El muerto que habló y su tesoro
La tapa de “El
Tiempo” del día jueves 17 de agosto de 1978 provocó
un sinfín de comentarios gracias a una nota redactada por Juan Miguel Oyhanarte
(según se desprende de un recorte por el firmado). El protagonista de la
historia fue el fallecido martillero Vicente Fittipaldi:
“Ocurrió ayer
en Azul: un mensaje grabado, del difunto, fue escuchado en el velorio.- Una vida con muchos pasajes si se
quiere novelescos fue, sin duda, la del vecino Sr. Vicente Fittipaldi, cuyo
sepelio se efectuó ayer en el cementerio local.
Nacido el año 1896 en Episcopia, provincia italiana
de Potenza, sus padres eran José y María Grazia. Apenas once años tenía cuando
emigró a la Argentina y desde muy joven trabajó en tareas rurales, aprendiendo
luego varios oficios. Estudió en forma independiente y con posterioridad siguió
un curso de Teología por correspondencia y luego ingresó en un seminario
americano (Iglesia Evangélica Luterana Unida), donde se diplomó en esa materia.
Actuó en esa sociedad como maestro de Teología. Tiempo después se graduó de
contador y procurador, profesión ésta última que ejerció durante varias
décadas. También era martillero. Su presencia en las dependencias,
especialmente en el Juzgado de Paz, fue característica por espacio de mucho
tiempo, no sólo por su manera de vestir (siempre con ropa oscura) sino por la
singularidad de los pleitos que tomaba a su cargo, generalmente de escasa monta
pero siempre complicados. Y algunos con derivaciones pintorescas…
Cuando la Iglesia Evangélica Luterana Unida se
instaló en Azul a fines de la década de 1940, Fittipaldi integraba el grupo
inicial junto con su esposa Laura Toribia Álvarez, fallecida hace algunos años.
Todo lo suyo era original. Originalísimo: su vestimenta, su manera de andar en
bicicleta, su automóvil, su vivienda, sus pleitos, etc. También actuó en la
política, militando en el Partido Laborista. Dado su parecido físico con el Dr.
Arturo Frondizi, en una de las visitas del ex presidente de la Nación hiciera a
Azul (el 26 de abril de 1963) le fue presentado. Se saludaron cordialmente
mostrándose el Dr. Frondizi sorprendido por la semejanza. ‘Bueno, mi amigo –le
dijo- usted va a venir conmigo… para recibir los palos destinados a mi…’.
Si algo faltaba para rubricar la trayectoria de
Vicente Fittipaldi, ello ocurrió ayer, 16 de agosto de 1978: se estaba
efectuando su velatorio en la sala de la empresa Lionetto, cuando
inesperadamente apareció el joven Luis Omar Rojas, inquilino del difunto y que
alguna vez requirió la atención del periodismo por su decisión de donarle sus
ojos a una mujer ciega. ‘Señores –dijo Rojas- donde hay un enchufe? Ustedes
perdonarán pero debo cumplir un mandato del finado. En el grabador que aquí
traigo hay palabras que don Vicente Fittipaldi grabó para éste momento y me
comprometió a mí para que las hiciera escuchar…’ Alguno de los presentes ensayó
un argumento para oponerse a la insólita actitud. Pero fue inútil: Rojas traía
una consigna y la cumplió. Enchufó el grabador y la concurrencia no tuvo otra
alternativa que escuchar la voz del muerto. Algo que no tiene desperdicio.
Comienza diciendo (con adecuada música de fondo): ‘Estimados concurrentes: les
doy la bienvenida y gracias por vuestra asistencia. Quedo totalmente complacido
y en mi estado dolorido por haberme quedado dormido y no poder responder a
vuestro llamado, porque la muerte, como se le ha llamado, se ha apoderado de mi
físico. No obstante, si creemos en la metafísica, seguro que estoy aquí y
aunque mis cinco sentidos están adormecidos, me valgo de este aparatito y
burlando mis sentidos dormidos les hago oír por un ratito todavía mi voz,
refiriendo a mi historia, la que me condujo a mi gloria y que desde esta gloria
yo les digo, amando y queriendo y agradeciendo vuestra concurrencia’.
Y sigue diciendo: ‘En mi vida he tenido mucha paciencia.
Fue la que me abrió la puerta de mi ciencia, la que me destacó y la misma a tal
punto llegó que, como lo estáis viendo ningún muerto habló después que se
encajonó’.
Luego hace su propia semblanza, señalando que hasta
los veinte años era analfabeto, trabajando de día, y estudiando de noche para
aprender, logrando seis títulos profesionales: tenedor de libros, procurador,
martillero público nacional, constructor de obras, corredor y maestro de
Teología, todo lo cual quedó en el pasado ‘y completamente pisado’. Y añade:
‘De treinta y tres años era, sin haber tenido una novia, porque mi madre que
está en la gloria, a los doce años me lo había advertido y en 1916, convertido,
la Biblia me lo confirmó: que la mujer que al hombre formó y a la luz lo dio, es
la misma mujer que al sacarle los hijos al hombre se lo tragó. Por eso me
conformé con el único placer que da el trabajo y la abnegación y haciéndolo de
corazón se engrandece el hombre a tal punto que al llegar a la cumbre lo sigue
la muchedumbre. Ya veis que no existen la mala y buena suerte, ni las escuelas
ni el analfabetismo. Es cuestión de aprender el catecismo y cumplir con las
leyes de Dios que es todopoderoso y hace cualquier cosa en nuestra vida. Mi
primera y única novia fue mi amada Laura, que a los 33 años me la propuso el
directorio del colegio y fue tan grande mi privilegio que hasta la novia me la
eligieron. Y después de contraer nuestro enlace nos mandaron de pastores.
Cuarenta y siete años transcurrieron y el 14 de mayo de 1975 me dejó. En su
gloria ella entró y a los tres días me habló diciéndome que feliz se hallaba y
que ahora de allí todo lo vería, inclusive mis fallas y las suyas. Y me dijo:
perdóname que en muchas cosas no te comprendía, pero en un próximo día, en
nuestra nueva unión, en plena luz y de todo corazón nuestro amor no tendrá
fin’.
Enseguida exalta la mutua felicidad que existió en
su matrimonio y prosigue: ‘Mi nombre es, como lo saben, don Vicente. A ninguna
chica le hice coquetería ni engañé con palabras falsas y falsas promesas, ni
las entretuve en vagas pasiones’.
Para finalizar: ‘Con amor mujeres, hombres, sociedad
y hasta la nación, os digo que os amo con todo mi corazón y, como último
renglón, les pido perdón por cualquiera de mis fallas y el que merece aplausos
y una medalla es el amigo Rojitas, que me prestó su aparatito y gracias a esto
habéis podido oír mi voz después de muerto. Hasta pronto. Yo estoy presente con
vosotros y me veréis muchas veces en vuestros sueños nocturnos. Gracias.
Adiós!...”.
La noticia
también fue reproducida por diarios de la región, entre ellos “Tribuna”
(“Más que insólito… En Azul ayer: un
velorio donde se pudo oír una grabación del finado”) y “El Popular” (“Caso insólito de ‘humor negro’ en Azul.
Durante el velorio, se hizo escuchar una grabación con la voz del muerto”).
Sin embargo, el particular martillero seguiría siendo noticia, aunque ya no por
“hablar” en su propio velorio, sino por su “tesoro”. Una vez más, en su sección
“Baldosas
flojas”, Juan Miguel Oyhanarte narró una búsqueda singular:
“Tesoro.- Seguramente recordarán la mayoría
de los lectores que el 16 de agosto último falleció en nuestra ciudad el vecino
Vicente Fittipaldi, el hombre cuya vida tuvo pasajes novelescos y que grabó en
cinta magnetofónica su despedida, siendo escuchado el postrer mensaje en su
propio velatorio. La misión de hacer funcionar el grabador estuvo a cargo del
joven Luis Omar Rojas, quien además, muy pocos días antes de fallecer
Fittipaldi, lo sometió a un reportaje grabando también en el lecho del enfermo.
En un pasaje del mismo, Rojas le pregunta a su reporteado qué le diría a la
muerte en estos momentos cruciales y Fittipaldi le dedica a la ‘huesuda’ una
sarcástica carcajada…
A cinco meses del deceso de Fittipaldi, se vuelve a
hablar del pintoresco personaje, pleitista consuetudinario, que conocía y ponía
en práctica todas las triquiñuelas imaginables.
Ahora se habla de la fortuna de Fittipaldi. De los
bienes que dejó y de los beneficiarios de su testamento si es que existe.
Asimismo, se menciona algo que parece extraído de uno de los viejos cuentos
para niños: un cofre conteniendo mil monedas de oro distribuidas en diez
pequeñas bolsitas con cien unidades cada una, que Fittipaldi guardó vaya a
saberse dónde. Mil monedas de oro para cuya venta o reparto el difunto habría
dejado precisas instrucciones. Pero quién recibió esas instrucciones?...
¿Es que Fittipaldi realmente dejó
bienes de alguna importancia?... Llama la atención que al grabar su mensaje de
despedida no se haya acordado al menos de las monedas de oro…
Seguimos atentos los comentarios
–que seguramente de aquí en más han de cobrar creciente intensidad- a la espera
de datos concretos que nos permitan informar si la fortuna de Fittipaldi
(pequeña o grande) es real, o si todo es puro cuento…”
(“El Tiempo” del 3 de enero de 1979).
Como
corolario, un nuevo artículo “tiempista” del 9 de enero de 1979, marcó
con final abierto el cierre de la historia:
“El ‘tesoro’
de Vicente Fittipaldi.- El miércoles último en la sección ‘Baldosas Flojas’
nos hicimos eco de comentarios que se han echado a correr en nuestra ciudad
respecto a los bienes dejados por el conocido vecino Vicente Fittipaldi,
fallecido el 16 de agosto del año próximo pasado.
Tales comentarios incluyen la afirmación de que
existe un ‘tesoro’ que Fittipaldi acumuló pacientemente, constituido por mil
monedas de oro, fortuna que, a los fines de su oportuna distribución, habría
guardado en diez pequeñas bolsas con cien monedas cada una, colocando todo
dentro de un cofre. También está en el aire la pregunta sobre la suerte corrida
por el testamento de Fittipaldi.
Se sabe, si, concretamente, que en vida llegó a
poseer varias propiedades –todas ellas de relativo valor- pero se ignora si
conservó tales bienes hasta sus últimos días. Quizás familiares del difunto
estén en condiciones de dar referencias que aclaren la situación.
El joven Luis Omar Rojas, que ocupa una modesta
vivienda propiedad de Fittipaldi, contigua a la que habitaba el extinto, nos ha
expresado su seguridad de que el difunto lo incluyó en su testamento, sin duda
en mérito a la amistad y colaboración que en repetidas circunstancias le
brindara.
"HISTORIA DEL COLEGIO DE MARTILLEROS Y CORREDORES PÚBLICOS DEL DEPARTAMENTO JUDICIAL DE AZUL"
a publicarse en 2024...