lunes, 16 de noviembre de 2020

Pilchas gauchas...

                                                         Pilchas gauchas…

  

Por Eduardo Agüero Mielhuerry

Cuando el santafesino Orlando Vera Cruz (Orlando Luis Cayetano Pais Reggiardo), escribió “Pilchas gauchas”, sin dudas no conocía al azuleño Beato Pereyra. Pero algún alma idéntica, indudablemente, lo inspiró a redactar cada verso como si la canción fuera pensada y dedicada para nuestro vecino. El cantautor trazó: “Pilchas gauchas con orgullo me gusta lucir a mí, / porque ando cantando coplas que en esta tierra aprendí. / No puede querer la madre aquel que fue abandona’o, / así es parte de mi pueblo, extranjero en mi lugar. / Saber de la antigua Grecia y la historia universal / seguro que nos ayuda en la vida cultural. / Que cultivemos la música de algún lejano país / seguro que no es peca'o si conozco la de aquí. / Pero si ando ‘musiqueando’ el canto de otro lugar / sin conocer un estilo, una baguala, un valsea’o, / guacho de nuestra cultura, extranjero en mi lugar. / Que Fierro me suene extraño o Lugones sea ignora’o, / eso sí que causa daño, extranjero en su lugar. / Gente culta en capitales, viven de espalda al país, / copiándoles hasta el tranco y en el modo de vestir / a los países lejanos que nos vienen a vivir. / Le hacemos el caldo gordo al mismo que criticamos, / y se pierde en la memoria del dolor de los hermanos / que con sus huesos sembraron este suelo americano. / Y así que pasó y nos pasa, todito lo que pasó. / Nos manosearon enteros, la pucha que lo tiró! / El pueblo quedó con poco después de poner su empeño / y no imaginen ni en sueños que algún día cambiará / si no se nos llena el alma de profunda ‘indialidad’. / Pongamos la pata en tierra y desnudemos la verdad / y enterémonos que hay muchos que aunque hayan nacido acá / son extraños en el pago, extranjero en mi lugar. / Viven mirando la Europa o al piratón imperial, / y si te ven pilchas gauchas dicen que andás disfraza'o. / Ay, ay ay ay vi'a di'r parando, soy un criollo nada más, / no vengo a buscar tu aplauso, sólo quiero tu hermandad.”.

 

En esta tierra aprendí…

 

Beato Pereyra nació en la zona rural de Azul el 23 de diciembre de 1925. Sus padres fueron Primero Pereyra y Carmen Belecco. Tuvo cinco hermanos: Francisco Primero, Carmelo, María, Cecilia y Mita.

Por esas casualidades del destino, unos días antes de su natalicio -el 15 de diciembre- se había colocado el último tramo de rieles del Ferrocarril Provincial que vinculaba las estaciones Carlos Beguerie-Azul. Con profunda satisfacción, concretándose un avance interesante para nuestra ciudad y en especial para el desarrollo de una amplia barriada de rancheríos como era por entonces “Villa Fidelidad”, el intendente Juan José Mujica asistió acompañado de concejales y funcionarios a la inauguración de la Estación del Ferrocarril Provincial, acaecida con el arribo del primer tren el 19 de abril de 1926. Este hecho marcaría un hito para el barrio en el que crecería la familia de Beato Pereyra.

Su infancia humilde transcurrió en el campo, en una chacra cercana a la Ruta N° 51, asistiendo a la vieja Escuela N° 21, emplazada Villa Fidelidad, donde recibió instrucción primaria.

Entre juegos, aprendió a tocar el acordeón a piano de la mano de un tío materno, “Manolo” Belecco. Y pronto supo demostrar su virtuosismo, aunque nunca logró leer partituras plenamente....

A temprana edad perdió a su padre, don Primero, y cuando su madre rehízo su vida con otro hombre -de apellido Alzamendi-, los hermanos sintieron poco a poco que era el momento de dejar el hogar y formar su propia familia.

 

Sembraron este suelo…

 

            Cuando no tenía siquiera 20 años de edad, a pesar de su amor por el campo, decidió ingresar a la Policía. De todas maneras, el ingreso a la Fuerza no le impidió seguir frecuentando bailes o peñas en los que solía hacer gala de su talento con el acordeón.

En uno de los tantos bailes realizados en el sector del flamante Balneario Municipal, en “lo de Rancaño”, conoció a una jovencita que pronto se convertiría en su mujer.

Beato Pereyra contrajo matrimonio con Julia Chela Pedernera (nacida en Azul el 3 de enero de 1932; hija de Juana Pedernera), con quien tuvo diez hijos: Julio Francisco, Carlos Alberto, Juan Carlos, Norma Edith, Agustín, Aníbal, Héctor Alfredo, Elsa, Susana y Hugo Horacio.

            Con sus propias manos, Beato construyó su hogar ayudado por su hermano Francisco Primero. Un angosto pero largo rancho de “chorizos” con techo de paja a dos aguas y varias habitaciones fue la obra. La humilde vivienda fue construida poco más allá de la prolongación de la calle San Martín, cerca de las vías del ferrocarril, al Norte de Villa Fidelidad.

            Y allí crecieron los diez hermanos Pereyra entre el cuidado amoroso de doña Julia y las enseñanzas de Beato, compitiendo a la carrera con el paso del tren, saludando a los viajeros o esperando que llegue desde Buenos Aires el tío Francisco Primero…

Talentoso y sin más herramientas que su oído agudo y sus ágiles manos, en un espectáculo musical Beato compartió fortuitamente escenario en Azul con Feliciano Brunelli (Marsella, Francia, 7 de febrero de 1903 – Buenos Aires, 27 de agosto de 1981), quien fuera un importante músico nacionalizado argentino, pianista, bandoneonista, acordeonista y director de orquesta. En la ocasión Beato brilló con su acordeón acompañando al reconocido intérprete.

            Poco afecto al fútbol, aunque hincha de Independiente, Beato prefería que sus hijos se interesaran por la música en lugar de correr detrás de una pelota. Sin embargo, cuando los profesores Ridao, Restivo o su hermano Carmelo los iban a buscar al rancho para algún entrenamiento, aunque al principio protestaba un poco, no dudaba en dejarlos ir. Así, más de una vez vio a sus hijos jugar en Atlethic y gritó con ganas algún gol convertido. Y nunca dejó de pisar las canchas para asistir a alguna de las tantas domas que solían organizar los clubes Athletic o Alumni.

            Conocedor de infinidad de carencias -esas mismas que en épocas del Peronismo su familia vio suplidas con juguetes, ropa y hasta una máquina de coser-, la bicicleta era su transporte cotidiano. Uniformado o de bombachas y camisa con pañuelito al cuello, iba de aquí para allá sin más preocupaciones tarareando alguna melodía.          Pero cuando dejaba a las ruedas descansar, alguno de sus caballos se convertía en una extensión misma de su cuerpo. Y aunque supo tener varios, particularmente dos fueron sus preferidos.

El barrio, que supo de montes y cañaverales, de senderos y calles desdibujadas, poco a poco comenzó a crecer, pero Beato no dejó sus costumbres…

 

Dicen que andás disfraza’o…

 

Durante muchos años, Beato Pereyra se desempeñó como agente de la Policía. La Comisaría por entonces estaba sobre la calle Belgrano, hacia la esquina de Colón, en los fondos del Palacio Municipal. Allí Pereyra trabajó en armonía, haciéndose respetar como cualquier oficial prácticamente con su sola presencia. Sin embargo, con el ingreso a la Fuerza de nuevos miembros, algunos que descubrieron la afición de Pereyra por las “pilchas gauchas” y las tradiciones criollas, no dudaron en burlarse repetidamente.

Lo que nunca se imaginaron fue la reacción de Pereyra. Enojado, como aquél que no está dispuesto a tolerar nada más, un día entró a la Comisaría vestido completamente de gaucho, hasta con sombrero y pañuelo al cuello, empuñando su facón. Seguido por su hijo mayor que pretendía frenarlo, vociferaba pidiendo que se apersonaran aquellos que se habían burlado de él. Pero quiso el destino que en la dependencia no hubiera más que un agente en la entrada con el que nada tenía que “arreglar”.

Pasado un rato, repentinamente entró en razones y comprendió el exceso de su enojo, quedándose en adelante con el remordimiento de “el desastre que hubiera podido hacer por defender esas pilchas gauchas”. Pocos años más tarde se jubiló…

 

No vengo a buscar tu aplauso…

 

Apasionado por las tradiciones criollas y la música, Beato supo infundirles a sus hijos el mismo amor por los que habían sido los pilares de su vida.De hecho, todos sus hijos varones tarde o temprano se dedicaron a la música; todos se desarrollaron en ese arte que él les había inculcado.

Un día, en el Club Velocidad y Resistencia, tuvo el orgullo de ver a dos de sus hijos, que formaban el grupo “Los Salvajes”, actuar en una velada que convocó a una enorme cantidad de público. Fueron los teloneros de los reconocidos Tormenta y Rabito.

 La inundación de abril de 1980 marcaría un antes y un después en la historia azuleña. Y marcaría a fuego también a los Pereyra. De hecho la familia perdió su hogar, el cual se desintegró básicamente por el avance del agua que carcomió los precarios cimientos del rancho.

Cuando bajaron las aguas, con un crédito bancario, de aquellos “flexibles” que se otorgaron a los afectados por las inundaciones, una vez más con sus manos, pero esta vez con ladrillos, Beato Pereyra volvió a construir su hogar, así como si se tratase de un hornero -nuestro Pájaro Nacional-, que evolucionó y aprendió una nueva técnica de construcción. Y así el hogar volvió a convocar a hijos y nietos, recobrando su típica alegría “musiquera” de cantos y acordeón…

Agobiado por una cruel enfermedad, Beato Pereyra falleció en Azul a los 58 años de edad el 17 de noviembre de 1984.

 

Perpetuar la memoria y las tradiciones

 

Inaugurado el 14 de diciembre de 2014, y construido por los hermanos Julio y Juan Pereyra (“Charo” y “Morrón” como se los conoce popularmente), el “Museo Criollo” rinde un homenaje permanente y exquisito a las tradiciones criollas argentinas, esas mismas que con pasión les inculcó su padre Beato.

El también llamado “Rancho de los Pereyra”, es una vivienda de “chorizo” y de paja “quinchada”. El “chorizo” es una argamasa de barro y paja picada (adobe) con que se levantaron las paredes. Para el techo se usó manojos de paja atados con un junco a un “quincho” que se dispuso en forma de techo a dos aguas para favorecer su desagote.

El rancho, al frente triangular (el mojinete), lleva una viga principal en la cumbrera,  un gran tronco longitudinal denominado “horcón”. Entre la cubierta o techumbre y las paredes costaneras, se apoyan las “tijeras”, a ambos lados, y sobresale un trecho para formar el alero. Sobre las “tijeras” van, horizontal y paralelamente, las cañas o ramas, que sustentan la paja “quinchada” de la techumbre. Preparada así la estructura, se colocaron puertas y ventanas de madera (que en los ranchos de antaño eran simplemente huecos cubiertos con cuero).

El ambiente interior y el exterior inmediato, logrado a través de los más diversos objetos donados por varios vecinos de la comunidad, transporta al visitante a una época maravillosa de gauchos, indios y milicos.





Beato y su esposa, Julia Pedernera


Museo Criollo

1 comentario:

  1. BRAVO!!!
    Un recuerdo muy importante en estas fechas en que nuestras tradiciones parecen diluirse y desaparecer al contacto con las de otras tierras.

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