Los
Belgrano y el Azul
Manuel Vega
Belgrano, comerciante
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
Manuel Vega Belgrano nació en Buenos
Aires en 1813. Fue hijo del portugués Claudio Vega Torres y Josefa
Belgrano Melián. Ambos contrayentes eran parientes; sin embargo, no se conoce ciertamente la
filiación de Josefa. Algunos indican que era hija de Joaquín Cayetano Lorenzo Belgrano González –hermano
del General- y de Catalina Melián
y Correa, pero no se ha hallado documentación que confirme dicha
afirmación. Otros sostienen que ese matrimonio no tuvo hijos biológicos y sí se
ocuparon de la crianza del hijo sacrílego del canónigo Domingo Belgrano, Joaquín Eulogio Estanislao Belgrano. De
acuerdo a estas posibilidades, de todas maneras, Manuel Vega Belgrano
terminaría siendo a la postre sobrino
nieto y/o yerno del general Manuel Belgrano.
Siendo muy joven, en 1836,
Manuel se radicó en los incipientes pagos del Azul, donde abrió una pulpería
para lo que obtuvo licencia, según consta, el 29 de julio de aquél año.
Y luego un almacén de ramos generales, al que seis años
después logró adquirir, teniendo patente en 1848.
Casi inmediatamente a su actividad
comercial, comenzó a desarrollarse como productor agropecuario tanto en Azul
como en lo que años más tarde sería el Partido de Olavarría, en la zona cercana
entre Nieves e Hinojo.
Las suertes de estancia Nº 59 (“Las
Catalinas”), 67, 213 y 274 alguna vez pertenecieron a
Manuel Vega Belgrano. También él fue uno de los primeros interesados en la
suerte de estancia Nº 70, más conocida posteriormente como “La Chumbeada”,
solicitando a las autoridades pertinentes “para ubicarse”, tal como se
expresaba por entonces la intención de poblar extensiones pertenecientes al
Estado, aunque finalmente se mandó a escriturar en 1879 a favor de Andrés
Fernández por transferencia de los herederos de Tiburcio Martínez.
Con su sencillo accionar y su don de
gente, sumando su íntima amistad con Pedro Pablo Rosas y Belgrano –que en
un futuro se convertiría en su cuñado-, logró cultivar estrechas relaciones
entre los azuleños, quienes lo vieron contribuir con las más variadas
propuestas que se ejecutaban en el pueblo. De hecho, vale como ejemplo de su
vocación de servicio el hecho de que después de Caseros cedió gratuitamente su
casa en Azul para Juzgado de Paz. Y, además, solicitó al gobierno provincial
que los $300 que le correspondían por el alquiler fueran afectados a la
construcción de una escuela.
Debido a su actividad comercial,
Manuel viajaba con frecuencia entre Buenos Aires y Azul. Según sostienen, en
aquella primera ciudad, habría sido el propio Pedro Pablo Rosas y Belgrano
quien le presentó a su hermana paterna Manuela Mónica.
Amor…
Se desconoce cuánto tiempo duró el
noviazgo entre Manuel y Manuela Mónica, pero lo cierto es que cuando ella
contaba con 34 años de edad y él 40, el 30 de mayo de
1853, contrajeron matrimonio.
Tuvieron
seis hijos: Gregoria Flora “Florita”; Manuel León; Manuel Félix; Carlos
Manuel Silvano; Josefa Luisa Nicolasa; y Máxima
Josefa del Corazón de Jesús “Pepita”.
Un nuevo templo para el Azul
El segundo edificio de la Iglesia de
Azul, en evidente estado de ruina, fue de muy precaria construcción y no duró
más de veinte años. Esta situación llevó al Jefe del Ejército de la Frontera
Sud, general Manuel Escalada (cuñado del general José de San Martín), a
plantear la necesidad de una nueva edificación.
El presbítero Eduardo Martini, de
nacionalidad italiana, llegó a Azul en febrero de 1862, coincidiendo su arribo
con la conformación de una nueva Comisión “Pro Templo”, la que traería nuevos
aires a la obra. La misma estaba constituida de la siguiente manera:
“Manuel B. Belgrano (Presidente),
Eduardo Martini (Cura Párroco), Vicente Pereda, Alejandro Brid, Martín
Abeberry, Juan Lartigo, Marcelino Riviére y Aureliano Lavie”.
El arquitecto Aurelio López Bertodano
fue el director de la obra. El cura Martini informa a la Municipalidad que
habiendo hecho traer de Europa candelabros, evangelios, cruces y flores, “adornos indispensables para solemnizar con
decoro las funciones religiosas, y estando en la imposibilidad de sufragar los
gastos que demanda la compra de dichos adornos, espera que la generosidad de la
Corporación Municipal le facilite los fondos necesarios para tan laudable
objetivo”.
Aunque inconcluso, el nuevo templo
fue inaugurado, según consta en el Libro de Actas de la Iglesia, el día 25 de
marzo de 1863.
Aquél miércoles, con la celebración de
la Santa Misa a las 11:30 de la mañana, fue bendecida la nueva parroquia
azuleña.
El padre Eduardo Martini encabezó
la celebración de la que participaron los miembros de la Comisión “Pro Templo”,
de las fuerzas armadas, y numerosos vecinos.
La Comisión había estado encargada de la
ornamentación
interior, habiéndose comisionado Vicente Pereda para que adquiriera
en Buenos Aires el altar de madera, tallado, y un púlpito del mismo estilo. La
Municipalidad había contratado tallistas y doradores para la colocación y
retoque del nuevo altar, donde había sido colocada la imagen de Nuestra
Señora del Rosario, traída desde Italia por el Padre Martini, la misma
que aún hoy preside el Altar Mayor de la actual Catedral.
El presidente de la Corporación Municipal
y, al mismo tiempo, presidente de la Comisión “Pro Templo”, Manuel Vega Belgrano,
dirigió finalmente algunas palabras a los presentes en el atrio de la iglesia,
al tiempo que lo saludaban y felicitaban por el logro alcanzado.
El día de la inauguración parcial
del tercer templo, lucían relucientes las flamantes Pila Bautismal y Fuentes de
Agua Bendita donadas por el propio Manuel Vega Belgrano. Las piezas de mármol veteado beige
oscuro y blanco -que años más tarde
fueron colocadas en la actual Catedral-, tienen la leyenda:
“OBSEQUIO DE MANUEL B. BELGRANO-1863”
Cabe aclarar
que el respetado vecino escribía Vega
Belgrano o Bega Belgrano indistintamente.
El templo, en principio, “debió ser de tres naves, cinco altares, dos
torres, techo de tejas, cielorraso de madera y piso de baldosas, con lumbreras
o claraboyas y poseía un coro”. Nunca alcanzó a terminarse y poco antes de
que se cumpliera una década de su construcción comenzó a mostrar graves
problemas en los techos. De todas maneras se mantendría en pie hasta 1899, año
en que se la demolería para dar lugar a la actual Catedral.
Los Catriel
Tras el fallecimiento de “El Viejo” Catriel, su
sucesor fue su hijo mayor, también llamado Juan, conocido como “El
Joven”.
Sus años de cacicazgo fueron conflictivos al igual que
los de su padre, tocándole ver como sucesivamente los pueblos originarios iban
siendo diezmados en reiterados enfrentamientos con “los blancos” quienes, sin
prisa pero sin pausa, corrían lentamente las fronteras “un poco más allá”. De
todas maneras, entre los representantes de los
pueblos originarios pacíficos, que aceptaban las nuevas reglas de la
civilización para contar con las garantías pactadas que salvaguardaban a sus
tribus, se hallaba el cacique Juan “El Joven” Catriel.
Los
catrieleros mantenían un fluido intercambio de productos con los azuleños y
Manuel Vega Belgrano era uno de los principales representantes de los
comerciantes del pueblo. De hecho, mantenía alguna correspondencia con el
Cacique y, más allá de las formalidades, expresiones como “Mi estimado hermano” o “su
hermano y amigo y S.S.S.” vertidas por la principal figura de la tribu
-que se hallaba radicado en el Arroyo Nievas hacia 1864-, marcan el estrecho
vínculo entre ambos.
El cacique Juan “El Joven” Catriel, en 1866, poco
antes de su fallecimiento, dejó como heredero de su cacicazgo a su hijo mayor
Cipriano con la aprobación de su tribu. El nuevo Cacique mantuvo el vínculo
con Vega Belgrano y se mostró mucho más afín a las “comodidades” de la vida en
el poblado, estrechando lazos con otros tantos azuleños.
Entre Azul y Buenos Aires…
Cuando enviudó, en 1866, dispuso que sus dos hijos,
Manuel y Carlos, se sumaran al Seminario Inglés. Mientras que su hija “Florita”
quedó al cuidado de sus primas Flora y Josefa. Él continuó viajando entre Azul
y Buenos Aires…
Ante la inminente invasión que realizaría el cacique Calfucurá, tres
vecinos en particular del Azul colaboraron con el general Ignacio Rivas.
Inmediatamente el General procuró reforzar sus tropas recibiendo la ayuda de Manuel
Vega Belgrano, Vicente Pereda y el doctor Alejandro
Brid, quienes aportaron importantes sumas de dinero para dotar a las
tropas de caballos y otros insumos.
Finalmente, gracias a la
importante colaboración que recibiera, el general Rivas resultó vencedor de las
tropas de Calfucurá, en la que se conocería como Batalla de San Carlos de Bolívar,
desencadenada en 8 de marzo de 1872.
¡Adiós!
Manuel Vega Belgrano falleció el 28 de febrero de 1875.
Fue sepultado en el Cementerio de la Recoleta. Había nombrado albacea testamentario a Luis Belgrano Ramos y
tutor de sus hijos menores.
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