Un Santo por las calles azuleñas
El
franciscano español, Pascual Fortuño, estuvo en nuestra comunidad durante un
lustro, atendiendo con esmero y dedicación a los niños alojados en el Asilo
“San Antonio”, el primer colegio privado de varones que existiera en Azul a
comienzos del siglo XX. El mártir, que fuera asesinado en la madrugada del 8 de
septiembre de 1936, se encuentra en camino a la canonización.
Por Norma Iglesias y Eduardo
Agüero Mielhuerry
Pascual
Fortuño Almela nació
el 3
de marzo de 1886 en Villarreal, La Plana, provincia de Castellón,
España. Fue hijo de Joaquín Fortuño y María Gracia Almela.
A la edad de doce años ingresó en el seminario
menor franciscano de Balaguer (Lérida), perteneciente a la Provincia franciscana
de Cataluña, donde comenzó sus estudios, los que terminó en el seminario menor
de Benissa (Alicante), perteneciente a la Provincia franciscana de Valencia.
Vistió el hábito franciscano en la casa noviciado de Santo Espíritu del Monte
(Gilet-Valencia) el 18 de enero de 1905, y allí mismo hizo la profesión religiosa
el 21 de enero de 1906. Cursados los estudios de filosofía y teología en el
Estudiantado franciscano de Onteniente (Valencia), recibió la ordenación
sacerdotal el 15 de agosto de 1913 en Teruel.
Tras su ordenación, los superiores lo destinaron al
seminario menor de Benissa como educador de los niños de la Provincia. Cuatro
años estuvo dedicado a este ministerio, pues en 1917 fue destinado al servicio
de la Custodia de San Antonio, en Argentina, dependiente entonces de
la Provincia franciscana de Valencia; durante cinco años estuvo ejerciendo con
ejemplaridad el ministerio sacerdotal en la casa del Azul.
Asilo “San Antonio”, una obra monumental
El 17 de marzo de 1904 se reunió
En el acta de constitución, del 18 de
septiembre de 1906, quedó definitivamente resuelta la adquisición del
terreno ubicado en la calle Dolores entre Entre Ríos y Córdoba (las actuales
Gral. Francisco Leyría entre Dr. Alfredo Prat e Intendente Dr. Ernesto M.
Malére).
El 2 de junio de 1907 se colocó
Tras varios contratiempos,
el Asilo de Huérfanos “San Antonio”, fue inaugurado el 1 de
octubre de 1911, bajo la presidencia de María Gómez de Enciso,
quien sumó así una obra más al servicio de los niños sin hogar.
Siempre se procuró la educación
de los niños desde una faz práctica, por ejemplo, en su imprenta se
confeccionaba “
Algún
tiempo después, gracias a la contribución de la señora Rufina de Martínez Berdes,
el 5 de noviembre de 1916, se inauguró la iglesia de “San Antonio”.
El Asilo “San Antonio” fue el
primer colegio privado católico para varones de Azul, dirigido y conducido por
sacerdotes. La atención de los asilados y el trabajo interno del
Establecimiento estuvieron en un principio a cargo de los presbíteros Ramón
Pinillos y Luis D’Agostino, quedando a cargo posteriormente de los Padres
Franciscanos, luego los Benedictinos y finalmente los padres Antonio Cano
Blanco y Francisco Gallardo.
Azul en 1917
La labor que le tocaría al Padre Pascual al llegar
al Azul sería “puertas adentro”, atendiendo a los niños huérfanos o abandonados
que allí eran cobijados, educándolos en el catecismo, las primeras letras o en
los diversos oficios que sin dudas se constituirían en una herramienta de
desarrollo para el futuro laboral de los niños cuando ya adultos debieran salir
“al mundo”. Precisamente en 1917, año en el que el Padre llegó a Azul para
colaborar y atender el Asilo, se inauguraron los talleres de imprenta, encuadernación,
sastrería,
zapatería
y carpintería.
El periódico “El Imparcial”, conducido por los hermanos José
María y Eduardo Guillermo Darhanpé, conductores del periódico y
miembros activos de la Logia Masónica “Estrella del Sud” Nº 25
que aún operaba por entonces en nuestro medio, varió considerablemente su tono
crítico y anticlerical al hablar del Asilo y señalar que se trataba sobre todo
de una escuela la que funcionaría en el asilo que debía ponerse “…bajo la protección del vecindario
caritativo y generoso… pues venía a llenar una necesidad cada día más sentida
en esta población”. A pesar de las posturas adversas de algunos órganos de
prensa, el Asilo San Antonio encarnó un proyecto diferente; para los varones se
pensó en una solución más integral por medio de la cual al dar albergue,
educación y formación en hábitos morales y conocimientos básicos de
lectoescritura, se sumaron los talleres de artes y oficios para los hijos de
padres trabajadores que, no pudiendo atenderlos personalmente, en cambio, sí se
preocupaban por el destino de sus hijos.
Inmerso en
una sociedad cada día más compleja y muchas veces a cada paso más
contradictoria, el Asilo llevó adelante muy dignamente su labor, viéndose en
poco tiempo resultados positivos de su labor. De hecho, a los pocos años de su
inauguración se comenzó a proyectar su ampliación (concretada en 1925 con la
construcción de una planta alta en la que se albergaron a 40 internos más).
El Padre
Pascual trabajó arduamente durante el lustro que estuvo radicado en Azul. Su
accionar fue sumamente destacado y muy recordado por aquellos que estuvieron
bajo sus enseñanzas.
El último
acto público al que asistió el Padre Pascual antes de retornar a su patria, fue
la bendición del Altar Mayor de la actual Catedral Nuestra Señora del Rosario.
La consagración fue el 24 de mayo de 1921, de la mano del Obispo Dr. Santiago
L. Copello, acompañado por el Padre César Antonio Cáneva y una multitud que se
estimó en 5.000 almas, entre los que se contaron a varios asilados del “San
Antonio”.
Volver a las
raíces…
De regreso en su patria, Pascual se dedicó de nuevo
a la formación de los alumnos del seminario de Benissa. Estuvo luego en el
convento de Pego y durante algún tiempo fue morador del convento de Segorbe.
Ya establecida la II República en España, en 1931
fue nombrado Vicario del Convento-Noviciado de Santo
Espíritu del Monte, en Gilet-Valencia, donde lo sorprendió la persecución
religiosa de 1936.
En los años de ejercicio del ministerio sacerdotal
fue asiduo al confesonario y prudente director de almas. Como predicador de la
palabra de Dios, se preparaba con esmero y tesón. Fue también director de
ejercicios espirituales, y muy solicitado por las religiosas para pláticas
espirituales de formación. De hecho, de su dedicada labor se preservan treinta
y cinco cuadernos con sus apuntes.
El 18 de julio de 1936, tuvo que dejar
el monasterio de Santo Espíritu, como sus hermanos de hábito, y refugiarse en
Vila-Real. Pasados los primeros días en casa de sus padres, para mayor
seguridad se trasladó con su familia a una casa de campo, donde permaneció algo
más de un mes.
Ante la inseguridad con que incluso allí vivían, se
refugió de nuevo en el pueblo, en casa de su hermana Rosario, donde más tarde
fue detenido. Singularmente elocuente fue el diálogo que mantuvo con su madre,
según contara una sobrina del mártir: “…su
anciana madre le dijo llorando: ‘Adiós, adiós, hijo mío, ya no te volveré a
ver’. A lo que el Pascual contesta: ‘No llores, madre, pues, cuando me maten,
tendrás un hijo en el cielo. Tú me preguntas que a dónde voy: me voy al
cielo’”. En Vila-Real, como por todas partes, irrumpió con violencia la
persecución religiosa: fueron asesinados muchos sacerdotes y religiosos,
quemados los templos. En este ambiente de odio y persecución religiosa, el Padre
Pascual fue detenido en casa de su hermana el día 7 de septiembre, y
encarcelado en el cuartel de la Guardia Civil.
Testigo de excepción del tiempo que estuvo en la
cárcel el Padre Pascual y de los malos tratos que allí recibió fue don Julio
Pascual, que se encontraba en la misma cárcel, y a quien el Beato hizo varias
premoniciones: “A usted no le pasará
nada. Yo sé positivamente a dónde voy: estoy destinado al martirio; diga a mis
hermanos que voy conformado al martirio; que recen mucho por estos pobres
hombres”. Don Julio recordó toda su vida estas palabras y las repitió con
devoción, pues se cumplió lo que el Padre Pascual le había dicho. También él
fue llevado al patíbulo de la muerte, del que pudo escapar y sobrevivir.
Un arma blanca contra un alma pura
A los 50 años de edad, el Padre Pascual Fortuño fue
asesinado la madrugada del día 8 de septiembre de 1936, en la
carretera entre Castellón y Benicásim. Refieren los testigos de la época que,
una vez conducido al lugar de su fusilamiento y cuando trataban de ejecutarlo,
las balas “rebotaban” sobre su pecho y caían al suelo. Ante este hecho,
el mártir dijo a quienes le disparaban: “Es inútil que disparéis; si queréis
matarme, tiene que ser con un arma blanca”. Por eso, le hundieron una
bayoneta en el pecho.
Sus ejecutores quedaron muy impresionados y
asustados: “Hemos hecho mal en matarlo -decían-; era un santo. Si es verdad que
hay santos, éste es uno de ellos”.
Su cadáver fue trasladado al cementerio de
Castellón y enterrado en el suelo, en fosa individual.
El 3 de noviembre de 1938, liberada ya Vila-Real
por el ejército del general Franco, los restos del Padre Pascual fueron exhumados,
reconocidos y trasladados al Cementerio de su pueblo natal, que les dispensó un
fervoroso y popular recibimiento, siendo depositados en el panteón de los
franciscanos.
En agosto de 1967, introducida su causa de
beatificación, los restos del mártir fueron trasladados a la iglesia de los
franciscanos de la misma ciudad.
El 11 de marzo de 2001 el Papa
Juan Pablo II beatificó a 233 mártires de la Guerra Civil Española, que
tienen en común, además, que fueron asesinados en la región de Valencia,
España, o por proceder de esa región su causa de beatificación fue cursada en
este grupo.