmente la historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata…



Los hechos narrados en el presente artículo derivarán en la histórica jornada del 25 de Mayo de 1810, que fuera recreada en la grácil paleta de Francisco Fortuny.

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