Cantando misericordias y glorias…
El pasado 15 de octubre se cumplieron 75 años de la bendición de las campanas de la Capilla “Sagrado Corazón de María” del Asilo Buen Pastor (De Paula y Gral. Paz), acaecida en 1946, que por entonces estaba en su etapa final de construcción y sería inaugurada el 9 de noviembre del mismo año.
Por
Eduardo Agüero Mielhuerry
Desde
la nave lateral derecha de la Capilla Sagrado Corazón de María del Buen Pastor,
tras atravesar un angosto pasillo que también lleva a los patios, se encuentra
una escalera que conduce al campanario, cuyo primer piso se
conecta con el coro de dicha nave. La torre, apenas se “despega” del edificio elevándose, posee cuatro
laterales con tres ventanas vidriadas cada uno, separadas éstas por
semicolumnas toscanas aunque no siguen la proporción clásica (éstas son menos
esbeltas). El cuarto tramo, el final, posee ocho laterales habiendo en cuatro
de ellos pares de ventanas semiciegas; remata el sector un techo de tejas
coronado por una cruz y pararrayos. En el interior de éste último tramo se
encuentran dos campanas, las que fueron fundidas en San Carlos Centro,
Santa Fe, en la fábrica Bellini.
La mayor pesa 311 Kg. y tiene grabada la inscripción
“Me
llamo Mercedes y canto las misericordias del Corazón de Jesús -8 de febrero de
1946- En memoria de la señora Mercedes Castellanos de Anchorena”.
La restante, un poco más pequeña, pesa 200 Kg. y tiene grabada
una frase similar: “Me llamo Josefina y canto las glorias del Corazón de María -8 de
febrero de 1946- Homenaje a la señora Josefina Anchorena de Rodríguez Larreta”.
Llevan además la firma de la empresa: “FUNDICIÓN DE J. BELLINI. S.CARLOS CENTRO P. S. FE”.
Ambas piezas, que recuerdan a las
benefactoras de todo el complejo, fueron bendecidas -en el Altar de la todavía
no inaugurada Capilla-, el 15 de octubre de 1946 por monseñor Santiago
Rava. Fueron apadrinadas por José R. Piazza y su esposa Josefina
Maschió, Francisca D. de Egyptien, Silvano Saloy, Federico Piazza y su
esposa Celina Etchepare, Balbino Félix Zubiri y Josefa
Amelia “Cofa” Elizagaray. Días más tarde fueron emplazadas en el
campanario.
Como se recuerda en el “Libro de Fundadores y Bienhechores…”,
una vez más “Cofa” sobresalió:
“La Comisión
patrocinadora, presidida siempre por la abnegada señorita J. Amelia Elizagaray,
ha aumentado este año sus prodigalidades con la Casa. En el mes de septiembre
nos entregó $3.000 del resultado de la feria anual de comestibles. Como de
costumbre dieron el 8 de julio el almuerzo a nuestras niñas, preparándoles todo
y sirviéndolas ellas mismas. Con ocasión de la bendición de las campanas para
nuestra iglesia, buscaron los padrinos para la ceremonia y después de ella,
sirvieron a los invitados un pequeño lunch adquiriendo todo lo necesario y
atendiéndolos con la mayor diligencia y solicitud. Nos prestaron también su
ayuda con ocasión de las fiestas de la bendición de la iglesia, procurando e
invitando a los padrinos de las imágenes y preparado todo lo necesario. Envían
siempre las flores para adornar el Altar y en muchas oportunidades han enviado
frutas, dulces, empanadas, floreros, lana para tejer alfombras del coro, 3.000
kilos de leña, pavos, gallinas, helados, etc. Entre todas estas abnegadas
señoritas descuella siempre por sus atenciones y solicitud incansable la
señorita Elizagaray a quien nunca podremos retribuir todo lo que hace por esta
Casa.”.
Campanas Bellini
A fines del siglo XIX, el italiano piamontés Juan
Bautista Bellini llegó a
Por entonces, en la localidad se construía la
iglesia de San Carlos Borromeo. El encargado de la obra, Félix
Francia, infructuosamente buscaba entre los campaneros porteños a
alguien que confeccionara sus idealizadas campanas. Todos fracasaban. Sin
mayores expectativas, casi desanimado, le solicitó a Juan Bautista Bellini que
le fundiera una en su taller. El resultado fue satisfactorio y aquél
desafío terminó guiando el destino de Juan Bautista quien desde entonces se
abocó por el resto de su vida a moldear campanas.
El sistema de fundición que utilizó fue el “moldeo
a la cera perdida”, que es una técnica milenaria en que las
distintas capas del molde se cubren por dentro con cera y ceniza,
para que no se peguen al desmoldar cuando se cocina en el horno
de barro. Éste método permite obtener moldes de extrema
nobleza que dan una calidad musical perfecta. Cada campana tiene su
propio molde hecho con una mezcla de barro, crines y estiércol de caballo, lo
que evita que se agrieten. La matriz se quema con carbón de leña en un horno
hecho con ladrillos. Pero como el molde no es muy fuerte, para evitar que la
presión del metal lo quiebre, se lo coloca en una fosa de tierra con la boca
hacia arriba. Lugo se le vuelca el metal caliente y se lo deja al menos una
semana para que se enfríe. Cuando el molde se desentierra se rompen sus
capas exterior e interior. La campana se pule con una mezcla de agua
y ladrillo molido y se le aplican adornos en relieve.
El tono plateado de las campanas recién
terminadas se debe al estaño. El matiz dorado que se ve en algunas es por
su antigüedad, ya que el estaño se va degradando con el tiempo y
prima el color del cobre.
Hoy, la
cuarta generación de campaneros Bellini mantiene la única
fábrica artesanal de campanas de Latinoamérica.
La tercera…
Hace
algunos años se agregó al campanario una tercera pieza, denominada “Santa
María”, que se hallaba en una de las galerías del segundo patio del
Convento, donde se encuentra la estatua de San José.
Desde
los inicios del Asilo, la campana era utilizada internamente por las
religiosas; de acuerdo a la cantidad de campanazos, siguiendo un código
preestablecido de “toques”, se requería la presencia de una u otra religiosa.
La misma
tiene la leyenda “S. María ora pro nobis” (Santa
María reza por nosotros) y fue fundida en Milán, Italia, por “Ditta
Fratelli Barigozzi” (Firma
Hermanos Barigozzi) tal como lo atestigua el sello de la empresa. Posee
además grabada una imagen del Buen Pastor.
A pesar
de que el campanario estaba preparado para contener tres campanas, ésta se
mantuvo a la intemperie, sobre el techo de la galería por más de sesenta años.
Recién se la colocó en el lugar vacante en el campanario para resguardarla como
parte del patrimonio de la Capilla cuando las religiosas dejaron el Convento.
Campanas Barigozzi
En 1852
los hermanos Barigozzi, Ermanno (1805-1882) y Prospero
(1807-1866), compraron la Fundición Napoleónica Eugenia
(bautizada así en homenaje a Eugenio de Beauharnais, virrey del Reino de
Italia), junto con unos terrenos aledaños a los espacios industriales, en el
antiguo convento de la iglesia de Santa María Alla Fontana, en el distrito de
Isola, Italia.
La
familia tenía una tradición centenaria como fundidora. Domenico, el padre de los
hermanos, a finales del siglo XVIII trabajó en la fundición del Arsenal en
Venecia hasta que, cuando llegó Napoleón, se trasladó a Bolonia para el
mantenimiento y reparación de campanas. Gracias a la invención de una técnica
innovadora para reparar las campanas y restaurar su sonido, Domenico recibió la
medalla del Instituto Lombard de Ciencias, Letras y Artes de Milán en 1822.
Sus hijos, siguieron su camino y lograron ser reconocidos también con una
medalla de plata por el mismo Instituto en 1834, tras lograr campanas más
livianas y con características de excelente sonoridad.
En 1860,
el negocio de fundición de hierro se trasladó de Pavía a Milán. En el interior
de la fundición se fabricaron pedales para máquinas de coser, tapas de
registro, columnas ornamentales y piezas mecánicas.
En 1866,
a la muerte de Prospero, sus hijos Ermanno Secondo y Silvio
continuaron el negocio familiar. Los dos hermanos colaboraron juntos hasta
1908, año de la división: la producción de las campanas y la fundición de
bronce quedó en Ermanno Secondo, la fundición de hierro fue confiada a Silvio.
Las
campanas producidas estaban destinadas en su mayoría a localidades lombardas y
piamontesas, sin embargo no faltaron encargos para distintas partes del mundo.
Posteriormente
la actividad de la fundición en Milán pasó al hijo de Ermanno Secondo, Prospero
y más tarde a sus hijos, Ermanno y Gian Luigi.
El
prestigio de los Barigozzi alcanzó altos niveles. Se expandió más allá de las
fronteras nacionales e inclusive continentales, enviando campanas a Congo,
Somalia, Kenia, Rodesia, India, Birmania, Japón, Malta, Libia, Brasil y
Argentina. Justamente en nuestro país, en el sitio más icónico donde pueden
hallarse obras de los Barigozzi es en el campanario occidental de la Basílica
de Nuestra Señora de Luján, donde hay dos campanas manejadas a mano por
cuerdas, que son las que producen los toques de duelo, y fueron fabricadas por
la firma italiana con cañones de guerra de 1914, llegando a nuestro país en
1921.
La
empresa cerró sus puertas en 1975. Más de treinta años después,
en 2007,
nació el “Museo Ditta Fratelli Barigozzi”, en Milán.
EL DATO:
El presente artículo es una síntesis del capítulo correspondiente al libro “‘Yo soy el Buen Pastor’. Breve historia de la Capilla ‘Sagrado Corazón de María’ de Azul”, que el autor presentará el próximo 9 de noviembre en dicho templo.
El delicado campanario de la Capilla apreciado desde uno de los patios del Asilo del Buen Pastor.