Hournau: con “H” de Herrería e Historia
Ubicada
sobre el antiguo Camino Real, arteria que años más tarde de haberse constituido
el pueblo fue bautizada como calle Colón, y lo que a finales del siglo XIX eran
las afueras de la ciudad hacia el sur, Jean Hournau instaló su herrería en Azul.
Entre
las calles Guaminí y General Rivas, en lo que hoy es el comienzo o el final de
la Avenida Carlos Pellegrini, comenzó a trabajar una de las más importantes
herrerías del pueblo, frente a la Plaza de Carretas que usaban los que
transportaban productos desde y hacia el cercano Molino Harinero “La
Estrella del Sud” que otrora fundaran sus coterráneos franceses Blas
Dhers y José Luis Barés (primero cuñado y luego, a la vez, yerno de Dhers). Vale
aclarar que dicha Plaza, conocida como “Marte”
y luego “Gral. Rivas”, en la
actualidad constituye el acceso al Parque Municipal “Domingo F. Sarmiento”.
Los
herreros formaron parte de las corrientes colonizadoras de estas tierras y las
herrerías se fueron incorporando a la vida pueblerina en la medida en que iban desarrollándose
simultáneamente.
Al Azul
Jean (Juan)
Hournau había nacido en Francia, el 4 de octubre de 1873.
Hijo de Pierre Hournau y Marie Julienne Charramiou. Tuvo siete hermanos:
Catherine (1875), Jean Baptiste (1877), Marie (1879), Gabriel (1881), Anne
(1883), Léon (1885) y Pierre Édouard (1887).
Buscando
nuevos horizontes, llegó al Puerto de Buenos Aires en 1890. En la cosmopolita
ciudad comenzó a desempeñarse en el oficio que había aprendido prácticamente
desde la cuna: la herrería. En el Censo Nacional de 1895 aparece radicado en
Pilar, soltero y, justamente, trabajando como herrero. Sin embargo, para
entonces ya tenía una hija, María Luisa (1894), y convivía con
su coterránea María Maire (nacida en 1866) con quien finalmente se casó y
tuvo dos hijos más -en el que sería su nuevo destino-, Juan (11 de julio de
1899) y Ana Clementina (1905).
Faltando
un par de años para el inicio del nuevo siglo, Juan llegó con su familia
a Azul
en una época de pujanza, de construcciones relevantes a cada paso y grandes progresos
sociales y económicos. Invirtió sus ahorros en la compra de un amplio terreno
(comprendido por las actuales Av. Pellegrini, Gral. Rivas, Cnel. Burgos y
Guaminí), donde instaló su herrería. Asimismo, en el mismo predio, su primo
hermano, Miguel Hournau, instaló un hospedaje que resultó de mucha
actividad dado el constante trajinar de carreteros. Por otra parte, en contacto permanente con su hermano Pedro
Eduardo, Juan le contó fascinado el desarrollo que se vivía por los
pagos azuleños. Finalmente, el menor de los Hournau, decidió instalarse a unas
veinte cuadras de la Estación Shaw del Ferrocarril del Sud
con una herrería que se tornaría de suma relevancia para el incipiente poblado.
La
herrería
La
herrería de Juan Hournau iniciaría su etapa de esplendor con el radiante y
prometedor siglo XX. Distribuiría su labor entre la construcción de herrajes
para carros, el afilado de rejas de arado, hachas, picos, cortafierros, entre
otras. Sin embargo, a esas tareas menores sumaría con frecuencia casi diaria la
reparación y/o construcción de ruedas de carros y el herrado de caballos.
La
infraestructura básica, común a casi cualquier herrería, estaba constituida por
el yunque, la fragua y el fuelle, complementadas por herramientas de corte, de
estampado, sujeción y acabado, entre otras. La herrería era uno de los pocos
oficios artesanales que contaban con un gran número de herramientas que eran
fabricadas por los mismos herreros, muchas de las cuales pasaban de generación
en generación.
El yunque
(que hoy se preserva en el Museo criollo “Beato Pereyra”) es un gran bloque de hierro de cuyos extremos
sobresalen dos picos de diferente forma. La parte superior es el lugar de
trabajo del herrero donde el metal incandescente era golpeado sucesivamente
para moldearlo; en la zona de unión de los extremos posee dos agujeros: uno
circular y otro rectangular, que se utilizaban para situar encima de ellos las
trincas y/o para realizar perforaciones sobre el metal en caliente o manipular
y dar forma al metal.
El
lugar donde se calentaban los metales para una vez blandos e incandescentes
lograr forjarlos, era la fragua. Por arriba se cargaba el
carbón de piedra y por debajo a través de un conducto llegaba el aire insuflado
por el fuelle que avivaba la llama producida.
Por
otra parte, dentro de las herramientas era común hallar: mandarrias (utilizadas
para percutir, similares a un martillo pero de mayor tamaño y peso); marrones
(semejantes a un martillo grueso con cabeza en forma de prisma,
empleado para dar forma al hierro); y una gran diversidad de tenazas,
cinceles,
piedras
de afilar, alicates, y otros tantos tipos y tamaños de martillos. A esta
lista deben sumarse también las herramientas para trabajar la madera, ya que
también se encargaban de la reparación de carros y carretas (algunas veces
hasta construirlos completamente), vehículos en los cuales confluyen la madera
y el hierro.
Mayoritariamente
asistían a la herrería aquellas carretas que luego de haber trasportado
mercaderías por los caminos rurales, hasta los más recónditos rincones de la
llanura, llegaban a duras penas para reparar los rayos de la rueda (una de las
tres partes fundamentales). En los cubos se incrustaban los rayos
(solían ser de 12,14 o 16 por rueda,) y sobre éstos iban las pinas
que daban forma circular a la rueda. La llanta se formaba a partir de una
planchuela de hierro que se le daba forma haciéndola pasar entre rodillos y
luego sus extremos eran calentados al rojo vivo, adicionándoles una “placa”
para facilitar la unión que se lograba mediante el martilleo sobre el yunque. Luego
se calentaba toda la llanta para posteriormente colocarla alrededor de las
pinas, rápidamente se la enfriaba con agua para evitar que se quemen las piezas
de madera, con ello la llanta se contraía presionando con fuerza las pinas y
rayos contra el cubo. A esto se llamaba “dar
tiraje”.
Finalmente,
también recurrían “a lo de Hournau”
para herrar los caballos, elementos necesarios para resguardar los vasos de los
caballos del desgaste por el trajinar sobre los adoquines de la ciudad que lentamente
dejaba de ser pueblo.
La suerte del Molino
La cercanía de la Herrería
con el Molino Harinero fue vital para el sostenimiento de la demanda de trabajo
para el primer trabajo. Asimismo, la ubicación estratégica en el sur del
pueblo-ciudad marcaba otra de las fortalezas del establecimiento del inmigrante
francés. El Molino supo ser de vital
importancia para el desarrollo industrial de Azul y las diversas actividades
que se generaban en derredor. Tras el fallecimiento de Blas Dhers (12 de julio
de 1886), la administración del Molino “La Estrella del Sud” había quedado en
manos de su hijo Luis Francisco Marcelo Dhers Barés, quien había sumado la
explotación de la “Estrella del Norte”
(fundado por Rivière). En 1901 Luis se asoció con Esteban Louge, logrando
la modernización de las instalaciones del conocido por entonces como “Molino
Azul”; sin embargo, Esteban falleció el 24 de septiembre de 1911, tras
lo cual, su hijo Esteban Juan tomó las riendas de la administración del Molino con
su suegro Luis Francisco Marcelo Dhers Barés, pues se había casado con Elena
María Dhers (hija de Luis y María Luisa Gunche). En la madrugada del 5 de junio de 1921 un devastador
incendio destruyó completamente las instalaciones del “Molino Azul” y buena
parte de la producción almacenada. Prácticamente la casa familiar fue lo único
que salvó de aquel desastre. Las pérdidas económicas fueron tan contundentes
que marcaron la declinación de la empresa, cerrando la industria
definitivamente en 1926.
Indudablemente, el cierre del Molino
marcó el declive de la actividad en la zona, que ya de por sí había menguado
bastante por la llegada de los automóviles y el
cambio radical en el transporte que se estaba produciendo, quedando cada vez
más relegada –hasta prácticamente desaparecer- la tracción a sangre.
Otro
cambio sustancial en el paisaje se había suscitado cuando el 10 de octubre de
1918 se había inaugurado el Parque Municipal (hoy “Domingo F. Sarmiento”), empleando la
vieja Plaza de Carretas -que había sido brevemente Velódromo-, como parte del
acceso al paseo. Considerándolo un bello avance para la comunidad, Juan decidió
donar un banco circular que fue colocado cerca de la margen del Arroyo
(en el sector del actual Patio Andaluz).
“Hotel de France”
Miguel
mantuvo por algún tiempo el hotel junto a la herrería de su primo. Sin embargo,
el crecimiento de la actividad de ambos, llevó al hotelero a apostar a un nuevo
desafío…
El viejo
edificio que ocupara Adrián Loustau (con el “Hotel de la Paz”) se convirtió en
el “Hotel
de France” que fuera en un principio de Zamora y Peyrouselle, quienes
en 1896 promocionaban: “(…) Servicio
esmerado para pasajeros, familias, banquetes y casamientos (…)”. Luego
pasaría a ser propiedad de Miguel Hournau que antes de finalizar el siglo lo
trasladaría al más amplio edificio de Colón y Av. Tapalqué (luego Av. Humberto
I, actual Av. Perón) y promocionaba:
“Hotel y Restaurant
Francés de Miguel Hournau – Calle Colón y Av. Tapalqué – Azul - Gran comodidad
y esmerado trato para familias y pasajeros. Gran corralón para Galeras,
Carruajes, Carros y caballos”
Como
dato vale agregar que en la ubicación de Colón y 9 de Julio, se habían
instalado las mensajerías “La Azuleña” y “La Argentina”, de José
M. y Manuel San Julián, respectivamente. Promocionaban entre otros medios en la
“Guía
del Azul” del año 1900, las salidas y regresos desde y hacia “Sol Argentino” de Mariano Roldán y “Loma de las Ovejas” (negocio de los
Sres. Loustalet y Froment).
Galera “San Julián”
El trayecto era de 22 leguas, dividido en tramos de 4, cada
uno se denominaba posta, donde recibían pasajeros, correo, encomiendas y
cambiaban caballos.Las postas eran “La
Nutria”, “La Barrancosa”, “El Socorro”, y el Almacén “San Juan”.
El penúltimo conductor fue Ramón Sánchez, quien además
oficiaba de peluquero del personal de la estancia, y el último fue Domingo
Padrón, apodado “El Canario” por ser
oriundo de Islas Canarias.
La
galera funcionó hasta 1913 y en el taller de Hournau fue
reparada en más de una oportunidad.
Sucesores
El
único hijo varón que tuviera Juan, orgullosamente homónimo de su padre, desde
pequeño comenzó a inmiscuirse en el fascinante mundo de la herrería, ese mágico
sitio para un niño por donde desfilaban corceles a herrar o carruajes que
llegaban dañados y salían plenamente reconstruidos. Ya siendo un adulto, un día
tomó las riendas…
Juan
Hournau (h) contrajo matrimonio con María Antonia Rosa
(nacida en 1901). La pareja tuvo cuatro hijos: Juan Carlos (1924), Héctor
Adolfo (1930), Oscar Ramón (1931) y María
Ángela “Negra”.
Ligado al barrio, siendo uno de los vecinos más antiguos,
Juan trabajó y fue nombrado presidente honorario de la “Asociación Villa del Parque”.
En la
década del ’40, en los periódicos anunciaba su herrería:
De izq. a der. 2° Juan Carlos, 4° Juan y 6° Jean Hournau
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