domingo, 22 de junio de 2025

Historias de hoteles: EL HOTEL DE "EL POTRILLO"

                                                 El Hotel de “El Potrillo”



En los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, millones de europeos emigraron al continente americano. Puntualmente, más de tres millones y medio de españoles emigraron en los últimos veinte años del siglo XIX, la mayoría de ellos gallegos, vascos y asturianos. Con sus últimos ahorros se pagaban los pasajes, en la mayoría de los casos sin retorno, a la tierra prometida. América era la gran promesa. Tres semanas era el tiempo promedio que duraba por entonces el viaje. La decisión de embarcarse no era fácil. Sin embargo, muchos huían del hambre, de la miseria, de la clandestinidad y del servicio militar obligatorio. Muchos llegaron a la Argentina próspera, “de las vacas gordas”, donde una semilla se convertía en un vergel prometedor. Pero nada fue tan sencillo…

  

En Roncesvalles

  

Pedro María Yturralde había nacido en Roncesvalles, Navarra, España, el 18 de diciembre de 1873. Era hijo de Pedro Juan Yturralde y Juana Martina Echeverría, unidos en matrimonio el 21 de noviembre de 1859. Bautizado al día siguiente de su nacimiento en la Iglesia de la Colegiata Santa María de Roncesvalles, tuvo siete hermanos: Pedro Javier (1860; falleció a los pocos años), José Félix (1862), Ángel Esteban (1863; falleció a temprana edad), Julia Balbina (1866), Martín Gregorio Santiago (1868), Juana (1869) y Tomás Martín José (1871).

Pedro era el menor de una numerosa familia, y su frágil vida comenzó en medio de la invasión de las tropas carlista a Navarra provenientes de Francia, en pleno desarrollo de la tercera guerra carlista (1872-1876), la causante de la destrucción del hogar de los Yturralde.

Don Pedro Juan trabajaba rudamente en el campo. Todos sus hijos, sin importar sus edades, ayudaban en el establecimiento, arreando vacas, dándoles pienso, llevando el rebaño a los corrales, ordeñando a las ovejas y vacas, levantando el heno o removiendo la tierra, entre otras tantas tareas. Cada ayuda era valiosa.

Nuevamente embarazada, Juana Martina se quedó sola con su pequeño hijo Pedro María, haciendo las tareas del hogar, sin sentirse en condiciones de acompañar a los demás al campo. Aquél sería un día funesto… Caía la tarde cuando Pedro Juan volvió con sus hijos a su humilde vivienda para descubrir una escena dantesca. El pequeño lloraba desconsoladamente lejos de comprender lo que sucedía. Todos se alborotaron y Pedro Juan se quebró en llanto desgarrador al ver a su esposa asesinada por los invasores carlistas que atacaron arteramente el pueblo.

Todo lo que había sido armonía y amor se desplomó rotundamente. Angustiado, el padre, Pedro Juan, se dejó vencer por el desaliento y la enfermedad. Murió en 1880.

La zona norte de España se cubre de nieve, por lo menos, de diciembre a marzo. No se derrite del todo en las altas cumbres, a pesar de que, en los valles inferiores, los Pirineos se cubran de hierba verde y florcitas. En la parte llana, al pie de las elevaciones montañosas y de las grutas que albergan a pastores y ovejas en el invierno, se levantan las villas y los pueblos donde crecen los sembrados navarros. Las neblinas abundan todo el año, dibujando y desdibujando permanentemente el paisaje.

Entre el humilde caserío, emerge imponente y majestuosa la Real Colegiata de Santa María de Roncesvalles, del siglo XIII, hermosa construcción, Iglesia y Monasterio, donde Pedro María fue bautizado y daría sus primeros pasos en la orfandad.

Los hermanos mayores ampararon al niño como pudieron durante algún tiempo. Las niñas eran pequeñas. José, el mayor, tomó las riendas de la casa y dispuso las tareas de cada uno en el campo, los animales y los sembrados. Trató de seguir por el camino que hubieran tomado sus padres; Pedro fue a la escuela del pueblo. Pero los tiempos no eran pacíficos dadas las distintas luchas en la región.

Tomás Martín José decidió apostar a pesar de la incertidumbre; dejó atrás su pueblo natal, marchándose a California, Estados Unidos.

Los demás hermanos comenzaron a sentirse acorralados por las circunstancias. Demasiadas bocas para alimentar, poca fuerza de trabajo, bajos rendimientos y un ambiente hostil, con el potencial riesgo de que los mayores fueran enrolados en la milicia o terminaran convertidos en curas o monjas. Nadie tenía el futuro asegurado, salvo Pedro María que fue internado como pupilo en la Colegiata…

 

 De la Colegiata al Azul

  

Su estadía en la Colegiata no fue algo que a menudo quisiera recordar. La vida entre muros marcó tanto a Pedro María como la soledad que lo agobiaba a pesar de los religiosos, los otros pupilos, los rosarios y los rezos permanentes. Sólo algo se convertiría en su sitio dilecto. Junto al templo se levantaba un frontón, una espléndida construcción para el juego de pelota vasca, deporte típico. Horas y horas se esfumaban en el repiquetear de la pelota…

Uno a uno se fueron los hermanos mayores; José Félix, que se instaló en la zona de Azul, fue quien arribó primero y costeó el pasaje de los demás. Martín Gregorio Santiago se radicó en Colonia Hinojo, Olavarría. Julia Balbina y Juana vivieron en Azul y en la Capital Federal, respectivamente.

Los varones trabajaron como jornaleros y tamberos. José Félix pronto se casó, en 1889, comprando al mismo tiempo una chacra similar en extensión a la que habían tenido en Navarra. Mas para completar su felicidad llegó el momento de traer al menor de la familia Iturralde, tal como los anotaron en la Argentina.

Esos rostros que tanto había añorado, que recordaba un poco diferentes, volvieron a cobijarlo, alejando aquella soledad que lo había abrumado. Igual nunca nadie, salvo alguna nieta, lograrían quebrar su silencio y pocas veces traían del horizonte lejano su mirada perdida… Pedro María comenzó a trabajar en el campo, haciéndose fuerte como lechero. Mas la vida lo sorprendería… Se enamoró de una joven navarra, de Ituren, que había venido al Azul con sus hermanos Lorenza, María y Juan Cruz, a servir en casa de unos parientes lejanos, los Aztiria, donde Pedro María llevaba productos rurales con frecuencia…

            Cuando la Iglesia “Nuestra Señora del Rosario” funcionaba temporalmente en la esquina oeste de Burgos y Bolívar (porque se estaba construyendo la actual Catedral), Pedro María contrajo matrimonio, el 29 de enero de 1903, con su coterránea Lucía Antonia Maiticorena (nacida en 1879; hija de José Ramón y Tomasa Micheo). Tuvieron ocho hijos: María (27 de octubre de 1903), Julia (8 de mayo de 1905), Sara Evelia (14 de julio de 1908), Juan (24 de enero de 1909), Gabriel (19 de noviembre de 1910), María Ana (20 de octubre de 1912), Irma Angélica (20 de octubre de 1914) y Pedro Héctor (23 de marzo de 1916).

 Entretanto, Pedro María decidió la apertura de una fonda y hospedaje a la que en principio y corrientemente llamó “El Potrillo”, tal como lo nombraban desde pequeño en su tierra natal, pero que en las publicidades y formalmente era el “Hotel Comercio”, ubicado en la esquina este de las calles Lavalle y Bolívar, en una edificación de 1895. En su obra “Historia del antiguo pago del Azul”, el Dr. Alberto Sarramone cuenta:

         “El Hotel Comercio de Pedro Iturralde, estaba cerca de la estación del F.C., el parador de los vascos a poco de llegar al país y una vez establecidos, y de la mayoría de la gente que venía de la campaña (…), con su cancha de paleta al lado.”.

             La fonda de Iturralde fue el lugar de reunión de los vascos de Azul; constituyó la “Embajada de Euskal Herria” (País Vasco) en esta zona. Los que vivían en el pueblo iban a tomar “la copa”, jugar al “Mus” o a la pelota en el frontón. Cualquier excusa era buena para reunirse. Todos los sucesos de sus vidas, felices o aciagos, terminaban, justamente, alrededor de una mesa comiendo y bebiendo.

Los radicados en las chacras o en el campo, se hospedaban en el Hotel cada vez que venían al pueblo para ver al médico, hacer negocios y compras o realizar trámites. Muchas mujeres vascas dieron a luz a sus hijos en la fonda, ayudadas por Lucía Antonia que no era partera, pero que sabía mucho por su propia experiencia.

En la fonda hubo festejos de bodas y llantos de velorios, porque los vascos usaban la casa para celebrar los casamientos y velar sus muertos.

La familia tenía una chacra en cercanías de la actual Ruta Provincial N° 51 y su cruce con la Av. Manuel Chaves. Pedro iba en sulky todos los días a buscar la materia prima para la comida de la fonda. Allí se criaban vacas lecheras, engordaban cerdos y se hacía una huerta. De allí provenían la leche, la manteca, las verduras y las carnes; de hecho, las faenas de cerdos eran fechas de mucha actividad en la producción de embutidos y jamones.

  

La cancha de Roncesvalles en Azul


La fama de la fonda y el hotel fue ampliamente opacada por la de la “Cancha de Iturralde”. Disímiles en muchos sentidos, Pedro María evocó siempre en el frontón azuleño aquel histórico del Monasterio donde pasó los momentos más difíciles de su vida. Aquella soledad se había transformado radicalmente en Azul.

Los días en que había partidos importantes, la fonda se convertía en un hervidero. Por un lado, Lucía Antonia, su esposa, dirigía la casa y la comida; por otro, las muchachas ya crecidas ayudadas por empleadas y primas iban por las habitaciones alistando camas y toallas limpias.

Los clientes llegaban temprano, a preparar el juego y a tantear las apuestas. Todos tomaban Vermouth con Fernet, o Vermouth con Bitter Secrestad; comían bifes y chorizos, jugaban a las cartas; controlaban a los posibles apostadores o formaban parejas de juegos.

El juego de pelota terminó siendo para Pedro y para todos los dueños de frontones, una verdadera industria del juego, con apuestas de todo tipo (por copas, comidas o por dinero). Pedro siempre obtuvo rédito de todas, porque tanto jugadores como apostadores tomaban las copas de su bar, almorzaban o cenaban las comidas de su fonda, pagaban por el uso de la cancha de pelota y por las toallas limpias para el baño después del partido, y hasta algunos dormían en su Hotel.

Pedro tenía en su fonda, además, una mesa especial para el “Mus”, juego al que eran adictos los vascos, con el uso de cartas españolas y señas (con gestos y manos). Muchas veces se tornaban tan efusivos los jugadores que desde la calle podían oírse los gritos de “envido”, “quiero” u “órdago”, clásicos del “Mus”. Su famosa mesa de “Mus”, ubicada en una esquina del bar, cuando Pedro ya no estuvo, fue a parar a manos de otro vasco, Pedro Garay, dueño del boliche “El sapo” en el Camino Viejo a Tandil.


Pelota a paleta

  

La pelota a paleta es una especialidad de pelota vasca, practicada en frontón, nacida en Argentina. Este deporte consiste en hacer rebotar una pelota contra el frontis para complicar la devolución del rival, el cual debe emplear todas sus destrezas para rescatar el envío y continuar la jugada. Los contrincantes, que pueden jugar de modo individual o por parejas, también buscarán complicar los lanzamientos haciendo botar la pelota más de una vez en zona “buena”, o tratando de que la misma pique y se vaya fuera de la cancha.

Hay un acuerdo general al momento de afirmar que la creación de este deporte le corresponde al vasco francés –nacido en Baigorry-, Gabriel “Sardina” Martirén, que, radicado en Argentina, poseía un establecimiento rural en la localidad de Burzaco.

“Sardina” jugaba a la pelota contra una pared de su tambo, con las manos o hasta con platos de metal a los que empuñaba como paleta para pegarle fuerte a la pelota. Sin embargo, hacia 1905, comenzó a usar las paletas u omóplatos de ganado vacuno como raquetas. A Martirén se le ocurrió moldear el hueso de alguna osamenta, pulirlo y darle forma y así jugar para poder pegarle mejor a la pelota. El invento se hizo popular e inmediatamente fue replicado. Entonces, llegó el momento de perfeccionar la creación y así fue como los huesos pasaron a ser maderas –tablas tomadas de un cajón en el que se embalaban bidones de kerosene-, moldeadas adecuadamente. Martirén preparó dos pares de paletas y en la cancha de Pedro Legnis, en Burzaco, se disputó el primer partido de pelota a paleta, estrenando el rutilante invento que, con escasas modificaciones, se sigue fabricando y utilizando hasta la actualidad. El innovador jugador también cambió la pelota de tenis sin gamuza, que se usaba inicialmente, por una pelota de caucho compacto, que se conoce popularmente como “la negrita”.

En el Azul, la práctica del deporte adaptado de los vascos era recurrente y contaba con varios sitios emblemáticos donde se lo desarrollaba. Tal vez la cancha que hasta entonces mayor notoriedad había alcanzado era la de Miguel Olasagasti donde, además de jugar algunos partidos, almorzó la Junta Revolucionaria encabezada por Hipólito Yrigoyen durante la Revolución Radical de 1893 iniciada desde Azul.


El futuro Campeón Nacional

 

En otro tramo de su exquisito libro, el Dr. Sarramone resalta:

“Hasta 1920, la atracción del barrio y de la ciudad era la cancha de pelota a paleta del vasco Pedro Iturralde… Sin tener en cuenta las casas de prostitución de la zona, que asentaban sus reales en los alrededores del Molino Marconetti, hoy Molino Nuevo…”

Alfredo Miguelez, quien llegaría a ser Campeón Nacional de pelota a paleta en 1943, mucho antes, cuando daba sus primeros pasos con unos catorce o quince años decidió “salir al mundo”. Así, dejó atrás definitivamente su Dionisia natal para ganarse la vida, buscando las posibilidades de laborales que ofrecía el campo y siguiendo sus impulsos juveniles, anduvo viajando por numerosos lugares. Sin saberse la fecha precisa, trabajando de pueblo en pueblo, alguna vez Alfredo hizo sus primeras incursiones por Azul. Entabló amistad con el vasco Pedro Iturralde, dueño del Hotel donde el “Paisano” elegiría por costumbre para hospedarse.

En la mítica y concurrida cancha, Alfredo jugaría numerosas veces con Juan, el hijo del dueño, con quien entablaría una gran amistad.

Juan Iturralde (1909-1991) era empleado de “Piazza Hermanos e Hijos”, por lo que viajaba con frecuencia a distintos puntos de la provincia vendiendo suelas, cueros y otros productos de la firma. Un día, viajando hacia Chascomús, cruzó a Alfredo que iba en un carro en la misma dirección. Conversaron brevemente y Alfredo le pidió que no dijera que se conocían y mucho menos que hablara sobre su capacidad en la pelota a paleta. Olfateando la picardía, Juan guardó silencio y tiempo después descubriría en anécdotas las costumbres de su amigo. Llegado a la ciudad, Alfredo fue a un bar con cancha de pelota a paleta; allí se puso a beber y conversar con unos parroquianos y pidió jugar. Simuló no saber hacerlo, pegándole mal, tirando la pelota afuera. Cuando varios se convencieron de que el forastero era un desastre, se animaron a apostar, pensando en que le ganarían fácilmente. Cuando llegó la hora de la verdad, Alfredo hizo un partido pésimo… se dejó ganar… El segundo fue un poquito más parejo, pero malo. También perdió. En el tercero, cuando las apuestas eran suculentas, Alfredo desplegó toda su maestría y se fue de la ciudad con una muy importante suma de dinero frente al asombro de quienes antes lo habían visto hacer desastres en el trinquete como buen inexperto que parecía. Aquella era la forma de Alfredo de mejorar su economía, yendo de pueblo en pueblo, de cancha en cancha... Muchas veces, cuando el trabajo en las cosechas o en el campo en general no alcanzaba, la pelota a paleta se convertía en un buen medio de sustentación. Las apuestas eran tan comunes como necesarias para incentivar a los jugadores. Alfredo y Juan volverían a cruzarse por los caminos bonaerenses y no serían pocas las oportunidades en las que harían dupla para disputar algún partido. Obviamente, donde no los conocían, la estrategia se repetía. La picardía era necesaria…

En otro ámbito, como si el barrio no fuera ya suficiente foco de actividades comerciales y deportivas, sería también testigo del romance de Juan Iturralde con su vecina, Angélica Mendivil, con quien se casaría y tendría dos hijos: María Angélica y Juan Pedro.

 

 La reunión más importante

 

Los hermanos Iturralde se visitaban con alguna frecuencia, pero al único que no vieron más fue a Tomás, radicado en los Estados Unidos.

Al principio se comunicaban con regularidad, pero las cartas con el matasellos de California se fueron espaciando, hasta que no llegaron más. El silencio y la incomunicación se hicieron largos. El recuerdo y la añoranza seguían siempre clavados como espinas en el alma de los hermanos, pero se resignaban y callaban.

Una mañana, temprano, Pedro fajinaba copas mientras su esposa organizaba lo que sería el almuerzo en la cocina; las hijas ponían las mesas en el comedor; las sobrinas arreglaban las habitaciones y las otras muchachas trabajaban en la pieza de lavado y planchado. Todo marchaba con normalidad hasta que, de pronto, un mateo se detuvo junto al cordón de la vereda de calle Bolívar. Desde adentro, Pedro pudo atisbar a un viajero que pronto descendió, depositando en el suelo la maleta y el baúl que traía, ayudado por el cochero. “El Potrillo” miró hacia la entrada de su hotel. Por su indumentaria, el recién llegado no parecía de la zona; traje oscuro, guantes, galera y bastón. Tras saludar cordialmente, el visitante pidió una habitación para pasar unos días. Observando la vestimenta y modales del visitante, creyó oportuno decirle que no había lugar, pues “desentonaba”; no se lo podía imaginar jugando al “Mus” o entre los griteríos de los pelotaris, ni comiendo morcillas y huevos fritos después de un aperitivo. “Está todo ocupado. No tengo lugar, caballero” fue la rápida respuesta que Pedro esgrimió. La réplica inmediata fue: “¿Así que no tienes lugar para un hermano que ha venido a verte desde tan lejos?”. El rostro de Pedro se iluminó con una enorme sonrisa. Frente a él, extendiendo los brazos, estaba su hermano Tomás. Se abrazaron fuertemente y lloraron de felicidad. La familia estuvo varios días de celebración.


Últimos años…


En la edición del año 1942 del “ANUARIO KRAFT” se publicitaban diferentes hoteles azuleños, entre los que figuraba el “Hotel Comercio, de Pedro Iturralde, Bolívar 952”.

Clásica se había hecho en el barrio de la Estación de Azul la figura algo engrosada de Pedro María, de un Pedro mayor, hecho todo un señor padre de familia, con su camisa arremangada invierno y verano, y el repasador sobre el hombro izquierdo dispuesto a enjuagar las copas en el cuentón del bar.

Muy temprano por la mañana la tarea comenzaba con el desayuno; a media mañana los vascos hacían la Chingarra o “almuerzo chico” con chorizos, morcillas, papas y huevos fritos.

Para el almuerzo, Lucía y la cocinera preparaban sopas, pescado, bacalao, guisos, puchero, polenta, porotos y garbanzos. Finalmente, la opción era fruta o queso y dulce. Algunas veces, budín de pan.

A media tarde merendaban café con leche y, a la hora de cenar, que no era nunca muy temprano porque lo hacían después de los partidos de pelota, comían bifes a la plancha con ensalada y huevos fritos.

La rutina siempre era quebrada por los partidos de pelota a paleta, porque ninguno era igual a otro. Y eso mantenía viva la chispa de “El Potrillo”.

Pedro María Iturralde falleció el 26 de agosto de 1948. La fonda y el “Hotel Comercio” cerraron al poco tiempo… Hoy ya forman parte del pasado. Pero al recordarlos se conjugan en la memoria historias de inmigrantes, de luchas y suena en el aire el repiqueteo de la pelota contra el frontón que ya no existe…



Hotel "Comercio" y Fonda "El Potrillo", esquina este de Bolívar y Lavalle.




Detalle de la foto superior en la galería interior del Hotel, una reunión familiar. Los protagonistas centrales: Pedro María Iturralde y su esposa Lucía Antonia Maiticorena







A continuación, fotografías de la Real Colegiata de Santa María de Roncesvalles, del siglo XIII, hermosa construcción, Iglesia y Monasterio:








Frontón en que el pequeño Pedro María Yturralde jugaba a la pelota.


Paleta que le perteneciera a Pedro María Iturralde y luego
le fuera obsequiada a su nieto, Alberto Rey.







TODO EL ARTÍCULO FUE REALIZADO EN BASE A UN ARTÍCULO INÉDITO DE NELDA ROSALES, ESPOSA DE ALBERTO PEDRO REY, NIETO DE PEDRO MARÍA.


MUCHA INFORMACIÓN Y LAS FOTOGRAFÍAS FUERON PROPORCIONADAS POR MARTÍN PEDRO ITURRALDE, BISNIETO DEL PROTAGONISTA.


GRACIAS!



11 comentarios:

  1. Eduardo Agüero, sos un genio!!! Cuánta historia de mi querido Azul!! La narración...impecable como siempre!! TE FELICITO!!! Tenemos un gran historiador del Azul. Tomaste la Posta de otros que te antecefieron

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  2. Anónimo NO! Soy Juan María ONETTI!! Un abrazo

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  3. Historias de vida muuy interesantes q nos ayudan a conocer la historia, personajes y emprendimientos de nuestro querido Azul; gracias

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  4. Me encantan tus historias de nuestro Azul querido!!!!

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  5. María Alejandra Gómez23 de junio de 2025, 8:20

    Felicitaciones Eduardo, muy completo y documentado tu relato. ¿Sigue en pie esa propiedad donde estuvo el hotel? Después de leer este artículo artículo me dan ganas de comprar tus libros.

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    1. Es la esquina de A.T.E. bastante modificada... Si te interesa alguno de mis libros contactate al 2281667670

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  6. Recuerdos de infancia. De la fonda de Iturralde y Palillo tengo gratos recuerdos. De "los chicos"
    Rey también. Eran sobrinos y vivían en la esquina O
    En el almace
    . n el las esquina Oeste.

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    1. Soy Elma Iglesias. Una de mis tías hizo su fiesta da cásamiento ahí. El l de marzo de 1947.

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    2. Qué lindo dato Elma!!! Te quiero mucho!!!! Gracias por tanta amabilidad!!!

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  7. Veltri Lidia Beatriz23 de junio de 2025, 20:28

    Hermosos recueros volvieron a mi depúes de leer esta historia . En la foto esta Francina Dours de Ponthot, mi abuela al lado de Lucia amigas y vecinas Recuerdo la instalacioes del hotel ya a cargo de Paolillo porque era muy amiga de sus hijas @seguidores Susana Paolillo y Maria Elena

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