La dinastía Catriel
Por
Eduardo Agüero Mielhuerry
El registro más antiguo documentado que se posee de los Catriel,
puntualmente del cacique Juan “El Viejo” Catriel, data del 17
de enero de 1820, en una comunicación escrita entre militares de la época.
Poco después, tras la firma del “Pacto de Miraflores” en el cual
Francisco Ramos Mejía actuó como intermediario entre los indios y el Gobierno
bonaerense encabezado por el general Martín Rodríguez, Catriel aparece como
aliado del ex capataz de Miraflores, José L. Molina y el cacique Calfiau en el
mayor malón de la época, desatado en 1823.
El
escritor y aventurero inglés Robert B. Cunninghame-Graham, en su
libro “El Río de la Plata” relata:“La
indiada del viejo Catriel, acampaba permanentemente en las afueras de Bahía
Blanca; vivían en paz con sus vecinos manteniendo relaciones a la callada con
los indios bravos, los pampas, los ranqueles, los pehuelches y las demás tribus
que tenían sus toldos en las Salinas Grandes, o salpicados a lo largo de los
collados al pie de los Andes (…). Cuando invadían las grandes estancias del
sur, cabalgaban todos, con excepción de los jefes, sobre cueros de carneros y
muchas veces en pelo, llevaban una lanza de tacuara, de cinco a seis varas de
largo, con una tijera de trasquilar en la punta, adherida al asta con una cola
de buey, u otra guasca que dejaban secar, y que se endurecía como el hierro,
reteniendo contra la hoja un mechón de crin (…); cabalgaban como demonios en
las tinieblas excitando a los caballos con la furia de la carga y saltando los
pequeños arroyos escarceaban en los pedregales como cabras, deslizándose por
entre los pajonales con ruido de cañas pisoteadas y los jinetes se golpeaban la
boca con las manos, al lanzar sus alaridos prolongados y aterradores. Cada
jinete cabalgaba en su crédito; envueltos al cinto llevaban dos o tres
boleadoras, las bolas grandes pendían a la izquierda y la bola pequeña o manija
a la derecha, descansando sobre el cuadril. Todos tenían cuchillos largos o
espadas recortadas para mayor comodidad...;(…). Iban todos embadurnados de
grasa de avestruz, nunca se pintaban; su feroz algarabía y el olor que
despedían, enloquecían de miedo a los caballos de los gauchos. El cacique
andaba unos veinte pasos delante de los demás, en una silla enchapada de plata,
escogiendo, si lo había, un caballo negro para que se destacara bien; retenía
las riendas de plata de tres varas de alto en la mano izquierda, y aguijoneando
furiosamente a su caballo, de vez en cuando volvía la cara hacia los hombres
para lanzar un grito, blandiendo la lanza cogida por la mitad del asta y
galopando a todo correr.”.
Sin poderse precisar en qué fecha exacta, Juan “El Viejo” Catriel y Juan
Manuel de Rosas entraron en contacto, y pronto el primero se convirtió
en un reconocido “indio amigo”. De esta manera, Catriel y Cachul fueron
distinguidos con la confianza y los favores de Rosas, en especial el primero,
que se destacó en reciprocidad con probada lealtad. Sirvió como “embajador
indio”; también fue mensajero de misiones de confianza, fue guerrero aliado y
portavoz de las ideas rosistas, fue espía y finalmente, de alguna manera u
otra, un asimilado a “la civilización”.
“El Viejo” estaba tan convencido de las bondades de Rosas que, en una
reunión de caciques acaecida en el Fuerte Independencia (actual Tandil),
afirmó: “Los españoles pisaron esta
tierra para esclavizarla; tuvieron hijos y tuvieron nietos, éstos pertenecen a
la tierra y deben vivir unidos con los indios para sostener su independencia.
Ha desaparecido ya entre ellos la antigua rivalidad que por tan largo tiempo ha
durado. Una prueba es que las tribus del Chaco y Santa Fe se reunieron con los
del sur de la provincia de Buenos Aires para defender los derechos de la
autoridad a que están sujetos a las órdenes de don Juan Manuel de Rosas. ¡Ojalá
esta unión sea tan firme como una sierra!”.
Hacia septiembre de 1832, Juan Manuel de Rosas procuró concretar el
traslado de todas las tolderías dispersas por la pampa bonaerense hacia “la guardia de Laguna Blanca o bien para
Bahía Blanca…”. Las tolderías que debían ser trasladadas eran las de los
caciques Chocori, Toriano, Venancio, Quiñigual, Catriel, entre otros menores.
Casi inmediatamente, Rosas impartió instrucciones para “el desalojo” (si
había alguna resistencia al traslado voluntario), al comandante de Milicias don
Pedro
Burgos y al mayor don Pedro de la Peña.
Finalmente, el uso de la fuerza no fue necesario y, por ejemplo, las
tribus de Catriel se instalaron en las inmediaciones del arroyo Tapalquén,
donde Juan Manuel de Rosas ordenó un censo sobre los indios.
Durante
la Campaña al Desierto de Juan Manuel de Rosas, Catriel participó de la columna
del Este, al mando del Brigadier General, que partió desde San Miguel del Monte
el 22 de marzo de 1833, con unos 2.000 soldados, en su mayoría tropas de línea,
las que se unieron a las filas formadas por los indios de Cachul y Catriel en
Tandil.
Hacia 1848, tras el fallecimiento de “El Viejo” Catriel, su sucesor fue
su hijo mayor, también llamado Juan, conocido como “El Joven”.
Sus años de cacicazgo fueron conflictivos al igual que los de su padre,
tocándole ver como sucesivamente los pueblos originarios se iban viendo
diezmados en reiterados enfrentamientos con los blancos quienes, sin prisa pero
sin pausa, corrían lentamente las fronteras “un poco más allá”. De todas maneras,
entre los representantes de esos pueblos originarios
pacíficos, que aceptaban las nuevas reglas de la civilización, por contar con
las garantías pactadas que salvaguardaban a su tribu, se hallaba sin discusión
el cacique Juan Catriel.
Juan
tuvo al menos cuatro hijos: Cipriano, Juan José, Marcelino
y Marcelina.
El cacique Juan “El Joven” Catriel, en 1866, poco antes de su
fallecimiento, dejó como heredero de su cacicazgo a su hijo mayor
Cipriano con la aprobación de su tribu. Cabe recordar que entre los
pampas el título de cacique era hereditario, salvo que los componentes de la
tribu no estuvieran dispuestos a seguirlo por falta de aptitudes.
Cipriano Catriel
Los cristianos lo llamaban Cipriano Catriel, pero entre su
gente era conocido como Mari-Ñancu (algunos autores lo
mencionan como Marí-Ñancul), nombre que significa “Diez Aguiluchos”. Nació en 1837, en las tierras del Azul, y
accedió al cacicazgo tras la muerte de su padre Juan en 1868, cuando apenas
tenía 31 años.
Fue un cacique muy particular, leal al
ejército, al igual que lo había sido su padre y su abuelo.
Cipriano era, ante todo, un nativo de estas tierras a quien, para bien o
para mal, muchos se preocuparon en adjetivar su figura, elevándolo por sobre
cualquier otro cacique de la época, o bien
denostándolo hasta convertirlo en un traidor.
Primaba su personalidad arrogante, sin embargo, su generosidad solía
imponerse con mayor frecuencia dejando en evidencia su enorme paternalismo, ese
mismo que de alguna manera le había sido inculcado mediante el ejemplo de sus
progenitores.
Fue un hombre de relativa fortuna,
mayoritariamente puesta de manifiesto en sus prendas. Pero por sobre todo fue
rico de espíritu, como un eslabón importante en una cadena de fuertes
tradiciones ancestrales. Aunque también tuvo algunos vicios mundanos, como las
carreras de caballos, a las que, más probablemente asistía para contemplar la
belleza y potencia de los animales que por el dinero que podía ganar.
Tenía casa de material en el Azul, carruaje
y hasta cuenta en el banco. Sin discusiones,
obedecía ciegamente las decisiones del jefe de frontera, con el cual se
entendía para que en la entrega de raciones que enviaba el gobierno, él se
quedara con la mejor parte.
A cambio de tanta sumisión recibió el título de “Cacique General de las pampas”
y la protección del ejército ante cualquier intento de sublevación de su
tribu.En realidad era utilizado estratégicamente como un brazo ejecutor del gobierno. La investidura de Cacique
general era más importante para Cipriano que para su propia tribu y eso lo
sabían los administradores del Gobierno central, quienes con muy poco esfuerzo
se quitaron de encima la dificultad de enfrentarse con una tribu numerosa. Además, directamente incorporaron las lanzas
de Catriel para combatir contra los propios nativos.
Un Catriel
bautizado
A Cipriano se le conocieron tres esposas(Eufemia,
Rafaela Burgos y Lorenza Toribio) y varios
descendientes, que como él alternaban domicilio entre el Azul y las tolderías
en Nievas.
El 27 de marzo de 1871, en la iglesia Nuestra Señora del Rosario,
ante el Padre Eduardo Martini, bautizaron al hijo único de una de sus
esposas, Lorenza, al que llamaronCipriano.Los padrinos del niño, que
al momento tenía nueve años de edad, fueron el coronel Francisco de Elía, jefe
de la Frontera Sur, y la esposa de su lenguaraz, doña Genoveva Montenegro San Martín de
Avendaño.
Tres curiosidades del acta: Catriel y su esposa eran oriundos de la
pampa y estaban “domiciliados” en ella; Francisco de Elía no firmó el acta y,
finalmente, Santiago Avendaño firmó a ruego por su esposa dado que ella no
sabía hacerlo.
Si bien el cacique
Cipriano Catriel no se bautizó, ni se conoce que haya tenido algún otro vínculo
con la Iglesia, el hecho de bautizar a uno de sus hijos marca a las claras su
intención de afianzarse en la “civilización”.
Apetito, suspicacia y paternalismo
El 9 de octubre de 1870, el coronel Francisco
de Elía, comandante de la frontera del Azul, firmó en representación
del gobierno nacional un Tratado de Paz con Cipriano Catriel. A pesar de que el
Coronel no era bien visto, mantenía una excelente relación con el Cacique,
hasta el punto de ser padrino de uno de sus hijos. Sin embargo, la paz y el
orden durarían poco…
Poseedor de un apetito voraz, Cipriano tuvo entre sus preferencias al
mate y la ginebra. Propenso a engordar con suma facilidad, pese a su permanente
actividad, vestía como un hombre de campo: chambergo, pañuelo al cuello,
bombachas, botas duras de cuero, faja “pampa”, “corralera” y hasta poncho; en
actos protocolares solía vestir el uniforme militar de general que le había
obsequiado el presidente de la Nación, Domingo F. Sarmiento.
Entendía y hablaba bastante
bien el castellano, pero lo obviaba según la conveniencia de la
situación. Generalmente hablaba a través de su lenguaraz (Santiago Avendaño),
empero si lo ameritaba la ocasión, oía con calma a su interlocutor y buscaba
las ventajas necesarias en ese diálogo.
Pese a su gran inclinación hacia algunos modos refinados de la
civilización -disposición que inclusive pretendió inculcar entre los suyos-,
nunca perdió sus creencias en los dichos de su hechicera y en la maleficencia
de los gualichos. Permaneció analfabeto, a tal punto de ni
siquiera aprender a dibujar su firma. Sin embargo, aceptó normas de protocolo y
ceremonial.
Sin contemplaciones, fue exigente al momento de entrenar y organizar
para la lucha a sus guerreros. Él mismo dirigía los entrenamientos y los repetía
sin pausa hasta alcanzar el ideal que tenía previsto.
Buscando el desarrollo de su gente, intentó inculcarle a su pueblo el
interés por la agricultura, haciendo sembrar algunas hectáreas de maíz y
cebada.
Siempre hizo valer su autoridad en favor de su gente procurando el
bienestar general, sin embargo, cuando uno de los suyos cometía algún delito
grave, no dudaba en castigarlo con severidad.
Fue ante todo consejero y defensor, e inflexible con la palabra
empeñada. Su equidad lo llevaba a cumplir y hacer cumplir estrictamente con lo
pactado. Algunas veces, cuando los cruces conflictivos entre su gente y los
cristianos eran inevitables, buscaba la manera de disimular ciertos procederes
con frases oportunas y evasivas. Empero ante evidencias irrefutables no dudaba
en hacer justicia.
La más sangrienta de las batallas
Manuel Grande, Chipitruz y Calfuquir, que integraban
el Ulmen Pampa, invadieron en 1871 los partidos de Azul, Olavarría y Tapalqué.
Al encuentro de los invasores salieron los comandantes Celestino Muñoz y Matías
B. y Miñana. La fuerza de estos jefes se componía en su mayor parte de
vecinos del Azul y soldados del Regimiento N°16 de la Guardia Nacional del que
era segundo jefe el comandante Muñoz; siendo su jefe en propiedad el coronel don
Francisco deElía, quien se encontraba ausente.
El 3 de mayo los invasores presentaron batalla en la Laguna
de Burgos. Allí tuvo lugar el terrible encuentro. En el primer
enfrentamiento, las fuerzas militares fueron doblegadas dado el aplastante
número de indios.
Cipriano Catriel llegó en protección de los cristianos al frente de un
Regimiento de indios de su tribu en el preciso momento que las hordas de Manuel
Grande estaban a punto de decidir el enfrentamiento a su favor.
Los comandantes Muñoz y Miñana, que hacían esfuerzos
denodados por contener la carga irreverente y furiosa de los indios, estuvieron
a punto de quebrarse ante la avasallante tormenta de lanzas embravecidas que
los acosaban.
Catriel tendió su línea de defensa con la intención de
atacar por el flanco a los indios de Manuel Grande. Muñoz, que no perdió su
serenidad se dio cuenta del movimiento de su aliado, y mientras exhortaba a sus
soldados a sostenerse en sus puestos, rápido enderezó a gran carrera hacia
donde el Cacique maniobraba. Ambos, al frente de los indios catrieleros,
cargaron con valeroso empuje destrozando el ala izquierda del enemigo que era
mandada por el cacique Calfuquir.
Los soldados del 16 de Guardias Nacionales y los
vecinos armados que se habían mantenido firmes defendiéndose con bravura, al
ver llegar a su jefe y a Catriel comenzaron a exclamar con profunda exaltación
vivas al Gobierno bonaerense, a sus jefes, y al cacique general Cipriano
Catriel.
El pronóstico cambió por completo.
En el ala derecha se batía con bravura y coraje el
comandante Miñana. Con algunos soldados del 16 y los vecinos del Azul, logró
dispersar a la indiada que huyó en desesperante desorden. Catriel con sus
lanceros completaron la dispersión, persiguiendo a los invasores y lanceando a
los que quedaban a su alcance. La piedad no fue el denominador común.
Envuelto en una espesa polvareda, el cacique Calfuquir
quedó apartado de sus indios en el campo de batalla. Apenas logró orientarse
pretendió huir, empero en ese instante lo reconoció el capitanejo Villanamun,
uno de los indios de la tribu de Catriel.
Villanamun, que se percató del despiste de su
adversario, se apuró a perseguirlo. Apenas pudo le boleó el caballo. Calfuquir
intentó liberar a su animal, pero no pudo. Sin piedad, Villanamun se abalanzó
sobre él blandiendo su temible lanza. Quedaron frente a frente, desafiándose
para batirse a duelo. Uno, dos… decenas de lanzazos y un vencedor. Calfuquir
cayó agonizante y al instante su cabeza se convirtió en un trofeo.
La Batalla de Laguna de Burgos fue una
de las más sangrientas que se haya librado en la frontera Sud de la Provincia,
pero la acción de los comandantes Miñana y Muñoz, y del cacique general
Cipriano Catriel, evitó que el desbocado malón penetrase hasta el corazón mismo
de la Provincia.
Una
particular entrevista
Corría el año 1871 cuando Catriel accedió a ser
entrevistado por el médico francés Henry Armaignac, quien con gran
destreza y claridad describió el entorno y la forma de ser del respetado líder.
El encuentro quedó plasmado en “Viaje por las pampas argentinas”:“Pronto vi acercarse a nosotros un hombre de
alta estatura y de una extrema obesidad. Representaba unos treinta años y
estaba vestido como los gauchos, con poncho, chiripá y botas de cuero; llevaba
la cabeza atada con un pañuelo que sujetaba su espesa cabellera; su cara era
lampiña y su triple papada caía hacia su enorme abdomen. Era Catriel en
persona, pues en su corte no había ni edecanes ni maestros de ceremonias, ni
ujieres, y las audiencias casi siempre tenían lugar junto al fogón de su
cocina, tomando numerosos mates.”.
La célebre Batalla de San Carlos
La Batalla de San Carlos fue un enfrentamiento
ocurrido el 8 de marzo de 1872 en el paraje conocido como Pichí Carhué
(Carhué Chico) cerca del fortín de San Carlos (hoy ciudad de San Carlos de
Bolívar). Las fuerzas del Ejército Argentino comandadas por el general Ignacio
Rivas obtuvieron una victoria decisiva sobre el cacique mapuche Juan
Calfucurá, jefe de la Confederación de las Salinas Grandes, apodado el
Napoleón del Desierto.
En junio de 1870 Calfucurá había arrasado el pueblo de
Tres Arroyos y su hijo Manuel Namuncurá había atacado Bahía Blanca, matando a
más de medio centenar de personas, llevándose un gran número de cautivas y
arreando casi cien mil cabezas de ganado. Luego se firmó un tratado de paz,
pero duró poco…
En marzo de 1872 se produjo el ataque a las tolderías
de los caciques tehuelches Manuel Grande, Gervasio Chipitruz y Calfuquir
por el coronel Francisco de Elía, con quien Calfucurá había firmado el acuerdo.
Éste, aprovechando la debilidad del gobierno argentino empeñado en la “Guerra
del Paraguay”, entró en el pueblo de 25 de Mayo y se llevó a todos los
indígenas que se habían rendido al gobierno, por lo que el presidente Domingo
Faustino Sarmiento ordenó atacarlo. Calfucurá declaró formalmente la guerra a
Sarmiento y saqueó salvajemente los partidos de 25 de Mayo, General Alvear y 9
de Julio, matando a más de trescientas personas.
El 5 de marzo el jefe de la frontera Oeste de Buenos
Aires, coronel Juan Carlos Boerr Hernández, recibió aviso en el pueblo de 9 de
Julio del malón de Calfucurá, por lo que ordenó la inmediata movilización de
sus fuerzas. Ordenó también la movilización del CaciqueColiqueo, que se hallaba
en esos pagos, y la del teniente coronel Nicolás Levalle que estaba en el
fuerte General Paz. Boerr solicitó además apoyo de los jefes de las fronteras
Norte de Buenos Aires y Sur de Santa Fe (coronel Francisco Borges) y Sur, Costa
Sur y Bahía Blanca (general Ignacio Rivas).
Boerr marchó al fortín General Paz con los guardias
nacionales y allí se le incorporaron los indígenas de Coliqueo. Al día
siguiente partió hacia el fortín de San Carlos llegando el 7 de marzo, en donde
se le incorporó Levalle con sus fuerzas. Rivas partió el 6 de marzo desde
Azul con soldados y guerreros del cacique Cipriano Catriel, llegando a San
Carlos en la madrugada del día 8, en donde asumió el mando. Las fuerzas del
coronel Francisco Borges llegaron por la tarde, una vez concluida la batalla.
Calfucurá con 3.500 guerreros a caballo regresaba a
las Salinas Grandes con el botín obtenido de 500 cautivos y 150.000 cabezas de
ganado por el camino conocido como “rastrillada
de los chilenos”, cuando el comandante general de la frontera sur, general
Ignacio Rivas le cortó el paso con fuerzas reclutadas rápidamente en la región.
El gran número de reses arreadas había permitido el avance de las fuerzas de
Rivas y Calfucurá cometió el error de enfrentar en campo abierto y en batalla
general a las fuerzas del Ejército.
Calfucurá dividió sus fuerzas en cuatro columnas
comandadas por Renquecurá, Catricurá, Manuel Namuncurá y Epugner, también
llamado Mariano Rosas.
Mientras que las fuerzas de Rivas estaban formadas por
685 soldados y 940 indígenas aliados. El General dividió sus fuerzas en tres
columnas, contando entre ellas a valientes guerreros como el Cacique General Cipriano
Catriel e Ignacio Coliqueo y sus hombres y militares afamados entre los
que se destacaba el teniente coronel Francisco Leyría al mando de las
Guardias Nacionales.
La efectividad de los fusiles Remington hizo estériles
los ataques de caballería de las alas centro y derecha de Calfucurá. Parte de
la batalla se dio con los dos bandos a pie, destacándose los guerreros de
Cipriano Catriel, de quienes Calfucurá esperaba se le unieran durante la
batalla, pero que Catriel puso en raya haciendo que Rivas colocara su guardia
personal a sus espaldas para matar a quienes desertaran.
Los tiradores llegaron a las órdenes de Domingo
Rebución (cuñado de Rivas), y Catriel formó a aquellos a retaguardia de
sus indios, hizo fusilar a algunos que evidentemente desobedecían y llevó a los
demás personalmente al ataque con un brío extraordinario.
Los pampas, viéndose traicionados por los de Catriel,
los acometieron con ira, y éstos, obligados a defenderse, se entreveraron a
facón y bola, mientras que Catriel al frente de cuatrocientos lanceros,
flanqueaba y cargaba a fondo a su enemigo rechazándolo por completo.
Las fuerzas de Rivas lograron recuperar a unos
doscientos cautivos y 70.000 reses y 15.000 caballos, además de ovejas. Con el
resto Calfucurá huyó hacia las Salinas Grandes siendo perseguido por sólo
algunas leguas.
A falta de
corcel…
Dado que su físico llegó a ser “tan
corpulento que aplastaba un caballo con su peso y despachaba limpiamente a un
hombre de un lanzazo” -tal como se lo describiera en alguna misiva-, Cipriano
Catriel llegó en cierta época a montar con esfuerzo, además de lo difícil que
era lograr un caballo apto para soportar tal peso y rendir las exigencias que
el jinete solía imponer a su corcel.
Buscando
fortalecer la amistad entre Catriel y el Gobierno bonaerense, en marzo de 1873,
el ministro De Gainza le envió como regalo a Catriel una montura con estribos de plata
agregando en una misiva un detalle no menor en el cual le expresaba que contaba
con él en caso de tener que “combatir
contra Calfucurá”. Sin embargo, el
indomable Calfucurá murió en su toldería en Chiloé, el 3 de junio de 1873 y la historia
cambió para sus tribus y “los blancos”…
La montura tuvo poco uso, salvo puntuales excepciones dadas por algún
acto o presentación militar.
Sería Ignacio Rivas quien daría cuenta del problema que tenía el
Cacique:“Catriel cada día va apegándose
más y más a las costumbres civilizadas y habituándose a nuestro modo de ser y
comodidades que ofrecen los centros de población; me ha hablado con frecuencia
de los vehementes deseos que le animan de poseer un carruaje, y yo creo que el
gobierno, con muy poco costo, podría ofrecer uno fuerte y liviano a este
cacique. (…)Sería para él, el mejor
obsequio y el más útil, porque ya empieza a encontrarse pesado para andar a
caballo, además de que es difícil encontrar muchos que le soporten, tal es su
volumen y pesantez. En un remate de esos que con frecuencia tienen lugar en la
Capital sería fácil obtener un carruaje barato en las condiciones mencionadas…”.
Raro sobre todo el comentario del final, lamentablemente afirma la idea de que
muchas veces, con chucherías, tabaco, alcohol o “espejitos de colores”, los
blancos compraban voluntades.
Al poco tiempo, el ministro de Gainza hizo llegar el regalo al Cacique,
quien guardó siempre un profundo agradecimiento y le dio al carruaje un
excelente uso, que cada tanto volvió a alternar con la montura de algún caballo
“especial”.
Azul y la Revolución del ’74
La derrota electoral de Bartolomé Mitre en las
elecciones de 1874 frente a Nicolás Avellaneda hizo estallar una
revolución de su partido, con la excusa de que éste último había triunfado
gracias al fraude.
El principal rebelde en el interior bonaerense,
mitrista a rajatabla, fue el general Ignacio Rivas, al frente de las
tropas de Azul y respaldado por los indios leales del Cacique Cipriano Catriel.
Rivas junto a Juan Andrés Gelly y Obes lograron reunir cerca de cinco mil
hombres recorriendo el sur de
la provincia de Buenos Aires.
El general Bartolomé Mitre, se dirigió con sus fuerzas
primero al Fortín La Barrancosa (Azul por entonces, Benito Juárez actualmente).
Allí estuvo unos días para luego marchar al Fuerte de la Blanca Grande. Cuando se dirigían al norte de la provincia, el día 26
de noviembre, se encontraron con el Regimiento de Infantería N° 6 “Arribeños”,
al mando de su jefe, el teniente coronel José Inocencio Arias, que se había
dirigido al frente de combate sin saber dónde estaba el enemigo, y había
quedado muy adelantado. Sorprendido por la cercanía del ejército rebelde, se
parapetó con sus 900 hombres en la estancia La Verde (cerca de 9 de
Julio), aprovechando las instalaciones rurales y cavando rápidamente varias
fosas defensivas.
Mitre supuso que la diferencia numérica era
suficientemente amplia como para asegurarle la victoria, y ordenó un ataque en
masa de todos sus hombres, la enorme mayoría de los cuales eran de caballería.
Tras cuatro horas de lucha, sin embargo, Mitre perdió más de mil hombres, incluyendo varios
oficiales superiores. Derrotado, se trasladó a Junín, acompañado, entre
otros, por el coronel José María Morales y el general Ignacio Rivas. Pero Arias
se dirigió hacia allí, forzándolo a capitular. Y no tuvieron más alternativa…
La muerte de “El Señor de las pampas”
Cipriano Catriel había realizado pactos con las
autoridades de Buenos Aires y se había establecido con su gente en la zona del
Azul. Siguiendo consejos de los “blancos” combatió contra la Confederación
de Tribus que comandaba el araucano Calfucurá y llevó a su
pueblo a luchar contra sus hermanos aborígenes.
Tal vez ingenuamente, poniéndose del lado de su amigo
Ignacio Rivas, se había enredado en las luchas políticas apoyando a Bartolomé
Mitrey tras ser derrotado éste, el mismo Catriel fue hecho prisionero.
El año 1874 estaba por llegar a su fin cuando el
Cacique, que estaba a punto de emprender el retorno a sus tierras, fue
sorprendido por el arribo del comandante Hilario Lagos (h) al frente de las
tropas nacionales. Lagos le mandó parlamento, intimando a Catriel a la
rendición, pues su adhesión al movimiento mitrista era intolerable para el
gobierno de Nicolás Avellaneda. El capitanejo Moreno, hombre de Juan
José Catriel se encargó de transmitir el mensaje de Lagos. El recado era
sencillo y en él le prometía que no dañarían a su gente, mas le informaban que
su hermano Juan José sería el próximo cacique general. Sin mediar palabra, el
“trompa’’ Martín Sosa, hombre de Cipriano, lo degolló a Moreno sin
vacilar.
Al contemplar esta escena la indiada
se enardeció y de inmediato se agitó. El capitanejo Peralta se echó sobre
Catriel pero un lanzazo del cacique lo dejó tendido, agonizando. Catriel
emprendió la retirada hacia un potrero llamado Quentrer, junto a miembros de su
familia, acompañados por varios vecinos de Olavarría y su lenguaraz Santiago
Avendaño.
No faltó mucho para que el comandante Lagos se
apersonara en las inmediaciones del asentamiento catrielero intimándolos a la deposición de las armas. Así lo hicieron.
El 18 de noviembre, el comandante Hilario Lagos capturó al
cacique Cipriano Catriel, a quien llamaban“el señor de las pampas”.
El comandante les hizo la falsa promesa a los
prisioneros de que nada les iba a pasar...
Llegados al campamento, Catriel, Avendaño y Sosa quedaron presos en cepo de lazo. Así
los dejaron día y noche, al sol y bajo la lluvia, miserablemente alimentados.
El coronel Julio Campos en nota al ministro de Guerra, dejaba constancia que: “mi opinión es que si Catriel ha de ser
juzgado, debe serlo por los mismos indios, pues es práctica que así se haga.
Entregándose los criminales a los
caciques de la tribu, para que ellos procedan según sus usos”.
El 25 de noviembre de 1874, el escritor y militar Julio
A. Costa, fue un testigo privilegiado del momento en el que Cipriano
Catriel, Santiago Avendaño y Martín Sosa fueron entregados a la indiada para
ser juzgados: “…El tercero era un indio
pampa de mediana estatura, figura remachada y vigorosa, tez cobriza, facciones
regulares, cabello negro y largo, bigote escaso y duro y rostro raso. Aspecto
resignado y formidable y tipo inconfundible del jefe de tribu. Estaba en cabeza
con la fisonomía pálida color tierra y desencajada como si viniera de hacer un
grande esfuerzo, y su melena suelta estaba a trozos tendida y enhiesta como las
matas de la llanura cuando acaba de pasar un ventarrón. Vestía el traje militar
con su uniforme azul oscuro del ejército de la Nación… (…). Este era el cacique
de la pampa, Cipriano Catriel”.
Los salvajes rugían alrededor de sus víctimas,
blandían las lanzas, alzaban cuchillos. La punta de una lanza rasgó el pecho de
Catriel.
Enfurecido, Cipriano rompió sus ataduras, se destapó
los ojos que traía vendados con un trapo y le arrancó de las manos la lanza a
su agresor. Los salvajes se arremolinaron alrededor de él. A pesar de la furia
con la que se defendía, su cuerpo se tiñó de sangre. El combate fue cuerpo a
cuerpo, pero la supremacía numérica definió la situación. Un lanzazo por la
espalda dejó al joven Cacique sin aliento.
Catriel cayó al suelo sin soltar la lanza. Avendaño y
Sosa ya habían sido ejecutados, empero él no se resignaba a correr la misma
suerte. Sin pausa siguió luchando. Todo fue en vano. Un lanzazo tras otro
mutiló su cuerpo.
Cipriano Catriel quedó tendido en el suelo agonizando.
A su alrededor todos gritaban exaltados hasta que llegó el flamante Cacique
sucesor. Juan José Catriel bajó de su caballo y avanzó hacia su hermano que se
desangraba inerte. Con desdén fijó su vista en su víctima y sin dudarlo ni un
segundo culminó el trabajo de sus hombres. Con su largo facón, de un solo tajo
rápido y preciso decapitó a Cipriano. Ante su pueblo, Juan José levantó la
cabeza de su medio hermano sujetándola de su espesa melena ensangrentada y
lanzó un fiero grito al cual respondieron con idéntica bravura.
Los cadáveres fueron arrojados temporalmente en una
zanja. Las cabezas de las víctimas corrieron diversas suertes, empero primero
las tres fueron expuestas como símbolo del nuevo poder que pretendía erigirse.
La cabeza de Cipriano
La ejecución de Catriel se llevó a
cabo en el espacio ocupado actualmente por el monumento a San Martín (Parque
Mitre) y el Club Estudiantes, en la vecina localidad de Olavarría.
Después de ser decapitado, el cuerpo quedó a la
deriva. La opinión mayoritaria indica que fue sepultado junto a lo que hoy es
el edificio de la Municipalidad de Olavarría, conocido como el “Palacio San
José”, ubicado en la esquina de las calles San Martín y Rivadavia.
Sin embargo, sobre cuál fue la suerte que corrió el
cráneo del cacique Cipriano Catriel hay dos alternativas…
Francisco Pascasio Moreno, popularmente conocido como el Perito Moreno, confesó
en una misiva a su padre ser el poseedor del cráneo. El 5 de abril de 1875
escribió:“Querido viejo: hoy remito por
diligencia un cajón que harás recoger lo más pronto posible pues el agente de
ella no sabe la clase de mercancías que envío. Creo que no pasará mucho tiempo
sin que consiga los huesos de toda la familia Catriel. Ya tengo el cráneo del
célebre Cipriano y el esqueleto completo de su mujer, y ahora parece que el
hermano menor no vivirá mucho tiempo, pues ha sido el jefe de la actual
sublevación, habiéndose rendido anteayer. La cabeza de Catriel sigue conmigo,
hace un rato que la revisé pero, aunque la he limpiado un poco, sigue siempre
con mal olor. Me acompañará al Tandil porque no quiero separarme de esta joya,
la que me es bastante envidiada”.
Más adelante agregaba: “…hice abundante cosecha de esqueletos y cráneos en los cementerios de
los indígenas sometidos que vivían en las inmediaciones del Azul y de
Olavarría, y en Blanca Grande”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario