Ignacio Rivas, el defensor de la Frontera Sud
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
Ignacio Rivas nació en el año 1827, en Paysandú, Uruguay. Sus padres
fueron Andrés de Rivas e Ignacia Graces.
A temprana edad se enroló como
cadete en la defensa de
Montevideo contra el sitio de Manuel Oribe, durante la “Guerra Grande”. Por
entonces entabló una estrecha vinculación con el joven Bartolomé Mitre.
En 1850, en Entre
Ríos nació su primogénito, Antonio, fruto de una fugaz y
apasionada relación con Basilia Ascona, con quien mantuvo
contacto epistolar y esporádicos encuentros subsiguientes.
Participó en la
batalla de Caseros y en la lucha contra los federales de Buenos Aires, en 1852
y 1853.
Prestó servicios en
la frontera con la Confederación Argentina, y secundó a Manuel Hornos en la
batalla de El Tala (8 de noviembre de 1854), repeliendo la invasión de Hilario
Lagos.
Contrajo matrimonio
con la porteña Martina Juliana Rebución, con quien se radicó al poco tiempo en
Azul, pueblo al que había sido enviado como responsable de la Frontera sur con
los indios. La pareja tuvo al menos siete hijos: Félix
(1860), Julio Ubaldo (20 de junio
de 1863), Eduardo Irene (3 de julio de 1864), Martina, Raúl,
Carlos
Donato (13 de diciembre de 1872 – murió el 14 de diciembre de 1926 en
Capital Federal) y César (1877).
Sembrando la semilla de Olavarría
El primer intento de ocupación de
las tierras de la zona de Olavarría se realizó durante la
campaña militar contra los indios entre 1855 y 1856. El teniente coronel
Ignacio Rivas, levantó en 1855, a orillas del arroyo Tapalquén, un
pequeño Fortín; pero tras las derrotas sufridas por las milicias en Sierra
Chica y San Jacinto, el "Tapalqué Nuevo", como se
llamó a esa primera intención de un poblado, quedó transformado en restos
humeantes.
En 1864, la Comandancia Militar
(con Rivas a su frente) fue autorizada por el Gobierno Nacional a ser
trasladada al mismo sitio, reconociendo así la necesidad de avanzar la frontera
sur. Allí se emplazó el “Campamento de las Puntas del Arroyo
Tapalquén” y a su alrededor fue creciendo un poblado con mejor suerte
que el anterior.
Poco tiempo después, el Gobierno
Nacional designó al coronel Álvaro Barros como Jefe de la Frontera Sur, con el
objetivo de guarnecer los límites ante los sucesivos ataques de los pueblos
originarios, marginados y alejados forzosamente de sus tierras. Después de
lograr la paz con el cacique de la zona, Barros tomó posesión del campamento
fortificado el 1 de agosto de 1866, emplazado en la margen derecha del arroyo
Tapalqué. Su intención era respetar a los aborígenes y convivir con ellos,
concertando la paz, lo cual permitió la radicación de ciudadanos que se
dedicaron a actividades rurales y la historia del pueblo -al que no se sabe
exactamente desde cuando se denominó Olavarría- empezó a encaminarse…
En marzo de
1867, Adolfo Alsina visitó Azul y desde aquí fue a Olavarría, “que ya
tenía seis manzanas pobladas”. En una carta que mandó Alsina desde Tandil
durante ese viaje de revista, escribió: “El
día siguiente de mi llegada lo pasé en el campamento del Comandante Barros
situado a diez leguas del Azul sobre el arroyo Tapalqué. Les aseguro a ustedes
que el buen orden de las construcciones, tanto de cuadras como de corrales,
etc., hace honor a la inteligencia y contracción de aquel Jefe. A espaldas del
campamento existe ya un plantel para el pueblo y mi opinión es que dando allí
la tierra con generosidad se podría llegar a formar un centro de población que
contribuya poderosamente a la defensa”.
Poco después, los arduos intentos
del coronel Barros -considerado el fundador-
dieron su resultado y se decretó la constitución del “Pueblo
de Olavarría” el 25 de noviembre de 1867.
La sublevación de la Legión Agrícola
Italiana
Ignacio Rivas
participó en la batalla de Tapalqué, en la que nuevamente junto a Hornos
repelieron el ataque de Calfucurá.
De todas las
legiones integradas por extranjeros en el interior bonaerense, la más brillante
y combativa fue la Legión Italiana. Para su organización y conducción fue
designado el coronel Silvino Olivieri, quien tuvo que
vencer grandes contrariedades para establecerla, entre ellas las maniobras de
algunos agentes extranjeros, las intrigas personales y las dificultades
naturales de la situación.
Gracias a la
iniciativa del coronel Bartolomé Mitre, se decidió a apoyar las fuerzas del
centro de la línea de frontera acantonadas en Azul con un movimiento
ofensivo sobre el flanco derecho de las tribus indígenas, tomando como base de
operaciones a Bahía Blanca. Aquel punto estaba abandonado, siendo que
flanqueaba las principales posiciones indígenas en Salinas Grandes y Leuvucó. Así
surgiría la Colonia Agrícola Militar de Nueva Roma (en julio de 1856 fue
elegido un sitio adecuado para la agricultura, llamado “Cuelis” por los indios), forma experimental en cuanto a una nueva manera
de asentamiento poblacional y a su estratégica ubicación en proximidades a
Bahía Blanca.
Algunos actos
individuales de insubordinación empujaron al coronel Silvino Olivieri a dar
muestras de energía para evitar que la disciplina de la legión se resintiera.
El problema habría comenzado con la deserción de algunos legionarios, cuatro de
los cuales habrían llegado hasta Azul, presentándose a las
autoridades con una extensa lista de reclamos sobre la figura de Olivieri. El
Coronel reaccionó aumentando la severidad de la disciplina sobre militares y
civiles, y arrestando a varios oficiales. Hasta se llegó a postular el
fusilamiento como única pena para cualquier falta importante.
En septiembre,
cuando decidió ejecutar a algunos soldados sublevados, Olivieri viajó a Bahía
Blanca a buscar al capellán de la legión, para que les prestase auxilios
espirituales antes del fusilamiento. Toda esa situación estalló la noche del 29 de
setiembre de 1856 en un motín de un sector de los legionarios contra su
jefe, quien a pesar de resistir valientemente el asedio a su rancho, fue
ultimado junto a sus dos asistentes y el capellán de Bahía Blanca, José
Cassani.
El 19 de octubre
de 1856 fue nombrada en Buenos Aires una comisión interventora, integrada por
los tenientes coroneles Ignacio Rivas, José Murature y Juan
Susviela, quienes tenían como objetivo dominar el estado convulsionado en que
se encontraba la Legión Agrícola Militar.
Un mes después,
con severidad y orden, Rivas informó que la comisión había controlado la
situación y había determinado que la Legión continuaría con algunas
modificaciones. En principio, se denominaría sólo Legión Agrícola. Sin embargo,
en breve fue apenas Legión Militar, siendo nombrado el 28 de noviembre de 1856
el teniente coronel de Infantería de Línea, Antonio Susini, como su
comandante.
Cepeda y Pavón, una cuestión de Masones
El 22 de agosto de 1857 Ignacio Rivas se inició como Hermano Masón en la Logia
Regeneración N° 5 de Buenos Aires. Al año siguiente fue ascendido a coronel y nombrado Comandante de la Frontera Sur.
El 23 de octubre
de 1859 se inició la Batalla de Cepeda, en la cual Rivas
fue el jefe de uno de los regimientos de caballería de Buenos Aires. Aunque la
ventaja inicial favoreció a las tropas porteñas, su experiencia militar le
permitió a Urquiza tomar la ofensiva. Mitre se puso al frente de la defensa,
pero el avance del entrerriano resultó imparable; gracias a la mediación de
Francisco Solano López, hijo del presidente del Paraguay, se logró la renuncia
del gobernador bonaerense Valentín Alsina y la firma del Pacto de San José de Flores,
por el cual Buenos Aires se reincorporó a la Confederación, reservándose el
derecho de proponer reformas a la Constitución (que se concretaron en 1860).
Rivas regresó al fuerte Cruz de Guerra, donde repelió un ataque de indios
de Calfucurá, que ayudando a los federales en su intento de controlar el sur de
la provincia avanzaron hasta el arroyo Chico que cruza la estancia San Juan,
donde fueron finalmente rechazados.
En breve,
Bartolomé Mitre fue elegido Gobernador de Buenos Aires, con el encargo de
terminar el proceso de incorporación de la provincia en la Nación.
En el Partido de Azul Ignacio
Rivas fue propietario de las suertes de estancia 218, 221 y 230, las que
limitaban con campos del Partido de Olavarría y las suertes del Comandante
Matías Miñana. Asimismo, fue un destacado actor político y social,
inclusive resultó el fundador del “Club del Pueblo”, primera
agrupación política del Azul. Fue nombrado Comandante en Jefe del Departamento
Sud de la Frontera. Y el 2 de marzo de 1861 fue designado Miembro Honorario de la
Municipalidad.
Debido al
asesinato del gobernador de San Juan, el Presidente SantiagoDerqui ordenó la
intervención federal en la provincia, derrotando a los insurrectos y fusilando
al gobernador rebelde. Las relaciones entre Buenos Aires y el gobierno nacional
se cortaron abruptamente. Derqui se instaló en Córdoba, donde organizó un
ejército y Mitre se puso al frente del porteño. Los dos bandos se prepararon
para la guerra.
El 17 de
septiembre de 1861 tuvo lugar la Batalla de Pavón en la cual Rivas
peleó valientemente defendiendo “la causa mitrista”. En la oportunidad, la
caballería nacional arrolló las dos alas de los porteños. Sin haber utilizado
su reserva, el general Urquiza abandonó repentinamente el campo de batalla,
regresando a Entre Ríos.
Las complejas
relaciones entre Mitre, Derqui y Urquiza, e incluso la insólita retirada de
éste último, han sido explicadas por algunos autores como consecuencia de su
común pertenencia a la masonería. En efecto, el 21 de julio de 1860, los tres,
e inclusive Domingo Faustino Sarmiento, habían asumido el Grado 33° en el Gran
Templo de la Masonería Argentina, de la Logia de Libres y Aceptados Masones.
Mitre se retiró
hacia San Nicolás; sólo varios días después se convenció de su triunfo, no
debido al resultado bélico sino a la retirada del entrerriano. Mientras tanto,
Derqui abandonó todo y huyó a Montevideo.
Los porteños más
exaltados incitaron a Mitre a desconocer la Constitución Nacional y dictar
otra, que estableciera un régimen unitario. Pero el Gobernador tenía un plan
más realista, que llevó adelante exitosamente: declaró en plena vigencia la
Constitución del ’53, mientras enviaba al interior varias divisiones a deponer
a los federales más exaltados, cuyas legislaturas reasumirían la autoridad
delegada en el gobierno nacional y a continuación delegarían esta misma
autoridad en el Gobernador bonaerense.
Ya
desde antes de la campaña de Pavón, una guerra civil intermitente sacudía a
Santiago del Estero, Tucumán y Catamarca; la noticia de la victoria de Pavón
permitió al caudillo unitario Manuel Taboada imponer la victoria del partido
porteño en todas las provincias del norte.
Semanas más
tarde, Rivas fue puesto al mando de una división de 2.000 hombres, cuya misión
fundamental era invadir las provincias de Cuyo. En la oportunidad fue secundado
por el coronel Domingo F. Sarmiento. Sin mayor resistencia, derrocó a los
gobernadores de San Luis, Mendoza y San Juan, e impuso -sin
mediar elecciones- como gobernadores a Juan Daract, Luis Molina y a su
segundo, Sarmiento, respectivamente.
Empero una
provincia estaba destinada a resistir de la mano de su querido caudillo federal
Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza…
El Tratado de La Banderita
El Chacho
Peñaloza no desempeñaba ningún cargo pero era el árbitro de la política de las
provincias del Noroeste y el puntal del “urquicismo” en el interior.
Pavón fue una
batalla ambigua; los dirigentes del partido Federal que había sido el sustento
de la Confederación se negaron a creer que el invencible Urquiza hubiera
emprendido la retirada después de haber dispersado la caballería porteña. Al
interior del país las noticias fueron llegando lenta y confusamente. Un proceso
de disgregación que duró más de dos meses fue evidenciado luego la cruda
realidad: el gobierno de Paraná estaba liquidado. Su más firme sostén armado,
Urquiza, se había recluido en Entre Ríos y no quería pelear. Buenos Aires
avanzaba agresivamente sus ejércitos sobre las provincias. Y en todo el interior, el Partido Liberal se
aprestaba a recoger los frutos de la dudosa batalla.
Ese
fue el concepto con que se lanzó sobre Córdoba el cuerpo del ejército mandado
por Marcos Paz, con Sarmiento como auditor. A pesar de Mitre, que recomendaba
una política más realista a sus adelantados, no había conciliación posible. El
partido vencedor se consideraba la expresión viva de la civilización y el
progreso; todo lo que le era extraño era la barbarie.
Mendoza cayó en
poder de los liberales a través de un rápido motín, Sarmiento fue proclamado
gobernador de San Juan, los Taboada –brazo armado del liberalismo en el
interior- avanzaron desde Santiago sobre Tucumán y depusieron al gobernador
“urquicista” y luego amenazaron Catamarca. El 6 de enero de 1862 el Chacho
llegó a dicha provincia para ofrecer a los Taboada su mediación en el
conflicto, pero no fue tomado en cuenta.
El 10 de febrero
se libró una batalla en Río Colorado. La suerte le fue adversa al Chacho, quien
debió regresar derrotado a su provincia. Pero al volver a La Rioja se encontró
con que el nuevo gobierno opositor lo había declarado fuera de la ley. Al mismo tiempo, cuatro columnas porteñas
invadieron La Rioja por los puntos cardinales.
A pesar de
algunas derrotas y de la soledad de sus humildes tropas, las montoneras del
Chacho pusieron cerco a la ciudad de San Luis y sus lugartenientes a La Rioja,
abriendo un frente de batalla de casi 500 kilómetros de largo.
En el otoño de
1862 se desató la guerra aunque Mitre había instruido a Marcos Paz y a
Wenceslao Paunero para que busquen un “arreglo” con el caudillo.
Días después,
cuando marchaba hacia La Rioja pacíficamente, el coronel Ignacio Rivas
–ignorando el acuerdo con el gobernador puntano- le cayó encima y lo derrotó
nuevamente. Empero se logró un acuerdo…
A pesar de que
Rivas y sus tropas habían vencido a Peñaloza y sus montoneras en las batallas de Las Mulitas y Los Gigantes, el Coronel
convenció a Mitre de que debía llegarse a un acuerdo con Peñaloza, porque era
la única garantía real de paz.
Para llevar a
cabo el mismo, designaron al doctor Eusebio Bedoya, rector de la Universidad de
Córdoba y a Manuel Recalde, un viejo amigo de El Chacho, para que ambos
trabajen en la redacción de un documento.
En la estancia“La
Banderita”, cerca de Chamical, el 30 de mayo de 1862, el coronel Ignacio
Rivas, en representación del Gobierno Nacional y Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza
firmaron el célebre “Tratado de La Banderita”, que marcó un mojón en la historia de
la Patria, poniendo de manifiesto el interés de Peñaloza por alcanzar la tan
ansiada paz para el pueblo, reconociendo la autoridad nacional y sometiéndose a
la misma.
Inmediatamente
el Chacho ordenó liberar a los oficiales porteños que eran sus prisioneros.
Pero al momento de exigir la liberación de los suyos, notó tristemente que
habían sido fusilados.
Al mismo tiempo
que se puso en marcha el proceso que llevó a Mitre a la presidencia de la
Nación, el Chacho, quedó encargado de la pacificación de La Rioja. Paunero
escribía a Mitre: “Nuestros amigos no son
capaces de conservar el orden en La Rioja sin la cooperación del Chacho”. Y
el coronel Rivas decía que “sin el Chacho no hay República posible”.
Pero, por otro lado, Sarmiento clamaba con admirable constancia contra el
Chacho, acusándolo de ser un permanente peligro. Y la “línea dura” del
liberalismo, insistía en que sólo liquidando la influencia de hombres como el Chacho
podría asentarse “el nuevo orden de cosas
surgido en Pavón”.
La suerte del
Chacho estaba echada. Tarde o temprano, a pesar de la lealtad de sus hombres y
de sus buenas intenciones, el desgaste ocasionado desde Buenos Aires terminaría
derrotándolo… Y tal vez se cumplió por largo tiempo lo que Rivas había
pronosticado…
Sin escalas al Paraguay
El coronel Rivas regresó a Azul y peleó algunos combates contra los indios.
En abril de 1865 se incorporó a la división de Wenceslao Paunero, marchando a
la Guerra
del Paraguay, para pelear incansablemente en el asalto a Corrientes, en
Yatay, Estero Bellaco y Tuyutí. Fue el jefe del primer regimiento que inició el
asalto a Curupaytí, donde los aliados tuvieron diez mil bajas y los defensores
menos de setenta. Fue herido de gravedad, quedando manco, pero aun así siguió
combatiendo.
Como recompensa por
su arrojo y patriotismo, Mitre lo ascendió a General.
Tras un tiempo de
recuperación en Buenos Aires, dirigió una campaña a través del Chaco para tomar
por la espalda la fortaleza de Humaitá pero fracasó. Participó también en las
campañas finales de esa guerra, que permitieron tomar Asunción, luchando en la
batalla de Lomas Valentinas.
Un suceso destacable
Durante uno de los
tantos enfrentamientos acaecidos en la Guerra contra el Paraguay, las tropas
argentinas, a pesar de ser superiores en número, tuvieron momentos de zozobra
al ser doblegados por los paraguayos que peleaban con arrojo y bizarría.
Ante la
intervención de las filas comandadas por Ignacio Rivas, el coronel Florentín
Oviedo, con su acostumbrada valentía y audacia y en el deseo siempre de
ahuyentar al enemigo, se echó a perseguir al Comandante que montaba un caballo
bayo encerado alto. Sorprendido, y sin posibilidad de una defensa inmediata,
Rivas comenzó huir. Oviedo, que no quería herirlo o matarlo, tres veces arañó
su espalda sin poder atraparlo.
Tiempo después,
cuando el teniente coronel Oviedo cayó prisionero en Acosta Ñú, el general
Rivas se presentó en el campamento de concentración. Se acercó a él y le saludó
para luego guardar silencio. Sin mediar palabra, del bolsillo de su chaleco,
Rivas sacó dos rollitos que pasó a Oviedo diciéndole: “Sírvase Comandante”. Oviedo recibió aquellos dos paquetitos
ignorando el contenido, hasta que después de haberlos abierto encontró con gran
sorpresa que cada uno contenía veinte libras esterlinas.
Con aquel acto de
caballerosidad y desprendimiento que tuvo el general Rivas sorprendió a Oviedo,
quien desde entonces entendió que aquel militar, al que alguna vez vaya uno a
saber por qué había dejado escapar, era un noble adversario.
Un viejo amor…
El general Rivas
regresó a Buenos Aires en 1869 y fue nombrado Comandante de las secciones de
fronteras del sur de la provincia de Buenos Aires.
A mediados de 1870
pasó a Entre Ríos, a aplastar la sublevación del último caudillo federal, Ricardo
López Jordán, como jefe de los departamentos de la costa del río
Uruguay. El 12 de octubre de ese año lo derrotó en la batalla de Santa Rosa y,
poco después, con la ayuda del general Juan Andrés Gelly y Obes, lo venció
nuevamente en batalla de Don Cristóbal.
Por entonces, el
General volvió a tener un ocasional contacto con su hijo primogénito, Antonio Rivas, y la madre de éste, Basilia
Ascona.Y se dice que también tuvo algún romance con otra entrerriana…
es que el oriental no podía negarse a su natural galantería. Alguna dama lo
describió:“blanco, alto, más vale fornido
con un semblante ceñudo de ordinario, pero adornado con la más simpática de las
sonrisas, luciendo con garbo no fingido el uniforme de General del Ejército de
su patria adoptiva, se acariciaba sus negras patillas como si el rubor le
quemara la cara al rendir la pleitesía de un piropo”.
La célebre Batalla de San Carlos
La Batalla de
San Carlos fue un enfrentamiento ocurrido el 8 de marzo de 1872 en el paraje
conocido como Pichí Carhué (Carhué Chico) cerca del fortín de San Carlos (hoy
San Carlos de Bolívar). Las fuerzas del Ejército Argentino comandadas por el
general Ignacio Rivas obtuvieron una victoria decisiva sobre el cacique mapuche
Juan
Calfucurá, jefe de la Confederación de las Salinas Grandes, apodado el
Napoleón del Desierto.
En junio de 1870
Calfucurá había arrasado el pueblo de Tres Arroyos y su hijo Manuel Namuncurá
había atacado Bahía Blanca, matando a más de medio centenar de personas,
llevándose un gran número de cautivas y arreando casi cien mil cabezas de
ganado. Luego se firmó un tratado de paz, pero duró poco…
En marzo de 1872
se produjo el ataque a las tolderías de los caciques tehuelches Manuel
Grande, Gervasio Chipitruz y Calfuquir por el coronel Francisco
de Elías, con quien Calfucurá había firmado el acuerdo. Éste, aprovechando la
debilidad del gobierno argentino empeñado en la Guerra del Paraguay, entró en
el pueblo de 25 de Mayo y se llevó a todos los indígenas que se habían rendido
al gobierno, por lo que el presidente Domingo Faustino Sarmiento ordenó
atacarlo. Calfucurá declaró formalmente la guerra a Sarmiento y saqueó
salvajemente los partidos de 25 de Mayo, General Alvear y 9 de Julio, matando a
más de trescientas personas.
El 5 de marzo el
jefe de la frontera Oeste de Buenos Aires, coronel Juan Carlos Boerr Hernández,
recibió aviso en el pueblo de 9 de Julio del malón de Calfucurá, por lo que
ordenó la inmediata movilización de sus fuerzas. Ordenó también la movilización
del Cacique General Coliqueo, que se hallaba en esos pagos, y la del teniente
coronel Nicolás Levalle que estaba en el fuerte General Paz. Boerr
solicitó además apoyo de los jefes de las fronteras Norte de Buenos Aires y Sur
de Santa Fe (coronel Francisco Borges) y Sur, Costa Sur y Bahía Blanca (general
Ignacio Rivas).
Boerr marchó al
fortín General Paz con los guardias nacionales y allí se le incorporaron los
indígenas de Coliqueo. Al día siguiente partió hacia el fortín de San Carlos
llegando el 7 de marzo, en donde se le incorporó Levalle con sus fuerzas. Rivas
partió el 6 de marzo desde Azul con soldados y guerreros del cacique Cipriano
Catriel, llegando a San Carlos en la madrugada del día 8, en donde asumió el
mando. Las fuerzas del coronel Francisco Borges llegaron por la tarde, una vez
concluida la batalla.
Calfucurá con
3.500 guerreros a caballo regresaba a las Salinas Grandes con el botín obtenido
de 500 cautivos y 150.000 cabezas de ganado por el camino conocido como “rastrillada de los chilenos”, cuando el
comandante general de la frontera sur, general Ignacio Rivas le cortó el paso
con fuerzas reclutadas rápidamente en la región. El gran número de reses
arreadas había permitido el avance de las fuerzas de Rivas y Calfucurá cometió
el error de enfrentar en campo abierto y en batalla general a las fuerzas del
Ejército.
Calfucurá
dividió sus fuerzas en 4 columnas comandadas por Renquecurá, Catricurá, Manuel
Namuncurá y Epugner, también llamado Mariano Rosas.
Mientras que las
fuerzas de Rivas estaban formadas por 685 soldados y 940 indígenas aliados. El
General dividió sus fuerzas en tres columnas, contando entre ellas a valientes
guerreros como el Cacique General Cipriano Catriel e Ignacio
Coliqueo y sus hombres y militares afamados como el coronel Ocampo, el
sargento mayor Pablo Asies, el teniente coronel Pedro Palavecino, el coronel
Boerr, el mayor Echichury y Plaza, el capitán Núñez y el teniente coronel Francisco
Leyría al mando de las Guardias Nacionales.
La efectividad
de los fusiles Remington hizo estériles los ataques de caballería de las alas
centro y derecha de Calfucurá. Parte de la batalla se dio con los dos bandos a
pie, destacándose los guerreros de Cipriano Catriel, de quienes Calfucurá
esperaba se le unieran durante la batalla, pero que Catriel puso en raya
haciendo que Rivas colocara su guardia personal a sus espaldas para matar a
quienes desertaran. La poca combatividad de los guerreros de Coliqueo hizo necesario
que Rivas auxiliara ese flanco con las fuerzas del teniente coronel Leyría.
Mientras se producía la batalla, otros indígenas continuaban arreando el ganado
alejándose, por lo que Rivas ordenó cargar y romper el cerco, logrando la
victoria.
Los tiradores
llegaron a las órdenes de Domingo Rebución (cuñado de Rivas),
y Catriel formó a aquellos a retaguardia de sus indios, hizo fusilar a algunos
que evidentemente desobedecían y llevó a los demás personalmente al ataque con
un brío extraordinario.
Los pampas,
viéndose traicionados por los de Catriel, los acometieron con ira, y éstos,
obligados a defenderse, se entreveraron a facón y bola, mientras que Catriel al
frente de cuatrocientos lanceros, flanqueaba y cargaba a fondo a su enemigo
rechazándolo por completo.
Las fuerzas de
Rivas lograron recuperar a unos doscientos cautivos y 70.000 reses y 15.000
caballos, además de ovejas. Con el resto Calfucurá huyó hacia las Salinas
Grandes siendo perseguido por sólo algunas leguas.
Calfucurá murió
el 3 de junio de 1873 y la historia cambió para sus tribus y “los blancos”…
Rivas aprovechó la muerte del Cacique para hacer una campaña dentro del
territorio indígena, capturando Atreucó, uno de los principales
campamentos del difunto.
Azul, Rivas y la Revolución del ’74
El 28 de noviembre de 1873,
Ignacio Rivas y Juliana Rebunción adoptaron a un joven indio a quien bautizaronManuel
(nacido el 1 de junio de 1858), hijo de padres “no conocidos” según expresa el acta de Bautismo.
La
derrota electoral de Bartolomé Mitre en las elecciones de 1874 frente a Nicolás
Avellaneda hizo estallar una revolución de su partido, con la excusa de
que éste había triunfado gracias al fraude.
La
fecha programada para la revolución era al día siguiente de la asunción de
Avellaneda, ya que aceptaban como legal al gobierno de Sarmiento; pero como sus
preparativos fueron descubiertos, se lanzaron a la rebelión antes. Poco después
estallaba otra en San Luis y el sur de la provincia de Córdoba, dirigida por el
general José Miguel Arredondo, que nunca llegaron a coordinarse con la
primera.
El principal
rebelde en el interior bonaerense, mitrista a rajatabla, fue el general
Ignacio Rivas, al frente de las tropas de Azul y respaldado por los
indios leales del Cacique Cipriano Catriel. Rivas junto a Juan Andrés Gelly y
Obes lograron reunir cerca de cinco mil hombres recorriendo el
sur de la provincia de Buenos Aires.
José María
Morales se desempeñó como jefe de Estado Mayor del “Ejército Constitucional”
del general Rivas. Pese a haber conseguido varios
éxitos parciales, sobre todo por deserción de las fuerzas leales, los hombres
de Mitre no lograron hacerse fuertes en ninguna ciudad.
El general
Bartolomé Mitre, se dirigió con sus fuerzas primero al Fortín La Barrancosa
(Azul por entonces, Benito Juárez actualmente). Allí estuvo unos días para
luego marchar al Fuerte de la Blanca Grande. Cuando
se dirigían al norte de la provincia, el día 26 de noviembre se encontraron con
el Regimiento de Infantería N° 6 “Arribeños”, al mando de su jefe, el teniente
coronel José Inocencio Arias, que se había dirigido al frente de
combate sin saber dónde estaba el enemigo, y había quedado muy adelantado.
Sorprendido por la cercanía del ejército rebelde, se parapetó con sus 900
hombres en la estancia La Verde (cerca de 9 de Julio),
aprovechando las instalaciones rurales y cavando rápidamente varias fosas
defensivas. La desventaja numérica de Arias pudo ser compensada sólo por la
mejor capacidad de fuego de su infantería, la excelente posición defensiva, y
la disciplina profesional de sus hombres.
Mitre
supuso que la diferencia numérica era suficientemente amplia como para
asegurarle la victoria, y ordenó un ataque en masa de todos sus hombres, la
enorme mayoría de los cuales eran de caballería.
Tras
cuatro horas de lucha, sin embargo, Mitre
perdió más de mil hombres, incluyendo varios oficiales superiores.
Mitre,
derrotado, se trasladó a Junín, acompañado, entre otros, por
el coronel Morales y el general Rivas. Pero Arias se dirigió hacia allí,
forzándolo a capitular. Y no tuvieron más alternativa…
Poco
después, Arredondo fue derrotado y apresado en la batalla de Santa Rosa
(Mendoza), con lo que la revolución fracasó y el gobierno de Avellaneda pudo
continuar su curso en paz.
El ocaso de un luchador
Al igual que otros
“revolucionarios”, el general Ignacio Rivas fue llevado preso a Buenos Aires,
sin embargo, para él se solicitó la pena de muerte…
Tras unos meses de
prisión fue dado de baja e indultado por el mismo Nicolás Avellaneda.
Fue reincorporado
al ejército en 1877, con la jerarquía de General, pero no se le dio mando de
tropas, pues se lo consideraba extremadamente “peligroso”. Por esta
misma razón, tampoco participó en la Campaña del Desierto emprendida por el
general Julio Argentino Roca (e iniciada desde Azul).
Con tan
solo 53 años, pero con una gran mochila de batallas peleadas, Ignacio Rivas
murió en Buenos Aires el 8 de abril de 1880.
Sus restos fueron
sepultados en el Cementerio de la Recoleta.
INFORMACIÓN
EXTRA:
“Azul, siempre Azul”
Corría el
mes de septiembre de 1905 cuando el Diputado Provincial, Matías Pinedo Oliver, presentó
un proyecto de ley ante las cámaras legislativas con la intención de cambiar el
nombre de Azul por el de General Ignacio Rivas, pues consideraba que “Azul”
como tal no significaba absolutamente nada, en cambio el nombre del valiente
militar debía perpetuarse en la toponimia bonaerense como recuerdo de sus
hazañas para las generaciones venideras.
Inmediatamente
la comunidad azuleña reaccionó ante la propuesta.
El italiano
José
Peluffo, dueño de una flota de carros, los pintó de azul y les colocó
la leyenda “Azul, siempre Azul”. Por su parte la señorita Justa
Gallardo convocó con inclaudicable fervor desde los balcones de su
domicilio -sito en España y Córdoba (actual Intendente Ernesto M. Malére)-, a
varios vecinos para defender tenazmente el nombre de la ciudad.
Prácticamente
todos los días se produjeron diversas manifestaciones en distintos lugares de
la ciudad. Inclusive en los medios periodísticos se publicaron cartas de
vecinos ofuscados con la intención de Pinedo Oliver.
El 22 de
octubre se realizó una nutrida reunión en el Teatro Español, donde se
constituyó una “Comisión de Propaganda”
formada, entre otros, por los reconocidos vecinos: Eufemio Zavala y García,
Francisco Leyría, Alejandro Brid, Ceferino Peñalva, Juan Carlos Baygorria,
Eugenio Dupleix, Juan C. Cruz, Luis J. Vázquez, Abraham Jofré, Eusebio Chacón,
Juan P. Torras, Luis Maffoni, Hipólito Dhers, Eduardo Darhanpé, Emilio
Pourtalé, Rosa V. Avila, Aquiles Pouyssegur, Antonio Aztiria, Ricardo Berdier,
Bernardo Naulé, Pedro y Bernardo Guiraut, Martín Abeberry y Miguel Castellár.
Una semana
más tarde, el domingo 29, se realizó una nueva concentración masiva en el
Teatro. En la oportunidad se informó a los presentes que se habían recolectado
más de 17.000 firmas en contra del proyecto del Diputado, como así también se
había logrado el respaldo de múltiples localidades vecinas. Además, se leyeron
las adhesiones a la acciones ejecutadas por los azuleños del Dr. Estanislao
S. Zeballos (íntimamente ligado a Azul y gran amigo del general Leyría)
y del dirigente radical y ruralista (luego gobernador bonaerense), José
Camilo Crotto, entre otros.
Desde el
escenario del Teatro, una vez más la docente Justa Gallardo se destacó por sus
encendidas palabras, mediante las cuales recorrió la gloriosa historia de Azul
desde su fundación hasta ese momento, en el cual se hallaba en un avanzado
desarrollo productivo, con un importante caudal industrial y un interesante
capital económico en movimiento. Cabe resaltar que en varios momentos debió
detener su alocución dado que el público rompía el respetable silencio en el
que la oía para aplaudirla y ovacionarla.
Asimismo,
también hicieron uso de la palabra los señores Juan Carlos Baygorria
(Presidente de la Comisión de Propaganda), Luis Vázquez, Gumersindo Pérez y Abraham
Jofré.
El pueblo
estaba decidido a defender su nombre a cualquier precio…
El
miércoles 1 de noviembre se desarrolló una nueva sesión en la Legislatura
bonaerense. A pesar de la insistencia del diputado Oliver Pinedo, viendo las
reacciones de los azuleños, la opinión de los Senadores se había volcado en
sentido contrario al mentado proyecto, decidiéndose casi por unanimidad pasarlo
a comisión para ser archivado.
En la misma
sesión, tal vez como compensación o consuelo para el Diputado, se aprobó un
proyecto del senador Liborio Luna para destinar la suma
de 30.000 pesos a la construcción de un monumento en la plaza homónima que
tenía por entonces Azul, en memoria del osado general Ignacio Rivas.
Cabe
aclarar que dicha plaza, que abarcaba cuatro manzanas, conservando su nombre
primigenio, actualmente constituye el acceso a nuestro Parque Municipal “Domingo F.
Sarmiento” (espacio delimitado idealmente por las calles Guaminí,
Alvear, General Paz y Av. Pellegrini). Por otra parte, el monumento promovido
nunca fue concretado, desconociéndose el destino de los fondos asignados…
General Ignacio Rivas
No hay comentarios:
Publicar un comentario