domingo, 12 de abril de 2020

La “Revolución del Parque” y de la Plaza

La “Revolución del Parque” y de la Plaza



Por Eduardo Agüero Mielhuerry


El 12 de octubre de 1886 Julio Argentino Roca entregó los atributos presidenciales a su sucesor y concuñado, Miguel Juárez Celman. Sin embargo, éste comenzó a distanciarse de su antecesor, buscando construir su propio “poder”, y su gestión no tardó en ser calificada por los opositores como “unicato”, como denuncia de su autoritarismo.
El 3 de noviembre de 1887 el Gobierno sancionó la ley de Bancos Nacionales Garantidos, por la cual autorizaba a los bancos a emitir billetes a cambio de realizar un depósito en oro en el Tesoro Nacional; por el cual, se entregaban títulos públicos contra los que la entidad bancaria emitía moneda. La irresponsabilidad fiscal y la desmesurada emisión dispararon una inflación descontrolada. Los bancos de las provincias de Tucumán, Salta, Mendoza y Buenos Aires, entre otros, emitieron moneda de curso legal. Este festival de emisiones provinciales y privadas se detuvo recién en 1890, cuando el Gobierno de Carlos Pellegrini estableció una Caja de Conversión.
A partir de 1888 se fue agravando la crisis económica. Huelgas, acusaciones de corrupción, privatizaciones y persecución a opositores y sectores religiosos, comenzaron a ser moneda corriente en la Argentina.
En junio de 1890 el Estado argentino entró en cesación de pagos. El principal afectado fue el legendario “Baring Brothers Bank”. Los capitales dejaron de fluir hacia el país y empezó una importante corrida bancaria y bursátil que desplomó los valores de la Bolsa y dejó a varios bancos en estado desesperante.
El abogado Francisco Barroetaveña, desde el diario La Nación, condenaba la arbitrariedad y los abusos del régimen, mientras que llamaba a los jóvenes a oponerse a sus designios. El 1 de setiembre de 1889 convocó a un gran mitin en el Jardín Florida (en la intersección de las calles Florida y Córdoba, en Buenos Aires), constituyéndose la Unión Cívica de la Juventud, en contraposición al Partido Autonomista Nacional.
Urgía armar un movimiento político más amplio para dar cabida a todos los opositores al juarismo. Ello tuvo lugar en otro importante mitin celebrado el 13 de abril de 1890 en el Frontón Buenos Aires, donde se fundó la Unión Cívica. Allí convergieron los activistas católicos, los viejos conservadores, los cívicos juveniles y los futuros radicales. El acto terminó con una gigantesca marcha hacia Plaza de Mayo, encabezada por Bartolomé Mitre, Leandro N. Alem, José Manuel Estrada, Vicente F. López y Aristóbulo del Valle tomados del brazo. El resultado fue la renuncia masiva de todos los ministros de Juárez Celman, impactados por la magnitud de la movida que se avecinaba.
El siguiente paso fue conformar una Junta Revolucionaria para dirigir el movimiento, que entró en combinación con la Logia de los 33 Oficiales, grupo secreto del Ejército que daría apoyo armado a la sublevación. Uno de los miembros de esta logia era un subteniente salteño de veintidós años llamado José Félix Uriburu (quien irónicamente depondría a su camarada de la Revolución del Parque, Hipólito Yrigoyen, cuarenta años después).


El día señalado


La revolución estallaría el 21 de julio de 1890 en el Parque de Artillería (Talcahuano entre Lavalle y Tucumán). Allí se instalaría la Junta Revolucionaria, desde donde se comandarían las operaciones. Simultáneamente, la Armada bombardearía el cuartel de Retiro y la Casa Rosada. Entre tanto, milicianos armados capturarían al presidente, al vicepresidente, al presidente del Senado (Julio A. Roca) y al ministro de Guerra, Gral. Nicolás Levalle. Luego, cortarían las comunicaciones postales, telegráficas y ferroviarias.
Al día siguiente, Campos y otros oficiales golpistas fueron detenidos. En consecuencia, el movimiento se postergó para el 26 de julio. A la madrugada de ese día llegaron al arsenal del parque cientos de efectivos y ciudadanos complotados. Adentro se encontraron personalidades que después serían célebres: Juan B. Justo, Marcelo T. de Alvear, Hipólito Yrigoyen, Lisandro de la Torre y José Félix Uriburu.
Los civiles complotados empezaron a lucir boinas blancas, antes de apostarse con las armas que acaban de sacar del parque, en los edificios de las proximidades. Este atuendo llegaría a ser luego distintivo característico del radicalismo.
El Parque de Artillería parecía una fortaleza. Se formaron barricadas y cantones en las proximidades.
Julio A. Roca y Carlos Pellegrini aconsejaron a Juárez Celman abandonar la capital, dejar la defensa en manos del Gral. Levalle y del vicepresidente. Durante el sábado 26 y el domingo 27 de julio tuvieron lugar choques armados importantes en las proximidades de la Plaza Lavalle. Se luchó también en algunas unidades de la Marina.
Yacían varios centenares de muertos en las calles. Los líderes de la asonada discutían y no se ponían de acuerdo. Ese domingo se hizo un alto el fuego. Los mitristas y antiguos conservadores querían llegar a un arreglo con el ex presidente Roca. Los jóvenes dudaban. Los futuros radicales querían continuar la lucha. Para el 28 de ese mes los alzados pidieron un armisticio que Pellegrini se apresuró en conceder. El 29 se firmó una capitulación en el Palacio Miró. Leandro Alem y algunos cívicos fueron los últimos en salir del Parque…
Al retornar Juárez Celman a la Capital debió renunciar. Completaría su mandato el vicepresidente Carlos Pellegrini. Al tiempo, las diferencias entre la facción mitrista y los seguidores de Alem hicieron eclosionar la Unión Cívica, que terminó partiéndose en dos: Unión Cívica Nacional, los primeros y Unión Cívica Radical, los últimos.


Los sucesos en la Plaza Colón de Azul


Los sucesos acaecidos en la ciudad de Buenos Aires el 26 de julio de 1890, en lo que se conocería como la “Revolución del Parque”, lograron un eco casi inmediato en la comunidad azuleña.
En su edición del sábado 9 de agosto de 1890, el periódico local “El Pueblo” calificó a la manifestación producida el jueves 7 como un “…Cabildo Abierto en la plaza pública…”, vivando a la Unión Cívica, a Bartolomé Mitre, Aristóbulo del Valle y Leandro N. Alem.
La crónica publicada pinta con simples pinceladas un suceso nunca visto hasta entonces en la Plaza Colón o el pueblo en general. Asimismo, en ediciones posteriores describe con diversos detalles las solemnes honras fúnebres a los caídos en el Parque y los actos de homenaje en la Sociedad Francesa, Suiza, Filantrópica Italiana, Hermanas de los Pobres, Garibaldina, Círculo Napolitano, Logia “Estrella del Sud” y Club Unión. Agrega también que hubo colectas para los familiares de las víctimas, cooperando la Compañía de Declamación y Zarzuelas con una función en el Teatro Unión, la Unión Cívica con un almuerzo en el Café de los Catalanes, el Club con un baile y el Prado Español con reuniones populares.
            El periódico informaba:

MANIFESTACION DEL JUEVES
Si tuviésemos motivos para creer que en el Azul no existe ahora como en otros tiempos el sentimiento del deber encarnado como un culto en cada uno de los hombres que lo componen como entidad social, la magna manifestación del jueves a la noche (…), nos probaría que fundábamos en un error nuestro aserto, confundiendo el reposo del fuerte, la confianza en si mismo, la altiva arrogancia del león por el mutismo y el sosiego de los pobres de espíritu.
Ha sido en efecto una prueba de civismo y fortaleza la manifestación que nos ocupa, grande por su número, grande por su composición, por sus propósitos y hasta por su manera de producirse a modo de cabildo abierto en la plaza pública.
Pequeños, cuan ridículos se deben contemplar los funcionarios públicos que no cuenta con las simpatías calurosas del pueblo en presencia de estos majestuosos sentimientos de la opinión libre y altivamente manifestados.
Que pensamientos glaciales bajarían de la cabeza al corazón del Dr. Juárez Celman, por ejemplo, si este remedio ridículo de tirano recorriese las calles de la populosa Buenos Aires y presenciase los regocijos del pueblo soberano que festeja su caída olvidándose del suelo y del hambre por que le dan vigor y alientos el entusiasmo y la alegría!
Algo de este aprendizaje moral podrían cosechar a posteriori nuestras autoridades locales (ellas que son afectas al presidente derribado) midiendo su pequeñez ridícula y pretenciosa ante la majestad imponente de la manifestación que nos ocupa.
El vecindario del Azul ha hecho ya los funerales populares en plena plaza Colón a las víctimas de la revolución en cumplimiento de un deber del que nunca excusaron los buenos. Haciendo justicia a los iniciadores de este nuevo estado de cosas vivando sus nombres con entusiasmo nacido del corazón, y ha discernido honores en medio de presagios halagüeños a los encargados de dar cima al pensamiento de los revolucionarios de la invicta, de la noble, de la grande Buenos Aires. El pueblo del Azul ha cumplido, pues, con su deber.
Los iniciadores de la manifestación: A las 2 de la tarde del día jueves promovieron la idea de celebrar públicamente el triunfo de la buena causa de los señores Eufemio Zavala y García y Juan I. Reyer. A esa hora misma se pusieron al habla con el redactor de EL PUEBLO, señor Manuel Chans, y pocos minutos después un millar de boletines circulaba por la ciudad invitando al pueblo a congregarse a las 7 y media de la noche en el centro de la plaza Colón.
A las 7 menos cuarto ya estaba la plaza y sus cercanías repletas de gente.
Se oía ese zumbido peculiar de las multitudes, que parece que bate el aire con notas de himno.
A la hora de la cita dos mil personas habían respondido con su presencia al simple llamado de una docena de caballeros que suscribían la invitación.
Y se empezaban a oír los primeros vítores mezclados al estruendo de la pólvora y a los ecos de la música.
Bien por los curas: Una comisión de vecinos se acercaba a las 4 de la tarde al cura párroco para pedirle que echase las campanas a vuelo en los momentos de la manifestación.
Lo que siento, contestó el patriota sacerdote, es no tener más campanas y una torre más alta para llevar más lejos la voz del regocijo del pueblo libertado.
Y sonaron las campanas desde las 7 hasta las 9 de la noche, llevando a los ánimos esa alegría infantil que evocan los repiques de la iglesia, sin duda por que despiertan recuerdos de niño que duermen como jilgueros con la cabecita debajo del ala.
Buen orden y cultura: A pesar de no haber sido posible regimentar la manifestación, tanto por sus formas grandiosas cuanto por el escaso tiempo de que se dispuso para prepararla, ella demostró la mayor cultura y el orden más completo en medio del mismo desorden.
Ni un grito malsonante, ni una voz descompuesta, ni una acción repelente, ni nada que desdijese de la cultura del pueblo azuleño.
Admira que el débil cerco que resguarda los jardines de la plaza Colón haya sido suficiente a contener aquel gentío inmenso sin que se hollase una sola planta ni se causase en nada el menor desperfecto.
Las bandas de música: Espontáneamente se ofrecieron para concurrir y animar con su presencia a la manifestación las dos bandas de música del pueblo, de la Sociedad Garibaldi una y del Círculo Napolitano la otra. Su concurso decidió el éxito de la gran fiesta, pues es sabido que la música predispone los espíritus a las grandes alegrías.
Merecen calurosos elogios por su desinteresado concurso y por la excelente ejecución de su repertorio.
Los comerciantes: Más poderosa que la ordenanza municipal ha sido para los comerciantes la modesta invitación de la comisión de fiestas para clausurar sus casas durante el tiempo de la manifestación.
Todos, sin ninguna excepción, cercaron sus casas, yendo patrones y dependientes a incorporarse a la columna cívica que recorría las calles centrales de la ciudad. Bien por ellos.
Los extranjeros: El elemento extranjero, sin ninguna distinción, se incorporaba en columnas cerradas a las filas de la manifestación, vivando a la Unión Cívica, al nuevo gobierno, a todos los prohombres que han tomado parte dirigente en los últimos sucesos.
Los oradores: Hicieron uso de la palabra en la manifestación, en términos tan elocuentes como patrióticos, los señores Alejandro Brid, Benedicto Salvadores y Arturo Barros, siendo todos calurosamente aplaudidos.
El señor Brid especialmente mereció parabienes por la entonación viril con que pronunció su breve pero elocuente arenga.
Las familias: Todas las familias del Azul, trayendo las madres de la mano a sus hijos pequeños, para que aprendan por el ejemplo a ser buenos ciudadanos, desde chicos, habían concurrido a la manifestación, situándose unas en las aceras, otras en los balcones y muchas en la plaza misma donde estaba el núcleo de manifestantes.
Las damas arrojaban flores y batían las manos al paso de la imponente columna, contestando a las vivas que se repetían sin cesar.
La policía: Es justo observar que el proceder de la policía fue correctísimo, concretándose a velar por el orden con toda mesura y cultos modales. Merece su jefe ser felicitado.
El Club Unión: Al pasar la manifestación por el Club Unión un gran número de socios de este centro saludó desde los balcones a los manifestantes dando calurosos vivas.
Nuestro diario y la manifestación: Al pasar la gran columna por la imprenta de EL PUEBLO prorrumpió en vivas a esta hoja humilde, deteniéndose un momento para pedir que hablase el señor Chans.

No olvidaremos fácilmente esta grata manifestación de simpatía, que los que escribimos en EL PUEBLO agradecemos efusivamente.”.


Plaza Colón (actual San Martín)

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