domingo, 26 de septiembre de 2021

La muerte del hijo de "los Generales"

 La muerte del hijo de “los Generales”

 

Hace 158 años, en la casa ubicada a pocas cuadras de donde había fallecido su padre a los cincuenta años de edad, igual que él, fallecía Pedro Pablo Rosas y Belgrano, hijo biológico del general Manuel Belgrano y putativo del general Juan Manuel de Rosas.

 

 

Por Eduardo Agüero Mielhuerry

 

María Josefa Ezcurra, era una jovencita de apenas 16 años, gozosa de una buena posición económica y social, cuando conoció a Manuel Belgrano. Se enamoraron profundamente y mantuvieron una intensa relación entre 1802 y 1803. Sin embargo, su padre, Juan Ignacio, decidió casarla con su primo, Juan Esteban de Ezcurra. Después de varios años de matrimonio, sin hijos, y disgustado con el rumbo político que tomaba el país tras la Revolución de Mayo, Juan Esteban regresó a su tierra natal. María se negó a acompañarlo y aunque nunca más volvió a verlo, él la nombró su heredera.

Guiada por sus impulsos amorosos, cuando Belgrano fue nombrado General en Jefe del Ejército Auxiliar del Perú -luego de crear la Bandera Nacional en Rosario-, María Josefa partió a buscarlo. En su libro “Belgrano, el gran patriota argentino”, Daniel Balmaceda detalla: “(…) Manuel y Josefa permanecieron juntos en el norte alrededor de ocho meses que, a su vez, serían los únicos. En el transcurso de esos meses de 1812 tuvieron lugar tres acontecimientos que quedaron grabados en los anales de la Patria: la bendición de la bandera argentina en San Salvador de Jujuy (el 25 de Mayo), el éxodo jujeño (iniciado el 23 de agosto) y la batalla de Tucumán (24 de septiembre).

En Tucumán, a comienzos de enero de 1813, cuando el ejército se alistaba para marchar rumbo al norte en persecución de los realistas, Manuel y Pepa se separaron, luego de ocho meses de amor y guerra. Él se dirigió a Salta, mientras que ella tomó el camino de regreso. Pero no llegó a Buenos Aires. Se detuvo en Santa Fe. A esperar el nacimiento de su hijo. Porque cuando se despidió de su amado, tenía un embarazo de ocho semanas.”

El niño nació en una estancia de Santa Fe, el 30 de julio de 1813. Casi un mes después, el sacerdote de la Iglesia Matriz de Santa Fe de la Veracruz, Malaquías Duarte Neves, escribió con pequeña y apretada letra en el Libro de Bautismos: “En veinte y seis de Agosto de mil ochocientos trece, yo el Cura Rector puse óleo y crismas a Pedro Pablo, hijo de padres no conocidos, nacido el treinta de Julio, lo bautizó en necesidad don José Plaza. Padrinos: don Rafael Ricardes y doña Trinidad Muana, a quienes advertí la obligación de doctrinar y pura verdad.”. Evidentemente el bebé tuvo alguna complicación en el nacimiento dado que, como quedó registrado, se lo bautizó “en necesidad”, que es una sencilla ceremonia llevada a cabo cuando la urgencia de la situación lo amerita. La propia madre, poco después, se llevó al bebé a Buenos Aires, donde quedó al cuidado de los recién casados Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra, conociéndose al niño desde entonces como Pedro Pablo Rosas.

Cuando él era apenas un niño, el 20 de junio de 1820, falleció su padre biológico, Manuel Belgrano, sin embargo, aún faltaban muchos años más para que descubriera su verdadera filiación, momento desde el cual comenzaría a presentarse como Pedro Pablo Rosas y Belgrano.

Pedro Pablo compartía con su padre putativo las prolongadas estadías en el campo y ya a los 16 años se convirtió en su Secretario Privado. Del mismo modo, Rosas se preocupó por su educación y su futuro patrimonio económico, de manera tal que repartió sus tierras y ganado en forma equitativa entre él y sus hijos biológicos, Juan Bautista y Manuelita.

 

Al Azul…

 

Durante el año 1837 Pedro Pablo Rosas y Belgrano se trasladó al Azul y ejerció como Juez de Paz y Comandante del Fuerte San Serapio Mártir, con el grado de Mayor.

Las atribuciones de los jueces de Paz eran diversas, ya que además de ejercer funciones civiles y correccionales (en asuntos de bajo monto y delitos menores), debían cumplir otras de gobierno, tanto fiscales como recaudadores de contribuciones y rentas del Estado, como censales y electorales. Nombrados por el propio Gobernador, surgieron durante el proceso de supresión de los Cabildos en la gestión de Bernardino Rivadavia, como ministro de Martín Rodríguez. Progresivamente fueron sumando otras facultades como la de Comisario de Policía -desde la circular del 6 de octubre de 1836-, y la de Comandante Militar de Frontera, tal como ocurrió en Azul. Esto hizo que fuera clave su poder de policía, no sólo para mantener el orden sino para el reclutamiento de soldados para el ejército de línea entre “vagos y malentretenidos”, cada vez que un estado de guerra o la lucha contra el indio lo requerían.

Rosas y Belgrano fue el juez de Paz que durante más tiempo ocupó el cargo en Azul. Sumó casi veinte años, aunque con intervalos.

Tuvo alguna actuación reprimiendo las ramificaciones locales de la sublevación de los Libres del Sur acaecida en 1839. A fines de ese año pediría ser relevado para dedicarse a administrar sus estancias.

A la vera del Arroyo Azul, cerca del paso conocido como “San Benito” (actual Balneario Municipal “Almirante Guillermo Brown”), se hallaba el casco de la Estancia “San Benito”, integrada por tres suertes de estancia, construida y mejorada a través del tiempo por Rosas y Belgrano. Contaba con una edificación fortificada con zanjeado y azotea a 3 kilómetros del Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul.

Pedro Pablo Rosas y Belgrano fue nombrado juez de Paz y comandante del Azul el 27 de diciembre de 1840 y, sin interrupciones, tuvo renovado su mandato por resoluciones del 16 de diciembre de 1843, del 29 de diciembre de 1845, del 16 de diciembre de 1846 y del 29 de abril de 1848.

Tras su nombramiento quedó oficialmente encargado de las relaciones con los indígenas en todo el sur de la provincia. Se ocupaba de lo que Juan Manuel de Rosas llamaba el “Negocio Pacífico”, es decir, un sistema de regalos consistente en entregar a los “indios amigos” provisiones de yeguarizos, alcohol, azúcar, yerba mate, naipes y vestimenta, entre otras cosas, a cambio de que los indígenas se mantuvieran en paz con las poblaciones de frontera y ayudaran a reprimir a los que las atacaran. También llevaba adelante las relaciones diplomáticas y el correo entre los indios y el gobierno provincial, estableciendo así relaciones muy estrechas con los pueblos originarios, tanto como con otros estancieros y gauchos del sur bonaerense.

 

Amor… amores…

 

A finales de la década del ’30, Pedro Pablo comenzó una relación sentimental con una joven radicada en Azul llamada María Juana de los Dolores Rodríguez, hija de Juan Francisco Rodríguez y María Brígida Marturano Sosa. Pedro Pablo y Juana tuvieron dieciséis hijos (algunos fuera y otros dentro del matrimonio), de los cuales buena parte fallecieron siendo niños. En diversos registros fue posible encontrar a: Dolores (1839); Pedro Servando (1841); Juana Manuela Nieves (1842); Francisco (1843); Braulia (1845); Melitona (1846); María Josefa Benita Ramona (1850); Manuel Casimiro Francisco Javier (1853); Juan Manuel Dámaso Daniel Estelita (1854); Francisco Narciso (1856) y Justo Jacinto Emiliano (1858). Casi todos fueron bautizados en la Iglesia Nuestra Señora del Rosario de Azul, aunque no necesariamente habían nacido en el pueblo.

A pesar de esta importante descendencia con Juana, en diciembre de 1849 nació en Azul un bebé, al que poco después Pedro Pablo reconoció como suyo, siendo su madre la azuleña María Cosme Damiana Ramos (nacida en 1837; hija de Manuel Ramos y María Crespo). Éste niño figura en el Acta de Bautismo como Manuel Belgrano, habiendo sido bautizado por el Padre De la Sota, el 1 de agosto de 1850.

El 29 de octubre de 1851, Pedro y Juana celebraron su matrimonio religioso en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Azul. Los padrinos de la ceremonia fueron Manuel Ángel Medrano y la madre del novio –aunque no legalmente reconocido el vínculo-, María Josefa Ezcurra. Al no poder ella viajar desde la ciudad de Buenos Aires, fue representada en la ceremonia por Sor Gregoria Tapia. El sacerdote que consagró la unión fue Clemente Ramón de la Sota.

 

Condenado a muerte tras “San Gregorio”

 

El día 15 de septiembre de 1852, Pedro Pablo Rosas y Belgrano, desde Azul, adheriría al levantamiento de Buenos Aires contra Urquiza. En una carta a Valentín Alsina, jefe de la sublevación, el vecino azuleño le diría: “…mi posición está libre de ciertas trabas que me eran de peculiar estorbo. Cuente el gobierno y cuenten todos los buenos patriotas con mi cooperación decidida en sostener el honor, la libertad y bienestar de nuestra amada Provincia, tan vilmente ultrajada por un hombre sin corazón ni razón”. Ese hombre “sin corazón ni razón” era el general Justo José de Urquiza. Sin embargo… Después de la caída de su padre putativo, Rosas y Belgrano había seguido siendo el Juez de Paz de Azul, por orden directa de Urquiza. Y luego, por disposición del comandante de campaña Hilario Lagos, había sido nombrado Comandante del Regimiento de Caballería Número 11, con sede en Azul.

El “Combate de San Gregorio” se desencadenó el 22 de enero de 1853. Al llegar frente al ejército enemigo, Jerónimo Costa puso a sus tropas al mando del general Gregorio Paz, jefe de su estado mayor. Por su parte, Rosas y Belgrano delegó el mando de las suyas en el coronel Faustino Velazco, recién incorporado al ejército porteño.

Antes de terminar de ubicarse las tropas, los indígenas del ejército de Rosas y Belgrano conferenciaron con los indios que integraban en el ejército federal y, de común acuerdo, todos abandonaron el campo de batalla. Con este cambio, la situación quedó ampliamente a favor del ejército de la Confederación. Además, contaban con mucho mejor armamento, mejores mandos intermedios y más experiencia en las tropas.

Viendo la situación, Paz ordenó un ataque general de su caballería, que se llevó por delante al ejército enemigo en minutos. Muchos de los soldados intentaron salvarse lanzándose al río Salado, pero las barrancas de la costa les impidieron terminar el cruce y muchos murieron ahogados. Sin embargo, los menos, como el joven y valiente Matías B. y Miñana, de casi veinte años, pudieron concretar la hazaña nadando por el imponente río. Otros, como el coronel Velazco, quedaron encerrados contra las altas barrancas y fueron asesinados. Los que fueron alcanzados antes por los oficiales que por los soldados, como Ramos Mejía, Otamendi y Rosas y Belgrano, salvaron sus vidas. Pero fueron tomados prisioneros. Al mediodía, la batalla había terminado.

Pedro Pablo Rosas y Belgrano fue trasladado detenido, primero, a una casa en San José de Flores y, posteriormente, a la Villa de Luján. Un Consejo de guerra -presidido por el coronel Isidro Quesada-, lo condenó a muerte a pesar de la defensa que de él hizo el coronel Antonino Reyes. Pero Lagos no quiso cumplir la orden y lo puso en libertad, considerando la carta que Manuela Mónica del Corazón de Jesús Belgrano le entregara pidiéndole por la vida de su hermano “teniendo en cuenta su sangre”.

 

Otra vez al Azul, por poco tiempo…

 

Rosas y Belgrano renunció a su banca como diputado el 20 de julio y el 3 de agosto de 1853 fue repuesto como Juez de Paz de Azul, cargo al que agregaría en 1854 el de Comandante del regimiento de Caballería 11º de Guardias Nacionales. En febrero viajó hacia Buenos Aires y en abril se le dio el alta en la Plana Mayor Activa del Ejército.

En febrero de 1855 pidió la baja por mala salud. Por entonces recrudecieron los ataques contra los que habían simpatizado abiertamente o formado parte del gobierno de Juan Manuel de Rosas. Las nuevas autoridades decidieron confiscar todos los bienes de éste y de sus hijos. Consecuentemente, dado que legalmente Pedro llevaba el apellido del “Restaurador de las Leyes”, perdió todo su capital… Fue propietario hasta entonces de las suertes de estancia números: 1, 2 y 3 (conformando las tres juntas “El Recreo”); 21, 37, 64 (“Puesto de los Bueyes”), 65, 191, 192 (“San Benito”), 193, 194, 195, 217, 237238 y 241 (“La Colorada”), y 266.

Harto de todos los conflictos planteados, en primera instancia se marchó a la República Oriental del Uruguay, donde el 10 de enero de 1856 nacería su hijo Francisco Narciso. Luego, retornó a la Argentina, instalándose en la provincia de Santa Fe.

 

A las órdenes de Urquiza...

 

Poco después de la batalla de Cepeda, el general Urquiza volvió a avanzar sobre Buenos Aires. Allí organizó la defensa el general Bartolomé Mitre, mientras los jefes de frontera trataban de defenderse de un posible avance desde el sur. Urquiza nombró a Rosas y Belgrano comandante de armas del sur de la provincia de Buenos Aires y lo envió hacia esa zona -culminando así sus trajinares por la zona del litoral, a la que no volvería-.

El flamante Comandante convenció al cacique general Calfucurá, para que enfrente al comandante Ignacio Rivas en Cruz de Guerra, pero el ataque fracasó.

El 10 de noviembre de 1859, Rosas y Belgrano, el coronel Federico Olivencia y un grupo de indios tomaron el pueblo del Azul.

Por su parte, el comandante Linares se presentó en Tandil, que estaba indefensa por haber salido su comandante, Benito Machado, a defender Azul. De modo que los habitantes de Tandil lo dejaron tomar la ciudad a cambio de que los indígenas que venían con él quedaran afuera, pero éstos se sublevaron y saquearon la ciudad.

Simultáneamente, llegó al Azul el coronel Nicolás Ocampo con un reducido grupo de soldados del Regimiento Nº 16 de la Guardia Nacional. Ante el panorama planteado y conocedor de viejos rencores entre Olivencia y Rosas y Belgrano, Ocampo se reunió con el primero buscando que deponga su actitud. Ambos se entendieron… Olivencia y sus hombres abandonaron el pueblo. Machado regresó a Tandil, obligando a Linares a huir.

Los indígenas que habían llegado a Azul con el coronel Rosas y Belgrano también lo abandonaron. El Coronel debió huir, pero fue tomado prisionero en cercanías de Rosario y, a pesar de que algunos oficiales pidieron que fuera ejecutado, su vida fue respetada por órdenes del general Bartolomé Mitre. Éste último, viendo que el primogénito de Belgrano estaba muy enfermo, lo dejó regresar a Buenos Aires empero con la condición expresa de que no se acerque al Azul.

 

Camino al descanso eterno…

 

La salud de Pedro Pablo comenzó a deteriorarse aceleradamente. Los problemas económicos que debió enfrentar, agravaron su estado.

Pasó sus últimos días en la casa de la calle Belgrano Nº 208 de la ciudad de Buenos Aires. Pedro Pablo Rosas y Belgrano falleció el 26 de septiembre de 1863, en la casa ubicada a pocas cuadras de donde había fallecido su padre a los cincuenta años de edad, igual que él.






2 comentarios:

  1. Muy interesante la historia, llama la atención la devoción de Juan Manuel de Rosas por San Benito de Palermo el santo negro, nombre con el cual bautizo su suerte de estancia y que luego le dió nombre al puente San Benito.

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