La muerte del hijo de “los Generales”
Hace 158 años, en la casa
ubicada a pocas cuadras de donde había fallecido su padre a los cincuenta años
de edad, igual que él, fallecía Pedro Pablo Rosas y Belgrano, hijo biológico del
general Manuel Belgrano y putativo del general Juan Manuel de Rosas.
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
María Josefa Ezcurra, era una jovencita de apenas 16 años, gozosa de
una buena posición económica y social, cuando conoció a Manuel Belgrano. Se
enamoraron profundamente y mantuvieron una intensa relación entre 1802 y 1803.
Sin embargo, su padre, Juan Ignacio, decidió casarla con su primo, Juan Esteban
de Ezcurra. Después de varios años de matrimonio, sin hijos, y disgustado con
el rumbo político que tomaba el país tras la Revolución de Mayo, Juan Esteban
regresó a su tierra natal. María se negó a acompañarlo y aunque nunca más
volvió a verlo, él la nombró su heredera.
Guiada por sus impulsos amorosos, cuando Belgrano fue
nombrado General en Jefe del Ejército Auxiliar del Perú -luego de crear la
Bandera Nacional en Rosario-, María Josefa partió a buscarlo. En su libro “Belgrano,
el gran patriota argentino”, Daniel Balmaceda detalla: “(…) Manuel y Josefa permanecieron juntos en
el norte alrededor de ocho meses que, a su vez, serían los únicos. En el
transcurso de esos meses de 1812 tuvieron lugar tres acontecimientos que
quedaron grabados en los anales de la Patria: la bendición de la bandera
argentina en San Salvador de Jujuy (el 25 de Mayo), el éxodo jujeño (iniciado
el 23 de agosto) y la batalla de Tucumán (24 de septiembre).
En Tucumán, a comienzos de enero de 1813, cuando el
ejército se alistaba para marchar rumbo al norte en persecución de los
realistas, Manuel y Pepa se separaron, luego de ocho meses de amor y guerra. Él
se dirigió a Salta, mientras que ella tomó el camino de regreso. Pero no llegó
a Buenos Aires. Se detuvo en Santa Fe. A esperar el nacimiento de su hijo.
Porque cuando se despidió de su amado, tenía un embarazo de ocho semanas.”
El niño nació en una estancia de Santa Fe, el 30 de
julio de 1813. Casi un mes después, el sacerdote de la Iglesia Matriz
de Santa Fe de la Veracruz, Malaquías Duarte Neves, escribió con
pequeña y apretada letra en el Libro de Bautismos: “En veinte y seis de Agosto de mil ochocientos trece, yo el Cura Rector
puse óleo y crismas a Pedro Pablo, hijo de padres no conocidos, nacido el
treinta de Julio, lo bautizó en necesidad don José Plaza. Padrinos: don Rafael
Ricardes y doña Trinidad Muana,
a quienes advertí la obligación de doctrinar y pura verdad.”. Evidentemente
el bebé tuvo alguna complicación en el nacimiento dado que, como quedó
registrado, se lo bautizó “en necesidad”,
que es una sencilla ceremonia llevada a cabo cuando la urgencia de la situación
lo amerita. La propia madre, poco después, se llevó al bebé a Buenos Aires,
donde quedó al cuidado de los recién casados Juan Manuel de Rosas y Encarnación
Ezcurra, conociéndose al niño desde entonces como Pedro Pablo Rosas.
Cuando él era apenas un niño, el 20 de junio de 1820,
falleció su padre biológico, Manuel Belgrano, sin embargo, aún faltaban muchos
años más para que descubriera su verdadera filiación, momento desde el cual
comenzaría a presentarse como Pedro Pablo Rosas y Belgrano.
Pedro Pablo compartía con su padre putativo las
prolongadas estadías en el campo y ya a los 16 años se convirtió en su Secretario
Privado. Del mismo modo, Rosas se preocupó por su educación y su futuro
patrimonio económico, de manera tal que repartió sus tierras y ganado en forma
equitativa entre él y sus hijos biológicos, Juan Bautista y Manuelita.
Al Azul…
Durante el año 1837 Pedro Pablo Rosas y Belgrano se
trasladó al Azul y ejerció como Juez de Paz y Comandante del Fuerte San Serapio
Mártir, con el grado de Mayor.
Las atribuciones de los
jueces de Paz eran diversas, ya que además de ejercer funciones civiles y
correccionales (en asuntos de bajo monto y delitos menores), debían cumplir
otras de gobierno, tanto fiscales como recaudadores de contribuciones y rentas
del Estado, como censales y electorales. Nombrados por el propio Gobernador, surgieron durante el
proceso de supresión de los Cabildos en la gestión de Bernardino Rivadavia,
como ministro de Martín Rodríguez. Progresivamente fueron sumando otras
facultades como la de Comisario de Policía -desde la circular del 6 de octubre
de 1836-, y la de Comandante Militar de Frontera, tal como ocurrió en Azul. Esto hizo que fuera clave
su poder de policía, no sólo para mantener el orden sino para el reclutamiento
de soldados para el ejército de línea entre “vagos
y malentretenidos”, cada vez que un estado de guerra o la lucha contra el
indio lo requerían.
Rosas y Belgrano fue el juez de Paz que durante más
tiempo ocupó el cargo en Azul. Sumó casi veinte años, aunque con intervalos.
Tuvo alguna actuación reprimiendo las ramificaciones
locales de la sublevación de los Libres del Sur acaecida en 1839. A
fines de ese año pediría ser relevado para dedicarse a administrar sus
estancias.
A la vera del Arroyo
Azul, cerca del paso conocido como “San Benito” (actual Balneario Municipal
“Almirante Guillermo Brown”), se hallaba el casco de
Pedro Pablo Rosas y Belgrano fue nombrado juez de Paz y
comandante del Azul el 27 de diciembre de 1840 y, sin interrupciones, tuvo
renovado su mandato por resoluciones del 16 de diciembre de 1843, del 29 de
diciembre de 1845, del 16 de diciembre de 1846 y del 29 de abril de 1848.
Tras su nombramiento quedó oficialmente encargado de las
relaciones con los indígenas en todo el sur de la provincia. Se ocupaba de lo
que Juan Manuel de Rosas llamaba el “Negocio Pacífico”, es decir, un
sistema de regalos consistente en entregar a los “indios amigos” provisiones de
yeguarizos, alcohol, azúcar, yerba mate, naipes y vestimenta, entre otras
cosas, a cambio de que los indígenas se mantuvieran en paz con las poblaciones
de frontera y ayudaran a reprimir a los que las atacaran. También llevaba
adelante las relaciones diplomáticas y el correo entre los indios y el gobierno
provincial, estableciendo así relaciones muy estrechas con los pueblos
originarios, tanto como con otros estancieros y gauchos del sur bonaerense.
Amor… amores…
A finales de la década del ’30, Pedro Pablo comenzó una
relación sentimental con una joven radicada en Azul llamada María
Juana de los Dolores Rodríguez, hija de Juan Francisco Rodríguez
y María Brígida Marturano Sosa.
Pedro Pablo y Juana tuvieron dieciséis hijos (algunos fuera y
otros dentro del matrimonio), de los cuales buena parte fallecieron siendo
niños. En diversos registros fue posible encontrar a: Dolores (1839); Pedro
Servando (1841); Juana Manuela Nieves (1842); Francisco
(1843); Braulia (1845); Melitona (1846); María
Josefa Benita Ramona (1850); Manuel Casimiro Francisco Javier
(1853); Juan Manuel Dámaso Daniel Estelita (1854); Francisco Narciso (1856)
y Justo
Jacinto Emiliano (1858). Casi todos fueron bautizados en la Iglesia
Nuestra Señora del Rosario de Azul, aunque no necesariamente habían nacido en
el pueblo.
A pesar de esta importante descendencia con Juana, en
diciembre de 1849 nació en Azul un bebé, al que poco después Pedro Pablo
reconoció como suyo, siendo su madre la azuleña María Cosme Damiana Ramos
(nacida en 1837; hija de Manuel Ramos y María Crespo). Éste niño figura en el
Acta de Bautismo como Manuel Belgrano, habiendo sido
bautizado por el Padre De la Sota, el 1 de agosto de 1850.
El 29 de octubre de 1851, Pedro y Juana
celebraron su matrimonio religioso en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario
de Azul. Los padrinos de la ceremonia fueron Manuel Ángel Medrano y la
madre del novio –aunque no legalmente reconocido el vínculo-, María
Josefa Ezcurra. Al no poder ella viajar desde la ciudad de Buenos
Aires, fue representada en la ceremonia por Sor Gregoria Tapia. El
sacerdote que consagró la unión fue Clemente Ramón de la Sota.
Condenado a muerte tras “San Gregorio”
El día 15 de septiembre de 1852, Pedro Pablo Rosas y Belgrano,
desde Azul, adheriría al levantamiento de Buenos Aires contra Urquiza. En una
carta a Valentín Alsina, jefe de la sublevación, el vecino azuleño le
diría: “…mi posición está libre de
ciertas trabas que me eran de peculiar estorbo. Cuente el gobierno y cuenten
todos los buenos patriotas con mi cooperación decidida en sostener el honor, la
libertad y bienestar de nuestra amada Provincia, tan vilmente ultrajada por un
hombre sin corazón ni razón”. Ese hombre “sin corazón ni razón”
era el general Justo José de Urquiza. Sin embargo… Después de la caída de su
padre putativo, Rosas y Belgrano había seguido siendo el Juez de Paz de Azul,
por orden directa de Urquiza. Y luego, por disposición del comandante de
campaña Hilario Lagos, había sido nombrado Comandante del Regimiento de
Caballería Número 11, con sede en Azul.
El “Combate de San Gregorio” se
desencadenó el 22 de enero de 1853. Al llegar frente al ejército enemigo, Jerónimo
Costa puso a sus tropas al mando del general Gregorio Paz, jefe de su
estado mayor. Por su parte, Rosas y Belgrano delegó el mando de las suyas en el
coronel Faustino Velazco, recién incorporado al ejército porteño.
Antes de terminar de ubicarse las tropas, los indígenas
del ejército de Rosas y Belgrano conferenciaron con los indios que integraban
en el ejército federal y, de común acuerdo, todos abandonaron el campo de
batalla. Con este cambio, la situación quedó ampliamente a favor del
ejército de la Confederación. Además, contaban con mucho mejor armamento, mejores
mandos intermedios y más experiencia en las tropas.
Viendo la situación, Paz ordenó un ataque general de su
caballería, que se llevó por delante al ejército enemigo en minutos. Muchos de
los soldados intentaron salvarse lanzándose al río Salado, pero las barrancas
de la costa les impidieron terminar el cruce y muchos murieron ahogados. Sin
embargo, los menos, como el joven y valiente Matías B. y Miñana, de
casi veinte años, pudieron concretar la hazaña nadando por el imponente río.
Otros, como el coronel Velazco, quedaron encerrados contra las altas barrancas
y fueron asesinados. Los que fueron alcanzados antes por los oficiales que por
los soldados, como Ramos Mejía, Otamendi y Rosas y Belgrano, salvaron sus
vidas. Pero fueron tomados prisioneros. Al mediodía, la batalla había
terminado.
Pedro Pablo Rosas y Belgrano fue trasladado detenido,
primero, a una casa en San José de Flores y, posteriormente, a la Villa
de Luján. Un Consejo de guerra -presidido por el coronel Isidro
Quesada-, lo condenó a muerte a pesar de la
defensa que de él hizo el coronel Antonino Reyes. Pero Lagos
no quiso cumplir la orden y lo puso en libertad, considerando la carta que Manuela
Mónica del Corazón de Jesús Belgrano le entregara pidiéndole por la
vida de su hermano “teniendo en cuenta su
sangre”.
Otra vez al Azul, por poco tiempo…
Rosas y Belgrano renunció a su banca como diputado el 20
de julio y el 3 de agosto de 1853 fue repuesto como Juez de Paz de Azul,
cargo al que agregaría en 1854 el de Comandante del regimiento de Caballería
11º de Guardias Nacionales. En febrero viajó hacia Buenos Aires y en abril se
le dio el alta en la Plana Mayor Activa del Ejército.
En febrero de 1855 pidió la baja por mala salud. Por
entonces recrudecieron los ataques contra los que habían simpatizado
abiertamente o formado parte del gobierno de Juan Manuel de Rosas. Las nuevas
autoridades decidieron confiscar todos los bienes de éste y
de sus hijos. Consecuentemente, dado que legalmente Pedro llevaba el apellido
del “Restaurador de las Leyes”,
perdió todo su capital… Fue propietario hasta entonces de las suertes de
estancia números: 1, 2 y 3 (conformando las tres juntas “El Recreo”); 21, 37, 64 (“Puesto de los Bueyes”), 65, 191, 192 (“San Benito”), 193, 194, 195,
217,
237; 238 y 241 (“La Colorada”), y 266.
Harto de todos los conflictos planteados, en primera
instancia se marchó a la República Oriental del Uruguay,
donde el 10 de enero de 1856 nacería su hijo Francisco Narciso. Luego,
retornó a la Argentina, instalándose en la provincia de Santa Fe.
A las órdenes de Urquiza...
Poco después de la batalla de Cepeda, el general
Urquiza volvió a avanzar sobre Buenos Aires. Allí organizó la defensa el
general Bartolomé Mitre, mientras los jefes de frontera trataban de
defenderse de un posible avance desde el sur. Urquiza nombró a Rosas y Belgrano
comandante de armas del sur de la provincia de Buenos Aires y lo envió hacia
esa zona -culminando así sus trajinares por la zona del litoral, a la que no
volvería-.
El flamante Comandante convenció al cacique general Calfucurá,
para que enfrente al comandante Ignacio Rivas en Cruz de Guerra,
pero el ataque fracasó.
El 10 de noviembre de 1859, Rosas y
Belgrano, el coronel Federico Olivencia y un grupo de
indios tomaron el pueblo del Azul.
Por su parte, el comandante Linares se presentó en Tandil,
que estaba indefensa por haber salido su comandante, Benito Machado, a
defender Azul. De modo que los habitantes de Tandil lo dejaron tomar la ciudad
a cambio de que los indígenas que venían con él quedaran afuera, pero éstos se
sublevaron y saquearon la ciudad.
Simultáneamente, llegó al Azul el coronel Nicolás
Ocampo con un reducido grupo de soldados del Regimiento Nº 16 de la
Guardia Nacional. Ante el panorama planteado y conocedor de viejos rencores
entre Olivencia y Rosas y Belgrano, Ocampo se reunió con el primero buscando
que deponga su actitud. Ambos se entendieron… Olivencia y sus hombres
abandonaron el pueblo. Machado regresó a Tandil, obligando a Linares a huir.
Los indígenas que habían llegado a Azul con el coronel
Rosas y Belgrano también lo abandonaron. El Coronel debió huir, pero fue tomado
prisionero en cercanías de Rosario y, a pesar de que algunos oficiales pidieron
que fuera ejecutado, su vida fue respetada por órdenes del general Bartolomé
Mitre. Éste último, viendo que el primogénito de Belgrano estaba muy
enfermo, lo dejó regresar a Buenos Aires empero con la condición expresa de que no se
acerque al Azul.
Camino al descanso eterno…
La salud de Pedro Pablo comenzó a deteriorarse
aceleradamente. Los problemas económicos que debió enfrentar, agravaron su
estado.
Muy buen relato, interesante
ResponderEliminarMuy interesante la historia, llama la atención la devoción de Juan Manuel de Rosas por San Benito de Palermo el santo negro, nombre con el cual bautizo su suerte de estancia y que luego le dió nombre al puente San Benito.
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