lunes, 27 de abril de 2020

Catalino Domínguez, asesino ¿despechado?

Catalino Domínguez, asesino ¿despechado?

Por Eduardo Agüero Mielhuerry

Juan Catalino Domínguez nació en la zona rural de Rauch, el día 4 de mayo de 1910. Sus padres fueron Juan Bautista Domínguez y María Luisa Donato. Fue empleado de la Municipalidad de General Pueyrredón donde se desempeñaba como jardinero de plazas y al mismo tiempo trabajaba como alambrador en campos aledaños.
A partir de 1933, agobiado por problemas económicos, comenzó a cometer algunos robos y hurtos en las zonas rurales de Ayacucho y Coronel Vidal.
El 10 de abril de 1935, en Ayacucho, contrajo matrimonio con la joven Isabel Criado, nacida en Balcarce, el 10 de marzo de 1917, hija de Joaquín Criado y María Corrado.
Entre 1940 y 1943 fue procesado por lesiones en Mar del Plata, donde trabajaba como chofer.
Hacia 1944, Domínguez vivía en el barrio La Loma, en la ciudad balnearia, en una modesta casita junto a su mujer y su pequeña hijita, Marta. A pesar de las necesidades que lo acuciaban, le dio albergue en su hogar a un amigo suyo llamado Rafael Luchetti. Empero grande fue su sorpresa cuando, un día, halló a su esposa, Isabel, manteniendo relaciones sexuales con su huésped. Éste lo amenazó inmediatamente con un revólver, y aunque se hallaba desarmado, Catalino no se amedrentó y repelió el ataque a mano limpia, pero recibió un balazo en una pierna. Luchetti aprovechó el momento para escaparse con la esposa y la hijita en un auto con rumbo desconocido…
Malherido, Catalino fue trasladado al Hospital donde pasó un tiempo recuperándose.


¿Ojo por ojo?


Sabedor de que la madre de Luchetti vivía en Dolores, buscando venganza, se trasladó hasta allí pues suponía que en algún momento la visitaría. Mientras tanto, realizó algunas tareas rurales ocupado por Jaime Casanova, habitando un galpón en las cercanías de la ciudad, lo cual le permitía rondar con frecuencia la casa de la viuda Gregoria Rosas y su concubino, Narciso Peñalba.
Una noche, el despechado se cruzó con la pareja y los interrogó fieramente para que le digan dónde se hallaba Rafael Luchetti, suponiendo que también su esposa y su hijita se encontrarían con él. Pero al no responderle satisfactoriamente, comenzó a propinarles a los concubinos una feroz golpiza asesinándolos a garrotazos y puñaladas. Aún aturdido por su propia ira, Catalino arrastró los cadáveres hasta esconderlos en un pajonal y se dio a la fuga sin saberse su destino…
Descubierto el brutal asesinato, la policía buscó afanosamente al ejecutor. Finalmente lo encontraron en un hotel de mala fama en Mendoza. Sin mediar resistencia lograron detenerlo y, custodiado por dos agentes, dispusieron su traslado a La Plata. Pasando por Pergamino, fingió estar descompuesto, tras lo cual le concedieron permiso para bajar del automóvil, sacándole las esposas para que haga sus necesidades. Internándose en un maizal a la vera del camino, Domínguez se quitó el saco y lo dejó colgado en unas plantas a la vista de los custodios que infructuosamente esperaron su regreso.
El 20 de abril de 1945 el atroz homicida fue localizado en Mar del Plata, en la finca de la calle Rodríguez Peña 1526. Había vuelto a la ciudad al enterarse que su hija estaba allí. Sorprendido por la policía -que desde hacía meses lo esperaba-, se resistió a balazos siendo herido en la pierna izquierda por el comisario García. Intentó huir, pero se fracturó, resultando fácilmente capturado.
Domínguez tuvo una nueva y larga convalecencia en el Hospital, siempre con custodia y esposado. Pero una noche le pidió al guardia que le quite las esposas para ir al baño. Una vez más, logró huir. Salió por la ventanita del sanitario hasta el techo y luego saltó al jardín; en la calle hurtó una bicicleta y andando se perdió bajo la lluvia de una brava tormenta, a pesar de tener la pierna con una infección gangrenosa (de la que milagrosamente se sanó gracias a la intervención de un curandero).
Dicen que vagabundeó por Río Negro y por Neuquén, pero lo cierto es que recaló nuevamente en Dolores. Allí logró encontrar a Luchetti, a su mujer y a su hija. Y cuando la venganza estaba a punto de consumarse, la pareja de amantes logró huir para perderse definitivamente cualquier rastro de ellos. Sin embargo, Catalino logró quedarse con su tesoro más preciado: Martita.
           

Tres crímenes en Azul


Perseguido por la Policía de la Provincia y también la Federal, luego de trabajar en distintos establecimientos rurales, cambiando de nombre y apellido según las circunstancias, y con su hija a cuestas, consiguió empleo en la zona rural de Azul.
Haciéndose llamar Donato Aguirre, dejó a su hija en una pensión al cuidado de los dueños, excusándose en que no podía llevarla al campo. Pero su instinto criminal lo pondría en carrera nuevamente…
El 28 de junio de 1947, Domínguez asesinó de tres balazos al peón Braulio Leguizamón, que vivía en un rancho ubicado en el Cuartel IX, en el campo de propiedad del señor Remigio Casmio. Al parecer, lo había descubierto. Tras cruzar un albardón, escondió el cuerpo entre un montón de bolsas y trapos viejos.
Entretanto, alertada por los dueños de la pensión, la policía ubicó a su hija y al interrogarla a pesar de su corta edad, no quedaron dudas de quién era. Inmediatamente la retiraron de allí y la dejaron internada en el Hogar del Buen Pastor.
El 8 de julio, Domínguez, que había conseguido una changa en un campo de Chillar que arrendaba Guillermo Alberti, dio muerte al peón Victoriano Serrano y al arrendatario. Esa noche, por casualidad, escuchó que lo habían descubierto y, sin mediar palabras, los sorprendió en la cocina matándolos a tiros. Al cadáver de Serrano lo arrastró con un caballo unos mil metros hasta una fosa, mientras que al cuerpo de Alberti lo ocultó debajo de unas chapas.
Amparado por la oscuridad de los gélidos caminos, en una chata, el criminal se trasladó al pueblo con la esperanza de recuperar a su hija y huir. En las cercanías del Instituto de Varones una comisión policial lo avistó, pero consiguió escapar entre las pantanosas calles, montando el caballo que había alcanzado a desatar del carruaje.
Durante varios días estuvo merodeando en las cercanías de nuestra ciudad. Pero pese a la estricta vigilancia que se mantuvo, una vez por suerte y otra por habilidad, consiguió escapar definitivamente de Azul.
Haciéndose llamar indistintamente Pedro Montenegro o Aguirre, luego de un raid de robos y hurtos por Tandil, Rauch, Dolores, El Tordillo, General Madariaga y sus alrededores, regresó a Mar del Plata radicándose en el barrio La Juanita (a la altura de la avenida Pedro Luro y Armenia). Luego se asentó en Colonia Barragán, cerca de Estación Cobo, llegando allí de la mano de Bienvenido Basualdo, un vecino reconocido por tener una gran cantidad de vacas e importantes cultivos de papa y maíz.


Tres más…


El 7 de marzo de 1948, en la zona rural de “El Trio”, Partido de General Pueyrredón, halló tres nuevas víctimas. Catalino había trabajado anteriormente en el campo de la familia Mehatz por lo que conocía la vivienda y, aprovechando la ausencia de sus dueños, ingresó para robar en compañía de Orlando Nelson Rosas, de 17 años,  que se hacía llamar Alberto Gómez, nativo de Madariaga y fugado de un correccional de menores.
Era un día de elecciones. Imprevistamente, los Mehatz regresaron al hogar porque habían olvidado los documentos para sufragar. El primero en entrar a la casa fue don Martín (jefe de mesa del Casino de la ciudad), al que “a boca de jarro”, Catalino le pegó tres tiros. Sus hijos intentaron huir. Martín Mayo, de 22 años, recibió un disparo por la espalda y fue rematado en el piso hasta que se vació el tambor del revólver. Sin balas, Domínguez alcanzó a Marcelo, de 19 años, y lo degolló fríamente. Empero al prolongarse su agonía, con una maza que le alcanzó Rosas, le destrozó la cabeza a golpes.
Con su cómplice cargaron los cadáveres en el auto familiar y viajaron hasta General Madariaga, ingresando en el campo de Ángel Casales. Bajo un monte de tala pretendieron esconder el automóvil “enterrándolo”, pero apenas lo cubrieron con leñas y ramas.
            Sin remordimientos, Catalino se fue a trabajar a la zona de la estancia La Eudocia, donde Alejandro Pétersen regenteaba una fracción de campo lindera y lo tomó como peón. Sin embargo, una mañana, leyendo el diario donde se informaba del hallazgo de los cadáveres de la familia Mehatz, la esposa de Pétersen descubrió la verdadera identidad del empleado e informó a la policía. Ahí comenzó nuevamente la persecución de Catalino...


El que a hierro mata…


A principios de abril de 1948, el comisario Pedro Cavanva recibió una denuncia del vecino Pedro Jaureguiberry, quien expuso que le habían robado un recado, señalando como autor a un hombre que andaba en “un sulky de ruedas coloradas”. Con el propósito de aclarar el delito, el Comisario, el cabo José N. Siuberti y el vigilante Raymundo Manrique, en las primeras horas de la mañana del domingo 18 se trasladaron al campo La Espadaña, de Melón Gil, ubicado en el Cuartel I, a seis leguas de la planta urbana de Madariaga.
Allí hallaron al encargado del puesto, Enrique Merlo, quien sostuvo que en su casa no había más moradores. Sin embargo, el Comisario advirtió que en la parte posterior de la finca se hallaba estacionado un sulky de las características expresadas por Jaureguiberry.
Los agentes de la policía se dispusieron a revisar las habitaciones del fondo de la propiedad. Repentinamente apareció un desconocido que se parapetó, extrajo un revólver y lo descargó contra la comisión policial. El ataque fue repelido hasta con disparos de Winchester.
Cuatro proyectiles hicieron impacto sobre el agresor -que momentos antes se había despertado sobresaltado- y éste rodó por el suelo, muriendo instantáneamente. Se trataba de Juan Catalino Domínguez.
Seguidamente, su cómplice, Orlando Nelson Rosas, fue detenido mientras intentaba huir escabulléndose dentro del frondoso monte de la propiedad.
El cadáver de Catalino fue depositado en la morgue del Hospital, comprobándose que presentaba una herida en el estómago y otras tres en el mentón, la ceja y el dedo pulgar derechos. Llevaba puesta la bombacha que Martín Mehatz tenía cuando fue asesinado junto con sus hijos. También tenía consigo las llaves del auto de las víctimas y la llave de la leonera del Casino.
          Martita, que no llegaba a los diez años de edad, con su inocencia desecha, permaneció internada durante varios meses en el Hogar del Buen Pastor en Azul. Luego fue trasladada a La Plata y, más tarde, a Ingeniero Maschwitz, donde se la instaló en un instituto de menores…


Habladurías del después…


Antes de comenzar a transitar por el sinuoso camino delictivo, Juan Catalino Domínguez trabajó también en la Feria de Ángel C. Castellár en nuestra ciudad. Y como algunos vecinos aún recuerdan, solía frecuentar la zona de la Estación del Ferrocarril, es decir, la por entonces populosa barriada de la calle Coronel Morales (hoy Malvinas).
En su errante devenir como prófugo de la Justicia, todos, o casi todos, los que se cruzaban en su camino sabían que se trataba de él, pero nadie se atrevía a dar la voz de alerta a la policía dada la fama que había cosechado gracias a varias acciones propias y otras endilgadas. También se dice que supo ser “asesino a sueldo” de un alto dirigente político de la época que llegó a la presidencia de la Nación en tres oportunidades, pero así como nos tiene acostumbrados la Argentina con tantos crímenes sin resolver, también debemos comprender que muchas veces en torno a personajes como Domínguez se van tejiendo sucesivas versiones incomprobables, pero no necesariamente irreales…
Durante mucho tiempo, a pesar de que ya había sido asesinado, el nombre de Catalino continuó provocando pánico entre la población rural, pues muchos aún desconfiaban que lo hayan matado, y otros repetían su nombre para asustar a los niños –y no sólo a ellos- tal como si se tratase del “cuco”.

Se desconoce si “Martita” Domínguez se halla con vida o si bien aún reside en Ingeniero Maschwitz. Aunque también es altamente probable que, rondando los 70 años de edad, conviva entre nosotros con otro nombre y apellido



(trabajo del genial Raúl S. Gallardo)







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