sábado, 25 de julio de 2020

Entre Azul y Galicia, un mar de historias...

Historias y Personajes del Azul

Entre Azul y Galicia, un mar de historias...


Por Eduardo Agüero Mielhuerry


San Santiago Apóstol, llamado también San Santiago el Mayor fue uno de los doce apóstoles de Jesucristo. Era hijo de Zebedeo y hermano de San Juan Evangelista, autor del cuarto de los Evangelios y otro de los doce apóstoles. Los dos hermanos eran pescadores del mar de Galilea, donde los reclutó Jesucristo; desde entonces, Santiago formó parte del círculo más cercano al maestro.
Después de la crucifixión de Jesús, el apóstol Santiago se dedicó a predicar la nueva fe, contribuyendo a la difusión del cristianismo en occidente. Una tradición española no documentada supone que Santiago viajó a Hispania para predicar por encargo del propio Jesucristo y que se le apareció la Virgen María en Zaragoza (en el lugar en donde luego se levantó la basílica del Pilar). Santiago murió decapitado durante las persecuciones contra los cristianos que ordenó el rey de Judea, Herodes Agripa I (es el único apóstol cuyo martirio aparece recogido en los Hechos de los Apóstoles).
Según otra tradición medieval, su cuerpo llegó hasta Galicia y fue enterrado en el Campus Stellae, cerca de Padrón; allí se erigió un templo en el siglo IX, hacia el cual se encaminaron las peregrinaciones del “Camino de Santiago”; en torno al templo y a las peregrinaciones surgió la ciudad de Santiago de Compostela.
Santiago fue tenido por patrono de la reconquista cristiana de la Península contra el islam (dando nombre a una importante orden militar) y, ya en la época contemporánea, tanto la Virgen del Pilar como el propio Santiago se convirtieron en símbolos nacionales de España.
Su festividad se conmemora el 25 de julio de cada año, pero la misma no es una celebración exclusiva de Galicia, sino que se ha expandido por el mundo, en cada rincón donde ha llegado algún gallego que a pesar de haber dejado atrás su tierra natal, atesora en su corazón un pedacito de sus orígenes.


Argentina, tierra de oportunidades…


La Revolución Industrial en distintos países de Europa implicó cambios profundos en la producción de diversas mercaderías y en el transporte en general. Con el ferrocarril y el barco a vapor se facilitó el movimiento de trabajadores hacia lugares donde la creciente producción agrícola o industrial lo requería. Así se multiplicaron las corrientes migratorias tanto domésticas dentro del continente europeo como de ultramar, mayormente hacia América. Argentina -al igual que Estados Unidos, Canadá, Brasil o Uruguay-, está considerada como un país de inmigración, cuya sociedad ha sido influida en buena medida por el alto impacto que generó el fenómeno inmigratorio masivo, que tuvo lugar a partir de mediados del siglo XIX.
A esta visión positiva de la “ola inmigratoria” que recibiera nuestro país, debemos agregarle aquellas “oleadas” impulsadas por los distintos conflictos bélicos suscitados en el “Viejo Continente”. En estos casos, aquellos que huían de las miserias de las guerras llegaban a nuestras tierras dispuestos a reconstruir sus vidas en donde no sólo se prometía prosperidad económica sino también paz.


Con las puertas abiertas de par en par


Argentina constituyó uno de los principales países receptores de la gran corriente emigratoria europea, que tuvo lugar durante el período que transcurre desde 1875 hasta 1950, aproximadamente. El impacto de esta emigración europea transoceánica, que en América fue muy grande, en la Argentina fue particularmente intenso por la cantidad de inmigrantes recibidos y por la escasa población existente en el territorio, de hecho, en el primer censo de 1869 la población argentina no alcanzaba a 2 millones de habitantes.
Las primeras colonias rurales de inmigrantes tuvieron lugar bajo el gobierno de Justo José de Urquiza. Sus sucesores en la presidencia de la Nación, Bartolomé Mitre, Domingo F. Sarmiento y Nicolás Avellaneda dieron estímulo a iniciativas similares, aunque inicialmente no hubo una implicación directa del gobierno en las mismas.


Hasta en la Constitución…


Tras las luchas intestinas entre unitarios y federales que impidieron el establecimiento de políticas demográficas consensuadas, a partir de 1854 el gobierno nacional decidió dar impulso a la inmigración europea. La decisión no se basaba simplemente en la necesidad de proveer al país de mano de obra que permitiese aumentar la producción de la tierra, para cumplir el papel agroexportador que la división internacional del trabajo vigente le asignaba; respondía también a la decisión de las élites ilustradas de modificar la composición poblacional argentina. Esta política se reflejó incluso en el texto de la Constitución Nacional y el ideario sostenido por Juan Bautista Alberdi.
En 1875, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, el gobierno federal decidió organizar el proceso de población, para lo que creó la Comisión General de Inmigración; al año siguiente se dictó la Ley de Inmigración y Colonización Nº 817. En los años siguientes, la política gubernamental se limitaría a encauzar la inmigración espontánea.
La inmensa mayoría de los recién llegados se abocó a tareas agrícolas; eran en su mayoría agricultores de origen, y estaban atraídos por la promesa de distribución de tierras en los inmensos despoblados. Sin embargo, la mejor parte de los terrenos públicos se había vendido ya para 1885, dando origen a enormes latifundios en la pampa húmeda, por lo que sólo la parte más pudiente de los que se radicaron pudo disponer de terreno propio. Las tierras fronterizas con los dominios de mapuches y ranqueles fueron quedando, a medida que el combate contra estos los obligaba a replegarse, en manos de estancias dedicadas a la ganadería.
No sólo la migración directa redundó en el aumento de la población; gran parte de los inmigrantes formó familias numerosas, un fenómeno natural en el campo, donde los hijos representaban mano de obra disponible ya desde temprana edad. El volumen de la inmigración, constante desde mediados del siglo XIX hasta finalizado el primer cuarto del XX, significó en términos demográficos que la población argentina se duplicara cada veinte años.
Instalados en las ciudades, los inmigrantes se integraron en los sectores secundarios y terciarios de la economía nacional. La construcción del ferrocarril les representó una importante fuente de trabajo, pero muchos de los mismos se abocaron al comercio y a la artesanía. El sector industrial reclutó sus principales impulsores. Argentina desplegó un poderoso esfuerzo gubernamental por lograr la homogeneización cultural de los inmigrantes. Favorecido por las notas comunes —el origen latino de casi el 80% de los llegados en estas oleadas—, el gobierno federal instrumentó una política de educación e inserción forzosa, basada en la obligatoriedad de la enseñanza primaria a partir de 1884 y la inculcación de la épica nacional elaborada por la historiografía.


En nuestros pagos…


            Los inmigrantes que arribaron al Azul desde mediados del siglo XIX, se vieron favorecidos por diversas razones, entre ellas la riqueza de las tierras para las actividades ganaderas y agrícolas, y por el vertiginoso desarrollo de la actividad comercial que el ferrocarril y ellos mismos impulsaron.
           Desde España, Italia y Francia, fundamentalmente, arribaron las principales corrientes migratorias que le dieron a nuestro pueblo un carácter particular, desarrollista y progresista, a punto tal de ser una de las principales ciudades del interior de la provincia de Buenos Aires hacia finales del siglo XIX.
            Las actividades agrícolas y ganaderas fueron las que preponderantemente se desarrollaron en el Azul. Pero a estas se sumó otra tan esencial como el comercio. Obviamente, éste último, ante la multiplicación de la población y el aumento de sus necesidades básicas y secundarias, llevó a nuestra comunidad a una intensa actividad que derivaría al mismo tiempo una incipiente explotación industrial, produciendo diversas manufacturas aunque todas del sector primario, esencialmente alimentos con escaso valor agregado.


Una historia entre Azul y Galicia…


Allá por 1950, una pequeña niña, galleguita, llegó a la Argentina junto a sus padres.
En su tierra natal, cuestiones políticas, le costaron la vida a uno de sus tíos. Y fue justamente su abuela la que quiso resguardar al resto de su familia. Ella les recomendó que buscaran nuevos horizontes en América, en un país del que había oído que era maravillo, que siempre había sabido refugiar a otros inmigrantes. Ese país sugerido era Argentina.
Aquella galleguita dejó atrás sus juguetes, sus amiguitos, sus raíces y así llegó a nuestra tierra. Atrás también quedó parte de su familia…
Esa historia simple, cargada de dolor y angustia, con otros tintes, fue no solo la historia de aquella galleguita. Fue la historia de muchos.
Esa niña, que hoy es una mujer con marido, hijos y nietos, anduvo por La Pampa y Tierra del Fuego. Sin embargo, un día supo de un nombre tan mágico como el de nuestro país. Descubrió la existencia de una ciudad llamada Azul… Aquí decidió construir su vida. Con alegrías y sinsabores. Aquí rió y lloró. Hizo de Azul su hogar. Pero allá, allá lejos quedó su tierra natal, a la que nunca olvidó y por eso, desde hace muchos años, cuando se integró al Centro Gallego de Azul, comenzó a homenajear con cada uno de sus actos a su Galicia natal. Y tras un fructífero camino, esa galleguita, en la actualidad, es la presidenta de la Institución, María de los Ángeles Fernández.

Guiados por la Fe, muchos realizan anualmente el “Camino de Santiago”. Otros simplemente lo hacen por vivir una experiencia diferente, recorriéndolo impulsados por diversas motivaciones… El 2020 nos tiene sumidos en una realidad muy diferente a la que estábamos acostumbrados… Sin embargo, nada nos impide reflexionar sobre esas historias de inmigrantes que recorrieron el mundo buscando donde echar sus propias raíces, sin olvidar sus orígenes. Todos, a su manera, hicieron su propio “camino”. La vida es una permanente peregrinación y sin dudas los inmigrantes los mayores peregrinos…



lunes, 20 de julio de 2020

Amigos son los amigos

Amigos son los amigos


Manuel Castellár y el general Francisco Leyría mantuvieron una estrecha amistad durante toda su vida. Tras la muerte del destacado militar, Castellár, que se desempeñaba por entonces como Intendente Municipal, impulsó la imposición del nombre del General a la calle Dolores. Años más tarde, tras el fallecimiento del célebre Jefe Cominal, la arteria Bahía Blanca fue rebautizada y así ambas calles paralelas desde entonces llevan los nombres de dos grandes amigos…


Por Eduardo Agüero Mielhuerry


Francisco Leyría tuvo una exquisita vida social en la cual habitualmente su hogar (esquina norte de Alvear e Yrigoyen), se constituía en un atractivo centro de destacadas reuniones de la alta sociedad. Tenía una gran predilección por la música y eso lo llevó a establecer un estrecho vínculo con el que fuera conocido como el “decano de los guitarristas”, el artista Juan Alais (1844-1914).
Asimismo, dentro del mundo de intelectuales con el que solía mantener amplias charlas sobre los más variados temas, se destacaba como amigo personal el brillante santafesino Estanislao Severo Zeballos, por quien tenía un especial afecto.
También es importante agregar la estrecha afición que mantenía con el maestro y periodista Paulino Rodríguez Ocón, con quien más allá de la relación laboral que los unió en un principio, con el correr de los años mantuvieron un excelente vínculo.
En el mismo sentido, dentro de las fuerzas armadas y la política cosechó la amistad de dos personalidades sumamente destacadas como el general Ignacio Rivas y el que fuera el más progresista de los Intendentes del Azul de la primera mitad del siglo XX, el señor Manuel Castellár.


El General


Francisco Leyría había nacido el 4 de octubre de 1845 en la ciudad de Córdoba. Sus padres fueron Juan Francisco Leyría y Cayetana Camelo.
En 1861 ingresó como soldado al Batallón N° 3 de Infantería de Línea con asiento en el Fortín (hoy Río Cuarto). El 4 de marzo de 1862 fue promovido a subteniente y destinado por primera vez a Azul.
En 1865, iniciada la Guerra del Paraguay, fue trasladado a la provincia de Corrientes con el grado de Teniente 1°. Participó de la reconquista de la ciudad de Corrientes combatiendo luego en Yatay, Uruguayana, Pasaje de Paso de la Patria, Itapirú, Estero Bellaco, Tuyutí y YataytíCorá.
Intervino en el pasaje del campamento de Tuyutí a Tuyú-Cue en 1867, en Paso Pacú y en el segundo combate de Tuyutí en el mismo año. En 1868 fue promovido a sargento mayor graduado. Pasó luego al frente del Chaco participando en varios combates, entre ellos Humaitá, La Laguna y La Península.
En marzo de 1870, bajo las órdenes del general Ignacio Rivas, marchó a combatir la rebelión de los partidarios de López Jordán en la provincia de Entre Ríos. Intervino en El Tala y participó de la victoria de Santa Rosa. De regreso al frente marchó contra Gualeguaychú amenazada nuevamente por los revolucionarios consiguiendo derrotarlos.
Con esmero, propició los medios para lograr la instalación del Batallón 2 de Ingenieros en Azul.
Comandó una columna en la batalla de San Carlos, compuesta mayormente por “indios amigos”, entre ellos varias lanzas de Catriel, venciendo al temible Calfucurá.
Fue nombrado jefe del Regimiento 9 de Caballería de Línea, asentado en la frontera. Luego, participó en la marcha hasta Salinas Grandes y se dedicó a perseguir a la indiada.
El 25 de enero de 1873 fue nombrado Teniente Coronel efectivo y con ese grado participó de la Revolución del ’74. Fracasado el movimiento y retirado del ejército, se dedicó al comercio, agricultura y ganadería en Azul, actuando como “voluntario” en las milicias con el general Zacarías Supisiche, persiguiendo a los indígenas y recuperando numerosos arreos.
A fines de 1877  se reincorporó al ejército. Así como varios azuleños, participó de la “Conquista del Desierto”, acompañando como ayudante de campo al general Julio Argentino Roca. Luego, volvió a radicarse en Azul.
Iniciada la Revolución del ’80, a pesar de que Leyría había pertenecido a las fuerzas nacionales, adhirió a los rebeldes apoyando a Carlos Tejedor. Puede considerarse el último episodio de las guerras civiles que pusieron en pugna a las provincias argentinas con Buenos Aires. El enfrentamiento se saldó con cruentas luchas que culminaron con la derrota de la Provincia, la ciudad convertida en territorio federal y el inició de la larga hegemonía de Julio Argentino Roca en la política argentina.
Entre muchos otros, el 14 de noviembre de 1880, Francisco Leyría fue uno de los fundadores del pronto afamado “Club Unión”. Se hallaba ubicado en la calle Alsina (actual Yrigoyen), entre Buenos Aires (De Paula) y Burgos, en el actualmente en desuso ex Club Social.
Francisco tuvo una casa de remates de hacienda frente a la Plaza central. Y desde allí fue donde cultivó su profunda amistad con Manuel Castellár.
Junto a Paulino Rodríguez Ocón, realizó diversas tramitaciones en el Ministerio de Instrucción Pública para que se construyera la Escuela Normal Mixta. En idéntico sentido, la misma dupla se interesó por la sanción de la ley para la creación del Colegio Nacional local, aunque su concreción sería muy posterior a los pedidos.
En 1888 nuestro destacado militar fue promovido a Coronel.
Ante el fallecimiento de su esposa, Justina Leal, Francisco cayó preso de una dura depresión.
Volcado nuevamente al Ejército, fue jefe del Regimiento 11 de Caballería de Línea. En la Capital Federal, participó activamente contra la Revolución del ’90. Poco después fue ascendido a General de Brigada.
            En 1895, como parte de una extensa estructura de stands de tiro al blanco creada en el país para enseñar a la ciudadanía el manejo de armas de fuego, se creó en Azul el “Centro de Instrucción Militar y Tiro al Blanco”, núcleo fundacional del actual “Tiro Federal”.        El 28 de febrero de aquel año, la Comisión Directiva de la Institución, nombró a los generales Francisco Leyría y Zacarías Suspisiche como representantes del Centro ante las autoridades militares para gestionar armas e instructores “así como el establecimiento de un polígono de tiro para la instrucción de la guardia nacional”.
Dentro de los primeros partícipes de esta institución, que con el paso del tiempo logrará arraigarse férreamente en la comunidad, se destacaron Manuel Castellár y Paulino Rodríguez Ocón.
Después de un discreto noviazgo, en segundas nupcias, Francisco Leyría contrajo matrimonio en 1908 con la alemana Ana María Recklinger.
En la formación del Centenario de la Revolución de Mayo, Leyría fue nombrado Jefe de Estado Mayor de la División Especial de los Institutos Militares, y desempeñando tal función formó parte del desfile cívico-militar en la Capital Federal. La misma fue su última aparición pública…
A los 65 años, en plena madrugada, Francisco Leyría falleció en Buenos Aires el 11 de septiembre de 1911. Fue sepultado en el Cementerio de la Recoleta y luego trasladado al Cementerio de la Chacarita.


El Señor Intendente


Manuel Castellár nació en Azul el 18 de agosto de 1859. Sus padres fueron don Miguel Castellár y Eufemia Bazante.
Desde joven Manuel se dedicó a las actividades rurales, consolidándose entre los productores ganaderos y entabló una estrecha amistad con dos personalidades destacadas: por un lado, con Francisco Leyría, quien poseía una casa de remates frente a la Plaza Colón (actual Plaza San Martín), en la esquina de las calles Burgos y Alsina (actual Hipólito Yrigoyen); y por otra parte, con el joven maestro y futuro periodista Paulino Rodríguez Ocón, quien a su vez se desempeñaba primeramente como dependiente y luego Gerente de la Casa de Leyría.
Procedente de una cuna mitrista por excelencia, Manuel Castellár comenzó a participar en la vida política de Azul. Formó parte de la “Unión Cívica”, donde compartió filas con Rodríguez Ocón entre otros. Desde entonces, su actuación política lo fue conduciendo y posicionando como referente.
Contrajo matrimonio el 2 de septiembre de 1885 con Bernardina Rodríguez. La pareja tuvo once hijos: Ángel Cándido, Eufemia, Miguel, Rosalía, Manuel, Concepción, María Luisa, Roberto, Emilio, Rodolfo y Angélica.
El 16 de enero de 1888, fue elegido para integrar el Concejo Deliberante, convirtiéndose en vicepresidente del cuerpo. Un año más tarde, Castellár participó de la reunión de socios fundadores del Banco Comercial del Azul.
La “Casa Brid y Castellár” surgió en el año 1894, entrando como puntos principales del programa de dicha razón social las transacciones de hacienda y campos en venta privada, la administración de establecimientos rurales, y comisiones y corretajes en general. En el mismo año, el martillero Castellár comenzó a dar remates de hacienda particulares en los corrales de la Sociedad Rural de Azul
En 1895, el señor Alejandro Brid se retiró de la Casa para atender personalmente su establecimiento ganadero del Azul. Un año más tarde, “Casa Castellár”, fue ensanchando el radio de acción de sus operaciones de acuerdo con la importancia de los negocios en que era llamada a intervenir, y empezó a dedicarse a la venta de haciendas en remate.
La Casa tuvo sedes en Azul, Capital Federal, Coronel Suárez, Laprida, Coronel Pringles, Tandil, General Lamadrid, Olavarría y Rocha. Y editaba la “Revista Ganadera”, donde informaba a toda su amplia clientela y a la región sobre las transacciones realizadas y las que estaban proyectadas en lo venidero.
Integró el “Partido Popular” y el 7 de abril de 1911 asumió como Intendente. Médicos, abogados, comerciantes, periodistas y productores agropecuarios, entre otros, daban cuerpo a un Poder Ejecutivo de ideologías “conservadoras intermedias”, que tenía como destino marcado constituirse en la única salida válida ante tanto descontrol y desequilibrio en la administración y la economía municipal.
Con el respaldo en conjunto del Ministerio de Obras Públicas de la provincia de Buenos Aires, el Intendente proyectó un ambicioso plan de trabajo que pretendía una mejora sustancial del Azul de sus amores.
Fue el ejecutor del Mercado Municipal –ubicado en la esquina este de 25 de Mayo y San Martín-, proyectado por el ingeniero Domingo Selva y planificado durante la administración del intendente Federico Urioste, el cual era “cómodo y estético” y “no monumental”. A cargo de la obra estuvieron los señores Zone y Brumana.
En lo que respecta al Hospital Municipal, la administración de Castellár planteó la construcción de un tercer pabellón que oficiase de conector entre los dos existentes. Asimismo proyectó y concretó obras para alcanzar un espacio más que óptimo para la atención de los pacientes.
Dentro del amplio abanico de obras viales que se ejecutaron en la ciudad y el partido de Azul, que incluyó el arreglo del camino hacia el puente del “Paso del Cura”, es decir, la actual Avenida Juan José Mujica; la construcción de grandes terraplenes y reparaciones en el Camino a Tandil, puentes sobre el arroyo La Corina y otro sobre Las Cortaderas; reparaciones de caminos en Cacharí, Parish, Shaw, Benito Juárez y el camino a Siempre Amigos, entre otros; asimismo se obtuvo por parte del Ministerio la construcción de un puente sobre el Arroyo Azul en la terminal de la Av. Humberto I y el ensanche y reparación del puente sobre la calle San Martín.
Los trabajos mencionados trajeron aparejado el comienzo de otro plan de obras que se desarrolló en varias etapas mediante el impulso de las sucesivas administraciones municipales: “El paseo de la ribera”, el que en la actualidad conocemos como Costanera Cacique Cipriano Catriel.
También le encomendó al ingeniero Jorge E. Bosh, la proyección y el trazado de un futuro parque, teniendo como punto de partida la Plaza General Rivas, adelantándose casi ocho años a la obra real que se materializaría en octubre de 1918 con la inauguración del Parque Municipal.
Alguna vez, don Manuel escribió: “No aspiro al aplauso de mis amigos que mucho me halaga y mucho estimo, sino entrego mis actos a la justicia de los hombres. En cuanto me es personal, tengo la altísima satisfacción de haber aportado al progreso y bienestar de mi pueblo…”.
A los 65 años, el sábado 24 de enero de 1925, Manuel Castellár falleció en su hogar de la Capital Federal. Sus restos fueron trasladados a la bóveda familiar del Cementerio Central de Azul.


Las calles que recuerdan la amistad


A través de la Ordenanza N° 659 del 23 de septiembre de 1911, aprobada por el Concejo Deliberante de Azul, pero impulsada por el intendente Castellár, se dispuso: “Considerando, que los servicios prestados por el benemérito general de la Nación don Francisco Leyría, a la cultura y el progreso azuleños, desde sus luchas con el salvaje hasta nuestros días, han ligado su nombre a la historia del Azul, siendo un deber de las autoridades rendir justo y merecido homenaje a los buenos servidores, el Concejo Deliberante acuerda y resuelve: Art I: Desígnase con el nombre de “General Francisco Leyría” a la actual calle Dolores.”

Poco más de un año después del fallecimiento del reconocido Manuel Castellár, el intendente Juan José Mujica promulgó la Ordenanza N° 812 del 3 de julio de 1926, a través de la cual le impuso el nombre de Intendente Manuel Castellár a la otrora calle Bahía Blanca, en homenaje al laborioso ex mandatario.



 Francisco Leyría y Manuel Castellár, dos amigos con historia...

sábado, 11 de julio de 2020

Ochenta años del monumento a Bartolomé Mitre

Ochenta años del monumento a Bartolomé Mitre



Por Eduardo Agüero Mielhuerry

El monumento a Bartolomé Mitre que se emplazó en el cruce de la Avenida homónima y la 25 de Mayo, fue inaugurado el martes 9 de julio de 1940 (originalmente iba a ser descubierto el 26 de junio, en el 119° aniversario del natalicio del ex Presidente). El acto popular fue organizado por la “Comisión de Fomento de la Avenida Mitre”, que, presidida por el Sr. Luis Laurencena, concretó la adquisición de la estatua que había sido proyectada a mediados de 1921 y por diversas razones se había demorado.
La bendición del monumento estuvo a cargo del obispo monseñor César Antonio Cáneva. Los padrinos del acto fueron Miguel Castellár, Pablo Acosta e Ignacio Gurruchaga y sus respectivas esposas. En la oportunidad, en nombre del Intendente Agustín Carús hizo uso de la palabra el profesor Teófilo Farcy.
La piedra fundamental había sido colocada el 26 de junio de 1921, por la primera Comisión Pro Monumento, cuyo presidente fue el Dr. Ernesto Larrain, desempeñándose como secretarios los doctores Juan Prat, José María Caputti Ferreyra y Carlos A. Leiva, destacándose entre los vocales vecinos como Eduardo Naulé, Antonio Blanco Unzué, Esteban Louge, Lorenzo y Félix Piazza, Luis Robin, Enrique Squirru, Gumersindo Cristobó, Juan P. Torras y César Cáneva.           
Años más tarde, el martes 21 de mayo de 1974, el personal de la Intendencia Municipal procedió al traslado de la estatua a la vereda de la Escuela N°17, que lleva el nombre del prócer.
Así se dio cumplimiento al 5° artículo de la Ordenanza de Tránsito y Estacionamiento, originada en el bloque del FREJULI, que el Concejo Deliberante sancionó (con la oposición de la UCR) y que el Intendente Juan Carlos Peralta Reyes promulgó. El referido artículo establecía que el monumento debía ser “trasladado al veredón de la Escuela 17 con la ceremonia y honores que correspondan”.
            Sin embargo, no hubo ni ceremonia ni honores, pues el personal municipal, con el apoyo de pesada maquinaria, cumplió con la tarea. La estatua fue enganchada a la grúa con sogas cruzadas a la altura del torso y en torno al cuello, de ahí que al quedar pendiendo del brazo de la máquina daba la patética sensación de un ahorcado. El traslado, que fuera seguido por múltiples vecinos, resultó un espectáculo agraviante sin igual a la imagen del ilustre argentino… Pero hubo más. Como el basamento en su nueva ubicación no había fraguado, la estatua del General Bartolomé Mitre fue dejada en el suelo y atada con una soga a un árbol hasta el día siguiente.
El 26 de junio de 1974 se realizó el acto de homenaje del nuevo emplazamiento de la estatua de Bartolomé Mitre en la vereda del establecimiento educacional, coincidiendo el mismo con el 123° aniversario del  natalicio del patricio.           La Escuela Nº 17 lleva el nombre del ex Presidente desde el día 28 de octubre de 1934, en buena parte por iniciativa de la docente Ernestina Darhanpé de Malére.
           

En los pagos azuleños…


Bartolomé Mitre nació en la ciudad de Buenos Aires, el 26 de junio de 1821. Fue hijo de Ambrosio Mitre (el apellido, de raíz griega, era originalmente Mitropoulos) y Josefa Martínez, y tuvo dos hermanos, Emilio y Federico.
Su trayectoria como periodista, militar y político es ampliamente conocida y estudiada. Sin embargo, resulta interesante repasar los momentos en que Mitre estuvo en nuestro pueblo dirimiendo el rumbo que finalmente, como eco de lo acontecido en estos pagos, tomarían la provincia de Buenos Aires y en definitiva la República Argentina.


Azul, el Cuartel General de Operaciones


A mediados del siglo XIX, la sublevación de los pampas llegó hasta lugares que nunca antes lo había hecho. Los daños producidos a las diversas poblaciones atacadas, los arreos de ganado y las cautivas, plantearon un cuadro sumamente complejo. Todo ello determinó que el Ministro de Guerra, Coronel Bartolomé Mitre, se establezca en nuestra ciudad, que por decisión del gobierno bonaerense quedó constituida en Cuartel General de Operaciones, el 1 de mayo de 1855. Así comenzó una importante sucesión de vinculaciones permanentes entre el multifacético Mitre y el pueblo del Azul, que desde entonces se convirtió en su defensor y admirador.
Mitre se estableció en el Hotel “De los Catalanes”, ubicado frente a la Plaza Mayor (hoy San Martín; en la esquina de las calles  IX y XXVI, es decir, San Martín y Colón, más precisamente donde está el edificio “Marchisio”), permaneciendo en nuestra localidad por poco más de un mes y medio.
El hábil Coronel suponía que el conflicto con los pueblos originarios iba a ser una cuestión fácil de resolver, sin embargo, se equivocó rotundamente. En Sierra Chica, los sublevados obtuvieron una importante victoria, obligando a Mitre y sus tropas a retornar en una ordenada y “honrosa” retirada, que se produjo en horas de la noche, dejando parte importante de la caballada y los fogones prendidos en el campamento, para ocultar, con éxito ante los indios, la operación. Casi doscientas cincuenta fueron las bajas en las tropas mitristas y el Comandante, ofuscado, no dudó en destacar la desorganización de los Guardias Nacionales que estaban acantonados en Azul y habían marchado con él. Este duro enfrentamiento se produjo el 30 de mayo de 1855 y pasó a la historia como combate o derrota de Sierra Chica, siendo objeto de pugna entre los antagonistas de la época, quienes la magnificaron o minimizaron según la conveniencia.
A mediados de junio, Mitre dejó atrás Azul, sin embargo, no por mucho tiempo. Unos años después, las relaciones entre el Estado de Buenos aires y la Confederación Argentina -liderada por el Presidente General Justo José de Urquiza-, llegaron a un punto de inflexión.
En enero de 1856, Mitre y sus hombres habían perseguido a partidarios de Urquiza dentro del territorio santafesino en un acto que fue considerado como una invasión y que reactivó los conflictos.
Ambos bandos pusieron más de una vez en el campo de batalla a sus indios aliados, es decir, las lanzas de Catriel, leales a Mitre, y las de Juan Calfucurá, seguidoras del entrerriano. Pero, además, más allá de las lealtades con sus respectivos Generales, ambas tribus  jugaban sus propias cartas de revancha. Cabe resaltar los planes de Calfucurá expresados en una misiva a Urquiza: “…mi objeto ha sido entretener al Comandante del Azul con promesas de paz, y engañar con buenas palabras a los pampas a quienes quiero pronto hacerles la guerra…”.
Cuando la guarnición militar de Azul estaba en permanente movilización operativa, y ante el peligro de un ataque a 25 de Mayo, todas las tropas de frontera se concentraron para su defensa y Catriel quedó interinamente a cargo de la Comandancia de la Guarnición Azul. Mitre depositó toda su confianza en la lealtad de Catriel y éste no le falló.


Azul, Mitre y su Revolución del ’74


Ocupado en su carrera política y militar, Bartolomé Mitre se mantuvo alejado de Azul por un lapso prolongado de tiempo… Empero, la gravitación de nuestro pueblo como límite fronterizo y eje comercial, volvió a captar su atención. La victoria en las elecciones presidenciales del 12 de abril de 1874, de la fórmula oficialista encabezada por Nicolás Avellaneda, generó un nuevo foco de conflicto. Acusando al gobierno de haber falseado los resultados, los partidarios de Mitre se prepararon para la “Revolución”. La misma estalló 23 de septiembre.
La revolución fue encabezada por Mitre en la provincia de Buenos aires y por el General José María Arredondo en las provincias del interior, contra las autoridades elegidas que en octubre les correspondería asumir. El principal rebelde en el interior bonaerense, mitrista a rajatabla, fue el general Ignacio Rivas, al frente de las tropas de Azul y respaldado por los indios leales del Cacique Cipriano Catriel. Rivas junto a Juan Andrés Gelly y Obes lograron reunir cerca de cinco mil hombres, los cuales el 26 de octubre quedaron al mando de Mitre.
            Por su parte, el General José Miguel Arredondo sublevó la frontera sur de la provincia de Córdoba y avanzó hacia Mendoza, ocupando esa ciudad. Luego marchó hacia Buenos Aires, pero fue derrotado por Julio Argentino Roca en la batalla de Santa Rosa.
El general Bartolomé Mitre, se dirigió con sus fuerzas primero al Fortín La Barrancosa (Azul por entonces, Benito Juárez actualmente). Allí estuvo unos días para luego marchar al Fuerte de la Blanca Grande. El 26 de noviembre atacó a las tropas del Teniente Coronel José Inocencio Arias, en la batalla de “La Verde”. La caballería de Mitre fue destrozada por la infantería de Arias.
Una semana más tarde, Mitre se rindió en Junín junto a sus oficiales, siendo arrestados y sometidos a un Consejo de Guerra y dados de baja del Ejército. Al parecer, Mitre, que siempre había proclamado que “la peor de las votaciones legales vale más que la mejor revolución…”, por aquellos días se había olvidado de sus propias palabras…


En el “Año del General”… su primer historiador…


Durante un breve paso por la cárcel, Mitre inició la escritura de su primera obra maestra historiográfica: “Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina”. Se trata de una biografía de Manuel Belgrano (que incluye la primera parte de la autobiografía del prócer), pero ampliada a toda la Guerra de la Independencia Argentina, donde aquél estuvo involucrado. Fue publicado en 1857 y resultó el primer libro sobre la historia de Argentina, y como tal fue el punto de partida de la historiografía de nuestro país, originando la denominada corriente historiográfica “oficial" o “mitrista”. Cuando se editó, el libro generó controversias entre el autor y Dalmacio Vélez Sarsfield y Juan Bautista Alberdi.


El final


            Controversial como pocos, amado y odiado por igual, despertó pasiones singulares a través de su accionar. A los 84 años de edad, Bartolomé Mitre falleció el 19 de enero de 1906. Una multitud acompañó el cortejo fúnebre hasta el Cementerio de la Recoleta, donde descansan sus restos.





(ARCHIVO EL TIEMPO)
            El 9 de julio de 1940, en el cruce de las avenidas 25 de Mayo y Bartolomé Mitre se inauguró el monumento al controvertido prócer argentino.







(ARCHIVO MARCOS DELUCA)
            Vista del monumento a Mitre y la antigua avenida 25 de Mayo.

domingo, 5 de julio de 2020

Los Belgrano y los "9 de julio"

“Los Belgrano y el Azul”
Los Belgrano y los “9 de julio”


Por Eduardo Agüero Mielhuerry


Habiendo ganado reconocimiento entre las fuerzas militares y popularidad entre los vecinos, el general Manuel Belgrano se dirigió al Congreso de Tucumán, en sesión secreta, el 6 de julio de 1816 y detalló lo que sucedía en Europa. Luego de su viaje en misión diplomática junto a Bernardino Rivadavia en 1814, había constatado que, caído Napoleón, todo tendía a la restauración monárquica y la entronización con mayor vigor de Fernando VII, es decir que se daba un marcado fortalecimiento de los absolutismos y el retroceso de las ideas liberales. En consecuencia, sostuvo ante los congresales que la mejor forma de gobierno para la nueva nación que buscaba su independencia sería adoptar un sistema monárquico “temperado”, es decir, constitucional y parlamentario, al estilo inglés. Agregó que con la intención de contener a Perú y la zona dentro del territorio, la capital debía estar en Cuzco, nombrando para el cargo de Rey a un descendiente de la Casa de los Incas, despojada de su trono por los españoles 300 años antes.
La contundencia de las palabras de Belgrano quedaron registradas en las actas: “Aunque la revolución de América en su origen mereció un alto concepto de los poderes de Europa por la marcha majestuosa con que se inició, su declinación en el desorden y anarquía continuada por tan dilatado tiempo ha servido de obstáculo a la protección que sin ella se habría logrado; así es que, en el día debemos contarnos reducidos a nuestras propias fuerzas. Además, ha acaecido una mutación completa de ideas en la Europa, en lo relativo a la forma de gobierno. Así como el espíritu general de las naciones, en años anteriores, era republicanizarlo todo, en el día se trata de monarquizarlo todo. La nación inglesa, con el grandor y majestad a que se ha elevado, más que por sus armas y riquezas, por la excelencia de su constitución monárquico-constitucional, ha estimulado a las demás a seguir su ejemplo. La Francia lo ha adoptado. El rey de Prusia por sí mismo y estando en el pleno goce de su poder despótico, ha hecho una revolución en su reino, sujetándose a bases constitucionales idénticas a las de la nación inglesa; habiendo practicado otro tanto las demás naciones. Conforme a estos principios, en mi concepto, la forma de gobierno más conveniente para estas provincias sería la de una monarquía temperada, llamando la dinastía de los Incas, por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta casa, tan inicuamente despojada del trono; a cuya sola noticia estallará un entusiasmo general de los habitantes del interior.”.
La idea de Belgrano encontró su principal escollo en los diputados de Buenos Aires, quienes consideraban que la erección de la capital en aquellos lares implicaba prácticamente la ruina de la ciudad de Buenos Aires.
La Independencia fue proclamada el martes 9 de julio de 1816 en la casa que fuera propiedad de Francisca Bazán de Laguna. Tras arduos debates -que muchas veces se alejaban del objetivo principal-, los 33 Diputados enviados como representantes, dieron el paso más trascendental de nuestra historia firmando el Acta de Independencia:

“Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en congreso general, invocando al Eterno que preside el universo, en nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos: declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli. Quedan en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas, y cada una de ellas, así lo publican, declaran y ratifican comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta su voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama. Comuníquese a quienes corresponda para su publicación. Y en obsequio del respeto que se debe a las naciones, detállense en un manifiesto los gravísimos fundamentos impulsivos de esta solemne declaración.”

Nuestra Independencia quedó solemnemente proclamada y garantizada. Empero, el 19 de julio, en sesión secreta, el diputado Medrano (por Buenos Aires) hizo aprobar una modificación a la fórmula del juramento, con la intención de bloquear algunas opciones que se barajaban y que habilitaban la posibilidad de pasar a depender de alguna otra potencia distinta a la española. Donde decía «independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli», se añadió: “...y toda otra dominación extranjera”.


Una carta a Rosas…


Tomás Manuel de Anchorena (Buenos Aires, 29 de noviembre de 1783 – 29 de abril de 1847), que sirvió como secretario del general Manuel Belgrano en el Ejército del Norte, en 1815, había sido electo diputado por Buenos Aires para el Congreso de Tucumán, firmando junto a otros 32 diputados, el Acta de la Declaración de la Independencia Argentina, casi tres décadas después de aquellos acontecimientos, le escribió a Juan Manuel de Rosas:
“…Nos quedamos atónitos por lo ridículo y extravagante de la idea (…) le hicimos varias observaciones a Belgrano, aunque con medida, porque vimos brillar el contento de los diputados cuicos del Alto Perú y también en otros representantes de las provincias. Tuvimos por entonces que callar y disimular el sumo desprecio con que mirábamos tal pensamiento”.
Anchorena, que había sido ministro de Relaciones Exteriores durante el primer gobierno de Rosas (1829-1832), agregó en la carta que no rechazaban la idea de una monarquía constitucional, sino que se oponían a “un monarca de la casta de los chocolates, cuya persona, si existía, probablemente tendríamos que sacarla borracha y cubierta de andrajos de alguna chichería para colocarla en el elevado trono de un monarca, que deberíamos tenerle preparado”.
De todas maneras, la idea del general Manuel Belgrano no prosperó…


Otro 9 de julio, en otros lares…


Durante el año 1837, Pedro Pablo Rosas y Belgrano, hijo biológico del general Manuel Belgrano y putativo del entonces gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, se trasladó a Azul y ejerció como Juez de Paz y Comandante del Fuerte San Serapio Mártir, con el grado de Mayor.
En una carta, el 13 de julio de 1837, Pedro Pablo le contaba a Rosas:
“El que firma tiene la mayor satisfacción en anunciar a V.E. que en este lugar, no habrá que intimidar ni a las mujeres ni a los hombres para que usen la divisa federal, sólo por descuido la dejará de tener uno que otro, pues sólo una infeliz extranjera se notó sin divisa en un baile que tuvo lugar el 9 de julio, donde asistieron más de cincuenta mujeres todas con su hermosa divisa y sus vestidos sin ningún color verde ni celeste. De no usar azul en la ropa ha prevenido amistosamente el que firma a los paisanos de más categoría y sin trabajo se cortará este mal, igualmente ha visto al señor Cura quien está dispuesto a observar cuanto se le encargue.”.
            Aunque la tranquilidad de los pobladores azuleños no estaba garantizada, dado que por entonces eran comunes los ataques de malones y la campaña y la frontera seguían siendo inestables por los más diversos motivos, la Independencia de la Argentina se celebraba cada año con fervor.
            La carta de Rosas y Belgrano deja muy en claro cómo vivían los vecinos el enfrentamiento entre Unitarios y Federales. Queda en evidencia lo que podemos marcar como una “paranoia” por parte del gobierno rosista, viendo señales de oposición hasta en lo que eran las vestimenta de las damas… También quedan en evidencia otras complicidades que con el paso de los años lamentablemente siguen siendo moneda corriente.
           

El yerno del General


Siendo muy joven, en 1836, Manuel Vega Belgrano se radicó en los incipientes pagos del Azul, donde abrió una pulpería para lo que obtuvo licencia, según consta, el 29 de julio de aquél año. Y luego un almacén de ramos generales, al que seis años después logró adquirir, teniendo patente en 1848. Casi inmediatamente a su actividad comercial, comenzó a desarrollarse como productor agropecuario tanto en Azul como en lo que años más tarde sería el Partido de Olavarría, en la zona cercana entre Nieves e Hinojo.
Con su sencillo accionar y su don de gente, sumando su íntima amistad con Pedro Pablo Rosas y Belgrano –que en un futuro se convertiría en su cuñado, cuando contrajo matrimonio con Manuela Mónica del Corazón de Jesús Belgrano-, logró cultivar estrechas relaciones entre los azuleños, quienes lo vieron contribuir con las más variadas propuestas que se ejecutaban en el pueblo.
            Tuvo una destacada actuación al frente de la Comisión “Pro Templo”, encargada de la construcción de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario, previa a la actual Catedral. Y, al mismo tiempo, se desempeñó, entre 1863 y 1864, como Presidente de la Corporación Municipal y Juez de Paz.
Cuando asumió el cargo, el pueblo estaba en pleno proceso de desarrollo. Algunas decisiones tomadas parecen irrisorias, sin embargo, significaban una importante transformación; otras marcan cambios importantes o avances trascendentes para los vecinos:
Disposición Nº 51. Alumbrado. La Municipalidad en sesión de la fecha, acuerda y ordena:
Art. 1º El 9 de Julio próximo deberá quedar terminada la colocación de faroles en el radio de tres cuadras de circunferencia de la plaza.
Art 2º Los propietarios que, vencido el término en el artículo anterior no hubieran cumplido con lo que se ordena en la presente, incurrirán en la multa de cien pesos m/c obligándoseles además al pago del farol que será colocado por la Municipalidad por cuenta del propietario. Azul, 17 de junio de 1863.”
            Justamente, la fecha estipulada para el final de la obra tenía como objetivo poder realizar diversos festejos –generalmente bailes y cenas-, y lograr que la gente pudiera circular sin mayores inconvenientes cuando ya hubiera oscurecido.
            Asimismo, la plaza, por entonces apenas conocida como Plaza Mayor o accidentalmente “Plaza de las Carretas”, luego bautizada como Plaza Colón y hoy Plaza General San Martín, no era más que una manzana desprovista de monumentos o árboles o veredas. Era simplemente un solar al que arribaban los viajeros o se reunían los vecinos ante alguna contingencia o un acontecimiento de relevancia como recordar el “Día de la Independencia”.