lunes, 15 de febrero de 2021

El prodigioso "Pichón" azuleño

                                     El prodigioso “Pichón” azuleño

 

         Aurelio César López Ocón nació en Azul el 13 de febrero de 1914. Sus padres fueron Aurelio “Lelo” López y Paulina Teresa Rodríguez Ocón. Tuvo una hermana mayor, Paulina Adela -apodada “Meneca”-, y un hermano menor, Eduardo Julio.

Su abuela Francisca María Lucía Arrillaga, casada en segundas nupcias con Paulino Rodríguez Ocón, fue una presencia muy importante afectivamente para César. Por su parte, su abuelo -uno de los primeros periodistas de Azul-, cuando César tenía unos 9 años, lo enviaba a hacer las notas de los circos que visitaban Azul. Por el resto de su vida César recordaría aquello con mucha emoción e intensidad. De hecho, alguna vez en un espectáculo se maravilló con una pequeña daga con una piedra verde que una mujer usaba durante un número. Al dejar la pista, la mujer lo vio tan entusiasmado con la pieza que se la regaló.

Durante su infancia vivió en diferentes lugares de la ciudad, dado que su madre como maestra solía cambiar de domicilio cuando era asignada a otra escuela, recordando con especial afecto una casa en el histórico barrio “La Tosquera”. Luego se mudó a la calle Colón (actual Avenida Carlos Pellegrini), frente a la entrada del Parque Municipal. También vivió algún tiempo en la casa de sus abuelos, una de las más viejas de Azul, ubicada en la Avenida Bartolomé Mitre N° 487, hogar donde plantó un roble que aún subsiste. Viviendo allí entabló un estrecho vínculo con los jóvenes vecinos Otto Freitas y “Peco” López Claro.

 

 

Por bellos caminos…

 

 

Al descubrir el maravilloso mundo de los títeres comenzó a trabajar esporádicamente junto a Aldo Alessandri en el Círculo Católico de Obreros.

A los 18 años, cuando terminó el secundario en la Escuela Normal, César se fue a Buenos Aires para buscar trabajo. Imbuido por el espíritu docente que reinaba en su hogar, en el seno de esa arraigada familia de educadores azuleños, ingresó como maestro de primer grado inferior en la Escuela Normal N° 1 “Mariano Acosta” de la Capital Federal, en la cual ejercería durante los próximos veinticinco años de su vida y luego sería regente del Departamento de aplicación.

En la ciudad de Buenos Aires conoció a Herminia De Robertis quien años más tarde se convertiría en su esposa y madre de sus hijas. Por entonces, su ambición era estudiar Letras, pero por diferentes razones no logró culminar la carrera.

Poco después, junto a su hermano Eduardo Julio y su inseparable amigo Otto, fundó el teatrino itinerante “Trotacaminos”. Andaban de plaza en plaza, de feria en feria…

Hacia 1945, cuando Otto montó su propio retablo (“La Nube”), Herminia pasó a integrar el trio de titiriteros. Con la misma pasión siguieron un hermoso camino trashumante…

Con su “Trotacaminos” recorrió a partir de la década del ’40 gran parte del país, dictando al mismo tiempo cursos para maestros, generalmente con el auspicio de las direcciones de Cultura nacional y bonaerense. Asimismo, fue el presidente fundador de la Asociación Titiriteros de la Argentina (A.T.A.), entidad que nació inspirada por los más nobles propósitos cumpliendo una obra realmente meritoria.

César, apodado cariñosamente “Pichón”, sostenía que el teatro para niños no puede ser “el del ‘alumno’ ni el del niño de la pedagogía, ni el de la puericultura, ni el del ‘hombre del futuro’, ni el del cliente del cotillón, sino el del niño vital, visceral, el del niño auténtico y cierto, y no el del inventado y clasificado por una psicopedagogía petulante y trasnochada. El del niño externo.

El del niño que sueña ‘figuras sin dibujar’ como decía García Lorca, oyendo antiquísimas leyendas populares como son los cuentos clásicos y no danza al son de viejas consejas o sátiras políticas que hoy son rondas populares como Mambrú ni ante las pedagógicas canciones escolares con moraleja y banda rítmica”.

Luego de un largo noviazgo, César contrajo matrimonio con Herminia el 16 de enero de 1950. Dos años después nacería Mónica María, luego Ester María y dos años y medio más tarde, Guadalupe María.

 

 

Azul en el alma

 

 

Dictó la cátedra de didáctica en el curso del magisterio. La capacidad creadora y las inquietudes educativas de César desbordaban el ámbito de la escuela. Sus impulsos lo llevaron a distintas manifestaciones culturales: la poesía, la prosa volcada en el libro, el títere, la música el estudio a fondo de todo lo autóctono en las expresiones del canto, las danzas, costumbres, etc.

Fue un ferviente defensor de los valores culturales azuleños. En una conferencia titulada: “Viaje desde el olvido: Alfredo Rafaelli Sarandría”, que brindó en el Centro Cultural Horizontes de Azul, el 16 de octubre de 1950, se preguntaba cómo era posible que hasta ese momento una sola calle de nuestra ciudad llevara el nombre de un azuleño: Manuel Castellár. Entonces se preguntó: “¿Equivaldría eso a afirmar que hubo un solo hombre digno de ser recordado en una ciudad que desde todo punto de vista, por su tradición histórica, cultural y económica figura entre las primeras de nuestra provincia?”.

Su domicilio solía estar siempre lleno de gente porque César era una persona muy carismática. Siempre había músicos, escritores, titiriteros… gente del a cultura. César era un músico nato. Tocaba muy bien el piano, aunque nunca había estudiado. Le gustaba tocar jazz y algunos tangos de Julio De Caro. Sin embargo, era muy crítico del tango, no lo consideraba música representativa de Buenos Aires, quizá porque repudiaba su origen marginal y prostibulario, y la figura del compadrito. Así lo expresó en su libro “Biografía y antibiografía del folklore” que publicó poco antes de morir.

Tocaba, además, la guitarra y el charango. Armaba las voces de diversos grupos y tuvo su propio grupo folklórico que se llamaba “Llastay”, con el cual cumplió una intensa actividad actuando también en nuestra ciudad, inclusive ante el micrófono de Radio Azul.

En el ámbito familiar, César era un padre muy cariñoso y extremadamente sensible. Le gustaba mucho la música clásica y compraba una colección que se vendía con un disco. Siempre los escuchaba con su hija Guadalupe y los dos terminaban llorando emocionados.

Fue editor de la revista “Trujamán” y de un par de libros de poemas que editó el Centro Cultural Horizontes de Azul. Además resultó autor de numerosas obras que son parte del repertorio de muchos titiriteros latinoamericanos como “El Astrólogo y la Niña”, “El invento Maravilloso” y “La casa embrujada”, que son sus textos más conocidos.

Poeta de vena exquisita, dejó publicaciones como “Trompo de colores” (1946), “El retorno del adolescente” (1951), “La Ventana” y “El hombre cotidiano” (1973), este último presentado en el Teatro San Martín de la Capital Federal, junto con “Biografía y antibiografía del folklore” (prosa), obras que vieron la luz cuando su salud lamentablemente estaba quebrada.

 

 

Amigos y títeres para iniciar la última gira…

 

 

César y su amigo Otto dejaron su huella en Azul. El arte de los títeres en nuestra ciudad quedó signado por una influencia netamente europea. En cuanto a los títeres de guante que manipulaba César López Ocón la influencia provenía de Federico García Lorca y en el caso de Otto Freitas de titiriteros que pasaban por Azul viajando de pueblo en pueblo. De hecho, gracias a la iniciativa de César, Azul fue la primera ciudad del país que tuvo su Semana Nacional del Títere, cumplida desde el 4 al 10 de abril de 1965. Hubo más de veinte funciones en distintos lugares de nuestro distrito, participando titiriteros de renombre nacional e internacional como Javier Villafañe, Ariel Bufano, Pepe Ruiz, Roberto Blanco, Lucho Claysen y el propio López Ocón.

Además de las funciones hubo una exposición, se dictaron cursos y en la Isla de los Poetas del Parque Municipal “Domingo F. Sarmiento” fue descubierto un monolito dedicado a Otto Freitas, en cuyo homenaje fue instituido el 4 de abril como “Día del titiritero”.

Todo esto se debió al puro sentimiento azuleño de López Ocón, quien a pesar de vivir lejos del terruño, nunca estuvo desvinculado del mismo y siempre le preocupó su progreso y sobre todo su avance cultural.

Era un hombre con un carácter fuerte, culturalmente muy inquieto. Era discutidor y amante de la polémica en temas culturales. También era éticamente muy estricto.

Por esas cosas del destino, Aurelio César López Ocón, que era un apasionado folklorista y había escrito sobre el folklore, murió en la ciudad de Buenos Aires el “Día de la Tradición”, el 10 de noviembre de 1973. Fue sepultado en el Cementerio de la Chacarita.

En el sepelio de César López Ocón hablaron los señores Oscar Andreoni, José de Jesús Pérez Ruiz y Pepe Ruiz. El primero de ellos, docente jubilado al igual que el extinto, lo hizo en nombre de los compañeros de magisterio en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta; el señor Pérez Ruiz por los amigos y Pepe Ruiz por los titiriteros.

Esto fue lo dicho por Andreoni:“Quienes tuvimos el privilegio de compartir las tareas docentes con Aurelio César López Ocón, en el viejo edificio de la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, veinte o treinta años atrás, no podremos olvidar jamás la singular personalidad, la extraordinaria eficacia docente, la seriedad y la dedicación de quien durante largos años fuera ejemplar maestro de su primer grado inferior, y que llegara a dirigir como regente, el Departamento de Aplicación, al final de su carrera.

Porque López Ocón poseía un tacto exquisito para tratar a los niños, especialmente a los de más corta edad. Había algo mágico, algo que jamás seré capaz de reproducir con palabras, en esa cordial y respetuosa relación que él sabía establecer con sus alumnos, relación que allanaba todas las dificultades, que solucionaba todos los problemas.

Ahora, vistas las cosas con la perspectiva del tiempo viejo y zumbón, en cuya presencia era más fácil reír que permanecer serio. El chiste agudo, el retruécano feliz, la palabra mordaz pero siempre bondadosa, estaban permanentemente a flor de los labios de ese hombre noble y sensible.

En la contratapa de su último libro de poesías, “Hombre Cotidiano”, que tuve el honor y la pena de recibir de sus propias manos en su lecho de muerte, estampó “es cruel pero esclarecedora perspectiva”, creo atisbar la profunda razón de ese milagro. Todo se debía simplemente a esto: López Ocón era un poeta, un verdadero, un auténtico poeta, y sus alumnos quedaban, desde el primer minuto de clase, aprisionados en la sutilísima red de su poesía, que florecía en amor, en entrega total a la tarea docente.

Pero esa poesía, era bondad y ese amor tenían, en López Ocón, características personalísimas que el conferían un particular encanto. No era el suyo, como podría desprenderse de mis palabras, un espíritu angelical, divorciado de las realidades de la vida cotidiana. Era, por lo contrario, un espíritu tratas palabras, definitorias de su estilo: “Las palabras quieren decir una cosa o la otra. Yo siempre hablo de la otra”.

Volcó buena parte de su actividad en otra forma de estar junto a los niños: el teatro de títeres. Y allí también estampó su impronta.

Recuerdo, en alguna de las pocas obras para títeres que le vi representar que campeaba en ellas el mismo espíritu travieso que caracterizó su vida. Los chicos reían a carcajadas de las ocurrencias de sus personajes. Pero otro tanto hacíamos los grandes, porque también para nosotros había humorismo -y del bueno- entremezclado en la fina urdimbre de sus diálogos.

Sus libros, en los que brilla su fino espíritu poético, siempre agudo y siempre dedicado a señalar males sociales, a fustigar injusticias o a ridiculizar prejuicios, son la imagen viva de su personalidad, inolvidable para cuantos le conocimos y le quisimos.

Este es el López Ocón que yo conocí y a quien rindo hoy, como compañero de tareas, mi último y emocionado homenaje.

No quisiera dejar caer sobre sus restos palabras de las que él reiría, como rió siempre de los convencionalismos y de las solemnidades.

Por eso me limitaré a decirle: ‘Adiós Lopecito. Tus compañeros te recordarán mientras vivan’.”. 

Por su parte el Sr. Pérez Ruiz leyó el poema “El titiritero Otto Freitas anda de gira” que López Ocón dedicó a su amigo de toda la vida. Bellas palabras adjudicables a almas sensibles como la de Otto y la del propio César.

 



EL DATO

Un monolito en la Isla de los Poetas del Parque Municipal “Domingo F. Sarmiento” también recuerda a “Pichón” como un referente artístico.