domingo, 26 de diciembre de 2021

Alfredo Miguelez, pelotari de alma

 

Alfredo Miguelez, pelotari de alma

 

 Alfredo Miguelez Pulido nació en Mar del Plata el 4 de febrero de 1918, aunque en el Acta de Bautismo está consignado el día 7. Sus padres fueron Simón Miguelez Fernández y María Josefa Pulido. Tuvo siete hermanos: Adela, Luis, Manuel, Hipólito Francisco, Fermín, Antonio y Celia “Chela” Noemí.

Su infancia se desarrolló en Dionisia (Comandante Nicanor Otamendi, Partido de General Alvarado) y estuvo marcada por el bullicio de sus numerosos hermanos, encontrando en los más grandes que él las enseñanzas y picardías propias de los niños.

Para cuando Alfredo tenía unos doce años, comenzó a pasar tiempo en el almacén-bar de su padre, no sólo ayudándolo, sino siendo además un atento espectador de los partidos de pelota a paleta que se disputaban en “La Cancha”, lindera al comercio. Alfredo le dedicó mucho tiempo a examinar a los competidores; los entendía y hasta casi podía anticipar sus jugadas. Era un pibe, pero los analizaba callada y atentamente. Todos habían aprendido a jugar jugando, sin entrenamientos ni demasiadas reglas. Él asimiló la técnica de cada uno de los pelotaris amateurs que pasaron por la cancha de su padre y, de alguna manera, creó su estilo propio. Posiblemente su gran destreza en la billarda (juego infantil de moda) fue el cimiento de su virtuosismo. Y un día, se largó a jugar con sus hermanos mayores… Golpe a golpe, tanto a tanto, Alfredo fue creciendo y ganando talento con la paleta. La pelota parecía atada a su voluntad y apostar por él era certeza de victoria.

 

Recorriendo Buenos Aires

 

Tenía unos catorce o quince años cuando decidió “salir al mundo”. Así, dejó atrás definitivamente su Dionisia natal para ganarse la vida, retornando esporádicamente a visitar a su familia y amigos. Recorrió distintos pueblos y ciudades y recayó, con unos veinte años de edad, en La Dulce, Partido de Necochea, donde descolló jugando a la pelota a paleta para el “Club Juventud Unida Progresista”.

En aquella localidad, además de brillar como pelotari, conoció a la que se convertiría en su esposa, Carmen Isolina Ortiz, con quien –ya en Azul- tendría dos hijos: Alfredo Ricardo “Bocha” (29 de marzo de 1943) y Carlos Enrique “Tata” (26 de abril de 1946).       

 

Azul como destino…

 

            El talento de Alfredo y su dominio de la pelota con la paleta eran realmente destacados. El veinteañero pelotari hizo pareja con otro joven, Juan Bethular, constituyéndose ambos en la renombrada dupla de la institución de La Dulce, además de entablar entre ellos una muy estrecha amistad.

            En los sucesivos partidos que Alfredo jugó para el Club de La Dulce, siempre estuvo bajo a la atenta mirada de uno de los hombres más importantes en los ámbitos dirigenciales del centro bonaerense. El azuleño Ricardo Elizagaray, presidente de la Federación de Pelota a Paleta de la Provincia de Buenos Aires, siempre se mantuvo atento al extraordinario juego del “Vasco” y no dudó en proponerle su incorporación a Azul Athletic Club. Además, sabiendo que trabajaba moviéndose de pueblo en pueblo y que estaba recientemente casado, le propuso un empleo en Obras Sanitarias de la Nación. Sin dudarlo demasiado, Alfredo habló con su flamante esposa Carmen y juntos emprendieron el camino hacia un nuevo destino.

            En 1942, el Azul Athletic Club incorporó a sus filas de jugadores a dos pelotaris que marcarían a fuego la historia de la institución. El primero fue Alfredo Díaz y, posteriormente, Alfredo “Paisano” Miguelez.

 

¡Brillante triunfo!

 

            Los partidos disputados durante el III Campeonato Nacional de Pelota a Paleta, tanto en cancha abierta como cerrada, generaron una enorme expectativa entre los espectadores. El diario “La Nación”, en su edición del día miércoles 10 de noviembre de 1943, informaba:

 

“(Paraná – Entre Ríos) Con sostenido entusiasmo el público siguió hoy el desarrollo de los distintos partidos que por el 4to. Campeonato Argentino de Pelota en Cancha Cerrada y 3ro. De Cancha Abierta.

Se jugaron en los Club Social y Estudiantes de la Ciudad. En el Campeonato de Cancha Abierta se registraron escenas emotivas en el partido que disputaron provincia de Bs. As. y Entre Ríos, que finalizó con la victoria de aquel, luego de una emotiva y larga lucha, en la que se sucedieron los empates desde los primeros tantos hasta después de las cifras que determinaron el alargue. (…) De esta forma el mejor cotejo de este concurso estuvo a cargo de Buenos Aires y Entre Ríos, definido de esta forma: BUENOS AIRES (Miguelez - Díaz) 35 – ENTRE RÍOS (Caballero – Cuenca) 32.”.

 

Después de mucho batallar, tras largos y extenuantes partidos, el 12 de noviembre, los azuleños Alfredo Miguelez y Alfredo Díaz, representando a la provincia de Buenos Aires. Disputaron la semifinal contra dos excelentes pelotaris, José Cuenca y Alberto Caballero. El cruce entre pelotaris fue muy entretenido y sobre todo reñido, manteniendo siempre la delantera la dupla Miguelez-Díaz.

            La final fue disputada contra Juan Francisco Fittipaldi y Belisario Nocetto (o Nosetto), fue una verdadera demostración del poderío de la dupla azuleña. Como destacaran las crónicas periodísticas de la época, el juego culminó con 30 puntos a favor de Miguelez - Díaz, contra 18 de los representantes de la Capital Federal.

Los jugadores de la “Estrellita”, representando a la Provincia de Buenos Aires, se consagraron campeones. Los dos primeros campeonatos, en los años anteriores, los había obtenido la Capital Federal. Luego del triunfo de los representantes de la Provincia de Buenos Aires en el ’43, la próxima victoria bonaerense recién se alcanzaría en 1959.

            En una actuación para el recuerdo de los amantes del juego vasco, los bonaerenses se alzaron con el título máximo. En esa oportunidad, periodistas especializados del diario “La Nación” y la revista “El Gráfico”, resaltaron la calidad del binomio, y especialmente del “Paisano” Miguelez, quien fue objeto de marcados elogios.

 

Dejando la práctica formal

 

Después de construir un extenso rosario de victorias representando a Azul Athletic Club, a mediados de 1954, Alfredo tomó la decisión de dejar la práctica formal. El martes 7 de diciembre se realizó un considerable agasajo al “Paisano”, recibiendo múltiples elogios y reconocimientos.

            Desde entonces, sin dejar nunca la práctica de la pelota a paleta, el “Paisano” se dedicó a la bella tarea de abuelo. Alegre y juguetón, solía llegar al hogar de sus nietos con los bolsillos del saco y el pantalón repletos de caramelos. Y era el juego dilecto de los niños “colgarse” de él y escudriñar sus bolsillos para deleitarse con los caramelos que encontraban como enorme tesoro escondido. Llegó a conocer a cuatro de sus nietos (hijos de su primogénito Alfredo Ricardo y María Cristina Tomac): Alfredo Esteban, Mauricio, Leandro y Sebastián. Después la familia siguió creciendo, pero el destino de Alfredo estaba escrito…

           

La hora de la triste despedida

 

            Después de una Nochebuena en familia, en la mañana del día de Navidad de 1975, Alfredo decidió ir a visitar y saludar a un amigo y compañero de trabajo que vivía en la calle Rauch entre Av. Humberto –actual Av. Perón- y Gral. Roca. Al llegar a su destino, se descompensó y se desplomó en la calle. Algunos vecinos se apresuraron a asistirlo, pero no hubo nada que hacer. Tenía 57 años de edad.

            La noticia al día siguiente en “El Tiempo”, llevaba un título contundente “Murió una gloria del deporte azuleño: Alfredo Miguelez”.

 

 

EL DATO:

En marzo de 2022, el autor de la nota presentará la biografía titulada “Alfredo ‘Paisano’ Miguelez, pelotari”.

 

Alfredo “Paisano” Miguelez fue un destacado jugador de pelota a paleta que obtuvo múltiples títulos y reconocimientos, jugando por más de una década para Azul Athletic Club.

domingo, 31 de octubre de 2021

El honorable Doctor

 

El honorable Doctor

 

 

Por Eduardo Agüero Mielhuerry

 

Horacio Néstor Ferro nació en General Alvear, provincia de Buenos Aires, el 8 de octubre de 1914. Sus padres fueron Arturo Horacio Ferro y Concepción Corvalán, quienes además tuvieron siete hijos varones y dos mujeres.

Contrajo enlace con María Paz Mujica y de esa unión nacieron sus hijos Nora y Horacio. Se radicó como médico en Chillar el 31 de octubre de 1940.

Inmediatamente, su carácter afable y gentil lo encontró entablando sólidos lazos con la comunidad chillarense, integrando en ella varias comisiones que bregaban por el desarrollo de la localidad.

 

 

El laborioso Delegado

 

 

Siendo Comisionado de Azul su hermano Alfredo, Horacio fue designado como Delegado Municipal de Chillar. Desde dicho cargo, se mostró -como era habitual en él-, activo y atento a los requerimientos de los vecinos.

Fue el impulsor de la remodelación y modernización de la Plaza San Martín, a la cual dotó de forestación, iluminación y veredas de baldosas. Asimismo creó la Plazoleta que en la actualidad lleva su nombre y se esmeró para entoscar y mejorar  las calles de tierra y colocar los “pasos de piedra” para facilitar el tránsito de los peatones los días de lluvia.

Verdaderamente, a pesar de los escasos recursos económicos con los que contaba la Delegación, Ferro supo imprimirle su impronta laboriosa a su breve gestión, la cual por breve no fue menos fructífera en beneficio de los chillarenses.

 

 

Luchando por un Hospital para Chillar

 

 

Frente a la necesidad de tener una buena atención de la salud en Chillar, a finales de la década del ’30 comenzó a trabajarse en la idea de concretar una sala de Primeros Auxilios, y posteriormente de un Hospital.

En 1943, se conformó una Comisión de Fomento cuya prioridad sería reacondicionar la precaria sala de primeros auxilios. En la Sociedad Italiana se realizó una asamblea popular que conformó una Comisión cuya Presidencia recayó en Noel Layús, secundado por Antonio Flecha, Guillermo Dewitt, Rafael y Pelayo Rodríguez, Ramón Mozo, Gabriel Actis Caporale, Bernardo Barrere y el doctor Horacio Ferro, todos prestigiosos vecinos de la localidad.

Inmediatamente se dedicaron a la recaudación de fondos realizando kermeses y espectáculos de destreza criolla. Con mucho esfuerzo, pronto se recaudaron 80.000 Pesos M/N. e inmediatamente el Dr. Juan Prat realizó diversas gestiones en la Cámara de Diputados, logrando un subsidio por la misma suma.

Los trabajos comenzaron en mayo de 1944 y se prolongaron por más de tres años. La empresa adjudicataria fue “Toscano, Lattanzi y Barbetti”, que contrató como sobrestante al constructor chillarense Guido Bulian.

Con la obra próxima a su finalización -al menos en su primera etapa que incluía el núcleo central y una de sus alas-, se formalizaron los trámites que conllevaron a la resolución del Senado de la Provincia de Buenos Aires, de fecha del 18 de diciembre de 1947, que posibilitó la convocatoria y capacitación del personal que atendería en el nosocomio.

El edificio se inauguró el 28 de febrero de 1948 con un acto multitudinario presidido por el entonces gobernador de la Provincia, coronel Domingo Mercante. El acto además contó con la presencia de autoridades municipales, como el Comisionado Municipal Nicolás J. Russo, el Ministro de Salud Pública de la provincia, Alberto Bocalandro, y el presbítero José Carballo quien tuvo a su cargo la bendición de las flamantes instalaciones.

El equipo de trabajo del nosocomio quedó conformado por su primer Director que resultó el Dr. Eulogio Hidalgo; médicos: Horacio Ferro y Eulogio Hidalgo; cirujano: Oscar R. Bidegain; obstetra: Lucinda García; administrador: Juan Peralta y luego Américo Actis Caporale; cabo enfermero: Mauro Leguizamón; enfermeros: Alcira Paz, Héctor Ficca, Martina Puerta y Olga Pena; mucamas: Alicia Chiodi y Chola Campos; cocinero: Demetrio Guevara; ordenanza: Emir Azul; lavandera: Valentina Andolfati; quinteros: Enrique Diez y José Derbes; ambulancia a tracción a sangre: Enrique Diez.

El gran ausente de la ocasión fue el propio doctor Horacio Ferro, uno de los más fervientes impulsores de la concreción del Hospital. Fiel a sus convicciones partidarias cristalizadas en la Unión Cívica Radical, prefirió no asistir a la inauguración dada la ofensiva actitud de las autoridades. En aquella época en la que el Peronismo tomaba las riendas de los diversos estamentos del Estado (el general Juan D. Perón y el coronel Domingo Mercante habían sido electos como Presidente de la Nación y Gobernador de Buenos Aires, respectivamente, y las inminentes elecciones municipales que se concretarían el 14 de marzo de 1948 y darían ganador a Ernesto M. Malére), la política comenzaba a signarse por los desencuentros y la persecución de los opositores. Las autoridades del Ministerio de Salud, en un intento de “adoctrinamiento”, habían dispuesto el traslado del doctor Horacio Ferro a Carmen de Patagones. Sin embargo, dignamente el profesional renunció a su puesto y optó por continuar prestando servicios en el flamante Hospital de la localidad de manera “ad honorem”.

 

 

Elegido por el Pueblo

 

 

En pleno comienzo de una nueva etapa que marcaría a fuego la historia de nuestro país, los municipios iniciaron sus campañas políticas para las elecciones que se realizarían el 14 de marzo de 1948.

La atención de la comunidad se polarizó entre los candidatos del Peronismo y la Unión Cívica Radical. Respectivamente, por un lado, el joven abogado Ernesto María Malére, y por el otro, el destacado y reconocido abogado Alfredo Prat, de dilatada trayectoria política y laboral. Acompañando a éste último, Horacio Ferro integró la lista como candidato a concejal.

Los discursos políticos fueron sumamente profundos, pero la suerte estaba echada y el “huracán” peronista arrasó también en Azul. El Dr. Malére triunfó alcanzando 5.019 votos sobre los 3.891 que conquistó Alfredo Prat. Por su parte, sus demás competidores, el demócrata Dr. José María Caputti Ferreira obtuvo 800 sufragios, Carlos Aguirre (socialista) apenas 106 y Walter Aguirre, comunista, solamente 57 votos.

A pesar de la derrota del Dr. Prat, Ferro obtuvo su banca como concejal por la U.C.R. por el período 1948-1952. Desde la misma puso en práctica sus convicciones democráticas, actuando con marcado acierto y un amplio espíritu emprendedor buscando el desarrollo para el Partido de Azul.

Entretanto, continuó ligado al Club Atlético Estudiantes de Chillar que había sido fundado el 27 de mayo de 1946. Por entonces, en un galpón, un numeroso grupo de jóvenes chillarenses, se reunieron para constituir una nueva institución que pudiera competir con las ya existentes: Atlético, Independiente y Huracán. Ese grupo de entusiastas había convocado a Ferro para oficiar como primer presidente del Club.

En marzo de 1954, por iniciativa del presbítero José Giunta, del doctor Horacio Ferro, la señora María  Cyra Gómez de Zubillaga y otros docentes se dio inicio en la Parroquia al Curso lectivo correspondiente al Primer Año Nacional.

 

 

Años intensos…

 

 

En junio de 1955, en plena crisis política se produjeron las detenciones en la Subcomisaría chillarense del Párroco local José Giunta y de los dirigentes políticos Horacio Ferro, José Zabalza, Pedro Añez, José Vivarelli y Bernardo Barrere. Dichas detenciones, absolutamente infundadas, solo pretendían justificarse en las persecuciones partidarias de un gobierno temeroso ante conspiraciones ficticias.

En 1956 volvió a ser nombrado al frente de la Delegación Municipal, como reemplazo del reconocido vecino de raíces italianas Cherinto Moschini. 

En las elecciones del 23 de febrero de 1958 fue electo Diputado de la Legislatura Provincial en representación de la Séptima Sección Electoral. Ocupó diversas Comisiones dentro del cuerpo y casi de inmediato se destacó entre sus colegas gracias a su brillante versación en los más diversos temas provinciales, que iban desde la economía -especialmente referidos a la tierra-, hasta la Salud Pública (mal de los rastrojos, asistencia pública etc.).

La U.C.R valorando las circunstancias apuntadas lo invistió con el cargo de Delegado por el radicalismo azuleño en la Convención Provincial del partido.

Al término de su mandato legislativo aceptó formar parte de la lista para integrar el Concejo Deliberante de Azul.

En 1960, durante el Congreso Municipal de la U.C.R. del Pueblo, reunido en Mar del Plata, cuya mesa directiva integró, el Comité del partido le ofreció la candidatura a Intendente Municipal, pero el destino le jugaría una mala pasada. La muerte lo encontraría ejerciendo la Presidencia del Bloque de Concejales de la U.C.R. del Pueblo y la vicepresidencia segunda del Comité de Azul.

Su última aparición pública se produjo el 15 de octubre de 1961, durante el acto de inauguración del Monumento a la Madre erigido en la Plaza San Martín de Chillar. Ante una nutrida cantidad de vecinos habló sobre el significado de “Ser Madre”, estando a su lado su esposa María Paz. Ese día se retiró de la plaza antes de que el acto concluyera, pues su salud se hallaba absolutamente quebrantada.

Horacio Néstor Ferro falleció el 18 de octubre de 1961.

El doctor Juan Prat diría: “Con Ferro hemos coincidido siempre en los deberes que la hora nos imponía para servir a la República y debo expresar que lamentamos profundamente no poder culminar la obra en la que estamos empeñados, con su valioso estímulo, con su preciosa colaboración”.

 

 

El homenaje chillarense

 

 

El 6 de octubre de 1964, por Ordenanza N° 46/64, se designó con el nombre “Doctor Horacio Ferro” a la plazoleta ubicada en las calles Cortázar y Belgrano de Chillar.

Dos años más tarde, el sábado 30 de octubre, se inauguró un busto en el Hospital Municipal de Chillar que lleva su nombre. Familiares y muchos vecinos chillarenses y azuleños se acercaron en la ocasión. Entre ellos estuvieron los doctores Alfredo, Rodolfo y Ernesto Prat, Alfredo Sarno, Juan Iturralde, Palmiro B. Bogliano, y los señores Pedro Armando López, Florencio Mirande, Ricardo Motti, Juan Carlos Dhers, Luis Martínez y muchos más, acompañados de sus respectivas familias.

 

 

EL DATO:

Fragmento del capítulo correspondiente de “Generación R. Los Radicales en Azul” (2017) del autor de la nota.



 
            Horacio Néstor Ferro nació en General Alvear, provincia de Buenos Aires, el 8 de octubre de 1914. A finales de 1940 se radicó en Chillar junto a su familia.

domingo, 24 de octubre de 2021

Cantando misericordias y glorias...

 Cantando misericordias y glorias…

 

       El pasado 15 de octubre se cumplieron 75 años de la bendición de las campanas de la Capilla “Sagrado Corazón de María” del Asilo Buen Pastor (De Paula y Gral. Paz), acaecida en 1946, que por entonces estaba en su etapa final de construcción y sería inaugurada el 9 de noviembre del mismo año.

 

 

Por Eduardo Agüero Mielhuerry

 

            Desde la nave lateral derecha de la Capilla Sagrado Corazón de María del Buen Pastor, tras atravesar un angosto pasillo que también lleva a los patios, se encuentra una escalera que conduce al campanario, cuyo primer piso se conecta con el coro de dicha nave. La torre, apenas se “despega” del edificio elevándose, posee cuatro laterales con tres ventanas vidriadas cada uno, separadas éstas por semicolumnas toscanas aunque no siguen la proporción clásica (éstas son menos esbeltas). El cuarto tramo, el final, posee ocho laterales habiendo en cuatro de ellos pares de ventanas semiciegas; remata el sector un techo de tejas coronado por una cruz y pararrayos. En el interior de éste último tramo se encuentran dos campanas, las que fueron fundidas en San Carlos Centro, Santa Fe, en la fábrica Bellini.

La mayor pesa 311 Kg. y tiene grabada la inscripción “Me llamo Mercedes y canto las misericordias del Corazón de Jesús -8 de febrero de 1946- En memoria de la señora Mercedes Castellanos de Anchorena”.

La restante, un poco más pequeña, pesa 200 Kg. y tiene grabada una frase similar: “Me llamo Josefina y canto las glorias del Corazón de María -8 de febrero de 1946- Homenaje a la señora Josefina Anchorena de Rodríguez Larreta”.

Llevan además la firma de la empresa: “FUNDICIÓN DE J. BELLINI. S.CARLOS CENTRO P. S. FE”.

Ambas piezas, que recuerdan a las benefactoras de todo el complejo, fueron bendecidas -en el Altar de la todavía no inaugurada Capilla-, el 15 de octubre de 1946 por monseñor Santiago Rava. Fueron apadrinadas por José R. Piazza y su esposa Josefina Maschió, Francisca D. de Egyptien, Silvano Saloy, Federico Piazza y su esposa Celina Etchepare, Balbino Félix Zubiri y Josefa Amelia “Cofa” Elizagaray. Días más tarde fueron emplazadas en el campanario.

Como se recuerda en el “Libro de Fundadores y Bienhechores…”, una vez más “Cofa” sobresalió:

“La Comisión patrocinadora, presidida siempre por la abnegada señorita J. Amelia Elizagaray, ha aumentado este año sus prodigalidades con la Casa. En el mes de septiembre nos entregó $3.000 del resultado de la feria anual de comestibles. Como de costumbre dieron el 8 de julio el almuerzo a nuestras niñas, preparándoles todo y sirviéndolas ellas mismas. Con ocasión de la bendición de las campanas para nuestra iglesia, buscaron los padrinos para la ceremonia y después de ella, sirvieron a los invitados un pequeño lunch adquiriendo todo lo necesario y atendiéndolos con la mayor diligencia y solicitud. Nos prestaron también su ayuda con ocasión de las fiestas de la bendición de la iglesia, procurando e invitando a los padrinos de las imágenes y preparado todo lo necesario. Envían siempre las flores para adornar el Altar y en muchas oportunidades han enviado frutas, dulces, empanadas, floreros, lana para tejer alfombras del coro, 3.000 kilos de leña, pavos, gallinas, helados, etc. Entre todas estas abnegadas señoritas descuella siempre por sus atenciones y solicitud incansable la señorita Elizagaray a quien nunca podremos retribuir todo lo que hace por esta Casa.”.

                       

Campanas Bellini

 

A fines del siglo XIX, el italiano piamontés Juan Bautista Bellini llegó a la Argentina para reparar motores a vapor y trilladoras de trigo que comenzaban a utilizarse en la agricultura mecanizada de nuestro opulento país. En 1892 armó un taller para fundir hierro, con un horno a cubilote, en San Carlos Centro, a 45 kilómetros de la ciudad de Santa Fe.

Por entonces, en la localidad se construía la iglesia de San Carlos Borromeo. El encargado de la obra, Félix Francia, infructuosamente buscaba entre los campaneros porteños a alguien que confeccionara sus idealizadas campanas. Todos fracasaban. Sin mayores expectativas, casi desanimado, le solicitó a Juan Bautista Bellini que le fundiera una en su taller. El resultado fue satisfactorio y aquél desafío terminó guiando el destino de Juan Bautista quien desde entonces se abocó por el resto de su vida a moldear campanas.

El sistema de fundición que utilizó fue el “moldeo a la cera perdida”, que es una técnica milenaria en que las distintas capas del molde se cubren por dentro con cera y ceniza, para que no se peguen al desmoldar cuando se cocina en el horno de barro. Éste método permite obtener moldes de extrema nobleza que dan una calidad musical perfecta. Cada campana tiene su propio molde hecho con una mezcla de barro, crines y estiércol de caballo, lo que evita que se agrieten. La matriz se quema con carbón de leña en un horno hecho con ladrillos. Pero como el molde no es muy fuerte, para evitar que la presión del metal lo quiebre, se lo coloca en una fosa de tierra con la boca hacia arriba. Lugo se le vuelca el metal caliente y se lo deja al menos una semana para que se enfríe. Cuando el molde se desentierra se rompen sus capas exterior e interior. La campana se pule con una mezcla de agua y ladrillo molido y se le aplican adornos en relieve.

El tono plateado de las campanas recién terminadas se debe al estaño. El matiz dorado que se ve en algunas es por su antigüedad, ya que el estaño se va degradando con el tiempo y prima el color del cobre.

            Hoy, la cuarta generación de campaneros Bellini mantiene la única fábrica artesanal de campanas de Latinoamérica.

 

La tercera…

 

Hace algunos años se agregó al campanario una tercera pieza, denominada “Santa María”, que se hallaba en una de las galerías del segundo patio del Convento, donde se encuentra la estatua de San José.

Desde los inicios del Asilo, la campana era utilizada internamente por las religiosas; de acuerdo a la cantidad de campanazos, siguiendo un código preestablecido de “toques”, se requería la presencia de una u otra religiosa.

La misma tiene la leyenda “S. María ora pro nobis” (Santa María reza por nosotros) y fue fundida en Milán, Italia, por “Ditta Fratelli Barigozzi” (Firma Hermanos Barigozzi) tal como lo atestigua el sello de la empresa. Posee además grabada una imagen del Buen Pastor.

A pesar de que el campanario estaba preparado para contener tres campanas, ésta se mantuvo a la intemperie, sobre el techo de la galería por más de sesenta años. Recién se la colocó en el lugar vacante en el campanario para resguardarla como parte del patrimonio de la Capilla cuando las religiosas dejaron el Convento.

 

Campanas Barigozzi

 

En 1852 los hermanos Barigozzi, Ermanno (1805-1882) y Prospero (1807-1866), compraron la Fundición Napoleónica Eugenia (bautizada así en homenaje a Eugenio de Beauharnais, virrey del Reino de Italia), junto con unos terrenos aledaños a los espacios industriales, en el antiguo convento de la iglesia de Santa María Alla Fontana, en el distrito de Isola, Italia.

La familia tenía una tradición centenaria como fundidora. Domenico, el padre de los hermanos, a finales del siglo XVIII trabajó en la fundición del Arsenal en Venecia hasta que, cuando llegó Napoleón, se trasladó a Bolonia para el mantenimiento y reparación de campanas. Gracias a la invención de una técnica innovadora para reparar las campanas y restaurar su sonido, Domenico recibió la medalla del Instituto Lombard de Ciencias, Letras y Artes de Milán en 1822. Sus hijos, siguieron su camino y lograron ser reconocidos también con una medalla de plata por el mismo Instituto en 1834, tras lograr campanas más livianas y con características de excelente sonoridad.

En 1860, el negocio de fundición de hierro se trasladó de Pavía a Milán. En el interior de la fundición se fabricaron pedales para máquinas de coser, tapas de registro, columnas ornamentales y piezas mecánicas.

En 1866, a la muerte de Prospero, sus hijos Ermanno Secondo y Silvio continuaron el negocio familiar. Los dos hermanos colaboraron juntos hasta 1908, año de la división: la producción de las campanas y la fundición de bronce quedó en Ermanno Secondo, la fundición de hierro fue confiada a Silvio.

Las campanas producidas estaban destinadas en su mayoría a localidades lombardas y piamontesas, sin embargo no faltaron encargos para distintas partes del mundo.

Posteriormente la actividad de la fundición en Milán pasó al hijo de Ermanno Secondo, Prospero y más tarde a sus hijos, Ermanno y Gian Luigi.

El prestigio de los Barigozzi alcanzó altos niveles. Se expandió más allá de las fronteras nacionales e inclusive continentales, enviando campanas a Congo, Somalia, Kenia, Rodesia, India, Birmania, Japón, Malta, Libia, Brasil y Argentina. Justamente en nuestro país, en el sitio más icónico donde pueden hallarse obras de los Barigozzi es en el campanario occidental de la Basílica de Nuestra Señora de Luján, donde hay dos campanas manejadas a mano por cuerdas, que son las que producen los toques de duelo, y fueron fabricadas por la firma italiana con cañones de guerra de 1914, llegando a nuestro país en 1921.

La empresa cerró sus puertas en 1975. Más de treinta años después, en 2007, nació el “Museo Ditta Fratelli Barigozzi”, en Milán.

 

 

 

 

EL DATO:

El presente artículo es una síntesis del capítulo correspondiente al libro “‘Yo soy el Buen Pastor’. Breve historia de la Capilla ‘Sagrado Corazón de María’ de Azul”, que el autor presentará el próximo 9 de noviembre en dicho templo.

 



Ceremonia de la bendición de las campanas de la Capilla, el 15 de octubre de 1946.




            El delicado campanario de la Capilla apreciado desde uno de los patios del Asilo del Buen Pastor.

  


Las tres campanas que con sus tañidos convocan a la feligresía.