En
palabras de un destacado francés
Alejo Pedro Luis Eduardo Peyret nació en Serres-Castet, Francia, el 11 de
diciembre de 1826. Fue hijo de Cécile Angélique Vignacour y del
hacendado Alexis Agustín Peyret.
Estudió en el Colegio Real de Pau,
recibiéndose de licenciado en Ciencias y Letras. Luego continuó estudiando
leyes al tiempo que empezó a participar de la vida política y a escribir
apoyando al republicanismo, a la democracia, al anticlericalismo y al
socialismo.
Nuevos
horizontes
Luego del triunfo electoral del
Régimen Bonapartista y del establecimiento del Segundo Imperio Francés bajo el
reinado de Napoleón III, Peyret abandonó el país. Arribó a Montevideo,
Uruguay, en noviembre de 1852, donde escribió para los periódicos “El Comercio del Plata” y “El Uruguay”; en este último publicó las
primeras traducciones al español de la obra del filósofo anarquista francés
Pierre Joseph Proudhon.
Radicado en Argentina, el 31 de
agosto de 1856, encabezó la creación de la Sociedad de Auxilio Mutuo, “La Cosmopolita”, en Concepción del
Uruguay, considerada la primera mutual del país.
A mediados de la década del ’50,
entabló una relación con Josefa Euristela Acosta, con quien
tuvo dos hijos: Nieves Emilia y Luis Alejo.
El 11 de julio de 1857, el
presidente Justo José de Urquiza, lo nombró administrador y director de la
Colonia
San José. Bajo su dirección, la colonia comenzó a cultivar maníes,
papas, batatas, porotos, cebollas, remolachas azucareras, maíz y tabaco. Peyret
también introdujo técnicas superiores para el cultivo de trigo y presionó a
Urquiza para que le entregaran nuevas tierras, en las que establecería una
estación experimental para el crecimiento de algodón. También experimentó con
tártago y con la adaptación del gusano de la seda al clima de la región.
Construyó una fábrica para la manufactura de aceite de maní. Por su trabajo
agrícola con la papa recibió una mención honorable en la Exposición Nacional
de Córdoba.
Entretanto, el 7 de julio de 1866,
Peyret se casó en la parroquia de San José con su coterránea María
Celerina Pinget (1846-1914; nacida en Vinzier, Haute-Savoie). La pareja
tuvo una única hija: Alfonsina.
En un transcurso de treinta años
Peyret cumplió las funciones de administrador, director, juez de paz,
comisionado, presidente de la municipalidad de San José y oficial del primer
registro civil, que fue creado en 1873 en Colón. También fue miembro de la
Comisión de Obras Públicas de Colón, cuyas funciones eran supervisar la
construcción de la Iglesia, recaudar fondos e informar al gobierno en sus
inversiones.
Dadas ciertas publicaciones que
realizó sobre el asesinato de Justo José de Urquiza y sus críticas a la
intervención federal de la provincia de Entre Ríos, aunque quiso conservarse en
el anonimato, su identidad fue revelada y esto le costó el trabajo de administrador
de San José, siendo obligado a abandonar la provincia.
Peyret publicó sus “Cuentos Bearneses” en Concepción del
Uruguay en 1870, obra que fue traducida al francés y editada veinte años más
tarde en París.
El 13 de julio de 1874 fue nombrado
para ocupar la cátedra vacante de Francés, en la Facultad de Humanidades y
Filosofía. Más tarde, fue profesor de historia mundial para los seis grados del
Colegio Nacional de Uruguay, y posteriormente dictó cursos especiales.
Iniciado en Francia, en la Argentina
también fue miembro activo de la masonería. Desde la Logia “George Washington”
se ocupó de formar la sociedad educacional “La
Fraternidad”, que buscaba proteger y proveer alojamiento a los estudiantes
del Colegio de Uruguay.
Fue presidente de la Comisión
Directiva provisional de la Sociedad Francesa de Auxilio Mutuo de Concepción
del Uruguay. La Oficina de Territorios y Colonias lo nombró en 1881 para hacer
un estudio sobre las posibilidades del territorio de Misiones; este estudio lo
inspiró a escribir treinta cartas que fueron publicados en el diario “La Tribuna Nacional”, bajo el título de
“Cartas de Misiones”. Escribió, además,
“Historia Contemporánea”, libro de
texto que sería usado en escuelas normales y en Colegios Nacionales.
En agosto de 1883 fue trasladado a
Buenos Aires. En 1885 su libro “Orígenes
del Cristianismo” fue adaptado en la Revista de la Universidad de Buenos
Aires y, al año siguiente, su trabajo de “El
Pensador Americano” fue publicado. Al mismo tiempo, publicó “Historia de las Religiones” y “La Evolución del Cristianismo”.
Otro
francés en el Azul
Alejo fue
nombrado Inspector de las Colonias, el 12 de febrero de 1887, por el entonces
presidente Miguel Juárez Celman. Como consecuencia de este puesto, publicó “Una visita a las colonias de la República
Argentina”, escrita en español (y traducida al francés) y presentada
por el gobierno argentino, en dos tomos, en la Exposición Universal en París. En el Tomo
I, capítulo VII, de esta obra publicada en 1889 por Imprenta Tribuna Nacional, Alejo Peyret cuenta -aunque
con algunas imprecisiones en ciertas fechas citadas-, su visita a Azul:
“Excursión al Azul y a Bahía Blanca.- Mi cuarta excursión fue para
los pueblos y colonias del sud de la provincia.
Desde luego, hablaré del Azul. Puede
el Azul considerarse como una colonia formada por la inmigración espontanea
desde cincuenta años a esta parte, es decir, desde que comenzaron a afluir a
estas playas los bearneses, los vascos y los demás franceses del sudoeste.
Contestaba Enrique IV a su jardinero quien le decía que nada podía brotar en
cierto paraje de su quinta: ‘Plante usted gascones, ellos prenden en todas
partes’. El mismo rey era un ejemplar manifiesto de lo que aseveraba: Había
prendido en el trono de Francia, después de la abjuración famosa que él mismo
formuló asaz cínicamente: ‘París vale una misa’, -y dio el salto mortal; pero
sus enemigos nunca creyeron en la sinceridad de su conversión, por cuyo motivo
lo persiguieron hasta que consiguieron asesinarlo en su propio carruaje.
Otro individuo, de la misma
provincia, debía dos siglos más tarde prender en el trono de Suecia, fundando
también una dinastía, que parece asegurada por mucho tiempo.
En rangos inferiores, encontraríamos
a muchas otras personalidades sobresalientes que salieron de esa parte de la
Francia meridional , descollando en varios ramos de la actividad humana; pero
sería larguísima la enumeración; sin embargo no puedo menos de recordar el
nombre de D’Artagnan, el insigne mosquetero, celebrado en tres novelas por
Alejandro Dumas, ese tipo de los oficiales de fortuna que no tenían, al salir
de la casa paterna, más que la capa y la espada, tan común en otro tiempo, pero
que las circunstancias han transformado. Porque el aventurero que se dedicaba
en otro tiempo a la carrera de las armas y recorría la Europa ganando o
perdiendo batallas; actualmente se hace emigrante y va a buscar fortuna más
allá de los mares.
De esos, muchos vinieron al Azul:
allí se oye a cada paso el dialecto de los Pirineos, por cuyo motivo uno cree a
cada momento divisar en lontananza la cordillera que separa Francia de España,
el pico del Mediodía, el Vignemale, la Maladetta y otras azuladas cumbres; pero
la ilusión no tarda en desvanecerse, y, levantando la cabeza se encuentra
frente a frente con la gran tienda y ferretería de Catriel.
Catriel! Este nombre recuerda casi
el último de los mohicanos, de las tribus del sud.
Allí, al otro lado del arroyo, que
va serpenteando entre los álamos y los sauces llorones, estuvo durante muchos
años acampada la tribu del cacique famoso, hasta que tuvo la mala ocurrencia de
sublevarse y de tomar parte en las guerras civiles de estos países.
Planteóse entonces la cuestión india
y la cuestión fronteras, cuya solución presentada por Azara a principios de
siglo se había ido aplazando indefinidamente, y los indios desaparecieron con
los cantones militares, los fortines y todos los abusos que originaba semejante
estado de cosas.
Esos tiempos son de ayer, y sin
embargo, cuan distantes nos parecen ya! Los vecinos del Azul refieren todavía
la existencia angustiada que llevaban en aquel entonces, y se creería que
cuentan una historia antigua, una novela fabulosa, porque hubo época en que los
indios se habían hecho realmente temibles y no les tenían miedo a los mismos
soldados de línea, a los cuales atropellaban en campo descubierto o lanceaban
en los corrales donde se habían parapetado.
A cada momento, los pobladores
pacíficos tenían que empuñar las armas para rechazar los ataques de los
salvajes invasores y expedicionar a largas distancias. Esto era por
consiguiente una especie de colonia militar atrincherada detrás de fosos, de
zanjas y de cercos de palo a pique con centinelas en permanencia.
Todo aquello ha desaparecido: no
subsiste más que el recuerdo; a la fecha, el Azul ha llegado a ser una de las
ciudades más importantes de la provincia de Buenos Ares, la que viene
inmediatamente después de San Nicolás; su municipalidad tiene cien mil pesos
nacionales de entrada; ha construido un hermoso edificio para las oficinas
públicas. Hay una plaza muy bien adornada con árboles y flores, un colegio
normal de niñas, una biblioteca pública, un club, buenos hoteles muy
confortables, dos grandes molinos de agua y de vapor (los de los señores Dhers
y Rivière), barracas, cervecería, buenas casas de negocio, etc., etc. La
iglesia deja que desear en cuanto a elegancia arquitectónica: presenta un
aspecto vetusto, que contrasta desagradablemente con las construcciones
modernas que la acompañan; la mayor parte de las calles son empedradas.
Llamóme la atención un banco de
mármol que se encuentra en la plaza con la inscripción siguiente:
‘ANTONIO
DATELLI Obsequia este recuerdo al progresista pueblo del Azul, a la
municipalidad, a la comisión de ornato de la plaza, al laborioso e infatigable
presidente don Eduardo Plot.’
El pueblo del Azul data, según creo
haber entendido, de 1829, y fue un presidio durante el gobierno de Rosas o de
Rozas, si se atiende a la rectificación de don Lucio Mansilla.
Entre los primeros pobladores de esa
localidad, hablando cronológicamente, se me ha nombrado a los señores Dhers y
Pourtalé.
Blas Dhers ha muerto; había montado
un molino en 1853, que ha sido rehecho en estos últimos tiempos, pudiendo moler
cincuenta a sesenta mil fanegas; era oriundo del alto Garona. Pourtalé es de
los Bajos Pirineos, vino en el año 1842. Rivière dueño del otro molino, es de
los altos Pirineos. Este último molino data de 1854, y estuvo a punto de
quemarse totalmente, hace poco tiempo. El Sr. Pouyssegur tiene también un
molino, pero está en el arroyo Pigüé, que desemboca en la laguna Carhué.
Mucho habría que agregar sobre el
Azul, pero creo haber dicho lo bastante para dar a conocer la importancia de
ese pueblo industrial y progresista. Además, considerando que ha dejado de ser
fronterizo, es menester ir adelante.”.
Vale
agregar que el donante del banco –que ya no existe-, Antonio Datelli, se
dedicaba a la explotación de canteras y caleras en la zona de Olavarría, siendo
fundador y propietario -en sociedad con Adolfo Dávila- de “La Providencia”.
Hacia el final de un fructífero
camino
Peyret se marchó hacia Francia el 5
de junio de 1889 a bordo del Río Negro, con su esposa Celerina Pinget y su hija
Alfonsina. En París participó del Congreso Internacional Socialista. El
Gobierno Nacional le encargó un estudio que derivó en la publicación “Las Máquinas Agrícolas de la Exposición
Universal de París”.
A su regreso a la Argentina, fue
nombrado representante de Entre Ríos en el “Primer
Congreso Agrícola Provincial”, que tuvo lugar en Esperanza, provincia de
Santa Fe. Escribió sus memorias agronómicas en el artículo “Colonia San José - Cómo fue fundada” y también fue presidente de
la Alianza Francesa de Buenos Aires y
Alejo Pedro Luis Eduardo Peyret murió en Buenos Aires, en su casa de
la calle General Urquiza Nº 176, el 27 de agosto de 1902.
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