El Hotel de “El Potrillo”
En los últimos años del
siglo XIX y los primeros del XX, millones de europeos emigraron al continente
americano. Puntualmente, más de tres millones y medio de españoles emigraron en
los últimos veinte años del siglo XIX, la mayoría de ellos gallegos, vascos y
asturianos. Con sus últimos ahorros se pagaban los pasajes, en la mayoría de
los casos sin retorno, a la tierra prometida. América era la gran promesa. Tres
semanas era el tiempo promedio que duraba por entonces el viaje. La decisión de
embarcarse no era fácil. Sin embargo, muchos huían del hambre, de la miseria,
de la clandestinidad y del servicio militar obligatorio. Muchos llegaron a la
Argentina próspera, “de las vacas gordas”, donde una semilla se convertía en un
vergel prometedor. Pero nada fue tan sencillo…
En
Roncesvalles
Pedro
María Yturralde había
nacido en Roncesvalles, Navarra, España, el 18 de diciembre de 1873.
Era hijo de Pedro Juan Yturralde y Juana Martina Echeverría,
unidos en matrimonio el 21 de noviembre de 1859. Bautizado al día siguiente de
su nacimiento en la Iglesia de la Colegiata Santa María de Roncesvalles, tuvo
siete hermanos: Pedro Javier (1860; falleció a los pocos años), José Félix
(1862), Ángel Esteban (1863; falleció a temprana edad), Julia Balbina (1866),
Martín Gregorio Santiago (1868), Juana (1869) y Tomás Martín José (1871).
Pedro
era el menor de una numerosa familia, y su frágil vida comenzó en medio de la
invasión de las tropas carlista a Navarra provenientes de Francia, en pleno
desarrollo de la tercera guerra carlista (1872-1876), la causante de la
destrucción del hogar de los Yturralde.
Don
Pedro Juan trabajaba rudamente en el campo. Todos sus hijos, sin importar sus
edades, ayudaban en el establecimiento, arreando vacas, dándoles pienso,
llevando el rebaño a los corrales, ordeñando a las ovejas y vacas, levantando
el heno o removiendo la tierra, entre otras tantas tareas. Cada ayuda era
valiosa.
Nuevamente
embarazada, Juana Martina se quedó sola con su pequeño hijo Pedro
María, haciendo las tareas del hogar, sin sentirse en condiciones de acompañar
a los demás al campo. Aquél sería un día funesto… Caía la tarde cuando Pedro
Juan volvió con sus hijos a su humilde vivienda para descubrir una escena
dantesca. El pequeño lloraba desconsoladamente lejos de comprender lo que
sucedía. Todos se alborotaron y Pedro Juan se quebró en llanto desgarrador al
ver a su esposa asesinada por los invasores carlistas que atacaron arteramente
el pueblo.
Todo
lo que había sido armonía y amor se desplomó rotundamente. Angustiado, el padre,
Pedro Juan, se dejó vencer por el desaliento y la enfermedad.
Murió en 1880.
La
zona norte de España se cubre de nieve, por lo menos, de diciembre a marzo. No
se derrite del todo en las altas cumbres, a pesar de que, en los valles
inferiores, los Pirineos se cubran de hierba verde y florcitas. En la parte
llana, al pie de las elevaciones montañosas y de las grutas que albergan a
pastores y ovejas en el invierno, se levantan las villas y los pueblos donde
crecen los sembrados navarros. Las neblinas abundan todo el año, dibujando y
desdibujando permanentemente el paisaje.
Entre
el humilde caserío, emerge imponente y majestuosa la Real Colegiata de Santa
María de Roncesvalles, del siglo XIII, hermosa construcción, Iglesia y
Monasterio, donde Pedro María fue bautizado y daría sus primeros pasos en la
orfandad.
Los
hermanos mayores ampararon al niño como pudieron durante algún tiempo. Las
niñas eran pequeñas. José, el mayor, tomó las riendas de la casa y dispuso las
tareas de cada uno en el campo, los animales y los sembrados. Trató de seguir
por el camino que hubieran tomado sus padres; Pedro fue a la escuela del
pueblo. Pero los tiempos no eran pacíficos dadas las distintas luchas en la
región.
Tomás
Martín José
decidió apostar a pesar de la incertidumbre; dejó atrás su pueblo natal,
marchándose a California, Estados Unidos.
Los demás
hermanos comenzaron a sentirse acorralados por las circunstancias. Demasiadas
bocas para alimentar, poca fuerza de trabajo, bajos rendimientos y un ambiente
hostil, con el potencial riesgo de que los mayores fueran enrolados en la
milicia o terminaran convertidos en curas o monjas. Nadie tenía el futuro
asegurado, salvo Pedro María que fue internado como pupilo en la Colegiata…
Su
estadía en la Colegiata no fue algo que a menudo quisiera recordar. La vida
entre muros marcó tanto a Pedro María como la soledad que lo agobiaba a pesar
de los religiosos, los otros pupilos, los rosarios y los rezos permanentes.
Sólo algo se convertiría en su sitio dilecto. Junto al templo se levantaba un frontón,
una espléndida construcción para el juego de pelota vasca, deporte típico.
Horas y horas se esfumaban en el repiquetear de la pelota…
Uno a
uno se fueron los hermanos mayores; José Félix, que
se instaló en la zona de Azul, fue quien arribó primero y costeó el pasaje de
los demás. Martín Gregorio Santiago se radicó en Colonia Hinojo,
Olavarría. Julia Balbina y Juana vivieron en Azul y
en la Capital Federal, respectivamente.
Los
varones trabajaron como jornaleros y tamberos. José Félix pronto se casó, en
1889, comprando al mismo tiempo una chacra
similar en extensión a la que habían tenido en Navarra. Mas para completar su
felicidad llegó el momento de traer al menor de la familia Iturralde,
tal como los anotaron en la Argentina.
Esos
rostros que tanto había añorado, que recordaba un poco diferentes, volvieron a cobijarlo,
alejando aquella soledad que lo había abrumado. Igual nunca nadie, salvo alguna
nieta, lograrían quebrar su silencio y pocas veces traían del horizonte lejano
su mirada perdida… Pedro María comenzó a trabajar en el campo, haciéndose
fuerte como lechero. Mas la vida lo sorprendería… Se enamoró de
una joven navarra, de Ituren, que había venido al Azul con sus hermanos
Lorenza, María y Juan Cruz, a servir en casa de unos parientes lejanos, los
Aztiria, donde Pedro María llevaba productos rurales con frecuencia…
Cuando la Iglesia “Nuestra Señora del Rosario”
funcionaba temporalmente en la esquina oeste de Burgos y Bolívar (porque se
estaba construyendo la actual Catedral), Pedro María contrajo
matrimonio, el 29 de enero de 1903, con su coterránea Lucía Antonia Maiticorena
(nacida en 1879; hija de José Ramón y Tomasa Micheo). Tuvieron ocho hijos:
María (27 de octubre de 1903), Julia (8 de mayo de 1905), Sara Evelia (14 de
julio de 1908), Juan (24 de enero de 1909), Gabriel (19 de noviembre de 1910),
María Ana (20 de octubre de 1912), Irma Angélica (20 de octubre de 1914) y
Pedro Héctor (23 de marzo de 1916).
Los
radicados en las chacras o en el campo, se hospedaban en el Hotel cada vez que
venían al pueblo para ver al médico, hacer negocios y compras o realizar
trámites. Muchas mujeres vascas dieron a luz a sus hijos en la fonda, ayudadas
por Lucía Antonia que no era partera, pero que sabía mucho por su propia
experiencia.
En la
fonda hubo festejos de bodas y llantos de velorios, porque los vascos usaban la
casa para celebrar los casamientos y velar sus muertos.
La
familia tenía una chacra en cercanías de la actual Ruta Provincial N° 51 y su
cruce con la Av. Manuel Chaves. Pedro iba en sulky todos los días a buscar la
materia prima para la comida de la fonda. Allí se criaban vacas lecheras,
engordaban cerdos y se hacía una huerta. De allí provenían la leche, la
manteca, las verduras y las carnes; de hecho, las faenas de cerdos eran fechas
de mucha actividad en la producción de embutidos y jamones.
La
cancha de Roncesvalles en Azul
La
fama de la fonda y el hotel fue ampliamente opacada por la de la “Cancha de
Iturralde”. Disímiles en muchos sentidos, Pedro María evocó siempre en el
frontón azuleño aquel histórico del Monasterio donde pasó los momentos más
difíciles de su vida. Aquella soledad se había transformado radicalmente en
Azul.
Los
días en que había partidos importantes, la fonda se convertía en un hervidero.
Por un lado, Lucía Antonia, su esposa, dirigía la casa y la comida; por otro,
las muchachas ya crecidas ayudadas por empleadas y primas iban por las
habitaciones alistando camas y toallas limpias.
Los
clientes llegaban temprano, a preparar el juego y a tantear las apuestas. Todos
tomaban Vermouth con Fernet, o Vermouth con Bitter Secrestad; comían bifes y
chorizos, jugaban a las cartas; controlaban a los posibles apostadores o
formaban parejas de juegos.
El
juego de pelota terminó siendo para Pedro y para todos los dueños de frontones,
una verdadera industria del juego, con apuestas de todo tipo (por copas,
comidas o por dinero). Pedro siempre obtuvo rédito de todas, porque tanto
jugadores como apostadores tomaban las copas de su bar, almorzaban o cenaban
las comidas de su fonda, pagaban por el uso de la cancha de pelota y por las
toallas limpias para el baño después del partido, y hasta algunos dormían en su
Hotel.
Pedro
tenía en su fonda, además, una mesa especial para el “Mus”, juego
al que eran adictos los vascos, con el uso de cartas españolas y señas (con
gestos y manos). Muchas veces se tornaban tan efusivos los jugadores que desde
la calle podían oírse los gritos de “envido”, “quiero” u “órdago”,
clásicos del “Mus”. Su famosa mesa de “Mus”, ubicada en una esquina del bar,
cuando Pedro ya no estuvo, fue a parar a manos de otro vasco, Pedro Garay, dueño del
boliche “El sapo” en el Camino Viejo a Tandil.
Pelota
a paleta
La
pelota a paleta es una especialidad de pelota vasca, practicada en frontón,
nacida en Argentina. Este deporte consiste en hacer rebotar una pelota contra
el frontis para complicar la devolución del rival, el cual debe emplear todas
sus destrezas para rescatar el envío y continuar la jugada. Los contrincantes,
que pueden jugar de modo individual o por parejas, también buscarán complicar
los lanzamientos haciendo botar la pelota más de una vez en zona “buena”, o
tratando de que la misma pique y se vaya fuera de la cancha.
Hay un
acuerdo general al momento de afirmar que la creación de este deporte le
corresponde al vasco francés –nacido en Baigorry-, Gabriel “Sardina” Martirén,
que, radicado en Argentina, poseía un establecimiento rural en la localidad de
Burzaco.
“Sardina”
jugaba a la pelota contra una pared de su tambo, con las manos o hasta con
platos de metal a los que empuñaba como paleta para pegarle fuerte a la pelota.
Sin embargo, hacia 1905, comenzó a usar las paletas u omóplatos de ganado
vacuno como raquetas. A Martirén se le ocurrió moldear el hueso de alguna
osamenta, pulirlo y darle forma y así jugar para poder pegarle mejor a la
pelota. El invento se hizo popular e inmediatamente fue replicado. Entonces,
llegó el momento de perfeccionar la creación y así fue como los huesos pasaron
a ser maderas –tablas tomadas de un cajón en el que se embalaban bidones de
kerosene-, moldeadas adecuadamente. Martirén
preparó dos pares de paletas y en la cancha de Pedro Legnis, en Burzaco,
se disputó el primer partido de pelota a paleta, estrenando el rutilante
invento que, con escasas modificaciones, se sigue fabricando y utilizando hasta
la actualidad. El innovador jugador también cambió la pelota de tenis sin
gamuza, que se usaba inicialmente, por una pelota de caucho compacto, que se
conoce popularmente como “la negrita”.
En el
Azul, la práctica del deporte adaptado de los vascos era recurrente y contaba
con varios sitios emblemáticos donde se lo desarrollaba. Tal vez la cancha que
hasta entonces mayor notoriedad había alcanzado era la de Miguel Olasagasti
donde, además de jugar algunos partidos, almorzó la Junta Revolucionaria
encabezada por Hipólito Yrigoyen durante la Revolución Radical de 1893 iniciada
desde Azul.
El
futuro Campeón Nacional
En otro
tramo de su exquisito libro, el Dr. Sarramone resalta:
“Hasta 1920, la atracción del barrio y de la ciudad era la cancha de pelota a paleta del vasco Pedro Iturralde… Sin tener en cuenta las casas de prostitución de la zona, que asentaban sus reales en los alrededores del Molino Marconetti, hoy Molino Nuevo…”
Alfredo Miguelez, quien llegaría a ser Campeón Nacional de pelota a paleta en 1943, mucho antes, cuando daba sus primeros pasos con unos catorce o quince años decidió “salir al mundo”. Así, dejó atrás definitivamente su Dionisia natal para ganarse la vida, buscando las posibilidades de laborales que ofrecía el campo y siguiendo sus impulsos juveniles, anduvo viajando por numerosos lugares. Sin saberse la fecha precisa, trabajando de pueblo en pueblo, alguna vez Alfredo hizo sus primeras incursiones por Azul. Entabló amistad con el vasco Pedro Iturralde, dueño del Hotel donde el “Paisano” elegiría por costumbre para hospedarse.
En la
mítica y concurrida cancha, Alfredo jugaría numerosas veces con Juan,
el hijo del dueño, con quien entablaría una gran amistad.
Juan
Iturralde (1909-1991)
era empleado de “Piazza
Hermanos e Hijos”, por lo que viajaba con frecuencia a distintos puntos
de la provincia vendiendo suelas, cueros y otros productos de la firma. Un día,
viajando hacia Chascomús, cruzó a Alfredo que iba en un carro en la misma
dirección. Conversaron brevemente y Alfredo le pidió que no dijera que se
conocían y mucho menos que hablara sobre su capacidad en la pelota a paleta.
Olfateando la picardía, Juan guardó silencio y tiempo después descubriría en
anécdotas las costumbres de su amigo. Llegado a la ciudad, Alfredo fue a un bar
con cancha de pelota a paleta; allí se puso a beber y conversar con unos
parroquianos y pidió jugar. Simuló no saber hacerlo, pegándole mal, tirando la
pelota afuera. Cuando varios se convencieron de que el forastero era un
desastre, se animaron a apostar, pensando en que le ganarían fácilmente. Cuando
llegó la hora de la verdad, Alfredo hizo un partido pésimo… se dejó ganar… El
segundo fue un poquito más parejo, pero malo. También perdió. En el tercero,
cuando las apuestas eran suculentas, Alfredo desplegó toda su maestría y se fue
de la ciudad con una muy importante suma de dinero frente al asombro de quienes
antes lo habían visto hacer desastres en el trinquete como buen inexperto que
parecía. Aquella era la forma de Alfredo de mejorar su economía, yendo de
pueblo en pueblo, de cancha en cancha... Muchas veces, cuando el trabajo en las
cosechas o en el campo en general no alcanzaba, la pelota a paleta se convertía
en un buen medio de sustentación. Las apuestas eran tan comunes como necesarias
para incentivar a los jugadores. Alfredo y Juan volverían a cruzarse
por los caminos bonaerenses y no serían pocas las oportunidades en las que
harían dupla para disputar algún partido. Obviamente, donde no los conocían, la
estrategia se repetía. La picardía era necesaria…
En
otro ámbito, como si el barrio no fuera ya suficiente foco de actividades
comerciales y deportivas, sería también testigo del romance de Juan
Iturralde con su vecina, Angélica Mendivil, con quien se
casaría y tendría dos hijos: María Angélica y Juan Pedro.
Los hermanos Iturralde se visitaban con alguna frecuencia, pero al único que no vieron más fue a Tomás, radicado en los Estados Unidos.
Al
principio se comunicaban con regularidad, pero las cartas con el matasellos de
California se fueron espaciando, hasta que no llegaron más. El silencio y la
incomunicación se hicieron largos. El recuerdo y la añoranza seguían siempre
clavados como espinas en el alma de los hermanos, pero se resignaban y
callaban.
Una
mañana, temprano, Pedro fajinaba copas mientras su esposa organizaba lo que
sería el almuerzo en la cocina; las hijas ponían las mesas en el comedor; las
sobrinas arreglaban las habitaciones y las otras muchachas trabajaban en la
pieza de lavado y planchado. Todo marchaba con normalidad hasta que, de pronto,
un mateo se detuvo junto al cordón de la vereda de calle Bolívar. Desde
adentro, Pedro pudo atisbar a un viajero que pronto descendió, depositando en
el suelo la maleta y el baúl que traía, ayudado por el cochero. “El
Potrillo” miró hacia la entrada de su hotel. Por su indumentaria, el recién
llegado no parecía de la zona; traje oscuro, guantes, galera y bastón. Tras
saludar cordialmente, el visitante pidió una habitación para pasar unos días. Observando
la vestimenta y modales del visitante, creyó oportuno decirle que no había
lugar, pues “desentonaba”; no se lo podía imaginar jugando al “Mus” o entre los
griteríos de los pelotaris, ni comiendo morcillas y huevos fritos después de un
aperitivo. “Está todo ocupado. No tengo lugar, caballero” fue la rápida
respuesta que Pedro esgrimió. La réplica inmediata fue: “¿Así que no tienes
lugar para un hermano que ha venido a verte desde tan lejos?”. El rostro de
Pedro se iluminó con una enorme sonrisa. Frente a él, extendiendo los brazos,
estaba su hermano Tomás. Se abrazaron fuertemente y lloraron de felicidad. La
familia estuvo varios días de celebración.
Últimos
años…
En la edición del año 1942
del “ANUARIO KRAFT” se publicitaban diferentes hoteles azuleños,
entre los que figuraba el “Hotel Comercio, de Pedro Iturralde, Bolívar 952”.
Clásica
se había hecho en el barrio de la Estación de Azul la figura algo engrosada de
Pedro María, de un Pedro mayor, hecho todo un señor padre de familia, con su
camisa arremangada invierno y verano, y el repasador sobre el hombro izquierdo
dispuesto a enjuagar las copas en el cuentón del bar.
Muy
temprano por la mañana la tarea comenzaba con el desayuno; a media mañana los
vascos hacían la Chingarra o “almuerzo chico” con chorizos, morcillas, papas y
huevos fritos.
Para
el almuerzo, Lucía y la cocinera preparaban sopas, pescado, bacalao, guisos,
puchero, polenta, porotos y garbanzos. Finalmente, la opción era fruta o queso
y dulce. Algunas veces, budín de pan.
A
media tarde merendaban café con leche y, a la hora de cenar, que no era nunca
muy temprano porque lo hacían después de los partidos de pelota, comían bifes a
la plancha con ensalada y huevos fritos.
La
rutina siempre era quebrada por los partidos de pelota a paleta, porque ninguno
era igual a otro. Y eso mantenía viva la chispa de “El Potrillo”.
Pedro María Iturralde falleció
el 26 de agosto de 1948. La fonda y el “Hotel Comercio” cerraron al
poco tiempo… Hoy ya
forman parte del pasado. Pero al recordarlos se conjugan en la memoria
historias de inmigrantes, de luchas y suena en el aire el repiqueteo de la
pelota contra el frontón que ya no existe…
le fuera obsequiada a su nieto, Alberto Rey.
Eduardo Agüero, sos un genio!!! Cuánta historia de mi querido Azul!! La narración...impecable como siempre!! TE FELICITO!!! Tenemos un gran historiador del Azul. Tomaste la Posta de otros que te antecefieron
ResponderEliminarAnónimo NO! Soy Juan María ONETTI!! Un abrazo
ResponderEliminarHistorias de vida muuy interesantes q nos ayudan a conocer la historia, personajes y emprendimientos de nuestro querido Azul; gracias
ResponderEliminarMe encantan tus historias de nuestro Azul querido!!!!
ResponderEliminarFelicitaciones Eduardo, muy completo y documentado tu relato. ¿Sigue en pie esa propiedad donde estuvo el hotel? Después de leer este artículo artículo me dan ganas de comprar tus libros.
ResponderEliminarEs la esquina de A.T.E. bastante modificada... Si te interesa alguno de mis libros contactate al 2281667670
EliminarRecuerdos de infancia. De la fonda de Iturralde y Palillo tengo gratos recuerdos. De "los chicos"
ResponderEliminarRey también. Eran sobrinos y vivían en la esquina O
En el almace
. n el las esquina Oeste.
Soy Elma Iglesias. Una de mis tías hizo su fiesta da cásamiento ahí. El l de marzo de 1947.
EliminarQué lindo dato Elma!!! Te quiero mucho!!!! Gracias por tanta amabilidad!!!
EliminarHermosos recueros volvieron a mi depúes de leer esta historia . En la foto esta Francina Dours de Ponthot, mi abuela al lado de Lucia amigas y vecinas Recuerdo la instalacioes del hotel ya a cargo de Paolillo porque era muy amiga de sus hijas @seguidores Susana Paolillo y Maria Elena
ResponderEliminarGracias Seño!!!!! Muy lindos datos!!!
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