domingo, 12 de abril de 2020

Lola Mora en Azul

Lola Mora en Azul



Por Eduardo Agüero Mielhuerry


Dolores Candelaria Mora Vega nació en El Tala (más precisamente en el casco de la actual finca “El Dátil”), departamento “La Candelaria”, provincia de Salta, el 17 de noviembre de 1866. Fue hija de Romualdo Alejandro Mora y Mora (comerciante agrícola tucumano) y Regina Vega y Sardina (estanciera salteña). Ambos habían contraído matrimonio el 16 de marzo de 1859, en Trancas, Tucumán.
Dolores fue la tercera hija de siete hermanos (de mayor a menor): Paula, Ana Regina, Benito Alejandro, María Ignacia, Ángela y José Cruz. Fue bautizada en Trancas, provincia de Tucumán, el 22 de junio de 1867.
En 1870, su familia se instaló en la ciudad de San Miguel de Tucumán, en una casa céntrica de importantes dimensiones que, entre sus comodidades incluía un fino mobiliario, elegante platería, y hasta un piano Pleyel que la pequeña Dolores aprendió a tocar hábilmente.
En agosto de 1874, a los siete años de edad, Dolores comenzó sus estudios como semi-pupila en el exclusivo y laico Colegio “Domingo F. Sarmiento”. Pronto se destacó como una excelente alumna.
Inesperadamente la desgracia golpeó a la familia. Romualdo, falleció el 14 de septiembre de 1885 a causa de una neumonía; dos días más tarde murió Regina de un “hipertrófico de corazón”. Siendo la mayor, Paula Mora, para contener a sus hermanos huérfanos, contrajo matrimonio dos semanas después con el ingeniero Guillermo Rücker.
En 1887, el pintor italiano Santiago Falcucci (1856-1922), se radicó en Tucumán. La joven Dolores le pidió lecciones y comenzó a tomar clases particulares con él. De esta manera, ella empezó a transformarse en la magnífica Lola Mora que maravillaría a todos.
La muchacha comenzó una tarea disciplinada, abocada al dibujo y a la técnica del retrato. Su primer trabajo conocido fue un retrato del entonces gobernador de Salta, Delfín Leguizamón.
En 1892 participó de una “Exposición en Miniatura”, en una kermesse organizada por la Sociedad de Beneficencia de Tucumán con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América.
Su primer éxito fue la ambiciosa obra que presentó en una exposición en 1894, con motivo del aniversario de la Independencia, llevada a cabo en la Escuela Normal de Maestras. Expuso una colección de veinte retratos de los gobernadores tucumanos desde 1853, realizados en carbonilla. Inmediatamente, la Cámara de Diputados dispuso recompensar el trabajo de Lola con una importante suma de dinero.
En julio de 1895, la joven viajó a Buenos Aires con la intención de obtener una beca de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes para continuar sus estudios en Europa. Un decreto, firmado el 3 de octubre de 1896 por el presidente José Evaristo Uriburu, acordó, por dos años, una subvención mensual de cien pesos oro para que se perfeccionara en Europa.
Una vez instalada en Roma, en 1897, Lola logró ser aceptada como discípula del afamado pintor Francesco Paolo Michetti. Acompañó su aprendizaje pictórico con un curso de modelado dictado por el escultor Constantino Barbella. Al mismo tiempo, a través de Michetti conoció al sensacional escultor Giulio Monteverde-considerado por muchos como “el nuevo Miguel Ángel”-, y le  propuso ser su alumna. En pocos meses sus progresos fueron tan magníficos que el maestro le recomendó dejar la pintura para dedicarse exclusivamente al arte escultórico. Así lo hizo.


De mármol y belleza


En 1900 Lola regresó a nuestro país y aprovechó la oportunidad para negociar los primeros proyectos que ofrecería a la Nación. También se entrevistó con el ingeniero Francisco Schmidt, responsable de la parte técnica del futuro Monumento al 20 de Febrero en Salta. Ella se comprometió a modelar los proyectos y a dirigir la fundición de relieves y estatuas sin cobrar dinero por ello, salvo el necesario para cubrir los costos operativos.
A su vez, de visita en Tucumán, firmó las condiciones del Monumento a Juan Bautista Alberdi, y poco después partió nuevamente a Italia.
A fines de agosto de 1902, Lola retornó a Buenos Aires con todas las partes embaladas de la “Fuente de las Nereidas”, que se instalaría en la Plaza de Mayo.
En enero del año siguiente, Lola dio a conocer que había triunfado en un certamen de carácter internacional. La obra sería un monumento en honor de la reina Victoria de Gran Bretaña y estaría emplazada en la ciudad australiana de Melbourne. Pero ante el requerimiento de que el ganador contara con ciudadanía inglesa, Lola desistió del mismo y su autor terminó siendo el escultor James White. Un año más tarde, la artista ganó el concurso para erigir un monumento al Zar Alejandro I en San Petersburgo, pero no recibió el encargo por similares motivos.
La Fuente de las Nereidas fue inaugurada el 21 de mayo de 1903. Después de arduas controversias suscitadas ante los desnudos de las esculturas, que iban a ser colocadas en la Plaza de Mayo -en cercanías de la Catedral metropolitana-, el monumento fue finalmente erigido en Paseo de Julio y Cangallo (actuales Alem y Perón) de la Capital Federal. Una nutrida concurrencia asistió al acto, destacándose entre los presentes el intendente de la ciudad, doctor Alberto Casares, el ministro del interior Joaquín V. González, el pintor Ernesto de la Cárcova y el arquitecto y paisajista francés Carlos Thays.
Durante su estadía en Argentina se formalizó la compra del busto del presidente Julio A. Roca que Lola tenía en su taller de Via Dogali y, además, se le encomendó la realización de la estatua de Aristóbulo del Valle, y en  Tucumán, se le encargó una escultura de “La Libertad”. También se sumó el pedido de un relieve representativo del Congreso de 1816, encargado por el gobierno nacional para ser colocado en la Casa Histórica tras su remodelación.
Por si todo esto fuera poco, por esos mismos días recibió un nuevo pedido oficial: cuatro estatuas para el interior del Congreso de la Nación, representando a los primeros presidentes del Congreso Argentino: Carlos de Alvear, Francisco N. de Laprida, Mariano Fragueiro y Facundo Zuviría.


Cincelando afanosamente


Lola Mora retornó al país desde Italia en mayo de 1904 y trajo consigo la alegoría de “La Independencia” (conocida como “La Libertad”),  el monumento a Juan Bautista Alberdi y el busto del presidente Roca. Este último fue colocado en Casa Rosada el día 14 de junio.
Pocos días después, se dirigió a Tucumán para concretar la instalación de los dos monumentos, mientras que aguardaba ansiosa la llegada de los bajorrelieves para la Casa de Histórica de Tucumán, que quedaron en Roma listos para ser fundidos y recién arribaron a la estación ferroviaria de la capital provincial el día 18 de julio.
Como en su ubicación primigenia “La Libertad” taparía el templete de la Casa de Tucumán, se decidió su colocación en la Plaza Independencia, frente al Cabildo, desplazando la estatua del general Manuel Belgrano que, años más tarde, fue trasladada a la plaza homónima. Finalmente, la estatua fue inaugurada en la tarde del 24 de septiembre de 1904.Lola Mora la concibió como “una ampulosa mujer que, con gesto decidido y rompiendo los vientos, corta las cadenas, movimiento para el cual proyecta al frente el pecho y lleva los brazos hacia atrás”. Impulsan ese ímpetu “los paños, tratados como 'mojados', es decir enteramente adheridos al cuerpo, siguiendo la tradición clásica”.
Finalmente, al día siguiente, se presentó el monumento a Juan Bautista Alberdi, que fue descubierto por el gobernador Lucas Córdoba. Luego de encendidos agasajos y felicitaciones, el 4 de octubre Lola Mora tomó el tren a Buenos Aires, mientras la gente la aplaudía desde el andén. Con su magia innata, había dotado a Tucumán de tres monumentos escultóricos que integran hasta hoy el patrimonio tucumano.


Lola Mora en Azul…


            Hacia 1902, el paisajista francés Carlos Thays fue el encargado del rediseño de la entonces Plaza Colón (actual Plaza General San Martín) de nuestra ciudad. A fin de año la obra estuvo concluida; jardines cercados con arcos de hierro y una gran variedad de plantas fueron la característica primordial del renovado paseo. Al mismo tiempo, el artista Carlos Dusio moldeó en cemento las esculturas de unas náyades en torno a una columna preexistente de fundición con cinco luces y unas cabezas de león “escupiendo” agua.
El 9 de julio de 1904, Azul recibió con beneplácito la visita del Ministro de Guerra, general Pablo Riccheri, quien asistió al “Primer Campeonato Provincial de Sociedades de Tiro” organizado por la “Liga Patriótica Azuleña” y aprovechó la oportunidad para recorrer la ciudad. Atendido cordialmente por el intendente Federico Urioste, el militar le hizo al Jefe Comunal una propuesta sumamente interesante. El Ministro se comprometió a obsequiarle a la ciudad una estatua fundida en bronce por el platense Luis Bossi, o bien esculpida en mármol, cuya confección quedaría a cargo de la célebre escultora Lola Mora. En ambos casos, la misma sería una alegoría de “La Libertad”, que se emplazaría en el centro de la Plaza Colón, debiendo la comuna sólo pagar el pedestal.
Por razones de costo, tal como quedó plasmado en las Actas del Honorable Concejo Deliberante de Azul, se optó por la escultura en mármol. La controvertida escultora había llegado a la Argentina -procedente de Roma, Italia- en el mes de mayo, trayendo consigo la alegoría de la Independencia (conocida como “La Libertad”), escultura destinada a ser instalada en Tucumán, y otras estatuas y bajorrelieves. El 24 de septiembre, la obra fue inaugurada frente al Cabildo tucumano, en la Plaza Independencia. Lola Mora participó de los actos en medio de una nutrida concurrencia de vecinos que admiraron con satisfacción su obra.
El domingo 6 de noviembre de 1904, en el Ferrocarril del Sud, atravesando la inmensa llanura bonaerense, la afamada artista llegó a nuestra ciudad. Muy posiblemente, dada su simpatía y afinidad, ella se hospedó en la casona ubicada casi en la esquina Oeste de la avenida Comercio N° 217 y Buenos Aires (actuales Av. Mitre y De Paula), que era el hogar de don Paulino Rodríguez Ocón, reconocido y estimado vecino de nuestro medio, que estilaba recibir a las personalidades que visitaban Azul.
Es probable que la estadía de Lola Mora haya sido muy breve, dado que se hallaba en pleno auge de su carrera y eran varias las obras que le habían sido encomendadas a lo largo y ancho del país. Tal vez se tomó unos días de descanso; tal vez caminó por las empedradas calles céntricas y paseó por la Plaza Colón para “inspirarse” y así llevar adelante una nueva escultura para regalarle al pueblo azuleño, siguiendo posiblemente las mismas líneas de trabajo usadas para la escultura tucumana.
Sin embargo, por razones desconocidas, la estatua nunca llegó a Azul -tal vez nunca dejó de ser un mero boceto-, y el por entonces principal espacio verde de la ciudad continuó con las mal llamadas “Nereidas” de Carlos Dussio, las cuales “sobrevivieron” varios años más…


A plena marcha


Durante todo 1905 Lola trabajó afanosamente para entregar a tiempo las obras encomendadas. También dedicó muchas horas de labor a dos grandes grupos alegóricos que serían emplazados en la fachada principal del futuro Congreso, sobre la calle Entre Ríos. El primer conjunto estaba integrado por una gran estatua de “La Libertad”-diferente de la tucumana- representada por una mujer de pie, con el torso desnudo, asiendo firmemente la bandera argentina, acompañada por “El Comercio” y dos leones. El segundo grupo estaba compuesto por “La Justicia”, “La Paz” y “El Trabajo”.
La reina Elena de Italia, que visitó a la artista en 1906, quedó admirada por la representación de Mercurio (“El Comercio”) y elogió fervientemente las obras destinadas al parlamento argentino.
Lola regresó a la Argentina en julio de aquel año con las esculturas para el interior  el exterior del edificio prácticamente culminadas y se dedicó a darles los últimos detalles, para lo cual le fue asignado un sector del Congreso como taller y vivienda.
La inauguración del monumento a Aristóbulo del Valle, que estaba prevista para el 16 de diciembre en Palermo, frente al lago, se vio suspendida luego del debate público sobre su factura. Mientras debatían al respecto, la estatua sufrió un atentado que cercenó su brazo, por lo que fue retirada y en el lugar sólo quedaron su pedestal y una figura que lo acompañaba.
En el tiempo que dedicó a completar sus obras, Lola tuvo la oportunidad de cincelar un tintero de bronce para el Senado, que actualmente se encuentra en el Museo de la Casa Rosada. Del mismo modo, diseñó el modelo para la cuadriga que corona la cúpula del edificio, obra que finalmente ejecutó el escultor belga Víctor de Pol.
Las alegorías de la fachada del Congreso y las estatuas destinadas al Salón de los Pasos Perdidos fueron emplazadas en 1907, pero sin inauguración formal. Al año siguiente, un busto de su factoría de Luis Sáenz Peña fue instalado en la Casa Rosada, y al mismo tiempo la escultora recibió la adjudicación de un monumento a Nicolás Avellaneda.


Amor y frustraciones


Cuando contaba con cuarenta años de edad, Lola contrajo matrimonio con Luis Hernández Otero, empleado del Congreso, hijo de un ex gobernador de Entre Ríos y, a la sazón, casi veinte años menor que ella. El 22 de junio de 1909 se realizó el acto civil y, al día siguiente, la ceremonia religiosa en la Basílica del Socorro. La madrina fue Rosario Clorinda Garmendia de Avellaneda, cuñada del ex presidente Nicolás Avellaneda, y el padrino Manuel Otero Acevedo, único representante de la ofuscada familia del novio, a quienes no les agradaba la idea de ver a su hijo casado con una mujer que podría ser su madre y de la cual se decía que era bisexual y amante del ex presidente Julio A. Roca.
Después de la boda, la pareja pronto partió hacia Roma donde permanecieron por un tiempo.
El 8 de junio de 1913, en una ceremonia encabezada por el presidente Roque Sáenz Peña, se inauguró el Monumento a Avellaneda. Entre otros, participaron del acto el entonces vicepresidente Victorino de la Plaza y Julio A. Roca.
A mediados de la década del ’10, las circunstancias políticas se  tornaron adversas para la escultora. Los opositores al sector conservador que tanto había acompañado el desarrollo artístico de Lola, demandaron que se retiraran las alegorías y las estatuas que había confeccionado para la fachada y el interior del Palacio del Congreso, lo que consiguieron en 1915. El destino de estas obras fue diverso y en la actualidad se encuentran distribuidas en cinco provincias argentinas, habiéndose colocado réplicas en las escalinatas del edificio porteño.
En 1917 se separó de su marido, al que no volvió a ver.
Al año siguiente, la Municipalidad de Buenos Aires decidió trasladar la Fuente de las Nereidas a la Costanera Sur, donde aún siguen despertando la admiración de quienes la contemplan.
Hacia 1920, Lola decidió experimentar con la cinematografía. A tal efecto, le compró al inventor italiano Domingo Ruggiano el sistema de “cinematografía a la luz” para intentar perfeccionarlo y comercializarlo. Sin embargo, el experimento no pasó del ensayo.
En la ciudad de Rosario, el 27 de mayo de 1909, había firmado el contrato para la ejecución del Monumento a la Bandera, que debía quedar concluido antes del 9 de julio de 1911. Sin embargo, la obra se había visto demorada por diversas razones y, en 1925, el presidente Marcelo Torcuato de Alvear, rescindió el contrato por decreto. Finalmente, las estatuas realizadas en Italia, fueron ubicadas en la estructura hidrodinámica del Pasaje Juramento del actual Monumento, durante los años ’90.
Perseverante, junto a sus socios Víctor Aráoz y Juan Arran, Lola decidió embarcarse en Salta a la extracción de combustible por destilación de rocas, conocidas como “esquistos bituminosos”. Así dedicó varios años y todos sus recursos a este emprendimiento que resultó infructuoso.
Como contratista participó en la obra del tendido de rieles del Ferrocarril Transandino del Norte en Salta, por donde hoy transita el mundialmente famoso “Tren a las nubes”; y como urbanista realizó varios proyectos, entre ellos el trazado de calles de la ciudad de Jujuy. La última obra de Lola resultó una lápida destinada a la bóveda de Facundo Victoriano Zelarrayán, en el cementerio de la localidad de El Tala.


Mármol eterno…


Desde su retorno a la Capital Federal, con su salud resentida, Lola vivió junto a sus sobrinas, las hijas de su desaparecida hermana Paula.
El 17 de agosto de 1935 sufrió un ataque cerebral que la dejó postrada, complicándole el habla y llevándola a divagar en muchas oportunidades. Tras tres largos días de inconsciencia, Dolores Candelaria Mora Vega, la controvertida pero admirada Lola Mora, murió en la ciudad de Buenos Aires, el 7 de junio de 1936.
Sus restos fueron inhumados en el Cementerio de la Chacarita. En 1977, sus cenizas fueron llevadas a la Casa de la Cultura de Tucumán. Finalmente, en 2001 los restos fueron trasladados al Cementerio del Oeste de San Miguel.
En memoria de la artista, el Congreso de la Nación Argentina instituyó por Ley N° 25.003/98, la fecha de su natalicio, como “Día Nacional del Escultor y las Artes Plásticas”.



El grupo escultórico representa el momento del nacimiento de Venus o Afrodita, “la mujer nacida de las aguas”, posada grácilmente sobre una concha marina que sostienen dos Nereidas. El motivo de la concha se duplica en la base que contiene a tritones-jinetes y caballos, tensionados en pos de la diosa.


Dolores Candelaria Mora Vega nació en El Tala, departamento “La Candelaria”, provincia de Salta, el 17 de noviembre de 1866. Sin embargo, siempre se reconoció tucumana.

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