“Año
del General Manuel Belgrano”
Mayo de 1810 – Mayo de 2020
Días revolucionarios
Por
Eduardo Agüero Mielhuerry
El comercio exterior -durante la época del Virreinato-
estaba monopolizado por España y legalmente ésta no le permitía a sus colonias
comerciar con otras potencias. Dicha situación era altamente desventajosa para
Buenos Aires, dado que los productos que llegaban de la metrópoli eran escasos,
caros e insuficientes para mantener a la población. Esto motivó un gran
desarrollo del contrabando, que era tolerado por la mayoría de los gobernantes
locales y movía un caudal de recursos casi idéntico al comercio legal.
Tras las Invasiones inglesas, los grupos
económicos de Buenos Aires se fueron dividiendo en dos fracciones bien marcadas
y enfrentadas: los comerciantes monopolistas y los ganaderos exportadores.
Los primeros querían mantener el privilegio de ser los únicos autorizados para
introducir y vender los productos extranjeros que llegaban desde España. Estos
productos eran carísimos porque España a su vez se los compraba a otros países,
como Francia e Inglaterra, para después revenderlos en América. En cambio, los
ganaderos querían comerciar directa y libremente con Inglaterra y otros países
que eran los más importantes clientes y proveedores de esta región.
La rivalidad entre los habitantes nacidos en la
colonia y los de la España europea dio lugar a una pugna entre los partidarios
de la autonomía y quienes deseaban conservar la situación establecida. Los
primeros se llamaban a sí mismos patriotas o criollos, mientras que
los otros se autodenominaban realistas. La victoria contra las
tropas inglesas alentó los ánimos independentistas ya que el virreinato había
logrado defenderse solo de un ataque externo, sin ayuda de España. Durante
dicho conflicto se constituyeron milicias criollas que luego tendrían un
importante peso político, la principal de ellas era el Regimiento de Patricios
liderado por Cornelio Saavedra.
Después de la considerada como una huida cobarde por
parte del virrey Rafael de Sobremonte hacia Córdoba con el erario público, el
pueblo de Buenos Aires se resistió a que retorne a su cargo. En su lugar, por
aclamación popular fue elegido como nuevo virrey el héroe de la reconquista, Santiago
de Liniers. Sin embargo, su principal adversario político, Francisco
Javier de Elío, se negó a reconocer su autoridad y formó una junta de gobierno
en Montevideo, independiente de las autoridades de Buenos Aires.
El alcalde y comerciante español afincado en Buenos
Aires, Martín de Álzaga, y sus seguidores, hicieron estallar una
asonada con el objetivo de destituir a Liniers. El 1 de enero de 1809, un
cabildo abierto exigió la renuncia del virrey y designó una Junta a nombre de Fernando
VII, presidida por Álzaga.
Las milicias criollas encabezadas por Cornelio
Saavedra dispersaron a los sublevados y los cabecillas fueron desterrados. Como
consecuencia, el poder militar quedó en manos de los criollos. En España la
Junta Suprema Central decidió terminar con los enfrentamientos en el Río de la
Plata disponiendo el reemplazo de Liniers por Baltasar Hidalgo de Cisneros.
Las buenas nuevas…
A pesar de los intentos del Virrey por tratar de
ocultar la noticia, Manuel Belgrano y Juan José Castelli, supieron y difundieron que la
Junta Suprema Central había sido disuelta al ser tomada la ciudad de Sevilla
por los franceses, que ya dominaban casi toda la Península. La Junta
era uno de los últimos bastiones del poder de la corona española, y había caído
ante el imperio napoleónico, que ya había alejado con anterioridad al rey
Fernando VII mediante las Abdicaciones de Bayona.
Inmediatamente se había constituido un Consejo de Regencia de España e Indias,
pero inevitablemente ya se había puesto en entredicho la legitimidad del
virrey, nombrado por la Junta caída.
Los grupos que apoyaban la revolución no eran
completamente homogéneos en sus propósitos, y varios tenían intereses dispares
entre sí. Los criollos progresistas y los jóvenes, representados en la junta
por Moreno,
Castelli, Belgrano y Paso, aspiraban a realizar una
profunda reforma política, económica y social. Por otro lado, los militares y
burócratas, cuyos criterios eran llevados adelante por Saavedra, sólo pretendían
una renovación de cargos: aspiraban a desplazar a los españoles del ejercicio
exclusivo del poder, pero heredando sus privilegios y atribuciones. Los
comerciantes y hacendados subordinaban la cuestión política a las decisiones
económicas, especialmente las referidas a la apertura o no del comercio con los
ingleses. Finalmente, algunos grupos barajaron posibilidades de reemplazar a la
autoridad del Consejo de Regencia por la de Carlota Joaquina de Borbón o por la
corona británica, pero tales proyectos tuvieron escasa repercusión.
El inicio de una semana especial…
El viernes 18 de mayo, ante el
conocimiento público de la caída de la Junta de Sevilla, Cisneros realizó una
proclama en donde reafirmaba gobernar en nombre del rey Fernando VII, para intentar
calmar los ánimos.
El grupo revolucionario principal se reunía
indistintamente en la casa de Nicolás Rodríguez Peña o en la jabonería de
Hipólito Vieytes. Concurrían a esas reuniones, entre otros, Juan José Castelli,
Manuel Belgrano, Juan José Paso, Antonio Luis Beruti, Eustoquio Díaz Vélez,
Feliciano Antonio Chiclana, José Darragueira, Martín Jacobo Thompson y Juan
José Viamonte. Otro grupo se congregaba en la quinta de Orma, encabezado por
fray Ignacio Grela y entre los que se destacaba Domingo French.
Algunos criollos se juntaron esa noche en la casa
Rodríguez Peña. También concurrió Cornelio Saavedra. Allí se decidió solicitar
al virrey la realización de un cabildo abierto para determinar los pasos a
seguir por el virreinato.
Tras pasar la noche tratando el tema, durante la
mañana del sábado, Saavedra y Belgrano se reunieron con el alcalde de primer
voto, Juan José de Lezica, y Castelli con el síndico procurador, Julián de
Leiva, pidiendo el apoyo del Cabildo de Buenos Aires para gestionar ante el virrey
un cabildo abierto, expresando que de no concederse, lo haría por sí solo el
pueblo o moriría en el intento.
Al día siguiente, Lezica transmitió a Cisneros la
petición que había recibido, y éste consultó a Leiva, quien se mostró favorable
a la realización de un cabildo abierto. Antes de tomar una decisión el virrey
citó a los jefes militares.
Al anochecer del domingo se produjo una nueva reunión
en casa de Rodríguez Peña, en donde los jefes militares comunicaron lo
ocurrido. Se decidió enviar inmediatamente a Castelli y a Martín Rodríguez a
entrevistarse con Cisneros en el fuerte, facilitando su ingreso el comandante
Terrada de los granaderos provinciales que se hallaba de guarnición ese día.
Ante la situación, Cisneros se recluyó en su despacho para deliberar unos
momentos. El Virrey se resignó y permitió que se realizara el cabildo abierto
el 22 de mayo.
El lunes 21, a las tres de la tarde, el
Cabildo inició sus trabajos de rutina, pero se vieron interrumpidos por
seiscientos hombres armados, agrupados bajo el nombre de “Legión Infernal”, que
ocuparon la Plaza de la Victoria -actual Plaza de Mayo-, y exigieron a gritos
que se convocase a un cabildo abierto y se destituyese al virrey Cisneros.
Entre los agitadores se destacaron Domingo French y Antonio
Beruti. Estos desconfiaban de Cisneros y no creían que fuera a cumplir
su palabra de permitir la celebración del cabildo abierto del día siguiente. La
gente se tranquilizó y dispersó gracias a la intervención de Cornelio Saavedra,
que aseguró que los reclamos de la Legión Infernal contaban con su apoyo
militar y quien comunicó que él personalmente iba a designar las guardias para
las avenidas de la Plaza con oficiales de Patricios y que dichas guardias
estarían a las órdenes del Capitán Eustoquio Díaz Vélez.
El 21 de mayo se repartieron cuatrocientas cincuenta
invitaciones entre los principales vecinos y autoridades de la capital. La
lista de invitados fue elaborada por el Cabildo teniendo en cuenta a los
vecinos más prominentes de la ciudad. Sin embargo el encargado de su impresión,
Agustín Donado, compañero de French y Beruti, imprimió muchas más de las
necesarias y las repartió entre los criollos.
Cabildo Abierto
De los casi quinientos invitados al cabildo abierto,
el martes 22 solamente participaron la mitad. French y Beruti, al mando de
seiscientos hombres armados con cuchillos, trabucos y fusiles, controlaron el
acceso a la plaza, con la finalidad de asegurar que sólo ingresaran criollos.
El cabildo abierto se prolongó desde la mañana hasta
la medianoche, contando con diversos momentos, entre ellos la lectura de la
proclama del Cabildo, el debate, “que hacía de suma duración el acto” y la
votación, individual y pública, escrita por cada asistente y pasada al acta de
la sesión.
El debate en el Cabildo tuvo como tema principal la legitimidad
o no del gobierno y de la autoridad del virrey. El principio
de la retroversión de la soberanía planteaba que, desaparecido el monarca
legítimo, el poder volvía al pueblo, y que éste tenía derecho a formar un nuevo
gobierno.
La discusión abarcó de manera tangencial la rivalidad
entre criollos y españoles peninsulares. Hubo dos posiciones principales
enfrentadas: los que consideraban que la situación debía mantenerse sin
cambios, respaldando a Cisneros en su cargo de virrey, y los que sostenían que
debía formarse una junta de gobierno en su reemplazo, al igual que en España.
No reconocían la autoridad del Consejo de Regencia argumentando que las
colonias en América no habían sido consultadas para su formación.
Juan José Castelli sostuvo que los pueblos americanos
debían asumir la dirección de sus destinos hasta que cesara el impedimento de
Fernando VII de regresar al trono.
Cornelio Saavedra propuso que el mando se delegara en
el Cabildo hasta la formación de una junta de gobierno, en el modo y forma que
el Cabildo estimara conveniente. Hizo resaltar la frase de que "(...) y no queda duda de que el pueblo
es el que confiere la autoridad o mando". Finalmente, la postura de
Castelli se acopló a la de Saavedra.
Luego de los discursos, se procedió a la votación, la
cual duró hasta la medianoche, y se decidió por amplia mayoría destituir
al virrey.
El miércoles, tras la finalización del Cabildo abierto
se colocaron avisos en diversos puntos de la ciudad que informaban de la
creación de la Junta y la convocatoria a diputados de las provincias, y llamaba
a abstenerse de intentar acciones contrarias al orden público.
El jueves 24, el Cabildo, a propuesta del síndico Leiva,
conformó la nueva Junta, que debía mantenerse hasta la llegada de los diputados
del resto del Virreinato. Estaba formada por Baltasar Hidalgo de Cisneros como
Presidente y Cornelio Saavedra (militar, criollo), Juan José Castelli (abogado,
criollo), Juan Nepomuceno Solá (sacerdote, español) y José Santos Incháurregui
(comerciante, español), como vocales.
Dicha fórmula proponía mantener al virrey en el poder
con algunos asociados o adjuntos, a pesar de que en el Cabildo abierto la misma
había sido derrotada en las elecciones. Los cabildantes consideraban que de esta
forma se contendrían las amenazas de revolución que tenían lugar en la
sociedad. También se estableció que Cisneros no podría actuar sin el respaldo
de los otros integrantes de la Junta y que se pediría a los cabildos del
interior que enviaran diputados. Los comandantes de los cuerpos armados dieron
su conformidad.
Cuando la noticia fue dada a conocer, tanto el pueblo
como las milicias volvieron a agitarse, y la plaza fue invadida por una
multitud comandada por French y Beruti. La permanencia de Cisneros en el poder,
aunque fuera con un cargo diferente al de virrey, fue vista como una burla a la
voluntad del Cabildo Abierto.
Sin retorno…
En la casa de Rodríguez Peña hubo una discusión entre
los dirigentes civiles y oficiales de los cuerpos, entre ellos: Manuel
Belgrano, Eustoquio Díaz Vélez, Domingo French y Feliciano Antonio Chiclana,
donde se llegó a dudar de la lealtad de Saavedra. Castelli se comprometió a
intervenir para que el pueblo fuera consultado nuevamente, y entre Mariano
Moreno, Matías Irigoyen y Feliciano Chiclana se calmó a los militares y a la
juventud de la plaza. Finalmente decidieron deshacer lo hecho, convocar
nuevamente al pueblo y obtener del cabildo una modificación sustancial con una
lista de candidatos propios. Dicha lista debía cumplir con una condición
indispensable e inamovible: Cisneros no podía figurar en ella.
Por la noche, una delegación encabezada por Castelli y
Saavedra se presentó en la residencia de Cisneros informando el estado de
agitación popular y sublevación de las tropas, y demandando su renuncia.
Lograron conseguir en forma verbal su dimisión.
Durante la mañana del viernes 25 de mayo, una gran
multitud comenzó a reunirse en la Plaza liderados por los milicianos de Domingo
French y Antonio Beruti. Se reclamaba la anulación de la resolución del
día anterior, la renuncia definitiva del virrey Cisneros y la formación de otra
Junta de gobierno. French y Beruti, probablemente, repartieron distintivos
entre los revolucionarios, los cuales, posiblemente hayan sido escarapelas
celestes y blancas, pero de ello no hay prueba alguna. Ante las demoras en
emitirse una resolución, la gente comenzó a agitarse, reclamando: “¡El
pueblo quiere saber de qué se trata!”…
Aquella jornada del 25 de mayo de 1810
cambiaría radicalmente la historia de las Provincias Unidas del Río de la
Plata…
Los hechos narrados en el presente artículo derivarán
en la histórica jornada del 25 de Mayo de 1810, que fuera recreada en la grácil
paleta de Francisco Fortuny.
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