domingo, 13 de junio de 2021

Con los días contados...


Con los días contados…



            Por desconocimiento o por capricho, muchos azuleños han repetido durante años que en la por entonces Plaza Colón (hoy San Martín), hubo en su centro una fuente con Nereidas emergiendo de las aguas. Muchos afirmaron que las mismas eran obra de la afamada escultora Lola Mora y otros aseguraban –y aún lo hacen-, conocer “al que se las robó o ‘las compró’, y la estancia del rico terrateniente donde se las colocó”. Muchos afirman que por tratarse de una fuente obscena no podía seguir frente a la Catedral y hasta fustigaban a algún cura por haber insistido para que las retiren. Sin embargo, la historia es muy diferente… 


Por Eduardo Agüero Mielhuerry

 

El 24 de diciembre de 1902, el matutino “El Imparcial” informaba sobre la correspondencia enviada entre Pintos y Thays refiriéndose al final de la remodelación de la Plaza Colón:

Del director de paseos al Intendente Municipal-. El director de paseos públicos de Buenos Aires, señor Thays, ha contestado en la siguiente expresiva forma a una nota que le dirigió la intendencia municipal dándole cuenta de la terminación de los trabajos de la plaza Colón y del brillante éxito de las reformas introducidas en este hoy hermoso paseo:

Buenos Aires, diciembre 22 de 1902

Señor intendente municipal del Azul doctor Ángel Pintos:

Muy apreciable señor:

He tenido el honor de recibir su atenta nota relativa a las obras de la plaza Colón, de cuyos términos le quedo muy agradecido.

Tengo así la gran satisfacción de haber podido coadyuvar, aunque en muy pequeña proporción, a los planes progresistas del señor intendente, a quien saludo con mi mayor consideración y respeto. Carlos Thays”

A fin de año la obra estuvo concluida; jardines cercados con arcos de hierro y una gran variedad de plantas fueron la característica primordial del renovado paseo.

Al mismo tiempo, el artista italiano Carlos Dusio moldeó en material las esculturas de unas mujeres desnudas, al estilo de náyades, con cisnes completando la escena. Las mismas fueron emplazadas en torno a la ya existente farola central de múltiples luces y con surtidores de agua, que en definitiva fue lo único que “sobrevivió” del paseo anterior.

            Todo este monumento alegórico fue realizado en forma provisoria, pensando en reemplazarlo cuando fuera posible por la escultura de algún prócer o alguna imagen alegórica…

 

 

Las “Náyades” de Dusio, mal llamadas “Nereidas”…

 

 

En la mitología griega, las náyades eran las ninfas de los cuerpos de agua dulce -fuentes, pozos, manantiales, arroyos y riachuelos-, y encarnaban la divinidad del curso de agua que habitaban, de la misma forma que los oceánidas eran las personificaciones divinas de los ríos y algunos espíritus muy antiguos que habitaban las aguas estancadas de pantanos, estanques y lagunas.

Aunque las náyades estaban asociadas con los pequeños cuerpos de agua dulce, las oceánides con los ríos y las nereidas con el agua salada, había cierto solapamiento debido a que los griegos pensaban en las aguas del mundo como en un sistema único, que se filtraba desde el mar a profundos espacios cavernosos en el seno de la tierra, desde donde subía ya dulce en filtraciones y manantiales.

En su calidad de ninfas, las náyades son seres femeninos, dotados de gran longevidad pero mortales. La esencia de una náyade estaba vinculada a su masa de agua, de forma que si ésta se secaba, ella moría.

Su genealogía cambia según el mitógrafo y la leyenda consultada: Homero las llama “hijas de Zeus”, pero en otras partes se afirman que eran hijas de Océano. Es más común considerarlas hijas del dios-río en el que habitan. Su genealogía, en cualquier caso, es variada.

Todas las fuentes y manantiales célebres tienen su náyade o su grupo de náyades, normalmente consideradas hermanas, y su leyenda propia. Eran a menudo el objeto de cultos locales arcaicos, adoradas como esenciales para la fertilidad y la vida humana. Los jóvenes que alcanzaban la mayoría de edad dedicaban sus mechones infantiles a la náyade del manantial local. Con frecuencia se atribuía a las náyades virtudes curativas: los enfermos bebían el agua al que estaban asociadas o bien, más raramente, se bañaban en ellas. Los oráculos podían localizarse junto a antiguas fuentes.

Las náyades también podían ser peligrosas. En ocasiones, bañarse en sus aguas se consideraba un sacrilegio y las náyades tomaban represalias contra el ofensor. Verlas también podía ser motivo de castigo, lo que normalmente acarreaba como castigo la locura del infortunado testigo. Según el sitio en que se las podía encontrar, se hablaba de Creneas o Crénides (fuentes), Heleades (pantanos), Limnades o Limnátides (lagos), Pegeas (manantiales) y Potámides (ríos).

 

Con los días contados…

 

 

En junio de 1912, durante la intendencia de Manuel Castellár, dos grupos de vecinos presentaron sendos petitorios solicitando que fueran retiradas las mal llamadas “Nereidas”, “cuyas figuras de mascarones: grotescas, ridículas, antiestéticas; de concepción, líneas y proporciones imposibles, resultan una vergüenza pública; causan la hilaridad de los visitantes del Azul, la mofa de los críticos y el bochorno de los azuleños”.

Por un lado, doscientas veintisiete “Damas Azuleñas” presentaron al Intendente una escueta nota pidiendo la remoción de las esculturas. Por otra parte, casi trescientos vecinos en general -297 para ser precisos-, hicieron lo propio en una carta más extensa, contundente y dura en sus conceptos.

Al parecer, las obras de Dusio, a pesar del cariño que él personalmente había cosechado en la comunidad, nunca habían conquistado la plena aprobación de los azuleños, pues alcanza con repasar lo que se había deslizado en la nota necrológica del escultor en 1905: (…) No cabe en estas líneas, dedicadas a la memoria del excelente Dusio, un juicio de las obras que éste deja, y que no son quizá la expresión del arte llevado a su más alto grado, pero revelan facultades y gusto poco comunes (…).

Acatando la voluntad popular, el Jefe Comunal ordenó la inmediata demolición de las estatuas…

 

La carta de los críticos

 

 

“Azul, 7 de junio de 1912

Al Señor Intendente Municipal

Don Manuel Castellár:

Los vecinos que suscriben, tienen el honor de dirigirse a Ud. con la siguiente petición:

   Los progresos de esta ciudad la colocan en nivel elevado, bajo cualquier concepto que se la considere; y para probar este aserto, además del juicio de las personas de otros centros que la visitan, tenemos el juicio propio. Siendo aquel un hecho de todos conocido, pues, evitaremos entrar en explicaciones que resultarían largas y son innecesarias.

   Refiriéndonos a uno solo de los puntos que tal conclusión afirman, citaremos el estado actual de nuestra ciudad, tan hermosa por su delineación, limpieza y pavimentación de sus avenidas y calles; grandes y modernos edificios, plazas públicas, etc.

   Quien llega al Azul y lo recorre se siente bien impresionado, y su espíritu por poco observador que sea, se extasía en la contemplación de un pueblo en pleno progreso, digno de ser tenido en cuenta como ejemplar de las ciudades levantadas en la extensa pampa argentina por el esfuerzo de sus laboriosos habitantes.

   Casa municipal, mercado en construcción, iglesia cuyos lineamientos cuasi finales proyectan soberbia estructura, avenidas, bancos instalados en palacios, construcciones particulares de moderno estilo son otras tantas manifestaciones reales, palpables, de nuestro progreso.

   Vamos a tener en breve debido a la acción municipal y especialmente de esa Intendencia un hermoso paseo en la plaza General Rivas y tenemos ya la Plaza Colón, de que tan orgullosos nos mostramos los azuleños…

   Pero, Señor Intendente, tenemos un punto oscuro, precisamente en este paseo predilecto de la sociedad azuleña y el primero que ven los huéspedes que llegan.

   En ese adefesio plantado en el centro mismo de ella; cuyas figuras de mascarones: grotescas, ridículas, antiestéticas; de concepción, líneas y proporciones imposibles, resultan una vergüenza pública; causan la hilaridad de los visitantes del Azul, la mofa de los críticos y el bochorno de los azuleños.

   Esa “fuente” en media plaza y los abortos del arte que la guardan, son cuando menos un ludibrio para nuestra cultura. Nadie podrá negarlo.

   Es por esto que pedimos al Señor Intendente, mande sin más trámite limpiar de tal escoria la linda Plaza Colón.

   El vecindario le quedará muy agradecido por ser de justicia conceder este pedido.

   Saludamos a Ud. atte.

 

¡Adiós! ¡Adiós!

 

A pesar de la orden del intendente Castellár, las esculturas continuaron por un tiempo más en su sitio. Recién el sábado 4 de septiembre de 1915, el periódico “El Ciudadano” daba cuenta de una noticia que modificaría drásticamente la fisonomía de la Plaza Colón. Después de varios años en que no se cumpliera con el pedido de los vecinos, en una nueva administración del doctor Ángel Pintos (del 9 de mayo de 1914 al 14 de agosto de 1917) se demolieron las mal llamadas “Nereidas”. La noticia rezaba:

            En la Plaza-. Ha dado comienzo hoy la tarea de demoler la columna y demás construcciones que ocupaban el centro de la plaza Colón.

Terminada esta operación, que será dentro de dos o tres días empezarán los trabajos de nivelación para construir el pavimento de mosaico y varias columnas de adorno que se levantarán limitando la rotonda”.

Las “Náyades” o mal llamadas “Nereidas”, ni fueron robadas ni trasladadas a una estancia. Ni se las vendió en una casa de antigüedades de la Capital Federal. Ni se las llevó algún “rico de la alta sociedad”. Las náyades perecieron bajo la piqueta para darle paso a un nuevo monumento…




El paisajista francés Carlos Thays fue el encargado de remodelar la Plaza Colón de Azul a comienzos del siglo XX. El escultor Carlos Dusio fue el encargado de realizar las esculturas de la fuente central de la por entonces Plaza Colón. Recordadas como “Nereidas”, en verdad eran Náyades…


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