Piaggio, el diferente
Agustín
Piaggio nació el 23 de marzo de 1873, en Barracas al
Sur (actual Avellaneda). Sus padres fueron los inmigrantes italianos José
Piaggio y Catalina Camere. Fue bautizado el 5 de mayo del año de su
nacimiento.
Siguiendo
su ferviente curiosidad y proclive interés por la religión, ingresó al
Seminario Conciliar de Buenos Aires para dar cauce a su temprana vocación.
Entonces, a sus apenas 12 años de edad, habían calado profundamente en él las
palabras del cura párroco de Barracas, Blas Pérez Millán.
Lúcido y
con excepcionales cualidades, en 1888, fue enviado a Roma para continuar sus
estudios de Filosofía y de Teología. En 1895 recibió la ordenación sacerdotal,
y al año siguiente retornó a la Argentina para ser designado como Teniente Cura
en Baradero (provincia de Buenos Aires).
Al
Azul
A
finales de 1896, Agustín Piaggio fue nombrado Cura Vicario de la flamante
ciudad de Azul (declarada como tal un año antes). La historiadora Norma Iglesias, en su obra “La Casa de Dios. Historia de la
Iglesia Catedral de Azul”, describe: “Escribió el padre Luis J. Actis que la presencia en Azul de un
sacerdote de los quilates del Dr. Agustín Piaggio, se hizo sentir enseguida. En
aquella hora, última casi del siglo XIX, teñida de tantas ideas nuevas, en que
se pretendía alardear de incredulidad, conquistó, el nuevo sacerdote,
innumerables simpatías.
Era,
según decían los diarios de la época, entre ellos “La Enseña Liberal”: ‘de palabra fácil y convincente, tenía ese
don no común de captar con facilidad la voluntad hasta de los del campo
contrario...’.
Se retiró el
padre Piaggio de Azul después de haber conseguido que se echase por tierra el
nunca terminado tercer templo azuleño, que fue desde el comienzo ‘un verdadero
adefesio’.”.
La reconocida historiadora
continúa: “El 14 de mayo de 1897, el
Presidente del Concejo Deliberante de Azul dirigió al Cura Párroco Agustín
Piaggio, la siguiente nota: ‘El
Concejo Deliberante ha creído de su deber tomar la iniciativa para la
realización del proyecto tan justo y desde hace tanto tiempo reclamado de dotar
al Azul de un edificio para la Iglesia parroquial… Aún prescindiendo del
espíritu religioso, siquiera por ornato, por culto a la estética, es evidente
que la ciudad de Azul exige otro edificio para la Iglesia Parroquial, que
reemplace al viejo y ruinoso actual, que es hasta una amenaza constante para
los que concurren al templo, resolviendo formar una Comisión integrada por los
Señores Ángel Pintos, Ceferino Peñalva, José Berdiñas, Pablo Laclau, Pedro
Maschió, Alejandro Brid, Martín Abeberry, Joaquín López, Ruperto Dhers y
Agustín Piaggio...’.”.
Tal como describe la
investigadora: “En base a un informe del
ingeniero Corti sobre el estado de la iglesia, el padre Piaggio pidió a la
Municipalidad, ‘para evitar una
catástrofe’, que se procediera a la demolición del viejo edificio, que
había sido ya clausurado.
El 18 de mayo
de 1899, el periódico ‘El Imparcial’ decía: ‘A fines de esta semana o en la otra sin falta, se empezará la demolición
de nuestra fea y sucia iglesia’.”.
En su exquisito trabajo,
Iglesias explica que desde el Municipio se asignó una partida para alquilarle
una casa habitación y oficina al padre, Dr. Piaggio. Y sobre los pasos que se
siguieron para la planificación de la actual Catedral explica: “El proyecto presentado fue aceptado por el
presbítero Piaggio y por el Concejo Deliberante. También lo fue por el
Departamento de Ingenieros de la Provincia, con la observación de la necesidad
de la ampliación del terreno a edificar, pues las medidas del que por entonces
disponían perjudicarían la estética de la obra y significaría una desproporción
entre la altura y el largo del edificio, siendo necesarios 10 metros más.
Al respecto el padre Piaggio informó que
existía un lote detrás de la Iglesia que estaba en venta, agregando ‘Tal vez no
sea onerosa la compra’. El Obispo de La Plata escribió al Cura Párroco: ‘Hemos
visto los planos, que nos han gustado mucho, solo tenemos que objetar que el
terreno es corto’.
Evidenciada la necesidad de
adquirir diez metros más de fondo, resolvieron y aprobaron, el Concejo
Deliberante y el Intendente Municipal, la adquisición del lote perteneciente a
Francisco Mallet, en la suma de 12.500 pesos.
Con fecha 2 de febrero de 1899 se celebró
entre el Cura Vicario de Azul, el padre Piaggio, y la empresa ‘José Miró y
Cía.’, con domicilio en la Capital Federal, un contrato por el cual la empresa
contratista se obligaba a construir el templo y la casa parroquial de Azul, de
acuerdo con los planos presentados por los ingenieros Ochoa, Pittman y Thomas,
nombrándose director de la obra al ingeniero Juan Ochoa.”.
La abjuración de Ruperto Dhers
El 3 de noviembre de 1897 falleció en
Azul el reconocido vecino Ruperto Tiburcio Dhers. Un recuadro
en un diario de la época reza:
“Ruperto Dhers falleció el día 3 del corriente (...) su esposa Magdalena D. de Dhers, sus hijos Lucila, Ruperto J. y Rosalía (...) invitan a sus relaciones a acompañar los restos del extinto a su última morada, mañana 5 a las 10 AM. En nuestra iglesia Parroquial se celebrara una misa de cuerpo presente a las 9 AM. Casa mortuoria, Alsina 164. El duelo se despedirá por tarjeta”
Una cruz católica presidía el recuadro que daba la triste noticia sobre quien era en Azul un vecino verdaderamente prestigioso y quien además en los últimos meses había formado parte de la Comisión para la construcción del que sería el nuevo templo (nuestra actual Catedral). Una nota del 14 de mayo de 1897, dirigida por el Presidente del Concejo Deliberante de Azul al cura párroco Agustín Piaggio, decía lo siguiente:
“...El Concejo Deliberante ha creído de su deber tomar la iniciativa para la realización del proyecto tan justo y desde hace tanto tiempo reclamado de dotar al Azul de un edificio para la Iglesia Parroquial...
Aun
prescindiendo del espíritu religioso, siquiera por ornato, por culto a la
estética, es evidente que la ciudad de Azul exige otro edificio para la Iglesia
Parroquial, que reemplace al viejo y ruinoso actual, que es hasta una amenaza
constante para los que concurren al templo, resolviendo formar una Comisión
integrada por los Señores Ángel Pintos, Ceferino Peñalva, José Berdiñas, Pablo
Laclau, Pedro Maschio, Alejandro Brid, Martín Abeberry, Joaquín López y Ruperto
Dhers...”.
Ruperto Dhers, muy poco antes de morir se había “reconciliado” con la Iglesia. Su esposa y el Sacerdote, cuando su enfermedad empeoró y viendo lo improbable de su mejoría, insistieron para que abandonase sus paganas convicciones. Así describe Piaggio lo ocurrido en una carta que le envió al arzobispo de Buenos Aires, Uladislao Castellano:
“Azul, Noviembre 12 de 1897
Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Dr. Don Uladislao
Castellano
Arzobispo de Buenos Aires
Excelentísimo Señor:
A mediados del
mes pasado enfermó gravemente en esta parroquia un conocido masón grado 33.·.y que había sido venerable .·., si bien
hacía tiempo que no frecuentaba las logias. Aprovechando la amistad que a él me
unía, pues era secretario de la comisión para la construcción del nuevo templo
resolví con la ayuda de Dios reconciliarlo con la Iglesia Católica, lo que
felizmente obtuve ayudado por su misma familia. Como estaba imposibilitado para
firmar la retractación que es necesaria en estos casos; atendidas las
circunstancias y especialmente el estado de ánimo del enfermo juzgué suficiente
que, antes de recibir el Santo Viático ordenara a su esposa delante de otro
testigo de que me entregara una vez fallecido todas las cosas pertenecientes a
la masonería; pues si sanaba él mismo personalmente quería entregármelas lo que
no hacía en ese momento por no tenerlas a mano. Falleció de hecho el tres del
corriente y como era público y notorio que había muerto reconciliado con la Iglesia
recibiendo todos los auxilios de la religión, creí conveniente darle sepultura
eclesiástica con cierta pompa exterior para común edificación.
Hoy
me he presentado a la viuda exigiendo el cumplimiento del mandato del difunto
de entregarme todos los papeles etc., pertenecientes a la masonería y me
informa que un cuñado suyo cometiendo un abuso de confianza en momentos en que
un hermano suyo examinaba los documentos que se guardaban en la caja de fierro
y estando ella ausente, se ha apropiado de los papeles de la masonería que se
guardaban en la misma caja y como es masón no quiere entregarlos: de modo que
la viuda sólo me ha entregado la banda y el mandil que estaban en otro armario.
Esto
puesto; suplico encarecidamente a su Excelencia Reverendísimatenga la
amabilidad de contestar a las siguientes preguntas: ¿Debo darme por satisfecho
con la banda y el mandil? ¿Cómo debo preceder? Esta banda y mandil ¿debo
remitirlos a su Excelencia Reverendísima? ¿O debo quemarlos? ¿O puede su
Excelencia Reverendísima autorizarme para que los conserve como una curiosidad?
Esperando
de su bondad se servirá disculpar la molestia y contestar a mis preguntas me es
grato saludarlo con el más profundo respeto.
De
Vuestra Excelencia Reverendísima obediente hijo en Xto(Cristo)
Agustín
Piaggio
Cura Vicario”
Unos días después la respuesta llegó. Una carta con poca formalidad y escasa prolijidad hace pensar que lo hecho por el padre Piaggio poco sorprendió al Arzobispado de Buenos Aires. Sin embargo, nada imposibilitó que las órdenes fueran claras y precisas.
“Noviembre 15, 1897.
Habiendo hecho el Sr. Cura del Azul todo lo posible para obtener todos los
documentos pertenecientes al masón convertido y que acreditaban este título,
aunque sin resultado, dése por satisfecho y en cuanto a las insignias que
conserva en su poder, proceda a su destrucción inmediata.
Comuníquesele esta resolución por Secretaría.
Juan N. Ferrere
Vicario
General
Así lo comuniqué en la misma fecha.
Duprat”
Evidentemente, el padre Piaggio no cumplió con las órdenes que le fueron impartidas y dicha desobediencia permitió que al menos la banda (y la medalla que no se menciona en los textos pero se presume de la misma procedencia), llegara hasta nuestros días como un mudo testigo de los conflictos que se suscitaron en nuestra ciudad entre la masonería y los diversos sacerdotes que condujeron a la feligresía azuleña, piezas que hoy están resguardadas en el Seminario Diocesano de Azul.
Las dudas de Piaggio
Poco después, el 27 de
abril de 1898, el padre Piaggio pidió su traslado a la Arquidiócesis
de Buenos Aires, pero el Obispo de la Plata, monseñor Mariano
Antonio Espinosa, no aceptó la renuncia y le dijo que “procure
empezar cuanto antes la obra del templo”. A su vez el intendente Municipal,
Dr.
Ángel Pintos también le pidió que no se retire del Azul, pues “sacerdotes
con sus condiciones morales e intelectuales son una necesidad para la religión
católica”.
Un año más tarde volvió a insistir Piaggio y el 13 de abril de 1899,
elevó su renuncia con carácter indeclinable, pidiendo pasar a la
Arquidiócesis de Buenos Aires, pues según decía “no sirvo para Cura
Párroco”. Fue aceptada su solicitud y el sacerdote emprendió su viaje a
Buenos Aires pocos días después. El
periódico “El Imparcial”
despedía así al sacerdote: “El
señor Piaggio por su probada inteligencia y virtudes religiosas ha despertado
en toda la población simpatías tan arraigadas que se puede asegurar que era la
persona indicada para llevar a feliz término la obra del templo proyectado.”.
La construcción se detendría temporalmente…
Otros lares…
En 1899 fue designado Capellán del Asilo San Vicente de Paul y en 1900 fue nombrado en la Curia de Buenos Aires, donde actuó apenas dos meses. Pasó luego como Teniente Cura a la iglesia de La Piedad en el barrio de Congreso y, más tarde, fue director espiritual del Círculo Católico de Obreros de San Telmo, hasta 1907.
En 1902
ingresó como Capellán de la Marina de Guerra, y en 1904 acompañó, como tal, el
primer viaje de instrucción de la Fragata Sarmiento. Fue una larga travesía por
los mares del mundo, que reiteró en 1924. Antes de su primer gran viaje, el padre Agustín Piaggio regresó de visita a
Azul, el 17 de marzo de 1903 y “El Imparcial” así lo describía:
“Ha sido un gran
acontecimiento social el acto de recepción del padre Piaggio, realizado el
domingo en la Estación del Ferrocarril de Sud. Una numerosa y distinguida
concurrencia llenó el andén, y al descender del tren el viajero pudo darse
cuenta de las simpatías conquistadas en Azul. No falta ninguno, según veo,
decía el Dr. Pintos.
El tren llegó a las tres de la tarde. Un calor bochornoso, insufrible
soportaba la ciudad, pero ello no impidió que se formara una comitiva de más de
cien personas para acompañarlo, de a pie, hasta la plaza Colón, mientras la
banda de música marchaba adelante ejecutando un aire marcial.
Llevaba el sacerdote en las bocamangas de la sotana tres hermosos galones
de oro, al tiempo que marchaba con paso militar. A su lado el Dr. Pintos,
Intendente Municipal.
Las veredas estaban llenas de gente, que se descubrían con respeto para
saludar al ilustre huésped.
La comitiva lo acompañó hasta el Hotel Argentino, donde se le había
preparado el alojamiento.
Después de dos horas de recibir visitas, resolvió dar un paseo en coche por
la ciudad, acompañado por el Dr. Pintos y el señor Joaquín López.”.
A la Casa del Padre
Entre tantas labores, tradujo del italiano la “Historia de Cristo” de Giovanni Papini y del francés “La Religión Demostrada” de Hillaire. Con motivo del Centenario de la Revolución de Mayo, ganó un concurso con un trabajo titulado “Influencia del Clero en la Independencia Argentina”.
También
se destacó en su labor historiográfica. Planeaba escribir un comentario histórico
completo de las Actas del Congreso de Tucumán. Llegó a publicar apenas una
parte. Al momento su muerte, se hallaba trabajando en base a 3.000 fojas (unas
6.000 páginas) de documentos originales que le había facilitado en préstamo el
gobierno de la Provincia de Buenos Aires. A tal punto llegaba su prestigio y su
confiabilidad.
Otra
iniciativa de Piaggio fue la realización, para el centenario de la Declaración
de la Independencia en 1916, de una placa artística fundida en bronce, con los
nombres de los sacerdotes católicos que habían participado en las primeras
asambleas patriotas, entre 1810 y 1816. La propuesta de Piaggio era que la
placa luciera en la fachada de todas las iglesias importantes del país. Aún hoy
puede verse en muchas de ellas.
Por
su activo desempeño pastoral y por su probado saber, la Santa Sede le concedió
los títulos de “Camarero Secreto” y
de “Prelado Doméstico de su Santidad”.
Además, en 1920, la Santa Sede le confirió el grado de Doctor en Sagrada Teología.
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