domingo, 25 de abril de 2021

Un Santo por las calles azuleñas

                                 Un Santo por las calles azuleñas


El franciscano español, Pascual Fortuño, estuvo en nuestra comunidad durante un lustro, atendiendo con esmero y dedicación a los niños alojados en el Asilo “San Antonio”, el primer colegio privado de varones que existiera en Azul a comienzos del siglo XX. El mártir, que fuera asesinado en la madrugada del 8 de septiembre de 1936, se encuentra en camino a la canonización.


Por Norma Iglesias y Eduardo Agüero Mielhuerry

 

Pascual Fortuño Almela nació el 3 de marzo de 1886 en Villarreal, La Plana, provincia de Castellón, España. Fue hijo de Joaquín Fortuño y María Gracia Almela.

A la edad de doce años ingresó en el seminario menor franciscano de Balaguer (Lérida), perteneciente a la Provincia franciscana de Cataluña, donde comenzó sus estudios, los que terminó en el seminario menor de Benissa (Alicante), perteneciente a la Provincia franciscana de Valencia. Vistió el hábito franciscano en la casa noviciado de Santo Espíritu del Monte (Gilet-Valencia) el 18 de enero de 1905, y allí mismo hizo la profesión religiosa el 21 de enero de 1906. Cursados los estudios de filosofía y teología en el Estudiantado franciscano de Onteniente (Valencia), recibió la ordenación sacerdotal el 15 de agosto de 1913 en Teruel.

Tras su ordenación, los superiores lo destinaron al seminario menor de Benissa como educador de los niños de la Provincia. Cuatro años estuvo dedicado a este ministerio, pues en 1917 fue destinado al servicio de la Custodia de San Antonio, en Argentina, dependiente entonces de la Provincia franciscana de Valencia; durante cinco años estuvo ejerciendo con ejemplaridad el ministerio sacerdotal en la casa del Azul.

 

Asilo “San Antonio”, una obra monumental

 

El 17 de marzo de 1904 se reunió la Comisión Directiva de la “Pía Unión de San Antonio”, la cual era presidida por la señora Úrsula Vásquez de Zapata. En dicha reunión se hizo evidente la necesidad de fundar un asilo para niños huérfanos, a imagen y semejanza del “Sagrado Corazón” dedicado a las niñas.

En el acta de constitución, del 18 de septiembre de 1906, quedó definitivamente resuelta la adquisición del terreno ubicado en la calle Dolores entre Entre Ríos y Córdoba (las actuales Gral. Francisco Leyría entre Dr. Alfredo Prat e Intendente Dr. Ernesto M. Malére).

El 2 de junio de 1907 se colocó la Piedra fundacional, bendecida por el Obispo de La Plata, Monseñor Francisco Alberti. A pesar de la fría jornada, una nutrida concurrencia acompañó la ocasión en la que la señora Vásquez de Zapata hizo uso de la palabra. A su lado, el Padre Cáneva sonreía henchido de emoción frente a la gran obra que avizoraba en beneficio de la comunidad y los más desprotegidos.

Tras varios contratiempos, el Asilo de Huérfanos “San Antonio”, fue inaugurado el 1 de octubre de 1911, bajo la presidencia de María Gómez de Enciso, quien sumó así una obra más al servicio de los niños sin hogar.

Siempre se procuró la educación de los niños desde una faz práctica, por ejemplo, en su imprenta se confeccionaba La Revista, órgano de difusión de las diversas obras. Éste semanario, que alcanzó los dos mil ejemplares por número, comenzó a publicarse en abril de 1915 y tuvo una existencia de más de treinta y cinco años. Vale destacar que todo lo producido por la venta de la misma estaba destinado a los dos Asilos.

Algún tiempo después, gracias a la contribución de la señora Rufina de Martínez Berdes, el 5 de noviembre de 1916, se inauguró la iglesia de “San Antonio”.

El Asilo “San Antonio” fue el primer colegio privado católico para varones de Azul, dirigido y conducido por sacerdotes. La atención de los asilados y el trabajo interno del Establecimiento estuvieron en un principio a cargo de los presbíteros Ramón Pinillos y Luis D’Agostino, quedando a cargo posteriormente de los Padres Franciscanos, luego los Benedictinos y finalmente los padres Antonio Cano Blanco y Francisco Gallardo.

 

Azul en 1917

 

La labor que le tocaría al Padre Pascual al llegar al Azul sería “puertas adentro”, atendiendo a los niños huérfanos o abandonados que allí eran cobijados, educándolos en el catecismo, las primeras letras o en los diversos oficios que sin dudas se constituirían en una herramienta de desarrollo para el futuro laboral de los niños cuando ya adultos debieran salir “al mundo”. Precisamente en 1917, año en el que el Padre llegó a Azul para colaborar y atender el Asilo, se inauguraron los talleres de imprenta, encuadernación, sastrería, zapatería y carpintería.

El periódico “El Imparcial”, conducido por los hermanos José María y Eduardo Guillermo Darhanpé, conductores del periódico y miembros activos de la Logia Masónica “Estrella del Sud” Nº 25 que aún operaba por entonces en nuestro medio, varió considerablemente su tono crítico y anticlerical al hablar del Asilo y señalar que se trataba sobre todo de una escuela la que funcionaría en el asilo que debía ponerse “…bajo la protección del vecindario caritativo y generoso… pues venía a llenar una necesidad cada día más sentida en esta población”. A pesar de las posturas adversas de algunos órganos de prensa, el Asilo San Antonio encarnó un proyecto diferente; para los varones se pensó en una solución más integral por medio de la cual al dar albergue, educación y formación en hábitos morales y conocimientos básicos de lectoescritura, se sumaron los talleres de artes y oficios para los hijos de padres trabajadores que, no pudiendo atenderlos personalmente, en cambio, sí se preocupaban por el destino de sus hijos.

            Inmerso en una sociedad cada día más compleja y muchas veces a cada paso más contradictoria, el Asilo llevó adelante muy dignamente su labor, viéndose en poco tiempo resultados positivos de su labor. De hecho, a los pocos años de su inauguración se comenzó a proyectar su ampliación (concretada en 1925 con la construcción de una planta alta en la que se albergaron a 40 internos más).

            El Padre Pascual trabajó arduamente durante el lustro que estuvo radicado en Azul. Su accionar fue sumamente destacado y muy recordado por aquellos que estuvieron bajo sus enseñanzas.

            El último acto público al que asistió el Padre Pascual antes de retornar a su patria, fue la bendición del Altar Mayor de la actual Catedral Nuestra Señora del Rosario. La consagración fue el 24 de mayo de 1921, de la mano del Obispo Dr. Santiago L. Copello, acompañado por el Padre César Antonio Cáneva y una multitud que se estimó en 5.000 almas, entre los que se contaron a varios asilados del “San Antonio”.

 

Volver a las  raíces…

 

De regreso en su patria, Pascual se dedicó de nuevo a la formación de los alumnos del seminario de Benissa. Estuvo luego en el convento de Pego y durante algún tiempo fue morador del convento de Segorbe.

Ya establecida la II República en España, en 1931 fue nombrado Vicario del Convento-Noviciado de Santo Espíritu del Monte, en Gilet-Valencia, donde lo sorprendió la persecución religiosa de 1936.

En los años de ejercicio del ministerio sacerdotal fue asiduo al confesonario y prudente director de almas. Como predicador de la palabra de Dios, se preparaba con esmero y tesón. Fue también director de ejercicios espirituales, y muy solicitado por las religiosas para pláticas espirituales de formación. De hecho, de su dedicada labor se preservan treinta y cinco cuadernos con sus apuntes.

El 18 de julio de 1936, tuvo que dejar el monasterio de Santo Espíritu, como sus hermanos de hábito, y refugiarse en Vila-Real. Pasados los primeros días en casa de sus padres, para mayor seguridad se trasladó con su familia a una casa de campo, donde permaneció algo más de un mes.

Ante la inseguridad con que incluso allí vivían, se refugió de nuevo en el pueblo, en casa de su hermana Rosario, donde más tarde fue detenido. Singularmente elocuente fue el diálogo que mantuvo con su madre, según contara una sobrina del mártir: “…su anciana madre le dijo llorando: ‘Adiós, adiós, hijo mío, ya no te volveré a ver’. A lo que el Pascual contesta: ‘No llores, madre, pues, cuando me maten, tendrás un hijo en el cielo. Tú me preguntas que a dónde voy: me voy al cielo’”. En Vila-Real, como por todas partes, irrumpió con violencia la persecución religiosa: fueron asesinados muchos sacerdotes y religiosos, quemados los templos. En este ambiente de odio y persecución religiosa, el Padre Pascual fue detenido en casa de su hermana el día 7 de septiembre, y encarcelado en el cuartel de la Guardia Civil.

Testigo de excepción del tiempo que estuvo en la cárcel el Padre Pascual y de los malos tratos que allí recibió fue don Julio Pascual, que se encontraba en la misma cárcel, y a quien el Beato hizo varias premoniciones: “A usted no le pasará nada. Yo sé positivamente a dónde voy: estoy destinado al martirio; diga a mis hermanos que voy conformado al martirio; que recen mucho por estos pobres hombres”. Don Julio recordó toda su vida estas palabras y las repitió con devoción, pues se cumplió lo que el Padre Pascual le había dicho. También él fue llevado al patíbulo de la muerte, del que pudo escapar y sobrevivir.

 

 

Un arma blanca contra un alma pura

 

 

A los 50 años de edad, el Padre Pascual Fortuño fue asesinado la madrugada del día 8 de septiembre de 1936, en la carretera entre Castellón y Benicásim. Refieren los testigos de la época que, una vez conducido al lugar de su fusilamiento y cuando trataban de ejecutarlo, las balas “rebotaban” sobre su pecho y caían al suelo. Ante este hecho, el mártir dijo a quienes le disparaban: “Es inútil que disparéis; si queréis matarme, tiene que ser con un arma blanca”. Por eso, le hundieron una bayoneta en el pecho.

Sus ejecutores quedaron muy impresionados y asustados: “Hemos hecho mal en matarlo -decían-; era un santo. Si es verdad que hay santos, éste es uno de ellos”.

Su cadáver fue trasladado al cementerio de Castellón y enterrado en el suelo, en fosa individual.

El 3 de noviembre de 1938, liberada ya Vila-Real por el ejército del general Franco, los restos del Padre Pascual fueron exhumados, reconocidos y trasladados al Cementerio de su pueblo natal, que les dispensó un fervoroso y popular recibimiento, siendo depositados en el panteón de los franciscanos.

En agosto de 1967, introducida su causa de beatificación, los restos del mártir fueron trasladados a la iglesia de los franciscanos de la misma ciudad.

El 11 de marzo de 2001 el Papa Juan Pablo II beatificó a 233 mártires de la Guerra Civil Española, que tienen en común, además, que fueron asesinados en la región de Valencia, España, o por proceder de esa región su causa de beatificación fue cursada en este grupo.

Justamente, el nombre del Beato Pascual Fortuño, quien caminara por las calles del Azul brindando amparo a los menesterosos, se halla en la lista de mártires que dieron testimonio cruento de su fe en el contexto histórico de la Guerra Civil Española.





domingo, 18 de abril de 2021

Un día especial de abril...

 

Un día especial de abril…


Por Eduardo Agüero Mielhuerry


            El Barrio “18 de Abril”, conocido popularmente como el “Barrio Empleados de Comercio”, se ubica en las manzanas comprendidas por la Av. Mons. César A. Cáneva (vereda impar), la calle San Martín (vereda impar), el pasaje Eduardo Ferrarello (ex Alberdi; vereda par) y la calle Gral. Julio Roca (vereda par). Está constituido por nueve torres de ocho pisos cada una, que conforman el primer y único complejo habitacional con dichas características en nuestra ciudad.

Mediante la Ordenanza N° 1.556, del 14 de julio de 1997, durante la administración del intendente Juan Atilio Barberena, el grupo habitacional integrado por 324 viviendas, fue nombrado por unanimidad del Concejo Deliberante como Barrio “18 de Abril”.

            Dentro de los fundamentos se consideró la presentación que hiciera en 1991 la Asociación de Empleados de Comercio de Azul, a los efectos de solicitar ante el Concejo la imposición del nombre “18 de abril” al grupo habitacional cuya construcción se impulsará desde la institución. Además, se marcó que tal solicitud se fundamentaba en la decisión tomada en la Asamblea de Adjudicatarios realizada el 5 de junio de 1987 y el deseo de rendir homenaje, de esa forma, a los fundadores de la entidad que el día 18 de abril de 1930 dieron concreción a su accionar gremial, cristalizado en la constitución de dicha Asociación.


Una quijotada…

 

Hacia un tiempo que en la dirigencia local rondaba la idea de emprender la construcción de viviendas, empero ante un proyecto titánico, como siempre, hubo diversas demoras, momentos de zozobra y duda, mas por suerte prevaleció el espíritu de progreso.

Varias fueron las opciones barajadas al momento de elegir un terreno donde edificar una serie de viviendas, entre ellos el perteneciente al Corralón Municipal (ubicado sobre la Av. 25 de Mayo, Gral. Lamadrid, Necochea y Cnel. Pringles) sumándole algún lote cercano. Empero, entre el Delegado Normalizador de A.E.C.A., conjuntamente con Eduardo Ferrarello y el arquitecto Eduardo Rodríguez, se gestó una nueva opción. El 21 de diciembre de 1981 los tres se reunieron con el comisionado municipal Fortunato Carlos Gómez Romero, y haciéndole conocer la posibilidad de construir viviendas en Azul a raíz de las gestiones realizadas particularmente por el Arq. García ante el Instituto de la Vivienda en La Plata, se le pidieron sus gestiones ante Ferrocarriles Argentinos para tratar de adquirir las tierras que el mismo poseía en Azul.

Demoras mediante, varios empleados de comercio se anotaron para contribuir al “quijotesco” proyecto y comenzaron a pagar una cuota con la que en 1983 se pudieron comprar los terrenos del Ferrocarril Roca en 826.553 pesos argentinos.

Nuevas elecciones llevaron una vez más a Eduardo Ferrarello a la Secretaría General, pues los asociados confiaron en su persona para continuar la obra que de alguna manera se había interrumpido abruptamente unos años antes.

Ferrarello asumió el 12 de diciembre de 1983, iniciando un nuevo y prometedor mandato, manteniendo como un cercano colaborador a Víctor Marcos. Desde entonces, aunque las obras se prolongaron por más de un lustro, todo ocurrió intensamente.

El 16 de diciembre de 1984, el por entonces gobernador Alejandro Armendariz colocó la piedra fundamental, junto al ministro bonaerense de Obras Públicas Roberto Boffa, el intendente Rubén César De Paula, y los tres principales promotores, Ferrarello, Marcos y García.

En julio de 1985 se pagaron las tierras en la Escribanía General de Gobierno. Poco más de un año después, incluidas las gestiones del doctor Luis Armando Miralles, el 2 de agosto de 1986, llegó el “Tren histórico al Sur” y el Gobernador firmó con la empresa Rimoldi la iniciación de obras.

            Encaminada la cuestión administrativa, a ritmo parejo y sin pausa, cada una de las 9 torres de 8 pisos, con un total de  324 departamentos, fue ganando “altura”. Al mismo tiempo, diversas obras, muchas de las cuales se prolongaron a lo largo de las distintas administraciones municipales, fueron haciendo de la zona un espacio absolutamente revitalizado de la ciudad, con cómodas vías de comunicación (Av. Cáneva y aledañas), amplios espacios públicos (Plaza Ameghino y Plaza Francia), diversos comercios (inclusive un supermercado), un espacio de culto (capilla de la Medalla Milagrosa), y demás equipamiento urbano. 

Hiperinflación mediante, promediando el año 1990 se entregaron los primeros departamentos evidenciándose en los miembros de A.E.C.A. la satisfacción del deber cumplido…


Naciendo en medio de las necesidades

 

La Gran depresión, también conocida como “Crisis del ’29”, fue una crisis económica mundial que se prolongó durante la década de 1930, en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Se originó en los Estados Unidos, a partir de la caída de la Bolsa de Nueva York, acaecida el 29 de octubre de 1929 (conocido como Martes Negro, aunque cinco días antes, el 24 de octubre, ya se había producido el Jueves Negro), y rápidamente se extendió a casi todos los países del mundo.

En Argentina, tras el derrocamiento del presidente constitucional Hipólito Yrigoyen y la asunción del primer presidente de facto, el general José Félix Uriburu, el país comenzó a transitar por un sinuoso camino conocido como la “Década Infame”. La clase obrera fue una de las principales víctimas de semejante hecatombe y, desde ya, Azul no quedó fuera de los problemas que a diario se hacían notar por estos lares.

Las conquistas laborales, que se habían alcanzado a fuerza de luchas inquebrantables contra la patronal -que hasta entonces fijaba unilateralmente las condiciones de trabajo-,  se mantuvieron con esfuerzo, y otras se incorporaron poco a poco como el “sábado inglés” y la jornada de 48 horas semanales. Por otra parte, la Federación de Empleados de Comercio había logrado la inclusión del derecho a Indemnización por despido, licencia por enfermedad, etc. Sin embargo, los obreros demandaban la cobertura de más necesidades como las vacaciones, los convenios, normas de seguridad e higiene y licencias especiales, jubilaciones, entre otras.

En ese contexto, buscando proteger a los empleados, el 18 de abril de 1930, en el local de la Sociedad Filantrópica Italiana, un grupo de vecinos azuleños, todos ellos empleados de los más diversos rubros, se congregaron para realizar la primera Asamblea General y fundar así la Asociación Empleados de Comercio.

Al ser nombrado como presidente de la Asamblea Francisco Guisiglieri, éste pidió colaboración, unidad y solidaridad. Como primer Secretario General fue elegido el señor Juan Bautista Mingarro (que trabajaba en la afamada “Casa Andía”) y lo acompañaron, entre otros, Salvador Taverna, Roque Escano, Victorio Glorioso, Felipe Gatt, Leoncio Legarreta, Alberto Canevello, etc.

En los primeros tiempos se concretó la creación de la biblioteca “José Ingenieros”, la incorporación de socios y además una fluida comunicación con las empresas locales para arribar a resoluciones en conjunto. Logros como el “sábado inglés”, las vacaciones anuales, la ley de sillas, convenios de horario de apertura y cierre de comercios con las empresas fueron los primeros logros de la Asociación.

 

Del barrio obrero…

 

Eduardo Armando Ferrarello nació el 23 de noviembre de 1936. Sus padres fueron Santos Ferrarello y Santina Vazzano. Su infancia transcurrió en el seno de un hogar humilde del “Barrio de la Cervecería” (actual “Del Carmen), de trabajadores incansables, cimentado en el afecto de sus padres y la chispeante algarabía de sus tres hermanas, Blanca Beatriz, Carmen Ilda y María Leonor.

A temprana edad, Eduardo comenzó a trabajar en la afamada “Ferretería García” y pronto comenzó a mostrar interés por los derechos y obligaciones de los trabajadores, se interiorizó lentamente en la legislación y al mismo tiempo se mantuvo atento a todo el trasfondo político frente al nuevo escenario nacional en el cual peronistas y radicales “jugaban un partido” con los militares como árbitros e intrusos participantes, con “el golpe” como regla.

Todas las inquietudes de un pibe de barrio con alma de un adulto trabajador lo llevaron a sumarse en 1959 a la Asociación de Empleados de Comercio de Azul (A.E.C.A.), llegando, gracias a su espíritu emprendedor y su incansable laboriosidad, a integrar la Comisión Directiva como Secretario de Actas.


El inicio de un largo tiempo de incansables luchas

 

En Asamblea General Ordinaria, destinada a renovar parcialmente la Comisión Directiva, el 27 de enero de 1961, por primera vez, Ferrarello fue electo Secretario General de A.E.C.A. Desde la institución, lentamente se fueron concretando diversos objetivos, entre ellos la obtención para adjudicar entre los afiliados de trece departamentos en los monoblocks ubicados en la manzana comprendida por las calles San Martín (actual Av. Manuel Chaves), San Carlos, Bolívar y Laprida (actualmente Barrio José Ignacio Rucci). Asimismo, como otro beneficio importante, se lograron diversos descuentos para empleados de comercio y familiares de los mismos, en las empresas de transporte de larga distancia.

Aquél mismo año, El 19 de agosto, en la Iglesia Catedral “Nuestra Señora del Rosario”, contrajo matrimonio con Teresa Amada Rancez. Fruto de esta unión nacieron dos hijos, Eduardo José Javier (19 de marzo de 1966) y Jorge Alfredo (10 de junio de 1971).

En el año 1964 fue un destacado partícipe para la concreción de la Caja de Jubilaciones.

Transcurría el año 1969 cuando por entonces se convirtió en síndico del primer Banco Sindical Obrero del país, sito en la Capital Federal, lo cual le demandaba alejarse de su querida Azul durante la semana (de martes a viernes), para poder volver a disfrutar los fines de semana, a los cuales, a su vez, le restaba muchas horas en pos de sus “compañeros”. Sin descanso, desarrolló tan ardua tarea hasta el año 1973 cuando pasó a integrar la comisión de paritarias.

Sin dobleces, ni segundas intenciones, comenzó a defender a sus compañeros de tareas, pregonando la independencia intelectual y teniendo siempre como objetivo primordial resolverle los problemas a los afiliados. Eduardo llevó adelante una política gremial enarbolando la bandera de un sindicalismo puro y transparente dedicado no sólo a lo gremial, sino también buscando el bienestar en lo social, cultural y deportivo.

            Tras la sanción y promulgación (11 y 20 de septiembre de 1974, respectivamente), de la Ley 20.744 de Contratos de Trabajo -durante la presidencia de María Estela “Isabelita” Martínez de Perón-, Eduardo Ferrarello recorrió buena parte del país junto a otros dirigentes con la intención de difundir los beneficios de la mencionada ley en una titánica labor.

Con férrea convicción integró la primera Federación de Empleados de Comercio de la Provincia de Buenos Aires e integró la Junta Regional Bonaerense en el Movimiento Mercantil del Interior.

Sucesivas votaciones lo llevaron a mantenerse al frente de la Institución hasta que abruptamente desde el Gobierno de facto dispusieron la intervención de la Asociación.

El 23 de agosto de 1979 se reunió la Comisión en pleno junto al Delegado Normalizador Víctor Marcos y los designados secretarios del mismo, María del Carmen Alfonso y Alfredo Medina, designados por la Confederación General de Empleados de Comercio de la República Argentina por resolución del Consejo Directivo, todo lo cual le fue informado al Ministerio de Trabajo.

Afortunadamente, Marcos era una personalidad conocida para la Comisión y gracias a su accionar se logró mantener un orden interno que contribuyó a “pasar la tormenta”.

En virtud de las circunstancias señaladas, el Secretario General saliente hizo entrega de la Asociación Profesional denominada Asociación Empleados de Comercio del Azul, en todo cuanto concernía a su titularidad jurídica y en general, el gobierno y administración de la entidad. Empero, se designó a Ferrarello como asesor gremial de la Asociación.

Tras la desolación que dejara la inundación que azotara a nuestra ciudad en abril de 1980 y durante la cual A.E.C.A. jugó un papel importante en favor de sus afiliados y la ciudadanía, asistiendo a  los necesitados, poco más de un año después llegó el momento de comenzar nuevos proyectos. Y así nació el barrio que hoy conocemos como “18 de Abril”.

 

Últimos pasos…

           

Eduardo Ferrarello lució con orgullo su identidad azuleña y supo acompañar y participar en la fundación de entidades importantes para los mercantiles entre ellas la Obra  Social O.S.E.C.A.C. (Obra Social de los Empleados de Comercio y Actividades Civiles). Asimismo, y demostrando sus intereses en el quehacer comunitario, participó como miembro fundador del Azul Voley, cuya primera reunión se realizó en los salones de A.E.C.A., cedidos gentilmente.

Tuvo una vida de lucha ante la injusticia, manteniendo el equilibrio Institucional, junto a sus compañeros de Comisión Directiva, actitud que ha posicionado a la Asociación de Empleados de Comercio de Azul en un respetuoso ámbito gremial dentro de la provincia de Buenos Aires.

Eduardo Armando “Cacho” Ferrarello, falleció el 15 de mayo de 2009, a los 72 años de edad.





Eduardo Ferrarello y Víctor Marcos, recorriendo las obras que avanzaban a buen ritmo…



Con algunas torres concluidas y otras en plena construcción, el Barrio “18 de Abril” marca su impronta en el paisaje azuleño.

domingo, 11 de abril de 2021

De Francia al Azul

 De Francia al Azul

 

            Justamente en abril nacía y también fallecía, 82 años después, el francés Martín Abeberry. Fue en nuestro medio una personalidad destacada, interesado siempre en múltiples labores y en el desarrollo de la ciudad que lo cobijó y a la que supo honrar a cada paso.

 

 

Por Eduardo Agüero Mielhuerry

  

Martín Abeberry nació el 8 de abril de 1836 en Arcangues, una comuna situada en el departamento de Pirineos Atlánticos, en la región de Aquitania y en el territorio histórico vascofrancés de Labort, al sur de Francia. Fue hijo de Dominique Abeberry y Jeanne Etchébéhéré (unidos en matrimonio en Arcangues el 4 de febrero de 1834).

En 1852, con apenas 16 años, buscando prosperidad, Martín abandonó su Patria natal y se dirigió a la ignota América, en la cual su primer destino fue la República Oriental del Uruguay. Pronto pasó a residir en la ciudad de Buenos Aires, domiciliándose en la calle Tacuarí 103. Allí comenzó a desempeñarse como comerciante, actividad que lo llevó a progresar lenta pero sostenidamente.

El 28 de noviembre de 1854 quedó asentada su matriculación en el registro del Consulado de Francia en Buenos Aires, bajo el número de Matrícula 2231, de la cual se desprenden diferentes datos personales (por ejemplo que medía 1.74 metros de altura). Asimismo quedó inscripto que llegó procedente de Bayonne (localidad francesa portuaria) y que había viajado hacia el nuevo continente en el barco “Marie Pauline”.

Empero pronto su espíritu inquieto lo empujaría a adentrarse en el “desierto”, hasta descubrir las bondades de los pagos del Azul. Sin embargo, siempre mantuvo un fluido contacto con su Francia natal y el Uruguay, en el cual dejó en marcha algunos emprendimientos comerciales.

 

Una inquietud azuleña

 

            Radicado en Azul, su estilo gentil lo llevó a cosechar diversas amistades y a involucrarse en distintos proyectos de variada envergadura. De hecho, comenzó a tomar contacto con el mundo de la política y hasta llegó a ser funcionario local.

             Empero en primera instancia encaminó sus esfuerzos para lograr el adelanto edilicio del pueblo. En una carta del 14 de octubre de 1856, dirigida a las autoridades de Azul, el general Manuel Escalada, estacionado en los cuarteles de San Benito, decía: “Sensible al deplorable estado en que se halla la iglesia de este pueblo no he podido menos que lamentar profundamente una situación que tanto perjudica a la moral cristiana de una población destinada por su situación geográfica y la fertilidad de sus territorios a constituir en el tiempo un gran centro de población, de comercio y de industria sobre los sólidos fundamentos del cristianismo”, invitando al pueblo y a las autoridades a construir un nuevo templo “proporcionado al número de sus habitantes y con la decencia que les corresponde”.

            La Municipalidad contestó a la inquietud de Escalada, el 8 de noviembre de 1856, con una ordenanza de ocho artículos, creándose por su intermedio una Comisión para responder al planteo realizado y así encaminar la obra bajo la dirección del arquitecto Aurelio López Bertolamo. Los trabajos se iniciaron el 3 de diciembre de 1860, interviniendo en los detalles la Comisión integrada por Manuel B. Belgrano (sobrino nieto del célebre General), Eduardo Martini (Cura Párroco), Vicente Pereda, Alejandro Brid, Juan Lartigau, Marcelino Riviére, Aureliano Lavié y Martín Abeberry.

La obra quedó habilitada hacia 1863. Sin embargo, el tercer templo emplazado en el mismo lugar nunca estuvo completamente culminado y pronto comenzó a mostrar diferentes problemas en su construcción, los cuales llevarán a que en poco más de treinta años se tome una drástica decisión…

 

Una gran familia

 

El 20 de abril de 1863 Martín contrajo matrimonio en Colonia, Uruguay, con una prima y compatriota suya, la bearnesa Mathilde Etchébéhéré (nacida en 1841). Al poco tiempo, ambos se radicaron en Azul, donde nacieron los nueve hijos que concibieron (dos de los cuales fallecieron al nacer): Arturo Martín Domingo, María Adela, Alberto, Aurelio Francisco, Matilde, Emma  y Alida.

La familia Abeberry se instaló en un domicilio en la calle Alsina 840 entre Tandil y Dolores (actuales Yrigoyen entre España y Leyría). Haciendo un alto en el relato, hay que aclarar que actualmente el número no existe; la vivienda fue remodelada completamente y reenumerada, siendo hoy la sede de la “Liga de Futbol de Azul” bajo el dígito 832.  

 

Francia en el corazón

 

Más allá de que inmediatamente Martín Abeberry se adaptó a las costumbres rioplatenses, siempre preservó un especial afecto por su Patria. De hecho, fue un ferviente impulsor de diversas actividades vinculadas con Francia y sus costumbres.

Al fundarse la “Societé Francaise de Bienfaisance et Secours Mutuels” (“Sociedad Francesa de Beneficencia y Socorros Mutuos”), el 6 de mayo de 1866, Abeberry fue un pilar fundamental de la misma, como así también de la “Unión Francesa”.

A través de la Ordenanza N° 81, del 7 de junio de 1866, se distribuyeron los cargos de los flamantes municipales, siendo Martín Abeberry designado para estar al frente de “Culto e Instrucción Pública”.

 

Créditos para el progreso

 

            En noviembre de 1867 se instaló en Azul el Banco de la Provincia de Buenos Aires, siendo la sexta sucursal creada en el territorio (precedida por San Nicolás, Mercedes, Dolores, Chivilcoy y Lobos). El primer gerente fue Benigno Velázquez.

Los créditos y descuentos que brindaba la entidad debían ser autorizados por una Junta Consultiva la cual, en Azul, estaba integrada por tres destacados vecinos: Blas Dhers, Pablo César Muñoz y Martín Abeberry. Este último era uno de los únicos sesenta y ocho clientes que habían tomado más del 50% de los créditos, lo cual demuestra a las claras el nivel de su actividad económica.

En nuestro pueblo, Abeberry comenzó a desempeñarse como martillero público, de hecho, entre 1870 y 1880 aparecía registrado dentro de una no muy extensa nómina de hombres empleados en casas martilleras o comisionistas.

 

Reglas para el descanso eterno…

 

            Los primeros entierros que se realizaron en el Azul fueron en el Camposanto de la Iglesia Parroquial (en los alrededores inmediatos de nuestra actual Catedral). Sin embargo, cuando las inhumaciones crecieron en número se eligió un predio alejado del casco urbano para instalar una nueva necrópolis. Así se habilitó el Cementerio Municipal (que con los años quedó inmerso en plena ciudad –actuales Necochea y Sarmiento-), el cual a poco más de veinte años de lo que se estima su habilitación, comenzó a presentar serios problemas para la salud de la población.

            En consecuencia, a mediados de 1870, Martín Abeberry presentó un proyecto para determinar  diferentes reglas de salubridad para la sepultura de cadáveres. A grandes rasgos detallaba que para los casos de peste o enfermedad contagiosa, de algún cadáver que se enterrase, no sería permitido tenerlo en bóveda de donde puedan salir “emanaciones nocivas a la salud pública” y además quedó determinado que “no se extraigan estos restos hasta que estén enteramente secos”. El autor agregó que también entraban bajo la disposición los que por entonces “se hallaban en bóvedas en las condiciones referidas”.

            El proyecto fue aprobado el 19 de septiembre de 1870.

            Desde el 9 de octubre de aquel año, los municipales que ocupaban diferentes bancas fueron: Celestino Muñoz, Manuel Leal, Federico J. Olivencia, Ceferino Peñalva, Felipe Fontán y Martín Abeberry.

El 9 de noviembre del mismo año, Abeberry, mediante la Ordenanza N° 109, fue designado al frente de “Policía y Tierras”. El 20 de marzo de 1873, fue confirmado en su puesto por otro par de años.

 

Construyendo el futuro

 

Martín Abeberry fue presidente del primer Consejo Escolar de Azul constituido el 29 de marzo de 1878 (instalado el 4 de abril). Asimismo, dicho órgano administrador estuvo conformado por el escribano Federico J. Olivencia como Secretario; Francisco Ostolaza, Subinspector; Torcuato Soriano y el Padre Bernardino Legarraga como vocales.

El cuerpo se dedicó en especial a mejorar los deficientes edificios escolares y levantó el nivel de la enseñanza primaria un tanto atrasada. Además, realizó el primer censo escolar y creó las primeras escuelas rurales del Partido, las que llegaron a ser siete antes de terminar el siglo.

A pesar de los escasos recursos con los que contaba, el Consejo Escolar, desde sus orígenes se interesó sustancialmente por la formación de una biblioteca en nuestro medio, de acuerdo con lo que el Reglamento respectivo le indicaba. En consecuencia -según se desprende de la Memoria presentada en 1879-, “…Penetrado como se halla de la necesidad de propagar la instrucción de todas las esferas, no podía menos de fijarse en el gran auxiliar de las Bibliotecas Populares, que contribuyen a fomentar y desarrollar la afición a la lectura, y consiguientemente a difundir la ilustración en todas las clases”, desde el Consejo se propuso, al momento de la construcción del edificio de la Escuela Elemental de Varones (calle Burgos entre Yrigoyen y Belgrano; edificio después ocupado por la Escuela Normal Mixta y el Consejo Escolar; demolido para dar lugar a la actual Plaza Coronel Pedro Burgos o “De la Madre”), que se destinen dos salas en la planta baja para una biblioteca pública. Así se ejecutó la obra de acuerdo a los planos trazados por el ingeniero Pedro Bennoit.

 

La salud como prioridad

 

            El 3 de noviembre de 1880, hallándose reunida la Comisión Municipal, el intendente Ceferino Peñalva impulsó la integración de una Comisión especial para promover el establecimiento de un “Hospital de Caridad” en el pueblo. El tema fue muy debatido, sin embargo, tras el fluido intercambio de opiniones, los miembros municipales (Peñalva, Alcántara, Dhers, Lacoste) coincidieron en que era sumamente necesario contar con una institución como tal, para la que era necesaria la cooperación del vecindario.

            Se acordó por unanimidad nombrar para aquél fin a los vecinos Eduardo Plot, Pililiano Boado, Ruperto Dhers, Francisco Echeverría, Pedro Pourtalé, Francisco Cesio, Juan Frers, Pedro Chayer, Juan Vidal, Pedro Girado, Manuel Orqueida, Luis Lacoste y Martín Abeberry.

            Al año siguiente, la Corporación Municipal resolvió que el edificio llevaría el nombre de “Hospital de Caridad de Azul”, y “su administración estará a cargo de una Comisión de Vecinos en la que tomará parte activa un miembro de la Corporación y será renovada por mitades cada año”. Dicha Comisión, controladora de la construcción del edificio, quedó conformada por los reconocidos vecinos: Blas Dhers, Mariano Roldán, Eduardo Plot, Pedro Pourtalé, Francisco Echeverría, Bartolomé Gaviña, Francisco Leyría y Martín Abeberry, para actuar de acuerdo con el arquitecto Manuel Burgos.

 

Representante…

 

En 1883, Martín Abeberry fue nombrado por el Gobierno francés como “Encargado de los negocios de Francia en Azul”, rol en el que se desempeñó hasta el 7 de agosto de 1891, día en el que fue designado como “Agente Consular” o, en otras palabras, “Vicecónsul de Francia en Azul”.

Sin lugar a dudas, era uno de esos hombres a quienes era imposible no apreciar. Su patriotismo elevado dio margen a grandes elogios. Y dos palabras lo describían indudablemente: “Honestidad y Altruismo”.

En los inicios del siglo XX, dada su avanzada edad, Abeberry en reiteradas ocasiones renunció a sus funciones como Vicecónsul, sin embargo, en idéntica cantidad de oportunidades, su dimisión fue desestimada. Fue el más antiguo Agente Consular de Francia en la Argentina.

 

Una obra para Dios

 

            Cuando culminaba el siglo XIX, Azul ostentaba orgullosamente un nivel de crecimiento muy importante en comparación con el resto de las ciudades bonaerenses. Y más allá de diversas falencias o críticas que podían hacer los vecinos, había un problema en el que la gran mayoría coincidían: el estado en que se hallaba la Iglesia Parroquial. El edificio tenía poco más de treinta años de antigüedad y, sin embargo, ya había empezado a mostrar serias deficiencias en su estructura. Inclusive, como no había sido culminada plenamente su construcción, las diferentes partes inconclusas aceleraban el deterioro general.

            Como los vecinos no dejaban de quejarse, fue el cura párroco Agustín Piaggio, quien concibió la idea en 1897 de construir un nuevo templo para la Iglesia Nuestra Señora del Rosario. Así fue como, el 14 de mayo de aquél año, el Sacerdote recibió el apoyo de la Corporación Municipal  y se conformó una comisión integrada por Ángel Pintos, José Berdiñas, Pablo Laclau, Pedro Maschio, Alejandro Brid, Ceferino Peñalva, Joaquín López, Ruperto Dhers, Carlos Clau y Martín Abeberry (quien por entonces se hallaba trabajando como Rematador).

            El nuevo siglo comenzó con la colocación de la Piedra Fundamental (25 de mayo de 1900), en el solar que había quedado totalmente despejado tras la demolición del que supo ser el tercer templo del Azul.

            Abeberry era un asiduo visitante de la obra en construcción y de hecho integró la segunda “Comisión Pro Templo”, acompañado por el Cura Párroco Manuel Pujato y los señores Peñalva, Lacoste, Gauthier, Pedro Ramírez, Vazzano, Naulé, Arieu y Dupleix.

            Nada fue fácil en la tarea emprendida. Hubo marchas y contramarchas; hubo diversos conflictos. La desolación y el abandono temporal de la obra hicieron zozobrar el corazón de muchos, empero tras la llegada del Padre César Antonio Cáneva, la historia religiosa local dio un giro drástico. Y así el 7 de octubre de 1906, se inauguró la actual Iglesia Nuestra Señora de Rosario.

            Martín Abeberry y su familia participaron activamente de los actos inaugurales, sintiéndose honrado de haber formado parte de aquel proyecto emblemático de la comunidad azuleña.

El 31 de marzo de 1913 le fue otorgado por el Gobierno de Francia el título de “Oficial de la Academia de Francia”.


 

Un triste abril…

 

El mes de abril halló a Martín con su salud quebrantada, a tal punto que su cumpleaños poco tuvo de festivo. Y tal vez por esa razón las crónicas de la época registran que al momento de morir tenía un año menos de los que en verdad había alcanzado.

El día 8 arribó a los 82 años, empero no alcanzaría a pasar una semana para que aconteciera el tristísimo desenlace.

El 14 de abril de 1918, Martín Abeberry falleció en su domicilio de la calle Alsina 840.

Los miembros de la “Sociedad Francesa de Beneficencia y Socorros Mutuos”, al conocer la noticia del deceso, se reunieron y resolvieron enarbolar la bandera nacional a media asta en la sede de la institución, guardando un minuto de silencio en su homenaje. Asimismo, se envió un ramo de flores naturales a la Iglesia donde se llevó a cabo el responso y le mandaron a la viuda una nota de pésame.

El señor Adolfo Vilatte, quien fuera íntimo amigo de don Martín y miembro de la “Sociedad Francesa”, fue designado para hacer uso de la palabra en el Cementerio Central de Azul. El féretro fue transportado a pulso desde la Iglesia. Sus restos fueron inhumados en la bóveda de la familia Pourtalé.




    Hasta el día de la fecha (9 de abril de 2024) se desconocían retratos o fotografías de MArtín Abeberry. Sin embargo, gracias a la generosidad de su bisnieta Beatriz Abeberry, que se puso en contacto conmigo tras leer la nota, desde hoy su daguerrotipo ilustrará este artículo: 













Firma de Martín Abeberry, que fuera estampada en diversos documentos de relevancia para Azul y su desarrollo.