sábado, 2 de mayo de 2020

Ignacio Rivas, el defensor de la Frontera Sud

Ignacio Rivas, el defensor de la Frontera Sud

  
Por Eduardo Agüero Mielhuerry


Ignacio Rivas nació en el año 1827, en Paysandú, Uruguay. Sus padres fueron Andrés de Rivas e Ignacia Graces.
A temprana edad se enroló como cadete en la defensa de Montevideo contra el sitio de Manuel Oribe, durante la “Guerra Grande”. Por entonces entabló una estrecha vinculación con el joven Bartolomé Mitre.
En 1850, en Entre Ríos nació su primogénito, Antonio, fruto de una fugaz y apasionada relación con Basilia Ascona, con quien mantuvo contacto epistolar y esporádicos encuentros subsiguientes.  
Participó en la batalla de Caseros y en la lucha contra los federales de Buenos Aires, en 1852 y 1853.
Prestó servicios en la frontera con la Confederación Argentina, y secundó a Manuel Hornos en la batalla de El Tala (8 de noviembre de 1854), repeliendo la invasión de Hilario Lagos.
Contrajo matrimonio con la porteña Martina Juliana Rebución, con quien se radicó al poco tiempo en Azul, pueblo al que había sido enviado como responsable de la Frontera sur con los indios. La pareja tuvo al menos siete hijos: Félix (1860), Julio Ubaldo (20 de junio de 1863), Eduardo Irene (3 de julio de 1864), Martina, Raúl, Carlos Donato (13 de diciembre de 1872 – murió el 14 de diciembre de 1926 en Capital Federal) y César (1877).


Sembrando la semilla de Olavarría


El primer intento de ocupación de las tierras de la zona de Olavarría se realizó durante la campaña militar contra los indios entre 1855 y 1856. El teniente coronel Ignacio Rivas, levantó en 1855, a orillas del arroyo Tapalquén, un pequeño Fortín; pero tras las derrotas sufridas por las milicias en Sierra Chica y San Jacinto, el "Tapalqué Nuevo", como se llamó a esa primera intención de un poblado, quedó transformado en restos humeantes.
En 1864, la Comandancia Militar (con Rivas a su frente) fue autorizada por el Gobierno Nacional a ser trasladada al mismo sitio, reconociendo así la necesidad de avanzar la frontera sur. Allí se emplazó el “Campamento de las Puntas del Arroyo Tapalquén” y a su alrededor fue creciendo un poblado con mejor suerte que el anterior.
Poco tiempo después, el Gobierno Nacional designó al coronel Álvaro Barros como Jefe de la Frontera Sur, con el objetivo de guarnecer los límites ante los sucesivos ataques de los pueblos originarios, marginados y alejados forzosamente de sus tierras. Después de lograr la paz con el cacique de la zona, Barros tomó posesión del campamento fortificado el 1 de agosto de 1866, emplazado en la margen derecha del arroyo Tapalqué. Su intención era respetar a los aborígenes y convivir con ellos, concertando la paz, lo cual permitió la radicación de ciudadanos que se dedicaron a actividades rurales y la historia del pueblo -al que no se sabe exactamente desde cuando se denominó Olavarría- empezó a encaminarse…
En marzo de 1867, Adolfo Alsina visitó Azul y desde aquí fue a Olavarría, “que ya tenía seis manzanas pobladas”. En una carta que mandó Alsina desde Tandil durante ese viaje de revista, escribió: “El día siguiente de mi llegada lo pasé en el campamento del Comandante Barros situado a diez leguas del Azul sobre el arroyo Tapalqué. Les aseguro a ustedes que el buen orden de las construcciones, tanto de cuadras como de corrales, etc., hace honor a la inteligencia y contracción de aquel Jefe. A espaldas del campamento existe ya un plantel para el pueblo y mi opinión es que dando allí la tierra con generosidad se podría llegar a formar un centro de población que contribuya poderosamente a la defensa”.
Poco después, los arduos intentos del coronel Barros -considerado el fundador-  dieron su resultado y se decretó la constitución del “Pueblo de Olavarría” el 25 de noviembre de 1867.


La sublevación de la Legión Agrícola Italiana


Ignacio Rivas participó en la batalla de Tapalqué, en la que nuevamente junto a Hornos repelieron el ataque de Calfucurá.
De todas las legiones integradas por extranjeros en el interior bonaerense, la más brillante y combativa fue la Legión Italiana. Para su organización y conducción fue designado el coronel Silvino Olivieri, quien tuvo que vencer grandes contrariedades para establecerla, entre ellas las maniobras de algunos agentes extranjeros, las intrigas personales y las dificultades naturales de la situación.
Gracias a la iniciativa del coronel Bartolomé Mitre, se decidió a apoyar las fuerzas del centro de la línea de frontera acantonadas en Azul con un movimiento ofensivo sobre el flanco derecho de las tribus indígenas, tomando como base de operaciones a Bahía Blanca. Aquel punto estaba abandonado, siendo que flanqueaba las principales posiciones indígenas en Salinas Grandes y Leuvucó. Así surgiría la Colonia Agrícola Militar de Nueva Roma (en julio de 1856 fue elegido un sitio adecuado para la agricultura, llamado “Cuelis” por los indios), forma experimental en cuanto a una nueva manera de asentamiento poblacional y a su estratégica ubicación en proximidades a Bahía Blanca.
Algunos actos individuales de insubordinación empujaron al coronel Silvino Olivieri a dar muestras de energía para evitar que la disciplina de la legión se resintiera. El problema habría comenzado con la deserción de algunos legionarios, cuatro de los cuales habrían llegado hasta Azul, presentándose a las autoridades con una extensa lista de reclamos sobre la figura de Olivieri. El Coronel reaccionó aumentando la severidad de la disciplina sobre militares y civiles, y arrestando a varios oficiales. Hasta se llegó a postular el fusilamiento como única pena para cualquier falta importante.
En septiembre, cuando decidió ejecutar a algunos soldados sublevados, Olivieri viajó a Bahía Blanca a buscar al capellán de la legión, para que les prestase auxilios espirituales antes del fusilamiento. Toda esa situación estalló la noche del 29 de setiembre de 1856 en un motín de un sector de los legionarios contra su jefe, quien a pesar de resistir valientemente el asedio a su rancho, fue ultimado junto a sus dos asistentes y el capellán de Bahía Blanca, José Cassani.
El 19 de octubre de 1856 fue nombrada en Buenos Aires una comisión interventora, integrada por los tenientes coroneles Ignacio Rivas, José Murature y Juan Susviela, quienes tenían como objetivo dominar el estado convulsionado en que se encontraba la Legión Agrícola Militar.
Un mes después, con severidad y orden, Rivas informó que la comisión había controlado la situación y había determinado que la Legión continuaría con algunas modificaciones. En principio, se denominaría sólo Legión Agrícola. Sin embargo, en breve fue apenas Legión Militar, siendo nombrado el 28 de noviembre de 1856 el teniente coronel de Infantería de Línea, Antonio Susini, como su comandante. 


Cepeda y Pavón, una cuestión de Masones


El 22 de agosto de 1857 Ignacio Rivas se inició como Hermano Masón en la Logia Regeneración N° 5 de Buenos Aires. Al año siguiente fue ascendido a coronel y nombrado Comandante de la Frontera Sur.
El 23 de octubre de 1859 se inició la Batalla de Cepeda, en la cual Rivas fue el jefe de uno de los regimientos de caballería de Buenos Aires. Aunque la ventaja inicial favoreció a las tropas porteñas, su experiencia militar le permitió a Urquiza tomar la ofensiva. Mitre se puso al frente de la defensa, pero el avance del entrerriano resultó imparable; gracias a la mediación de Francisco Solano López, hijo del presidente del Paraguay, se logró la renuncia del gobernador bonaerense Valentín Alsina y la firma del Pacto de San José de Flores, por el cual Buenos Aires se reincorporó a la Confederación, reservándose el derecho de proponer reformas a la Constitución (que se concretaron en 1860).
Rivas regresó al fuerte Cruz de Guerra, donde repelió un ataque de indios de Calfucurá, que ayudando a los federales en su intento de controlar el sur de la provincia avanzaron hasta el arroyo Chico que cruza la estancia San Juan, donde fueron finalmente rechazados.
En breve, Bartolomé Mitre fue elegido Gobernador de Buenos Aires, con el encargo de terminar el proceso de incorporación de la provincia en la Nación.
En el Partido de Azul Ignacio Rivas fue propietario de las suertes de estancia 218, 221 y 230, las que limitaban con campos del Partido de Olavarría y las suertes del Comandante Matías Miñana. Asimismo, fue un destacado actor político y social, inclusive resultó el fundador del “Club del Pueblo”, primera agrupación política del Azul. Fue nombrado Comandante en Jefe del Departamento Sud de la Frontera. Y el 2 de marzo de 1861 fue designado Miembro Honorario de la Municipalidad.
Debido al asesinato del gobernador de San Juan, el Presidente SantiagoDerqui ordenó la intervención federal en la provincia, derrotando a los insurrectos y fusilando al gobernador rebelde. Las relaciones entre Buenos Aires y el gobierno nacional se cortaron abruptamente. Derqui se instaló en Córdoba, donde organizó un ejército y Mitre se puso al frente del porteño. Los dos bandos se prepararon para la guerra.
El 17 de septiembre de 1861 tuvo lugar la Batalla de Pavón en la cual Rivas peleó valientemente defendiendo “la causa mitrista”. En la oportunidad, la caballería nacional arrolló las dos alas de los porteños. Sin haber utilizado su reserva, el general Urquiza abandonó repentinamente el campo de batalla, regresando a Entre Ríos.
Las complejas relaciones entre Mitre, Derqui y Urquiza, e incluso la insólita retirada de éste último, han sido explicadas por algunos autores como consecuencia de su común pertenencia a la masonería. En efecto, el 21 de julio de 1860, los tres, e inclusive Domingo Faustino Sarmiento, habían asumido el Grado 33° en el Gran Templo de la Masonería Argentina, de la Logia de Libres y Aceptados Masones.
Mitre se retiró hacia San Nicolás; sólo varios días después se convenció de su triunfo, no debido al resultado bélico sino a la retirada del entrerriano. Mientras tanto, Derqui abandonó todo y huyó a Montevideo.
Los porteños más exaltados incitaron a Mitre a desconocer la Constitución Nacional y dictar otra, que estableciera un régimen unitario. Pero el Gobernador tenía un plan más realista, que llevó adelante exitosamente: declaró en plena vigencia la Constitución del ’53, mientras enviaba al interior varias divisiones a deponer a los federales más exaltados, cuyas legislaturas reasumirían la autoridad delegada en el gobierno nacional y a continuación delegarían esta misma autoridad en el Gobernador bonaerense.
            Ya desde antes de la campaña de Pavón, una guerra civil intermitente sacudía a Santiago del Estero, Tucumán y Catamarca; la noticia de la victoria de Pavón permitió al caudillo unitario Manuel Taboada imponer la victoria del partido porteño en todas las provincias del norte.
Semanas más tarde, Rivas fue puesto al mando de una división de 2.000 hombres, cuya misión fundamental era invadir las provincias de Cuyo. En la oportunidad fue secundado por el coronel Domingo F. Sarmiento. Sin mayor resistencia, derrocó a los gobernadores de San Luis, Mendoza y San Juan, e impuso -sin mediar elecciones- como gobernadores a Juan Daract, Luis Molina y a su segundo, Sarmiento, respectivamente.
Empero una provincia estaba destinada a resistir de la mano de su querido caudillo federal Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza…


El Tratado de La Banderita


El Chacho Peñaloza no desempeñaba ningún cargo pero era el árbitro de la política de las provincias del Noroeste y el puntal del “urquicismo” en el interior.
Pavón fue una batalla ambigua; los dirigentes del partido Federal que había sido el sustento de la Confederación se negaron a creer que el invencible Urquiza hubiera emprendido la retirada después de haber dispersado la caballería porteña. Al interior del país las noticias fueron llegando lenta y confusamente. Un proceso de disgregación que duró más de dos meses fue evidenciado luego la cruda realidad: el gobierno de Paraná estaba liquidado. Su más firme sostén armado, Urquiza, se había recluido en Entre Ríos y no quería pelear. Buenos Aires avanzaba agresivamente sus ejércitos sobre las provincias.  Y en todo el interior, el Partido Liberal se aprestaba a recoger los frutos de la dudosa batalla.
            Ese fue el concepto con que se lanzó sobre Córdoba el cuerpo del ejército mandado por Marcos Paz, con Sarmiento como auditor. A pesar de Mitre, que recomendaba una política más realista a sus adelantados, no había conciliación posible. El partido vencedor se consideraba la expresión viva de la civilización y el progreso; todo lo que le era extraño era la barbarie.
Mendoza cayó en poder de los liberales a través de un rápido motín, Sarmiento fue proclamado gobernador de San Juan, los Taboada –brazo armado del liberalismo en el interior- avanzaron desde Santiago sobre Tucumán y depusieron al gobernador “urquicista” y luego amenazaron Catamarca. El 6 de enero de 1862 el Chacho llegó a dicha provincia para ofrecer a los Taboada su mediación en el conflicto, pero no fue tomado en cuenta.
El 10 de febrero se libró una batalla en Río Colorado. La suerte le fue adversa al Chacho, quien debió regresar derrotado a su provincia. Pero al volver a La Rioja se encontró con que el nuevo gobierno opositor lo había declarado fuera de la ley.  Al mismo tiempo, cuatro columnas porteñas invadieron La Rioja por los puntos cardinales.
A pesar de algunas derrotas y de la soledad de sus humildes tropas, las montoneras del Chacho pusieron cerco a la ciudad de San Luis y sus lugartenientes a La Rioja, abriendo un frente de batalla de casi 500 kilómetros de largo.
En el otoño de 1862 se desató la guerra aunque Mitre había instruido a Marcos Paz y a Wenceslao Paunero para que busquen un “arreglo” con el caudillo.
Días después, cuando marchaba hacia La Rioja pacíficamente, el coronel Ignacio Rivas –ignorando el acuerdo con el gobernador puntano- le cayó encima y lo derrotó nuevamente. Empero se logró un acuerdo…
A pesar de que Rivas y sus tropas habían vencido a Peñaloza y sus montoneras en las batallas de Las Mulitas y Los Gigantes, el Coronel convenció a Mitre de que debía llegarse a un acuerdo con Peñaloza, porque era la única garantía real de paz.
Para llevar a cabo el mismo, designaron al doctor Eusebio Bedoya, rector de la Universidad de Córdoba y a Manuel Recalde, un viejo amigo de El Chacho, para que ambos trabajen en la redacción de un documento.
En la estancia“La Banderita”, cerca de Chamical, el 30 de mayo de 1862, el coronel Ignacio Rivas, en representación del Gobierno Nacional y Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza firmaron el célebre “Tratado de La Banderita”, que marcó un mojón en la historia de la Patria, poniendo de manifiesto el interés de Peñaloza por alcanzar la tan ansiada paz para el pueblo, reconociendo la autoridad nacional y sometiéndose a la misma.
Inmediatamente el Chacho ordenó liberar a los oficiales porteños que eran sus prisioneros. Pero al momento de exigir la liberación de los suyos, notó tristemente que habían sido fusilados.
Al mismo tiempo que se puso en marcha el proceso que llevó a Mitre a la presidencia de la Nación, el Chacho, quedó encargado de la pacificación de La Rioja. Paunero escribía a Mitre: “Nuestros amigos no son capaces de conservar el orden en La Rioja sin la cooperación del Chacho”. Y el coronel Rivas decía que “sin el Chacho no hay República posible”. Pero, por otro lado, Sarmiento clamaba con admirable constancia contra el Chacho, acusándolo de ser un permanente peligro. Y la “línea dura” del liberalismo, insistía en que sólo liquidando la influencia de hombres como el Chacho podría asentarse “el nuevo orden de cosas surgido en Pavón”.
La suerte del Chacho estaba echada. Tarde o temprano, a pesar de la lealtad de sus hombres y de sus buenas intenciones, el desgaste ocasionado desde Buenos Aires terminaría derrotándolo… Y tal vez se cumplió por largo tiempo lo que Rivas había pronosticado…


Sin escalas al Paraguay


El coronel Rivas regresó a Azul y peleó algunos combates contra los indios. En abril de 1865 se incorporó a la división de Wenceslao Paunero, marchando a la Guerra del Paraguay, para pelear incansablemente en el asalto a Corrientes, en Yatay, Estero Bellaco y Tuyutí. Fue el jefe del primer regimiento que inició el asalto a Curupaytí, donde los aliados tuvieron diez mil bajas y los defensores menos de setenta. Fue herido de gravedad, quedando manco, pero aun así siguió combatiendo.
Como recompensa por su arrojo y patriotismo, Mitre lo ascendió a General.
Tras un tiempo de recuperación en Buenos Aires, dirigió una campaña a través del Chaco para tomar por la espalda la fortaleza de Humaitá pero fracasó. Participó también en las campañas finales de esa guerra, que permitieron tomar Asunción, luchando en la batalla de Lomas Valentinas.


Un suceso destacable


Durante uno de los tantos enfrentamientos acaecidos en la Guerra contra el Paraguay, las tropas argentinas, a pesar de ser superiores en número, tuvieron momentos de zozobra al ser doblegados por los paraguayos que peleaban con arrojo y bizarría.
Ante la intervención de las filas comandadas por Ignacio Rivas, el coronel Florentín Oviedo, con su acostumbrada valentía y audacia y en el deseo siempre de ahuyentar al enemigo, se echó a perseguir al Comandante que montaba un caballo bayo encerado alto. Sorprendido, y sin posibilidad de una defensa inmediata, Rivas comenzó huir. Oviedo, que no quería herirlo o matarlo, tres veces arañó su espalda sin poder atraparlo.
Tiempo después, cuando el teniente coronel Oviedo cayó prisionero en Acosta Ñú, el general Rivas se presentó en el campamento de concentración. Se acercó a él y le saludó para luego guardar silencio. Sin mediar palabra, del bolsillo de su chaleco, Rivas sacó dos rollitos que pasó a Oviedo diciéndole: “Sírvase Comandante”. Oviedo recibió aquellos dos paquetitos ignorando el contenido, hasta que después de haberlos abierto encontró con gran sorpresa que cada uno contenía veinte libras esterlinas.
Con aquel acto de caballerosidad y desprendimiento que tuvo el general Rivas sorprendió a Oviedo, quien desde entonces entendió que aquel militar, al que alguna vez vaya uno a saber por qué había dejado escapar, era un noble adversario.


Un viejo amor…


El general Rivas regresó a Buenos Aires en 1869 y fue nombrado Comandante de las secciones de fronteras del sur de la provincia de Buenos Aires.
A mediados de 1870 pasó a Entre Ríos, a aplastar la sublevación del último caudillo federal, Ricardo López Jordán, como jefe de los departamentos de la costa del río Uruguay. El 12 de octubre de ese año lo derrotó en la batalla de Santa Rosa y, poco después, con la ayuda del general Juan Andrés Gelly y Obes, lo venció nuevamente en batalla de Don Cristóbal.
Por entonces, el General volvió a tener un ocasional contacto con su hijo primogénito,  Antonio Rivas, y la madre de éste, Basilia Ascona.Y se dice que también tuvo algún romance con otra entrerriana… es que el oriental no podía negarse a su natural galantería. Alguna dama lo describió:“blanco, alto, más vale fornido con un semblante ceñudo de ordinario, pero adornado con la más simpática de las sonrisas, luciendo con garbo no fingido el uniforme de General del Ejército de su patria adoptiva, se acariciaba sus negras patillas como si el rubor le quemara la cara al rendir la pleitesía de un piropo”.


La célebre Batalla de San Carlos


La Batalla de San Carlos fue un enfrentamiento ocurrido el 8 de marzo de 1872 en el paraje conocido como Pichí Carhué (Carhué Chico) cerca del fortín de San Carlos (hoy San Carlos de Bolívar). Las fuerzas del Ejército Argentino comandadas por el general Ignacio Rivas obtuvieron una victoria decisiva sobre el cacique mapuche Juan Calfucurá, jefe de la Confederación de las Salinas Grandes, apodado el Napoleón del Desierto.
En junio de 1870 Calfucurá había arrasado el pueblo de Tres Arroyos y su hijo Manuel Namuncurá había atacado Bahía Blanca, matando a más de medio centenar de personas, llevándose un gran número de cautivas y arreando casi cien mil cabezas de ganado. Luego se firmó un tratado de paz, pero duró poco…
En marzo de 1872 se produjo el ataque a las tolderías de los caciques tehuelches Manuel Grande, Gervasio Chipitruz y Calfuquir por el coronel Francisco de Elías, con quien Calfucurá había firmado el acuerdo. Éste, aprovechando la debilidad del gobierno argentino empeñado en la Guerra del Paraguay, entró en el pueblo de 25 de Mayo y se llevó a todos los indígenas que se habían rendido al gobierno, por lo que el presidente Domingo Faustino Sarmiento ordenó atacarlo. Calfucurá declaró formalmente la guerra a Sarmiento y saqueó salvajemente los partidos de 25 de Mayo, General Alvear y 9 de Julio, matando a más de trescientas personas.
El 5 de marzo el jefe de la frontera Oeste de Buenos Aires, coronel Juan Carlos Boerr Hernández, recibió aviso en el pueblo de 9 de Julio del malón de Calfucurá, por lo que ordenó la inmediata movilización de sus fuerzas. Ordenó también la movilización del Cacique General Coliqueo, que se hallaba en esos pagos, y la del teniente coronel Nicolás Levalle que estaba en el fuerte General Paz. Boerr solicitó además apoyo de los jefes de las fronteras Norte de Buenos Aires y Sur de Santa Fe (coronel Francisco Borges) y Sur, Costa Sur y Bahía Blanca (general Ignacio Rivas).
Boerr marchó al fortín General Paz con los guardias nacionales y allí se le incorporaron los indígenas de Coliqueo. Al día siguiente partió hacia el fortín de San Carlos llegando el 7 de marzo, en donde se le incorporó Levalle con sus fuerzas. Rivas partió el 6 de marzo desde Azul con soldados y guerreros del cacique Cipriano Catriel, llegando a San Carlos en la madrugada del día 8, en donde asumió el mando. Las fuerzas del coronel Francisco Borges llegaron por la tarde, una vez concluida la batalla.
Calfucurá con 3.500 guerreros a caballo regresaba a las Salinas Grandes con el botín obtenido de 500 cautivos y 150.000 cabezas de ganado por el camino conocido como “rastrillada de los chilenos”, cuando el comandante general de la frontera sur, general Ignacio Rivas le cortó el paso con fuerzas reclutadas rápidamente en la región. El gran número de reses arreadas había permitido el avance de las fuerzas de Rivas y Calfucurá cometió el error de enfrentar en campo abierto y en batalla general a las fuerzas del Ejército.
Calfucurá dividió sus fuerzas en 4 columnas comandadas por Renquecurá, Catricurá, Manuel Namuncurá y Epugner, también llamado Mariano Rosas.
Mientras que las fuerzas de Rivas estaban formadas por 685 soldados y 940 indígenas aliados. El General dividió sus fuerzas en tres columnas, contando entre ellas a valientes guerreros como el Cacique General Cipriano Catriel e Ignacio Coliqueo y sus hombres y militares afamados como el coronel Ocampo, el sargento mayor Pablo Asies, el teniente coronel Pedro Palavecino, el coronel Boerr, el mayor Echichury y Plaza, el capitán Núñez y el teniente coronel Francisco Leyría al mando de las Guardias Nacionales.
La efectividad de los fusiles Remington hizo estériles los ataques de caballería de las alas centro y derecha de Calfucurá. Parte de la batalla se dio con los dos bandos a pie, destacándose los guerreros de Cipriano Catriel, de quienes Calfucurá esperaba se le unieran durante la batalla, pero que Catriel puso en raya haciendo que Rivas colocara su guardia personal a sus espaldas para matar a quienes desertaran. La poca combatividad de los guerreros de Coliqueo hizo necesario que Rivas auxiliara ese flanco con las fuerzas del teniente coronel Leyría. Mientras se producía la batalla, otros indígenas continuaban arreando el ganado alejándose, por lo que Rivas ordenó cargar y romper el cerco, logrando la victoria.
Los tiradores llegaron a las órdenes de Domingo Rebución (cuñado de Rivas), y Catriel formó a aquellos a retaguardia de sus indios, hizo fusilar a algunos que evidentemente desobedecían y llevó a los demás personalmente al ataque con un brío extraordinario.
Los pampas, viéndose traicionados por los de Catriel, los acometieron con ira, y éstos, obligados a defenderse, se entreveraron a facón y bola, mientras que Catriel al frente de cuatrocientos lanceros, flanqueaba y cargaba a fondo a su enemigo rechazándolo por completo.
Las fuerzas de Rivas lograron recuperar a unos doscientos cautivos y 70.000 reses y 15.000 caballos, además de ovejas. Con el resto Calfucurá huyó hacia las Salinas Grandes siendo perseguido por sólo algunas leguas.
Calfucurá murió el 3 de junio de 1873 y la historia cambió para sus tribus y “los blancos”…
Rivas aprovechó la muerte del Cacique para hacer una campaña dentro del territorio indígena, capturando Atreucó, uno de los principales campamentos del difunto.


Azul, Rivas y la Revolución del ’74


El 28 de noviembre de 1873, Ignacio Rivas y Juliana Rebunción adoptaron a un joven indio a quien bautizaronManuel (nacido el 1 de junio de 1858), hijo de padres “no conocidos” según expresa el acta de Bautismo.
La derrota electoral de Bartolomé Mitre en las elecciones de 1874 frente a Nicolás Avellaneda hizo estallar una revolución de su partido, con la excusa de que éste había triunfado gracias al fraude.
La fecha programada para la revolución era al día siguiente de la asunción de Avellaneda, ya que aceptaban como legal al gobierno de Sarmiento; pero como sus preparativos fueron descubiertos, se lanzaron a la rebelión antes. Poco después estallaba otra en San Luis y el sur de la provincia de Córdoba, dirigida por el general José Miguel Arredondo, que nunca llegaron a coordinarse con la primera.
El principal rebelde en el interior bonaerense, mitrista a rajatabla, fue el general Ignacio Rivas, al frente de las tropas de Azul y respaldado por los indios leales del Cacique Cipriano Catriel. Rivas junto a Juan Andrés Gelly y Obes lograron reunir cerca de cinco mil hombres recorriendo el sur de la provincia de Buenos Aires.
José María Morales se desempeñó como jefe de Estado Mayor del “Ejército Constitucional” del general Rivas. Pese a haber conseguido varios éxitos parciales, sobre todo por deserción de las fuerzas leales, los hombres de Mitre no lograron hacerse fuertes en ninguna ciudad.
El general Bartolomé Mitre, se dirigió con sus fuerzas primero al Fortín La Barrancosa (Azul por entonces, Benito Juárez actualmente). Allí estuvo unos días para luego marchar al Fuerte de la Blanca Grande. Cuando se dirigían al norte de la provincia, el día 26 de noviembre se encontraron con el Regimiento de Infantería N° 6 “Arribeños”, al mando de su jefe, el teniente coronel José Inocencio Arias, que se había dirigido al frente de combate sin saber dónde estaba el enemigo, y había quedado muy adelantado. Sorprendido por la cercanía del ejército rebelde, se parapetó con sus 900 hombres en la estancia La Verde (cerca de 9 de Julio), aprovechando las instalaciones rurales y cavando rápidamente varias fosas defensivas. La desventaja numérica de Arias pudo ser compensada sólo por la mejor capacidad de fuego de su infantería, la excelente posición defensiva, y la disciplina profesional de sus hombres.
Mitre supuso que la diferencia numérica era suficientemente amplia como para asegurarle la victoria, y ordenó un ataque en masa de todos sus hombres, la enorme mayoría de los cuales eran de caballería.
Tras cuatro horas de lucha, sin embargo, Mitre  perdió más de mil hombres, incluyendo varios oficiales superiores.
Mitre, derrotado, se trasladó a Junín, acompañado, entre otros, por el coronel Morales y el general Rivas. Pero Arias se dirigió hacia allí, forzándolo a capitular. Y no tuvieron más alternativa…
Poco después, Arredondo fue derrotado y apresado en la batalla de Santa Rosa (Mendoza), con lo que la revolución fracasó y el gobierno de Avellaneda pudo continuar su curso en paz.


El ocaso de un luchador


Al igual que otros “revolucionarios”, el general Ignacio Rivas fue llevado preso a Buenos Aires, sin embargo, para él se solicitó la pena de muerte
Tras unos meses de prisión fue dado de baja e indultado por el mismo Nicolás Avellaneda.
Fue reincorporado al ejército en 1877, con la jerarquía de General, pero no se le dio mando de tropas, pues se lo consideraba extremadamente “peligroso”. Por esta misma razón, tampoco participó en la Campaña del Desierto emprendida por el general Julio Argentino Roca (e iniciada desde Azul).
            Con tan solo 53 años, pero con una gran mochila de batallas peleadas, Ignacio Rivas murió en Buenos Aires el 8 de abril de 1880.
Sus restos fueron sepultados en el Cementerio de la Recoleta.


INFORMACIÓN EXTRA:


“Azul, siempre Azul”


Corría el mes de septiembre de 1905 cuando el Diputado Provincial, Matías Pinedo Oliver, presentó un proyecto de ley ante las cámaras legislativas con la intención de cambiar el nombre de Azul por el de General Ignacio Rivas, pues consideraba que “Azul” como tal no significaba absolutamente nada, en cambio el nombre del valiente militar debía perpetuarse en la toponimia bonaerense como recuerdo de sus hazañas para las generaciones venideras.
Inmediatamente la comunidad azuleña reaccionó ante la propuesta.
El italiano José Peluffo, dueño de una flota de carros, los pintó de azul y les colocó la leyenda “Azul, siempre Azul”. Por su parte la señorita Justa Gallardo convocó con inclaudicable fervor desde los balcones de su domicilio -sito en España y Córdoba (actual Intendente Ernesto M. Malére)-, a varios vecinos para defender tenazmente el nombre de la ciudad.
Prácticamente todos los días se produjeron diversas manifestaciones en distintos lugares de la ciudad. Inclusive en los medios periodísticos se publicaron cartas de vecinos ofuscados con la intención de Pinedo Oliver.
El 22 de octubre se realizó una nutrida reunión en el Teatro Español, donde se constituyó una “Comisión de Propaganda” formada, entre otros, por los reconocidos vecinos: Eufemio Zavala y García, Francisco Leyría, Alejandro Brid, Ceferino Peñalva, Juan Carlos Baygorria, Eugenio Dupleix, Juan C. Cruz, Luis J. Vázquez, Abraham Jofré, Eusebio Chacón, Juan P. Torras, Luis Maffoni, Hipólito Dhers, Eduardo Darhanpé, Emilio Pourtalé, Rosa V. Avila, Aquiles Pouyssegur, Antonio Aztiria, Ricardo Berdier, Bernardo Naulé, Pedro y Bernardo Guiraut, Martín Abeberry y Miguel Castellár.
Una semana más tarde, el domingo 29, se realizó una nueva concentración masiva en el Teatro. En la oportunidad se informó a los presentes que se habían recolectado más de 17.000 firmas en contra del proyecto del Diputado, como así también se había logrado el respaldo de múltiples localidades vecinas. Además, se leyeron las adhesiones a la acciones ejecutadas por los azuleños del Dr. Estanislao S. Zeballos (íntimamente ligado a Azul y gran amigo del general Leyría) y del dirigente radical y ruralista (luego gobernador bonaerense), José Camilo Crotto, entre otros. 
Desde el escenario del Teatro, una vez más la docente Justa Gallardo se destacó por sus encendidas palabras, mediante las cuales recorrió la gloriosa historia de Azul desde su fundación hasta ese momento, en el cual se hallaba en un avanzado desarrollo productivo, con un importante caudal industrial y un interesante capital económico en movimiento. Cabe resaltar que en varios momentos debió detener su alocución dado que el público rompía el respetable silencio en el que la oía para aplaudirla y ovacionarla.
Asimismo, también hicieron uso de la palabra los señores Juan Carlos Baygorria (Presidente de la Comisión de Propaganda), Luis Vázquez, Gumersindo Pérez y Abraham Jofré.
El pueblo estaba decidido a defender su nombre a cualquier precio…
El miércoles 1 de noviembre se desarrolló una nueva sesión en la Legislatura bonaerense. A pesar de la insistencia del diputado Oliver Pinedo, viendo las reacciones de los azuleños, la opinión de los Senadores se había volcado en sentido contrario al mentado proyecto, decidiéndose casi por unanimidad pasarlo a comisión para ser archivado.
En la misma sesión, tal vez como compensación o consuelo para el Diputado, se aprobó un proyecto del senador Liborio Luna para destinar la suma de 30.000 pesos a la construcción de un monumento en la plaza homónima que tenía por entonces Azul, en memoria del osado general Ignacio Rivas.

Cabe aclarar que dicha plaza, que abarcaba cuatro manzanas, conservando su nombre primigenio, actualmente constituye el acceso a nuestro Parque Municipal “Domingo F. Sarmiento” (espacio delimitado idealmente por las calles Guaminí, Alvear, General Paz y Av. Pellegrini). Por otra parte, el monumento promovido nunca fue concretado, desconociéndose el destino de los fondos asignados…



General Ignacio Rivas

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