lunes, 7 de junio de 2021

Juan Miguel Oyhanarte, ninguno igual

                                           Juan Miguel Oyhanarte, ninguno igual

 

Por Eduardo Agüero Mielhuerry


Juan Miguel Oyhanarte nació en Azul el 5 de julio de 1926. Sus padres fueron Dionisio Andrómaco Oyhanarte y Juana Paula Zárate. Tuvo tres hermanos: Nelly Azucena, Aída Argentina y Aristóbulo.

Con apenas 14 años de edad, ingresó al diario “El Tiempo” el 16 de octubre de 1940. Su misión era hacer mandados, cebarle mate y comprarle cigarrillos al entonces Director, el Dr. Carlos A. Ronchetti. Al cabo de un tiempo, por su espíritu inquieto y buceador de conocimientos se le asignaron tareas en la Redacción, en la Sección Deportes. Después pasó a la Redacción General para desempeñarse, por último, como Jefe de Redacción.

Siendo un gran lector, se dio cuenta que era necesario tener un excelente archivo. Y todos los días, como una hormiga, fue formándolo, constituyéndose actualmente en uno de los más importantes.

Cuando comenzó Radio Azul, en la década del 50, la parte periodística se le encomendó a “El Tiempo”. Y la empresa le dio la responsabilidad a Oyhanarte. Luego, en esa radio tuvo una audición deportiva junto a Luis María Yozzi.

En la función pública se desempeñó en el gobierno municipal del Dr. Ernesto María Malére, para cumplir con su amigo. Allí creó el Área de Prensa.

En política desde siempre militó en el Partido Socialista –al igual que lo hiciera su padre, que recibió alguna vez en Azul a Juan B. Justo-, hasta llegar a ser candidato a Intendente Municipal y a Concejal. Fue mutualista y cooperativista. Por eso, tuvo una activa participación en la Sociedad Argentina de Socorros Mutuos.

Contrajo matrimonio con Blanca Restivo, con quien tuvo un único hijo, Horacio.

Fue un gardeliano de alma y fundador del “Centro Carlos Gardel”. Y por su iniciativa, el Diario realizó una campaña para que exista lo que hoy es el Museo de Arte López Claro. Trabajó en muchas otras cosas, la mayoría de las veces en forma silenciosa…

Recibió el premio al servicio distinguido otorgado por el Rotary Club de Azul y el de Ciudadano Ilustre de la ciudad, concedido por el Concejo Deliberante de Azul. Muchos otros reconocimientos, los rechazó por su particular forma de ser.

Fueron sus “Baldosas flojas” un espacio de opinión y crítica constructiva en “El Tiempo”, donde también la historia era rescatada del olvido, sin dejar nunca de oír a  los vecinos y sus problemáticas. Baldosas que aún siguen flojas, esperando ingenuamente volverlo a ver transitar la ciudad.

Juan Miguel Oyhanarte falleció a los 82 años de edad, el 7 de junio de 2009, Día del Periodista.

Su esposa Blanca, la “Gringa” como cariñosamente le decía, diría alguna vez de “El Tiempo” y Miguel: “Significa toda mi historia. Tenía 17 años cuando empecé a andar con Miguel. De ahí adelante, “El Tiempo” estuvo en mi vida todos los días…

Con Miguel nos respetábamos mutuamente. Yo respetaba su opinión y él la mía. La relación estaba basada en el amor, pero también en mucho respeto. Nunca le hice ningún problema de que pasara tantas horas en el diario. Miguel se iba de acá a las 10 de la mañana y volvía a las 12 de la noche o cualquier hora… Mi casa era una casa sin horario. Yo sabía que el diario era la vida de él.

Siempre admiré la honestidad de Miguel, y su paciencia para escuchar a todo el mundo así pensara de manera completamente diferente a como él pensaba. A veces, cuando en la televisión había algún político al que no quería e iba a cambiar de canal, me decía: “si no escuchás a todo el mundo no sabes dónde estás parada”. Además era un gran compañero.

Hoy, sigo leyendo “El Tiempo” cada mañana y recuerdo de alguna manera a todos los que pasaron por el diario...”.

En 2020, el periodista Carlos Comparato editó su libro “Crónicas a destiempo”. En su extraordinario trabajo, en el que recopila notas de su autoría y diversas entrevistas, rescata su artículo titulado “La Remington quedó en silencio”:

“El Viejo, cabrón, solitario, con la tecla pegajosa de su creatividad esbozando el juego que más le apasionaba: que las palabras dijeran más allá de su significado. Había que entenderlo. Era su picardía para decir lo que no se podía decir. Era la entrelínea sugerente, sin espasmos junto a la mordacidad sin atenuantes que bailoteaba entre el bálsamo de la sonrisa cómplice y la rudeza de un contenido incontrastable.

Para todos en la redacción era el Viejo, el espejo donde mirarse, el padre que castiga con la mirada y que es el regazo, el último recurso cuando las papas queman. Un bohemio de redacciones de madrugada en tiempos en que no había tanto apuro, en el que la fatiga pasaba inadvertida, en el que el mundo estaba más lejos y la aldea más cerca.

Nunca se sometió a la tecnología porque era como romper su mundo mágico embotado de papeles, sobres, anotaciones que sólo él entendía, con lapicera en la oreja y la lámpara mortecina empecinada en mostrar sólo el papel en la maquia de escribir como si fuera un escenario, su escenario, una puesta en escena donde él era el director, el guionista y el actor. (…)

El Viejo sigue estando y es tan astuto que decidió engañar a la muerte un Día del Periodista. Como para que no queden dudas. De puro porfiado, debe estar volando por ahí el último papel que arrancó de la Remington, con su rezongo postrero, con la frase que aún no terminó de escribir, con la lágrima que se escapa irreverente, fugaz.

No habrá ninguno igual, no habrá ninguno.”.





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