viernes, 25 de julio de 2025

Historias de Francia al Azul: EN PALABRAS DE UN DESTACADO FRANCÉS

 

En palabras de un destacado francés

 

 

Alejo Pedro Luis Eduardo Peyret nació en Serres-Castet, Francia, el 11 de diciembre de 1826. Fue hijo de Cécile Angélique Vignacour y del hacendado Alexis Agustín Peyret.

Estudió en el Colegio Real de Pau, recibiéndose de licenciado en Ciencias y Letras. Luego continuó estudiando leyes al tiempo que empezó a participar de la vida política y a escribir apoyando al republicanismo, a la democracia, al anticlericalismo y al socialismo.

 

Nuevos horizontes

  

Luego del triunfo electoral del Régimen Bonapartista y del establecimiento del Segundo Imperio Francés bajo el reinado de Napoleón III, Peyret abandonó el país. ​Arribó a Montevideo, Uruguay, en noviembre de 1852, donde escribió para los periódicos “El Comercio del Plata” y “El Uruguay”; en este último publicó las primeras traducciones al español de la obra del filósofo anarquista francés Pierre Joseph Proudhon.

Radicado en Argentina, el 31 de agosto de 1856, encabezó la creación de la Sociedad de Auxilio Mutuo, “La Cosmopolita”, en Concepción del Uruguay, considerada la primera mutual del país.

A mediados de la década del ’50, entabló una relación con Josefa Euristela Acosta, con quien tuvo dos hijos: Nieves Emilia y Luis Alejo.

            El 11 de julio de 1857, el presidente Justo José de Urquiza, lo nombró administrador y director de la Colonia San José. Bajo su dirección, la colonia comenzó a cultivar maníes, papas, batatas, porotos, cebollas, remolachas azucareras, maíz y tabaco. Peyret también introdujo técnicas superiores para el cultivo de trigo y presionó a Urquiza para que le entregaran nuevas tierras, en las que establecería una estación experimental para el crecimiento de algodón. También experimentó con tártago y con la adaptación del gusano de la seda al clima de la región. Construyó una fábrica para la manufactura de aceite de maní. Por su trabajo agrícola con la papa recibió una mención honorable​ en la Exposición Nacional de Córdoba.

Entretanto, el 7 de julio de 1866, Peyret se casó en la parroquia de San José con su coterránea María Celerina Pinget (1846-1914; nacida en Vinzier, Haute-Savoie). La pareja tuvo una única hija: Alfonsina.

En un transcurso de treinta años Peyret cumplió las funciones de administrador, director, juez de paz, comisionado, presidente de la municipalidad de San José y oficial del primer registro civil, que fue creado en 1873 en Colón. También fue miembro de la Comisión de Obras Públicas de Colón, cuyas funciones eran supervisar la construcción de la Iglesia, recaudar fondos e informar al gobierno en sus inversiones.

Dadas ciertas publicaciones que realizó sobre el asesinato de Justo José de Urquiza y sus críticas a la intervención federal de la provincia de Entre Ríos, aunque quiso conservarse en el anonimato, su identidad fue revelada y esto le costó el trabajo de administrador de San José, siendo obligado a abandonar la provincia.

Peyret publicó sus “Cuentos Bearneses” en Concepción del Uruguay en 1870, obra que fue traducida al francés y editada veinte años más tarde en París.

El 13 de julio de 1874 fue nombrado para ocupar la cátedra vacante de Francés, en la Facultad de Humanidades y Filosofía. Más tarde, fue profesor de historia mundial para los seis grados del Colegio Nacional de Uruguay, y posteriormente dictó cursos especiales.

Iniciado en Francia, en la Argentina también fue miembro activo de la masonería. Desde la Logia “George Washington” se ocupó de formar la sociedad educacional “La Fraternidad”, que buscaba proteger y proveer alojamiento a los estudiantes del Colegio de Uruguay.​

Fue presidente de la Comisión Directiva provisional de la Sociedad Francesa de Auxilio Mutuo de Concepción del Uruguay. La Oficina de Territorios y Colonias lo nombró en 1881 para hacer un estudio sobre las posibilidades del territorio de Misiones; este estudio lo inspiró a escribir treinta cartas que fueron publicados en el diario “La Tribuna Nacional”, bajo el título de “Cartas de Misiones”. Escribió, además, “Historia Contemporánea”, libro de texto que sería usado en escuelas normales y en Colegios Nacionales.

En agosto de 1883 fue trasladado a Buenos Aires. En 1885 su libro “Orígenes del Cristianismo” fue adaptado en la Revista de la Universidad de Buenos Aires y, al año siguiente, su trabajo de “El Pensador Americano” fue publicado. Al mismo tiempo, publicó “Historia de las Religiones” y “La Evolución del Cristianismo”.

            

Otro francés en el Azul

  

            Alejo fue nombrado Inspector de las Colonias, el 12 de febrero de 1887, por el entonces presidente Miguel Juárez Celman. Como consecuencia de este puesto, publicó “Una visita a las colonias de la República Argentina”, escrita en español (y traducida al francés) y presentada por el gobierno argentino, en dos tomos, en la Exposición Universal en París. En el Tomo I, capítulo VII, de esta obra publicada en 1889 por Imprenta Tribuna Nacional, Alejo Peyret cuenta -aunque con algunas imprecisiones en ciertas fechas citadas-, su visita a Azul:

 

            Excursión al Azul y a Bahía Blanca.- Mi cuarta excursión fue para los pueblos y colonias del sud de la provincia.

            Desde luego, hablaré del Azul. Puede el Azul considerarse como una colonia formada por la inmigración espontanea desde cincuenta años a esta parte, es decir, desde que comenzaron a afluir a estas playas los bearneses, los vascos y los demás franceses del sudoeste. Contestaba Enrique IV a su jardinero quien le decía que nada podía brotar en cierto paraje de su quinta: ‘Plante usted gascones, ellos prenden en todas partes’. El mismo rey era un ejemplar manifiesto de lo que aseveraba: Había prendido en el trono de Francia, después de la abjuración famosa que él mismo formuló asaz cínicamente: ‘París vale una misa’, -y dio el salto mortal; pero sus enemigos nunca creyeron en la sinceridad de su conversión, por cuyo motivo lo persiguieron hasta que consiguieron asesinarlo en su propio carruaje.

            Otro individuo, de la misma provincia, debía dos siglos más tarde prender en el trono de Suecia, fundando también una dinastía, que parece asegurada por mucho tiempo.

            En rangos inferiores, encontraríamos a muchas otras personalidades sobresalientes que salieron de esa parte de la Francia meridional , descollando en varios ramos de la actividad humana; pero sería larguísima la enumeración; sin embargo no puedo menos de recordar el nombre de D’Artagnan, el insigne mosquetero, celebrado en tres novelas por Alejandro Dumas, ese tipo de los oficiales de fortuna que no tenían, al salir de la casa paterna, más que la capa y la espada, tan común en otro tiempo, pero que las circunstancias han transformado. Porque el aventurero que se dedicaba en otro tiempo a la carrera de las armas y recorría la Europa ganando o perdiendo batallas; actualmente se hace emigrante y va a buscar fortuna más allá de los mares.

            De esos, muchos vinieron al Azul: allí se oye a cada paso el dialecto de los Pirineos, por cuyo motivo uno cree a cada momento divisar en lontananza la cordillera que separa Francia de España, el pico del Mediodía, el Vignemale, la Maladetta y otras azuladas cumbres; pero la ilusión no tarda en desvanecerse, y, levantando la cabeza se encuentra frente a frente con la gran tienda y ferretería de Catriel.

            Catriel! Este nombre recuerda casi el último de los mohicanos, de las tribus del sud.

            Allí, al otro lado del arroyo, que va serpenteando entre los álamos y los sauces llorones, estuvo durante muchos años acampada la tribu del cacique famoso, hasta que tuvo la mala ocurrencia de sublevarse y de tomar parte en las guerras civiles de estos países.

            Planteóse entonces la cuestión india y la cuestión fronteras, cuya solución presentada por Azara a principios de siglo se había ido aplazando indefinidamente, y los indios desaparecieron con los cantones militares, los fortines y todos los abusos que originaba semejante estado de cosas.

            Esos tiempos son de ayer, y sin embargo, cuan distantes nos parecen ya! Los vecinos del Azul refieren todavía la existencia angustiada que llevaban en aquel entonces, y se creería que cuentan una historia antigua, una novela fabulosa, porque hubo época en que los indios se habían hecho realmente temibles y no les tenían miedo a los mismos soldados de línea, a los cuales atropellaban en campo descubierto o lanceaban en los corrales donde se habían parapetado.

            A cada momento, los pobladores pacíficos tenían que empuñar las armas para rechazar los ataques de los salvajes invasores y expedicionar a largas distancias. Esto era por consiguiente una especie de colonia militar atrincherada detrás de fosos, de zanjas y de cercos de palo a pique con centinelas en permanencia.

            Todo aquello ha desaparecido: no subsiste más que el recuerdo; a la fecha, el Azul ha llegado a ser una de las ciudades más importantes de la provincia de Buenos Ares, la que viene inmediatamente después de San Nicolás; su municipalidad tiene cien mil pesos nacionales de entrada; ha construido un hermoso edificio para las oficinas públicas. Hay una plaza muy bien adornada con árboles y flores, un colegio normal de niñas, una biblioteca pública, un club, buenos hoteles muy confortables, dos grandes molinos de agua y de vapor (los de los señores Dhers y Rivière), barracas, cervecería, buenas casas de negocio, etc., etc. La iglesia deja que desear en cuanto a elegancia arquitectónica: presenta un aspecto vetusto, que contrasta desagradablemente con las construcciones modernas que la acompañan; la mayor parte de las calles son empedradas.

            Llamóme la atención un banco de mármol que se encuentra en la plaza con la inscripción siguiente:

            ‘ANTONIO DATELLI Obsequia este recuerdo al progresista pueblo del Azul, a la municipalidad, a la comisión de ornato de la plaza, al laborioso e infatigable presidente don Eduardo Plot.’

            El pueblo del Azul data, según creo haber entendido, de 1829, y fue un presidio durante el gobierno de Rosas o de Rozas, si se atiende a la rectificación de don Lucio Mansilla.

            Entre los primeros pobladores de esa localidad, hablando cronológicamente, se me ha nombrado a los señores Dhers y Pourtalé.

            Blas Dhers ha muerto; había montado un molino en 1853, que ha sido rehecho en estos últimos tiempos, pudiendo moler cincuenta a sesenta mil fanegas; era oriundo del alto Garona. Pourtalé es de los Bajos Pirineos, vino en el año 1842. Rivière dueño del otro molino, es de los altos Pirineos. Este último molino data de 1854, y estuvo a punto de quemarse totalmente, hace poco tiempo. El Sr. Pouyssegur tiene también un molino, pero está en el arroyo Pigüé, que desemboca en la laguna Carhué.

            Mucho habría que agregar sobre el Azul, pero creo haber dicho lo bastante para dar a conocer la importancia de ese pueblo industrial y progresista. Además, considerando que ha dejado de ser fronterizo, es menester ir adelante.”.

 

            Vale agregar que el donante del banco –que ya no existe-, Antonio Datelli, se dedicaba a la explotación de canteras y caleras en la zona de Olavarría, siendo fundador y propietario -en sociedad con Adolfo Dávila- de “La Providencia”.

  

Hacia el final de un fructífero camino

  

Peyret se marchó hacia Francia el 5 de junio de 1889 a bordo del Río Negro, con su esposa Celerina Pinget y su hija Alfonsina. En París participó del Congreso Internacional Socialista. El Gobierno Nacional le encargó un estudio que derivó en la publicación “Las Máquinas Agrícolas de la Exposición Universal de París”.

A su regreso a la Argentina, fue nombrado representante de Entre Ríos en el “Primer Congreso Agrícola Provincial”, que tuvo lugar en Esperanza, provincia de Santa Fe. Escribió sus memorias agronómicas en el artículo “Colonia San José - Cómo fue fundada” y también fue presidente de la Alianza Francesa de Buenos Aires y

Alejo Pedro Luis Eduardo Peyret murió en Buenos Aires, en su casa de la calle General Urquiza Nº 176, el 27 de agosto de 1902.




Alejo Peyret


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