domingo, 25 de abril de 2021

Un Santo por las calles azuleñas

                                 Un Santo por las calles azuleñas


El franciscano español, Pascual Fortuño, estuvo en nuestra comunidad durante un lustro, atendiendo con esmero y dedicación a los niños alojados en el Asilo “San Antonio”, el primer colegio privado de varones que existiera en Azul a comienzos del siglo XX. El mártir, que fuera asesinado en la madrugada del 8 de septiembre de 1936, se encuentra en camino a la canonización.


Por Norma Iglesias y Eduardo Agüero Mielhuerry

 

Pascual Fortuño Almela nació el 3 de marzo de 1886 en Villarreal, La Plana, provincia de Castellón, España. Fue hijo de Joaquín Fortuño y María Gracia Almela.

A la edad de doce años ingresó en el seminario menor franciscano de Balaguer (Lérida), perteneciente a la Provincia franciscana de Cataluña, donde comenzó sus estudios, los que terminó en el seminario menor de Benissa (Alicante), perteneciente a la Provincia franciscana de Valencia. Vistió el hábito franciscano en la casa noviciado de Santo Espíritu del Monte (Gilet-Valencia) el 18 de enero de 1905, y allí mismo hizo la profesión religiosa el 21 de enero de 1906. Cursados los estudios de filosofía y teología en el Estudiantado franciscano de Onteniente (Valencia), recibió la ordenación sacerdotal el 15 de agosto de 1913 en Teruel.

Tras su ordenación, los superiores lo destinaron al seminario menor de Benissa como educador de los niños de la Provincia. Cuatro años estuvo dedicado a este ministerio, pues en 1917 fue destinado al servicio de la Custodia de San Antonio, en Argentina, dependiente entonces de la Provincia franciscana de Valencia; durante cinco años estuvo ejerciendo con ejemplaridad el ministerio sacerdotal en la casa del Azul.

 

Asilo “San Antonio”, una obra monumental

 

El 17 de marzo de 1904 se reunió la Comisión Directiva de la “Pía Unión de San Antonio”, la cual era presidida por la señora Úrsula Vásquez de Zapata. En dicha reunión se hizo evidente la necesidad de fundar un asilo para niños huérfanos, a imagen y semejanza del “Sagrado Corazón” dedicado a las niñas.

En el acta de constitución, del 18 de septiembre de 1906, quedó definitivamente resuelta la adquisición del terreno ubicado en la calle Dolores entre Entre Ríos y Córdoba (las actuales Gral. Francisco Leyría entre Dr. Alfredo Prat e Intendente Dr. Ernesto M. Malére).

El 2 de junio de 1907 se colocó la Piedra fundacional, bendecida por el Obispo de La Plata, Monseñor Francisco Alberti. A pesar de la fría jornada, una nutrida concurrencia acompañó la ocasión en la que la señora Vásquez de Zapata hizo uso de la palabra. A su lado, el Padre Cáneva sonreía henchido de emoción frente a la gran obra que avizoraba en beneficio de la comunidad y los más desprotegidos.

Tras varios contratiempos, el Asilo de Huérfanos “San Antonio”, fue inaugurado el 1 de octubre de 1911, bajo la presidencia de María Gómez de Enciso, quien sumó así una obra más al servicio de los niños sin hogar.

Siempre se procuró la educación de los niños desde una faz práctica, por ejemplo, en su imprenta se confeccionaba La Revista, órgano de difusión de las diversas obras. Éste semanario, que alcanzó los dos mil ejemplares por número, comenzó a publicarse en abril de 1915 y tuvo una existencia de más de treinta y cinco años. Vale destacar que todo lo producido por la venta de la misma estaba destinado a los dos Asilos.

Algún tiempo después, gracias a la contribución de la señora Rufina de Martínez Berdes, el 5 de noviembre de 1916, se inauguró la iglesia de “San Antonio”.

El Asilo “San Antonio” fue el primer colegio privado católico para varones de Azul, dirigido y conducido por sacerdotes. La atención de los asilados y el trabajo interno del Establecimiento estuvieron en un principio a cargo de los presbíteros Ramón Pinillos y Luis D’Agostino, quedando a cargo posteriormente de los Padres Franciscanos, luego los Benedictinos y finalmente los padres Antonio Cano Blanco y Francisco Gallardo.

 

Azul en 1917

 

La labor que le tocaría al Padre Pascual al llegar al Azul sería “puertas adentro”, atendiendo a los niños huérfanos o abandonados que allí eran cobijados, educándolos en el catecismo, las primeras letras o en los diversos oficios que sin dudas se constituirían en una herramienta de desarrollo para el futuro laboral de los niños cuando ya adultos debieran salir “al mundo”. Precisamente en 1917, año en el que el Padre llegó a Azul para colaborar y atender el Asilo, se inauguraron los talleres de imprenta, encuadernación, sastrería, zapatería y carpintería.

El periódico “El Imparcial”, conducido por los hermanos José María y Eduardo Guillermo Darhanpé, conductores del periódico y miembros activos de la Logia Masónica “Estrella del Sud” Nº 25 que aún operaba por entonces en nuestro medio, varió considerablemente su tono crítico y anticlerical al hablar del Asilo y señalar que se trataba sobre todo de una escuela la que funcionaría en el asilo que debía ponerse “…bajo la protección del vecindario caritativo y generoso… pues venía a llenar una necesidad cada día más sentida en esta población”. A pesar de las posturas adversas de algunos órganos de prensa, el Asilo San Antonio encarnó un proyecto diferente; para los varones se pensó en una solución más integral por medio de la cual al dar albergue, educación y formación en hábitos morales y conocimientos básicos de lectoescritura, se sumaron los talleres de artes y oficios para los hijos de padres trabajadores que, no pudiendo atenderlos personalmente, en cambio, sí se preocupaban por el destino de sus hijos.

            Inmerso en una sociedad cada día más compleja y muchas veces a cada paso más contradictoria, el Asilo llevó adelante muy dignamente su labor, viéndose en poco tiempo resultados positivos de su labor. De hecho, a los pocos años de su inauguración se comenzó a proyectar su ampliación (concretada en 1925 con la construcción de una planta alta en la que se albergaron a 40 internos más).

            El Padre Pascual trabajó arduamente durante el lustro que estuvo radicado en Azul. Su accionar fue sumamente destacado y muy recordado por aquellos que estuvieron bajo sus enseñanzas.

            El último acto público al que asistió el Padre Pascual antes de retornar a su patria, fue la bendición del Altar Mayor de la actual Catedral Nuestra Señora del Rosario. La consagración fue el 24 de mayo de 1921, de la mano del Obispo Dr. Santiago L. Copello, acompañado por el Padre César Antonio Cáneva y una multitud que se estimó en 5.000 almas, entre los que se contaron a varios asilados del “San Antonio”.

 

Volver a las  raíces…

 

De regreso en su patria, Pascual se dedicó de nuevo a la formación de los alumnos del seminario de Benissa. Estuvo luego en el convento de Pego y durante algún tiempo fue morador del convento de Segorbe.

Ya establecida la II República en España, en 1931 fue nombrado Vicario del Convento-Noviciado de Santo Espíritu del Monte, en Gilet-Valencia, donde lo sorprendió la persecución religiosa de 1936.

En los años de ejercicio del ministerio sacerdotal fue asiduo al confesonario y prudente director de almas. Como predicador de la palabra de Dios, se preparaba con esmero y tesón. Fue también director de ejercicios espirituales, y muy solicitado por las religiosas para pláticas espirituales de formación. De hecho, de su dedicada labor se preservan treinta y cinco cuadernos con sus apuntes.

El 18 de julio de 1936, tuvo que dejar el monasterio de Santo Espíritu, como sus hermanos de hábito, y refugiarse en Vila-Real. Pasados los primeros días en casa de sus padres, para mayor seguridad se trasladó con su familia a una casa de campo, donde permaneció algo más de un mes.

Ante la inseguridad con que incluso allí vivían, se refugió de nuevo en el pueblo, en casa de su hermana Rosario, donde más tarde fue detenido. Singularmente elocuente fue el diálogo que mantuvo con su madre, según contara una sobrina del mártir: “…su anciana madre le dijo llorando: ‘Adiós, adiós, hijo mío, ya no te volveré a ver’. A lo que el Pascual contesta: ‘No llores, madre, pues, cuando me maten, tendrás un hijo en el cielo. Tú me preguntas que a dónde voy: me voy al cielo’”. En Vila-Real, como por todas partes, irrumpió con violencia la persecución religiosa: fueron asesinados muchos sacerdotes y religiosos, quemados los templos. En este ambiente de odio y persecución religiosa, el Padre Pascual fue detenido en casa de su hermana el día 7 de septiembre, y encarcelado en el cuartel de la Guardia Civil.

Testigo de excepción del tiempo que estuvo en la cárcel el Padre Pascual y de los malos tratos que allí recibió fue don Julio Pascual, que se encontraba en la misma cárcel, y a quien el Beato hizo varias premoniciones: “A usted no le pasará nada. Yo sé positivamente a dónde voy: estoy destinado al martirio; diga a mis hermanos que voy conformado al martirio; que recen mucho por estos pobres hombres”. Don Julio recordó toda su vida estas palabras y las repitió con devoción, pues se cumplió lo que el Padre Pascual le había dicho. También él fue llevado al patíbulo de la muerte, del que pudo escapar y sobrevivir.

 

 

Un arma blanca contra un alma pura

 

 

A los 50 años de edad, el Padre Pascual Fortuño fue asesinado la madrugada del día 8 de septiembre de 1936, en la carretera entre Castellón y Benicásim. Refieren los testigos de la época que, una vez conducido al lugar de su fusilamiento y cuando trataban de ejecutarlo, las balas “rebotaban” sobre su pecho y caían al suelo. Ante este hecho, el mártir dijo a quienes le disparaban: “Es inútil que disparéis; si queréis matarme, tiene que ser con un arma blanca”. Por eso, le hundieron una bayoneta en el pecho.

Sus ejecutores quedaron muy impresionados y asustados: “Hemos hecho mal en matarlo -decían-; era un santo. Si es verdad que hay santos, éste es uno de ellos”.

Su cadáver fue trasladado al cementerio de Castellón y enterrado en el suelo, en fosa individual.

El 3 de noviembre de 1938, liberada ya Vila-Real por el ejército del general Franco, los restos del Padre Pascual fueron exhumados, reconocidos y trasladados al Cementerio de su pueblo natal, que les dispensó un fervoroso y popular recibimiento, siendo depositados en el panteón de los franciscanos.

En agosto de 1967, introducida su causa de beatificación, los restos del mártir fueron trasladados a la iglesia de los franciscanos de la misma ciudad.

El 11 de marzo de 2001 el Papa Juan Pablo II beatificó a 233 mártires de la Guerra Civil Española, que tienen en común, además, que fueron asesinados en la región de Valencia, España, o por proceder de esa región su causa de beatificación fue cursada en este grupo.

Justamente, el nombre del Beato Pascual Fortuño, quien caminara por las calles del Azul brindando amparo a los menesterosos, se halla en la lista de mártires que dieron testimonio cruento de su fe en el contexto histórico de la Guerra Civil Española.





1 comentario: