Lola Mora en Azul
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
Dolores
Candelaria Mora Vega nació en El Tala (más
precisamente en el casco de la actual finca “El Dátil”),
departamento “La Candelaria”, provincia de Salta, el 17 de noviembre de 1866. Fue
hija de Romualdo Alejandro Mora y Mora (comerciante agrícola tucumano)
y Regina
Vega y Sardina (estanciera salteña). Ambos habían contraído matrimonio
el 16 de marzo de 1859, en Trancas, Tucumán.
Dolores fue la
tercera hija de siete hermanos (de mayor a menor): Paula, Ana
Regina, Benito Alejandro, María Ignacia, Ángela y José
Cruz. Fue bautizada en Trancas, provincia de Tucumán, el 22 de junio de
1867.
En 1870, su
familia se instaló en la ciudad de San Miguel de Tucumán, en una
casa céntrica de importantes dimensiones que, entre sus comodidades incluía un
fino mobiliario, elegante platería, y hasta un piano Pleyel que la pequeña Dolores aprendió a tocar hábilmente.
En agosto de
1874, a los siete años de edad, Dolores comenzó sus estudios como semi-pupila
en el exclusivo y laico Colegio “Domingo F. Sarmiento”.
Pronto se destacó como una excelente alumna.
Inesperadamente
la desgracia golpeó a la familia. Romualdo, falleció el 14 de
septiembre de 1885 a causa de una neumonía; dos días más tarde murió Regina
de un “hipertrófico de corazón”.
Siendo la mayor, Paula Mora, para contener a sus hermanos huérfanos, contrajo
matrimonio dos semanas después con el ingeniero Guillermo Rücker.
En
1887, el pintor italiano Santiago Falcucci (1856-1922), se
radicó en Tucumán. La joven Dolores le pidió lecciones y comenzó a tomar clases
particulares con él. De esta manera, ella empezó a transformarse en la
magnífica Lola Mora que maravillaría a todos.
La
muchacha comenzó una tarea disciplinada, abocada al dibujo y a la técnica del
retrato. Su primer trabajo conocido fue un retrato del entonces gobernador de
Salta, Delfín Leguizamón.
En
1892 participó de una “Exposición en
Miniatura”, en una kermesse organizada por la Sociedad de Beneficencia de
Tucumán con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América.
Su
primer éxito fue la ambiciosa obra que presentó en una exposición en 1894, con
motivo del aniversario de la Independencia, llevada a cabo en la Escuela Normal
de Maestras. Expuso una colección de veinte retratos de los gobernadores
tucumanos desde 1853, realizados en carbonilla.
Inmediatamente, la Cámara de Diputados dispuso recompensar el trabajo de Lola
con una importante suma de dinero.
En
julio de 1895, la joven viajó a Buenos Aires con la intención de obtener una
beca de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes para continuar sus estudios
en Europa. Un decreto, firmado el 3 de octubre de 1896 por el presidente José
Evaristo Uriburu, acordó, por dos años, una subvención mensual de cien
pesos oro para que se perfeccionara en Europa.
Una
vez instalada en Roma, en 1897, Lola logró ser aceptada como discípula del afamado
pintor Francesco Paolo Michetti. Acompañó su aprendizaje pictórico con
un curso de modelado dictado por el escultor Constantino Barbella. Al
mismo tiempo, a través de Michetti conoció al sensacional escultor Giulio
Monteverde-considerado por muchos como “el nuevo Miguel Ángel”-,
y le propuso ser su alumna. En pocos
meses sus progresos fueron tan magníficos que el maestro le recomendó dejar la
pintura para dedicarse exclusivamente al arte escultórico. Así lo hizo.
De
mármol y belleza
En
1900 Lola regresó a nuestro país y aprovechó la oportunidad para negociar los
primeros proyectos que ofrecería a la Nación. También se entrevistó con el
ingeniero Francisco Schmidt, responsable de la parte técnica del futuro
Monumento al 20 de Febrero en Salta. Ella se comprometió a modelar los
proyectos y a dirigir la fundición de relieves y estatuas sin cobrar dinero por
ello, salvo el necesario para cubrir los costos operativos.
A
su vez, de visita en Tucumán, firmó las condiciones del Monumento a Juan
Bautista Alberdi, y poco después partió nuevamente a Italia.
A
fines de agosto de 1902, Lola retornó a Buenos Aires con todas las partes
embaladas de la “Fuente de las Nereidas”, que se instalaría en la Plaza de
Mayo.
En
enero del año siguiente, Lola dio a conocer que había triunfado en un certamen
de carácter internacional. La obra sería un monumento en honor de la reina
Victoria de Gran Bretaña y estaría emplazada en la ciudad australiana
de Melbourne.
Pero ante el requerimiento de que el ganador contara con ciudadanía inglesa,
Lola desistió del mismo y su autor terminó siendo el escultor James
White. Un año más tarde, la artista ganó el concurso para erigir un
monumento al Zar Alejandro I en San Petersburgo, pero no recibió el
encargo por similares motivos.
La
Fuente de las Nereidas fue inaugurada el 21 de mayo de 1903. Después de
arduas controversias suscitadas ante los desnudos de las esculturas, que iban a
ser colocadas en la Plaza de Mayo -en cercanías de la Catedral metropolitana-,
el monumento fue finalmente erigido en Paseo de Julio y Cangallo (actuales Alem
y Perón) de la Capital Federal. Una nutrida concurrencia asistió al acto,
destacándose entre los presentes el intendente de la ciudad, doctor Alberto
Casares, el ministro del interior Joaquín V. González, el pintor Ernesto
de la Cárcova y el arquitecto y paisajista francés Carlos Thays.
Durante
su estadía en Argentina se formalizó la compra del busto del presidente Julio
A. Roca que Lola tenía en su taller de Via Dogali y, además, se
le encomendó la realización de la estatua de Aristóbulo del Valle, y
en Tucumán, se le encargó una escultura
de “La
Libertad”. También se sumó el pedido de un relieve representativo del Congreso
de 1816, encargado por el gobierno nacional para ser colocado en la
Casa Histórica tras su remodelación.
Por
si todo esto fuera poco, por esos mismos días recibió un nuevo pedido oficial:
cuatro estatuas para el interior del Congreso de la Nación, representando
a los primeros presidentes del Congreso Argentino: Carlos de Alvear, Francisco
N. de Laprida, Mariano Fragueiro y Facundo
Zuviría.
Cincelando
afanosamente
Lola
Mora retornó al país desde Italia en mayo de 1904 y trajo consigo la alegoría
de “La
Independencia” (conocida como “La Libertad”), el monumento a Juan Bautista Alberdi y el
busto del presidente Roca. Este último fue colocado en Casa Rosada el día 14 de
junio.
Pocos
días después, se dirigió a Tucumán para concretar la instalación de los dos
monumentos, mientras que aguardaba ansiosa la llegada de los bajorrelieves para
la Casa de Histórica de Tucumán, que quedaron en Roma listos para ser fundidos
y recién arribaron a la estación ferroviaria de la capital provincial el día 18
de julio.
Como
en su ubicación primigenia “La Libertad” taparía el templete de la Casa de
Tucumán, se decidió su colocación en la Plaza Independencia, frente al Cabildo,
desplazando la estatua del general Manuel Belgrano que, años más tarde, fue
trasladada a la plaza homónima. Finalmente, la estatua fue inaugurada en la
tarde del 24 de septiembre de 1904.Lola Mora la concibió como “una ampulosa mujer que, con gesto decidido
y rompiendo los vientos, corta las cadenas, movimiento para el cual proyecta al
frente el pecho y lleva los brazos hacia atrás”. Impulsan ese ímpetu “los paños, tratados como 'mojados', es
decir enteramente adheridos al cuerpo, siguiendo la tradición clásica”.
Finalmente,
al día siguiente, se presentó el monumento a Juan Bautista Alberdi,
que fue descubierto por el gobernador Lucas Córdoba. Luego de encendidos
agasajos y felicitaciones, el 4 de octubre Lola Mora tomó el tren a Buenos
Aires, mientras la gente la aplaudía desde el andén. Con su magia innata, había
dotado a Tucumán de tres monumentos escultóricos que integran hasta hoy el
patrimonio tucumano.
Lola Mora en Azul…
Hacia
1902, el paisajista francés Carlos Thays fue el encargado del
rediseño de la entonces Plaza Colón (actual Plaza General San
Martín) de nuestra ciudad. A fin de año la obra estuvo concluida; jardines
cercados con arcos de hierro y una gran variedad de plantas fueron la
característica primordial del renovado paseo. Al mismo tiempo, el artista Carlos
Dusio moldeó en cemento las esculturas de unas náyades en torno a una
columna preexistente de fundición con cinco luces y unas cabezas de león
“escupiendo” agua.
El
9 de julio de 1904, Azul recibió
con beneplácito la visita del Ministro de Guerra, general Pablo Riccheri, quien
asistió al “Primer Campeonato Provincial de Sociedades de Tiro” organizado
por la “Liga Patriótica Azuleña” y aprovechó la oportunidad para recorrer
la ciudad. Atendido cordialmente por el intendente Federico Urioste, el
militar le hizo al Jefe Comunal una propuesta sumamente interesante. El
Ministro se comprometió a obsequiarle a la ciudad una estatua fundida en bronce
por el platense Luis Bossi, o bien esculpida en mármol, cuya confección
quedaría a cargo de la célebre escultora Lola Mora. En ambos casos, la misma
sería una alegoría de “La Libertad”, que se emplazaría en
el centro de la Plaza Colón, debiendo la comuna sólo pagar el pedestal.
Por razones de
costo, tal como quedó plasmado en las Actas del Honorable Concejo Deliberante
de Azul, se optó por la escultura en mármol. La controvertida escultora había
llegado a la Argentina -procedente de Roma, Italia- en el mes de mayo, trayendo
consigo la alegoría de la Independencia
(conocida como “La Libertad”), escultura destinada a ser instalada en Tucumán,
y otras estatuas y bajorrelieves. El 24 de septiembre, la obra fue inaugurada
frente al Cabildo tucumano, en la Plaza Independencia. Lola Mora participó de
los actos en medio de una nutrida concurrencia de vecinos que admiraron con
satisfacción su obra.
El domingo 6 de noviembre
de 1904, en el Ferrocarril del Sud, atravesando la inmensa llanura
bonaerense, la afamada artista llegó a nuestra ciudad. Muy posiblemente, dada
su simpatía y afinidad, ella se hospedó en la casona ubicada casi en la esquina
Oeste de la avenida Comercio N° 217 y Buenos Aires (actuales Av. Mitre y De
Paula), que era el hogar de don Paulino Rodríguez Ocón, reconocido y
estimado vecino de nuestro medio, que estilaba recibir a las personalidades que
visitaban Azul.
Es probable que
la estadía de Lola Mora haya sido muy breve, dado que se hallaba en pleno auge
de su carrera y eran varias las obras que le habían sido encomendadas a lo
largo y ancho del país. Tal vez se tomó unos días de descanso; tal vez caminó
por las empedradas calles céntricas y paseó por la Plaza Colón para
“inspirarse” y así llevar adelante una nueva escultura para regalarle al pueblo
azuleño, siguiendo posiblemente las mismas líneas de trabajo usadas para la
escultura tucumana.
Sin embargo, por
razones desconocidas, la estatua nunca llegó a Azul -tal vez nunca dejó de ser
un mero boceto-, y el por entonces principal espacio verde de la ciudad
continuó con las mal llamadas “Nereidas” de Carlos Dussio, las cuales “sobrevivieron”
varios años más…
A plena marcha
Durante
todo 1905 Lola trabajó afanosamente para entregar a tiempo las obras
encomendadas. También dedicó muchas horas de labor a dos grandes grupos alegóricos
que serían emplazados en la fachada principal del futuro Congreso, sobre la
calle Entre Ríos. El primer conjunto estaba integrado por una gran estatua de “La
Libertad”-diferente de la tucumana- representada por una mujer de pie,
con el torso desnudo, asiendo firmemente la bandera argentina, acompañada por “El Comercio”
y dos leones. El segundo grupo estaba compuesto por “La
Justicia”, “La Paz” y “El Trabajo”.
La
reina Elena de Italia, que visitó a la artista en 1906, quedó
admirada por la representación de Mercurio (“El Comercio”) y elogió
fervientemente las obras destinadas al parlamento argentino.
Lola
regresó a la Argentina en julio de aquel año con las esculturas para el
interior el exterior del edificio
prácticamente culminadas y se dedicó a darles los últimos detalles, para lo
cual le fue asignado un sector del Congreso como taller y vivienda.
La
inauguración del monumento a Aristóbulo del Valle, que estaba prevista para el
16 de diciembre en Palermo, frente al lago, se vio suspendida luego del debate
público sobre su factura. Mientras debatían al respecto, la estatua sufrió un
atentado que cercenó su brazo, por lo que fue retirada y en el lugar sólo
quedaron su pedestal y una figura que lo acompañaba.
En
el tiempo que dedicó a completar sus obras, Lola tuvo la oportunidad de
cincelar un tintero de bronce para el Senado, que actualmente se encuentra en
el Museo de la Casa Rosada. Del mismo modo, diseñó el modelo para la cuadriga
que corona la cúpula del edificio, obra que finalmente ejecutó el escultor
belga Víctor de Pol.
Las
alegorías de la fachada del Congreso y las estatuas destinadas al Salón
de los Pasos Perdidos fueron emplazadas en 1907, pero sin
inauguración formal. Al año siguiente, un busto de su factoría de Luis Sáenz
Peña fue instalado en la Casa Rosada, y al mismo tiempo la escultora recibió la
adjudicación de un monumento a Nicolás Avellaneda.
Amor y frustraciones
Cuando contaba
con cuarenta años de edad, Lola contrajo matrimonio con Luis Hernández Otero, empleado
del Congreso, hijo de un ex gobernador de Entre Ríos y, a la sazón, casi veinte
años menor que ella. El 22 de junio de 1909 se realizó el
acto civil y, al día siguiente, la ceremonia religiosa en la Basílica del
Socorro. La madrina fue Rosario Clorinda Garmendia de Avellaneda,
cuñada del ex presidente Nicolás Avellaneda, y el padrino Manuel Otero Acevedo,
único representante de la ofuscada familia del novio, a quienes no les agradaba
la idea de ver a su hijo casado con una mujer que podría ser su madre y de la
cual se decía que era bisexual y amante del ex presidente
Julio A. Roca.
Después de la
boda, la pareja pronto partió hacia Roma
donde permanecieron por un tiempo.
El
8 de junio de 1913, en una ceremonia encabezada por el presidente Roque Sáenz
Peña, se inauguró el Monumento a Avellaneda. Entre otros,
participaron del acto el entonces vicepresidente Victorino de la Plaza y Julio
A. Roca.
A
mediados de la década del ’10, las circunstancias políticas se tornaron adversas para la escultora. Los
opositores al sector conservador que tanto había acompañado el desarrollo
artístico de Lola, demandaron que se retiraran las alegorías y las estatuas que
había confeccionado para la fachada y el interior del Palacio del Congreso, lo
que consiguieron en 1915. El destino de estas obras fue diverso y en la
actualidad se encuentran distribuidas en cinco provincias argentinas,
habiéndose colocado réplicas en las escalinatas del edificio porteño.
En
1917 se separó de su marido, al que no volvió a ver.
Al
año siguiente, la Municipalidad de Buenos Aires decidió trasladar la Fuente de
las Nereidas a la Costanera Sur, donde aún siguen despertando la admiración de
quienes la contemplan.
Hacia
1920, Lola decidió experimentar con la cinematografía. A tal efecto, le compró
al inventor italiano Domingo Ruggiano el sistema de “cinematografía a la luz” para intentar perfeccionarlo y
comercializarlo. Sin embargo, el experimento no pasó del ensayo.
En
la ciudad de Rosario, el 27 de mayo de 1909, había firmado el contrato para la
ejecución del Monumento a la Bandera, que debía quedar concluido antes del 9 de
julio de 1911. Sin embargo, la obra se había visto demorada por diversas
razones y, en 1925, el presidente Marcelo Torcuato de Alvear, rescindió el
contrato por decreto. Finalmente, las estatuas realizadas en Italia, fueron
ubicadas en la estructura hidrodinámica del Pasaje Juramento del actual
Monumento, durante los años ’90.
Perseverante,
junto a sus socios Víctor Aráoz y Juan Arran, Lola decidió embarcarse en Salta
a la extracción de combustible por destilación de rocas, conocidas como “esquistos bituminosos”. Así dedicó
varios años y todos sus recursos a este emprendimiento que resultó infructuoso.
Como
contratista participó en la obra del tendido de rieles del Ferrocarril
Transandino del Norte en Salta, por donde hoy transita el mundialmente famoso “Tren
a las nubes”; y como urbanista realizó varios proyectos, entre ellos el
trazado de calles de la ciudad de Jujuy. La última obra de Lola
resultó una lápida destinada a la bóveda de Facundo Victoriano Zelarrayán, en
el cementerio de la localidad de El Tala.
Mármol eterno…
Desde
su retorno a la Capital Federal, con su salud resentida, Lola vivió junto a sus
sobrinas, las hijas de su desaparecida hermana Paula.
El
17 de agosto de 1935 sufrió un ataque cerebral que la dejó postrada,
complicándole el habla y llevándola a divagar en muchas oportunidades. Tras
tres largos días de inconsciencia, Dolores Candelaria Mora Vega, la
controvertida pero admirada Lola Mora, murió en la ciudad de
Buenos Aires, el 7 de junio de 1936.
Sus restos
fueron inhumados en el Cementerio de la Chacarita. En 1977,
sus cenizas fueron llevadas a la Casa de la Cultura de Tucumán. Finalmente, en
2001 los restos fueron trasladados al Cementerio del Oeste de San Miguel.
En
memoria de la artista, el Congreso de la Nación Argentina instituyó por Ley N° 25.003/98, la
fecha de su natalicio, como “Día Nacional del Escultor y las Artes
Plásticas”.
El
grupo escultórico representa el momento del nacimiento de Venus o Afrodita, “la
mujer nacida de las aguas”, posada grácilmente sobre una concha marina que
sostienen dos Nereidas. El motivo de la concha se duplica en la base que
contiene a tritones-jinetes y caballos, tensionados en pos de la diosa.
Dolores Candelaria Mora Vega nació en El Tala, departamento “La Candelaria”, provincia de
Salta, el 17 de noviembre de 1866. Sin embargo, siempre se reconoció tucumana.
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