Catalino
Domínguez, asesino ¿despechado?
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
Juan
Catalino Domínguez nació en la zona rural de Rauch,
el día 4 de mayo de 1910. Sus padres fueron Juan Bautista Domínguez y
María Luisa Donato. Fue empleado de la Municipalidad de General Pueyrredón donde se
desempeñaba como jardinero de plazas y al mismo tiempo trabajaba como
alambrador en campos aledaños.
A partir de
1933, agobiado por problemas económicos, comenzó a cometer algunos robos y
hurtos en las zonas rurales de Ayacucho y Coronel Vidal.
El 10 de abril
de 1935, en Ayacucho, contrajo matrimonio con la joven Isabel Criado, nacida en
Balcarce, el 10 de marzo de 1917, hija de Joaquín Criado y María Corrado.
Entre 1940 y
1943 fue procesado por lesiones en Mar del Plata, donde trabajaba como chofer.
Hacia 1944,
Domínguez vivía en el barrio “La Loma ”, en la ciudad
balnearia, en una modesta casita junto a su mujer y su pequeña hijita, Marta.
A pesar de las necesidades que lo acuciaban, le dio albergue en su hogar a un
amigo suyo llamado Rafael Luchetti. Empero grande fue su sorpresa cuando, un día,
halló a su esposa, Isabel, manteniendo relaciones sexuales con su huésped. Éste
lo amenazó inmediatamente con un revólver, y aunque se hallaba desarmado,
Catalino no se amedrentó y repelió el ataque a mano limpia, pero recibió un
balazo en una pierna. Luchetti aprovechó el momento para escaparse con la
esposa y la hijita en un auto con rumbo desconocido…
Malherido,
Catalino fue trasladado al Hospital donde pasó un tiempo recuperándose.
¿Ojo por ojo?
Sabedor de que
la madre de Luchetti vivía en Dolores, buscando venganza, se trasladó hasta
allí pues suponía que en algún momento la visitaría. Mientras tanto, realizó
algunas tareas rurales ocupado por Jaime Casanova, habitando un galpón en las
cercanías de la ciudad, lo cual le permitía rondar con frecuencia la casa de la
viuda Gregoria Rosas y su concubino, Narciso Peñalba.
Una noche, el
despechado se cruzó con la pareja y los interrogó fieramente para que le digan
dónde se hallaba Rafael Luchetti, suponiendo que también su esposa y su hijita
se encontrarían con él. Pero al no responderle satisfactoriamente, comenzó a
propinarles a los concubinos una feroz golpiza asesinándolos a garrotazos y
puñaladas. Aún aturdido por su propia ira, Catalino arrastró los cadáveres
hasta esconderlos en un pajonal y se dio a la fuga sin saberse su destino…
Descubierto el
brutal asesinato, la policía buscó afanosamente al ejecutor. Finalmente lo
encontraron en un hotel de mala fama en Mendoza. Sin mediar resistencia
lograron detenerlo y, custodiado por dos agentes, dispusieron su traslado a La Plata. Pasando por Pergamino,
fingió estar descompuesto, tras lo cual le concedieron permiso para bajar del
automóvil, sacándole las esposas para que haga sus necesidades. Internándose en
un maizal a la vera del camino, Domínguez se quitó el saco y lo dejó colgado en
unas plantas a la vista de los custodios que infructuosamente esperaron su
regreso.
El 20 de abril
de 1945 el atroz homicida fue localizado en Mar del Plata, en la
finca de la calle Rodríguez Peña 1526. Había vuelto a la ciudad al enterarse
que su hija estaba allí. Sorprendido por la policía -que desde hacía meses lo
esperaba-, se resistió a balazos siendo herido en la pierna izquierda por el
comisario García. Intentó huir, pero se fracturó, resultando fácilmente
capturado.
Domínguez tuvo
una nueva y larga convalecencia en el Hospital, siempre con custodia y
esposado. Pero una noche le pidió al guardia que le quite las esposas para ir
al baño. Una vez más, logró huir. Salió por la ventanita del sanitario hasta el
techo y luego saltó al jardín; en la calle hurtó una bicicleta y andando se
perdió bajo la lluvia de una brava tormenta, a pesar de tener la pierna con una
infección gangrenosa (de la que milagrosamente se sanó gracias a la
intervención de un curandero).
Dicen que
vagabundeó por Río Negro y por Neuquén, pero lo cierto es que recaló nuevamente
en Dolores. Allí logró encontrar a Luchetti, a su mujer y a su hija. Y cuando
la venganza
estaba a punto de consumarse, la pareja de amantes logró huir para perderse
definitivamente cualquier rastro de ellos. Sin embargo, Catalino logró quedarse
con su tesoro más preciado: Martita.
Tres crímenes en Azul
Perseguido por la Policía de la Provincia y también la Federal , luego de trabajar
en distintos establecimientos rurales, cambiando de nombre y apellido según las
circunstancias, y con su hija a cuestas, consiguió empleo en la zona rural de Azul.
Haciéndose
llamar Donato Aguirre, dejó a su hija en una pensión al cuidado de los
dueños, excusándose en que no podía llevarla al campo. Pero su instinto
criminal lo pondría en carrera nuevamente…
El 28 de junio
de 1947, Domínguez asesinó de tres balazos al peón Braulio Leguizamón, que
vivía en un rancho ubicado en el Cuartel IX, en el campo de propiedad del señor
Remigio
Casmio. Al parecer, lo había descubierto. Tras cruzar un albardón,
escondió el cuerpo entre un montón de bolsas y trapos viejos.
Entretanto,
alertada por los dueños de la pensión, la policía ubicó a su hija y al
interrogarla a pesar de su corta edad, no quedaron dudas de quién era.
Inmediatamente la retiraron de allí y la dejaron internada en el Hogar
del Buen Pastor.
El 8 de julio,
Domínguez, que había conseguido una changa en un campo de Chillar que arrendaba Guillermo
Alberti, dio muerte al peón Victoriano Serrano y al
arrendatario. Esa noche, por casualidad, escuchó que lo habían descubierto y,
sin mediar palabras, los sorprendió en la cocina matándolos a tiros. Al cadáver
de Serrano lo arrastró con un caballo unos mil metros hasta una fosa, mientras
que al cuerpo de Alberti lo ocultó debajo de unas chapas.
Amparado por la
oscuridad de los gélidos caminos, en una chata, el criminal se trasladó al
pueblo con la esperanza de recuperar a su hija y huir. En las cercanías del Instituto
de Varones una comisión policial lo avistó, pero consiguió escapar
entre las pantanosas calles, montando el caballo que había alcanzado a desatar
del carruaje.
Durante varios
días estuvo merodeando en las cercanías de nuestra ciudad. Pero pese a la
estricta vigilancia que se mantuvo, una vez por suerte y otra por habilidad,
consiguió escapar definitivamente de Azul.
Haciéndose
llamar indistintamente Pedro Montenegro o Aguirre,
luego de un raid de robos y hurtos por Tandil, Rauch, Dolores, El Tordillo,
General Madariaga y sus alrededores, regresó a Mar del Plata radicándose en el
barrio “La Juanita ” (a la altura
de la avenida Pedro Luro y Armenia). Luego se asentó en Colonia Barragán, cerca
de Estación
Cobo, llegando allí de la mano de Bienvenido Basualdo, un vecino
reconocido por tener una gran cantidad de vacas e importantes cultivos de papa
y maíz.
Tres más…
El 7 de marzo de
1948, en la zona rural de “El Trio”, Partido de General
Pueyrredón, halló tres nuevas víctimas. Catalino había trabajado anteriormente
en el campo de la familia Mehatz por lo que conocía la
vivienda y, aprovechando la ausencia de sus dueños, ingresó para robar en
compañía de Orlando Nelson Rosas, de 17 años, que se hacía llamar Alberto Gómez, nativo de
Madariaga y fugado de un correccional de menores.
Era un día de
elecciones. Imprevistamente, los Mehatz regresaron al hogar porque habían
olvidado los documentos para sufragar. El primero en entrar a la casa fue don Martín
(jefe de mesa del Casino de la ciudad), al que “a boca de jarro”, Catalino le
pegó tres tiros. Sus hijos intentaron huir. Martín Mayo, de 22 años,
recibió un disparo por la espalda y fue rematado en el piso hasta que se vació
el tambor del revólver. Sin balas, Domínguez alcanzó a Marcelo, de 19 años, y lo
degolló fríamente. Empero al prolongarse su agonía, con una maza que le alcanzó
Rosas, le destrozó la cabeza a golpes.
Con su cómplice
cargaron los cadáveres en el auto familiar y viajaron hasta General Madariaga,
ingresando en el campo de Ángel Casales. Bajo un monte de tala
pretendieron esconder el automóvil “enterrándolo”, pero apenas lo cubrieron con
leñas y ramas.
Sin
remordimientos, Catalino se fue a trabajar a la zona de la estancia “La Eudocia ”, donde Alejandro
Pétersen regenteaba una fracción de campo lindera y lo tomó como peón.
Sin embargo, una mañana, leyendo el diario donde se informaba del hallazgo de
los cadáveres de la familia Mehatz, la esposa de Pétersen descubrió la
verdadera identidad del empleado e informó a la policía. Ahí comenzó nuevamente
la persecución de Catalino...
El que a hierro mata…
A principios de
abril de 1948, el comisario Pedro Cavanva recibió una denuncia
del vecino Pedro Jaureguiberry, quien expuso que le habían robado un
recado, señalando como autor a un hombre que andaba en “un sulky de ruedas coloradas”. Con el propósito de aclarar el
delito, el Comisario, el cabo José N. Siuberti y el vigilante Raymundo
Manrique, en las primeras horas de la mañana del domingo 18 se
trasladaron al campo “La Espadaña ”, de Melón Gil, ubicado en el
Cuartel I, a seis leguas de la planta urbana de Madariaga.
Allí hallaron al
encargado del puesto, Enrique Merlo, quien sostuvo que en
su casa no había más moradores. Sin embargo, el Comisario advirtió que en la
parte posterior de la finca se hallaba estacionado un sulky de las características
expresadas por Jaureguiberry.
Los agentes de
la policía se dispusieron a revisar las habitaciones del fondo de la propiedad.
Repentinamente apareció un desconocido que se parapetó, extrajo un revólver y
lo descargó contra la comisión policial. El ataque fue repelido hasta con
disparos de Winchester.
Cuatro
proyectiles hicieron impacto sobre el agresor -que momentos antes se había
despertado sobresaltado- y éste rodó por el suelo, muriendo instantáneamente.
Se trataba de Juan Catalino Domínguez.
Seguidamente, su
cómplice, Orlando Nelson Rosas, fue detenido mientras intentaba huir
escabulléndose dentro del frondoso monte de la propiedad.
El cadáver de
Catalino fue depositado en la morgue del Hospital, comprobándose que presentaba
una herida en el estómago y otras tres en el mentón, la ceja y el dedo pulgar
derechos. Llevaba puesta la bombacha que Martín Mehatz tenía cuando fue
asesinado junto con sus hijos. También tenía consigo las llaves del auto de las
víctimas y la llave de la leonera del Casino.
Martita,
que no llegaba a los diez años de edad, con su inocencia desecha, permaneció
internada durante varios meses en el Hogar del Buen Pastor en Azul. Luego fue
trasladada a La
Plata y, más tarde, a Ingeniero Maschwitz,
donde se la instaló en un instituto de menores…
Habladurías del después…
Antes de
comenzar a transitar por el sinuoso camino delictivo, Juan Catalino Domínguez trabajó
también en la Feria
de Ángel
C. Castellár en nuestra ciudad. Y como algunos vecinos aún recuerdan,
solía frecuentar la zona de la
Estación del Ferrocarril, es decir, la por entonces populosa
barriada de la calle Coronel Morales (hoy Malvinas).
En su errante
devenir como prófugo de la
Justicia , todos, o casi todos, los que se cruzaban en su
camino sabían que se trataba de él, pero nadie se atrevía a dar la voz de
alerta a la policía dada la fama que había cosechado gracias a varias acciones
propias y otras endilgadas. También se dice que supo ser “asesino a sueldo” de un
alto dirigente político de la época que llegó a la presidencia de la Nación en tres
oportunidades, pero así como nos tiene acostumbrados la Argentina con tantos
crímenes sin resolver, también debemos comprender que muchas veces en torno a
personajes como Domínguez se van tejiendo sucesivas versiones incomprobables,
pero no necesariamente irreales…
Durante mucho
tiempo, a pesar de que ya había sido asesinado, el nombre de Catalino continuó
provocando pánico entre la población rural, pues muchos aún desconfiaban que lo
hayan matado, y otros repetían su nombre para asustar a los niños –y no sólo a
ellos- tal como si se tratase del “cuco”.
Se desconoce si “Martita”
Domínguez se halla con vida o si bien aún reside en Ingeniero
Maschwitz. Aunque también es altamente probable que, rondando los 70 años de
edad, conviva entre nosotros con otro nombre y apellido…
(trabajo del genial Raúl S. Gallardo)
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