domingo, 12 de abril de 2020

El año en que todo comenzó...

El año en que todo comenzó…

Por Eduardo Agüero Mielhuerry


El 5 de abril de 1832, el gobierno de la provincia de Buenos Aires y el agrimensor Francisco Mesura celebraron un contrato por el cual éste último debía ejecutar en el Arroyo Azul trabajos de mediciones consistentes en:

1°) Traza del Nuevo Pueblo del Arroyo Azul (…)
2°) Mensura y distribución de las suertes de estancia (…)

El 9 de junio de 1832, el gobernador bonaerense Juan Manuel de Rosas puso en vigencia el decreto de su antecesor Viamonte por el que se concedían tierras “en propiedad”, suspendiendo, en consecuencia, la aplicación de la Ley de Enfiteusis. Sesenta leguas cuadradas  en torno al Fuerte Federación y cien leguas cuadradas en torno de las nuevas guardias Argentina, Blanca y Mayo serían concedidas a través de suertes de estancia. A los tradicionales argumentos de colonizar militarmente la frontera se sumaba ahora otro de valor político: premiar a los partidarios de Rosas.
El Decreto (Registro Oficial – Libro II) establecía:
“Estando dispuesto por el Decreto dar y recibir, bajo las condiciones determinadas en él, suertes de estancias en propiedad, compuestas cada una media legua de frente, y legua y media de fondo en la nueva línea de frontera, en el Arroyo Azul (…). El Gobierno ha acordado y decreta:
Art 1: Para el repartimiento cómodo de la tierra en propiedad, entre los pobladores que concurriesen a establecerse bajo protección del Fuerte Federación, se adjudican a éste cuatro leguas de ejido a cada uno de los cuatro vientos principales, de modo que el ejido forme un cuadrado de ocho leguas de largo.

Rosas estableció la necesidad de constituir una población regular en el Arroyo Azul para la puesta en producción agropecuaria y la defensa del nuevo territorio oficial frente a las comunidades nativas, con las cuales inició una política conciliatoria de “negocios pacíficos con los indios”. Estas comunidades fueron numéricamente importantes, tanto en capacidad militar como en estructuras familiares, y su alianza con el gobierno contribuyó a generar una coyuntura relativamente estable en la frontera durante el período rosista.
            El Gobernador otorgó cuatro leguas de tierra para la construcción del ejido del pueblo, que no se permitiría que fuesen disputadas por los pobladores. Se propuso la anulación de los derechos de los enfiteutas, cuyas tierras estuvieron comprendidas en el área del ejido, a cambio de su compensación con una o dos “suertes de estancias” en propiedad. Los donatarios de las suertes, además de ser mayoría en la estructura agraria local, fueron autoridades, parientes directos de Rosas y productores pequeños y medianos provenientes de distintas regiones de la campaña.
            En Azul el pueblo se estableció sobre el área ocupada por las tribus de Venancio.
En diciembre de 1832, el coronel de milicias Pedro Burgos, amigo y compadre de Rosas, fue el primer encargado de distribuir las “suertes de estancias” y una autoridad importante como Juez de Paz. Salió de su estancia Laguna de los Milagros, en la zona del Salado, desde donde un colaborador suyo escribió una primera carta a Rosas detallando los preparativos y haciendo consultas, e inició el viaje hacia el Arroyo Azul.
El agrimensor Mesura tuvo a su cargo proyectar la formación del pueblo y enclavar el primer jalón en lo que actualmente es la Plaza San Martín. Dibujó los planos y redactó una memoria explicativa de éstos, que son la descripción del comienzo del poblado. Asimismo, dividió los terrenos adyacentes en chacras y suertes de estancias para ser repartidos entre los primeros pobladores.
            El fuerte estaba situado en el lugar que hoy ocupa la Municipalidad, rodeado por un foso. Tenía paredes de adobe, cuatro cañones y un mangrullo. Enfrente estaban la plaza principal, la capilla (en el mismo lugar donde hoy se erige la Catedral) y al lado de ella la escuela y el antiguo Juzgado de Paz. Los ranchos eran de adobe con techo de paja y pisos de tierra.


Las misivas del génesis


En dos cartas dirigidas por Mesura al gobernador Juan Manuel de Rosas, le brinda a su “Patrón” interesantes detalles del incipiente Azul. Ambas fueron fechadas el 3 de enero de 1833:

“…Comisionado por V.E. para la traza del Pueblo y Suertes de Estancias en el Arroyo Azul, di principio a la operación el 6 del próximo pasado y el veinte del mismo quedó concluida la parte del Pueblo encerrada en el foso que comprenden doscientos ocho solares de 50 varas de fondo  con igual frente. Al mismo tiempo que hacía la delineación, el Sr. Comandante Don Pedro Burgos fue formando los edificios públicos que son: Iglesia, Casa para el Cura, Cuartel para la tropa, Escuela y cincuenta y dos ranchos para pobladores entre los que se encuentran ya tres Comerciantes. A los 15 días de mi llegada ya este parecía un pueblo; lo que es increíble; pero no estando concluido todavía el foso que debe guardarlo, la noticia de una invasión de indios ha puesto en la necesidad al Señor Comandante de Zanjear la plaza a fin de que los pocos pobladores con que cuenta únicamente para su defensa se reúnan en ella en caso necesario. La noticia de esta invasión ha causado demora en mis trabajos, los que me ha ofrecido el Sr. Comandante se continuaran en el momento que sepa algún resultado.
He creído de mi deber cuenta a V. E. del estado de mis trabajos y las causas que tengo para no proseguirlos por ahora. Dios nuestro Señor guíe la importante vida de V.E. muchos años. Pueblo nuevo en el Arroyo Azul a distancia de la Sierra como a seis leguas a N.E…”.

La segunda, redactada en un tono más “afectivo” brinda otro tipo de detalles:

“…Mi más estimado Patrón y Señor, de todo mi aprecio, hasta la fecha no me he atrevido darle cuenta de la comisión que se ha servido encargarme; lo hago ahora porque creo, debo ya hacerlo, y será con sujeción al diario que llevo desde mi salida de esa Capital, en el cual he anotado todo para darle cuenta exacta y clara de todo y en caso de que el Superior Gobierno desease verlo todo, hallar una razón de todo, como igualmente anotación de algunos gastos hechos en la formación del nuevo Pueblo.
El día veinte del próximo pasado, he concluido con la formación del Pueblo, delineación del foso, formón del potrero y demarcación, y amojonamiento del terreno del Ejido del Pueblo. Y cuando me hallaba pronto para dar principio a la formación de las Suertes de Estancias; resultó una novedad de Indios, enemigos, que según noticias recibidas de Comandante del Tandil, han entrado por la Sierra de la Ventana, y tomaron para el Norte, a los cuales iban persiguiendo, el Coronel Valle, y Delgado, siguiéndoles el rastro, más nosotros hasta la fecha nada sabemos del resultado, más estando con tan pocas fuerzas como nos hallamos, nos fue de precisa necesidad zanjear la Plaza para nuestra defensa, en caso necesario, lo que se verificó un poco más de un día, no puede creerse con que prontitud el Señor Comandante D. Pedro Burgos, ha formado los cuarteles, la Iglesia, casa para el Cura, Casa de Escuela, y cincuenta y dos ranchos, entre vecinos, comerciantes y demás, como así mismo el foso y potrero, que van bastante adelantados, mas como según el número de pobladores que se han presentado para poblar excedía a mayor número de los solares que se consideraban bastante; fue necesidad dar mayor distancia, al foso de aquí es que ahora quedan dentro del foso, doscientos ocho pobladores, o por ahora solares de a cincuenta varas de frente por igual de fondo, más las bocas calles, que son de a diez y seis varas de ancho, el Potrero está formado al costado del Nordeste del pueblo y foso.
La situación del Pueblo no puede ser mejor, es una llanura extendida y hermosa, que distara de la Sierra como de cinco para seis leguas, la tierra es hermosa, el agua del pozo superior y dulce, la del Arroyo lo mismo, la Plaza del Pueblo dista del arroyo poco más de quinientas varas. El terreno del otro lado del Arroyo es igualmente hermoso y lo es también el que ocupa el Ejido del Pueblo. Por último mi amado Patrón, no puede ser mejor, sólo tiene una falta que es la de no tener leña; sólo un poco de Mostaza a la costa del Arroyo y nada más, pero el tiempo dará leña.
Yo por mi parte, por un modo, mucho me alegro de que haya salido del Purgatorio en que ha estado padeciendo tanto tiempo y le consumía la salud. Ahora trate de descansar, pero siempre alerta, pues si nos llega a faltar, verdaderamente quedamos perdidos. Cuídese bien que hace falta a muchos. Yo a Dios Gracias, hasta la fecha no he tenido novedad, solo si no muy contento por verme parado, pues la gente que tenemos es muy poca y lo que ha hecho su Compadre en quince días nadie lo ha de creer, pero así ha trabajado, este lugar ya es un Pueblo en población; ahora estamos esperando el resultado de los Indios para marchar a la formación de las Suertes de Estancias que para ellas hay muchos pobladores. Yo le estimaría me dijese si siempre debo pasar al Tandil, pues en tal caso es necesario de que me remita el Plano, como ha quedado de hacerlo, pero si es de su agrado que por ahora no pase, y dejar aquellas operaciones para más adelante, yo no haré más ni menos que lo que se digne ordenarme.
Igualmente le incluyo el oficio dando cuenta al Gobierno de las operaciones que hasta la fecha se han practicado, para que si le pareciera que debo hacerlo, me hará la gracia de cerrarlo y mandarlo entregar,  y si no fuese de su agrado, hágame el bien de retirarlo, pues yo no quiero hacer más nada que lo que sea justo, pues estando todo a su modo de pensar, quedo enteramente satisfecho, pero muy bien sabe de que siempre le he sido obediente y lo he respetado y respeto como a mi Padre, y que no tengo otro Padre sin a Usted, que siempre ha sido mi favorecedor y yo seré agradecido y fiel hasta la Muerte, y no quiero nada más que lo que fuese de su agrado.
Muchísimas expresiones a mi Amada Patrona y de más familia, como igualmente a su Señor Padre y a su Señora Madre, como igualmente al Sr. Dr. Vicente de Maza. Quedo esperando sus Instrucciones y que me ordene en cuanto fuera de su agrado a este humilde súbdito, que le ama y ver desea.
PD: Le dice su compadre Don Pedro Burgos que por manos del Sr. Elías Galván, ha tenido noticia de que pronto le remiten las Campanas para la Iglesia y así le suplica que con ellas se le remitan tres horcones de Ñandubay fuertes para colocarlas pues aquí no hay como poderlo hacer, cuyos horcones deberán tener como de cuatro varas solo el que se ha de atravesar que puede ser como de  a tres a tres y media vara vale.”.


Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul


Cuando Juan Manuel de Rosas habla de la fundación del Azul, no toma para sí todo el mérito de la misma, sino que, reconociendo el esfuerzo y los acertados arbitrios de su colaborador, le aplaude que se haya situado sobre el Arroyo Azul, acepta las indicaciones y pedidos que Burgos formula y le recomienda que “anime a todos los pobres que considere ser conveniente que vayan a acompañarle bajo la seguridad de que la obra ha de ser buena y segura”.
Adoptando para el reparto de las tierras el modelo de Suertes de Estancias, el Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul fue erigido, además, para servir de protección y nucleamiento de los nuevos pobladores. En este punto es importante destacar que hablamos de “nuevos pobladores” sobreentendiendo la existencia de previos, los cuales estaban atomizados por la zona, e incluso en un asentamiento conocido como “San Benito” (quizás una colonia negra), en lo que es la zona del actual Balneario Municipal “Almirante Guillermo Brown”.
Como signo de preocupación ante los malones, a la planta originaria en forma de damero, con múltiples solares, Mesura la enmarcó en profundos y anchos fosos que tenían como respaldo occidental el arroyo y abarcaban las que hoy son las avenidas: Presidente Juan D. Perón, 25 de Mayo y Bartolomé Mitre.
La Plaza Mayor no era más que un alfalfar en el cual pastaban los caballos del Ejército y se detenían las carretas de provisiones o viajeros, por eso también se la conocía como “Plaza de las Carretas” (aunque asimismo había otras que cumplían idéntica función en las afueras del pueblo). En torno a ella se comenzaron a erigir los edificios necesarios para la administración y el culto, el cuartel, la habitación del cura, ranchos y tres locales comerciales. En la actual Plazoleta “Adolfo Alsina” (a la izquierda del Palacio Comunal), se levantaba el faro de vigilia del mangrullo.
Desde el acto de la fundación del pueblo, Pedro Burgos ejerció las funciones de Juez de Paz y Comandante militar del punto y de la frontera del Arroyo Azul, hasta el año 1836. Tuvo a su cargo, en esos tiempos, a pesar de su condición de analfabeto, todas las actividades civiles y militares indispensables para la organización y administración del nuevo y modesto núcleo urbano.


El sable del Restaurador de las Leyes


En 1834, tras su regreso del mal llamado “desierto”, el general Juan Manuel de Rosas llegó a la Plaza Mayor del Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul, donde se instaló con su Ejército.
Durante su estadía en el mismo, Rosas depositó en la modesta capilla rancho, al pie de la imagen de Nuestra Señora del Rosario, la espada que había ceñido durante las operaciones, junto a dos espigas de maíz adornadas con cintas color rojo punzó, siendo ambos símbolos inconfundibles de “la Mazorca”.
Algún tiempo después, el comandante Pedro Burgos, le escribía a doña Encarnación Ezcurra expresándole:

“Este pueblo tiene el honor y la gloria de conservar la invencible espada que ceñía el Señor General en Jefe del Ejército de la Izquierda, el Héroe del Desierto, con la que triunfó de los amotinados del primero de diciembre y restableció el imperio de las leyes. Ella es, Señora, y será sostenida con noble orgullo por todos los que habitan en Azul de este vecindario, que no atina el ajustado encomio con que debe congratular a ese Ilustre Ciudadano, y exprimirle todos los sentimientos plausibles de su reconocimiento, puesto que no es dable que miren sus constantes sacrificios sin aquel agradecimiento digno del respeto con que la admiración suele acercarnos a los portentos. Ella, (repetimos) será una garante para las generaciones más remotas de su brillante empresa a los desiertos del Sud, inmortalizará su memoria”.

Sin embargo, la historia cambió su rumbo. Se asegura que el arma permaneció muchos años en el lugar; luego se la colocó en el segundo templo que tuvo Azul, el cual reemplazó a la capilla rancho y allí permaneció, incluso después de la caída de Rosas.
Años después, el general Manuel Escalada (cuñado del general José de San Martín) quien vivió algún tiempo en Azul y fue el fundador del barrio Villa Fidelidad, propuso la construcción de un nuevo templo en reemplazo de la Iglesia que databa de la época de la fundación, y que se encontraba casi en ruinas.
Así, aunque demorada la iniciativa por los vaivenes políticos, en 1862, cuando era imprescindible recaudar fondos para el nuevo templo, la espada de Rosas fue vendida en $ 250 al vecino Manuel Vega Belgrano (sobrino nieto del creador de nuestra Bandera). Éste, luego, la entregó al Museo Público de Buenos Aires como donación.


Un particular homenaje


            La Honorable Legislatura de la Provincia de Buenos Aires designó a Juan Manuel de Rosas como gobernador, otorgándole el ejercicio de las “facultades extraordinarias” que él considerara indispensables para asegurar la paz interior, defender la Religión Católica y la Causa Nacional de la Federación, proclamada por los pueblos de la República.
            Como ocurrió en la ciudad de Buenos Aires, también los habitantes de los pueblos, guardias y fortines de la campaña celebraron el acontecimiento.
La mañana del 25 de septiembre de 1835 comenzó con el oficio de la solemne Misa. En el precario templo del Azul, sobre una silla “perfectamente adornada” fue colocado un retrato del general Juan Manuel de Rosas que había sido traído desde Tapalqué por el coronel Bernardo Echeverría y el cacique Juan “El Viejo” Catriel, acompañados ambos en la ocasión por una nutrida caravana de comerciantes, hacendados y vecinos de la zona, como así también caciques, capitanejos e indios amigos.
Concluidos la Misa y el posterior Te Deum, el retrato de Rosas fue sacado del Templo y paseado en triunfo por las inmediaciones de la Plaza Mayor. El escuadrón del teniente coronel Capdevilla, montado en soberbios caballos, armado de larga lanza y vistiendo poncho, chiripá y gorro punzó, levantaba exclamaciones de admiración.
Pasado el mediodía se sirvió una comida en la que reinó la más cordial camaradería.
No obstante lo sucedido, al día siguiente, reconocidas mujeres de la sociedad azuleña pasearon el retrato de Rosas sobre un carro triunfal por las calles del pueblo, avanzando entre sones musicales. Entre las damas sobresalían por su prestancia: María Trinidad Ponce de Miñana, Melchora Medina de Artalejo, Lorenza Almirón de Preciado y Sebastiana de Echeverría.
Luego hubo un gran baile popular y entre tanto se pronunciaron encendidas arengas a favor del Gobernador y su esposa, doña Encarnación Ezcurra. La nota emotiva de los festejos estuvo dada por el discurso del cacique Catriel.
Los festejos federales del Azul mostraron a propios y ajenos su confianza en el “Restaurador de las Leyes”.

 Coronel Pedro Burgos (retrato tentativo)

 

Juan Manuel de Rosas

1 comentario:

  1. Interesante historia, el paso x nuestra ciudad de los proceres en el inicio de la nuestra querida ciudad

    ResponderEliminar