domingo, 27 de junio de 2021

El maestro constructor

 

El maestro constructor

  

Hoy se cumplen 40 años de la desaparición física de Umberto Frangi, uno de los grandes hacedores de la exquisita obra de la Iglesia “Sagrado Corazón de María”, conocida popularmente como “Buen Pastor”.

 

Por Eduardo Agüero Mielhuerry


Umberto Carlo Frangi nació el 6 de agosto de 1892, en Olgiate Comasco, Provincia de Como – Lombardía, Italia. Sus padres fueron Celeste Frangi y Margherita Bernasconi.

De joven se dedicó a la albañilería, oficio que un tío suyo le había comenzado a enseñar a los 9 años de edad.

Al cumplir el servicio militar, fue destinado a África durante la Guerra del ’14. Fue llamado a la movilización y participó en la contienda –también conocida como Gran Guerra o Primera Guerra Mundial-, como zapador del ejército. Alcanzó el grado de “Maresciallo” (Mariscal), el más alto dentro de los suboficiales, en el distrito militar de Como, matrícula 27.100 (22), desde el 27 de febrero de 1914 hasta el 6 de octubre de 1919.

Al culminar el conflicto bélico, retornó a su oficio como albañil, contratado por el gobierno para reconstruir los pueblos que habían sido devastados por el ejército austríaco.

A finales de 1920 fue destinado a Riva del Garda para trabajar en el sistema de cañerías de un grupo de turbinas de una central hidroeléctrica. Habitualmente, los trabajadores se trasladaban al cercano pueblo de Biacesa di Ledro, para comer en la cantina de la familia Marchi. Allí, Umberto conoció a Adriana Marchi (nacida en Biacesa el 11 de octubre de 1897, hija de Adamo Marchi y Alma Duchini), de quien se enamoró perdidamente. En 1921 contrajeron matrimonio y nació el primer hijo de la pareja.

Por su ideología política, afín al socialismo, Umberto fue víctima de la persecución fascista, por lo que decidió emigrar a Buenos Aires, aprovechando que su cuñado, Ferruccio Marchi, poseía una hojalatería.

A fines de 1923, a bordo del vapor “Taormina”, Umberto arribó a la Capital Federal. Un año más tarde, en el vapor “Princesa Mafalda”, llegaron su esposa y su pequeño hijo, Gilberto.

En Buenos Aires nació el segundo hijo del matrimonio, Juan Carlos.

Poco después, Umberto entró a trabajar en la empresa constructora “Pini & Cía.”, del arquitecto Francisco Pini, firma que hacía trabajos para la Iglesia, sobresaliendo -como destaca en su libro “Historia de la arquitectura de Azul” el arquitecto Augusto Rocca-, la parroquia de Santa Inés, en Chacarita, y la iglesia de San Carlos, en Almagro.

            Las dos primeras veces en las que Umberto fue enviado por la empresa desde la Capital a Azul, fue para hacer trabajos de relativa importancia en el Asilo del Buen Pastor. Primero tuvo que reconstruir un tanque de agua rajado; en la segunda ocasión tuvo a su cargo la construcción de lavaderos y galerías con arcos. Finalmente, en 1943, la empresa lo envió como encargado general y capataz para llevar adelante la construcción de la Capilla.

 

La perla azuleña

 

La Capilla conocida por los azuleños como Iglesia del Buen Pastor, es oficialmente denominada Sagrado Corazón de María, como lo atestigua la blanca escultura entronizada en su fachada y la consagración de su Altar Mayor.

El 13 de marzo de 1944, comenzó su construcción, bajo el amparo de Santa Teresita del Niño Jesús, a quien se le encomendó su especial protección. Aquél día, Monseñor César A. Cáneva bendijo el terreno y se colocó la piedra fundamental.

Para la erección del templo hicieron sus aportes económicos: la señora Josefina Anchorena de Rodríguez Larreta, los veintiún Monasterios del Buen Pastor del país, los de Montevideo (Uruguay) y monseñor Santiago Rava. Pero también la comunidad azuleña realizó diversas y grandes contribuciones.

El proyecto original, que databa de 1919, no satisfacía las expectativas a pesar de que se habían construido algunos muros, por lo cual se solicitó un nuevo proyecto a José Ríos, quien presentó uno en estilo románico lombardo. La construcción se le encomendó a la empresa “Pini y Cía.”, del arquitecto Francisco J. Pini, -que ya había erigido el Asilo-, quedando en la práctica la obra en manos de Umberto Frangi y su hijo Gilberto, maestros de albañilería que trabajaban en la firma. Bajo sus órdenes estuvieron: los oficiales Oscar Vergé, Antonio Belsito, los hermanos Cini (Franco, Emilio y Francisco), N. Scaldaferro, José y Francisco Latrónica y los peones Enrique Tresarrieu, José Dátola, Vicente Duba, Joaquín Canale, Felipe Galtieri, José García y N. Ollé.

 

Exquisita exigencia


El Altar Mayor del templo era doble, con único trono -para la Exposición del Santísimo-, que los unía y estaba ubicado en el centro exacto del presbiterio. Monseñor Cáneva dedicó al que da a la nave del público al Sacratísimo Corazón de Jesús. En el mismo acto, el Altar posterior fue dedicado al Sacratísimo Corazón de María. Ambas dedicaciones poseen sello del Obispado de Azul y la rúbrica del Obispo de la Diócesis.

La construcción del Altar Mayor estuvo a cargo de los Frangi, al igual que su posterior reacondicionamiento, en 1975, tras el Concilio Vaticano II, pero esta vez solo estaban los dos hermanos Gilberto y Juan Carlos (pues Umberto tenía más de 80 años de edad). El armado del mismo demandó numerosas jornadas de trabajo dado el complejo y delicado entramado de las diversas piezas de bellos mármoles que lo conforman.

Como consecuencia de los cambios planteados, el doble Altar fue desplazado hacia atrás (corrido del centro preciso de la cúpula del techo) y aunque se mantuvo el retablo en su sitio original, el posterior fue trasladado hacia el frente, ocupando el espacio que dejara el otro. 

Ocupa el centro del Altar Mayor un Sagrario de bronce labrado (idéntico al que estaba hacia la nave trasera, que fuera preservado por las religiosas, desconociéndose su destino), con las alegorías de los Sagrados Corazones de Jesús y María.

 

La ciudad que lo enamoró…

 

Umberto no sólo trajo a trabajar a su hijo. Como el trabajo prometía una ardua labor prolongada en el tiempo, y habiéndose encantado con la ciudad y las posibilidades de desarrollo y crecimiento que esta le prometía, en 1944 trajo a su esposa e hijo menor. Así, los Frangi se instalaron definitivamente en Azul.

Años después, Gilberto abrió su propia firma constructora, en la que también trabajaba junto a su progenitor. U

Umberto y sus hijos se convirtieron en auténticos protectores de la obra del Buen Pastor, siendo siempre requeridos para solucionar cualquier inconveniente edilicio que pudiera presentarse.

Amante del ciclismo, Umberto no se perdía ninguna carrera en nuestra ciudad y la zona. Comentaba haber visto correr en su país natal a Luigi Ganna, un notable trepador, famoso pedalista de los Giros de Italia (competición ciclista por etapas de tres semanas de duración, disputada en el mes de mayo en Italia –a veces en otros países limítrofes-, con un recorrido diferente cada año), aunque en verdad era admirador de sus compatriotas Gino Bartali y Fausto Coppi, y en Argentina de Remigio Saavedra, Mario Mathieu y Julio Castellani. Esa pasión hizo que la “Agrupación Azuleña de Ciclismo” denominara, por ejemplo en 1993, un Premio con su nombre.

            Umberto Carlo Frangi falleció en Azul, a los 88 años de edad, el 27 de junio de 1981.

 

 

Umberto Frangi junto a su esposa, Adriana Marchi, ambos italianos que decidieron formar una familia y construir su futuro en Azul. 

 

  

El Altar Mayor del templo era doble, con único trono -para la Exposición del Santísimo-, que los unía y estaba ubicado en el centro exacto del presbiterio. El Obispo dedicó al que da a la nave del público al Sacratísimo Corazón de Jesús y al posterior lo hizo al Sacratísimo Corazón de María.

 

 

El presente artículo es un adelanto exclusivo para “El Tiempo” del libro ‘Yo soy el Buen Pastor’. Breve historia de la Capilla ‘Sagrado Corazón de María’ de Azul”, que Eduardo Agüero Mielhuerry presentará el próximo 9 de noviembre, al cumplirse el 75° aniversario de la inauguración del emblemático templo local.

 

 

domingo, 20 de junio de 2021

Los Güemes y el Azul

 

Los Güemes y el Azul

 

 

El pasado jueves 17 se cumplieron 200 años de la muerte del general Martín Miguel de Güemes, el “Protector de los pobres”, el caudillo salteño que sirviera a la defensa del norte de la naciente nación argentina. Su historia también se cruzó con el gran héroe argentino, Manuel Belgrano, de quien hoy se cumplen 201 años de su paso a la inmortalidad.

 

Por Eduardo Agüero Mielhuerry

 

 

            El intendente designado, Francisco Toscano, mediante el Decreto del 14 de junio de 1971 (registrado en el folio 124 del Libro Copiador Años 70/73), estableció: “Impóngase el nombre de General Martín Miguel de Güemes al tramo de la prolongación de la avenida Humberto I, desde el puente sobre el arroyo Azul hasta la calle General Manuel Escalada. (…) Visto que el 17 del corriente se cumple el sesquicentenario del  fallecimiento de General don Martín Miguel de Güemes y teniendo en cuenta que la ciudadanía toda le rinde al homenaje que merecen los héroes de la Patria que con su acción y su ejemplo posibilitaron la figura de Güemes resplandece con perfiles extraordinarios, mereciendo el honor de situarse entre los hombres predilectos de la Nación por sus actos de patriotismo confirmados por el veredicto de la historia…”.

 

Barrio “Gral. Martín Miguel de Güemes”

 

El azuleño Dr. Alfredo Prat fue designado como Presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires, el 8 de noviembre de noviembre de 1963. Durante su gestión la entidad financió y construyó 23.500 unidades habitacionales, incluidas 686 entregadas en Azul, de las cuales 498 fueron consecuencia de planes individuales y 188 de un barrio. Al momento de su inauguración, el 7 de noviembre de 1970, el complejo habitacional fue conocido como “Barrio Banco de la Provincia de Buenos Aires”. Mediante el mismo decreto municipal con que se bautizó a la otrora Avenida Humberto I en junio del ’71, se le impuso el nombre de “General Martín Miguel de Güemes”. Asimismo, la plaza del complejo recibió también el nombre del caudillo salteño. En el centro del irregular paseo se erigió el busto del prócer. La pieza número 601, fue fundida en Buenos Aires, en el Arsenal Esteban De Luca, en el año 1971 y colocada sobre un sencillo basamento en 1972. En mayo del mismo año fue inaugurado en el Barrio, el Jardín de Infantes N° 910, con el nombre del prócer. Y sin formalidades, el espejo de agua conformado en el acceso al barrio fue denominado popularmente “Lago Güemes”.

 

Algunos años antes…

 

Años antes, la Escuela N° 19 había sido creada el 15 de abril 1907, en un local de calle Tandil y España. Luego fue trasladada a España y Sarmiento, conociéndosela como la “escuela de la laguna” (justamente por la que se formaba tras las lluvias), y finalmente en 1944 pasó a su definitivo edificio en Salta N° 772. El 30 de noviembre de 1950 se le impuso el nombre de “Martín Miguel de Güemes” y, en 1957, en el marco del cincuentenario de la institución, el 10 de noviembre, se inauguró en la escuela un busto del prócer salteño, realizado por el artista plástico Francisco Ingrasiotano.

 

Del Norte para toda la Patria…

 

Martín Miguel Juan de la Mata de Güemes Montero Goyechea y la Corte nació el 8 de febrero de 1785, en la ciudad de Salta. Sus padres fueron Gabriel de Güemes Montero (comisario de guerra y tesorero real de la Corona Española), y la jujeña María Magdalena de Goyechea y la Corte.

Estudió en su ciudad natal y luego en Buenos Aires, en el Real Colegio de San Carlos.

Con 14 años de edad, ingresó como cadete en el Regimiento “Fijo” de Infantería de Buenos Aires. Participó en la Reconquista de Buenos Aires frente a las Invasiones Inglesas y al observar que el barco inglés “Justine”, que había encallado, dirigió una carga de caballería y lo abordó. Fue una de las muy pocas veces en la historia que un buque de guerra fue capturado por una partida de caballería.

En 1810, con el grado de Teniente de Granaderos de Fernando VII, Güemes se encontraba licenciado en Salta cuando estalló en Buenos Aires el movimiento emancipador. Aquella ciudad fue la primera que respondió al grito de libertad lanzado desde la Capital. Güemes se incorporó a las fuerzas que la Primera Junta lanzó sobre el Alto Perú. Su participación fue decisiva en la batalla de Suipacha, librada el 7 de noviembre de 1810.

 

La amistad con Belgrano

 

Cuando el general Manuel Belgrano asumió el mando del Ejército del Norte e inició la Segunda expedición auxiliadora al Alto Perú, ordenó el traslado de Güemes a Buenos Aires por indisciplina. En verdad, el Oficio de Belgrano al gobierno era sumamente claro: “Habiéndome informado el alcalde de la ciudad (…) de la escandalosa conducta del teniente coronel graduado, don Martín Güemes, con doña Juana Inguanzo, esposa de don Sebastián Mella, teniente de dragones en el ejército de mi mando, por vivir ambos en aquella ciudad aposentados en una sola mansión, y habiendo adquirido noticias que este oficial ha escandalizado públicamente mucho antes de ahora con esta mujer en la ciudad de Jujuy… Con estos antecedentes indubitables, considerando que cualquier procedimiento judicial sobre la materia sería demasiado escandaloso y acaso ineficaz, he tomado la resolución de mandarle a Güemes… Espero que vuestra excelencia se dignara aprobar estas medidas en que sólo he tenido por objeto la conservación del orden, el respeto a la religión…”.

Lo curioso frente a esta decisión es que, por su parte, el general Manuel Belgrano mantenía un intenso romance con María Josefa Ezcurra, con quien, sin haberse casado –pues ella estaba casada con su primo Juan Esteban de Ezcurra, aunque separados de hecho-, concibieron un hijo que nacería en Santa Fe el 30 de julio de 1813 y se llamaría Pedro Pablo Rosas y Belgrano (habiendo sido adoptado y criado por sus tíos Encarnación Ezcurra y Juan Manuel de Rosas).

En su libro “Belgrano, el gran patriota argentino”, el historiador Daniel Balmaceda reflexiona: “Si tenemos en cuenta la fecha de nacimiento en Santa Fe, podemos establecer que fue concebido, con corto margen de error, en la primera semana de noviembre, es decir, cuando Belgrano se enteró de que Güemes hacía escandalosa vida marital con Juana Inguanzo y lo envió a Buenos Aires. Cabe preguntarse cuál sería la diferencia entre una situación y la otra. ¿La falta de discreción de Güemes? ¿O que Josefa viviera en un estado de separación de hecho?”. Güemes no tuvo más remedio que acatar la decisión de Belgrano y aunque en principio este hecho puso distancia entre ellos, posteriormente se reencontrarían y forjarían una gran amistad. De hecho, en octubre de 1819, cuando se agravó el estado de salud de Belgrano, Güemes envió a su amigo el doctor Joseph Redhead a Tucumán, con instrucciones de velar por él en forma personal.

Con la victoria en la Batalla de Salta (20 de febrero de 1813), el general Manuel Belgrano logró que todo el noroeste quedase libre de los realistas, aunque se dieron esporádicos ataques desde el Alto Perú.

El 7 de diciembre de 1813, Güemes fue destinado nuevamente al Ejército Auxiliar, del cual recibió el mando en jefe el coronel José de San Martín. Éste, que había oído ponderar los servicios del caudillo salteño, aceptó complacido sus servicios y lo nombró comandante de las avanzadas de Salta.

 

El “Protector de los pobres” al frente de la Guerra Gaucha

 

Güemes se presentó en Salta como el “Protector de los pobres” y el más decidido partidario de la revolución. Dio inicio a la “Guerra Gaucha”, que fue una larga serie de enfrentamientos, casi cotidianos, con escaramuzas y apenas cortos tiroteos intempestivos, seguidos de veloces retiradas. Como una brava y heroica salteña, su hermana, María Magdalena “Macacha” Güemes de Tejada, fue una de sus más fervientes y eficaces colaboradores.

El 15 de mayo de 1815, el Cabildo por la aclamación del pueblo, eligió a Güemes como Gobernador Intendente de Salta (cargo que ejerció hasta 1820).

El 9 de junio de 1815, Martín Miguel contrajo matrimonio en la Catedral de Salta con Margarita del Carmen Puch, con quien tuvo tres hijos: Martín, Luis e Ignacio.

Con certeza, San Martín expresó: “Los gauchos de Salta solos están haciendo al enemigo una guerra de recursos tan terrible que lo han obligado a desprenderse de una división con el solo objeto de extraer mulas y ganado”. Güemes y sus gauchos detuvieron seis poderosas invasiones al mando de destacados jefes españoles. Puso a la provincia en pie de guerra y organizó un verdadero ejército popular en partidas de no más de veinte hombres. Imprevistamente, el general Pedro de Olañeta, enemigo acérrimo del salteño, volvió al ataque, pero no pudo pasar más allá de Jujuy. El boicot de la población salteña fue absoluto y las tropas sufrieron permanentes ataques relámpago. El general español comenzó a preocuparse y sus tropas empezaron a desmoralizarse en retirada. Cuando San Martín desembarcó en la costa peruana, Güemes –según lo pactado con el General-, decidió avanzar hacia el Alto Perú logrando mantener “entretenidos” a los realistas y dejándole campo de acción al Libertador, “cuidándole las espaldas”.

           

Los últimos pasos del célebre salteño


El cabildo de Salta, formado por las clases altas de la ciudad, aprovechando la ausencia de Güemes, lo acusó de “tirano” y lo destituyó. Muchos de sus miembros se habían puesto de acuerdo con el general Olañeta para entregarle la ciudad. El caudillo regresó, recobró la ciudad y perdonó a los revolucionarios. Pero no todo había terminado. El coronel salteño a las órdenes del ejército español, José María “Barbarucho” Valdéz, avanzó con sus hombres y ocupó Salta contando con el apoyo de los terratenientes salteños, a los que les garantizó el respeto de sus propiedades. Al salir a combatirlo, Güemes fue alcanzado por un disparo, aunque logró huir.

Martín Miguel de Güemes, hemofílico, murió el 17 de junio de 1821, a los 36 años de edad, en la Cañada de la Horqueta, cerca de la ciudad de Salta.

            Sus hombres, sus “Infernales”, unas semanas después vencieron y expulsaron de Salta a los españoles, siendo aquella la última invasión realista al norte argentino.

 

Los nietos de Güemes y Belgrano en el Azul


            Aunque no es posible afirmar que tuvieran contacto entre ellos, si se puede asegurar que Pedro Servando Rosas y Belgrano, nieto del general Manuel Belgrano, y Domingo y Luis Güemes, nietos del caudillo salteño, ligados los tres a las milicias, estuvieron en el Azul en la segunda mitad del siglo XIX.



Martín Miguel de Güemes


domingo, 13 de junio de 2021

Con los días contados...


Con los días contados…



            Por desconocimiento o por capricho, muchos azuleños han repetido durante años que en la por entonces Plaza Colón (hoy San Martín), hubo en su centro una fuente con Nereidas emergiendo de las aguas. Muchos afirmaron que las mismas eran obra de la afamada escultora Lola Mora y otros aseguraban –y aún lo hacen-, conocer “al que se las robó o ‘las compró’, y la estancia del rico terrateniente donde se las colocó”. Muchos afirman que por tratarse de una fuente obscena no podía seguir frente a la Catedral y hasta fustigaban a algún cura por haber insistido para que las retiren. Sin embargo, la historia es muy diferente… 


Por Eduardo Agüero Mielhuerry

 

El 24 de diciembre de 1902, el matutino “El Imparcial” informaba sobre la correspondencia enviada entre Pintos y Thays refiriéndose al final de la remodelación de la Plaza Colón:

Del director de paseos al Intendente Municipal-. El director de paseos públicos de Buenos Aires, señor Thays, ha contestado en la siguiente expresiva forma a una nota que le dirigió la intendencia municipal dándole cuenta de la terminación de los trabajos de la plaza Colón y del brillante éxito de las reformas introducidas en este hoy hermoso paseo:

Buenos Aires, diciembre 22 de 1902

Señor intendente municipal del Azul doctor Ángel Pintos:

Muy apreciable señor:

He tenido el honor de recibir su atenta nota relativa a las obras de la plaza Colón, de cuyos términos le quedo muy agradecido.

Tengo así la gran satisfacción de haber podido coadyuvar, aunque en muy pequeña proporción, a los planes progresistas del señor intendente, a quien saludo con mi mayor consideración y respeto. Carlos Thays”

A fin de año la obra estuvo concluida; jardines cercados con arcos de hierro y una gran variedad de plantas fueron la característica primordial del renovado paseo.

Al mismo tiempo, el artista italiano Carlos Dusio moldeó en material las esculturas de unas mujeres desnudas, al estilo de náyades, con cisnes completando la escena. Las mismas fueron emplazadas en torno a la ya existente farola central de múltiples luces y con surtidores de agua, que en definitiva fue lo único que “sobrevivió” del paseo anterior.

            Todo este monumento alegórico fue realizado en forma provisoria, pensando en reemplazarlo cuando fuera posible por la escultura de algún prócer o alguna imagen alegórica…

 

 

Las “Náyades” de Dusio, mal llamadas “Nereidas”…

 

 

En la mitología griega, las náyades eran las ninfas de los cuerpos de agua dulce -fuentes, pozos, manantiales, arroyos y riachuelos-, y encarnaban la divinidad del curso de agua que habitaban, de la misma forma que los oceánidas eran las personificaciones divinas de los ríos y algunos espíritus muy antiguos que habitaban las aguas estancadas de pantanos, estanques y lagunas.

Aunque las náyades estaban asociadas con los pequeños cuerpos de agua dulce, las oceánides con los ríos y las nereidas con el agua salada, había cierto solapamiento debido a que los griegos pensaban en las aguas del mundo como en un sistema único, que se filtraba desde el mar a profundos espacios cavernosos en el seno de la tierra, desde donde subía ya dulce en filtraciones y manantiales.

En su calidad de ninfas, las náyades son seres femeninos, dotados de gran longevidad pero mortales. La esencia de una náyade estaba vinculada a su masa de agua, de forma que si ésta se secaba, ella moría.

Su genealogía cambia según el mitógrafo y la leyenda consultada: Homero las llama “hijas de Zeus”, pero en otras partes se afirman que eran hijas de Océano. Es más común considerarlas hijas del dios-río en el que habitan. Su genealogía, en cualquier caso, es variada.

Todas las fuentes y manantiales célebres tienen su náyade o su grupo de náyades, normalmente consideradas hermanas, y su leyenda propia. Eran a menudo el objeto de cultos locales arcaicos, adoradas como esenciales para la fertilidad y la vida humana. Los jóvenes que alcanzaban la mayoría de edad dedicaban sus mechones infantiles a la náyade del manantial local. Con frecuencia se atribuía a las náyades virtudes curativas: los enfermos bebían el agua al que estaban asociadas o bien, más raramente, se bañaban en ellas. Los oráculos podían localizarse junto a antiguas fuentes.

Las náyades también podían ser peligrosas. En ocasiones, bañarse en sus aguas se consideraba un sacrilegio y las náyades tomaban represalias contra el ofensor. Verlas también podía ser motivo de castigo, lo que normalmente acarreaba como castigo la locura del infortunado testigo. Según el sitio en que se las podía encontrar, se hablaba de Creneas o Crénides (fuentes), Heleades (pantanos), Limnades o Limnátides (lagos), Pegeas (manantiales) y Potámides (ríos).

 

Con los días contados…

 

 

En junio de 1912, durante la intendencia de Manuel Castellár, dos grupos de vecinos presentaron sendos petitorios solicitando que fueran retiradas las mal llamadas “Nereidas”, “cuyas figuras de mascarones: grotescas, ridículas, antiestéticas; de concepción, líneas y proporciones imposibles, resultan una vergüenza pública; causan la hilaridad de los visitantes del Azul, la mofa de los críticos y el bochorno de los azuleños”.

Por un lado, doscientas veintisiete “Damas Azuleñas” presentaron al Intendente una escueta nota pidiendo la remoción de las esculturas. Por otra parte, casi trescientos vecinos en general -297 para ser precisos-, hicieron lo propio en una carta más extensa, contundente y dura en sus conceptos.

Al parecer, las obras de Dusio, a pesar del cariño que él personalmente había cosechado en la comunidad, nunca habían conquistado la plena aprobación de los azuleños, pues alcanza con repasar lo que se había deslizado en la nota necrológica del escultor en 1905: (…) No cabe en estas líneas, dedicadas a la memoria del excelente Dusio, un juicio de las obras que éste deja, y que no son quizá la expresión del arte llevado a su más alto grado, pero revelan facultades y gusto poco comunes (…).

Acatando la voluntad popular, el Jefe Comunal ordenó la inmediata demolición de las estatuas…

 

La carta de los críticos

 

 

“Azul, 7 de junio de 1912

Al Señor Intendente Municipal

Don Manuel Castellár:

Los vecinos que suscriben, tienen el honor de dirigirse a Ud. con la siguiente petición:

   Los progresos de esta ciudad la colocan en nivel elevado, bajo cualquier concepto que se la considere; y para probar este aserto, además del juicio de las personas de otros centros que la visitan, tenemos el juicio propio. Siendo aquel un hecho de todos conocido, pues, evitaremos entrar en explicaciones que resultarían largas y son innecesarias.

   Refiriéndonos a uno solo de los puntos que tal conclusión afirman, citaremos el estado actual de nuestra ciudad, tan hermosa por su delineación, limpieza y pavimentación de sus avenidas y calles; grandes y modernos edificios, plazas públicas, etc.

   Quien llega al Azul y lo recorre se siente bien impresionado, y su espíritu por poco observador que sea, se extasía en la contemplación de un pueblo en pleno progreso, digno de ser tenido en cuenta como ejemplar de las ciudades levantadas en la extensa pampa argentina por el esfuerzo de sus laboriosos habitantes.

   Casa municipal, mercado en construcción, iglesia cuyos lineamientos cuasi finales proyectan soberbia estructura, avenidas, bancos instalados en palacios, construcciones particulares de moderno estilo son otras tantas manifestaciones reales, palpables, de nuestro progreso.

   Vamos a tener en breve debido a la acción municipal y especialmente de esa Intendencia un hermoso paseo en la plaza General Rivas y tenemos ya la Plaza Colón, de que tan orgullosos nos mostramos los azuleños…

   Pero, Señor Intendente, tenemos un punto oscuro, precisamente en este paseo predilecto de la sociedad azuleña y el primero que ven los huéspedes que llegan.

   En ese adefesio plantado en el centro mismo de ella; cuyas figuras de mascarones: grotescas, ridículas, antiestéticas; de concepción, líneas y proporciones imposibles, resultan una vergüenza pública; causan la hilaridad de los visitantes del Azul, la mofa de los críticos y el bochorno de los azuleños.

   Esa “fuente” en media plaza y los abortos del arte que la guardan, son cuando menos un ludibrio para nuestra cultura. Nadie podrá negarlo.

   Es por esto que pedimos al Señor Intendente, mande sin más trámite limpiar de tal escoria la linda Plaza Colón.

   El vecindario le quedará muy agradecido por ser de justicia conceder este pedido.

   Saludamos a Ud. atte.

 

¡Adiós! ¡Adiós!

 

A pesar de la orden del intendente Castellár, las esculturas continuaron por un tiempo más en su sitio. Recién el sábado 4 de septiembre de 1915, el periódico “El Ciudadano” daba cuenta de una noticia que modificaría drásticamente la fisonomía de la Plaza Colón. Después de varios años en que no se cumpliera con el pedido de los vecinos, en una nueva administración del doctor Ángel Pintos (del 9 de mayo de 1914 al 14 de agosto de 1917) se demolieron las mal llamadas “Nereidas”. La noticia rezaba:

            En la Plaza-. Ha dado comienzo hoy la tarea de demoler la columna y demás construcciones que ocupaban el centro de la plaza Colón.

Terminada esta operación, que será dentro de dos o tres días empezarán los trabajos de nivelación para construir el pavimento de mosaico y varias columnas de adorno que se levantarán limitando la rotonda”.

Las “Náyades” o mal llamadas “Nereidas”, ni fueron robadas ni trasladadas a una estancia. Ni se las vendió en una casa de antigüedades de la Capital Federal. Ni se las llevó algún “rico de la alta sociedad”. Las náyades perecieron bajo la piqueta para darle paso a un nuevo monumento…




El paisajista francés Carlos Thays fue el encargado de remodelar la Plaza Colón de Azul a comienzos del siglo XX. El escultor Carlos Dusio fue el encargado de realizar las esculturas de la fuente central de la por entonces Plaza Colón. Recordadas como “Nereidas”, en verdad eran Náyades…