viernes, 8 de mayo de 2020

Historias y Personajes del Azul y Luján

Historias y Personajes del Azul y Luján



Por Luis Ernesto Sola y Eduardo Agüero Mielhuerry


El hacendado portugués Antonio Farías de Sáa, vecino de la ciudad de Córdoba del Tucumán, encargó a un paisano suyo, residente en Pernambuco (Brasil), una imagen de la Virgen María en la advocación del misterio de la Purísima Concepción para ser expuesta a la veneración en la capilla que estaba construyendo en su estancia del pago de Sumampa (Santiago del Estero). Desde Brasil se le envío la imagen pedida y otra más de la Maternidad de la Virgen, acondicionadas separadamente en dos cajones, que desde el puerto de Pernambuco fueron transportadas a Buenos Aires en el navío del capitán contrabandista del patache San Andrés, André João, más tarde llamado Andrea Juan.
En la misma embarcación también llegó el negro Manuel. Nacido en 1604, en Costa de los Ríos, -hoy Guinea-, África, a finales de 1629 fue apresado en un reclutamiento de negros llevado a cabo por mercaderes portugueses, y conducido a las naves ancladas en el puerto de Cabo Verde (ciudad hoy llamada Dakar), zona occidental de África, para ser vendido como esclavo en el Brasil. Arribó al puerto de Pernambuco después de una travesía de 30 días y al atracar la nave, él junto a otros negros fueron llevados a la plaza pública, y allí puestos a la venta. En la ocasión, el capitán Juan lo compró para su servicio.
La travesía marítima al mando de Juan culminó en el mes de marzo de 1630, en el Puerto de Santa María de los Buenos Ayres.
Arribados a Buenos Aires, Andrea Juan tuvo algunos inconvenientes por ser contrabandista, como era común en esa época. Su amigo Bernabé González Filiano, salió ante las Autoridades como fiador suyo, solventando la deuda. En agradecimiento, Andrea entregó a su esclavo, el negro Manuel, quien desde entonces convivió con otro homónimo de Cabo Verde y un tercero “apellidado” Angola o Luanda, que la historia debió distinguir poco a poco.


El maravilloso prodigio…


Poco después, en mayo, una caravana de carretas salió desde la ciudad de Buenos Aires rumbo al norte, más precisamente a Sumampa, llevando las dos imágenes que hoy conocemos como “de Luján” y “de Sumampa”. Respectivamente, la primera representa a la Inmaculada y la segunda a la Madre de Dios con el niño en los brazos tal como Virgen de la Consolación.
En el camino a Córdoba, cuando la tropa de carretas se encontraba a orillas del Río Luján, cerca de la casa del estanciero Diego Rosendo, los bueyes detuvieron su marcha resistiéndose a continuar. Se cambiaron los bueyes y se bajó la carga, pero sin resultado.
Manuel fue testigo y partícipe de aquel suceso y desde entonces sintió el llamado de ser custodio de la Virgen. Se presume que fue él quien sugirió bajar uno a uno los cajones transportados…
Los bueyes comenzaron a moverse en cuanto se bajó una de las cajas del carro. Entonces, pensando que todo estaba resuelto, la volvieron a subir. Pero el carruaje volvió a quedarse inmóvil. Una vez más bajaron la caja y los bueyes se movieron sin dificultad alguna. Entonces, el negro Manuel, habría exclamado: “Esto indica que la imagen de la Virgen encerrada en este cajón debe quedarse aquí”. Abrieron el cajón y encontraron una bella imagen de la Virgen en su advocación de la Purísima Concepción.
Los arrieros continuaron el viaje con una única caja hasta su destino final, los pagos de Sumampa. Este es, precisamente, el origen del Santuario de Nuestra Señora de la Consolación de Sumampa, en la provincia de Santiago del Estero, compañera de viaje de la Inmaculada Concepción de Luján.
El primer sentimiento que embargó el corazón de los troperos y demás personas presentes fue el asombro; y después de las consabidas demostraciones de devoción y respeto, entendiendo que aquella imagen de la Purísima Concepción deseaba quedarse en ese preciso lugar, resolvieron trasladarla a la casa de la estancia de la familia Rosendo. Se trataba de la población más próxima a la vera del camino real. Allí la depositaron, en el mejor lugar de la vivienda, y le improvisaron un precario altar, donde comenzó a ser venerada la Santa Imagen.
Se la llamó “La Virgen Estanciera” y la “Patroncita Morena”.


La Virgen y su fiel guardián


El negro Manuel, con el consentimiento de su dueño, -que antes de morir le habría dicho: “eres de la Virgen y no tienes otro amo a quien servir”-, se hizo cargo de la ermita y de los vestidos de la Virgen, dirigiendo los rezos de los peregrinos. Además, la tradición cuenta que Manuel recibió el don de curación con el sebo de las velas de la ermita y relataba a los peregrinos los viajes de la Santa Virgen, que daba consuelo a los afligidos.
En 1663, el gobernador Martínez de Salazar -por entonces dependiente del virreinato del Perú-, prohibió el uso del “viejo camino al norte” -actual Ruta 8-, donde a su vera se encontraba la imagen de la “Pura y Limpia Concepción del Luján”. En reemplazo, obliga por ley a trasladarse por el nuevo “Camino Real a los reynos de Chile y Alto Perú”, -actual Ruta 7-, dando por resultado el abandono de las visitas de los viajeros a la Virgen.
Ana de Matos y Enzinas, viuda de Siqueyras, heredera de algunas tierras de su esposo junto al río Luján, se sentía deseosa de construir una capilla para llevar la imagen a su casa. En el 1671 habló con el Padre Juan de Oramas, administrador de los bienes de su hermanastro por vía materna don Diego Rosendo y, tras pagar la importante suma de doscientos pesos por la estatuilla, la colocó en su casa. Pero la Santa Virgen desapareció y la encontraron en su antigua ermita. Doña Ana volvió a llevar la imagen a su casa y por segunda vez regresó a la estancia de don Rosendo.
Doña Ana consultó entonces a las autoridades eclesiásticas y civiles, quienes viajaron al lugar y examinaron lo sucedido, esta vez la Virgen fue trasladada en una devota peregrinación de cinco leguas y en compañía del “negro” Manuel, que debió ser comprado por Doña Ana, mediante una colecta de dinero de los vecinos de Buenos Aires. Desde ese momento la imagen no retornó más a su antigua capilla.
Luego de confirmar la veracidad de lo sucedido, la autoridad eclesiástica, autorizó oficialmente el culto público a la “Pura y Limpia Concepción del Río Luján”. Doña Ana donó el terreno para la realización de la primera capilla en el año 1677, lugar distante unos 50 metros al Este de donde actualmente se encuentra la Basílica de Luján.
Enfermo y designado en 1684 “Cura del Río Luján y Capilla de la Limpia Concepción”, llegó Pedro de Montalvo, implorando a la Virgen por su curación. Fue llevado a la capilla donde Manuel le ungió el pecho con el sebo de la lámpara que ardía en el Altar y le dio de beber una infusión con abrojos de los que solía desprender del vestido de la imagen. Poco después, el Sacerdote sanó milagrosamente y agradecido se quedó como primer capellán.
El Padre se dedicó a la terminación de la capilla con la ayuda de sus relaciones y de las autoridades coloniales. Y finalmente el 8 de diciembre de 1685 inauguraron el nuevo Santuario con el traslado de la imagen de la Virgen. Al año siguiente, el negro Manuel -actualmente en proceso de canonización-, falleció, quedando el Padre Pedro como custodio de la “Virgencita”.



Textos…


El primer relato escrito del prodigio de la “Limpia Concepción del Luján”, fue redactado por el sacerdote mercedario Pedro Nolasco de Santa María en 1737, sin especificar el lugar ni la fecha, pues ocurre “en aquel tiempo que el Reino de Portugal estaba sujeto a la corona de Castilla”. Posteriormente, en 1812, el padre Felipe Maqueda restringe la fecha a “los años de 1630. Es el padre Salvaire, en su historia de 1885, quien transforma la década en año. Y la notable ausencia de testimonios hasta 1637 sobre la ermita inaugural, no acredita ni desmiente aquel año de 1630, cuando arriba Manuel.
A excepción de la vera del río Luján, los dos primeros relatos no indican el sitio del milagro. La tercer historia de 1885, ubica el prodigio en la Cañada de la Cruz, en la estancia de “Rosendo de Oramas” en la triple frontera de Luján, San Andrés de Giles y el partido de Exaltación de la Cruz. Los descubrimientos del historiador Raúl Molina, permitieron determinar en la investigación continuada a partir de 1977 por Monseñor Juan Antonio Presas, que “la estancia del milagro” de Diego Rosendo medio hermano de Juan de Oramas, se ubica cercana a la actual estación Villa Rosa, del partido de Pilar, a más de treinta kilómetros de Luján.


De terracota y amor


La manufactura de la imagen de la Virgen es brasileña, hecha en terracota (tierra cocida) en el valle de Paraiba, San Pablo, donde en el siglo XVII, había una importante producción de esculturas.
Mide aproximadamente 38 centímetros. Su rostro es levemente moreno. Está de pie sobre un nimbo de nubes donde aparecen cuatro cabezas de ángeles. A ambos lados de la figura se ven las puntas de la luna en cuarto creciente. Tiene las manos juntas sobre el pecho.
Estaba totalmente policromada, siendo el manto azul cubierto de estrellas, y la túnica roja. El sacerdote De Los Ríos, en una visita canónica a Luján en 1737, dispuso que cada tres meses se renovara el vestuario de la Virgen.
Posteriormente, Salvaire le agregará el conjunto de rayos a su espalda. En la rayera gótica puede leerse: “Es la Virgen de Luján la primera Fundadora de esta Villa”.
En aquel mismo año de 1737, el Alférez Real Don Juan de Lezica y Torrezuri, enfermo, visita a la Virgen. El agua de manantial y el aceite de las lámparas que iluminaban la imagen sagrada se convierten en medicina para el nacido en Vizcaya, España. Lentamente, en el transcurso de los años anteriores se iba formando la aldea por –al menos- tres factores. Primero, el “Pago del Árbol Solo” donde se asentaba la Estancia de Ana de Mattos, -paso obligado de comercio a Chile y Perú-, fue solamente un sitio de cruce del río sin población estable y tampoco la donación de tierras para la capilla dio origen inmediato al poblado. Segundo, los ataques indígenas impulsaron por entonces a las personas a la aglomeración como estrategia de defensa. Y por último, pueden considerarse las fuertes creencias religiosas que habrían reunido a los cristianos en derredor de la Virgen, varias décadas después de la donación. Así, la primitiva población de Luján carece de fecha fundacional y su origen poco común, se debe a múltiples causas coetáneas.
En 1748, estando quebrantada su salud, Lezica y Torrezuri retornó a Luján y recobró su lozanía nuevamente. En agradecimiento, decide levantar un nuevo santuario que reemplace a la ya vieja y ruinosa “Capilla de Montalvo”. Casi una década después de iniciada la construcción, se inauguró el nuevo tempo el 8 de diciembre de 1763, retribuyendo el amor a la Virgen por su sanación.


La Virgen y Luján en la Historia


También por obra del vizcaíno, el caserío se había transformado por Real Cédula de 1759 promulgada por el Rey de España Fernando VI, en la “Villa de Nuestra Señora de Luján”, constituyendo el único Cabildo de la campaña con antelación a la conformación en 1776 del Virreinato del Río de la Plata.
El último malón que asoló a Luján, en 1780, no revistió mayor gravedad “gracias a la Virgen” a quien se le atribuyó la formación de una densa niebla que impidió la incursión indígena en el centro de la Villa.
Más tarde, durante las primeras invasiones inglesas, Luján se convirtió en el centro de las acciones preliminares de la reconquista de Buenos Aires. Las tropas de criollos y paisanos, que lograron reunir Juan Martín de Pueyrredón, Martín Rodríguez y Antonio de Olavarría, portaban unas cintas celestes y blancas de “la medida de la Virgen”, de 38 cm de largo, que los identificaba. Si bien fueron derrotados en las Chacras del Perdriel, la agrupación inaugural constituye el “Hito 0 de la Argentinidad”, hoy señalado por un monumento frente al Cabildo y la Basílica.
Asimismo, la Virgen de Luján ha sido visitada en el camarín del “Templo de Lezica y Torrezuri”, por José de San Martín, Manuel Belgrano, Domingo French y otros próceres argentinos protagonistas de la gesta patriótica, que en agradecimiento a las peticiones cumplidas le han obsequiado numerosas reliquias y ofrendas.


La obra de los Vicentinos


En 1872, por decisión del segundo obispo de Buenos Aires, Federico Aneiros, los Padres de la Misión de la congregación vicentina, se hicieron cargo del templo y del cuidado de la Virgen.
Siendo párroco el vicentino Emilio George, llegó a Luján el padre Jorge María Salvaire. En una ocasión posterior, al ver amenazada su vida y considerarse salvado por las súplicas a la Virgen, en 1886, presentó al Papa León XIII, la petición del Episcopado y de los fieles del Río de la Plata para la coronación de la Virgen. El Pontífice bendijo la corona y le otorgó Oficio y Misa propios para su festividad. La coronación canónica se realizó el 8 de mayo de 1887. Desde entonces se colocó la Imagen sobre una base de bronce y se le adosaron la rayera gótica con la inscripción: “Es la Virgen de Luján la primera Fundadora de esta Villa” y una aureola de doce estrellas.
En 1904, Juan Nepomuceno Terrero, obispo de La Plata –Diócesis a la que por aquel entonces pertenecía Luján-, ante el evidente deterioro de la imagen a causa de la desintegración de la arcilla, mandó hacerle una cubierta de plata, que dejó a la vista solo el rostro y las manos. Dicha cubierta, de autor anónimo, es de perfil cónico y está compuesta de dos piezas que se unen en el costado de la imagen. La frontal remeda túnica y manto. Ambas están repujadas y cinceladas imitando telas con roleos vegetales y un galón en el borde del manto.
La cubierta de plata sólo se hizo para preservar la figura de María, porque se la siguió vistiendo con trajes de tela. Desde esa época se le superpone el cuarto creciente por delante del manto con que se la viste. Es ya tradición que dicho manto se le cambie una vez al año, en fecha cercana al 8 de mayo, día de la Coronación.


Hombres de Fe


Andrés Luis Jorge María Salvaire nació el 6 de enero de 1847 en la ciudad de Castres, departamento de Tarn en el sur de Francia. Sus padres fueron Félix Salvaire y María Modesta Vázquez. El joven ingresó al seminario de los padres lazaristas de París, y en 1871 se ordenó sacerdote y celebró su primera misa en el altar de San Vicente de Paul el 4 de julio de 1871. En septiembre de ese mismo año, por orden de la superioridad de la congregación, se embarcó hacia la ciudad de Buenos Aires para misionar en estas tierras.
Una vez instalado en la pequeña Villa de Luján, Salvaire colaboró estrechamente con el párroco Eusebio Frérét, en el antiguo templo colonial con las tareas pastorales de la parroquia. Con generosidad y entusiasmo dictó clases en el colegio-seminario recién fundado, celebró misas dominicales, enseñó catecismo, se encargó de los trabajos de refacción del antiguo templo y atendió a enfermos y peregrinos.


Aneiros en el Azul frente a un gran desafío


En noviembre 1873, monseñor Federico León Aneiros, también conocido como «el Padre de los indios», luego de recibir el palio arzobispal, visitó nuestro pueblo para inaugurar una misión, acompañado por algunos sacerdotes, entre ellos el nuevo párroco de Luján Emilio George, que se encargaron de predicar a lo largo de veintidós días. Además, aprovechó la ocasión para visitar la tribu. Al comprobar las buenas disposiciones del cacique Cipriano Catriel y de su gente, resolvió dar comienzo a una misión de carácter estable o permanente, que sirviera de base para futuras incursiones apostólicas hacia las tribus establecidas en el sur y el oeste de la provincia de Buenos Aires.
En la ocasión, Aneiros puso mucha atención en la misión evangelizadora que se debía concretar en estos lares. En dicho derrotero, el párroco lujanense informó que “el Azul, es una pequeña villa, situada a sesenta leguas al sur de Buenos Aires, sobre la frontera indígena, es la residencia del general (Ignacio) Rivas, comandante en jefe de las tropas… pero hasta el presente no se ha hecho nada serio con el fin de convertir a los indios”. Asimismo, focalizado en sus misión, tiempo después realizó la sugerencia de colocar en el Altar del Templo la imagen de San Serapio Mártir, Patrono del Azul -hecho que recién se concretó el 24 de mayo de 1921 tras la donación efectuada por el Dr. Agustín Carús y Mariano Berdiñas-.


A evangelizar en el Azul y el indómito “desierto”


En diciembre de 1873, sus superiores le ordenaron al Padre Salvaire dejar Luján para marchar, junto al Padre alemán Juan Fernando Meister, a organizar la casa misión de Azul, con la finalidad de evangelizar a los indígenas que habitaban estos lares.
Establecido en nuestro pueblo, el Padre Jorge María Salvaire escribió:

“He dejado Luján el 26 diciembre (de 1873)… nuestra residencia actual está en Azul, pequeña ciudad que puede contar con tres mil habitantes, situada a más o menos a cien leguas de Buenos Aires… y cuando estemos bastante al corriente de la lengua de los indios, nos proponemos establecernos en medio de ellos… Después de nuestra llegada al Azul hemos ido a visitar al cacique Catriel”. Y luego exclama: “…al verme solo en el desierto, rodeado de salvajes, la idea de las dificultades que deberé vencer para reducirlos me atormenta a causa del poco fruto que recogeré…”

El Padre Jorge María Salvaire había arribado al Azul el 5 de enero de 1874 con intenciones de catequizar e impartir los sacramentos. El 25 del mismo mes, fiesta de la Conversión de San Pablo, celebró su primera Misa en la pequeña capilla del pueblo. Pero no faltarían los tropiezos, tanto por el accionar de los protestantes y masones que integraban la Logia “Estrella del Sud N°25” que actuaba en el medio, que eran reacios a la acción misionera, como por el de los propios indios.
De hecho, en dos cartas fechadas en Azul el 10 y 14 de febrero de 1874, Meister y Salvaire dejaron constancia de las dificultades que encontraban para lograr su misión.


Villa Fidelidad y la educación…


El general Manuel Escalada (cuñado del general José de San Martín), creía que era posible la adaptación del indio a la vida civilizada y a la disciplina del trabajo, mediante su radicación sedentaria. En consecuencia, en octubre de 1856, resolvió donar a las numerosas familias que obedecían las órdenes de los caciques Catriel y Maicá, pagándolas con su propio dinero, las tierras que dieran nacimiento a “Villa Fidelidad”.
Con la elección de ese nombre se intentaba mostrar la concordia entre indios y blancos. De tal modo, Escalada adquirió a la Corporación Municipal de Azul cien solares de 50 varas de frente y 50 de fondo cada uno, debiendo aplicarse de ese dinero, 40 pesos a gastos de mensura y escritura, y los otros 60 a la construcción del nuevo templo. Asimismo, se reservó una manzana de cuatro solares a dos cuadras del Arroyo para una Plaza (en la prolongación de las actuales calles San Martín e Yrigoyen).
La adjudicación se hizo por escrito, en documentos que revestían el carácter de títulos provisorios de propiedad, y bajo la condición expresa que el inmueble donado no podía ser vendido bajo ningún concepto, título ni causa.
La Corporación Municipal, el 18 de octubre de 1856, en sesión ordinaria, aceptó la propuesta del general Escalada, pudiendo considerarse dicha fecha como el día oficial de la fundación de “Villa Fidelidad”.
En 1857, la joven maestra Margarita Montenegro, de 23 años de edad, fue designada para atender la escuela para niños pampas que precariamente se instaló en el sector, siendo este el primer antecedente de la actual Escuela N° 21. Sin embargo, por diversas razones, el funcionamiento del establecimiento no fue continuo.
Cuando en 1874 se instalaron los Misioneros Lazaristas Salvaire y Meister, éste último envió una carta al Arzobispo solicitándole recursos para establecer dos Escuelas para los indios, una para los varones, que dirigirían los mismos Sacerdotes, y otra para las niñas, que dirigiría “una persona india, soltera, cristiana, muy piadosa, muy formal y bastante instruida en la doctrina, el español, la lectura, la escritura y la costura”.
Ante la respuesta afirmativa desde el arzobispado, el 19 de febrero Meister envía otra misiva informándole las novedades: “Hemos alquilado una casita muy formal, en medio de los indios, cerca del arroyo, y como la maestra india no ha podido hacerse cargo de la Escuela, ‘porque no podía ganar la confianza de sus paisanos’, se nombró a la señorita cristiana Margarita Montenegro, la que a pesar de las dificultades, los sinsabores y detracciones, visitando los rancheríos, logró que su clase se viera concurrida por 23 niñas y unos pocos varoncitos…”.
En su ardua labor, Salvaire trabajó en un Doctrinale Elementare, un catecismo bilingüe, araucano-castellano, redactado por él.
De ninguna manera su tarea fue sencilla, a punto tal que en una carta que le escribe a monseñor Aneiros expresa: La corrupción entre los cristianos de la frontera ha llegado a tal punto, que un día he oído a una mujer india e infiel echar en cara a un hijo suyo, el cual se iba entregando a malas costumbres, estas increíbles pero terribles palabras… Hijo, eres deshonesto como un cristiano…”. Sin embargo, ni él ni Meister desistieron en intentar evangelizar la tribu de Cipriano Catriel, una parte acantonada desde hacía muchos años entre Azul y Olavarría, en torno al Cerro Negro a donde Salvaire asistía quincenalmente, y el otro grupo que vivía en Villa Fidelidad.


Un viaje…


En octubre de 1875, monseñor Federico León Aneiros solicitó al padre Jorge Salvaire –radicado en Azul-, que realizara un viaje apostólico hasta las tolderías del cacique Manuel Namuncurá, en las Salinas Grandes (cercanas a la actual localidad de Macachín, en la provincia de La Pampa). La principal intención era recuperar cautivos, entre ellos a los cuatro cordobeses hermanos Lazos, por quienes había pedido ayuda su madre, Jacinta Rosales.
Antes de emprender su expedición, el padre Salvaire envió una carta al coronel Levalle, por medio de don Belizario Zapata, -“el vecino de Azul en cuya casa se hospedaba Jacinta Rosales”-. La respuesta describe las inmejorables disposiciones de los ‘Indios de las Salinas’; “sin que esto importe una garantía de mi parte”; concluye Levalle, deslindando futuras responsabilidades personales.
            Es así como debiendo internarse en la pampa, la prudencia y la cautela del Sacerdote le aconsejaron la intervención del azuleño capitán Rufino Solano “…hombre experimentado en la vida de frontera, que en varias oportunidades y con el mismo fin había participado para Salinas Grandes, ganándose la confianza de los caciques y capitanejos, cuya lengua conocía a la perfección”. Fue así como el Capitán trató, colaboró y le allanó el camino en la misión.
Al presentarse ante Namuncurá, en noviembre, otros caciques realizaron serias acusaciones al sacerdote Salvaire a quien tildaron de brujo y de ser sembrador de la peste entre el pueblo indígena –que precisamente sufría viruela-. El Padre fue tomado prisionero, y ante la inminente muerte pronunció su famoso triple voto a la Virgen de Nuestra Señora de Luján, que constituyen sus tres monumentos: intelectual (escribir ‘la historia’, que será publicada diez años después), espiritual (propagar su culto, mediante la Coronación Pontificia de la Virgen), y material (iniciar la construcción de la Basílica).
La escena de su salvación se resolvió con la enérgica intervención del cacique Bernardo Namuncurá y su gesto significativo de arrojarle un poncho para ‘cubrirlo’ cuando estaban a punto de asesinarlo.
Tras la liberación, el francés retornó al Azul llevando consigo diez cautivos, incluidos tres de los hermanos Lazos, ya que uno había logrado escapar.
Esta travesía del Padre Salvaire a Salinas Grandes culminó el día 22 noviembre de 1875 al entrar al Azul antes del anochecer.


“La misión en el Azul no existe más”


Juan José Catriel, victimario de su hermano Cipriano, se opuso tiempo después a la continuidad de la misión lazarista. Los misioneros pasaron a disposición del Prelado para la catequización de otras tribus más dispuestas. De todas maneras, la escuelita de varones no marchaba bien. La de niñas contaba con una veintena alumnas. Lo único que sustentaba el ánimo de los misioneros eran los bautismos logrados.
            El “Malón Grande” interrumpió definitivamente la obra misionera y, para finales de febrero de 1876 el padre Fernando Meister escribía categóricamente “la misión en el Azul no existe más”.


La Basílica de Luján


En 1885, cumpliendo con su promesa, el Padre Jorge Salvaire publicó su “Historia de Nuestra Señora de Luján, su origen, su Santuario, su Villa, su milagro y su culto”, con el beneplácito de Monseñor Aneiros. Al año siguiente presentó la historia a su Santidad el Papa León XIII, quien otorga la gracia de la coronación de la virgen: la primera en Sudamérica.
El 14 de noviembre de ese mismo año, el ilustre Arzobispo de Buenos Aires, realizó la confirmación de cientos de niños y adultos en Azul, entre los que se destaca Juan Catriel, hijo de Marcelino. Y en “la cuarta doménica después de Pascua”, fue también Monseñor Aneiros quien coronó el 8 de mayo de 1887 a la “Pura y Limpia Virgen de la Concepción del Río de Luján”. Así, el antiguo padre misionero del Azul, vio consumada su segunda promesa ante una concurrencia de 40.000 personas que dieron marco a una celebración que incluyó la triple descarga de fusiles de los batallones presentes y las bandas de música que envolvieron la Villa de Luján con marchas triunfales.
La tercera promesa se cumplió tras un debate espinoso. Los padres lazaristas Emilio George y Jorge Salvaire tenían ideas disímiles sobre la construcción del Santuario que reemplazara al vetusto templo de Lezica y Torrezuri, inaugurado en 1763. El cura párroco había propuesto la erección de una modesta iglesia parroquial de estilo romano-bizantino en el centro de la ciudad, alejada de las inundaciones (sitio donde hoy se erige la municipalidad de Luján). El historiador de la milagrosa Virgen, proyectó en cambio una monumental basílica nacional de estilo neogótico-ojival a la vera del río Luján, sitio del prodigio de 1630. Entre ellos, y la también repartida opinión de la población lujanense, terció Monseñor Aneiros “volcando la balanza” a favor de Salvaire, bendiciendo la piedra fundamental del nuevo santuario el 15 de mayo de 1887.
Ninguno de los tres sacerdotes, misioneros en las tribus del Azul, alcanzó en vida a contemplar terminada la construcción de la actual Basílica de Nuestra Señora de Luján al cumplirse el tricentenario del milagro.


A la Casa de Dios…


El 3 de septiembre de 1894 el país se vistió de luto con el fallecimiento del Arzobispo Aneiros. De igual manera sucedió cinco años después, al saberse la noticia del deceso de Salvaire.
En carta desde San Juan, donde era Rector del Seminario Diocesano, el Padre Fernando Meister, escribió el 5 febrero de 1899 al Padre Antonio Brignardelli, entonces a cargo del Santuario de Luján: “... ¡Qué golpe fuerte, no digo para la Congregación de Lazaristas de esta Provincia, aunque él sin duda puede llamarse la flor de los Lazaristas del Río de La Plata, sino para esta República entera! ¿Dios mío, qué significa esto no estando aún en la mitad de su obra gigantesca, la Basílica, teniendo sin concluir bajo sus manos, obras históricas de grande importancia, para las cuales difícilmente se podrá encontrar un hombre que tenga la fuerza y el ánimo de terminarlas? Que Uds. y con vosotros todo Luján y Buenos Aires están sumergidos en el dolor se comprende, y siento mucho que el ferrocarril no sale hoy de San Juan, sino habría dejado todo en San Juan para asistir al entierro y acompañaros en vuestro justo dolor”.

El Padre Jorge María Salvaire se durmió en la paz del Señor el 4 de febrero de 1899. Finalmente, el lazarista Emilio George “rindió su alma a Dios” el 19 de octubre de 1915. En la actualidad, ambos descansan, uno junto al otro, a los pies del altar del crucero occidental de la Basílica de Luján.



Imagen de Nuestra Señora de Luján, entronizada en la Basílica.

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