Las mal
llamadas “Nereidas” de Dusio
Por Eduardo
Agüero Mielhuerry
El 24 de
diciembre de 1902, el matutino “El Imparcial” informaba sobre la
correspondencia enviada entre Pintos y Thays refiriéndose al final de la
remodelación de la Plaza
Colón :
“Del director de paseos al Intendente
Municipal-. El director de paseos públicos de Buenos
Aires, señor Thays, ha contestado en la siguiente expresiva forma a una nota
que le dirigió la intendencia municipal dándole cuenta de la terminación de los
trabajos de la plaza Colón y del brillante éxito de las reformas introducidas
en este hoy hermoso paseo.
Buenos Aires, diciembre 22 de 1902
Señor
intendente municipal del Azul doctor Ángel Pintos:
Muy
apreciable señor:
He tenido
el honor de recibir su atenta nota relativa a las obras de la plaza Colón, de
cuyos términos le quedo muy agradecido.
Tengo así la gran
satisfacción de haber podido coadyuvar, aunque en muy pequeña proporción, a los
planes progresistas del señor intendente, a quien saludo con mi mayor
consideración y respeto.
Carlos
Thays”
A fin de año la
obra estuvo concluida; jardines cercados con arcos de hierro y una gran
variedad de plantas fueron la característica primordial del renovado paseo.
Al mismo tiempo,
el artista italiano Carlos Dusio moldeó en material las esculturas de unas mujeres
desnudas, al estilo de náyades, con cisnes completando la escena. Las mismas
fueron emplazadas en torno a la ya existente farola central de múltiples luces
y con surtidores de agua, que en definitiva fue lo único que “sobrevivió” del
paseo anterior.
Todo
este monumento alegórico fue realizado en forma provisoria, pensando en
reemplazarlo cuando fuera posible por la escultura de algún prócer o alguna
imagen alegórica…
Las “Náyades” de Dusio, mal llamadas
“Nereidas”…
En la mitología
griega, las náyades eran las ninfas de los cuerpos de agua dulce -fuentes,
pozos, manantiales, arroyos y riachuelos-, y encarnaban la divinidad del curso
de agua que habitaban, de la misma forma que los oceánidas eran las
personificaciones divinas de los ríos y algunos espíritus muy antiguos que
habitaban las aguas estancadas de pantanos, estanques y lagunas.
Aunque las náyades
estaban asociadas con los pequeños cuerpos de agua dulce, las oceánides con los
ríos y las nereidas con el agua salada, había cierto solapamiento debido a
que los griegos pensaban en las aguas del mundo como en un sistema único, que
se filtraba desde el mar a profundos espacios cavernosos en el seno de la
tierra, desde donde subía ya dulce en filtraciones y manantiales.
En su calidad de
ninfas, las náyades son seres femeninos, dotados de gran longevidad pero
mortales. La esencia de una náyade estaba vinculada a su masa de agua, de forma
que si ésta se secaba, ella moría.
Su genealogía
cambia según el mitógrafo y la leyenda consultada: Homero las llama “hijas de
Zeus”, pero en otras partes se afirman que eran hijas de Océano. Es más común
considerarlas hijas del dios-río en el que habitan. Su genealogía, en cualquier
caso, es variada.
Todas las
fuentes y manantiales célebres tienen su náyade o su grupo de náyades,
normalmente consideradas hermanas, y su leyenda propia. Eran a menudo el objeto
de cultos locales arcaicos, adoradas como esenciales para la fertilidad y la
vida humana. Los jóvenes que alcanzaban la mayoría de edad dedicaban sus
mechones infantiles a la náyade del manantial local. Con frecuencia se atribuía
a las náyades virtudes curativas: los enfermos bebían el agua al que estaban
asociadas o bien, más raramente, se bañaban en ellas. Los oráculos podían
localizarse junto a antiguas fuentes.
Las náyades también podían ser
peligrosas. En ocasiones, bañarse en sus aguas se consideraba un sacrilegio y
las náyades tomaban represalias contra el ofensor. Verlas también podía ser
motivo de castigo, lo que normalmente acarreaba como castigo la locura del
infortunado testigo. Según el sitio en que se las podía encontrar, se hablaba
de Creneas o Crénides (fuentes), Heleades (pantanos), Limnades o Limnátides
(lagos), Pegeas (manantiales) y Potámides (ríos).
¿Pedro Burgos o Cristóbal Colón?
Como se había
dicho desde un principio, la obra de Carlos Dusio –las históricamente mal
llamadas “Nereidas”-, estaban previstas para perdurar un breve tiempo. Sin
embargo, muchos vecinos notaban que aquél monumento se encaminaba a
perpetuarse. En consecuencia, “El Imparcial”
sacó a relucir la dicotomía planteada en la comunidad buscando que se decida
entre un monumento al coronel Pedro Burgos o al almirante Cristóbal
Colón. El 23 de septiembre de 1903, dos notas en el matutino fueron
contundentes:
“ECOS.
El monumento en la plaza Colón-. Se
ha discutido poco, pero es bien conocido que hay dos bandos en que la opinión
azuleña combate porque sea colocada en la plaza Colón la estatua del fundador
del pueblo, coronel Burgos, ó la del ilustre genovés que dio al viejo mundo esta
bella agregación que se llama América.
Nos
sentimos llamados, al ocuparnos nuevamente de tan interesante asunto local, a
dar nuestro voto y lo haremos en estas líneas al pasar mérito de las razones
que cada uno de los luchadores esgrime como arma.
¿A
quién corresponde, discuten, el honor de estar en el centro de la plaza Colón,
en mármol o bronce, entre el fundador del pueblo y el descubridor de América?
La
fundación del Azul es un hecho resultante de otros de mayor alcance, que no hay
para que mentar; el descubrimiento de América es algo tan grande que los
historiadores, poetas y demás hombres de genio que lo han medido, la humanidad
civilizada entera, aun no han podido modelar en una forma precisa, tangente y
cuadrada que simbolice su importancia y alcances, que resistan al análisis más
fuerte del pensamiento más robusto que haya producido el mundo.
Entonces
es Colón y no Burgos quien debe estar en el mármol de la plaza azuleña.
Empero,
los grandes hechos humanos tienen sus grandes escenarios donde se representan
perennemente: hay recuerdos de Colón en el nuevo mundo donde cada gran
progresista y poderosa nación lo recuerdan a cada instante, como lo sueñan a
diario hasta en los más pobres y apartados villeríos, los que balbucean la
anagnosia del saber.
Y
Burgos, como fundador de un pueblo donde se cultiva la semilla que legara el
genio del descubridor, merece la remembranza estatuaria: él ha sido uno de
tantos que clavaron jalones de vida y trabajo después, mucho después, del día
en que Colón elevara el primer remo de madera europea en la bella Guanahaní.
La
disyuntiva es difícil, pues, y no habría argumentos bastantes a convencer a los
partidarios de cada bando; vale decir que la sentencia siempre sería resistida
si solo se oyera a los litigantes.
Una
resolución aceptada por todos da, a pesar de las encontradas opiniones, la
pauta a seguir para que no degenere en cuestión aldeana si ha de ser Colón o
Burgos el que ocupe en efigie el centro de la plaza azuleña: el nombre de la
plaza misma.
Al
coronel Burgos ha de levantarle otro monumento, donde sea conveniente, la
gratitud de los azuleños y la veneración de los argentinos, pues fue un
servidor de la patria, de esta patria que rara vez olvida a los que por su
libertad o engrandecimiento sudaron sus fatigas o derramaron su sangre. Es
nuestra modesta opinión.”
La segunda era
más directa e inclusive fustigaba a los azuleños haciendo mención al monumento
erigido en Olavarría:
“UN
PROYECTO OLVIDADO. El monumento en la Plaza Colón-. Hemos
recibido una atenta carta ayer, preguntándonos en que quedó el proyecto de
erección de un monumento en la plaza Colón, que substituya a la fuente actual.
Pues
en la nada. La iniciativa es bella, plausible, digna de prestigiarse; pero ha
caído completamente en el vacío.
Se
realizará seguramente algún día, tal vez a expensas de la municipalidad, porque
en el Azul existe la mala costumbre de esperarlo todo de las iniciativas del
gobierno comunal, siendo muy raro que el vecindario reivindique para sí dichas
iniciativas y las lleve a efecto, con prescindencia de las autoridades.
En
otras localidades no ocurre lo mismo.
Olavarría,
por ejemplo, ha levantado, por iniciativa de un grupo de vecinos y por
subscripción popular, un hermoso monumento de granito y bronce, a la memoria
del prócer de la independencia cuyo nombre lleva.
La
municipalidad tuvo escasa participación en la realización de esa obra a la vez
patriótica y de ornato, que costó alrededor de 10.000 pesos, reunidos en la
forma que hemos dicho, con poco trabajo.”
Pocos días más
tarde, el 27 de septiembre, en el mismo periódico se defendía la idea de
homenajear al santafesino fundador de nuestro pueblo:
“El monumento que reclama el Azul-. Hemos
tenido el placer de leer el artículo que publica “El Imparcial” el 23 del
corriente, relativo a una simpática iniciativa que no fue suficientemente
discutida y prestigiada cuando se trajo, en otro momento, al comentario de la
prensa local. Se trata del monumento que reclama nuestra plaza principal.
Creemos
que ha llegado el momento de provocar una discusión amplia, a fin de interesar
el sentimiento público y ver modo de llevar a la práctica la plausible
iniciativa.
‘El
Imparcial’, tratando de dar forma a la idea, se hace eco de las diferentes
opiniones que se conocen, poniendo de relieve que hay partidarios por una
estatua que consagre la memoria del coronel Burgos, fundador del Azul, y
partidarios de una estatua o monumento a Colón.
Indudablemente,
muy buenas son las razones en que se apoyan los que piensan que corresponde el
homenaje al descubridor de América, pero no son menos atendibles y
fundamentales los que asisten a los que desean perpetuar la memoria del humilde
cuanto glorioso fundador del Azul.
Somos
de los que creemos que el honor corresponde al coronel Burgos. Es más,
participamos de la iniciativa en ese sentido.
El
municipio del Azul debe ese homenaje de gratitud a su héroe local, como la
nación, la América
y aún el mundo lo deben a Colón. Este es demasiado grande para la humilde plaza
de la comuna azuleña; estará su estatua fuera de lugar: la memoria del
intrépido navegante vive en el corazón de todo hombre civilizado y está
perpetuada en la humanidad misma, mientras que el obscuro soldado, fundador de
pueblos, que hacía compatible en otros años la gloriosa carrera bélica con los fecundos
labores del hombre de estado, tiene una historia local, absolutamente limitada,
y corresponde al Azul, cumpliendo altos deberes, exteriorizar su gratitud en el
mármol ó en el bronce, a fin de reparar una injusticia de que no somos capaces
conscientemente. Voto por la estatua al coronel Burgos. Un vecino.”
En definitiva,
nunca se concretó homenaje alguno a Cristóbal Colón. Y es importante remarcar
que aunque la idea de homenajear al fundador de Azul fue reflotada y discutida
en varias oportunidades, el monumento recién se concretó de la mano de la
artista Susana Vilardebó y se inauguró en el nicho derecho del Palacio
Municipal, el 16 de diciembre de 1979.
Con los días contados…
En junio de
1912, durante la intendencia de Manuel Castellár, un grupo de nada
menos que 524 vecinos presentó un petitorio con sus firmas solicitando
que fueran retiradas las mal llamadas “Nereidas”, “cuyas figuras de mascarones: grotescas, ridículas, antiestéticas; de
concepción, líneas y proporciones imposibles, resultan una vergüenza pública;
causan la hilaridad de los visitantes del Azul, la mofa de los críticos y el
bochorno de los azuleños”.
En ninguna parte
de la carta se hace referencia a la moral o el pudor que podrían producir
aquellas esculturas desnudas. Ni tuvo participación alguna la curia. Al
parecer, las obras de Dusio, a pesar del cariño que él personalmente había
cosechado en la comunidad, nunca habían conquistado la plena aprobación de los
azuleños, pues alcanza con repasar lo que se había deslizado en la nota
necrológica del escultor: “(…) No cabe en estas líneas, dedicadas a la
memoria del excelente Dusio, un juicio de las obras que éste deja, y que no son quizá la expresión del arte llevado
a su más alto grado, pero revelan facultades y gusto poco comunes (…)”.
Acatando la voluntad popular, el Jefe Comunal
ordenó la inmediata demolición de las mal llamadas
“Nereidas” de Dusio…
Además de las fotos de sus obras artísticas, su firma en un acta es el único recuerdo que quedó del artista.
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